Wednesday, September 30, 2015

Breve relato de su vida, San Andrés el loco en Cristo ( San Nicolás Velimirovich )


Festividad: 2 de octubre en las Iglesias eslavas y 28 de mayo en la Iglesia griega


Breve relato de su vida, por San Nicolás Velimirovich

Andrés era eslavo de nacimiento. De joven fue esclavizado y fue comprado por Teognosto, un hombre rico de Constantinopla, durante el reinado del emperador León el Sabio (hijo del emperador Basilio el Macedonio). Andrés era bello de cuerpo y alma. Teognosto tomó cariño a Andrés y le permitió ser libre. Andrés oraba fervientemente a Dios y asistía con amor a los oficios de la Iglesia. Obedeciendo a una revelación celestial, adoptó la ascesis de la locura en Cristo. Una vez, cuando iba al pozo a por agua, se arrancó la ropa y la cortó con un cuchillo, fingiendo locura. Entristecido por esto, su amo Teognosto lo encadenó y lo condujo a la Iglesia de Santa Anastasía la Liberadora de los Venenos, para que se hicieran oraciones por él. Pero Andrés no mejoraba, y su amo lo liberó por enfermo mental. Andrés fingía la locura durante el día, pero oraba a Dios durante toda la noche. Vivió sin techo. Incluso pasaba las noches a la intemperie, caminando medio desnudo con una sola prenda hecha jirones, y solo comía un poco de pan, cuando los hombres de bien se lo daban. Compartía todo lo que recibía con los mendigos, y se burlaba de ellos para que no le agradecieran nada, pues San Andrés quería que su recompensa solo procediera de Dios. Así pues, la grandísima gracia de Dios entró en él y fue capaz de discernir los secretos de los hombres, percibir ángeles y demonios, exorcizar a los demonios de los hombres, y corregir a los hombres de sus pecados.



Andrés tuvo una maravillosa visión del paraíso y de los poderes celestiales. También vio a Cristo el Señor sentado en su trono de gloria; y con su discípulo Epifanio, vio a la Santísima Theotokos, en la Iglesia de las Blanquernas, cómo cubría a los cristianos con su velo protector. Esta aparición se celebra en la fiesta de la Protección de la Theotokos (14 de octubre/ 1 de octubre). En una visión también escuchó inefables palabras celestiales que no se atrevió a decir a los hombres. Después de una vida de incomparable dureza en la ascesis, Andrés entró en el descanso de la gloria eterna de su Señor en el año 911.



Visión de San Andrés el Loco en Cristo 1.

Un monje de Constantinopla se distinguía como asceta y padre espiritual, y mucha gente acudía a él para pedirle oraciones. Pero este monje tenía el vicio secreto de la avaricia. Recogía dinero pero no lo daba a nadie. San Andrés se encontró con él un día por la calle y vio una terrible serpiente enroscada alrededor de su cuello. San Andrés se apiadó de él, se le acercó, y comenzó a aconsejarle: “Hermano, ¿por qué has perdido tu alma? ¿Por qué te has unido con el demonio de la avaricia? ¿Por qué le has concedido un lugar donde residir dentro de ti? ¿Por qué amasas riquezas como si fueran a ir a la tumba contigo, y no las pones en manos de los pobres? ¿Por qué te estrangulas a ti mismo por la tacañería? ¡Mientras que otros pasan hambre y sed y perecen por el frío, tú te regocijas viendo tu montón de riquezas! ¿Es este el camino del arrepentimiento? ¿Es este el rango monástico? ¿Ves a tu demonio?”. A causa de esto, los ojos espirituales del monje se abrieron, y vio al horrible demonio y se horrorizó. El demonio se alejó del monje y huyó impulsado por el poder de San Andrés. Entonces, un radiante ángel de Dios se le apareció al monje, pues su corazón fue cambiado por el bien. A continuación comenzó a distribuir su oro atesorado entre los pobres y necesitados. Y desde entonces, complació a Dios en todo y fue más glorificado que antes.



Visión de San Andrés el Loco en Cristo 2.

Una vez, San Andrés estaba sentado con su discípulo Epifanio, hablando sobre la salvación del alma. En ese momento, un demonio se acercó a Epifanio y comenzó a disponer engaños en sus pensamientos para distraerlo, pero no se atrevió a acercarse a San Andrés. Andrés gritó: “¡Apártate de aquí, impuro enemigo!”. El demonio se echó hacia atrás y respondió maliciosamente: “¡Eres mi adversario, sin parangón en toda Constantinopla!”. Andrés no lo expulsó de inmediato, sino que le permitió hablar. Y el diablo comenzó a decir: “Siento que llega el momento en que mi trabajo terminará. En ese momento, los hombres serán peores que yo, serán como niños peores que los adultos. Así, descansaré y ya no enseñaré nada más a los hombres, ya que ellos mismos llevarán a cabo mi voluntad en todas las cosas. Andrés le preguntó: “¿De qué pecados te regocijas más?”. El demonio respondió: “Del servicio a los ídolos, de la calumnia, de la malicia contra el prójimo, del pecado de la sodomía, de la embriaguez y de la avaricia. De estos me regocijo más”. Además, Andrés le preguntó: “¿Y cómo soportas que alguien que primeramente te servía ahora te rechaza y rechace tus obras?”. El demonio le respondió: “Tú lo sabes mejor que yo; resulta difícil soportarlo, pero nos consolamos por esto: probablemente volverán a mi muchos de los que me han rechazado y se han vuelto a Dios. Así, pues, volverán de nuevo a mí”. Después de que el espíritu maligno dijera esto y muchas cosas más, San Andrés sopló sobre él y desapareció.



Visión de San Andrés el Loco en Cristo 3.

Un día, San Andrés iba caminando por las calles de Constantinopla y vio un gran y espléndido funeral. Un hombre rico había muerto y su cortejo era magnífico. Pero cuando miró más de cerca, vio una gran cantidad de hombrecitos negros saltando alegremente alrededor del cadáver; uno, sonriendo como una prostituta, otro, ladrando como un perro, un tercero, gruñendo como un cerdo y un cuarto, vertiendo algo sucio sobre el cuerpo. Y se burlaban de las plañideras diciendo: “Estáis cantando sobre un perro”. Andrés, maravillado, preguntó lo que había hecho ese hombre. Volviéndose, vio a un apuesto joven llorando detrás de un muro. “Por el bien del Dios del cielo y la tierra, dime la razón de tus lágrimas”, dijo San Andrés. Entonces el joven le dijo que había sido el ángel guardián del hombre fallecido, pero que este hombre, por sus pecados, había ofendido gravemente a Dios, despreciando el consejo de su ángel y entregándose por completo a los negros demonios. Y el ángel le dijo que este hombre fue un gran pecador impenitente: un mentiroso, enemigo de los hombres, un avaro, un derramador de sangre y un hombre disoluto que había conducido a la inmoralidad a trescientas almas. En vano era honrado por el emperador y respetado por la gente. En vano era este gran funeral. La muerte lo había sorprendido sin arrepentirse, y la cosecha había llegado sin aviso.


                         
Visión de San Andrés el Loco en Cristo 4.

San Pablo no fue el único en ser arrebatado al paraíso y escuchar “palabras inefables” (2ª Corintios 12:4). Más de ochocientos cincuenta años después de San Pablo, le sucedió también a San Andrés. Una noche de invierno, San Andrés yacía entre los perros en un muladar, calentando su cuerpo congelado. Un ángel se le apareció y fue arrebatado hasta el paraíso (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, San Andrés mismo era incapaz de explicarlo), y permaneció durante dos semanas en el mundo celestial, siendo conducido hasta el tercer cielo. “Me vi a mí mismo revestido con brillantes y resplandecientes vestiduras, con una corona de flores en la cabeza y ceñido con un regio ceñidor, y me regocijé grandemente por su belleza, y mi mente se maravilló, así como mi corazón, por la inefable belleza del paraíso de Dios, y caminé allí con gran alegría”. Después de esto, San Andrés escribe sobre cómo vio a Cristo el Señor: “Y cuando una mano llameante deslizó la cortina, vi a mi Señor como el profeta Isaías lo vio en otro tiempo, sentado sobre un trono alto y sublime, rodeado de serafines. Estaba revestido con una vestidura roja, su rostro resplandecía y sus ojos se posaron sobre mí con gran regocijo. Viéndole, me postré ante él, adorándolo ante el trono de su inefable gloria. No tengo palabras para expresar el gozo que se apoderó de mí al ver su rostro, y ahora, recordando esta visión, estoy lleno de un gozo inexplicable. Y escuché a mi Creador misericordioso decirme tres palabras con sus dulcísimos y purísimos labios, que endulzaron y enardecieron mi corazón lleno de amor por Él y me derretía como la cera ante tal calidez espiritual”. Cuando San Andrés preguntó después de esto si era posible ver a la Santísima Theotokos de Dios, se me dijo que en aquel momento no estaba en el cielo, pues había descendido a la tierra para ser la ayuda de los pobres y necesitados.



Himno de alabanza de San Andrés

Andrés el loco en Cristo se quedó una noche bajo el firmamento estrellado orando:

“Oh Dios Altísimo, tres Personas en una sola esencia,

salvación y resurrección de las almas que duermen.

Oh dulce Jesús, más dulce que la vida,

Tesoro de alegría y belleza eterna,

Limpia a los pastores, ilumina a los reyes,

Consuela la turbación y santifica al mundo entero.

No te separes de mí, Andrés el Loco en Cristo, pues soy pecador,

Ni de tu santo pueblo, oh Señor”

Oh San Andrés, lleno de la sabiduría de Dios,

Tú que enseñaste al mundo con palabras de locura,

Con el lenguaje del mundo hablaste al mundo,

Y con tu fingida locura glorificaste a Cristo.

Los hombres te despreciaron por tu locura,

Y sus perros se alzaron de sus madrigueras y te persiguieron.

Fuiste el altar de Dios sobre la inmundicia del mundo.

Incensaste al mundo con tus oraciones,

Y el mundo no es digno de esta maravilla.

Gloria a ti, oh Andrés, Loco en Cristo.


Tropario en tono cuarto

Elegiste la locura por el bien de Cristo y te convertiste en un loco astuto. Perseveraste con tu lucha en medio del tormento, y Cristo te condujo al paraíso. Intercede ante Él, oh San Andrés, por los que honramos tu memoria.

Tropario en tono segundo

Por ti, oh Cristo, tu siervo Andrés se hizo un loco en la tierra. Escuchó al apóstol San Pablo proclamando: “Somos locos por Cristo”. Honrando ahora su digna memoria, te suplicamos que salves nuestras almas.

Contaquio en tono primero

Acabaste tu vida en la piedad, oh Andrés loco de Cristo, y fuiste un vaso puro de la Trinidad y compañero de los ángeles. Ahora que honramos tu memoria, suplica ante Cristo, con tu digna intercesión, que conceda la paz y el perdón a nuestras almas.

Contaquio en tono cuarto

Por tu propia voluntad te convertiste en loco, oh Andrés, y aborreciste completamente los encantos de este mundo. Sofocaste la tentación de la carne con el hambre y la sed, con el calor y el amargo frío. Sin eludir la dureza de las estaciones te purificaste como el oro en el crisol. Por eso te suplicamos, oh Andrés Loco en Cristo, que intercedas ante Cristo para que salve nuestras almas.

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La parábola de las Vírgenes ( San Serafín de Sarov )


En la parábola de las Vírgenes prudentes y las Vírgenes necias (Mt. 25,1-13) cuando estas últimas carecieron de aceite, se les dijo: “Id a comprarlo al mercado.” Pero al regresar, ellas encontraron la puerta de la cámara nupcial cerrada y no pudieron entrar. Algunos estiman que la falta de aceite en las Vírgenes necias simboliza la insuficiencia de acciones virtuosas hechas en el curso de su vida. Tal interpretación no es enteramente justa. ¿Qué carencia de acciones virtuosas podía haber ya que ellas eran llamadas vírgenes, aunque necias? La virginidad es una gran virtud, un estado casi angélico, pudiendo reemplazar todas las otras virtudes. Yo, miserable, pienso que les faltaba justamente el Espíritu Santo de Dios. Practicando las virtudes, estas vírgenes, espiritualmente ignorantes, creían que la vida cristiana consistía en estas prácticas. Hemos actuado de una manera virtuosa, hicimos obras piadosas, pensaban ellas, sin inquietarse por haber recibido, o no, la gracia del Espíritu Santo. Sobre este género de vida, basado únicamente en la práctica de virtudes morales, que carece de un examen minucioso para saber si ellas nos aportan – y en qué cantidad – la gracia del Espíritu de Dios, se comentó ya en los libros patrísticos:“Algunos caminos que parecen buenos al principio, conducen al abismo infernal” (Proverbios 14,12).

Hablando de estas vírgenes, Antonio el Grande escribió, en sus Epístolas a los Monjes: “Muchos monjes y vírgenes ignoran completamente la diferencia que existe entre las tres voluntades que actúan en el interior del hombre. La primera es la voluntad de Dios, perfecta y salvadora; la segunda es nuestra propia voluntad humana que, en si, no es ni funesta ni salvadora; en tanto que la tercera – diabólica – es totalmente nefasta. Esta tercera voluntad es la enemiga que obliga al hombre a no practicar la virtud totalmente, o a practicarla por vanidad, o únicamente por el “bien” y no por Cristo. La segunda, nuestra propia voluntad, nos incita a satisfacer nuestros malos instintos o, como la del enemigo, nos enseña a hacer el “bien” en nombre del bien, sin inquietarnos por la gracia que puede adquirirse. En cuanto a la primera voluntad, la de Dios, salvadora, consiste en enseñarnos a hacer el bien únicamente con el objeto de adquirir el Espíritu Santo, tesoro eterno, inagotable al que nada en el mundo puede igualar.

Justamente era la gracia del Espíritu Santo, simbolizada por el aceite, la que hacía falta a las Vírgenes necias. Ellas son llamadas “necias” porque no se inquietaban por el fruto esencial de la virtud, que es la gracia del Espíritu Santo, sin la cual nadie puede salvarse, ya que “toda alma será vivificada por el Espíritu Santo a fin de ser iluminada por el misterio sagrado de la Unidad Trina” (Antífona antes del Evangelio de los Maitines). El Espíritu Santo mismo viene a habitar en nuestras almas; y esta residencia y la coexistencia en nosotros del Todopoderoso, de su Unidad Trina con nuestro espíritu, no nos es dado más que a condición de trabajar, por todos los medios en nuestro poder, para la obtención del Espíritu Santo que prepara en nosotros una morada digna de este encuentro, de acuerdo con la palabra inmutable de Dios: “llegaré y habitaré en medio de ellos; y seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (2 Cor. 6,16; Lv. 26,11-12; Ez. 37,27). Este es el aceite que las prudentes tenían en sus lámparas, aceite capaz de iluminar muchas horas, permitiendo esperar la llegada, a medianoche, del Esposo, y la entrada con El, en la cámara nupcial del goce eterno.

En cuanto a las Vírgenes necias, viendo que la luz de sus lámparas estaba por extinguirse, fueron al mercado en busca de aceite, pero no tuvieron tiempo de regresar. La puerta estaba cerrada. El mercado es nuestra vida. La puerta de la cámara nupcial, cerrada e impidiendo el acceso al Esposo, es nuestra muerte humana; las vírgenes, las prudentes y las necias, son las almas cristianas. El aceite no simboliza nuestras acciones sino la gracia por medio de la cual el Espíritu Santo llena nuestro ser, transformando: lo corruptible en incorruptible, la muerte física en vida espiritual, las tinieblas en luz, el establo donde están encadenadas, como las bestias nuestras pasiones, en templo de Dios, en cámara nupcial donde reencontramos a Nuestro Señor, Creador y Salvador, Esposo de nuestras almas. Grande es la compasión que Dios tiene por nuestra desgracia, es decir por nuestra negligencia hacia Su solicitud. El dijo: ” Estoy en la puerta y golpeo…” (Ap. 3,20), entendiendo por “puerta” el devenir de nuestra vida aún no detenido por la muerte.


San Serafín de Sarov 

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“Todos los pecados nos han humillado y nos han sometido al diablo para que veamos nuestra servidumbre. Mas cuantos se conocen a sí mismos y a su estado, estos vencen al maligno que los ha desviado” ( Padre Cleopa Ilie )


“Todos los pecados nos han humillado y nos han sometido al diablo para que veamos nuestra servidumbre. Mas cuantos se conocen a sí mismos y a su estado, estos vencen al maligno que los ha desviado”

Había un hombre solitario, un gran hesicasta, en el desierto de Alejandría, cuyo nombre era Hilarión. Tenía casi cien años. Oró a Dios durante mucho tiempo: “Señor, enséñame cómo engaña el diablo a los hombres, para que yo, cuando venga la gente aquí les diga: ‘Buenos hombres, mirad cómo debéis protegeros, de esta manera…’. ¿Cuál es la forma y el método para desviar a los hombres del camino recto y hacerlos siervos del pecado conduciéndolos al infierno? ¿Cómo obtiene el maligno más almas para el infierno que los ángeles de la guarda para el reino de los cielos?” Este padre solitario rezó durante un año, dos y tres y Dios no le contestaba.

Una noche, mientras oraba, siendo plena noche, la luna brillaba fuera como si fuera de día. La puerta se abrió y entró el ángel del Señor. Era un joven muy hermoso, con una corona de oro sobre la cabeza y sobre la frente. Tenía un bastón de oro en la mano y una vestidura resplandeciente.

Así, le preguntó: “¿Padre, que es lo que reza?”

“Siendo sincero, ruego al Salvador que me enseñe cómo engaña el diablo a los hombres y se los lleva al infierno”.

Mira padre: coge la Santa Cruz en tu mano, coge tu bastón, hazte la señal de la cruz, sal de la celda, vete hasta el monte más cercano y cuando llegues allí sitúate al lado de un árbol. Pero no te asustes de lo que veas y oigas esta noche en el monte. Escríbelo para que quede para las generaciones venideras, para que sepan cómo engaña el diablo a la gente. No te asustes, porque verás cosas espantosas”.

Y el ángel desapareció.

El monje obedeció el mandato de protegerse con la Santa Cruz, y supo que la llamada era de Dios. Mientras iba de camino iba recitando de memorias oraciones y llegó así al monte. Había allí un gran silencio. Aquella noche no había ningún viento. Solo se veía la luna y las estrellas. El anciano fue al lado de un árbol y se quedó observando.

De repente vio cómo en medio del monte apareció una sede, un trono imperial. Resplandecía como la llama del fuego y al verlo se maravillo. Después vio llegar al demonio y este se sentó en el trono.

Tenía los hombros semejantes a un yunque. Su piel era oscura, y su bello como el pelo de un oso. Tenía pezuñas fuertes y cuatro pares de cuernos, además de una cola de unos 70 metros. Sus ojos eran como dos luceros, mientras que de su boca salía una llama de fuego enorme. Tenía ceñida una corona hecha solo de serpientes y sujetaba con la mano un bastón con forma de dragón.

Cuando el anciano lo vio se santiguó con la Santa Cruz. Satanás se sentó en aquel trono y dio tres palmadas. Cuando terminó de darlas, el aire se llenó de tropas diabólicas. Aparecieron millones de destacamentos, regimientos y batallones de diablos. Estaban situados por encima del monte, cubierto hasta el cielo. Al lado del diablo habían grandes generales, con tres pares de cuernos, con la espalda ancha, como de unos tres metros, como nunca antes había visto.

Cuando el monje vio toda esta armada infernal, y tantos diablos juntos, recordó la palabra del ángel que le había dicho: “No temas”, por lo cual se armó con la Santa Cruz y esperó atento.

Se reunían demonios como la arena del mar, y en todos lados se veían tropas de diablos. Así, puesto en pie Satanás, dijo:

-Atendedme diablos. Os he reunido aquí, a media noche, porque quiero probaros. Tenéis que darme una prueba importante. ¿Sabéis por qué os he llamado?

Y dijo uno: -¡No lo sabemos, amo!

– Mirad porqué os he llamado aquí. Que cada uno de vosotros me diga: ¿quién de entre vosotros sabe la mejor forma para engañar a la gente y llevarla a mi reino? Que cada uno me enseñe cómo engaña y cómo entorpece al hombre y lo conduce al castigo eterno y a nuestro reino. ¿Cuál es el método, cuál es vuestra destreza?, pues vuestra labor en el mundo es la de engañar a las almas. Quiero ver cuán astutos sois engañando a las almas de las personas.

El que me asombre, el que me diga el mejor consejo para engañar al hombre como yo pienso, le entregaré durante tres minutos el reino del infierno, lo pondré tres minutos en mi lugar y lo convertiré en un gran general por encima de los demás.

Todos temblaban, estaban terriblemente atemorizados. Esperaban y temblaban ante él en el aire y en tierra. Así, salió un demonio escuálido con una pequeña barba, y con dos pequeños cuernos como los del corzo del bosque. Sus ojos estaban desencajados y su nariz colgaba como una serpiente.

-¡Salve, oh Oscuridad!

-¿Cómo te llamas, esclavo?

-Agiutza me llamo

-Agiutza, ¿cómo engañas tú a la gente y la conduces al infierno?

-Oh Oscuridad, yo le digo a la gente: “Buen hombre, acude a la iglesia, al monasterio, ayuna, pero no te lleves mal con el diablo. Acudid a las bodas con su música, acudid a los bailes, a las tabernas, ved la televisión, fumad, haced de todo. Sois personas, y tenéis que vivir la vida. Obedeced a Dios pero no rompáis vuestra relación con el diablo.

Con este método he engañado a muchos. Les hago ver que no tengo otra intención. Los ángeles del paraíso tienen poder de Dios para hacer que los hombres sólo quieran obrar rectamente. Nosotros tenemos el poder de concederles hacer sólo malas acciones. Pero no podemos obligarlos, porque Dios le ha dado poder al hombre para dominarse a sí mismo. No podemos obligarlos a pecar, pero son ignorantes y escuchan los pensamientos que les ofrecemos. Y así he engañado a muchos. Cuando salen de la iglesia, muchos acuden a las tabernas. Allí se reúnen con sus parientes y amigos.

Deposito estos pensamientos en los hombres y creen que son sus pensamientos: “Voy a tomar una cerveza, voy a beber aguardiente”. Uno coge un cigarro, y viene un músico a cantarle algo. “¡Salud, compadre. Bebe y ten suerte!”. Por ese motivo el hombre tropieza, y no le ha servido de nada el que por la mañana fuera a la iglesia, ya que por la tarde ha vuelto ha nuestro servicio. Así hago con cada uno.

Satanás le preguntó:

-¿Has engañado a muchos?

-¡Salve, oh Oscuridad, he engañado a muchos!

-Has engañado a los más negligentes pero no has hecho ninguna hazaña.

-¿Por qué, oh Oscuridad?

-Tú le dices al hombre que vaya a la iglesia, que acuda a las tabernas, que vaya a fiestas, que vaya a los santos lugares, que lea y que rece, y que se entregue a distracciones prohibidas, pero Cristo le dice en el Evangelio: “¡Nadie puede servir a dos señores. Pues acudirá a uno e ignorará al otro. Escuchará a uno y al otro lo desobedecerá”. Tú lo has estimulado, pero el hombre no se ha separado espiritualmente; se desvía a veces, y después de un tiempo viene el ángel y le llama la atención: “Oh hombre, no puedes andar por dos caminos; o bien sigues al diablo o bien a Dios”. El hombre tiene miedo de que Dios lo desampare. Me quedo con él porque no hay salvación yendo por dos caminos”. Se tambalea, pero… luego ya no acude a la taberna, acude al sacerdote y se confiesa. No has ganado mucho, no has hecho gran cosa. ¿Te ha sucedido como digo?

-Sí que me ha sucedido.

¡Has visto! Te he dicho que has engañado a los que son más ignorantes que tú. Que sepas que no has dado buena respuesta.

Y llamó a un demonio de grandes espaldas, que medía unos tres o cuatro metros, y que tenía cuatro pares de cuernos, y le dijo: ‘Llévatelo a la espalda”. Llamó a otro con un látigo de fuego y le dijo: ‘Azótalo fuerte, y envíalo al infierno’. El infierno es un abismo de fuego negro, miles de millones de veces más caliente que el fuego de la tierra. Lo azotó severamente y lo envió allí. ¡Lo azotó en ved de agradecerle el prestarse a la prueba! Al demonio no le gustó su sugerencia. Buscaba algo mejor. Así, los demás temblaron todavía más.

-Que salga otro y que me diga cómo engaña.

Salió uno con el bello canoso, con dos pares de cuernos, horrible igual que el anterior, con orejas de asno, con las piernas dobladas, con rabo… Salió delante de él y le dijo:

-¡Salve, oh Oscuridad!

-¿Cómo te llamas, anciano?

-Me llamo Scarabutza

-Explícame, Scarabutza, ¿cómo engañas a los hombres?

-Mirad cómo, oh alteza. Yo le digo al hombre: ¡Oh hombre, no existe Dios, no existe el diablo, no hay ángeles, ni infierno ni paraíso, no hay castigo eterno, ni gloria eterna. Todo eso está en el mundo! Si tienes qué comer y qué beber, y tienes mucho dinero, si la gente te honra, si tienes casa, y tienes riquezas, he ahí el paraíso. Y si no tienes nada de eso, ahí tienes el infierno. Pues eso es todo lo que hay en el mundo.

– ¿Y te han escuchado muchos?

– Muchísimos.

– Eres más estúpido que el primero, pues has engañado a los más ignorantes que tú. Yo sé que has engañado, pero a los más ignorantes, porque los que conocen las Santas Escrituras, a esos no los puedes engañar. Porque las Escrituras le dicen al hombre que hay Dios, que hay diablo, que existen los ángeles, que existe el infierno y el paraíso, que existe el castigo eterno y la gloria eterna, que hay castigo para el pecado y hay recompensa por las buenas obras en el cielo. ¿Qué les dices tú? Cuando la Escritura lo dice, y también los profetas y los apóstoles, ¿puedes tú engañar al hombre y decirle tus mentiras de que no hay Dios ni diablo? Las Escrituras están llenas de este tipo de enseñanzas y los que las leen no te creen.

Y aún más. Cuando Dios creó al hombre, puso en su alma y en su cuerpo la percepción divina. Por muy pagano que sea alguien, siente un poder invisible en su alma y también lo siente en la conciencia. Esta le reprime cuando obra el mal, y le regocija cuando obra el bien. Y la voz de la conciencia no es un reflejo de la materia, porque es de naturaleza invisible. La conciencia es la voz de Dios en el hombre y cuando acaba de equivocarse le amonesta diciendo: ¿Por qué has obrado así? Puede que nadie le amoneste. Puede que nadie lo viera cuando hiciera el pecado. En cualquier situación en la que se equivoque, este juez impuesto por Dios primeramente en Adán, llamado conciencia, le reprende enseguida.

Si el pecado es grave, a veces le reprime tan fuertemente, que conduce al hombre a la desesperación. Se cumplen entonces las palabras del salmista, es decir, se debilita su esperanza como la tela de araña y con la fuerte reprimenda con la que asedia el alma, casi pierde la esperanza.

La conciencia se mancha en gran medida con los numerosos pecados, y reprime tan fuertemente al hombre, que puede convertirse en un gran tormento. A causa de la conciencia no puede comer, ni tampoco dormir. No tiene paz y no puede rezar. La conciencia corroe y desgasta como la carcoma en la madera. “¿Por qué has obrado así, porque has encolerizado a Dios con semejante pecado?”.

Así que de nada sirve que le digas que no hay Dios, porque la conciencia le dice y la Escritura le confirma. Tú dices que enseñas al hombre que no hay Dios ni diablo, que no hay ángeles, ni tampoco infierno, que no hay paraíso. Pero la conciencia le dice que sí y la Escritura está llena de testimonios donde puede ver que existe Dios, que hay ángeles, castigo eterno y gloria eterna.

Y Satanás dijo al que le informaba, y que presumía de que con este consejo engañaba a mucha gente: “Pero tú eres ignorante, y no aportas mucho para el reino del infierno. No reportas muchos beneficios. No has obrado muy bien Scarabutza. Que se lo lleve el demonio de grandes espaldas, que lo azote hasta la saciedad. Entregadlo al infierno, pues es ignorante, y así, no ha obtenido almas suficientes para mi reino. ¡Que acuda otro ante mi presencia!.

Así, a este segundo diablo que salió a exponer sus obras delante de Satanás, le sucedió igual que al primero, que enseñaba al hombre a ir a la iglesia, a las tabernas, y que aceptara a Dios y al diablo. En vez de alabarlo y ponerlo como gobernador de las tropas diabólicas, lo castigó y lo avergonzó, enviándolo al fondo del infierno por ignorante, y por no saber engañar a la gente. ¡Engaña, pero engaña a pocos y muy pocas almas son conducidas al infierno!.

Satanás, sentado en el trono, esperó a que saliera otro a exponer sus argumentos, y dijo:

-Si el tercero que salga me sorprende y me cuenta un plan para obtener almas para el reino del infierno, mejor que los anteriores, entonces le pondré al frente de muchas tropas diabólicas y le pondré en mi lugar durante tres minutos.

Después de decir esto, ninguno de entre los innumerables diablos quiso salir, porque temían obtener el mismo resultado que los otros dos, pues en vez de alabanzas, obtuvieron castigo y los envió a lo más hondo del infierno. Se produjo un gran silencio entre los millones de demonios que había en el bosque de aquel monte.

Incluso así, después de un tiempo salió un anciano jorobado, con tres pares de cuernos, una nariz doblada, una pata de pato y otra de caballo.

Tenía la marca del infierno en su frente, y una cola muy larga. Saliendo, se puso delante de Satanás, que estaba sentado en medio de monte y le dijo:

-¡Salve, oh Oscuridad!

Satanás le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Sarsaila.

-Te veo viejo y jorobado. Me parece a mí que tú sabes algún truco para engañar a las almas y llevarlas a mi reino.

-Su Oscuridad no sabe lo que yo sé.

-Veamos anciano. Me parece que eres un gran maestro engañando a las almas.

-Ciertamente sí. Tengo experiencia porque he envejecido luchando con las almas de la gente durante miles de años, por lo cual, he conducido muchas almas al infierno. Así como en el invierno caen los copos de nieve, así hago bajar las almas al infierno cada día.

-¿Cómo has conseguido traer tantas almas a mi reino?

-El hombre cree que yo soy ignorante como Agiutza, que le dice: “Acude a la iglesia, ve a la taberna”, o como el otro que le insinúa: “No hay Dios ni tampoco diablo”. La percepción de Dios está sembrada en la conciencia del hombre. Yo le digo: “Oh hombre, Dios existe y también los ángeles. Existe el castigo eterno para el pecado, y la gloria eterna para las buenas obras, pero todavía hay tiempo. No seas necio. ¿Quieres empezar desde hoy a hacer buenas obras?. Si es niño le digo: “Deja eso para cuando seas mayor”. Si es joven, le digo: “Vamos amigo, ahora tienes que vivir. Vive tu juventud, cásate, pásalo bien en este mundo”. Si viene el ángel y le dice: “reza”, yo le digo: “No pierdas tu juventud para nada, pues la vida hay que vivirla. Después de casarte y procurarte un hogar, podrás hacer buenas obras. Ahora come, bebe, diviértete, haz cosas perversas porque para eso eres joven. Dios te perdonará, porque Él conoce la impotencia del hombre. El arrepentimiento lo puedes dejar para el año que viene, para más adelante”. Enseño al hombre a retrasar el arrepentimiento de hoy para mañana, y el de mañana, para el día siguiente. Cuando ve a un pobre, el ángel le dice: “dale limosna”, pero yo le digo: “no le des nada porque este no es pobre. ¿Le darás todo tu dinero a los holgazanes? Ya les darás cuando tengas en abundancia. ¿Qué limosna quieres dar ahora? Detente. Déjalo para cuando venga un pobre de verdad. Entonces harás limosna”. Y así, el pobre ya no acude más a él.

El ángel le dice: “Haz penitencia, deja el pecado”, pero yo le digo: “Harás penitencia cuando te aproximes a la muerte. ¿Quieres hacer ahora penitencia para que la gente se burle de ti? ¿Quieres que digan que has enloquecido como las ancianas? ¿Quieres rezar? ¿Quieres perder demasiadas horas rezando a Dios? Ahora tienes trabajo. Debes criar a tus hijos, construir una casa, preparar la dote para tus hijas, casarlas. Tienes mucho trabajo. Así, lo enloquezco con las preocupaciones de la vida y le digo: “Déjalo para otro momento”. Y si viene el ángel y le dice: “Confiesa, oh hombre, deja el pecado, deja el adulterio, deja la embriaguez, abandona el tabaco, aleja de ti las injurias”, pero yo le digo: “Hazlo más adelante, cuando esté cercana la muerte. Entonces, confiésate a un sacerdote, te dará la absolución y ya está. La Escritura dice que debes ser bueno al final, haciendo el bien en los últimos momentos, pero hasta entonces puedes disfrutar tu vida”. Cuando el ángel le dice: “Oh hombre, reza una letanía por los difuntos”, yo le digo: “No seas necio. Ahora tienes que vestir a tus hijos, tienes que casarlos, y tienes todo lo demás”.

El ángel viene y le dice: “Oh hombre, guarda los grandes ayunos del año, los miércoles y los viernes”, pero yo le digo: “no hagas eso, o perderás tu salud. Tienes que trabajar, obtener riquezas, debes criar a tus hijos. Cuando te jubiles, entonces ayunarás”. Ya sean hombres o mujeres, pues todos tienen costumbre de fumar, les dice el ángel: “Hermanos, abandonad el tabaco, pues enfermaréis, pues el humo os intoxica. Enfermaréis a vuestros hijos, gastaréis dinero para nada, ¿no veis que es caro?, pero yo les digo: “Oh hombre, te has gastado dinero en esta cajetilla de tabaco y no debes tirarlo. Te has gastado tu dinero en él y debes terminarlo”.

Así mismo, el ángel le dice al borracho: “Oh hombre, abandona la taberna, vete a tu casa, pues allí te esperan tu mujer y tus hijos”, pero yo le digo: “Mas tarde dejarás la bebida, pero ahora te encuentras con tu consuegro y te invitará a beber. Por eso no debes perder la ocasión”.

Por la mañana, el ángel de la guarda le susurra: “Oh Hombre, levántate media hora antes y lee las oraciones de la mañana y también tendrás tiempo para rezar el Akacisto a la Theotokos. Eres joven y puedes hacer muchas postraciones, y también te puede quedar tiempo para hacer algún catisma del salterio”, pero yo voy y le susurro por el otro lado: “¿Sabes lo dulce que es el sueño por la mañana? Duerme cinco minutos más y luego te levantarás”. Así, se da media vuelta y cuando se levanta, dice: “Es tardísimo. Debo ir a trabajar, debo llevar a mis hijos a la escuela, tengo que dar de comer a los animales de mi corral”. Aun así, le digo: “No pasa nada, déjalo para cuando vuelvas de trabajar, y así tendrás más tiempo”. Y cuando vuelve, el ángel le dice de nuevo: “Oh hombre, no has rezado por la mañana. Reza al menos ahora media hora”, mas yo voy y le susurro: “Oh hombre, ahora tienes hambre, y debes recobrar las fuerzas”. Luego, después de comer le digo: “Con el estómago lleno no puedes rezar porque estás cansado. Descansa ahora y luego rezarás”. Cuando ha descansado y se despierta dice: “Es muy tarde. Tengo que lavar, tengo que limpiar la casa, pues viene la mujer y los hijos. Tengo que reparar el coche, tengo muchas obligaciones”. Y yo le digo: “No pasa nada. Déjalo y ya rezarás por la noche”.

Cuando llega la noche y termina el trabajo, viene de nuevo el ángel y le dice: “Oh hombre, no has rezado en todo el día, por lo menos reza una hora o dos, o lee un libro piadoso”, pero yo, Sarsaila, voy y le digo: “Oh hombre, ahora rezarás, pero mira la televisión un poco, no sea que te pierdas algo importante y puede que aprendas algo útil”. Y si la pone en marcha le susurro: “Ah, la película, el partido de fútbol, el concierto…”. “Veamos si hay algo bueno en la televisión y luego hago mis oraciones”. Y pasa media hora, una hora, dos, tres, cuatro, cinco… y llega la media noche. “¿Qué hora es? ¡Madre mía, son las doce! Pues a esta hora solamente rezan los monjes en los monasterios. Lo dejaré para cuando me despierte por la mañana”. Y cuando llega la mañana empiezo desde el principio.

Cuando es un día festivo, viene de repente el ángel y le dice: “Oh hombre, hoy es fiesta, ve a la iglesia como todo buen cristiano”, pero yo voy y le susurro: “Pobre de ti, toda la semana has trabajado, has aprendido, estás cansado, quédate y descansa, mira la tele, arregla el coche. ¿No sabes qué hay en la iglesia? Pues hay mucha gente, tienes que estar de pie, y en tu casa descansas en tu sillón. Ahí puedes fumar, tomarte un café, y podrás ir a la iglesia el domingo siguiente, el domingo de Pascua, el día de Navidad. Déjalo ahora, porque ya has ido suficiente”.

De este modo me escuchan todos y las buenas obras las aplazan para el día siguiente. La Santa Escritura enseña de otra forma. El Espíritu Santo alienta a la gente diciendo: “Si escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones”. La voz de Dios en el hombres es la conciencia que lo reprende por el pecado y le dice: “¡Oh hombre, aléjate del pecado. Deja de robar, deja de cometer adulterio, abandona la injuria, no cedas a la embriaguez, abandona el tabaco, no cometas malas acciones, ni odies, ni envidies, ni te pelees”.

Dios le reprende y le aliente para hoy, y yo le digo: “Hoy no. Mañana. Hazlo mañana, cuando seas anciano”. Y le dice así: “Dame el día de hoy, y llévate el de mañana”. Y yo obro así, pues el pecado es así con el hombre, como si se cogiera un gran clavo y un martillo y se empezara a clavarlo en una madera de roble seca. Si se le pega un golpe, dos, tres, se puede sacar el clavo fácilmente. Pero si se clava hasta la mitad es más difícil, y si se clava entero, se ha de partir la madera para sacarlo. Lo mismo sucede con el pecado. Se clava en la naturaleza por la costumbre. Y después de acostumbrar al pecador con la pereza y el pecado, entonces espero a un lado y me divierto con él. No necesito hacer nada más. El hombre se acostumbra al pecado y entra en su naturaleza, y así, la costumbre se convierte en su segunda naturaleza. Él sólo acude al pecado, y yo me regocijo, pero, aún así, me cuesta hasta que lo enseño a retrasar las buenas acciones de hoy para mañana, y de mañana, al día siguiente. Del mismo modo, hasta la vejez, hasta el momento de su muerte. Y su retraso se acostumbra por su pecado. Y si el hombre no deja hoy el pecado, si es reciente, cuanto más envejece, más difícil le será librarse de él. ¿Has visto en el cobre el óxido verde? Si limpias el cobre cada día brillará como el oro. Pero si lo dejas tiempo, surge el óxido verde y no se puede limpiar con nada, si no se funde. Así sucede con el alma cuando envejece en el pecado. Si hoy no ha dejado el pecado, que no piense que mañana o al día siguiente le será más fácil dejarlo. Porque a medida que el tiempo va pasando, el pecado envejece, se introduce en la naturaleza; la costumbre se convierte en su segunda naturaleza y el hombre pecará, quiera o no, y con gran dificultad se separará del pecado una vez haya envejecido en él.

La costumbre, según las leyes canónicas de la Iglesia, es el décimo escalón del pecado, siendo el siguiente y penúltimo, el de la desesperación. Y cuando veo que el hombre se ha acostumbrado al pecado, durante un año, dos, diez, los que hagan falta, entonces es mío para siempre. Así consigo engañarlo, pues miles de millones retrasan la penitencia de hoy para mañana y todos llegan a someterse al pecado; pues así, el pecado que no han abandonado hoy, mañana puede arraigarse y cada vez es más difícil abandonarlo. Y cuando el hombre quiere abandonar el pecado, el pecado se alza en su contra y le dice: “¿Cómo eres tan necio, oh hombre? ¿Has vivido siempre conmigo, y ahora quieres abandonarme? ¿Qué te sucede? ¡Ahora debes vivir como te he enseñado y según tienes ya por costumbre”.

Así, oh Oscuridad, este es mi consejo y mi arte, y tengo más tropas en el infierno y miles y miles de aprendices, a quienes he enseñado así, y los envío a la tierra a que susurren al hombre: “Oh hombre, para las buenas obras tienes tiempo. Mañana, al día siguiente, el año que viene, en tu vejez”. Y así, aún tengo éxito. Vaya al infierno, oh Oscuridad, y vea cuántos han descendido allí por este consejo.

Entonces Satanás se levantó de su trono y aplaudió:

-Este consejo de Sarsaila es el mejor. ¡Atended todos, pues este es el mejor! Enseña al hombre a retrasar las buenas obras al día siguiente y a cometer primero el pecado. Pues así se acostumbra primero a pecar y las buenas obras ya no las realiza. Así pues, observad…”

Bajó Satanás del trono e hizo subir a Sarsaila, le puso la corona de serpientes y dijo:

-Atended, oh multitud, cantémosle todos porque ha presentado el mejor consejo: el hacer que el hombre retrase sus buenas obras de hoy para mañana. Cantémosle todos “Larga vida”.

Y todos comenzaron a cantar. Así, retumbaron las montañas. Satanás se quitó la corona y le dijo:

-Bravo, anciano Sarsaila, pues nos has dado un buen consejo. Acudid, multitud de diablos, con el consejo de Sarsaila, para aportar el mayor número posible de almas a mi reino, para que sufran con nosotros por los siglos de los siglos. Si alguien os dice: “Hay Dios”, decidle: “Sí, lo hay, pero deja la buena obra para mañana, o para el día siguiente, o para tu vejez. ¿Quieres confesar hoy mismo? ¿Quieres comulgar hoy? ¿Quieres dar limosna también hoy? ¿No ves que aún tienes tiempo? Déjalo para mañana”. Y si les enseñáis así, os escucharán, se acostumbrarán al pecado y vendrán todos al infierno.

El monje, después de ver y escuchar todo esto, vio cómo Satanás daba tres palmadas y el aire se apagó como una chispa y ya no se vio nada más, ni tampoco se escuchó nada. Se quedó asombrado por lo escuchado, y de cómo prepara el demonio a sus discípulos y a la multitud de diablos del infierno para enseñar a la gente a retrasar la penitencia.

Entonces vino el ángel del Señor y le dijo: “¿Has visto, padre? ¡Has rezado durante tantos años para que Dios te enseñe cómo engaña el diablo a los hombres y cómo los conduce al reino del infierno! ¡Lo has visto con tus propios ojos y lo has escuchado con tus propios oídos! ¡Has visto cómo les dice: “Acudid al monasterio, pero al salir acudid también a la taberna. Otros le dicen que no hay Dios, pero el mejor consejo es el de Sarsaila. Es mejor que retrase las buenas acciones para mañana y que cometa pecados.

Ve a tu celda, coge un cuaderno, toma tu pluma y escribe todo lo que has visto y oído para que quede como testimonio para las generaciones futuras esta trampa del demonio. Pero todos han de saber que el mejor engaño que emplean los demonios para obtener almas para el infierno, es hacer que los hombres retrasen sus buenas acciones para el día siguiente, de la juventud a la vejez, hasta el lecho de muerte, y así poder llevarlos a todos al infierno.

Y así escribió este consejo de los demonios para obtener almas. Yo era un niño de 13 o 14 años cuando leí esto. Y lo recuerdo desde entonces y aún vuelve a mis oídos. Así lo dispuso Dios para que recordéis que, cuando el pensamiento nos enseña a no abandonar el pecado, y a retrasar las buenas obras para el día siguiente, o para cualquier otro momento, esto es obra de Sarsaila.

“¿Has visto el óxido verde en el cobre”?, preguntó San Efrén. El cobre, cuando se oxida, no se puede limpiar, lo mismo que el pecado cuando envejece en el hombre. Cuanto más envejece, cuanto más nos somete, más nos lleva a la perdición temporal y luego a la perdición eterna.

Mas si veis que el ángel dice: “Oh hombre, ve a confesar”, entonces acudid. Si decís que iréis en otro momento, en ese mismo instante os ha engañado Sarsaila. Cuando veáis que la conciencia os dice: “Di todos los pecados desde la infancia, no sea que te mueras y que te quedes sin poder confesar”, y luego viene otro pensamiento, y os dice: “No lo hagas aún, espera”, aquel es el consejo de Sarsaila. Si la conciencia te dice: “Oh hombre, abandona el tabaco, no robes, no bebas, o cualquier otra cosa”, y os viene otro pensamiento, y os dice: “Ay, tengo que vivir la vida, puedo beber un poco, puedo fumar un cigarro”, este es el consejo de Sarsaila. Cuando el ángel os diga: “Levántate a media noche y recita el padre nuestro al menos siete veces y haz siete postraciones”, y luego te viene a la mente esto: “Justo ahora cuando el sueño es más dulce, no lo haré. Lo haré por la mañana, o al día siguiente”, esto es obra de Sarsaila. Así, estemos atentos: cuando aprendamos a retrasar las buenas obras, eso será la obra de Sarsaila, con la cual nos conducirá al infierno.
Cómo nos acostumbramos a trabajar las buenas acciones


Consejos de Abba Zósimo



Alguien viene para aprender un oficio. Al principio hace esfuerzos, estropea el material y muchas veces lo tira, pero no deja de trabajar y comienza de nuevo. Y aunque muchas veces lo estropea, no abandona el trabajo, mostrando al oficial su buena voluntad. y si acaso se hubiera enfadado con algo y lo deja, nunca aprenderá aquel oficio, pero si tiene paciencia y se cansa trabajando, no huirá, aunque sea corregido y amonestado muchas veces, pues con la ayuda de Dios se acostumbrará y lo hará todo sin esfuerzo y con gozo.

Igual sucede con las cosas espirituales. Si alguien quiere hacer buenas obras, no piense que lo hará desde el primer instante, porque es imposible. Es necesario comenzar. Y aunque muchas obras las hará mal, que no abandone por dejadez, porque así no terminará nada, sino que comience de nuevo, así como el que quiere aprender un oficio. Y si soporta muchas veces sin ablandarse, entonces Dios verá su buena voluntad y su esfuerzo, y le concederá obrar sin repulsión, como ya he expuesto. Pues todo se basa en eso: cuando caiga, que no reduzca su lucha espiritual, sino que empiece de nuevo.

De este modo es la obra de los que quieren trabajar las buenas acciones. Toda buena obra necesita esfuerzo y mucho tiempo. Querer y amar el esfuerzo está en nuestra voluntad, pero necesitamos la ayuda de Dios, porque si Dios no ayuda a nuestra buena voluntad, en vano serán nuestros esfuerzos; igual que el labrador que trabaja la tierra y la siembra, pero si Dios no concede la lluvia a su siembra, de nada sirve su esfuerzo.

Así mismo, la oración y nuestro esfuerzo necesitan la ayuda de Dios para que aportemos nuestro beneficio. Si nos ablandamos en la oración y nos enfadamos alejándonos del esfuerzo, ¿cómo verá Dios nuestra obra, si no aportamos nada con esfuerzo? Pues del mismo modo, tampoco recibiremos nada.

Pero Dios ve nuestra buena voluntad y según la medida de esta, nos otorga sus preciosos dones.


Padre Cleopa Ilie

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La teología y la práctica detrás de Ecumenismo


Es conocido que la Iglesia Ortodoxa es llamada también ecuménica porque se extiende en la totalidad del mundo y sobrepasa el nacionalismo. El término ecuménico está relacionado también con el término católico, puesto que, como confesamos en el Símbolo de Fe, la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica Iglesia”.

El término ecuménico, sin embargo, no se identifica con el término ecumenista y por consiguiente, existe gran diferencia entre Iglesia ecuménica y Iglesia ecumenista, puesto que esta última se distingue por los principios del ecumenismo.

Antes que avancemos en el tema principal de qué es el ecumenismo en la práctica, es decir en la teología y en la ascesis, tenemos que definir con brevedad qué entendemos exactamente con el término ecumenismo.

1. Las teorías básicas del ecumenismo



Como ecumenismo es caracterizado un movimiento que fue desarrollado los últimos siglos y que es expresado en algunas teorías “eclesiológicas” generales, es decir, algunas teorías sobre la Iglesia. Serán referidas 5 de estas teorías.

En la primera teoría está incluida la teoría “de las ramas”. De acuerdo con esta teoría todas las Confesiones cristianas y cada una de estas por separado constituyen ramas del uno y unitario árbol del Cristianismo, y por extensión todas las Confesiones, incluida también la Iglesia Ortodoxa, buscan la totalidad de la verdad, la cual naturalmente no la tienen ellas solas, puesto que cada una tiene una parte de la verdad.

Otra teoría paralela a ésta es también la teoría de “los dos pulmones”, es decir, que la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo respira con dos pulmones, es decir con el Cristianismo oriental y el Cristianismo occidental.

Con estas teorías se relativiza a la Iglesia Ortodoxa en cuanto a la verdad revelada de que dispone, y son reconocidos elementos de verdad y vida también en las otras Confesiones cristianas. Esto no puede ser aceptado por la Iglesia Ortodoxa, como es expresado por los santos Padres de la Iglesia.

La segunda teoría eclesiológica del ecumenismo es la llamada “teología bautismal”. Se trata de una teoría de acuerdo con la cual “ dónde sea consumado el bautismo en el nombre de la santa Trinidad, allí también se encuentra la verdadera Iglesia, incluidos en ésta también los heterodoxos”. Claro que esto se dice teóricamente, porqué el problema se sitúa en el hecho que aunque en algunas Confesiones es mencionado el Dios Trinitario, en éstas existe diferente teología como en las hipóstasis del Dios Trinitario y en la teología sobre la esencia y las energías increadas de Dios.

El Profesor Andreas Zeodóru escribe: “La teología bautismal se hace sospechosa y rechazable cuando, saltando los límites confesionales, tiende a incluir en el terreno de la una, santa, católica y apostólica como miembros normales de Ella, a heréticos y heterodoxos, simple y solamente porqué celebran el bautismo en el nombre de la Santa Trinidad, independientemente al resto de su identidad eclesiológica, a la opinión incorrecta, a la herejía y al engaño que les cubre.

La tercera teoría teológica y eclesiológica es la teoría de la llamada “contenibilidad”. Se trata de la teoría básica del Anglicanismo, la cual pretende que los miembros de la Iglesia pueden coexistir profesando creencias contradictorias sin provocar problemas en la unidad de la Iglesia. Sin embargo, no puede contemplarse como ortodoxa una teoría tal que pone en duda la verdad de la Iglesia y que aspira a la llamada “unión de las Iglesias”, como si esta unión fuera unión de algunas Corporaciones Cristianas y no se apoyara en la verdad revelada que entregó Cristo a los Apóstoles y que vivieron y confesaron los Padres de la Iglesia. Además, según el dicho de Cristo “por tanto, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, por mínimo que sea y enseñe así a los hombres, será tenido por el menor en la realeza de los cielos” (Mateo 5, 19).

La cuarta teoría teológica es el llamado “sincretismo dogmático intercristiano”. Se trata del punto de vista de algunos que las diferencias dogmáticas entre los diferentes heterodoxos son sencillamente tradiciones típicas de cada “Iglesia” que fueron creadas en el transcurso de los siglos, con la influencia de algunas condiciones locales, y que estas tradiciones deben de ser dejadas de lado de modo que veamos la unión de la Iglesia, la cual debe ser expresada con la variedad de diferentes formas y expresiones; esta teoría no puede tener fundamento des del lado ortodoxo, porque hay clara diferencia entre tradición-verdad revelada y tradiciones de aspectos parciales y exteriores de la vida eclesiástica.

Finalmente, la quinta teoría “teológica” es el llamado “sincretismo interreligioso”. Se trata de un punto de vista, el cual es cultivado por determinados “teólogos ortodoxos” de la diáspora, de acuerdo con el cual hemos de ver los puntos teológicos comunes que son observados en todas las grandes religiones monoteístas y trabajar sobre estos puntos, a fin de que construyamos la unión religiosa del mundo. Naturalmente también esta teoría no puede resistir una crítica seria, ya que los puntos comunes en la expresión externa de los dogmas no pueden refutar las serias diferencias en los dogmas. No es tanto los puntos comunes que expresan la verdad, sino los diferentes marcos de referencia y la diferente teología.

Está claro que con tales teorías “teológicas y eclesiológicas “ se aspira a la creación de una Iglesia ecumenista y en la realidad es expresado un minimalismo dogmático y una relativización de la fe ortodoxa, y por supuesto es refutada la verdad revelada de Cristo, que permanece en la Iglesia Ortodoxa, la cual es el verdadero Cuerpo de Cristo.


(Metropolita Ierotheos Vlajos, de su libro “Hesiquía y teología”)


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Tuesday, September 29, 2015

Casa de oración es pues el alma en la cual la memoria de Dios es santificada continuamente.. ( San Isaac el Sirio )


 Templo de Dios es una casa de oración . Casa de oración es pues el alma en la cual la memoria de Dios es santificada continuamente. Si todos los santos son santificados por el Espíritu para que sean templos de la adorable Trinidad , [esto significa que] el Espíritu Santo les santifica manteniendo vivo [en ellos] el recuerdo de Dios. En efecto, la oración continua consiste en el recuerdo continuo de Dios. Entonces, por medio de una oración continua, los santos son santificados volviéndose morada de la acción del Espíritu Santo, como dice uno de los santos: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia estará en el cielo”.

 Si, por tanto, nuestra alma, gracias a la oración continua, se convierte en otro cielo, en el cielo no hay bien que falte, ni es atravesado por ningún mal, ni se le acerca la tentación, ni las pasiones del cuerpo y del alma, ni el recuerdo de los males, ni ninguna cosa que aflige al cuerpo, ni las tinieblas ni las vejaciones del alma. Si, en cambio, todas estas tentaciones [se abaten sobre nosotros, deducimos de esto], que esto nos sucede porque vagamos y nos alejamos del recuerdo de Dios, y es por esto que nosotros erramos cayendo en toda clase de mal. La oración, en efecto, es el resultado del recuerdo de Dios que hace cesar las causas del errar. Aquel errar por el cual nosotros sufrimos todos los males.

 Perseveremos pues en la oración, que es la forma luminosa del recuerdo del Señor, nuestro Dios: [entonces] nos abandonarán todas las tentaciones –que la providencia, en vista de la [oración], permite que sean mandadas para estropear en nosotros el recuerdo de Dios- gracias a la vehemencia de la intercesión y a la crucifixión del intelecto que esta [se realiza]. En efecto, estos carceleros –que son las tentaciones- nos empujan necesariamente a infringir la [oración]. Uno de los santos ha dicho: “Ora constantemente y el espíritu del error huirá lejos de ti” .

 Cuando por tanto nos aplicamos a la [oración] y hacemos espacio en nosotros al recuerdo del Señor por medio de nuestra oración continua dirigida a él, entonces las tentaciones se alejan, las pasiones se aquietan, Satanás es enviado lejos, las penas no encuentran espacio en nosotros, las aflicciones se marchitan; y todas las realidades adversas ceden el lugar al recuerdo de Dios del cual [gozamos] en precedencia, éstas se van y huyen ante su Señor.  Mientras tanto los ángeles celebran continuamente el misterio de su Señor en la casa en la cual se encuentra el altar del Santo. El recuerdo continuo de Dios es, en efecto, un altar establecido en el corazón por el cual todos los misterios son elevados hacia el Santo del Señor , y donde ninguna realidad contraria que hemos enumerado llega. Éstas se atemorizan ante el fulgor de la luz divina que se inflama en medio de los misterios. Y sucede así, naturalmente, que todos los adversarios son vencidos allí donde Dios es nombrado.

 Si en efecto sucediese que, también cuando nos aplicamos a la [oración], algunas de aquellas realidades salieran todavía a perturbarnos y a mostrar su impudencia siendo ocasión de molestia, [esto sería signo] de que el recuerdo continuo del Señor no lo hemos custodiado como conviene. Y así, con motivo de nuestra falta, éstas han encontrado el modo de asaltarnos. La insidia de los enemigos, en efecto, no puede acercarse a la casa del rey cuando éste está presente.

 La divinidad, sin embargo, habita en el hombre no con la [propia] naturaleza, desde el momento que su naturaleza no es circunscribible, y no puede ser ni circunscripta ni encerrada en un lugar. De ella están llenos el cielo y la tierra y no hay lugar que pueda contenerla . Está en efecto en todo lugar y de cada lugar está lejos: [es lejana] por la incircunscribilidad y la excelencia de su naturaleza, pero [está en cada lugar] por las realidades incomprensibles realizadas para nosotros. Se afirma que Dios habita en un lugar mediante la voluntad y el actuar de su fuerza, como está escrito: Habitaré en ellos y en estos caminaré ; es decir: “Mostraré en ellos la fuerza de mi actuar”. Como también está escrito que [Dios] cubrió el templo de Jerusalén o la tienda erigida por Moisés .


8. Cuando la casa de [Dios] fue edificada y llevada a cumplimiento por Salomón, se afirma que su Shekinah la cubrió y llenó la casa con su magnificencia, y los sacerdotes salieron del Santo, ante la Shekinah del Señor, ya que no podían prestar servicio en cuanto la casa entera estaba llena de la nube de la magnificencia del Señor . Este fue el signo de que Dios se complació de aquella [casa] y la tomó por morada. Así sucede también en el alma, que ha sido edificada mediante lo que es excelente, cuando al momento de la oración siente esta nube que cubre el intelecto en oración.


 Esto sucede de manera invisible, y [el orante] no es capaz de terminar la recitación de su oración. Por esto él se aquieta ante la magnificencia del Señor que a través de la intuición se revela al intelecto y es reducido al silencio en el asombro: ¡esto es entonces el signo que el Señor se ha complacido de él y lo cubre! Lo mismo vio Ezequiel cuando le fue mostrado en revelación la construcción del templo: tan pronto aquella casa que fue construida ante él -que le era mostrada como revelación divina- fue llevada a cumplimiento, ve también la Shekinah  divina que cubre la casa y era llena de ella.


En la visión que veía estaba cómo la obra divina que era impresa en él, por medio de aquella admirable vista que, antes que fuese realizada, le fue dado ver. E, incluso estando él físicamente en Babilonia, veía la revelación en Jerusalén, que estaba alejada alrededor de trecientas parsahe  de camino. Le fue así mostrado a Aquel que entró [en la] casa y la Shekinah de Dios que la cubría. Como [él mismo] dice: Me condujo a la puerta que miraba al oriente ; había en efecto un hombre que le mostraba todas estas cosas por revelación: era un ángel que le hablaba. [Este] dijo: Pon en tu corazón todo lo que yo te muestro, ya que es para mostrártelo que he venido .


 Mediante estos [ejemplos] se nos dan a conocer dos cosas: que todas las revelaciones de los santos les han sido concedidas mediante la mediación de los ángeles y que éstos, [es decir los ángeles], les instruían hasta que uno no se había acercado a la revelación de la visión divina; y lo segundo es que las revelaciones angélicas preceden a la revelación divina y la condición realizada en los [santos] gracias a la acción del Espíritu Santo, como también aquí se nos da a conocer . Por esto [Ezequiel] dice:Me condujo a la puerta que mira al oriente y he aquí la gloria del Dios de Israel que venía del camino del oriente y su voz era como la voz de muchas aguas . También aquella revelación que [Dios] le mostró es según el orden de aquí abajo. Dice en efecto: la tierra ha resplandecido de la gloria; y continúa: yo caí sobre mi rostro y la gloria del Señor entró en la casa . Y también, en otro lugar, dice: el patio interno fue colmado por la nube, la gloria de Dios se elevó por encima de los querubines y la casa fue colmada por la nube . Y también: el patio interno fue colmado por la gloria del Señor ; y otras cosas semejantes, que las Escrituras dan a conocer acerca de cuanto es obrado según el orden de la Shekinah, cuya fuerza cubre el [lugar] reservado al Nombre de la santidad de [Dios] y en la cual su memoria es santificada en todo tiempo. Así [las Escrituras], con el fin de instruir, muestran mediante una visión clara esto que la gloria de [Dios] obra.


 En cuanto a aquellas expresiones [en las cuales se dice que Dios] “mora” y “habita” , no [debe entenderse que esto suceda] con su naturaleza, sino es con su gloria y su obrar que Él habita en el lugar reservado a su santidad. [Es así que], sea [que habite] en un edificio hecho por manos [de hombre] y [en] realidades no dotado de razón, llamadas utensilios de su santuario, sea [que habite] en los templos racionales que son las almas. Son, en efecto, la fuerza y el obrar [de Dios] que santifican y separan de las otras almas a aquella alma en la cual el Señor es santificado por medio del recuerdo de Él. Por tanto, es gracias a la manifestación de una revelación y del conocimiento de los misterios en ésta revelados, y no por medio de la inhabitación de la naturaleza [de Dios en nosotros], que nosotros deseamos este bien y en todo tiempo santificamos nuestros miembros, junto a nuestra alma, en las alabanzas de Dios.


 ¡Nos santificamos por tanto a nosotros mismos con el recuerdo continuo de Él, que nos es posible mediante la oración! Nos volvemos templos santos por medio de la oración, para acoger en nosotros mismos la adorable acción del Espíritu, como dice el Apóstol: Todo es purificado y santificado por medio de la palabra de Dios y de la oración ; en efecto, el recuerdo de Dios, que es custodiado aquí abajo y la invocación del Nombre del Señor santifican [todo] y alejan toda mancha y toda fuerza extraña. . Se ha dicho también: En todo lugar te acordarás de mi Nombre, vendré a ti y te bendeciré . Nosotros nos acordaremos por tanto continuamente de Dios y nuestra boca será bendecida, como dijo hace un tiempo un santo a algunos seglares que estaban sentados: “¡Levantaos y saludad a los solitarios para que seáis bendecidos! Sus bocas, en efecto, son santas, desde el momento en que hablan continuamente con Dios” .


 ¡Ved, por tanto, como es hecha digna de santidad la boca que en todo momento habla con Dios [como] es santificado el corazón en el cual continuamente el Nombre del Señor es bendecido! ¡Bendice continuamente a Dios en tu corazón para ser bendecido y no dejes de bendecirlo! Santifica tu alma y todos tus miembros bendiciéndolo, diciendo: Bendice al Señor, alma mía; y todos mis huesos, su Nombre santo ; y también: Te alabo, mi Señor, mi Rey, etc. . 17. Pronuncia con tu boca su alabanza y no te canses jamás de glorificarlo, y [así] su magnificencia y su gloria llenarán tu alma. Sea exaltado Dios en tu corazón en todo momento y no seas jamás saciado de su magnificencia y de sus bendiciones, y tampoco de aquella gloria que el Profeta ve morar sobre Jerusalén, y [así] tu alma será colmada. Dice [Ezequiel]: La tierra ha resplandecido de su gloria . Y también [alguien ha dicho]: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia será un cielo” .
 

Aspiremos por tanto a esta magnificencia, para [ser] templos de Dios, por medio del recuerdo continuo de Él, en las oraciones y las alabanzas, como dice el santo obispo Basilio: “La oración pura es la que realiza en el alma el recuerdo continuo de Dios. Así nosotros seremos templos para Dios, porque él mora en nosotros por medio del recuerdo continuo con el cual nosotros nos acordamos de Él” . De esta gloria celeste son hechos dignos los que son casa de oración ; y el templo en el cual mora la memoria continua del Señor resplandece hasta el punto en que los rayos que por él [emanan] irradian y resplandecen también a lo lejos.
 

 ¡El recuerdo continuo de Dios es el misterio del mundo futuro en el cual nosotros recibimos plenamente aquí abajo la gracia entera del Espíritu y [de tal modo] el recuerdo de Dios no se alejará más de nosotros aquí abajo, porque así nosotros somos su templo en plenitud! Los santos sobre la tierra han deseado ardientemente este misterio de la alegría futura, con aquella avidez persistente, típica de la oración; [han deseado] ser hechos dignos de ella, por medio de la gracia y de la misericordia de Cristo, nuestra esperanza , junto a todos sus santos, por los siglos de los siglos. Amén.

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Historia del Bautismo


Los Padres de la Iglesia no han dejado de explotar ciertos valores precristianos y universales del simbolismo acuático, aun tomándose la libertad de enriquecerlos con nuevas significaciones en relación con la existencia histórica de Cristo. Para Tertuliano (De bautismo, III-V), el agua ha sido, antes que nada, "el asiento del Espíritu Santo, que la prefería entonces a los demás elementos... Fue esta primera agua la que dio origen al viviente para que no hubiera motivo de asombro si con el bautismo las aguas siguen produciendo vida... Todas las especies de agua, por efecto de la antigua prerrogativa que las distinguió en el origen, participan, por tanto, en el misterio de nuestra santificación, una vez que se ha invocado a Dios sobre ellas. Al punto de hacerse la invocación, el Espíritu Santo desciende del cielo, se detiene sobre las aguas que santifica con su presencia, y santificadas de este modo se impregnan del poder de santificar a su vez... Las aguas que daban remedio a los males del cuerpo curan ahora el alma; deparaban antaño la salud temporal, restauran ahora la vida eterna..."


El "hombre viejo" muere por inmersión en el agua y da nacimiento a un nuevo ser regenerado. Este simbolismo lo expresa admirablemente Juan Crisóstomo (Homil. in loh., XXV, 2), quien, a propósito de la rnultivalencia simbólica del bautismo, escribe: "Representa la muerte y la sepultura, la vida y la resurrección... Cuando sumergimos nuestra cabeza en el agua como en un sepulcro, el hombre viejo queda inmerso, sepultado por completo, cuando salimos del agua, el hombre nuevo aparece simultáneamente".


Como se ve, las interpretaciones aducidas por Tertuliano y Juan Crisóstomo armonizan perfectamente con la estructura del simbolismo acuático. Sin embargo, intervienen en la valoración cristiana de las Aguas ciertos elementos nuevos ligados a una "historia", en este caso la Historia sagrada. Hay, ante todo, la valoración del bautismo como descenso al abismo de las Aguas para sostener un duelo con el monstruo marino. Este descenso tiene un modelo: el de Cristo en el Jordán, que era al mismo tiempo un descenso a las Aguas de la Muerte. Como escribe Cirilo de Jerusalén, "el dragón Behemoth, según Job, estaba en las Aguas y recibía al Jordán en su garganta. Mas como era preciso romper las cabezas del dragón, Jesús, habiendo descendido a las Aguas, encadenó al fuerte, para que adquiriésemos la facultad de caminar sobre los escorpiones y las serpientes".


Viene a continuación la valoración del bautismo como repetición del Diluvio. Según Justino, Cristo, nuevo Noé, habiendo salido victorioso de las Aguas, se erigió en jefe de una raza. El Diluvio prefigura tanto el descenso a las profundidades marinas como el bautismo. "El Diluvio era, pues, una imagen que el bautismo acaba de realizar... Lo mismo que Noé se enfrentó con el Mar de la Muerte, en el cual la humanidad pecadora fue aniquilada y salió de él, recién bautizado desciende a la piscina bautismal para enfrentarse con el Dragón del mar en un combate supremo y salir victorioso".


Pero, sin salirnos aún del rito bautismal, tambien pone a Cristo en parangón con Adán. El paralelo Adán-Cristo ocupa ya un lugar considerable en la teología de San Pablo. "Por el bautismo -afirma Tertuliano-, el hombre recupera la semejanza con Dios" (De bapt., V). Para Cirilo, "el bautismo no es sólo purificación de los pecados y gracia de la adopción, sino también antitypos de la Pasión de Cristo". La desnudez bautismal, asimismo, comporta una significación ritual y metafísica a la vez: es el abandono del "viejo vestido de corrupción y de pecado del cual el bautizado se despoja, siguiendo a Cristo, ese vestido con que se había revestido Adán después del pecado", pero también significa el retorno a la primitiva inocencia, a la condición de Adán antes de la caída. ¡Oh cosa admirable! -escribe Cirilo-. Estabais desnudos ante los ojos de todos sin sentir vergüenza. Es que en verdad llevabais en vosotros la imagen del primer Adán, que estaba desnudo en el Paraíso sin sentir vergüenza".


Según este puñado de textos, se da uno cuenta del sentido de las innovaciones cristianas: por una parte, los Padres buscaban correspondencias entre los dos Testamentos; por otra, mostraban que Jesús había cumplido realmente las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Pero conviene observar que estas nuevas valoraciones del simbolismo bautismal no contradicen el simbolismo acuático difundido universalmente. Todo reaparece en él: Noé y el Diluvio tienen como correlato, en innumerables tradiciones, el cataclismo que puso fin a la "humanidad" ("sociedad") con la sola excepción de un hombre que habría de convertirse en el Antepasado mítico de una nueva humanidad. Las "Aguas de la Muerte" son un leitmotiv de las mitologías paleo-orientales, asiáticas y de Oceanía. El Agua "mata" por excelencia: disuelve, borra toda forma. Y precisamente por esto es rica en "gérmenes", es creadora. El simbolismo de la desnudez bautismal tampoco es privilegio exclusivo de la tradición judeo-cristiana. La desnudez ritual equivale a la integridad y a la plenitud; el "Paraíso" implica la ausencia de "vestidos", es decir, ausencia de "desgaste" (imagen arquetípica del Tiempo). Toda desnudez ritual implica un modelo intemporal, una imagen paradisíaca.


Los monstruos del abismo reaparecen en multitud de tradiciones: los héroes, los iniciados, descienden al fondo del abismo para enfrentarse con los monstruos marinos; se trata de una prueba típicamente iniciática. Ciertamente, en la historia de las religiones, abundan las variantes: a veces los dragones montan la guardia alrededor de un "tesoro", imagen sensible de lo sagrado, de la realidad absoluta; la victoria ritual (iniciática) contra el monstruo-guardián equivale a la conquista de la Inmortalidad. El bautismo es, para el cristiano, un sacramento por haber sido instituido por Cristo. Pero no por ello deja de recoger el ritual iniciático de la prueba (lucha contra el monstruo), de la muerte y la resurrección simbólicas (el nacimiento del hombre nuevo). No decimos que el cristianismo o el judaísmo hayan tomado en "préstamo" tales mitos o símbolos de las religiones de los pueblos vecinos; no era necesario: el judaísmo era heredero de una prehistoria y de una larga historia religiosa donde todas esas cosas existían ya. Incluso no era necesario que tal o cual símbolo fuera conservado "despierto", en su integridad, por el judaísmo. Bastaba con que sobreviviera un grupo de imágenes, aunque fuera oscuramente, desde los tiempos premosaicos. Tales imágenes y tales símbolos eran capaces de recobrar, en cualquier momento, una poderosa actualidad religiosa.


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Diálogo entre Virgen Madre de Dios y su Hijo, Señor Jesús, que tiene lugar en el camino de la cruz


Venid todos, celebremos a Aquél que fue crucificado por nosotros. María le vio atado en la Cruz: «Bien puedes ser puesto en Cruz y sufrir—le dijo Ella—; pero no por eso eres menos Hijo mío y Dios mío».

Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba llorando: «¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? ¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres el Logos; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado pura, Hijo mío y Dios mío».

«Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: ¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?».

«Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios mío».

Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló de esta manera: «Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es por lo que Yo muero».

«¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios».

«Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en él me he recogido. Según la profecía de David: esta montaña recogida soy Yo; lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el Logos, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque lo ha querido, Hijo mío y Dios mío».

Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no sufro, no hay salvación para Adán… Y, sin embargo, Tú has sanado a tantos sin padecer. Para curar al leproso te fue suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al ciego con una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, Hijo mío y Dios mío».

El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, respondió a María: «Tranquilízate, Madre: después de mi salida del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y exclamarás con júbilo: Son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo mío y Dios mío».


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Monday, September 28, 2015

Sabias palabras


“Cuando San Antonio tuvo que buscar un hombre de oración mucho más santo que él, su ángel de la guarda no le envió a un monasterio o al obispo de Alejandría, donde, sin embargo, vivía el gran san Atanasio, sino a una calle insignificante de aquella gran ciudad de perdición, en la que los hombres no distinguían ya su mano derecha de la izquierda, y allí encontró a un humilde zapatero que le convirtió por completo (…) Si deseas encontrar un auténtico hombre de oración, dirígete a los lugares en que permanecen ocultos, sobre todo en el corazón de las ciudades y de los grandes espacios desiertos. Si vas a los monasterios, fíjate en hermanos conversos de edad o en monjes silenciosos. Existen también lugares de gran soledad: los hospitales, las casas de personas ancianas. En ellos hay muchos hombres de oración; pero permanecen ocultos, invisibles. Pide a tu ángel de la guarda que te los descubra. Te bastará verlos para entenderlo todo. Existe una misteriosa red de hombres de oración ocultos como las raíces en el fondo de la tierra, y Dios permite a veces que se encuentren y se descubran en el silencio. Estos se concede gratuitamente.


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No te aterres sino persis­te en la plegaria ( Simeón, el nuevo teólogo )


Si mientras rezas te invade el miedo o escuchas estrépitos, o res­plandece una luz, o sucede alguna otra cosa, no te aterres sino persis­te en la plegaria, aún más intensamente, puesto que lo que acontece es turbación, terror y pavor por parte de los demonios, para que tú te re­lajes y abandones la oración, y luego, cuando esto se haya convertido en costumbre, ellos puedan posesionarse de ti. Si, en cambio, llevada a término la plegaria, resplandece para ti otra luz que es imposible des­cribir y el alma se llena de gozo, y sobreviene el deseo de bienes ma­yores y el correr de las lágrimas junto a compunción, debes saber que ésta es visita y ayuda divina. Y, si te detienes largamente por el hecho de que ya no sucedió nada durante el continuo correr de las lágrimas, apresa tu intelecto en alguna cosa corpórea y en esto humíllate. Pero ten cuidado de no abandonar la plegaria, por temor a los enemigos y, en cambio, como un niño que asustado por unos espantajos huye a los brazos de su madre o del padre y rechaza el temor de aquéllos, así tam­bién tú, corriendo hacia Dios, con la oración, huirás del miedo a tus enemigos.


Simeón, el nuevo teólogo


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Akathisto a San Juan Damasceno




Akathisto al Justo San Juan Damasceno cuya memoria se celebra el 4/17 de Diciembre.

Kondakio I
A ti, Oh Juan Damasceno, lámpara del Espíritu Santo, himnógrafo celestial, defensor de la correcta veneración a los iconos y maestro de la Ortodoxia, nosotros los fieles, te ofrecemos este himno de alabanza pues te estableciste como una muralla infranqueable para el Señor, Cristo nuestro Dios, preservando la enseñanza Ortodoxa de la iglesia y adornando la fe con la riqueza de los himnos y las melodías que compusiste, por lo que te clamamos: Alégrate, oh Justo Juan de Damasco, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza.

Ikos I
Habiendo nacido en tierras sarracenas, oh justo Damasceno, no fuiste privado de la fe, pues tu piadoso padre Sergio, liberó a San Cosme, monje siciliano prisionero de los árabes y gran erudito para ser tu tutor y el de tu hermano Cosme, que sería Obispo de Maiouma, en Siria, educándoos en la verdadera fe y enriqueciéndoos en las artes de la música, la astronomía y la teología, para que con erudición pudieras preservar y proclamar a Cristo crucificado por todas las generaciones cantando:

Alégrate, discípulo, que llegaste a ser maestro de la fe
Alégrate, hijo, que te convertiste en padre espiritual
Alégrate, padre espiritual, que tornaste en ser manso como un niño por la humildad
Alégrate, Elegido, pues providencialmente fuiste educado por un santo en la santidad
Alégrate, filósofo, que desdeñaste la filosofía mundana para adentrarte en la sabiduría celestial

Alégrate, muralla inexpugnable, ante la cual los iconoclastas no pudieron pasar
Alégrate, sabio, que te gloriaste en la ignorancia para hacerte docto en la fe
Alégrate, fiel a la fe ortodoxa, que nunca flaqueaste ante la adversidad
Alégrate, soldado de Cristo, que soportaste las embestidas del maligno con estoica valentía
Alégrate, perfecta unión de la sabiduría del hombre y el conocimiento divino bajo el que fueron aplastados la falsa sabiduría y fe de los sarracenos
Alégrate, Predicador de la verdad, que destruiste las mentiras del maligno
Alégrate, Gran expositor de la fe ortodoxa, que despejaste las tinieblas del error
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio II
Tu elocuencia y tu gran sabiduría te llevaron a ser educado en la corte del Califa y te fue dado un puesto de gran dignidad y honor como consejero para el gobernante musulmán, pero tú nunca olvidaste tu fe y al igual que los ángeles, clamaste incesantemente al Señor: ¡Aleluya!

Ikos II
Muy perturbado por el deshonor dado a los Santos Iconos de nuestro Señor, a Su Purísima Madre y a Sus santos, tú escribiste con fidelidad y pasión “tres tratados apologéticos contra quienes reprueban las imágenes” que servirían para aplastar la impiedad del Emperador iconoclasta de Bizancio, León el Isáurico, que detestando tus palabras fieles a los mandamientos de nuestro Señor, te calumnió traicioneramente ante el Califa y castigándote te cortó tu mano. Por lo que clamamos:

Alégrate, icononófilo que defendiste sin miedo la Verdad
Alégrate, tú que disipaste la herejía iconoclasta
Alégrate, maestro de la piedad y reverencia a los santos iconos
Alégrate, pues tu devoción por los iconos de nuestro Señor, Su Madre y Sus santos te llevaron a estar entre ellos
Alégrate, perfecta armonía de su correcta veneración
Alégrate, pues por tu enemistad con el impío emperador Isaurico obtuviste tu merecida gloria
Alégrate, pues soportaste el castigo por causa de la fe ortodoxa
Alégrate, pues usaste tu mano derecha para proteger la verdad
Alégrate, pues perdiste tu mano derecha por Cristo
Alégrate, pues pacientemente sufriste el castigo sin temor
Alégrate, inquebrantable, que ofreciste tu mano como testigo de la verdadera creencia
Alégrate, siervo fiel, que nunca maldijiste a tu señor terrenal, el Califa
Alégrate, icono del perdón, que nunca dejaste de rogar por los que te ofendían
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio III
Pronunciando mansas palabras obtuviste el permiso del Califa para que te fuera devuelta tu mano derecha cortada, Oh Justo Juan; te pusiste en oración, humildemente ante el icono de la Theotokos, le suplicaste que te fuera restaurada tu mano, y aun estando en dicha amarga angustia, desde prisión clamaste a Dios y a Su Santa Madre: Aleluya.

Ikos III
En oración debajo del icono de la Theotokos, tú Oh Damasceno, prometiste a la Siempre Virgen combatir con más fiereza el restablecimiento al culto de los iconos si te restauraba tu mano. Entonces soñaste que la Toda Santa y Siempre Virgen María te sanaba y al despertar descubriste que tu mano te había sido totalmente restaurada, y dispusiste una mano de plata en el icono como símbolo del milagro ocurrido para todas las generaciones. El Califa se sintió engañado por tan injusto castigo y quiso restituirte de todas tus funciones, mientras nosotros, sobrecogidos por tu gran piedad cantamos en alta voz:

Alégrate, Oración ferviente e incesante
Alégrate, mano de Dios que perdiste tu mano
Alégrate, fiel defensor de la Theotokos
Alégrate, Justo cumplidor de las promesas dadas a Cristo
Alégrate, Sumiso a la divina Providencia
Alégrate, angustiado que encontraste la exaltación en la humillación
Alégrate, que fuiste encontrado digno de la visita de la Theotokos
Alégrate, tú que te comprometiste a luchar cual león contra los iconoclastas
Alégrate, tú que fuiste vilmente acusado, y defendido por las obras de Dios
Alégrate, tú que aceptaste humildemente la acusación para que se hiciera la Voluntad de Dios
Alégrate, Consejero, que obtuviste el consuelo de la Thetokos
Alégrate, tú que perdiste tu mano para que Dios pudiese obrar maravillas en ti
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio IV
Al serte restaurada tu mano, oíste la voz de la Theotokos que te decía “Tu mano ha sido curada, cumple tu promesa”. Entonces con tu mira puesta en lo celestial y en la vida monástica, rogaste que te dejasen marchar y te liberasen de tus cargos, y el Califa a quien fielmente serviste, sólo te dejo marchar ante tu insistencia en dirigir tu vida hacia lo divino. Y tomando el hábito monástico en el monasterio de San Sabas, clamaste: ¡Aleluya!

Ikos IV
Al entrar en el monasterio y aceptar el atuendo del ascetismo, te fue dado un padre espiritual, un anciano espiritual que era sencillo y austero y que te mandó no volver a coger la pluma con la mano que te había sido restaurada e incluso no hablar sobre temas en los que fuiste educado, y tu obedeciste con humildad, por lo que nosotros los fieles te alabamos diciendo:

Alégrate, tú que abandonaste la gloria terrenal en busca de la gloria celestial
Alégrate, adorno de los monjes
Alégrate, tú que fuiste ensalzado con el atuendo de la humildad
Alégrate, obediente hijo espiritual, formado como maestro entre los hombres
Alégrate, despojado de la riqueza material que disfrutaste de grandes riquezas
Alégrate, casto, que descubriste el mayor de todos los placeres
Alégrate, paciente, a la espera de alzar la voz en cumplimiento de tu promesa
Alégrate, joven asceta, que te gloriaste en austeridad
Alégrate, joven luminaria, que aplastaste la cabeza de la serpiente
Alégrate, gran escritor, sin necesidad de pluma
Alégrate, gran orador que recibiste el apelativo de Crisorroas[1]
Alégrate, Predicador de Oro, que te contuviste por obediencia a tu padre espiritual
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio V
Como ejemplo de obediencia, tú guardaste fielmente los mandamientos de tu guía espiritual en el corazón y el intelecto y en la psique, aunque tuviste compasión de un hermano monje que se encontraba al filo de la muerte y que te imploró, Oh Crisorroas, que le compusieras un himno en honor a los difuntos que fuera tan maravilloso que todos los difuntos elevasen su voz y cantasen: ¡Aleluya!

Ikos V
Al liberar tu intelecto, tu boca y tu mano, te pusiste a componer el himno, pero despertaste la ira de tu anciano espiritual que te prohibió componer o hablar elocuentemente, Oh orador de Oro, y te ordenó abandonar tu celda. El anciano espiritual sólo te recibió tras humillarte y mandarte las tareas más sucias del monasterio. A causa de tu voluntaria humillación, te cantamos:

Alégrate, compasivo que perdonaste tus humillaciones
Alégrate, Compositor que compusiste la Evlogetaria por los difuntos
Alégrate, himnógrafo que no olvidaste a los que se durmieron en el Señor
Alégrate, arroyo de gracia y Orador de Oro
Alégrate, dechado de humildad y obediencia
Alégrate, tú que te lavaste y limpiaste de la inmundicia
Alégrate, compositor melódico
Alégrate, Arpa del Espíritu Santo
Alégrate, luminaria en medio de las tinieblas de la herejía y el error
Alégrate, trabajador incansable en la restauración de la Verdad
Alégrate, humillado que serías enaltecido
Alégrate, tú cuyos himnos rezaremos de generación en generación
Alégrate, Oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio VI
Vencido por el sueño provocado por la Toda Santa, tu anciano espiritual cayó en un profundo sueño en el que vio que la Purísima Virgen Theotokos se le acercaba, reprendiéndole y mandándole no volver nunca más a interferir sino para animar al gran lexicógrafo a componer siempre himnos y alabanzas a su Hijo, Señor y Dios nuestro. Y despertándose del sueño, abrumado de alegría, se acercó al justo Damasceno y juntos cantaron: Aleluya.

Ikos VI
Respetando la fiel regla establecida, ordenaste el Tipicón y creaste el Octoecos para que todos los fieles pudiesen cantar alabanzas al Señor Resucitado que triunfó sobre la muerte por nosotros y para nuestra salvación. Para que toda la Iglesia cante con una sola voz y un solo himno, cual Ángeles en los cielos cantando ante el temible trono de Cristo, proclamando:

Alégrate, voz igual a la de los ángeles.
Alégrate, melodía sin igual entre los hombres
Alégrate, cántico igual a los arcángeles
Alégrate, tú que estás siempre en guardia como los querubines
Alégrate, tú que estás siempre en constante alabanza a Dios como los Serafines
Alégrate, tú que embelleciste la Iglesia con himnos
Alégrate, tú que adornaste los lugares santos con alabanzas
Alégrate, tú que compusiste al tabernáculo vivo del Hijo de Dios, la Siempre Virgen.
Alégrate, tú que fuiste inspirado por las huestes celestiales
Alégrate, dulce melodía ofrecida en el santo altar
Alégrate, nuevo David, componiendo para el Mesías profetizado
Alégrate, orgullo de los compositores y azote de los herejes
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza.

Kondakio VII
Siempre que te encontraste en peligro o necesidad, ponías tu esperanza en la Theotokos, que se convirtió en tu fuente de consuelo en medio de la adversidad. Fue siempre tu protectora y tu bastón, y tú le regalaste himnos que fueran dignos de aquella que llevo en su vientre al Dador de Vida, encargando para nuestra salvación. Por eso, con la Toda Santa Theotokos, no atrevemos a elevar nuestros ojos al cielo y clamar en alta voz: Aleluya

Ikos VII
Tus himnos, Oh Justo Juan, nos llevan a la devoción y la piedad hacia aquella que fue la fuente de tu inspiración, la Soberana del Mundo, ya que ella es el templo sagrado, paraíso espiritual y orgullo de las vírgenes; pues Aquel que existía desde antes de todos los siglos, hizo de su seno un Trono y la hizo más amplia que los Cielos. Pues tomo la carne y la sangre de aquella que le llevó en su vientre. Por ello todos cantamos tu himno “En ti se alegra, Oh llena de gracia, toda la creación”. Y de esta manera, podemos todos a una cantar:

Alégrate, elogio de la virginidad
Alégrate, glorificador de la Encarnación
Alégrate, ensalzador de los dones de la castidad
Alégrate, adorador de la Toda Santa Trinidad
Alégrate, verdadero y fiel guardián del honor de nuestra Señora
Alégrate, director del coro de los ángeles y de los hombres
Alégrate, magnificador de la puerta que estaba cerrada
Alégrate, aclamador de nuestro líder en la batalla espiritual
Alégrate, protector de la condescendencia de nuestro Señor
Alégrate, defensor y digno ejemplo de humildad.
Alégrate, fuente de tesoros más valioso que el oro o la plata
Alégrate, divino himnógrafo, por quien los fieles ortodoxos nos dirigimos dignamente a Dios
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio VIII
Oh Crisorroas y divino teólogo, después de haber almacenado en tu interior muchas obras maravillosas y teológicamente puras, no te contentaste con permanecer en silencio sino que estableciste joyas de gloria a nuestro Señor, su Madre y sus Santos con la mano que te fue arrancada con traición, y que sin embargo ahora te servía para defender con fiereza la fe ortodoxa. Definiste claramente las herejías y demostraste su impía vanidad. Por ello tus escritos divinamente inspirados, son fuente de sabiduría para los que quieren alabar a Dios en espíritu y en verdad. Por ello, nosotros los fieles, asombrados por tu incansable batalla, clamamos a Dios y a Su Santa Madre diciendo: Aleluya

Ikos VIII
Deseando instruir a los fieles y alabar abundantemente la infinita misericordia de Dios; compusiste cánones para la continua alabanza a Dios a lo largo del año, y adornaste la Iglesia con homilías y tratados ricamente expuestos. Ardientemente defendiste el culto a los Santos, a sus reliquias y a sus imágenes. Definiste la justa veneración explicando que lo que honramos en los Santos, son los dones de Dios que han hecho de ellos los hijos del Padre celestial; los amigos y los hermanos de Cristo; y los templos del Espíritu Santo. Y así, alabando a Dios en sus Santos, cantamos junto a ellos:

Alégrate, tú que te maravillaste con la venida de la fuente de la Vida
Alégrate, tú que te estremeces a los pies de la cruz
Alégrate, tú que proclamaste la encarnación de Cristo como los profetas
Alégrate, tú que temblaste en la manifestación de la Trinidad en la Teofanía
Alégrate, tú que deseaste celebrar a Cristo como Simeón el Portador de Dios
Alégrate, tú que te llenaste de gozo cuando Gabriel anunció la Gran Dispensación
a la Madre de Dios
Alégrate, oh tú que te sobrecogiste por la pasión de nuestro Señor
Alégrate, tú que recibiste el Espíritu Santo como los Apóstoles en Pentecostés
Alégrate, tú que llevaste el Evangelio de Cristo a los que no lo habían oído a imagen de los Apóstoles
Alégrate, tú que proclamaste la resurrección de los fieles, al magnificar la Dormición de la Santa Theotokos
Alégrate, tú que lloraste con la ejecución del precursor por el impío Herodes
Alégrate, proclamador de la historia de nuestra salvación en himnos
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio IX
Ofreciendo panegíricos a la Gloriosa Muerte y Resurrección de Cristo para la liberación de nuestros pecados, compusiste la joya de los cánones “El día de la Resurrección” el cual cantamos con temor y estremecimiento en la mañana de Pascua, como el Sol de Justicia surge para iluminar al mundo en la oscuridad. Y cantando “Cristo ha resucitado de entre los muertos” decimos en Pascua: Aleluya.

Ikos IX
Jerjes con su vasto ejército bárbaro y sus navieros cuyas flechas bloqueaban el sol no pudieron derrotar a los Ortodoxos porque tú, Oh Instruido, usaste la sabiduría mundana aprendida y la fe cristiana en prodigiosa y divina armonía para refutar las creencias de los heréticos Ismaelitas y de cualquier otro hereje que se atreviera a alzar la voz contra la Verdad Ortodoxa. Por lo que te cantamos:

Alégrate, azote de herejes
Alégrate, guerrero de la verdad
Alégrate, proclamador de la Cruz contra los que la abominan
Alégrate, Muralla impenetrable contra los que niegan la encarnación del Logos de Dios
Alégrate, defensor del Evangelio
Alégrate, orador del sentido ortodoxo para aquellos que no son sensibles a la Verdad!
Alégrate, casto defensor del verdadero y santo matrimonio
Alégrate, sanador de las heridas causadas por la mutilación de la Verdad
Alégrate, castigador de los descendientes de Arrio
Alégrate, reprensor de los judaizantes
Alégrate, tú que aplastaste a los que aseguraban que Dios no tiene Hijo
Alégrate, victorioso soldado de Cristo que no te apiadaste de la mentira y la impiedad
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio X
Siendo aún joven en años, pero avanzado y experimentado en pruebas ascéticas; siendo un digno maestro de la oración constante, un divino erudito de los escritos teológicos y un docto en cantos al Señor, fuiste ordenado al sagrado sacerdocio, Oh digno Juan, por el Patriarca Juan de Jerusalén, y se te encomendó predicar en la Iglesia de la Anástasis de la ciudad. Por lo que agradecidos por tan buena dispensación de Dios hacia nosotros, cantamos junto a ti: Aleluya.

Ikos X
Y viendo en ti la perfecta alabanza, nos unimos en oración, Oh sacerdote de Dios, para ofrecer súplicas e himnos de acción de gracias a Nuestro Señor Dios y Salvador Jesús Cristo; y clamamos por los que partieron de esta vida terrenal, ofreciendo con estremecimiento oraciones por los fieles ante el temible tribunal de Cristo, por lo que clamamos con fe:

Alégrate, sacerdote de Dios según el orden de Melquisedec
Alégrate, justo celebrante de los misterios divinos
Alégrate, predicador del arrepentimiento
Alégrate, intercesor de la humanidad ante el altar de Dios
Alégrate, proclamador del Evangelio
Alégrate, concelebrante con los Ángeles y Arcángeles
Alégrate, invocador del Espíritu Santo
Alégrate, Oh padre espiritual y confesor
Alégrate, bautista de iniciados
Alégrate, maestro de los catecúmenos
Alégrate, distribuidor de los Santos Misterios para el pueblo de Dios
Alégrate, tú que bendices a la congregación con la Cruz de Cristo
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio XI
Sobrecogidos por tus enseñanzas y devoción entusiasta por la Verdad, el séptimo Concilio Ecuménico declaró: “¡Ay de los iconoclastas” y justificó que tus escritos eran de hecho la aclaración de las enseñanzas que la iglesia había celebrado siempre y en todas partes. Se alzó la voz diciendo “¡Ay de los Iconoclastas”, tornad en la recta dirección y cantad: Aleluya.

Ikos XI
Los Himnos de los ortodoxos son ríos de teología y miríada, pero ninguno tan glorioso como tú, oh predicador elocuente, orador de Oro y río de gracia increada, que incluso tu hermano San Cosme, criado y educado contigo, proclamó que tu canon de la Resurrección de nuestro Señor Dios y Salvador Jesús Cristo, debía ser leído en todas partes por lo que nos atrevemos a clamar:

Alégrate, Oh divina inspiración, que compusiste el Canon de Oro
Alégrate, tú que expusiste que Cristo trajo la alegría eterna para desterrar la tristeza
Alégrate, portador de la gracia increada que se extiende desde su trascendente Luz
Alégrate, tú que sepultaste tu vida para vivir en Cristo
Alégrate, tú que fuiste crucificado con Cristo para morir en el pecado y resucitar en la vida eterna
Alégrate, tú que con Habacuc te gozaste del triunfo de Cristo sobre el Hades
Alégrate, tú que con el arca del Señor te hiciste un glorioso pescador de las psiques en el error
Alégrate, portador de mirra ante la tumba vacía de Cristo
Alégrate, tú que con Cristo rompiste las cadenas de la muerte en el pecado
Alégrate, tú que con los ortodoxos te levantaste de la profunda y oscura prisión
Alégrate, tú que fuiste purificado con los tres santos jóvenes por el divino rocío refrescante en el horno de fuego
Alégrate, tú que bebiste del néctar de la resurrección de Cristo
Alégrate, oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio XII
La arrogancia juvenil que a todos nos acecha, fue sofocada por la sabiduría de tu ancianidad espiritual, oh arpa inspirada del Espíritu Santo, a través de las obras de teología, los himnos y las melodías. Y los fieles seguirán estudiando tus escritos, cantando tus obras y guiados por la ortodoxa exposición de fe para que sigamos alabando a Dios con temor y estremecimiento cantando: Aleluya.

Ikos XII
Tus escritos son más poderosos que guerreros con espadas, caballeros con lanza, arqueros con arcos, reyes con ejércitos y emperadores con armadas, Oh venerable Juan, pues has disipado las herejías y los errores de los enemigos de la Iglesia con tus escritos e himnos. Por lo que en alta voz te clamamos:

Alégrate, luminaria en medio de la oscuridad
Alégrate, arpa que triunfaste sobre el paganismo de Apolo y Orfeo
Alégrate, monje humilde glorificado en el ascetismo
Alégrate, justo sacerdote, digno de las alturas del cielo
Alégrate, agua viva que apagas las llamas de la herejía
Alégrate, león de la ortodoxia manso como un cordero
Alégrate, estoico guerrero en la batalla contra el pecado que te viste enaltecido por los sufrimientos
Alégrate, Oh Cántico de la Iglesia por quien los fieles ortodoxos cantan la victoria sobre la muerte en la Resurrección
Alégrate, portador de la filosofía espiritual que superaste en elocuencia a los filósofos y los más grandes sabios
Alégrate, tú que fuiste humillado para ser enaltecido
Alégrate, vencedor en la batalla que arrancaste la mala hierba del error.
Alégrate, Oh Justo Juan Damasceno, campeón de la ortodoxia y maestro de la pureza

Kondakio XIII
Ningún hombre puede cantar adecuadamente tus alabanzas, Oh Luminaria, digno sacerdote, defensor de la fe ortodoxa, azote de los herejes, aplastador de los ismaelitas, protector de los santos iconos, digno origen del icono de la Trijerusa, fuente de sabiduría espiritual, maná de la recta fe, arroyo de Agua Viva que nunca se corrompe, fiel defensor de la Theotokos, alivio de los que descansan en el Señor, Oh San Juan Damasceno, coraza contra las embestidas del maligno y terror de los ejércitos de la oscuridad, sálvanos de la muerte eterna y condúcenos por el angosto camino que lleva a la vida para que contigo, la Toda Santa Theotokos y el coro de las huestes celestiales, podamos cantar a Dios alabado en sus Tres Personas: Aleluya, Aleluya, Aleluya .


                                    Catecismo Ortodoxo 

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