¡Huesos secos! ¡Oíd la Palabra del Señor! (Ezeq. 37)
La maravillosa visión le fue revelada al Profeta. De la mano de Dios el profeta Ezequiel fue llevado al valle de la muerte, al valle de la desesperación, del desierto muerto. Nada allí tenía dentro de sí el aliento de la vida.
Alrededor había solo huesos secos, huesos "extremadamente" secos y nada mas. Y eso era todo lo que había quedado de lo que alguna vez había sido vivo. La vida se había ido. Y al profeta le fue formulada una pregunta: "¿Vivirán estos huesos?" (Ezeq. 37:3). "¿Puede acaso la vida volver de nuevo?" La respuesta para cualquiera hubiera sido evidente — no. La vida nunca vuelve para atrás. Lo que muere una vez — ya ha muerto para siempre. El polvo y la ceniza no pueden ser fuente de vida. "Porque de cierto morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse" (2 Samuel 14:14). La muerte — es el inevitable final, la completa destrucción de todas las esperanzas, inclinaciones y tendencias de los hombres. La muerte es la consecuencia del pecado, es el resultado de la caída de los primeros padres. La muerte no es creada por Dios. La muerte no tenía lugar en el Divino Plan de la constitución del mundo. Morir no era normal, era antinatural para el hombre. Hasta la muerte física, o sea la separación del alma y del cuerpo, era un antinatural alejamiento del Creador. La muerte humana — esto es "la paga del pecado" (Rom. 6:23).
Para la mayoría de los cristianos contemporáneos tal comprensión bíblica de la muerte está perdida u olvidada. La muerte se recibe mas bien como la liberación del alma inmortal de la insoportable esclavitud al cuerpo. Sin embargo, esta actitud hacia la muerte, que hoy en día está tan ampliamente extendida, es completamente extraña al espíritu de las Sagradas Escrituras. En realidad — este es el punto de vista de los antiguos griegos (los helenos), es el punto de vista de los paganos.
La muerte — no es liberación, sino catástrofe. "¡Lloro y gimo, cuando mentalmente abarco la muerte y veo como yace en las tumbas nuestra humana hermosura, creada a semejanza de Dios, deformada, deshonrada, desfigurada! ¡O, maravilloso misterio, qué es lo que sucede sobre nosotros! ¿Cómo nos entregamos a la corrupción? ¿Cómo nos sacudimos por la muerte?" (San Juan Damasceno, en el rito de la sepultura, traducción S. Aberintsev, M 1994). El hombre muerto ya no es un hombre en el sentido completo de esta palabra, porque el hombre — no es un espíritu incorpóreo. El cuerpo y el alma integran y conservan un ente único e indiviso, ellos pertenecen el uno al otro. Su separación es la deformación del ser humano. El alma "desencarnada" — es solo espíritu. El cuerpo sin alma — es solo un cuerpo muerto. "Porque en la muerte no hay memoria de Ti, en la tumba ¿quien te alabará?" (Sal. 6:5) Y mas adelante: "¿Acaso manifestarás Tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro Tu misericordia, o Tu verdad — en el lugar de la corrupción? ¿Serán reconocidas en las tinieblas Tus maravillas, y Tu justicia — en la tierra del olvido?" (Sal. 88:10-12). Y el autor de los salmos estaba absolutamente seguro, cuando decía, que los muertos "fueron arrebatados de Tus manos" (Sal. 88:5).
La muerte es desesperanza. De esta manera, la única respuesta desde el punto de vista del hombre sería: "No, los huesos secos no vivirán." Pero la respuesta Divina fue directamente opuesta a esta respuesta humana. Y no era simplemente una respuesta en las palabras, sino el poderoso accionar de Dios. Pues también todo sucede por la Palabra de Dios: "Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió" (Sal. 32:9). Y nuevamente el Señor responde con acción. Él envía Su Luminoso Espíritu y renueva la faz de la tierra. El Espíritu de Dios — es el Dador de vida. El profeta testificó la maravillosa transfiguración. Por la fuerza de Dios los huesos secos nuevamente fueron unidos entre sí, recibiendo forma, nuevamente fueron cubiertos por carne viva y el aliento de la vida volvió a los cuerpos. Y he aquí, ellos se levantaron llenos de fuerza, y se formó "un ejército grande en extremo" (Ezeq. 37:10). La vida volvió, la muerte fue vencida.
La explicación de esta visión se deduce de ella misma. Los huesos secos — estos son "La casa de Israel," el pueblo elegido por Dios. Por sus pecados, por su traición a Dios, su "apostasía," Israel estaba muerto. Él cayó en un pozo, que había cavado para sí mismo, fue herido y rechazado. Él perdió su gloria. Israel, amado y prohijado por Dios, — era pueblo voluntarioso, amotinado y obstinado, pero a pesar de eso era el pueblo elegido. Y el Señor desde el valle de la sombra de la muerte lo conduce hacia reverdecientes prados, lo extrae de los dominios de la muerte, lo eleva desde la profundidad, lo levanta del pozo y lo limpia del barro maloliente.
Y he aquí que la profecía se ha cumplido. La liberación largamente esperada llegó. El Prometido Libertador, el Redentor, el Mesías llegó en el tiempo preparado y su nombre era Jesús, "porque Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mat. 1:21). Él es el que es — "Luz para revelación a los gentiles, y gloria de Tu pueblo Israel" (Luc. 2:32). Y de pronto sucede algo incomprensible, algo que es simplemente paradoja. Él no fue reconocido ni "recibido" por Su propio pueblo, fue rechazado, a Él lo infamaron, Lo condenaron y lo entregaron a una muerte ignominiosa, como si fuera un falso profeta que seduce al pueblo, como a un engañador. Todo esto sucedió, porque el proyecto Divino sobre la venida del Salvador era directamente opuesta a como ellos se lo figuraban carnalmente. En lugar de un Rey Conquistador, al que tanto esperaban los judíos, vino Jesús desde Nazaret, "manso y humilde de corazón" (Mat. 11:29). Rey del Cielo, el mismo Dios de dioses, Rey de Gloria — venido a la tierra en la forma de un siervo. Y Él vino no para que le sirvieran, sino para servir y pacificar a todos los "trabajadores y sobrecargados."
En lugar de afirmar Su gente en el derecho de libertad y independencia política exterior, Él les otorgaba, a ellos y a toda la demás gente, la salvación. Él les daba el Precepto de la Vida Eterna. En lugar de la liberación carnal y política, Él trajo la liberación del pecado y de la muerte, regaló el perdón de los pecados y la Vida Eterna. El vino a los suyos y los suyos no lo "recibieron." Él fue entregado a una muerte deshonrosa, y "fue contado con los pecadores" (Isaías 53:12). En el misterio de la Cruz la Misma Vida, la Vida Divina fue entregada a la muerte por los hombres. Y nuevamente actúa el Señor. "A este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella" (Hechos 2:23-24, palabras del apóstol Pedro). De nuevo la vida destruyó los lazos de la muerte. Cristo resucitó. Él salió de su sepulcro, como un Novio de su palacio. Y junto con Él resucitó toda la humanidad, cada persona sin excepción. Él — es el primogénito de los muertos y detrás de Él siguen todos los demás, cada uno en su orden correspondiente (ver 1 Cor. 15:20-23)."Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom. 5:21). La profecía de Ezequiel es leída por la Iglesia Ortodoxa en los solemnes oficios matutinos durante el Sábado de Gloria, cuando todos los creyentes son convocados hacia el Sepulcro del Señor, desde el cual ahora se derrama generosamente la Vida sobre toda la creación.
En las hermosas oraciones y cantos, consagrados a este día (entre los que están las "Alabanzas" — una de las más valiosas creaciones de la poesía de la Iglesia) así se describe y se glorifica este gran Sacramento: La vida fue encerrada en el sepulcro y la Vida resplandeció desde el Sepulcro. "El que habita en los altos ahora se encuentra entre los muertos y misteriosamente es aceptado por el sepulcro"(Canon en la misa del Sábado Santo, cántico 8, irmos). Los fieles son llamados a contemplar y prosternarse ante el Sacramento de la tumba, Vida-mantenedora y Vida-portadora. Pero la antigua profecía aun ahora todavía queda como profecía, o, mas bien dicho, profecía y testimonio. Si, la vida resplandeció desde el sepulcro, pero la plenitud de la vida todavía está por delante. Todo el mundo, todos los hombres, hasta los redimidos por Cristo, aun la misma Iglesia todavía están en el valle de la muerte.
El nuevo Israel, el nuevo Pueblo Elegido de Dios, nuevemente se asemeja a los huesos secos. ¡Qué poca vida verdadera hay en cualquiera de nosotros! El camino en la vida de cada persona todavía ahora continúa siendo trágico y no sin peligro, y todos nosotros de nuevo terminamos encontrándonos en el valle de la muerte. Cada persona, que, aunque sea una vez, tuvo la oportunidad de contemplar las ruinas de alguna ciudad, que otrora fue floreciente, percibe con penetrante agudeza la terrible fuerza de la muerte y la destrucción. El hombre todavía ahora permanece portador del terrible contagio de la muerte y el sufrimiento. Y parece que hasta es posible esperar algo peor, por cuanto es que la raíz de la muerte — es el pecado. Y no hay nada sorprendente, en el hecho de que ahora de distintos lados se percibe cada vez mas agudamente toda la gravedad del pecado. El viejo dicho de beato Agustín cada vez encuentra nuevos ecos en las almas de las personas: Nondum considerasti quati рonderis sin рecctum. ("Tu nunca comprenderás todo el peso del pecado").
Si, el dominio de la muerte fue destruido, ¡Cristo verdaderamente resucitó! El Rey de Vida, Quien murió, reina para toda la eternidad. El Espíritu divino, el Consolador, el Dador de vida fue enviado a la tierra, para sellar el triunfo de Cristo, y este Espíritu permanece en la Iglesia desde el día del Pentecostés. El don de la vida se entrega a la gente inmutablemente, generosamente, sin mezquindad. El don de la vida se nos da a nosotros, pero no siempre es "recibido" con presteza, porque para participar de la vida es necesario vencer todos los deseos corporales, "dejar de lado todas las preocupaciones de la vida:" los apasionamientos, el orgullo, los prejuicios, las enemistades, el amor propio, la autosatisfacción... De otra manera es posible perder dentro de nosotros el Espíritu de Dios. Dios todo el tiempo golpea a las puertas del corazón del hombre y es el hombre mismo quien no le abre. Dios nunca "derriba la puerta" para entrar. Él respeta, dicho con las palabras de san Irineo de Lyon, "la antigua ley de la libertad del hombre," que Él mismo estableció. Realmente, no hay duda que sin Él, sin Cristo, el hombre no puede hacer nada.
Pero existe una cosa, que solo el hombre puede hacer: responder al llamado Divino y "recibir" a Cristo. Pero esto, de largo alcance se logra por cualquiera. Nosotros vivimos en un tiempo muy intranquilo y despiadado. El sentimiento, de que la humanidad está fuera de peligro se ha perdido hace mucho tiempo. Parece que nuestra civilización de muchos siglos, puede, de un momento para otro, derrumbarse y despedazarse en pequeños fragmentos. El sentido de todo movimiento también resultó incomprensible. Y de aquí, de este callejón sin salida no será encontrada la salida, hasta que no sea tomada una medida radical. Hasta que... En el lenguaje del cristianismo este "cuando" significa: hasta el momento que nosotros nos arrepentimos, hasta el momento que nosotros imploramos el don del arrepentimiento. La vida se da generosamente a todos, pero nosotros estamos muertos. "Convertios, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice el Señor; ¡convertios, pues, y vivireis!" (Ezeq. 18:30-32). Hay dos caminos. "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal... A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas..." (Deut. 30:15-19)
Elijamos la vida... Y nuevamente consagremos toda nuestra vida a Dios, "recibamos," reconozcámoslo a Él como nuestro único Señor y Soberano no solo en el espíritu del sometimiento formal, sino también en el espíritu del amor. Amarlo — significa servirlo, significa recibir Su voluntad como si fuera la nuestra propia, Sus metas y deseos como nuestras propias metas y deseos. "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre, os las he dado a conocer" (Juan 15:15). El Señor nos dejó la obra de Sus manos para que nosotros la sigamos y la completemos. Nosotros debemos penetrar en la misma esencia de Su acto redentor. Y se nos dan las fuerzas para hacer esto. Se nos da el poder de ser hijos de Dios. Pues ni siquiera al hijo pródigo le fue permitido perder su dignidad de hijo, no le fue permitido ser uno de los asalariados. Y nosotros, aun mas que eso, — somos miembros de Cristo en la Iglesia, la cual es Su Cuerpo. Por el Espíritu Santo nosotros recibimos dentro nuestro Su vida. Y por eso debemos acercarnos mas el uno al otro, debemos toda la vida tender hacia aquella unidad, acerca de la que pensaba el Salvador en las últimas horas antes de los Sufrimientos y la Cruz: que todos nosotros seamos unidos en la fe y el amor, únicos en Él.
El mundo todavía esta dividido. ¡Cuanta contienda y división hay hasta entre aquellos, que se llaman a sí mismos Cristianos! Permanecer en relaciones pacíficas con todos — esto es a lo que debemos tender nosotros. El destino del hombre no se decide en los campos de batalla ni en las discusiones de los políticos. El destino del hombre se decide en su corazón. ¿Estará acaso el corazón cerrado hasta en aquel momento, en el cual el Padre Celestial golpea a su puerta, o el hombre abrirá con presteza al llamado del Divino amor? Hasta en nuestros tenebrosos días quedan indicios de esperanza. Ahora no solo es "oscuro en el medio de un claro día," ahora es el tiempo, cuando el sol alumbra claramente en la misma profundidad. La tendencia hacia la unidad crece.
Pero la verdadera unidad solo puede ser conseguida solo en la misma Verdad, en la plenitud de la Verdad: "Apacigua las discordias entre las iglesias, calma la rebelión de los paganos, destruye pronto las herejías por la fuerza de tu Espíritu Santo" (Oración del Sacerdote en la liturgia de San Basilio el Grande). La vida se nos dona generosamente. Debemos estar muy atentos para no pasar de largo el día de nuestra salvación, como el antiguo Israel pasó de largo en su día. "¡Cuantas veces quise juntar a tus hijos, como el ave guarda a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!" (Mat. 23:37). Elegiremos pues la vida en el conocimiento del Padre y su Hijo Unigénito, nuestro Señor, en la fuerza del Espíritu Santo. Y la gloria de la Cruz y la Resurrección se presentará en nuestra propia vida. Y la gloriosa antigua profecía se cumplirá de nuevo... "He aquí Yo abro vuestros sepulcros, pueblo Mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel... Y sabréis que Yo, el Señor hable — y lo hice, dice el Señor" (Ezeq. 37:12-14).
Catecismo Ortodoxo
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Aquellos de nosotros que, por la gracia de Dios, hemos crecido con los dogmas de la piedad y que seguimos en todo a la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, creemos que:
El único camino para la salvación de la humanidad es la fe en la Santa Trinidad, la obra y la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, y su continuidad en Su Cuerpo, la Santa Iglesia. Cristo es la única y verdadera Luz; no hay ninguna otra luz que nos ilumina, ni otro nombre que pueda salvarnos: “Y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos”. Todas las otras creencias, todas las religiones que ignoran y no confiesan a Cristo “venido en la carne”, son creaciones humanas y obras del maligno, que no conducen al verdadero conocimiento de Dios y al nuevo nacimiento por el divino Bautismo, sino que, por el contrario, desvían a los hombres y los conducen a la perdición. Como cristianos que creemos en la Santa Trinidad, no tenemos el mismo Dios de las otras religiones, ni siquiera el de las llamadas religiones monoteístas, Judaísmo e Islam, que no creen en la Santa Trinidad.
Durante dos mil años, la única Iglesia que Cristo fundó y que el Espíritu Santo ha guiado, ha permanecido estable y firme en la Verdad salvífica que fue enseñada por Cristo y por los Santos Apóstoles, y preservada por los Santos Padres. No se ha desviado por las crueles persecuciones de los judíos, inicialmente, o por los idólatras, durante los tres primeros siglos. Ha proveído abundantemente un ejército de mártires y ha salido victoriosa, lo cual demuestra su origen divino. Como maravillosamente expresó sobre ella San Juan Crisóstomo: “Nada es más fuerte que la Iglesia… si luchas contra un hombre, puedes ser conquistador o ser conquistado, pero si luchas contra la Iglesia, no te es posible vencer, pues Dios es el más fuerte de todos”.
Siguiendo el cese de las persecuciones y el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos externos (en otras palabras, los judíos y los idólatras) los enemigos internos de la Iglesia comenzaron a multiplicarse y fortalecerse. Empezaron a aparecer una gran variedad de herejías, que trataron de destruir y adulterar la fe una vez entregada, de forma que los fieles fueran confundidos, y su confianza en la verdad del Evangelio y las tradiciones fuera debilitada. Describiendo, en líneas generales, el estado de los asuntos eclesiásticos que fue creado por el dominio de más de cuarenta años, incluso administrativamente, por la herejía de Arrio, San Basilio el Grande dice: “Los dogmas de los Padres se han ignorado por completo, las tradiciones apostólicas se han marchitado, las invenciones de los jóvenes son observadas en las iglesias; ahora la gente sigue la “lógica cortante” de no teologizar; se da superioridad a la sabiduría del mundo, dejando de lado la jactancia en la Cruz. Los pastores son expulsados, y en su lugar se han puesto crueles lobos, dispersando el rebaño de Cristo”.
Lo que sucedió a causa de los enemigos externos (las religiones), también pasó a causa de los internos (las herejías). La Iglesia, a través de sus grandes e iluminados Santos Padres, demarcó y señaló los límites (perixarakose) de la fe Ortodoxa con decisiones mediante los sínodos locales y ecuménicos en casos de dudosas y específicas enseñanzas, pero también con el acuerdo de todos los Padres (Consensus Patrum), sobre todas las cuestiones de la Fe. Nos encontramos en un terreno seguro cuando seguimos a los Santos Padres y no nos salimos de los límites que han establecido. Las expresiones “según nuestros Santos Padres”, y, “no traspasando los límites que nuestros Padres han establecido”, son señales de un constante avance espiritual y un límite de seguridad para (permanecer en) la fe ortodoxa y el modo de vivir.
Consecuentemente, las posiciones básicas de nuestra confesión son las siguientes:
1. Mantenemos, inamovible y sin alteración, todo lo que los sínodos y los Padres han establecido. Aceptamos todo lo que aceptan y condenamos todo lo que condenan; y evitamos toda comunicación con aquellos que innovan en materia de fe. Ni añadimos, ni quitamos, ni alteramos ninguna enseñanza. Incluso en la era apostólica, el portador de Dios San Ignacio de Antioquia, en su carta a San Policarpo de Esmirna escribía: “Cualquiera que diga algo en contra de lo que ha sido decretado, incluso si es digno de confianza, incluso si ayuna, incluso si vive en virginidad, incluso si hace señales y profetiza, se aparece a vosotros como un lobo con piel de cordero, aspirando a la corrupción de las ovejas”. San Juan Crisóstomo, interpretando las palabras del apóstol Pablo: “Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema” (Gálatas 1:9), observa que el apóstol “no dijo si debían proclamar algo contrario o si debían anularlo todo, sino que incluso, si debían predicar hasta la más pequeña enseñanza que hubiera sido entregada a vosotros, incluso si debieran simplemente ocasionarla, sean anatema”. Al anunciar sus decisiones contra los iconoclastas al clero de Constantinopla, el 7º Concilio Ecuménico dictó: “Hemos seguido la tradición de la Iglesia Católica, no aflojando (en materia de fe) ni haciendo ningún añadido superfluo, sino que, habiendo sido enseñados por la forma apostólica, mantenemos las tradiciones que hemos recibido, aceptando y respetando todo lo que la Santa Iglesia Católica recibió desde los primeros años, escrito y no escrito… pues el verdadero y directo juicio de la Iglesia no permite ninguna concesión para las innovaciones en ella, o para intentar la eliminación cualquier enseñanza. Nosotros, por lo tanto, siguiendo las leyes de nuestros padres, habiendo recibido la Gracia por el único Espíritu Santo, hemos salvaguardado debidamente sin ninguna innovación y reducción todas las enseñanzas de la Iglesia”.
Junto con los Santos Padres y los Concilios, también rechazamos y anatematizamos todas las herejías que aparecieron durante el transcurso histórico de la Iglesia. De las antiguas herejías que han sobrevivido hasta este día, condenamos el arrianismo (aun vivo, en los pseudo Testigos de Jehová) y el monofisismo, la forma extrema de Eutiquio y la más moderada de Severo y Dióscoro, según las decisiones del 4º Concilio Ecuménico de Calcedonia y la enseñanza cristológica de los grandes Santos Padres y Maestros tales como San Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, San Focio el Grande y los himnos de nuestra adoración.
2. Proclamamos que el catolicismo romano es un vientre de herejías y falacias. La enseñanza del “Filioque”, esto es, la procedencia del Espíritu Santo “y del Hijo”, es contraria a todo lo que Cristo mismo enseñó sobre el Espíritu Santo. El conjunto entero de los Padres, conjuntamente en concilios e individualmente, ven el catolicismo romano como una herejía porque, a parte del Filioque, produce una hueste de otras falacias, tales como la primacía y la infalibilidad del Papa, el pan sin levadura (ácimo), el fuego del purgatorio, la Inmaculada concepción de la Theotokos, la Gracia creada, la compra de absolución (indulgencias)… se ha alterado casi la totalidad de la enseñanza y la práctica correspondiente al Bautismo, la Crismación, la Divina Eucaristía y los otros Sacramentos, y ha convertido a la Iglesia en un estado secular.
Contemporáneamente el catolicismo romano se ha desviado más allá de los latinos medievales de la enseñanza de la Iglesia, en la medida en la que ya no cuenta con una continuación de la antigua Iglesia de Occidente. Se ha introducido un enjambre de nuevas exageraciones en su “Mariología”, tales como la enseñanza de que la Theotokos es una redentora paralela (corredentora) del género humano. Se ha reforzado el “movimiento carismático” de los grupos pentecostales (supuestamente centrados en el Espíritu). Se han adoptado prácticas religiosas del Este y métodos de oración y meditación. Se han introducido innovaciones adicionales en la adoración divina, tales como los bailes y los instrumentos musicales. Se ha acortado y esencialmente arruinado la Divina Liturgia. Con respecto al ecumenismo, se han sentado las bases para una unificación de todas las religiones (panthriskeia) con su concilio Vaticano Segundo, reconociendo “vida espiritual” en la gente de otras religiones. El minimalismo dogmático ha conducido ha una disminución de los requerimientos morales, a causa del vínculo entre dogma y moralidad, lo que convierte en fracasos morales de los principales clérigos y en un incremento de las desviaciones morales tales como la homosexualidad y la pedofilia entre los clérigos. Con el continuo apoyo del “uniatismo”, esa caricatura de Ortodoxia con la que victimiza y proselitiza a los fieles, el Vaticano está saboteando el dialogo y está contradiciendo sus supuestas sinceras intenciones para la unión.
Generalmente hablando, tras el concilio Vaticano Segundo, ha habido un cambio radical en el catolicismo y un giro hacia el protestantismo, e incluso una adopción de varios movimientos “espirituales” de la “Nueva era”.
Según San Simeón de Tesalónica, el mistagogo, el “papismo” causó más daño a la Iglesia que todas las herejías y cismas juntos. Nosotros, los ortodoxos, estamos en comunión con los pre-cismáticos papas y conmemoramos a muchos papas como santos. Sin embargo, los papas post-cismáticos han caído todos en la herejía; han cesado de ser sucesores del trono de Roma; ya no tienen sucesión apostólica, porque ya no tienen la fe de los apóstoles y de los Padres. Es por esta razón por la que, como afirma San Simeón, con cada uno de esos papas, “no solo no tenemos comunión, sino que también los llamamos herejes”. A causa de su blasfemia contra el Espíritu Santo con su enseñanza del Filioque, perdieron la presencia del Espíritu Santo y por lo tanto todos ellos están privados de la Gracia. Ninguno de sus Misterios (Sacramentos) es válido, según San Simeón: “Por lo tanto los innovadores blasfeman y están lejos del Espíritu, por blasfemar contra el Espíritu Santo, y así todo en ellos está sin gracia, en la medida en que han violado y han degradado la Gracia del Espíritu… que es por lo que el Espíritu Santo no está en ellos, y no hay nada espiritual en ellos, puesto que todo en ellos es nuevo y está alterado y es contrario a la divina tradición”.
3. Las mismas cosas se aplican a un grado aún mayor en el protestantismo que, como descendencia del papismo, ha heredado muchas herejías, aun cuando también ha añadido muchas más. Ha rechazado la Tradición, aceptando solamente la Santa Escritura (Sola Scriptura), que se malinterpreta; ha abolido el sacerdocio como único Misterio (Sacramento), así como la veneración a los Santos y a los santos iconos; ha dejado sin honor, y en muchos casos, ha menospreciado la persona de la Santísima Theotokos (Madre de Dios); ha descartado el monaquismo; de entre los Santos Misterios, acepta solo el Bautismo y la Divina Eucaristía, que han entendido en una forma que se desvía marcadamente de la enseñanza y la práctica de la Iglesia; enseña cosas tales como la absoluta predestinación (calvinismo) y la justificación sólo por la fe. Por otra parte, su sector más “progresista” ha introducido el sacerdocio para las mujeres y el matrimonio entre homosexuales, a los cuales incluso los aceptan en los rangos del sacerdocio. Pero, por encima de todo, carecen de una eclesiología adecuada, puesto que la comprensión ortodoxa de la naturaleza de la Iglesia no existe entre ellos.
4. El único modo en que nuestra comunión con los herejes pueda ser restablecido es si ellos renuncian a su engaño (plani) y se arrepienten, para que pueda haber una verdadera unión y paz: una unión con la Verdad, y no con el engaño y la herejía. Para la incorporación de los herejes en la Iglesia, la precisión canónica (akriveia) requiere que sean aceptados por el Bautismo. Su “bautismo” previo, llevado a cabo fuera de la Iglesia (sin la triple inmersión y emersión de alguien siendo bautizado en agua santificada por la oración particular) no es de ninguna forma un bautismo. Cualquier intento de Bautismo fuera de la Iglesia carece de la gracia del Espíritu Santo (que no permanece en los cismas y herejías), y como tal, no se tiene nada en común que nos una, como señala San Basilio el Grande: “aquellos que han apostatado de la Iglesia ya no tienen la gracia del Espíritu Santo, pues cesó de ser impartida cuando la continuidad fue truncada… los que se separaron se convirtieron en laicos, y, puesto que ya no son capaces de conferir sobre otros esta gracia del Espíritu Santo de la que ellos mismos han caído, ya no tienen autoridad para bautizar ni para ordenar”.
Esto es por lo que el nuevo intento de los ecumenistas de hacer avanzar la idea de que tenemos un bautismo común con los herejes está infundado. En esta inexistente unida bautismal quieren basar la unidad de la Iglesia, que supuestamente existe en cualquier parte en la que pueda existir un bautismo. Sin embargo, alguien entra en la Iglesia y se convierte en miembro, no con ningún bautismo, sino solo con el “único bautismo”, ese bautismo llevado a cabo uniformemente, oficiado por sacerdotes que han recibido el sacerdocio de la Iglesia.
5. Mientras los heterodoxos que continúen permaneciendo en sus errores, no tendremos ninguna comunicación con ellos, especialmente en oraciones comunes. Todos aquellos santos cánones que tratan sobre el tema de la oración común son unánimes prohibiendo no solo el oficio común y la oración común en el templo de Dios, sino incluso cualquier oración ordinaria en privado. La estricta postura de la Iglesia con relación a los heterodoxos surge del verdadero y sincero amor concerniente a su salvación, y de su protección pastoral para que los fieles no sean arrastrados a la herejía. Cualquiera que ama, revela la verdad y no deja a los otros en la falsedad; de otro modo, cualquier amor y acuerdo con él solo sería falso. Sería algo así como una buena guerra y una mala paz: “… pues una guerra digna de elogio es superior a una paz que separa de Dios”, dice San Gregorio el Teólogo. Y San Juan Crisóstomo recomienda: “Si vierais infringida la devoción, no prefiráis la unidad de pensamiento a la verdad, sino estad firmes hasta la muerte… no traicionando en nada a la verdad”. Y en otra parte recomienda con énfasis: “No aceptéis ningún dogma falso con el pretexto del amor”. Esta postura de los Padres fue también aceptada por el gran defensor y confesor de la fe ortodoxa contra los latinos, San Marcos de Éfeso, quien concluyó en su Confesión de Fe en Florencia con las siguientes palabras: “Todos los maestros de la Iglesia, todos los concilios y toda la divina Escritura nos exhortan a evitar a los herejes, y a abstenernos de cualquier comunión con ellos. Por lo tanto, ¿debo yo hacer caso omiso de ellos, y seguir a aquellos que bajo el pretexto de una paz prefabricada luchan por la unión? ¿Y debo seguir a aquellos que han tergiversado el sagrado y divino Símbolo de la fe (Credo) y han introducido al Hijo como la segunda procedencia del Espíritu Santo? (…). Que nunca nos suceda esto, oh benevolente Consolador (Paráclito), y que nunca me aparte por mis propios dudosos pensamientos, sino que, siguiendo Tu enseñanza y a los benditos hombres que fueron inspirados por Ti, pueda ser agregado a mis padres, testificando, al menos su devoción.”
6. Hasta principios del siglo XX, la Iglesia ha mantenido firme e inmutablemente una postura despectiva y condenatoria hacia todas las herejías, como formuló claramente el Synodicon de la Ortodoxia que es recitado el Domingo de la Ortodoxia. Las herejías y los herejes son anatematizados, uno tras otro; más allá, para garantizar que ningún hereje quede fuera del anatema, hay un anatema general al final del texto: “Que todos los herejes sean anatemas”.
Desafortunadamente, esta postura uniforme, constante y firme de la Iglesia hasta principios del siglo XX ha empezado a ser progresivamente abandonada, siguiendo la encíclica que fue promulgada por el Patriarcado Ecuménico en 1920, “A las Iglesias de Cristo en todo lugar”, que por primera vez llamó a las herejías como “iglesias”, que no están distanciadas de la Iglesia, sino que son familiares y están relacionadas con ella. Recomendaba que “el amor entre las Iglesias debía ser reavivado y reforzado, y ya no debían considerarse unas a otras como extrañas y ajenas, sino como parientes, siendo una parte de la familia de Cristo y “miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Dios en Cristo”.
El camino está ahora abierto para la adopción, la formación y el desarrollo de la herejía del ecumenismo en el ámbito de la Iglesia Ortodoxa, y esta “pan-herejía”, inicialmente de inspiración protestante, ahora con la aceptación papal, adopta y legaliza todas las herejías como “iglesias” y ataca el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Este nuevo dogma sobre la Iglesia, esta nueva eclesiología, es ahora desarrollada, enseñada e impuesta por patriarcas y obispos. Según la nueva enseñanza, no puede exigir para sí exclusivamente la designación de Iglesia Católica y verdadera. En cambio, cada una de ellas es una pieza, un parte y no la Iglesia completa; todas justan componen la Iglesia.
Todos los límites establecidos por los Padres han caído, ya no hay línea divisoria entre la herejía y la Iglesia, entre la verdad y el engaño. Ahora también las herejías son “iglesias”; de hecho muchas de ellas, como la papista, son ahora vistas como “iglesias hermanas” a quien Dios ha confiado, juntamente con nosotros, el cuidado de la salvación de la humanidad.
La Gracia del Espíritu Santo también existe ahora en las herejías, y por lo tanto sus bautismos son (igual que todos los otros misterios) considerados válidos. Todos los que han sido bautizados en un grupo hereje son ahora considerados miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Las condenaciones y anatemas de los concilios ya no son válidos y deberían ser eliminados de los libros litúrgicos. Estamos ahora alojados en el “Consejo Mundial de Iglesias” y traicionando esencialmente (con nuestra membresía) nuestra auto protección eclesial. Hemos eliminado el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, el dogma de “un solo Señor, una Fe, un bautismo” .
7. Este sincretismo inter-cristiano se ha expandido ahora hacia el sincretismo interreligioso, que equipara todas las religiones con la única sabiduría y reverencia a Dios y a Cristo como modo de vida, todas ellas reveladas de lo alto por Cristo. Consecuentemente, el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica no está en relación solo con las varias herejías que están siendo atacadas, sino también el dogma único y fundacional de la revelación y la salvación de la humanidad por Cristo en relación a las religiones del mundo. Es el peor engaño, la mayor herejía de todos los tiempos.
8. Creemos y confesamos que la salvación solo es posible en Cristo. Las religiones del mundo, y también las varias herejías, no conducen al hombre a la salvación. La Iglesia Ortodoxa no es más que la verdadera Iglesia, es la única Iglesia. Ha permanecido fiel al Evangelio, a los concilios y a los Padres, y consecuentemente sólo ella representa a la verdadera Iglesia católica de Cristo. Según el bienaventurado Justin Popovitch, ecumenismo es el nombre común para las pseudo iglesias de la Europa Occidental; su nombre común es “pan-herejía” .
Esta pan-herejía ha sido aceptada por muchos patriarcas ortodoxos, arzobispos, obispos, sacerdotes, monjes y laicos. La enseñan al “descubierto”, la aplican y la llevan a la práctica, comulgando con los herejes de cualquier manera posible, con oraciones comunes, con intercambio de visitas, con colaboraciones pastorales, situándose así, esencialmente, fuera de la Iglesia . Nuestra postura, según las decisiones canónicas de los concilios y según el ejemplo de los Santos, es obvia. Cada uno debe asumir ahora sus responsabilidades.
9. Existen también, por supuesto, responsabilidades colectivas, y sobre todo en la conciencia ecuménica de nuestros jerarcas y teólogos, con respecto al pueblo ortodoxo (pleroma) y a sus rebaños individuales. A ellos, declaramos con temor de Dios y con amor que esta postura suya y su participación en actividades ecuménicas son condenables en todos los aspectos, puesto que:
a) Impugnan activamente nuestra Tradición Ortodoxa-Patrística de la Fe.
b) Están sembrado la duda en los corazones de sus rebaños y desestabilizando a muchos, conduciéndolos a la división y al cisma, y
c) Están conduciendo a una parte del rebaño al engaño, y así, al desastre espiritual.
Nosotros, por lo tanto, declaramos que, por las mencionadas razones, los que se esfuerzan en esta irresponsabilidad ecuménica, sea cual sea el rango que puedan tener en el cuerpo de la Iglesia, contradicen la tradición de nuestros santos y, por lo tanto, se oponen a ellos. Por esta razón, su postura debe ser condenada y rechazada por la totalidad de la Jerarquía y los Fieles.
Catecismo Ortodoxo
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Queridos, la envidia es una cosa terrible e intranquilizadora que siempre está en movimiento y nunca para de realizar su atributo natural, es decir, manchar a los immaculados, el inculpar a los no culpables, y a los muy piadosos y muy ortodoxos difamarles como heterodoxos e impíos. Como corroboración de esto son bastantes los ejemplos de los grandes Maestros y santos de nuestra Iglesia, es decir, San Atanasio el Grande, San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo y todos los demás, los cuales, mientras ellos mismos eran piadosísimos y muy ortodoxos, eran difamados por sus adversarios como impíos y heteroodoxos.
Entonces, si estos tan grandes e importantes Santos de la nuestra Iglesia no pudieron salvarse de la envidia y las calumnias, ¿como es posible que estemos nosotros por encima de ellos, de los cuales no somos dignos ni de lavarles los pies? No es nada extraño, entonces, si también nosotros somos acusados y calumniados con difamaciones y nombran como heterodoxos a causa de la envidia, de la terquedad y del odio incitado por algunos hermanos.
Hay incluso algunos, los cuales sin conocer qué significa Kolibás y sin conocer la causa por la cual somos acusados y calumniados, sólo al escuchar los demás llamarnos Kolibades, heréticos, heterodoxos y otras calumnias parecidas, inmediatamente ellos siguen las mismas calumnias.
Así se parecen a aquellos necios Atenienses, seres ignorantes, los cuales acusaron al justo Arístides y escribieron en su contra en el óstraco (fragmento de cerámica empleado para condenar, mediante voto, al ostracismo) que merecía ser condenado y exiliado de Atenas.Y aunque no lo conocían en absoluto con anterioridad, sin embargo, escuchaban sólo de los otros que era digno de condena y exilio, como está referido de él en los Paralelos de Plutarco; y no nos referimos, por motivo de la difamación, a aquel vulgar y popular refrán que encaja en esta situación y que dice: “Cuando ladra un perro, inmediatamente ladra también otro”.
Por este motivo, para que sea conocida la verdad, nos vemos obligados a exponer aquí la presente y de propia mano Confesión de nuestra Fe para defendernos con pocas palabras, para exponer qué creemos sobre todo aquello por lo que somos injustamente acusados. Porqué escuchemos al eminente Pedro anunciar: “Que estéis siempre preparados para contestar a todo aquel que os pida explicaciones” ( 1 Pedro 3,15), de manera que todos los que propagan con pasión estas cosas contra nosotros, que cierren sus bocas, temiendo a Dios y a la recompensa o castigo futuros; y los otros hermanos, que también se escandalizan por ignorancia y se enfrían por todo lo que se dice en contra nuestra, que paren de escandalizarse, viendo ya revelarse con este discurso y escrito las convicciones que hay en nuestros corazones. Ya que de acuerdo con el Apóstol “ con el corazón el hombre cree todo lo que conduce a la justicia, con la boca confiesa todo lo que conduce a la salvación” (Romanos 10, 10)
PRIMERO.
Confesamos, proclamamos y admitimos los 12 Artículos que existen en el Símbolo común de la Fe, es decir, a aquellos artículos que están contenidos en el Creo en un solo Dios, los cuales los leemos a diario en solitario, en común, en nuestras celdas, en los santos templos de Dios y en cualquier parte que nos encontremos. Ya que escuchamos al San Juan Crisóstomo decir: “Los terribles cánones que hay en el símbolo, son dogmas que han bajado del cielo” (Homilía 40 en la 1ª Epístola de los Corintios).
SEGUNDO.
Confesamos y admitimos todos los otros dogmas, todos los que confiesa (admite) y proclama la santa Católica y Apostólica Iglesia de Cristo, tanto todos aquellos dogmas que se refieren a la elevada y Trinitaria teología, es decir, sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de los cuales una es la divinidad, de acuerdo con el 5º cánon del Segundo Concilio Ecuménico, como los dogmas que conciernen a la profunda y encarnada Economía del Logos de Dios. También hacemos referencia aquí al discurso del padre de la Iglesia San Basilio el Grande: “Creemos tal como hemos sido bautizados, y alabamos y glorficamos a Dios tal como hemos creído” (1º Discurso Ascético).
TERCERO.
Confesamos y admitimos con piedad o con pensamiento los 7 divinos y santos misterios de nuestra Iglesia, los cuales son: el Santo Bautismo, la Santa Crismación, La Divina Eucaristía, el Sacerdocio, el Matrimonio legal, el Arrepentimiento y la Unción. Estos misterios honramos y reconocemos con toda nuestra fe y piedad, ya que ayudan de manera imprescindible a la salvación de nuestras almas, y admitimos la santa gracia y la santificación que provienen de estos misterios, de acuerdo al orden que actúa y se guarda en la Iglesia de Cristo de Oriente.
CUARTO.
Conservamos las tradiciones Apostólicas, en las cuales hemos sido enseñados, ya sea con discursos, ya sea con las epístolas de los divinos y venerables Apóstoles, y permanecemos creyentes en todo lo que aprendimos y en lo que fuimos cerciorados, como anuncia el Apóstol Pablo a nosotros y a todos los cristianos en su 1ª Epístola a las Corintios, en la 2ª Epístola a los Tesalonicenses y en la 2ª Epístola a Timoteo.
QUINTO.
Junto con las tradiciones de los Apóstoles, mantenemos y admitimos las Tradiciones de la Iglesia, es decir, las tradiciones que fueron determinadas por los sucesores de los Apóstoles. Así, aparece el heterodoxo Montano, que alcanzó su esplendor en el siglo II y su convicción era el violar e incumplir las tradiciones y las costumbres de la Iglesia, según Eusebio (Libro 5º cap. 15 de la Historia Eclesiástica). Ya que los dogmas y las tradiciones de la Iglesia no son opuestos entre si, todo lo contrario, más bien los unos completan a los otros. Ya que los dogmas de la Fe constituyen las tradiciones de la Iglesia, mientras que las Tradiciones de la Iglesia se sostienen encima de los dogmas de la fe, pero los dos juntos tienen el mismo e idéntico poder en el tema de la fe. Por esto también dijo San Basilio el Grande “los dos tienen idéntico poder en el tema de la fe” (Cánon 91).
Ya que, como las grandes piedras se tiene en pie junto con las pequeñas y las dos juntas constituyen el edificio, si alguien quiere echar abajo las pequeñas, simultáneamente echa abajo también las grandes, así los dogmas de la Fe permanecen juntos con las tradiciones de la Iglesia, también si alguien quiere violar e incumplir las tradiciones de la Iglesia, viola e incumple junto a éstas los dogmas de la Fe. Por esto dijo también San Basilio el Grande: “Si intentamos incumplir lo no escrito de las costumbres y tradiciones, con el pretexto que no tienen un gran poder, por este error, provocaremos un gran daño en el Evangelio. Más bien convertiremos el kerigma del Evangelio en simplemente un nombre bonito y fino.” (Cánon 91).
SEXTO.
Sostenemos y admitimos todos los santos cánones de los muy honorables Apóstoles, los cánones de los 7 Concilos Ecuménicos, los cánones de los Concilios Locales y de los santos y teóforos Padres que vivieron en todo lugar, los cánones que contiene el 2º Artículo del Sexto Concilio Ecuménico y los cánones que fueron ratificados en el 1º Artículo del Séptimo Concilio Ecuménico. Junto con los Cánones admitimos también las Actas de los mismos Concilios, ya que ambos tienen idéntico poder.
SEPTIMO.
Y hablando en general: todo lo que la Iglesia Santa, Universal, Apostólica y Oriental, nuestra madre común y espiritual, admite y confiesa, esto es lo que nosotros junto con ella aceptamos y confesamos. Y todo lo que ella aborrece, detesta y rechaza, igualmente también nosotros repudiamos, rechazamos y detestamos junto con ella como sinceros y verdaderos hijos suyos.
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