...La Iglesia Ortodoxa no ha hecho de la mariología un tema dogmático independiente: ella permanece inherente al conjunto de la enseñanza cristiana, como un leitmotiv antropológico. Fundado sobre la cristología, el dogma de la Madre de Dios recibe un fuerte acento pneumatológico y, por la doble economía del Hijo y del Espíritu Santo, se encuentra indisolublemente ligado a la realidad eclesiológica.
...A decir verdad, si fuera necesario hablar de la Madre fundándose exclusivamente sobre los datos dogmáticos en el sentido más estricto de este término, es decir, sobre las definiciones de los concilios, no encontraríamos, finalmente, más que el nombre de Theotokos, por el cual la Iglesia ha confirmado solemnemente la maternidad divina de la Virgen (el término “siempre Virgen” (aei parthenos), que se encuentra en las actas conciliares a partir del Quinto Concilio, no ha sido especialmente explicitado por los concilios que lo han utilizado).
...El argumento dogmático de la Theotokos, afirmado contra los nestorianos, es, ante todo, cristológico: lo que se defiende aquí contra aquellos que niegan la maternidad divina es la unión hipostática del Hijo de Dios devenido Hijo del Hombre. Es, pues, la cristología la que es apuntada directamente. Pero, al mismo tiempo, indirectamente, la devoción de la Iglesia hacia aquella que dio a luz a Dios según la carne encuentra una confirmación dogmática, de modo que todos aquellos que se levantan contra el epíteto de Theotokos, todos aquellos que niegan a María dicha cualidad que la piedad le atribuye, no son verdaderos cristianos, porque se oponen por ello al dogma de la Encarnación del Verbo. Esto debería mostrar el vínculo estrecho que une el dogma y el culto, inseparables en la conciencia de la Iglesia.
...Sin embargo, conocemos casos en que los cristianos, aunque reconociendo la maternidad divina de la Virgen por razones puramente cristológicas, se abstienen, por las mismas razones, de toda devoción particular a la Madre de Dios, no queriendo conocer otro Mediador entre Dios y los hombres que el Dios-Hombres, Jesucristo. Esta constatación es suficiente para ponernos en presencia de un hecho innegable: el dogma cristológico de la Theotokos, tomado in abstracto, fuera del vínculo vivo con la devoción que la Iglesia ha consagrado a la Madre de Dios, no sería suficiente para justificar el lugar único –más allá de todo ser creado- reservado a la Reina del Cielo, a la cual la liturgia ortodoxa le atribuye “la gloria que conviene a Dios” (theopretis doxa).
Es imposible, por consiguiente, separar los bases estrictamente dogmáticas y las de la devoción en una exposición teológica sobre la Madre de Dios. Aquí el dogma deberá aclarar la vida, poniéndola en relación con las verdades fundamentales de nuestra fe, mientras que ella alimentará al dogma por la experiencia viva de la Iglesia.
...Hacemos la misma constatación remitiéndonos a los datos escriturarios. Si quisiéramos considerar los testimonios de las Escrituras haciendo abstracción de la devoción de la Iglesia hacia la Madre de Dios, estaríamos reducidos a algunos pasajes del Nuevo Testamento relativos a María, la Madre de Jesús, con una sola referencia directa al Antiguo Testamento: la profecía de Isaías sobre el nacimiento virginal del Mesías. En cambio, si consideramos las Escrituras a través de dicha devoción o, por utilizar el término exacto, en la Tradición de la Iglesia, los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento nos proporcionan textos innumerables que la Iglesia utiliza para glorificar a la Madre de Dios.
...Algunos pasajes de los Evangelios, considerados con los ojos externos, fuera de la Tradición de la Iglesia, parecen contradecir de una manera flagrante dicha glorificación extrema, dicha veneración que no tiene límites. Citamos dos ejemplos. Cristo, rindiendo testimonio de san Juan Bautista, lo llama el más grande entre los que han nacido de mujer (Mt. 11, 11; Lc. 7, 28). Es, pues, a él, y no a María, que convendría el primer lugar entre los seres humanos. En efecto, encontramos al Bautista con la Madre de Dios, al lado del Señor, en los iconos bizantinos de la deixis. Sin embargo, es necesario remarcar que jamás la Iglesia ha exaltado a san Juan el Precursor más allá de los serafines, ni colocado su icono en el mismo rango que el de Cristo, a los dos costados del altar, como lo hace con el icono de la Madre de Dios.
...Otro pasaje del Evangelio nos muestra a Cristo oponiéndose públicamente a la glorificación de su Madre. En efecto, a la exclamación de una mujer en la multitud: ¡Feliz el seno que te ha llevado y los pechos que te han amamantado! Él respondió: Felices más bien aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc. 11, 27-28). Sin embargo, es justamente este pasaje de san Lucas, que parece rebajar el hecho de la maternidad divina de la Virgen ante la calidad de aquellos que reciben y guardan la Revelación, es este texto del Evangelio el que es leído solemnemente durante las fiestas de la Madre de Dios, como si, bajo una forma aparentemente negativa, encerrara una glorificación tanto más grande.
Continuación de la (9)
Nació en Siria, y es muy probable que el período de su actividad literaria haya de colocarse en el reinado de Justiniano, porque, según su Biografía, siendo joven diácono, pasó de su Siria natal a Constantinopla durante el reinado de Anastasio, y en Constantinopla recibió milagrosamente del cielo el don de componer himnos. La maravillosa obra escrita por Romanos en el siglo VI nos inclina a suponer que la poesía religiosa debía estar muy desarrollada en el siglo V, pero desgraciadamente no poseemos sobre este punto sino informes muy imperfectos. Es difícil concebir la existencia de tan extraordinario poeta en el siglo VI sin imaginar un desarrollo anterior de la poesía eclesiástica.” (1)
Pero no olvidemos que sólo tenemos aún una idea incompleta de la obra de Romanos, puesto que muchos de sus himnos no han sido editados todavía. (2)
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Lactancio, eminente escritor cristiano del África del Norte, escribió en latín a principios del siglo IV y murió hacia el 325. Es importante para nosotros como autor del libro De mortibus persecutorurii, que ciertos sabios niegan que sea obra suya. Recientemente esta cuestión ha sido zanjada en pro de la autenticidad. El susodicho libro nos da informes muy interesantes sobre la época de Diocleciano y de Constantino y concluye con el edicto de Milán. (3)
(1) E. Stein dice en Gnomon, t. IV (julio-agosto, 1928), p. 413: “el poeta Romanos no me parece menos que fastidioso” (langweilig).
(2) P. Maas prepara una ed. critica de las obras de Romanos, V. Byz, Zeits., t. XXIV (1924), p. 284.
(3) V. M. Schanz, Geschichte der romischen Literatur, t. III (2.a ed., Munich, 1905), páginas 445-474. El mejor estudio sobre Lactancio es el de R. Pichón, Étude sur le mouvement historique et religieux sous le régne de Constantin (París, 1901). La bibliografía más reciente acerca de Lactancio se encontrará en K. Roller, Die Kaisergeschichte in Laktanz de Mortibus persecutorum (1927), p. 41.
Si la literatura cristiana de este período está representada por escritores tan notables, la literatura pagana no se queda a la zaga. También en su esfera encontramos una serie de hombres interesantes y llenos de talento.
Entre ellos se distinguió Temistío de Paflagonia (segunda mitad del siglo IV), hombre versado en filosofía, que dirigió la Escuela de Constantinopla y fue, a la vez, un orador y un senador muy estimado, tanto por los paganos como por los cristianos de la época. Escribió una importante serie de Paráfrasis de Aristóteles, en las que se esforzó en esclarecer las más complejas ideas del filósofo griego. Es también autor de unos cuarenta discursos que contienen abundantes informes sobre los sucesos importantes de la época y sobre su vida personal.
Pero el mayor de los escritores paganos del siglo IV fue Libanio de Antioquía, que ejerció sobre sus contemporáneos más influencia que cualquier otra persona. Entre sus discípulos hubo hombres como Juan Crisóstomo, Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Ya dijimos que el joven Juliano, antes de ascender al trono, estudió con entusiasmo los cursos de Libanio. Entre los numerosos escritos de Libanio tienen particular interés sus 65 discursos públicos. En ellos hay abundante material que permite estudiar la vida interior de la época. No menos importante es la colección de sus cartas, que por la riqueza de su contenido y su notable ingenio pueden compararse con justicia a las de Sinesio de Cirene.
El emperador Juliano fue también uno de los escritores más brillantes del siglo IV. A pesar de su breve carrera, dio pruebas magníficas de su talento en diversas esferas de la literatura. Los discursos en que refleja sus obscuras especulaciones filosóficas y religiosas (su Discurso al Sol Rey), sus epístolas, su obra Contra los cristianos, de la que sólo nos han llegado fragmentos, su libelo satírico contra el pueblo de Antioquía, Misopogon (el que odia la barba) (1), importante desde el punto de vista biográfico, concurren a demostrar que fue un escritor muy dotado, a la vez pensador, historiador, satírico y moralista. Ya hemos dicho en qué medida se mezclaban sus escritos a las realidades actuales de la época. No debemos olvidar que el extraordinario genio de aquel joven emperador no pudo alcanzar su pleno desarrollo a causa de su muerte prematura y repentina.
Al siglo IV pertenece la célebre colección de biografías de emperadores romanos redactada en latín y conocida por el nombre de Historia Augusta. La cuestión de la personalidad de los autores, la época de la compilación de ese libro y su valor histórico, son muy discutibles y han motivado una literatura considerable.(2) A pesar de tantos esfuerzos, un historiador inglés ha podido escribir en 1928: “El tiempo y trabajo gastados sobre la Historia Augusta son enormes; el resultado práctico, la utilidad histórica, equivalen a cero.” (3)
(1) El pueblo de Antioquía, como ya dijimos, ridiculizaba la barba de Juliano,
(2) V, por cj, Schanz, Gesch. des romischen Literatur, t. III, 2.a ed., Munich, 1905, i. 83-90. A. Gercken y E. Norden, Einleitung in díe Altertumswissenschaft, t. III, 2.a ed., Leipzig-Berlín, 1914. A. Rosenberg, Einleitung una Quellenkunde zur romischen Geschichte Berlín, 1921), p. 231-241.
(3) B. Henderson, The Life and Principate o{ the Emperor Hadrian, Londres. 1923, pagina 275.
Recientemente, N. Baynes ha tratado, de un modo muy interesante, de demostrar que esa colección se escribió bajo Juliano, el Apóstata, con un fin determinado: hacer propaganda de Juliano el Apóstata, del conjunto de su administración y de religiosa. Tal opinión no ha sido juzgada aceptable por los sabios y el mismo autor (1) comenta que su sugestión ha tenido, en conjunto, “mala Prensa.” (2)
La literatura pagana de los siglos IV y V está representada también por varios escritores que sobresalen en el campo de la historia pura. Sólo citaremos los más importantes.
Ya mencionamos a Prisco de Tracia, historiador del siglo V, que relató la embajada a los hunos. Su Historia bizantina, que nos ha llegado fragmentariamente, y sus informes sobre la vida y costumbres de los hunos, son muy interesantes y valiosos. Prisco es la fuente principal de que se sirvieron los historiadores latinos del siglo VI, Casiodoro y Jordanes, para la historia de Atila y los hunos.
Zósimo. que vivió en el siglo V y comienzos del VI, escribió una Historia Nueva, que abarca hasta el sitio de Roma por Alarico el 410. Sectario entusiasta de los dioses antiguos, explica la caída del Imperio por la ira de las divinidades desdeñadas por los romanos y censura más que a nadie a Constantino el Grande. Tiene muy alta opinión de Juliano.
Amiano Marcelino, grecosirio nacido en Antioquía, escribió a fines del siglo IV, en latín, su Res Gestae, Historia del Imperio romano. Se esforzó en continuar en cierto modo la historia de Tácito, llevando su relato desde Nerva a la muerte de Valente (96-378). Sólo nos han llegado los dieciocho últimos libros de su historia, que abarcan los sucesos comprendidos entre 353 y 378. El autor aprovecha su ruda experiencia militar y su participación en las campañas de Juliano contra los persas, y relata acontecimientos contemporáneos sobre los que poseía informes directos. Fue pagano hasta el fin de su vida, pero mostró mucha tolerancia hacia el cristianismo. Su historia es una fuente muy importante para el período de Juliano y Valente, así como para la historia de los godos y el principio de la de los hunos. Recientemente se ha emitido sobre su talento literario una opinión favorable. E. Steín le llama el mayor genio literario que ha visto la historia de Tácito al Dante. (3) N. Baynes le califica de “último gran historiador de Roma.” (4)
Atenas, centro del decadente pensamiento clásico, fue en el siglo V residencia del último representante eminente del neoplatonismo, Proclo de Constantinopla, que escribió y enseñó en aquella ciudad durante muchos años. Allí nació también la esposa de Teodosio II, Atenais-Eudocia, que tuvo algún talento literario y compuso varias obras.
No hablaremos aquí de la literatura de la Europa occidental en este período, que está representada por las notables obras de San Agustín y otros prosistas y poetas.
(1) N. Baynes, The Historia Augusta: its date and purpose, Oxford, 1926, p. 57-58. En las páginas 7-16 se halla una buena bibliografía. El autor empieza su libro con el citado pasaje de Henderson.
(2) N. Baynes, The Historia Augusta: its date and purpose. A reply to críticísm (The Clnssical Quarterly, t. XXII, 1928, p. 166).
(3) E. Stein, Geschichte des spatromischen Reiches, t. I, p. 331.
(4) N. Baynes en el Journal of Román Studtes, t. XVIII, 2 (1928), p. 524.
Después del traslado de la capital a Constantinopla, el latín siguió siendo a lengua oficial del Imperio, y así continuó durante los siglos IV y V. El latín de empleó en todos los decretos imperiales compilados en el Código de Teodosio, así como en los decretos posteriores del siglo V y albores del VI. Pero, según ya notamos, a medida que se desarrollaba la Escuela superior de Constantinopla, la preponderancia del latín declinó y se prefirió decididamente emplear el griego, que era, al cabo, el idioma más extendido en la “pars orientalis” del Imperio. Además, la tradición griega había sido nutrida por la Escuela pagana de Atenas, cuya decadencia fue precipitada, sin. embargo, por el triunfo del cristianismo.
En el campo artístico, los siglos IV, y VI representaron un período de síntesis. Los diversos elementos que contribuyeron a la formación de un arte nuevo se fundieron entonces en un todo orgánico. Aquel arte nuevo llevó el nombre de arte bizantino o cristiano-oriental. A medida que la ciencia histórica estudia más hondamente las raíces de ese arte, se va haciendo más notorio que Oriente y sus tradiciones tuvieron un papel preponderante en el desarrollo del arte bizantino. A fines del último siglo, ciertos sabios alemanes sostuvieron la teoría de que “el arte del Imperio romano” (Romische Reichsknst”), desarrollado en Occidente durante los dos primeros siglos del Imperio, substituyó a la antigua cultura helenística oriental, que se hallaba en decadencia, y proporcionó, por decirlo así, la piedra angular sobre la que había de erigirse más tarde el arte cristiano de los siglos IV y V. A la sazón, esa teoría ha sido abandonada. Desde la aparición, en 1900, de la célebre obra de D. B. Ainalov sobre El origen helenístico del arte bizantino y la publicación, en 1901, del libro El Oriente y Roma, del sabio austríaco J. Strzygowski se discute esa influencia ejercida por el antiguo Oriente. En sus obras, muy numerosas e interesantes, Strzygowski, después de buscar el centro de tal influjo en Constantinopla, se vuelve hacia Egipto, Asia Menor y Siria y, remontando hacia el este y el norte, rebasa las fronteras de Mesopotamia y busca las raíces de dicha influencia en as mesetas y montañas de Armenia y el Irán. Según él, (do que la Hélade fue para el arte de la antigüedad, lo es el Irán para el arte del nuevo mundo cristiano.” (1) también cuenta con la India y el Turkestán chino para que le proporcionen datos ulteriores capaces de dilucidar el problema. Aunque reconociendo los grandes servicios prestados por Strzygowski en el campo de las investigaciones sobre el origen del arte bizantino, la ciencia histórica contemporánea se mantiene aún reservada acerca de las más recientes hipótesis de dicho autor. (2)
El siglo IV fue un período de la mayor importancia en la historia del arte bizantino. El nuevo régimen del cristianismo dentro del Estado romano provocó una expansión rápida de aquella religión. Tres elementos — el cristianismo, el helenismo y el Oriente — se encontraron en el siglo IV y de su unión salió el arte cristiano-oriental.
Constantinopla, ya centro político del Imperio, se convirtió gradualmente en centro intelectual y artístico. Ello no fue instantáneo. “Constantinopla no tenía una civilización preexistente que le permitiera resistir a la invasión de las fuerzas exóticas o gobernarlas. Tuvo, al principio, que pesar y asimilar nuevas influencias, tarea que exigía al menos un centenar de años.” (3)
Siria y Antioquía, Egipto y Alejandría, el Asia Menor, que veían reflejarse en su vida artística las influencias de tradiciones más antiguas, ejercieron influjo muy fuerte y provechoso en el desarrollo del arte bizantino. La Arquitectura siria prosperó durante el curso de los siglos IV, V y VI. Ya vimos que las magníficas iglesias de Jerusalén y Belén, y algunas de Nazaret, fueron edificadas bajo Constantino el Grande. Un esplendor insólito caracterizó a las iglesias de Antioquía y Siria. “Antioquía, como centro de una civilización brillante, asumió naturalmente la dirección del arte cristiano en Siria.” (4)
(1) J. Strzygowsky, Ursprung der christlichen Kirchenkunst (Leipzig, 1920), p. 18. Hay una trad. inglesa: Origin of Christian Church art, por O. Dalton y H.. “Braunholtz (Oxford, 1923), p. 21, En las páginas 253-259 se halla una lista de obras de Smygowski.
(2) V., por ej., Diehl, Manuel d’Art byzantin, t. I, p. 16-21; Dalton, East chrístian art (Oxford, 1935), p. 10-23, Y en especial 366-3766.
(3) O. Dalton, Byzantine art and Archaeology, Londres, 1911, p. 10.
(4) Diehl, Manuel, t. I, p. 36.
Por desgracia sólo poseemos muy pocos datos sobre el arte de Antioquía. Las “ciudades muertas” de la Siria central, descubiertas en 1860-61 por De Vogué, nos dan alguna idea de lo que fue la arquitectura cristiana en los siglos IV, V y VI. Una de las obras arquitectónicas más notables de fines del siglo V fue el célebre monasterio de San Simeón Estilita (Kalat-Seman), entre Antioquía y Alepo. Aun hoy resultan impresionantes sus majestuosas ruinas. (1) El famoso friso de Mschatta (al este del Jordán), actualmente en el Museo del emperador Federico, en Berlín, parece ser una obra de los siglos IV, V ο VI. (2) Al principio del siglo V pertenece igualmente una muy bella basílica elevada en Egipto por Arcadio sobre el emplazamiento de la tumba de Menas, uno de los más renombrados santos egipcios. Las ruinas de esta basílica han sido estudiadas recientemente por C. M. Kaufman. (3)
En el campo del mosaico, del retrato, de la tapicería (escenas pintadas sobre telas: primeros siglos del cristianismo), etc., poseemos varios ejemplares interesantes correspondientes a este período.
Sabemos que en el siglo v, bajo Teodosio II, Constantinopla fue rodeada de fortificaciones que subsisten aun en nuestros días. La Puerta de Oro (“Porta Áurea”) se edificó a fines del siglo IV o comienzos del V. Por ella entraban oficialmente los emperadores en Constantinopla. Esa puerta, notable por la belleza de su arquitectura, existe todavía. Al nombre de Constantino está vinculada la edificación de las iglesias de Santa Irene y de los Santos Apóstoles, en Constantinopla. Santa Sofía, cuya construcción se inició en esa época, fue acabada bajo Constancio, hijo de Constantino. Estos templos fueron reconstruidos en el siglo VI por Justiniano. En el siglo V la nueva capital se ornó con otra iglesia, la basílica de San Juan de Studion, hoy mezquita de Imr Ahor. (4)
En las regiones occidentales del Imperio se han conservado cierto número de monumentos del arte bizantino primitivo. Entre ellos cabe citar algunas iglesias de Tesalónica o Salónica; el palacio de Diocleciano en Spalato (Dalmacia), de principios del siglo IV; varias pinturas de Santa María la Antigua, de Roma, que parecen datar de fines del siglo V (5); el mausoleo de Gala Placidia y el baptisterio ortodoxo de Ravena (siglo V), así como algunos monumentos de África del Norte.
En la historia del arte, los siglos IV y V bizantinos pueden considerarse como el período preliminar que prepara la época de Justiniano el Grande, bajo quien “la capital había de sentir plena consciencia de sí misma y asumir un papel director. Se ha descrito justamente esta época como la primera edad de oro del arte bizantino.”(6)
(1) Se hallarán un plano y reproducciones en Diehl, Manuel, i. I, p. 36-37 y 45-47.
(2) Sobre las diferencias cronológicas, v. Diehl, t. I, p. 53; Dalton, Enst christian art, p. 109, n. 1.
(3) C. M. Kaufman, Die Menasstadt, Leipzig, 1910, v. I.
(4) Es decir, del Gran Escudero: por Ilias bey, quien transformó el templo en mezquita bajo Bayaceto Π. (N. del R.)
(5) Dalton, East christian art, p. 249. Diehl, t. I, p. 352.
(6) Dalton, Byzanttne art and Archaeology, p. 1o.
http://www.diakonima.gr/2009/09/24/historia-del-imperio-bizantino-10/
Continuación de la (8)
Literatura, Ciencia, Educación y Arte desde Constantino el Grande hasta Justintano.
El desarrollo de la literatura, la ciencia y la educación en el período comprendido entre el siglo IV y el principio del VI, está estrechamente ligado a las relaciones que se establecieron entre el mundo cristiano y el antiguo mundo pagano y su civilización. Las discusiones de los apologistas cristianos de los siglos II y ni acerca de si estaba permitido a un cristiano servirse de una herencia pagana, no habían conducido a una conclusión neta. Mientras algunos hallaban cierto mérito a la cultura griega y la juzgaban conciliable con el cristianismo, otros, al contrario, declaraban que la antigüedad pagana no tenía sentido para los cristianos y la repudiaban. Diferente actitud prevaleció en Alejandría, antiguo foco de ardientes controversias filosóficas y religiosas, donde las discusiones sobre la compatibilidad del antiguo paganismo con el cristianismo disminuyeron el rigor del contraste que existía entre aquellos dos elementos, irreconciliables en apariencia. Así, hallamos en la obra de Clemente de Alejandría, el famoso escritor del siglo II, la proposición siguiente:” La filosofía, como guía, prepara a los que son llamados por el Cristo a la perfección.” (1) Empero, el problema de las relaciones entre la cultura pagana y el cristianismo no había sido en modo alguno resuelto por las discusiones de los tres primeros siglos de la era cristiana.
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Mas la vida hizo su obra y la sociedad pagana se convirtió progresivamente al cristianismo, que así recibió un impulso nuevo, particularmente enérgico en el siglo IV, momento en que fue reforzado de una parte por la protección del gobierno y de otra por las numerosas “herejías,” que suscitaron controversias, provocaron discusiones apasionadas y dieron nacimiento a una serie de cuestiones nuevas e importantes. El cristianismo absorbía poco a poco muchos elementos de la civilización pagana, por que, con palabras de Krumbacher, “los cristianos adquirieron, sin duda, hábitos paganos.” (2)
La literatura cristiana se enriqueció en los siglos IV y V con obras de muy grandes escritores, tanto en el dominio de la prosa como en el de la poesía. A la vez, las tradiciones paganas eran continuadas y desarrolladas por representantes del pensamiento pagano.
En el marco del Imperio romano, dentro de las fronteras que subsistieron hasta las conquistas persas y árabes del siglo VII, el Oriente cristiano de los siglos IV y V poseyó numerosos e ilustres focos de literatura, cuyos escritores más representativos ejercían gran influencia en comarcas muy alejadas de la suya natal. Capadocia, en Asia Menor, tuvo en el siglo IV los tres famosos “capadocios,” a saber: Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Gregorio de Nisa.
En Siria, los focos intelectuales más importantes en la historia de la civilización, fueron las ciudades de Antioquía y Berytus (Beirut) en el litoral. Esta última fue particularmente célebre por sus estudios jurídicos, desde los aledaños del 200 hasta el 551 de J.C.. (3) En Palestina, Jerusalén no se bahía repuesto aun en aquella época de la ruina total sufrida bajo Tito, y por tanto, no ejerció gran papel en la vida intelectual de los siglos IV y V. Pero Cesárea, y más tarde Gaza, en la Palestina meridional, con su próspera escuela de retóricos y famosos poetas, contribuyeron mucho a aumentar los tesoros científicos y literarios de aquel período. La urbe griega de Alejandría fue, sobre todas esas ciudades, el foco que desarrolló influencia más vasta y profunda en todo el Oriente asiático.
(1) Clemente Alejandrino, Stromata, I, 5 (Mignc, Patr. Gr., VIII, 717-720).
(2) K. Krumbacher, Die griechiischc Literatur des Mittelalters. Dic Kultur des Gegcnwart, P. Hinneberg, t. I, p. 8 (3 Aufl., Leipzig-Berlín, 1912), p. 337.
(3) V. P. Collinet, Histoire de l’Ecole de droit de Beyrouth (París, 1925), p. 305.
La ciudad nueva de Constantino-pía, destinada a un brillante futuro y cuyo empuje debía manifestarse en la época de Justiniano, sólo comenzó a dar señales de actividad literaria en este período. La protección oficial de la lengua latina, algo apartada de la vida corriente, se acusaba muy en especial allí.
Otros dos focos espirituales de la parte oriental del Imperio tuvieron alguna importancia en el desenvolvimiento general de la civilización y literatura de la época: Tesalónica y Atenas, cuya Academia pagana fue eclipsada a poco por su triunfante rival, la Universidad de Constantinopla. Si se compara el desarrollo de la civilización en las provincias orientales y en las occidentales del Imperio bizantino, se puede hacer la siguiente interesante observación: en Grecia, de muy antigua población, la actividad espiritual y la potencia creadora eran infinitamente reducidas en comparación a las provincias asiáticas y africanas. Sin embargo, la mayor parte de esas provincias, según Krumbacher, no habían sido “descubiertas” y colonizadas sino desde la época de Alejandro Magno. El mismo sabio, recurriendo a “nuestro lenguaje favorito moderno, el de los números,” afirma que el grupo europeo de las provincias bizantinas no contaba sino en uno por 10 en la actividad general de la cultura de aquel período. (1)
En verdad, la mayoría de los escritores de esa época procedían de Asia y de África, mientras que cuando se fundó Constantinopla casi todos los escritores eran griegos.
La literatura patrológica tuvo su apogeo en el siglo IV y comienzos del V.
El Asia Menor produjo en el siglo IV los ya indicados tres capadocios: Basilio el Grande, su amigo Gregorio de Nacianzo, el Teólogo, y Gregorio de Nisa,
(1) Krumbacher, Die Griechischc Literatur des Mittelalters.
hermano menor de Basilio. Basilio y Gregorio de Nacianzo recibieron una educación muy notable en las mejores escuelas de retórica de Atenas y de Alejandría. Por desgracia, no poseemos informe alguno sobre la primera educación de Gregorio de Nisa, el pensador más profundo de los tres. Muy versados en la literatura clásica, aquellos eruditos representaron el movimiento que se llamó “neo-alejandrino,” movimiento que, utilizando las adquisiciones del pensamiento filosófico, insistía en el papel de la razón en el estudio de los dogmas religiosos y se negaba a aceptar las conclusiones del movimiento místico-alegórico de la escuela llamada “alejandrina.” El neoalejandrinismo no se separa de la tradición eclesiástica. En las más de sus valiosas obras literarias sobre temas puramente teológicos y donde defienden con ardor la ortodoxia contra el arrianismo, esos tres escritores nos han dejado una cantidad considerable de discursos y cartas cuyo conjunto constituye una fuente de las más preciosas de la cual aun no se ha sacado todo el partido posible. Gregorio Nacianceno ha dejado también cierto número de poemas, en especial teológicos, dogmáticos y didácticos, pero asimismo históricos. Entre esos poemas debemos mencionar particularmente el largo trozo que versa sobre su propia vida y que contiene abundante documentación acerca de la biografía del autor. Por su forma y contenido, ese trabajo merecería figurar entre las obras más bellas de la literatura general. “Cuando aquellos tres genios se extinguieron, la Capadocia volvió a la obscuridad de que ellos la habían sacado.”(1)
Antioquía, capital intelectual de Siria, hizo nacer un movimiento original, opuesto a la escuela alejandrina y que defendía la aceptación literal de la Santa Escritura, sin recurrir a la interpretación alegórica. Dirigieron este movimiento hombres de acción tan notables como Juan Crisóstomo. discípulo de Libanio y predilecto de Antioquía. Ya analizamos antes su actividad. Escritor y orador prodigiosamente dotado, había recibido una cumplida educación clásica. Escribió numerosos libros que figuran entre las más puras obras literarias maestras. Le admiraron con entusiasmo las generaciones siguientes, prendidas en el hechizo de su genio y de sus altas cualidades morales, y los literatos de los períodos sucesivos recogieron en sus obras, como en una fuente inextinguible, ideas, imágenes y expresiones. Sus sermones y discursos, a los que han de añadirse diversas obras especiales y más de doscientas cartas, escritas por él principalmente en su exilio, constituyen una fuente de extremo valor para el estudio de la vida interna del Imperio.(2) Más tarde, muchas obras de autores desconocidos fueron atribuidas a Juan Crisóstomo. Nicéforo Calixto, escritor bizantino de principios del siglo XIV, escribe: “He leído más de un millar de sermones suyos, y difunden una indecible dulzura. Desde mi juventud le amé y escuché su voz como si fuese la de Dios. Y lo que sé, así como lo que soy. a él se lo debo.” (3)
(1) E. Fialon, Elude hisíorique et littéraire sur saint Basile, 2.a ed. (París, 1869), p. 284.
(2) Hay una obra muy interesante que muestra el valor de los trabajos de Juan Crisóstomo con relación al estudio de la vida interior del Imperio: la de J. M. Vanee. Beitrage zur byzanünischen Kulturgeschichte am Ausgange des IV. Jahr, aus den Schriften des Johannes Chrysostomos (Jena, 1907).
(3) Nicéforo CalIXto, Historia eclesiástica, 13, 2. Migue, Palr. Gr.. vol. 146. col. 933 C. Con esas admirables líneas empieza la biografía de Crisóstomo debida a C. Baur (t. I. p. VII).
La ciudad palestina de Cesárea produjo al “padre de la historia de la Iglesia.” Eusebio de Cesárea, quien vivió en la segunda mitad del siglo III y la primera del IV (murió hacia el 340). Ya le hemos mencionado como la fuente más importante,que poseemos acerca de Constantino el Grande. Eusebio fue testigo de dos épocas históricas de la mayor importancia: las persecuciones de Diocleciano y sus sucesores, en las que sufrió personalmente a causa de sus convicciones cristianas bajo Constantino el Grande a raíz del edicto de Milán. Eusebio participó en las discusiones amanas, inclinándose a veces hacia los arríanos. Más tarde fue favorito del emperador y uno de sus amigos más íntimos. Eusebio escribió muchos libros teológicos e históricos. Su gran obra, Preparación Evangélica (“Praeparatio evangélica”), donde defiende a los cristianos contra los ataques de los paganos; la Demostración Evangélica, en la que discute el sentido puramente provisional de la ley de Moisés y el cumplimiento de las antiguas profecías en Jesucristo: sus escritos de crítica y de exégesis sobre la Santa Escritura, así como varias otras obras, le colocan en un lugar muy elevado en la esfera de la literatura religiosa. No es superfluo mencionar de paso que contienen preciosos extractos de obras más antiguas perdidas hoy.
Para nuestro presente estudio, los trabajos históricos de Eusebio son de la mayor importancia. La Crónica, escrita por él, según parece, antes de las persecuciones de Diocleciano, contiene un resumen histórico de Caldea, Asiría, los hebreos, los egipcios, los griegos y los romanos y da tablas cronológicas de los sucesos históricos más importantes. Por desgracia no nos ha llegado sino a través de una traducción armenia y, fragmentariamente, mediante una adaptación latina de San Jerónimo. Así, no tenemos idea exacta de la forma y contenido del original, ya que las traducciones que nos han llegado no han sido vertidas del original griego, sino de una adaptación aparecida a poco de la muerte de Eusebio.
La más sobresaliente obra de Eusebio es su Historia eclesiástica, que abarca diez libros comprendiendo el período transcurrido desde la época de Cristo a la victoria de Constantino sobre Licinio. Según sus propias expresiones, no se propone describir las guerras y victorias de los generales, sino más bien “recordar en términos imperecederos las guerras más pacíficas hechas en nombre de la paz del alma, y hablar de los hombres que ejecutan valerosas acciones por la verdad más que por su país, por piedad más que por sus amigos más queridos.” (1) Por tanto, bajo la pluma de Eusebio, la historia de la Iglesia es la historia de los mártires y las persecuciones, así como de los horrores y atrocidades que las acompañaron. La abundancia de los documentos que utiliza Eusebio nos obliga a ver en su obra una de las fuentes más importantes de la historia de los tres primeros siglos de la era cristiana. Recientemente se ha discutido muy a fondo el problema del valor de Eusebio en cuanto historiador de su propio tiempo, es decir, la importancia de los tres últimos libros de su Historia eclesiástica (VIII-X). (2)
(1) Eusebio, Hist. ect., inir. al libro V.
(2) R. Laqueur, Eusebius ais Historiker seine Zeit (Berlín-Leipzig, 1929).
Como quiera que sea, no debemos olvidar que Eusebio fue el primero en escribir una historia del cristianismo, abarcando el tema en todos los aspectos posibles. Su Historia eclesiástica, que le valió gran renombre, fue la base de los trabajos de muchos historiadores posteriores de la Iglesia, los cuales imitaron a Eusebio muy a menudo. En el siglo IV dicha historia se propagó con amplitud en Occidente, merced a la traducción latina de Rufino.
La Vida de Constantino, escrita por Eusebio más tarde, ha sido muy diversamente interpretada y apreciada por los sabios. No se debe incluirla tanto entre las obras puramente históricas como entre las panegíricas. Constantino está en ella presente siempre como el elegido de Dios: es un nuevo Moisés predestinado a conducir el pueblo de Dios a la libertad. Según Eusebio, los tres hijos de Constantino simbolizan la Santísima Trinidad. Constantino es el verdadero bienhechor de los cristianos, quienes entonces alcanzaron el elevado ideal que nos les cabía soñar en los años precedentes. Tal es la idea general del libro de Eusebio. Para no romper la armonía de su obra, Eusebio deja aparte los lados sombríos de la época, no señala los hechos desgraciados de su tiempo y, por lo contrario, da libre curso a su pluma para ensalzar y glorificar a su héroe. Sin embargo, utilizando su trabajo con precaución se puede conocer, de manera muy interesante, el período constantiniano, sobre todo por el elevado número de documentos oficiales que se hallan allí y que fueron probablemente insertados en la primera versión.
Juzgando en conjunto la obra de Eusebio de Cesárea, ha de reconocerse que, a pesar de su mediocre talento literario, Eusebio fue uno de los mayores eruditos cristianos de la Alta Edad Medía y un escritor que influyó poderosamente la literatura cristiana medieval.
Todo un grupo de historiadores prosiguió la obra empezada por Eusebio. Sócrates de Constantinopla llevó su Historia eclesiástica hasta el año 439. Sozomeno, originario de los alrededores de Gaza, escribió otra Historia eclesiástica que llegaba hasta el mismo año 439. Teodoreto, obispo de Ciro y originario de Antioquía, redactó una historia semejante comprendiendo el período entre el concilio de Nicea y el año 428, y, en fin, el arriano Filostorgio. cuyos trabajos sólo conocemos por los fragmentos que han subsistido, expuso los acontecimientos, desde su punto de vista arriano, hasta el 425.
La vida intelectual más intensa y rica de la época se encuentra, tomo ya lo hemos advertido, en Egipto y especialmente en Alejandría.
En la vida literaria del siglo IV y comienzos del V hay un hombre que presenta un caso interesante y extraordinario: el obispo y filósofo Sinesio de Cirene. Descendiente de una muy antigua familia pagana, educado en Alejandría e iniciado después en los misterios de la filosofía neoplatónica, se convirtió del platonismo al cristianismo, casó con una cristiana y llegó, en sus años últimos, a ser obispo de Ptolemaida. A pesar de todo, Sinesio debía sentirse probablemente más pagano que cristiano. Ya hemos mencionado de pasada su viaje a Constantinopla y su tratado sobre las obligaciones imperiales. No fue esencialmente un historiador, aunque haya dejado una cantidad muy importante de materiales históricos en sus 156 epístolas, las cuales reflejan sus brillantes cualidades de filósofo y orador. Esas epístolas se convirtieron más adelante en modelos de estilo para la Edad Media bizantina. Sus himnos, escritos en estilo y metro clásicos, muestran la originalidad de la mezcla de los conceptos filosóficos y las creencias cristianas de Sinesio. Aquel obispo-filósofo comprendía que la cultura clásica, que tan cara le era, se aproximaba gradualmente a su fin. (1)
(1) V.. Agustín Fitzgerald, The Letters of Synesius of Cyrene (Londres, 1925), p. 11-69.
En el curso de la larga y ruda lucha entre ortodoxos y arríanos, se distinguió la brillante personalidad del niceano Atanasio, obispo de Alejandría, que dejó muchos escritos consagrados a las controversias teológicas del siglo IV. También escribió una vida de San Antonio, es decir, de uno de los creadores del monaquismo oriental, pintando a este último sistema como el ideal de la vida ascética. Tal obra ejerció gran influjo en el desarrollo del monaquismo. El siglo V produjo al historiador más grande del monaquismo egipcio, Paladio de Helenópolis, originario del Asia Menor y conocedor perfecto de la vida monástica egipcia merced a los diez años que pasó aproximadamente en los monasterios de Egipto. Bajo la influencia de Atanasio de Alejandría, Paladio expuso también los ideales de la vida monástica, introduciendo en su obra un cierto elemento de leyenda. Cirilo, obispo de Alejandría y enemigo implacable de Nestorio, vivió también en aquel período. En el curso de su vida férvida y borrascosa, escribió considerable cantidad de epístolas y sermones que ciertos obispos griegos de una época posterior aprendieron de memoria. Dejó también un número de tratados dogmáticos y de obras de polémica y exégesis que constituyen una de las principales fuentes de la historia eclesiástica del siglo V. Según su propia confesión, sólo poseía una educación oratoria insuficiente y no podía gloriarse de la pureza ática de su estilo.
Otra figura muy interesante de la época es la filósofa Hiparía, asesinada por el fanático populacho alejandrino a principios del siglo V. Era mujer de belleza excepcional y tenía extraordinarios talentos intelectuales. Merced a su padre, famoso matemático de Alejandría, le eran familiares las ciencias matemáticas y la filosofía clásica. Adquirió gran renombre con su notable actividad docente. Entre sus discípulos hubo hombres como Sinesio de Cirene, quien menciona a Hipatía en varias de sus cartas. Una fuente habla de cómo, “envuelta en su manto, tenía la costumbre de andar por la ciudad y exponer a los oyentes de buena voluntad las obras de Platón, Aristóteles u otro filósofo.”
La literatura griega floreció en Egipto hasta 451, fecha de la condena de la doctrina monofisita por el concilio de Calcedonia. Siendo aquella doctrina la religión oficial de Egipto, la decisión del concilio fue seguida de la supresión del griego en las iglesias y su substitución por el copto. La literatura copta que se desarrolló a continuación, ofrece alguna importancia, incluso en el campo de la literatura griega, ya que ciertos trabajos griegos perdidos nos han sido conservados en traducciones coptas.
El período que estudiamos asistió al desarrollo de otro género literario: el de los himnos religiosos. Los autores de himnos cesaron poco a poco de imitar los ritmos clásicos y aplicaron otros, propios, que no tenían nada de común con los antiguos y fueron durante mucho tiempo calificados de prosa. Sólo en una época relativamente reciente se ha explicado en parte esa versificación. Los himnos de tal período contienen tipos diversos de acrósticos y rimas. Por desgracia se conocen muy poco los himnos religiosos de los siglos IV y V, y la historia de su evolución gradual en este primer período permanece para nosotros muy obscura. No obstante, no cabe duda de que ese desenvolvimiento fue vigoroso. Mientras Gregorio el Teólogo seguía, en la mayor parte de sus himnos poéticos, la versificación antigua, las obras de Romanos el Méloda (es decir, el autor de himnos), que, según se ha demostrado, aparecieron en el siglo VI, bajo el reinado de Anastasio I, fueron todas escritas en versos nuevos, utilizando acrósticos y rimas.
Los sabios han discutido mucho la cuestión de si Romanos vivió en el siglo VI o a comienzos del VIII. Esas discusiones se fundan en una alusión que se halla en su breve Biografía, donde menciona su llegada a Constantinopla en el reinado del emperador Anastasio. Durante mucho tiempo ha sido imposible determinar si se trataba de Anastasio I (491-518) o de Anastasio II (714-715) – Hoy, tras prolongado estudio de la obra de Romanos, el mundo científico está de acuerdo en reconocer que se trata del período de Anastasio I. (1)
Romanos fue el mayor poeta de Bizancio. Aquel “Píndaro de la poesía rítmica,” (2), fue autor de un número considerable de himnos soberbios, entre ellos el famoso de Navidad: Hoy la Virgen ha dado nacimiento al Cristo. (3)
(1) A. A. Vasiliev, En que época vivió Romanos el Melada (Vizantiiski Vremennik, tomo VIII (1910), p. 435-478 (en ruso). P. Maas, Die chronologie der Hymnen des Romanos (Byzant. Zeitschrift, t. XV (1906), p. 1-44.
(2) Krumbacher, Geschichte der byzantinischen Litcratur, p. 663.
(3) M. G. Camelli ha consagrado especialmente un artículo a este himno: L’lnno peí la Nativtta di Romano it Melode (Siudí Bizantini (Roma, 1925), p. 43-58).
http://www.diakonima.gr/2009/09/23/historia-del-imperio-bizantino-9/