“Aquél que ama poco, da poco.
Aquél que ama más, da más
y aquél que ama muchísimo, ¿qué tiene digno de dar?
¡Se da a si mismo!”
Cristo es nuestra vida, nuestro amor
Cristo es la alegría, la luz, lo verdadero, la felicidad. Cristo es nuestra esperanza. La relación con Cristo es cariño, es amor, es entusiasmo, es anhelo de lo divino. Cristo es el todo. Él es nuestra vida, Él es nuestro amor. Es amor inalienable el amor de Cristo. Desde allí nace la alegría.
La alegría es el mismo Cristo. Es un alegría que te hace un nuevo hombre. Es un locura espiritual, pero en Cristo. Te emborracha como el vino más puro, este vino espiritual. Cómo dice David:”Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar”.(Salmo 22, 5) El vino espiritual no está mezclado, no está adulterado, es muy fuerte y cuando lo bebes, te emborracha. Esta divina ebriedad es regalo de Dios, que se da a los “limpios de corazón”(Mat. 5, 8)
Ayunad tanto como podáis, haced todas las metanias que podáis, disfrutad de todas las agripnías que queráis; pero que estéis alegres. Que tengáis la alegría de Cristo. Es la alegría que dura eternamente, que tiene eterno regocijo. Es la alegría de nuestro Señor, que da el sosiego seguro, el placer sereno y la felicidad más agradable. La alegría, la máxima alegría, que supera cualquier alegría. Cristo quiere también alegrarse de esparcir la alegría, de enriquecer a Sus creyentes con la alegría. Deseo, “que nuestra alegría sea completa”(1ª Jn. 1, 4)
Ésta es nuestra religión. Allí tenemos que ir. Cristo es el Paraíso, mis niños. Qué es el Paraíso? Es Cristo. Desde aquí empieza el Paraíso. Es exactamente lo mismo; todos los que aquí en la tierra viven a Cristo, viven el paraíso. Es así ésto que os digo. Es correcto, es verdadero ésto, creedme! Es tarea nuestra el intentar encontrar la manera de entrar dentro de la luz de Cristo. No se trata de que haga uno lo formal, lo superficial. La esencia es que estemos junto a Cristo. Que se despierte tu alma y que ame a Cristo, que se vuelva santa. Que se entregue al amor divino. Así nos amará también Él. Será entonces la alegría inalienable. Ésto lo quiere muchísimo Cristo, llenarnos de alegría, porqué Él es la fuente de la alegría. Esta alegría es regalo de Cristo. Dentro de esta alegría conoceremos a Cristo. No podemos conocerle, si el no nos conoce. Cómo lo dice David? “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela”.(Salmo 126, 1)
Esto quiere conseguir nuestra psique. Si nos preparamos en función de esto, la gracia nos lo dará. No es difícil. Si cogemos la gracia, todo es fácil, alegre y bendición de Dios. La divina gracia llama continuamente la puerta de nuestra psique y espera a que abramos, para entrar en el corazón sediento y llenarlo. La culminación es Cristo, nuestra Panaguía, la Santa Trinidad. Qué cosa más bonita!
Si amas, vives en la plaza Omonia (plaza del centro de Atenas) y no sabes que te encuentras en la plaza Omonia. No ves coches, ni gente, ni nada. Estás dentro de ti con la persona que amas. Lo vives, te alegras con ello, te inspira. ¿No es verdad ésto? Pensad que esta persona que amáis sea Cristo. Cristo en tu espíritu, Cristo en tu corazón, Cristo en todo tu ser, Cristo en todas partes.
Cristo es la vida, la fuente de la vida, la fuente de la alegría, la fuente de la luz, de lo verdadero, el todo. El que ama a Cristo y a los otros, éste vive la vida. Vida sin Cristo es muerte, es infierno, no es vida. Éste es el infierno, el no amor. Vida es Cristo. El amor es la vida de Cristo. O estarás en la vida o en la muerte. De ti depende el escoger.
Que uno sea nuestro objetivo, el amor a Cristo, a la Iglesia, al prójimo. El amor, la adoración a Dios, el anhelo, la unión con Cristo y con la Iglesia es el Paraíso sobre la tierra. El amor a Cristo es el amor al prójimo, a todos, también a los enemigos. El cristiano sufre por todos, quiere que se salven todos, que todos saboreen la Realeza de Dios. Ésto es el cristianismo. A través del amor hacia el hermano, lograremos amar a Dios. Cuando lo deseamos, cuando lo queremos, cuando somos dignos, la divina gracia viene a través del hermano. Cuando amamos al hermano, amamos a la Iglesia, por lo tanto a Cristo. Dentro de la Iglesia estamos también nosotros. Entonces, cuando amamos a la Iglesia, nos amamos a nosotros mismos.
(del libro “Vida y dichos”, editado por el santo monasterio de Ζωοδόχου Πιγής- Χρυσοπηγής, Junio 2006)
http://cristoesortodoxo.com/2012/04/09/sobre-el-divino-amor/
La obediencia construye y la voluntad propia destruye. Un hijo tiene que aprender a obedecer a sus padres y a Dios. Recordará las palabras de sus padres toda su vida y siempre respetará a los ancianos, y no sólo a estos, sino también a las personas que son más jóvenes. Será educado y cuidadoso con todo el mundo. Desafortunadamente, hay muy pocas familias que eduquen a sus hijos de esta forma.
Los espíritus del mal proveen una distracción en las mentes de nuestros hijos y tratan de molestarlos. Los hijos tienen que aprender la obediencia, especialmente antes de los cinco años, porque a esa edad es cuando se forman sus caracteres. Así pues, los indicios de la forma en que se hayan moldeado sus caracteres, permanecerá con ellos el resto de sus vidas. Los padres deben educar a sus hijos en total obediencia en este momento de sus vidas. Cuando uno de los padres diga algo, la respuesta debe ser: “Lo que tú digas”. Desafortunadamente, hoy en día, los padres no saben esto y enseñan a sus hijos exactamente lo opuesto. Y entonces los educan…
Si los padres dicen: “Quédate aquí”, entonces el niño debe permanecer allí donde se le ha dicho. Pero el niño es un niño; no puede estar quieto en ningún lugar. Lo que normalmente sucede es que los padres abofetean al niño por su desobediencia. Esta es una forma incorrecta de enseñar a un niño a obedecer. Puede que, algunas veces, tal reacción sea necesaria, pero no debería hacerse así sino con amor y el niño debería sentir este amor. Los padres nunca deberían expresar su ira abofeteando a sus hijos. Porque si se empieza a castigar a alguien cuando se está enojado, no se llegará a ninguna parte. Dañarás a la persona que tienes frente a ti y también a ti mismo. Si deseas conducir a alguien por el buen camino, debes enseñarle y aconsejarle. En primer lugar debes humillarte y hablar con ellos con mucho amor. Ellos aceptarán tu consejo si se da con amor. Pero si quieres que tu propia voluntad se imponga a toda costa, no conseguirás nada en absoluto. Esto es lo que hace que los niños reaccionen mal. Cuando un niño es desobediente, la respuesta no es abofetearlo.
Los padres reprenden a sus hijos por las cosas más insignificantes. Es como si no supieran cómo hablarles calmada y cuidadosamente. Cuando un padre tiene que establecer límites para un hijo, debe sentir que, tras la rigurosidad, hay amor. Es un gran error castigar a los hijos en el momento en que están haciendo algo malo, porque esto no les hará ningún bien. Debéis esperar a que se calmen y entonces, con mucho amor, decirle al niño que lo que ha hecho está mal y que tiene que aceptar alguna forma de castigo. Si otra vez sucede lo mismo, entonces se le da al niño un castigo más severo y, de esta forma, aprende.
La santa voluntad de Dios obra en nosotros por nuestros padres, o mediante nuestros maestros o nuestros jefes. Si necesitamos corregir el comportamiento de un niño, tenemos que hacerlo con gran amor y cuidado. Si lo único que tenemos en mente es cambiar la vida de un niño, ya le hemos dado una bofetada con nuestro pensamiento. He notado esto durante mi tiempo de higumeno: a menudo he visto a alguno de los hermanos no actuando correctamente, pero en el momento en que iba a decirle algo, sentí que ya le había abofeteado.
Nuestros pensamientos pueden ser muy instructivos y tener un gran poder. Esto es particularmente cierto en el caso de los pensamientos de los padres. Un padre tiene que soportar mucho y perdonarlo todo. Podemos perdonar a otros sólo si tenemos pensamientos buenos y bondadosos. Si nuestros pensamientos se dirigen a corregir los errores de los demás, es como si los estuviéramos abofeteando. Independientemente de cuán cerca esté alguien de nosotros, estos se alejarán, porque les habremos abofeteado con nuestros pensamientos. ¡Y somos de la opinión de que los pensamientos no son nada!.
Castigamos a nuestros hijos pero, de hecho, no tenemos derecho a hacer eso, porque hemos fallado en enseñarles la forma correcta. Una doctora me dijo hace tiempo en una carta: “Tengo un hijo con mi marido, que también es doctor. Nuestro hijo se ha estrellado con tres coches, pero gracias a Dios aún está vivo. Ahora quiere que le compremos otro coche, pero no podemos permitírnoslo. Cuando volvemos a casa del trabajo, intenta pedirnos dinero, incluso a la fuerza. ¿Qué podemos hacer para resolver este problema?”. Le dije que los únicos culpables eran ellos. Tenían un hijo y le habían permitido hacer todo lo que quería, incluso cuando era pequeño. Cuando era niño, sus peticiones eran proporcionalmente menores, pero ahora que es mayor, sus peticiones se han vuelto mayores. Lo único que podían hacer ahora sería darle a su hijo mucho amor y cuidado para que pudiera entrar en razón y darse cuenta de que lo único por lo que se preocupaban sus padres era por su propio bien. No hay otra forma excepto el camino del amor. ¿Veis por este ejemplo cómo podemos mejorar nuestras propias vidas y las de nuestro prójimo con nuestros pensamientos? Esperamos que vuestro esfuerzo en esta dirección dé fruto.
http://cristoesortodoxo.com/2015/01/08/los-hijos-y-la-obediencia-por-el-staretz-tadej-de-vitovnica/