Durante un tiempo el Padre vivió en el hermitario del monasterio de Iver. Comenzando el ayuno anterior a la festividad de la Asunción. Habían pasado ocho días, durante los cuales no había comido. Al día noveno un anciano monje le pidió que le ayudara a transportar sus cosas al monasterio. A pesar de su debilidad, el Padre se puso a llevar las cosas del monje. Pero, cuando volvía se sintió extenuado y mareado. De repente apareció ante él un joven luminoso y le dio un canasto con frutas frescas — que no eran de la temporada. El Starez le agradeció y el joven desapareció. Persignándose, el Padre comió algunos frutos y sus fuerzas se recuperaron completamente. El entendió que estas frutas le fueron traídas por un Ángel, y le agradeció al Señor.
Padre Paisio del Monte Athos
Queridos, la envidia es una cosa terrible e intranquilizadora que siempre está en movimiento y nunca para de realizar su atributo natural, es decir, manchar a los immaculados, el inculpar a los no culpables, y a los muy piadosos y muy ortodoxos difamarles como heterodoxos e impíos. Como corroboración de esto son bastantes los ejemplos de los grandes Maestros y santos de nuestra Iglesia, es decir, San Atanasio el Grande, San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo y todos los demás, los cuales, mientras ellos mismos eran piadosísimos y muy ortodoxos, eran difamados por sus adversarios como impíos y heteroodoxos.
Entonces, si estos tan grandes e importantes Santos de la nuestra Iglesia no pudieron salvarse de la envidia y las calumnias, ¿como es posible que estemos nosotros por encima de ellos, de los cuales no somos dignos ni de lavarles los pies? No es nada extraño, entonces, si también nosotros somos acusados y calumniados con difamaciones y nombran como heterodoxos a causa de la envidia, de la terquedad y del odio incitado por algunos hermanos.
Hay incluso algunos, los cuales sin conocer qué significa Kolibás y sin conocer la causa por la cual somos acusados y calumniados, sólo al escuchar los demás llamarnos Kolibades, heréticos, heterodoxos y otras calumnias parecidas, inmediatamente ellos siguen las mismas calumnias.
Así se parecen a aquellos necios Atenienses, seres ignorantes, los cuales acusaron al justo Arístides y escribieron en su contra en el óstraco (fragmento de cerámica empleado para condenar, mediante voto, al ostracismo) que merecía ser condenado y exiliado de Atenas.Y aunque no lo conocían en absoluto con anterioridad, sin embargo, escuchaban sólo de los otros que era digno de condena y exilio, como está referido de él en los Paralelos de Plutarco; y no nos referimos, por motivo de la difamación, a aquel vulgar y popular refrán que encaja en esta situación y que dice: “Cuando ladra un perro, inmediatamente ladra también otro”.
Por este motivo, para que sea conocida la verdad, nos vemos obligados a exponer aquí la presente y de propia mano Confesión de nuestra Fe para defendernos con pocas palabras, para exponer qué creemos sobre todo aquello por lo que somos injustamente acusados. Porqué escuchemos al eminente Pedro anunciar: “Que estéis siempre preparados para contestar a todo aquel que os pida explicaciones” ( 1 Pedro 3,15), de manera que todos los que propagan con pasión estas cosas contra nosotros, que cierren sus bocas, temiendo a Dios y a la recompensa o castigo futuros; y los otros hermanos, que también se escandalizan por ignorancia y se enfrían por todo lo que se dice en contra nuestra, que paren de escandalizarse, viendo ya revelarse con este discurso y escrito las convicciones que hay en nuestros corazones. Ya que de acuerdo con el Apóstol “ con el corazón el hombre cree todo lo que conduce a la justicia, con la boca confiesa todo lo que conduce a la salvación” (Romanos 10, 10)
PRIMERO.
Confesamos, proclamamos y admitimos los 12 Artículos que existen en el Símbolo común de la Fe, es decir, a aquellos artículos que están contenidos en el Creo en un solo Dios, los cuales los leemos a diario en solitario, en común, en nuestras celdas, en los santos templos de Dios y en cualquier parte que nos encontremos. Ya que escuchamos al San Juan Crisóstomo decir: “Los terribles cánones que hay en el símbolo, son dogmas que han bajado del cielo” (Homilía 40 en la 1ª Epístola de los Corintios).
SEGUNDO.
Confesamos y admitimos todos los otros dogmas, todos los que confiesa (admite) y proclama la santa Católica y Apostólica Iglesia de Cristo, tanto todos aquellos dogmas que se refieren a la elevada y Trinitaria teología, es decir, sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de los cuales una es la divinidad, de acuerdo con el 5º cánon del Segundo Concilio Ecuménico, como los dogmas que conciernen a la profunda y encarnada Economía del Logos de Dios. También hacemos referencia aquí al discurso del padre de la Iglesia San Basilio el Grande: “Creemos tal como hemos sido bautizados, y alabamos y glorficamos a Dios tal como hemos creído” (1º Discurso Ascético).
TERCERO.
Confesamos y admitimos con piedad o con pensamiento los 7 divinos y santos misterios de nuestra Iglesia, los cuales son: el Santo Bautismo, la Santa Crismación, La Divina Eucaristía, el Sacerdocio, el Matrimonio legal, el Arrepentimiento y la Unción. Estos misterios honramos y reconocemos con toda nuestra fe y piedad, ya que ayudan de manera imprescindible a la salvación de nuestras almas, y admitimos la santa gracia y la santificación que provienen de estos misterios, de acuerdo al orden que actúa y se guarda en la Iglesia de Cristo de Oriente.
CUARTO.
Conservamos las tradiciones Apostólicas, en las cuales hemos sido enseñados, ya sea con discursos, ya sea con las epístolas de los divinos y venerables Apóstoles, y permanecemos creyentes en todo lo que aprendimos y en lo que fuimos cerciorados, como anuncia el Apóstol Pablo a nosotros y a todos los cristianos en su 1ª Epístola a las Corintios, en la 2ª Epístola a los Tesalonicenses y en la 2ª Epístola a Timoteo.
QUINTO.
Junto con las tradiciones de los Apóstoles, mantenemos y admitimos las Tradiciones de la Iglesia, es decir, las tradiciones que fueron determinadas por los sucesores de los Apóstoles. Así, aparece el heterodoxo Montano, que alcanzó su esplendor en el siglo II y su convicción era el violar e incumplir las tradiciones y las costumbres de la Iglesia, según Eusebio (Libro 5º cap. 15 de la Historia Eclesiástica). Ya que los dogmas y las tradiciones de la Iglesia no son opuestos entre si, todo lo contrario, más bien los unos completan a los otros. Ya que los dogmas de la Fe constituyen las tradiciones de la Iglesia, mientras que las Tradiciones de la Iglesia se sostienen encima de los dogmas de la fe, pero los dos juntos tienen el mismo e idéntico poder en el tema de la fe. Por esto también dijo San Basilio el Grande “los dos tienen idéntico poder en el tema de la fe” (Cánon 91).
Ya que, como las grandes piedras se tiene en pie junto con las pequeñas y las dos juntas constituyen el edificio, si alguien quiere echar abajo las pequeñas, simultáneamente echa abajo también las grandes, así los dogmas de la Fe permanecen juntos con las tradiciones de la Iglesia, también si alguien quiere violar e incumplir las tradiciones de la Iglesia, viola e incumple junto a éstas los dogmas de la Fe. Por esto dijo también San Basilio el Grande: “Si intentamos incumplir lo no escrito de las costumbres y tradiciones, con el pretexto que no tienen un gran poder, por este error, provocaremos un gran daño en el Evangelio. Más bien convertiremos el kerigma del Evangelio en simplemente un nombre bonito y fino.” (Cánon 91).
SEXTO.
Sostenemos y admitimos todos los santos cánones de los muy honorables Apóstoles, los cánones de los 7 Concilos Ecuménicos, los cánones de los Concilios Locales y de los santos y teóforos Padres que vivieron en todo lugar, los cánones que contiene el 2º Artículo del Sexto Concilio Ecuménico y los cánones que fueron ratificados en el 1º Artículo del Séptimo Concilio Ecuménico. Junto con los Cánones admitimos también las Actas de los mismos Concilios, ya que ambos tienen idéntico poder.
SEPTIMO.
Y hablando en general: todo lo que la Iglesia Santa, Universal, Apostólica y Oriental, nuestra madre común y espiritual, admite y confiesa, esto es lo que nosotros junto con ella aceptamos y confesamos. Y todo lo que ella aborrece, detesta y rechaza, igualmente también nosotros repudiamos, rechazamos y detestamos junto con ella como sinceros y verdaderos hijos suyos.