Saturday, July 4, 2015

El icono refleja la santidad, el mundo transfigurado, el mundo superior


La tradición en el arte eclesiástico, al igual que en la misma Iglesia, está compuesta de dos realidades: el hecho histórico y la revelación atemporal, indisolublemente unidos entre sí en forma orgánica. Por un lado, la representación de la festividad o del santo nos da un contexto histórico certero y nos transporta a su Arquetipo. Por otro lado, no es una simple representación de un hecho histórico o de una persona entre otras. El icono nos da este hecho o la imagen del santo fuer a del tiempo, mostrándonos su significado dogmático y estético, su lugar en el plan general de la Economía Divina. La iconografía de la festividad nos muestra su contenido dogmático, su lugar en la cadena de hechos salvadores de la historia sagrada. A través del icono del santo conocemos su lugar y su significación en la Iglesia, al igual que el carácter de su servicio a Dios: es decir, como apóstol, santo imitador de Cristo o mártir. Finalmente, en los iconos del Salvador y la Madre de Dios está expresada toda la plenitud de la Economía Divina.

De este modo, cada icono es una parte del todo, de la Iglesia, no sólo en el sentido interno y espiritual, sino también exterior. La construcción arquitectónica del icono, tanto interna como externa, compone una unidad con la arquitectura del templo. Cada icono es para nosotros, tanto en un sentido como en el otro, el mundo llevado a un estado de armonía y de orden superior.

San Juan Damasceno decía: "No me inclino ante la creación en lugar del Creador, sino me inclino ante el Creador que se hizo creado como yo, y sin humillar Su dignidad o sufrir ninguna división, descendió a la forma de una criatura para glorificar mi naturaleza y hacerla partícipe de la naturaleza Divina. Junto con el Rey y Dios, me inclino ante la púrpura del Cuerpo, no como vestidura y no como a una cuarta Persona, no, sino como convertida en partícipe de esa misma Divinidad. Del mismo modo que el Verbo, sin sufrir cambio alguno, se hizo Carne, del mismo modo, la Carne se hizo Verbo sin perder aquello que ella es, mejor dicho, siendo una con el Verbo en la Hipostasis. Por ello, con atrevimiento represento a Dios invisible no como tal, sino habiéndose hecho visible por nuestra causa a través de la participación en la Carne y en la Sangre. No represento la Divinidad invisible, sino por intermedio de la imagen expreso la Carne de Dios que fue visible."

Lo Divino, lo invisible, lo incorpóreo no se representa por sí mismo, sino por la fuerza de la encarnación del Logos, segunda Hipostasis d e la Santísima Trinidad. La imagen, el icono, es antes que nada semejanza, modelo, impresión del Arquetipo. Una representación tal no se parece a la persona u objeto representado al modo de un espejo o de forma naturalista. Su objetivo es hacer evidentes las cosas secretas y mostrarlas. El principio de la iconografía, la relación de la imagen con el Arquetipo penetra en todo el universo. Por su naturaleza, es el reflejo de las relaciones, trascendentes para este mundo, entre Dios Padre y Dios Hijo. En este caso, la imagen es semejante en todo al Arquetipo. El icono está ligado al Arquetipo, no por naturaleza, sino por energía. La energía de Dios, al penetrar la imagen, la santifica y, al manifestarse a través de ella, eleva al hombre hacia Dios. Por ello, el que venera un icono, no venera la materia de la cual está hecho, sino venera al mismo Arquetipo por intermedio de la unión en oración con El.

El icono refleja la santidad, el mundo transfigurado, el mundo superior; por el lo las imágenes de los iconos tienen una esencia significativa y representativa: el mundo transfigurado. Esto está fijado en el Canon. La canonicidad de un icono, no está tanto en el sujeto, como en el principio de la representación del cuerpo transfigurado por medio de signos acordados. La teología cristiana diferencia la incognoscible Esencia de Di os y Sus manifestaciones creadoras, es decir, la energía, dándoles Nombres Divinos. Uno de estos Nombres es la 'Belleza.' Ella es de esencia superior y está por encima de lo mundano, es decir, es trascendente a todo lo sensible. De allí que el arte de la Iglesia tenga por principio el antinaturalismo. La Belleza es una idea central de la estética cristiana. La Belleza, como Nombre Divino, es de naturaleza luminosa. Dios es luz y no hay en El ninguna oscuridad. Cristo es la Luz Verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo.

Los testimonios de las Sagradas Escrituras están afirmados por la experiencia de muchos siglos de santos cristianos que se esforzaron espiritualmente, que contemplaron la Luz no creada de Dios. El icono canónico transmite esta Belleza, la Belleza llena de la Luz Divina del mundo transfigurado. El icono es el conocimiento concreto y experimentado de la santificación espiritual y la transfiguración del cuerpo del hombre. A la par de la palabra, pero en imágenes visibles y por medio de líneas y pinturas, el icono nos manifiesta la revelación de los dogmas de Dios y, al mostrar al hombre en estado de oración de gracia, nos presenta el misterio de su divinización. En otras palabras, en el icono con medios materiales, se representa la acción transfiguradora de la gracia. Todo el cuerpo participa aquí de la oración, todo el ser se dirige hacia Dios. Ocurre la renovación de nuestra naturaleza, la transfiguración de los sentimientos; ellos, al igual que todo el cuerpo , se hacen distintos. Ese momento, ese estado es la representación del santo en el icono. De allí las formas poco usuales, distintas, no naturalistas que con frecuencia nos so n incomprensible. El icono no es una fantasía, no es una invención , sino el conocimiento concreto y experimentado, como si fuera el hombre representa do en el estado de gracia de la transfiguración. Ello es algo así como una copia de lo natural, con l a ayuda de símbolos. Por ello la extraordinaria grandeza, simplicidad, tranquilidad y gracia del movimiento en el icono. Por ello su ritmo lineal y colorido, sujeto a una armonía superior. Esto es el reino del Espíritu, el dominio de la plenitud de la vida superior, expresada por intermedio de líneas y colores. Sólo las personas que vivieron este estado pudieron crear tales imágenes. Por ello el icono canónico inspira en nosotros el estado de oración y lo concentra. El icono es el camino y el medio, es la oración misma.

El hombre que sigue las bondades Divinas, aprende a depender de la providencia Divina.( San Paisios )


El hombre que sigue las bondades Divinas, aprende a depender de la providencia Divina. Y luego se siente como un niño en la cuna, que si lo deja un momento la madre, comienza a llorar y no se calla hasta que ella de nuevo viene corriendo a él. ¡Es una gran cosa — entregarse a Dios! 


Cuando yo recién llegué al monasterio Stomión, no tenía donde vivir. Todo el convento estaba lleno de basura de construcción. Al lado del cerco encontré un lugar, lo cubrí un poco arriba y pasaba las noches sentado allí, ya que no cabría acostado. Una vez vino a mí un conocido ieromonje (monje-sacerdote) y preguntó: "Escúchame, ¿cómo vives aquí? — ¿Y qué — pregunté yo como respuesta — la gente laica tenía más que nosotros? 

Cuando Kanaris pidió el préstamo, le dijeron: "No tienes Patria" y él respondió: "A la Patria la conquistaremos." Si tal fe había en un hombre laico, ¿podemos nosotros no tener confianza en Dios? Si la Madre de Dios me trajo aquí, ¿puede ser que cuando llegará el tiempo Ella no se preocupe de Su convento? Y realmente, poco a poco, ¡cómo organizó todo la Santísima Madre de Dios! 

Recuerdo cuando los albañiles cubrían de cemento los techos de las celdas quemadas, el cemento se terminaba. Faltaba todavía un tercio de techo. Vienen a mí los albañiles y dicen: "El cemento se termina. Es preciso poner más arena y menos cemento para terminar todo." "No, — les dije — no diluyan, sigan como comenzaron." Traer el cemento era imposible, ya que todas las mulas estaban en el campo. Los albañiles deberían caminar dos horas hasta Koniza y luego dos horas más hasta el campo donde pastaban las mulas. 

Cuanto tiempo perderían... Luego esta gente tenía sus ocupaciones y no podía venir otro día. Veo que cubrieron dos tercios del techo. Entré en la capilla y dije: "Señora mía ¿qué hacer? Te pido ¡ayúdanos!" Luego salí de la capilla.

— ¿Y qué pasó luego, Geronta?

— ¡Terminaron todo el techo y todavía quedó cemento!

— ¿Los albañiles lo comprendieron?

— ¡Cómo no! ¡Cuan grande a veces es la ayuda de Dios y de la Santísima Madre de Dios!


 San Paisios