Si mientras rezas te invade el miedo o escuchas estrépitos, o resplandece una luz, o sucede alguna otra cosa, no te aterres sino persiste en la plegaria, aún más intensamente, puesto que lo que acontece es turbación, terror y pavor por parte de los demonios, para que tú te relajes y abandones la oración, y luego, cuando esto se haya convertido en costumbre, ellos puedan posesionarse de ti. Si, en cambio, llevada a término la plegaria, resplandece para ti otra luz que es imposible describir y el alma se llena de gozo, y sobreviene el deseo de bienes mayores y el correr de las lágrimas junto a compunción, debes saber que ésta es visita y ayuda divina. Y, si te detienes largamente por el hecho de que ya no sucedió nada durante el continuo correr de las lágrimas, apresa tu intelecto en alguna cosa corpórea y en esto humíllate. Pero ten cuidado de no abandonar la plegaria, por temor a los enemigos y, en cambio, como un niño que asustado por unos espantajos huye a los brazos de su madre o del padre y rechaza el temor de aquéllos, así también tú, corriendo hacia Dios, con la oración, huirás del miedo a tus enemigos.
Simeón, el nuevo teólogo
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