«Déjate perseguir, pero tú, no persigas. Déjate ofender, pero tú, no ofendas. Déjate calumniar, pero tú, no calumnies. Regocíjate con aquellos que se regocijan, llora con aquellos que lloran, ese es el signo de la pureza… Se amigo de todos, pero, en tu espíritu, permanece sólo… Sólo con el Unico, que es el Amor y nos da la fuerza de amar».
San Isaac el Sirio
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Sobre todo perseveremos en la oración. Porque ella es el corifeo del coro de las virtudes y es también por medio de ella que pedimos a Dios todas las demás. Aquel que persevera en la oración comulga con Dios: le está unido por una consagración mística, una fuerza espiritual, una disposición que no se puede expresar. Porque, en adelante, tomando al Espíritu como guía y como sostén, arde con la caridad del Señor y hierve de deseos, no pudiendo saciarse con la ora-ción. Más y más se enciende con el amor al bien y reaviva el fervor de su alma según esta pala-bra de la Escritura: Aquellos que me comen tendrán más hambre, aquellos que me beben tendrán más sed (Sir 24:20). Y también: En mi corazón me has dado la alegría (Sal 4:8). Y el mismo Se-ñor ha dicho: El reino de los cielos está dentro de ustedes (Lc 17:21).
San Gregorio de Nisa
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La pereza es relajación del alma, muerte del espíritu, menosprecio por la vida monástica, odio de la propia profesión. Ella hace bienaventurados a los hombres del mundo y a Dios áspero y riguroso. Es pobre para cantar salmos, enferma para orar, de hierro para servir y pesada para obedecer.
San Juan Clímaco
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