La lucha con el espíritu de lujuria es la más prolongada y constante y para pocos termina en victoria. La pasión carnal comienza a manifestarse en el hombre desde la temprana madurez y no se detiene antes de vencer a las otras pasiones. Por cuanto el peligro de esta pasión es doble (en el cuerpo y en el alma) también hay que enfrentarlo con doble arma. No es suficiente el ayuno para conseguir la perfecta castidad. Es necesario agregarle tanto una penitente contrición del espíritu como la oración ininterrumpida contra este repugnante espíritu (la pasión lujuriosa). Además de esto es necesario leer continuamente Las Sagradas Escrituras, ocuparse en la meditación acerca de Dios, alternar esto con el trabajo físico y manual, lo cual detiene el vagar errante de los pensamientos. Sobre todo hay que tener una profunda humildad, sin la cual no se puede conseguir la victoria sobre ninguna pasión (san Juan Casiano el Romano).
Por cuanto es tan alta la dignidad de la castidad, también son tan fuertes los embates del enemigo al enfrentarse a ella. Por eso nosotros, con toda aplicación, debemos no sólo contenernos en todo, sino contristar continuamente en nuestro corazón con oración penitente, para que El Espíritu Santo con el rocío de Su Gracia que penetra en el corazón refresque y apague el horno de nuestra carne, que el rey de Babilonia (el diablo) continuamente trata de encender.
(san Juan Casiano).
Ante el ardor de los deseos medita acerca del fuego inapagable y del gusano que nunca muere e instantáneamente se apagará el ardor en tus miembros. De otra manera te debilitarás, serás vencido y te acostumbrarás al pecado por más que te arrepientas.
Por eso desde el mismo comienzo sé estricto hacia cualquier deseo semejante para que no seas vencido y para que no te acostumbres a cederle la victoria al enemigo. Pues la costumbre es la segunda naturaleza. Quien se acostumbra a cederle la victoria al deseo pecaminoso será reprendido continuamente por su conciencia; y aunque delante de otros muestre un rostro alegre en su interior estará amargado por la acusación de la conciencia. Porque es propiedad del deseo transmitirle una dolorosa congoja a los que lo practican. Por eso préstale atención a tu alma, siempre teniendo a Dios dentro de ti.
(San Efrén el Sirio).
Cuando el demonio comienza a dibujar en tu imaginación tentadoras visiones y representa en tu mente la hermosura de una mujer que alguna vez viste, introduce dentro de ti el temor de Dios y recuerda acerca de los muertos en el pecado, piensa en el día que tu alma va a despedirse de tu cuerpo, imagínate la voz de Dios que con terror oirán los que no se preocuparon por tener una vida justa y no han guardado los mandamientos de Cristo: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado al diablo y a sus ángeles" (Mat. 25:41). También imagínate al gusano que no muere y los tormentos ininterrumpidos. Piensa sobre esto y se disolverá la sed de gozo, así como se derrite la cera del rostro del fuego, porque los demonios no pueden permanecer ni un momento contra el temor de Dios. (San Efrén el Sirio).
La victoria sobre esta pasión se condiciona con la limpieza completa del corazón, del cual según la palabra del Señor surge el veneno de esta enfermedad. "Del corazón, — dice Él — salen los malos pensamientos... los adulterios, las fornicaciones, y otros" (Mat. 15:19; San Juan Casiano).
No le permitas a tus ojos vagar de aquí para allá y no te quedes mirando la belleza ajena para que tu enemigo no te derrote con la ayuda de tus ojos (san Efrén).
Si te molesta el demonio de la lujuria prohíbelo diciéndole: "Que el Señor te destruya hediondo diablo impuro" ya que conocemos al que dijo: "Los pensamientos Carnales — son lucha contra Dios" (Rom. 8:7; San Efrén el Sirio).
Si se levanta dentro de ti la lucha de la carne no temas y que no decaiga tu espíritu. De otra manera tu aumentarás el arrojo de tu enemigo (el diablo) quien comenzará a sugerirte pensamientos de tentación: "No cesará tu ardor hasta que no satisfagas tu deseo." Pero soporta, tenle paciencia al Señor y con llanto derrama tu oración delante de Su bondad y Él te oirá y te liberará del pozo de las pasiones (los pensamientos impuros) y del lodo del cieno (los deseos vergonzosos) y pondrá tus pies sobre la piedra de la pureza (Salmo 39:1-3). Entonces verás Su ayuda venida a ti. Solamente debes soportar, no te debilites con el pensamiento, no te canses de sacar el agua del bote porque el puerto de la vida esta cercano. Entonces tú exclamarás y Él dirá: "Aquí estoy" (Is. 58:9). Pero Él espera para ver tu esfuerzo, para ver si es cierto que estás dispuesto a luchar contra el pecado hasta tu muerte. Así, no caigas de espíritu: Dios no te dejará. Dios mira tu esfuerzo, lo ven también las huestes de ángeles y la turba de demonios. Los ángeles están dispuestos a entregar la corona al vencedor y los demonios a cubrir con la vergüenza al vencido. Estate atento para no entristecer a los tuyos (los ángeles) y para no alegrar a los extraños (los demonios. San Efrén el Sirio).
El Abba Pimen dice acerca de los pensamientos lujuriosos: "Si un cofre lleno de cosas permanece mucho tiempo cerrado y la ropa contenida en él no es examinada, su contenido con el tiempo se pudrirá. Así sucede también con los pensamientos repugnantes que nos introduce el diablo: si no los cumplimos en los hechos se pudrirán y desaparecerán con el tiempo" (Abba Pimen).
Un discípulo le preguntó al abba Agaphon como luchar contra la lujuria. El maestro contestó: "Ve, inclina ante Dios tu fuerza (sé humilde en extremo ante Él) y encontrarás tranquilidad."
Efectivamente, si todo logro en las virtudes es acción de la gracia del Señor y la victoria sobre las distintas pasiones es Su victoria, entonces la consecución de la pureza y la victoria sobre la pasión de la lujuria es obra de una especial gracia de Dios, de lo que dan testimonio los santos padres experimentados en la limpieza de esta pasión. Porque permanecer en la carne y no sentir su aguijón es semejante en cierta forma a salir de ella. Y es por eso que no le es posible al hombre volar con sus propias alas hacia la celestial altura de la perfección si la Gracia del Señor no lo saca del terrenal cieno. Porque la gente con ninguna otra virtud se asemeja tanto a los ángeles como con la consecución de la gracia de la pureza
(san Juan Casiano).
Un indicador de la pureza y del perfeccionamiento alcanzado es cuando a la persona en el descanso o en un sueño agradable no le surge ninguna imagen tentadora o, si bien surge una imagen, no despierta en él ningún deseo carnal. Sin embargo el deseo involuntario, aunque no es considerado pecado, indica que el alma aun no ha alcanzado la perfección y que las raíces de la pasión todavía no están desarraigadas (san Juan Casiano).
Obispo Alejandro Mileant.
Catecismo Ortodoxo
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