El pecado y la impudicia tienen el poder de penetrar en el corazón, pero los pensamientos
no vienen de afuera, sino del interior del corazón. El apóstol dijo: «Quiero que los hombres
oren en todas partes elevando sus manos puras, ajenos a la ira y a los pensamientos
malvados» (1 Tim 2, 8) y, también: «Del corazón, provienen los malos pensamientos» (Mt 15,
19). Acércate a la oración, inspecciona tu corazón y tu espíritu y toma la resolución de
hacer llegar a Dios una oración pura. Vela, sobre todo, para que no haya obstáculos a la
pureza de tu oración. Que tu espíritu se ocupe del Señor del mismo modo que el trabajador
de sus tareas y el esposo de su mujer... si doblas las rodillas para orar que otros no vengan
a robar tus pensamientos.
San Macario el Grande
Catecismo Ortodoxo
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Dios es el bien en si, la misericordia misma, un abismo de bondad y, al mismo tiempo, él abraza ese abismo y excede todo nombre y todo concepto posible. No hay otro medio para obtener su misericordia que la unión. Uno se une a Dios compartiendo, en la medida de lo posible, las mismas virtudes, por ese comercio de súplica y de unión que se establece en la oración.
La participación en las virtudes, por la semejanza que instaura, tiene por efecto disponer al hombre virtuoso a recibir a Dios. Pertenece al poder de la oración operar esta recepción y consagrar místicamente el crecimiento del hombre hacia lo divino y su unión con él -pues ella es el lazo de las criaturas razonables con su Creador- siempre a condición de que la oración haya transcendido, gracias a una compunción inflamada, el estadio de las pasiones y de los pensamientos. Pues un espíritu ligado a las pasiones no podría pretender la unión divina.
En tanto que el espíritu ora en esta clase de disposición, no obtiene misericordia; en cambio, cuanto más éxito alcanza en alejar los pensamientos, más adquiere la compunción y,
en la medida de su compunción, participa en la misericordia y en su consuelo. Que persevere
humildemente en ese estado y transformará enteramente la parte apasionada del alma.
San Gregorio Palamas
Catecismo Ortodoxo
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