Creemos que las
escrituras constituyen un todo coherente. Son simultáneamente divinamente
inspiradas y humanamente expresadas. Presentan un testimonio definitivo de la
revelación de Dios de Él mismo — en la creación, en la Encarnación de la
Palabra, y en toda la historia de la salvación. Y como tales expresan la Palabra
de Dios en lenguaje humano. Nosotros conocemos, recibimos, e interpretamos las
Escrituras a través de la Iglesia y en la Iglesia. Nuestra actitud ante la
Biblia es una de obediencia.
Podemos distinguir cuatro cualidades clave que marcan a
una lectura Ortodoxa de las Escrituras, señaladamente:
Nuestra lectura debe ser obediente,
Debe ser eclesiástica, en la Iglesia,
Debe ser centrada en Cristo,
Debe ser personal.
Antes
que nada, al leer las Escrituras, hemos de escuchar en un espíritu de obediencia.
La Iglesia Ortodoxa cree en la inspiración divina de la Biblia. Las
Escrituras son una "carta" de Dios, en donde Cristo mismo está
hablando. Las Escrituras son el testimonio definitivo de Dios sobre Él mismo.
Expresan la Palabra de Dios en nuestro lenguaje humano. Ya que Dios mismo nos
está hablando en la Biblia, nuestra respuesta es justamente una de obediencia,
receptividad, y de escuchar. Conforme leemos, esperamos en el Espíritu.
Pero,
aun cuando la Biblia está divinamente inspirada, también está humanamente
expresada. Es una biblioteca completa de diferentes libros escritos en
varias épocas por distintas personas. Cada libro de la Biblia refleja la
perspectiva de la época en la que fue escrito y el punto de vista particular
del autor. Porque Dios no hace nada de manera aislada, la gracia divina coopera
con la libertad humana. Dios no abole nuestra individualidad sino que la
mejora. Y así es en la escritura de las inspiradas Escrituras. Los autores no
fueron tan solo un instrumento pasivo, ni una máquina de dictado grabando un
mensaje. Cada escritor de las Escrituras contribuye con sus dones personales
particulares. Junto al aspecto divino, hay también un elemento humano en las
Escrituras. Debemos evaluar ambos.
Cada
uno de los cuatro Evangelios, por ejemplo, tiene su propio enfoque particular.
Mateo presenta más en particular un entendimiento Judío de Cristo, con un
énfasis en el reino del cielo. Marco contiene detalles específicos y
pintorescos del ministerio de Cristo, que no se dan en ningún otro lugar. Lucas
expresa la universalidad del amor de Cristo, Su compasión que lo abarca todo y
que se extiende de igual manera al Judío y al Gentil. En Juan existe un enfoque
más interno y más místico de Cristo, con un énfasis en la luz divina y morada
interna. Debemos disfrutar y explorar de lleno esta variedad vivificante en la
Biblia.
Debido
a que las Escrituras son de este modo la Palabra de Dios expresada en lenguaje
humano, hay lugar para una indagación honesta y exigente al estudiar la Biblia.
Al explorar el aspecto humano de la Biblia, hemos de utilizar al máximo nuestra
razón humana otorgada por Dios. La Iglesia Ortodoxa no excluye la investigación
académica del origen, fechas, y paternidad literaria de los libros de la
Biblia.
Junto
a este elemento humano, de cualquier modo, siempre vemos el elemento divino.
Estos no son simplemente libros escritos por escritores humanos individuales.
En las Escrituras escuchamos no tan solo palabras humanas, marcadas por una
mayor o menor habilidad y perceptibilidad, sino la eterna, increada Palabra de
Dios mismo, la Palabra divina de salvación. Cuando nos acercamos a la Biblia,
entonces, no lo hacemos simplemente por curiosidad, para obtener información.
Nos acercamos a la Biblia con una pregunta específica, una pregunta personal
sobre nosotros mismos: "¿Cómo puedo ser salvado?"
Como
divina palabra de Dios de salvación en lenguaje humano, las Escrituras deben
evocar en nosotros una sensación de asombro. ¿Alguna vez ha sentido, al leer o
escuchar, que todo se ha tornado demasiado familiar? ¿Se
ha vuelto la Biblia mas bien aburrida? Necesitamos limpiar continuamente
las ventanas de nuestra percepción y ver con asombro con nuevos ojos lo que el
Señor pone ante nosotros.
Hemos
de sentir hacia la Biblia una sensación de asombro, de expectación y sorpresa.
Hay tantos lugares en las Escrituras en los que aun debemos entrar. Hay tanta profundidad
y majestuosidad para descubrir. Si la obediencia significa asombro,
también significa escuchar.
Somos
mejores al hablar que al escuchar. Escuchamos el sonido de nuestra propia voz,
pero con frecuencia no hacemos una pausa para escuchar la voz de la otra
persona que nos está hablando. Así es que el primer requisito, cuando leemos
las Escrituras, es dejar de hablar y escuchar — escuchar con obediencia.
Cuando
entramos a una Iglesia Ortodoxa, decorada de manera tradicional, y miramos
hacia arriba del santuario en el extremo este, vemos ahí, en el ápside, un
icono de la Virgen María con sus manos alzadas al cielo — la manera escriptural
antigua de orar que muchos aún utilizan hoy en día. Este icono simboliza la
actitud que debemos asumir al leer las Escrituras — una actitud de receptibilidad,
de manos invisiblemente levantadas al cielo. Al leer la Biblia, debemos
modelarnos en la Bendita Virgen María, porque ella es supremamente la que
escucha. En la Anunciación ella escucha con obediencia y le responde al ángel,
"Que sea a mí de acuerdo a vuestra palabra" (Lucas 1:38). No hubiera podido llevar la Palabra
de Dios en su cuerpo si no hubiera primero escuchado la Palabra de Dios en su
corazón. Después de que los pastores adoraran al neonato Cristo, se dice de
ella: "María guardó todas estas cosas y las ponderó en su corazón"
(Lucas 2:19). Nuevamente, cuando María encuentra
a Jesús en el templo, nos es dicho: "Su madre guardó todas estas cosas
en su corazón" (Lucas 2:5l). La
misma necesidad de escuchar es enfatizada en las últimas palabras atribuidas a
la Madre de Dios en las Escrituras, en el banquete nupcial en Caná de Galilea: "Todo
cuanto Él os diga, hacedlo" (Juan 2:5), ella les dice a los sirvientes — y a
todos nosotros.
En
todo esto la Bendita Virgen María sirve como un espejo, como un icono viviente
del Cristiano Bíblico. Hemos de ser como ella al escuchar la Palabra de Dios:
ponderando, guardando todas estas cosas en nuestros corazones, haciendo todo lo
que Él nos diga. Debemos escuchar en obediencia cuando Dios habla.
A través de la Iglesia
En
segundo lugar, hemos de recibir e interpretar las Escrituras a través de la
Iglesia y en la Iglesia. Nuestra actitud ante la Biblia no es solamente
obediente sino eclesiástica.
Es
la Iglesia la que nos dice lo que son las Escrituras. Un libro no es parte de las Escrituras no debido a
cualquier teoría en particular acerca de su antigüedad y paternidad literaria.
Aunque se pudiera comprobar, por ejemplo, que el cuarto Evangelio no fue de
hecho escrito por Juan, el amado discípulo de Cristo, esto no alteraría el
hecho de que nosotros los Ortodoxos aceptamos al Cuarto Evangelio como Santa
Escritura. ¿Porqué? Debido a que el Evangelio de Juan es aceptado por la
Iglesia y en la Iglesia.
Es
la Iglesia quien nos dice que es Escritura, y también es la Iglesia quien nos
dice como se debe de entender la Escritura. Al encontrarse con el Etíope
mientras él leía el Antiguo Testamento en su carro de dos ruedas, Felipe el
Apóstol le preguntó, "¿Entendéis lo que leéis?" y el etíope
respondió, "¿Como puedo, al menos que algún hombre me guíe?" (Actos
8:30-31). Estamos todos en la posición del Etíope. Las palabras de las
Escrituras no son siempre auto explicativas. Dios le habla directamente al
corazón de cada uno de nosotros mientras leemos la Biblia. La lectura de las
Escrituras es un diálogo personal entre cada uno de nosotros y Cristo — pero
también necesitamos una guía. Y nuestra guía es la Iglesia. Hacemos
pleno uso de nuestro entendimiento personal propio, auxiliados por el Espíritu,
hacemos pleno uso de los descubrimientos de la investigación Bíblica moderna,
pero siempre sometemos la opinión privada — ya sea la nuestra o la de los
eruditos — a la experiencia total de la Iglesia a través de los siglos.
El
punto de vista Ortodoxo se sintetiza aquí con la pregunta que se le hace a un
converso el servicio de recepción utilizado por la Iglesia Rusa:
"¿Reconoces que las Santas Escrituras deben aceptarse e interpretarse de
acuerdo a la creencia que ha sido transmitida por los Santos Padres, y la que
la Santa Iglesia Ortodoxa, nuestra Madre, siempre ha conservado y aún
conserva?"
Leemos
la Biblia personalmente, pero no como individuos aislados. Leemos como miembros
de una familia, la familia de la Iglesia Católica Ortodoxa. Al leer las
Escrituras, no decimos "Yo" sino "Nosotros." Leemos
en comunión con todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo, en todas las
partes del mundo y en todas las generaciones del tiempo. La prueba decisiva y
el criterio para nuestro entendimiento del significado de las Santas Escrituras
es la mente de la Iglesia. La Biblia es el libro de la Iglesia.
Para
descubrir esta "mente de la Iglesia," ¿dónde comenzamos? Nuestro
primer paso es ver como las Escrituras son utilizadas en el culto. ¿Cómo, en
particular, se seleccionan las lecciones Bíblicas para su lectura en las
diferentes festividades? También debemos consultar los escritos de los Padres
de la Iglesia, y reflexionar sobre su manera de interpretar la Biblia. Nuestra
manera Ortodoxa de leer las Escrituras es de este modo tanto litúrgica como
patrística. Y esto, como todos nos percatamos, está lejos de ser fácil en la
práctica, debido a que tenemos a nuestro alcance tan pocos comentarios
Ortodoxos sobre las Escrituras disponibles en español, y la mayoría de los
comentarios occidentales no emplean este enfoque litúrgico y patrístico.
Como
un ejemplo de lo que significa el interpretar las Escrituras de manera
litúrgica, guiándose por el uso que se les dan en las Festividades de la Iglesia,
veamos las lecciones del Antiguo Testamento asignadas para las Vísperas en la
Festividad de la Anunciación. Son tres en número: Génesis
28:10-17; el sueño de Jacobo de la escalera puesta de la tierra al
cielo;
Ezequiel 43:27-44:4;
la visión del profeta del santuario de Jerusalén, con la puerta cerrada a
través de la cual nadie mas que el Príncipe puede pasar; Proverbios 9:1-11:uno de los grandes pasajes
Sofiánicos en el Antiguo Testamento, que comienza así: "La Sabiduría ha
construido su casa."
Estos
textos en el Antiguo Testamento, entonces, como su selección para la festividad
de la Virgen María lo indica, se deben entender todos como profecías acerca de
la Encarnación de la Virgen. María es la escalera de Jacobo, proveyendo la
carne que Dios encarnado toma al entrar a nuestro mundo humano. María es la
puerta cerrada quien es la única entre las mujeres que engendró un hijo aún
permaneciendo inviolada. María provee la casa que Cristo la Sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24) toma como su morada. Explorando de
este modo la selección de las lecciones para las diferentes festividades,
descubrimos capas de interpretación Bíblica que de ningún modo son obvias en
una primera lectura.
Tome
como otro ejemplo las Vísperas en Sábado Santo, la primer parte de la antigua
Vigilia Pascual. Aquí tenemos no menos de quince lecciones del Antiguo
Testamento. Esta secuencia de lecciones nos presenta todo el esquema de la
historia sagrada, y al mismo tiempo subraya el significado más profundo de la
resurrección de Cristo. La primera de las lecciones es el Génesis 1:1-13, el relato de la Creación: La
Resurrección de Cristo es una nueva Creación. La cuarta lección es el libro de
Jonás completo, con los tres días del profeta en el estómago de la ballena
prefigurando la Resurrección de Cristo después de tres días en la tumba (cf. Mateo 12:40). La sexta lección narra el cruce
del Mar Rojo por los Israelitas (Éxodo
13:20-15:19), que anticipa la nueva Pascua de Pascua por medio de la
cual Cristo pasa de la muerte a la vida
(cf. 1 Corintios 5:7; 10:1-4). La
lección final es la historia de los tres Santos Niños en el ardiente horno
(Daniel 3), una vez mas una "especie" o profecía de la
Resurrección de Cristo desde la tumba.
Tal
es el efecto de leer las Escrituras eclesiásticamente, en la Iglesia y con la
Iglesia. Al estudiar el Antiguo Testamento de esta manera litúrgica y
utilizando a los Padres para ayudarnos, en todas partes destapamos señales que
apuntan hacia el misterio de Cristo y su Madre. Al leer el Antiguo Testamento a
la luz del Nuevo, y el Nuevo a la luz del Antiguo — como el calendario de la
Iglesia nos insta hacer — descubrimos la unidad de las Santas Escrituras. Uno
de las mejores maneras de identificar las correspondencias entre el Antiguo y
Nuevo Testamento es el uso de una buena concordancia Bíblica. Esto a menudo nos
puede decir más acerca del significado de las Santas Escrituras que cualquier
comentario.
En
los grupos de estudio de la Biblia en nuestras parroquias, es útil el darle a
una persona la tarea especial de señalar cuando un pasaje particular del
Antiguo o Nuevo Testamento es utilizado para una festividad o día de un santo.
Podemos entonces discutir juntos las razones por las cuales cada pasaje
específico fue elegido. A otros del grupo se les puede asignar tareas para casa
entre los Padres, usando por ejemplo las homilías Bíblicas de San Juan
Crisóstomo (que han sido traducidas al Inglés). Los Cristianos necesitan
adquirir una mente patrística.
El
tercer elemento en nuestra lectura de las Escrituras es que ésta debe Centrarse
en Cristo. Las escrituras constituyen un todo coherente porque todas
están centradas en Cristo. La salvación a través del Mesías es su tema central
y unificador. Él es como un "hilo" que corre a través de todas las
Santas Escrituras, desde la primer oración hasta la última. Ya hemos mencionado
la manera en la que Cristo puede verse prefigurado en las páginas del Antiguo
Testamento.
Mucho
del estudio crítico moderno de las Escrituras en el Occidente ha adoptado una enfoque
analítico, dispersando a cada libro en diferentes fuentes. Los nexos conectivos
se desmenuzan, y la Biblia se reduce a una serie de simples unidades primarias.
Ciertamente hay valor en esto. Pero necesitamos ver tanto la unidad como la
diversidad de las Santas Escrituras, el final que todo lo abarca al igual que
los comienzos dispersos. La Ortodoxia prefiere en el todo un enfoque sintético
en lugar de un enfoque analítico, viendo a las Escrituras como un todo
integrado, con Cristo en todas partes como el lazo de unión.
Siempre
buscamos el punto de convergencia entre el Antiguo y Nuevo Testamento, y lo
encontramos en Jesús Cristo. La Ortodoxia le confiere un significado particular
al método de interpretación "tipológico," en donde los "tipos"
de Cristo, señales y símbolos de su trabajo, son identificados a través del
Antiguo Testamento. Un ejemplo notable de esto es Melquizedek, el rey-sacerdote
de Salem, quien le ofreció pan y vino a Abraham (Génesis
14:18), y quien es visto como un tipo de Cristo no solo por los Padres
sino también en el Nuevo Testamento (Hebreos 5:6; 7:l). Otro ejemplo es la
manera en que, como hemos visto, la Antigua Pascua prefigura a la Nueva; La
liberación de Israel del Faraón en el Mar Rojo anticipa nuestra liberación del
pecado a través de la muerte y Resurrección del Salvador. Este método de
interpretación debemos aplicar a lo largo de la Biblia. ¿Por qué, por ejemplo,
en la segunda mitad de la Cuaresma las lecturas del Génesis del Antiguo
Testamento están dominadas por la figura de José? ¿Por qué en la Santa Semana
leemos el libro de Job? Porque José y Job son personas que sufrieron
inocentemente, y como tales son tipos o prefiguraciones de Jesús Cristo, cuyo
sufrimiento inocente sobre la Cruz la Iglesia está a punto de celebrar. Todo se
relaciona entre sí.
Un
Cristiano Bíblico es aquel quien, dondequiera que ve, en cada página de las
Escrituras, encuentra a Cristo en todas partes.
En
las palabras del temprano escritor asceta en el Oriente Cristiano, San Marco el
Monje: "El que es humilde en sus pensamientos y está ocupado en su labor
espiritual, cuando lee las Santas Escrituras, aplicará todo a sí mismo y no a
su semejante." Como Cristianos Ortodoxos debemos buscar en todas
partes de las Escrituras una aplicación personal. No solamente debemos preguntar "¿Qué significa
eso?" sino "¿Qué significa para mi?" Las Escrituras son un
diálogo personal entre el Salvador y yo — Cristo me está hablando, y yo estoy
respondiendo. Ese es el cuarto criterio en nuestra lectura de la Biblia.
He
de ver todas las historias en las Escrituras como parte de mi propia historia
personal. ¿Quién es Adán? El nombre Adán significa "hombre,"
"humano," y de este modo el relato del Génesis sobre la caída de Adán
es también la historia acerca de mí. Soy Adán. Es a mí a quien Dios habla
cuando le dice a Adán, "¿Dónde estáis?" (Génesis
3:9). "¿Dónde está Dios?" preguntamos con frecuencia. Pero la
verdadera pregunta es lo que Dios pregunta al Adán en cada uno de nosotros:
"¿Dónde estáis?"
Cuando,
en la historia de Caín y Abel, leemos las palabra de Dios a Caín, "Dónde
está Abel vuestro hermano?" (Génesis 4:9), estas
palabras, también, están dirigidas a cada uno de nosotros. ¿Quién es Caín? El
es yo mismo. Y Dios le pregunta al Caín en cada uno de nosotros, "¿Dónde
está vuestro hermano?" El camino hacia Dios radica en el amor hacia otras
personas, y no hay otro camino. Al repudiar a mi hermano, reemplazo la imagen
de Dios con la marca de Caín, y niego mi propia humanidad vital.
Al
leer las Escrituras, podemos tomar tres pasos. Primero, lo que tenemos en las
Escrituras es historia sagrada: la historia del mundo desde la Creación, la
historia de la gente elegida, la historia de Dios Encarnado en Palestina, y las
"portentosas obras" después de Pentecostés. El Cristianismo que
encontramos en la Biblia no es una ideología, ni una teoría filosófica, sino fe
histórica.
Entonces
debemos tomar un segundo paso. La historia que se presenta en la Biblia es una
historia personal. Vemos a Dios interviniendo en momentos y lugares
específicos, a medida que entra en diálogo con personas individuales. Él se
dirige a cada uno por nombre. Vemos que se nos presentan llamadas específicas
emitidas por Dios a Abraham, Moisés y David, a Rebeca y Ruth, a Isaías y los
profetas, y luego a María y los Apóstoles. Vemos la selectividad de la acción
divina en la historia, no como un escándalo sino como una bendición. El amor de
Dios es universal en su campo de acción, pero Él elige encarnarse en un rincón
de la tierra en particular, en un tiempo en particular y de una Madre en
particular. Hemos de este modo saborear toda la singularidad de la acción de
Dios como está registrada en las Escrituras. La persona que ama a la Biblia ama
los detalles de fechado y geografía. La Ortodoxia le tiene una intensa devoción
a la Tierra Santa, a los lugares preciso donde Cristo vivió y enseñó, murió y
resucitó. Una manera excelente de adentrarse más a fondo en nuestra lectura
Escriptural es hacer un peregrinaje a Jerusalén y Galilea. Caminar donde Cristo
caminó. Ir al Mar Muerto, y sentarse solitariamente sobre la piedras, sentirse
como se sintió Cristo durante los cuarenta días de su tentación en el desierto.
Beber del pozo en donde le habló a la mujer Samaritana. Ir durante la noche al
Jardín de Getsemaní, sentarse en la obscuridad bajo los antiguos olivos y mirar
a través del valle hasta las luces de la ciudad. Experimenta plenamente la
realidad del escenario histórico, y lleva esa experiencia contigo de regreso a
tu lectura Escriptural diaria.
Entonces
hemos de tomar un tercer paso. Revivir la historia Bíblica en toda su
particularidad, hemos de aplicarla directamente a nosotros. Hemos de decirnos a
nosotros mismos, "Todos estos lugares y acontecimientos no están tan solo
lejos en tiempo y espacio, sino que también son parte de mi propio encuentro
personal con Cristo. Las historias me incluyen."
La
traición, por ejemplo, es parte de la historia personal de todos. ¿A caso no
hemos traicionado a otros en algún momento de nuestras vidas, y a caso no hemos
sabido lo que es ser traicionado, y a caso no deja el recuerdo de esos momentos
cicatrices constantes en nuestra psique? Entonces, al leer el relato de la
traición de San Pedro a Cristo y de su restauración después de la Resurrección,
nos podemos ver como protagonistas en la historia. Imaginando lo que tanto
Pedro como Jesús debieron haber experimentado en el momento inmediatamente
después de la traición, penetramos en sus sentimientos y los hacemos propios.
Soy Pedro; en esta situación ¿puedo también ser Cristo? Al reflexionar de igual
manera sobre el proceso de reconciliación — viendo como el Cristo Resucitado
con un amor completamente libre de sentimentalismo restauró al Pedro caído a la
cofraternidad, al ver como Pedro de su parte tuvo el valor de aceptar esta
restauración — nos preguntamos a nosotros mismos: ¿Que tan parecido a Cristo
soy ante los que me han traicionado? Y, después de mis propios actos de
traición, ¿soy capaz de aceptar el perdón de otros? — ¿soy capaz de perdonarme
a mi mismo? O soy tímido, tibio, desidioso, nunca listo para entregarme por
completo a nada, ni bueno ni malo? Como dicen los Padres del Desierto, "Es
mejor alguien quien ha pecado, si sabe que ha pecado y se arrepiente, que una
persona que no ha pecado y se cree recto."
¿He
adquirido el arrojo de Santa María Magdalena, su constancia y lealtad, cuando
fue a ungir al cuerpo de Cristo en la tumba (Juan
20:l)? ¿Escucho al Salvador Resurrecto llamarme por mi nombre, como la
llamó a ella, y respondo Rabboní (Maestro) con su sencillez y plenitud (Juan 20:16)?
Al
leer las Escrituras de este modo — en obediencia, como miembro de la Iglesia,
encontrando a Cristo en todas partes, viendo todo como parte de mi historia
personal — sentiremos algo de la variedad y profundidad que se han de encontrar
en la Biblia. Aunque siempre hemos de sentir que en nuestra exploración Bíblica
tan solo estamos en el mero comienzo. Somos como alguien que sarpa en un
pequeño bote a un océano ilimitado.
"Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi
camino" (Salmo 118 [119]:105).