¿Qué es la oración? Un intelecto libre de todo lo que es terrestre y un corazón cuya mirada está totalmente volcada sobre el objeto de su esperanza. Apartarse de esto es imitar al hombre que reparte en el surco semillas mezcladas o que trabaja con un tiro formado por un buey y un asno.
La oración sin distracción es aquella que produce en el alma el pensamiento constante de Dios; su nueva encarnación: Dios habita en nosotros por nuestro recogimiento constante en él, acompañado por una aplicación laboriosa del corazón a la búsqueda de su voluntad. Los malos pensamientos involuntarios tienen su origen en un relajamiento previo.
¿En qué consiste la oración espiritual? Existe oración espiritual cuando los movimientos del alma sufren la acción del Espíritu santo a continuación de su verdadera purificación. Sólo uno entre diez mil puede ser favorecido de ese modo. Ella constituye el símbolo de nuestra futura condición, pues la naturaleza es llevada más allá de todos los movimientos impuros inspirados por el recuerdo de las cosas de este mundo... Es la visión interior que tiene su punto de partida en la oración.
¿En qué consiste el apogeo de los trabajos del asceta? ¿cómo reconocer que se alcanzó el término de la carrera? Se ha alcanzado cuando ha sido considerado digno de la oración constante. Aquel que ha llegado a eso ha alcanzado el fin de todas las virtudes y, al mismo tiempo, ha logrado una morada espiritual. Aquel que no recibió en verdad el don del Paráclito es incapaz de cumplir la oración ininterrumpida en el reposo. Cuando el Espíritu establece su morada en un hombre, éste no puede ya dejar de orar, pues el Espíritu no cesa de orar en él. Ya sea que duerma o que vele, la oración no se separa de su alma. Mientras come, bebe, está acostado, se dedica al trabajo, se sumerge en el sueño, el perfume del la oración es exhalado espontáneamente desde su alma. En adelante, no predominará la oración durante períodos de tiempo de! terminados, sino en todo momento. Aunque tome su descanso visible, la oración está asegurada secretamente en él, pues silencio del impasible es una oración», ha dicho un hombre revestido de Cristo. Los pensamientos son mociones divinas, los movimientos del intelecto purificado son voces mudas que cantan en secreto esta salmodia al Invisible.
Si llegáis a unir la meditación de vuestras noches con el servicio de vuestros días, sin desdoblar el fervor de las operaciones de vuestro corazón, no tardaréis en estrechar el pecho de Jesús... He aquí mi consejo, si podéis, manteneos en paz y despiertos, sin recitar salmos ni hacer postraciones y, si sois capaces, orad únicamente en vuestro corazón. ¡ Pero no durmáis!
Pero la familia cristiana no es una iglesia sólo para los esposos, ella debe serlo también para los hijos. Ellos son el fruto natural del matrimonio, y los padres que no tienen hijos según la expresión de un teólogo, están algo así como ofendidos, aunque esto ocurre algunas veces por designios especiales de Dios. Por ello los padres deben desear hijos y hasta rezar por ello, como rezaron muchos justos; y cuando Dios brinda hijos, darles una educación cristiana.
La educación de los hijos es una gran obligación de los padres cristianos. El alma infantil es una "tarea rasa" y en suficiente un mero roce para que las huellas se impriman en ella para toda la vida. Es por ello, que la educación debe ser seria y completa. El hombre está formado de cuerpo y alma, una y otra fase del ser humano necesitan educación. El cristianismo no es enemigo de la salud. Por ello manda preocuparse por el cuerpo y desarrollar el organismo infantil, reforzarlo por todos los medios pasionales. Pero es aún más importante la educación del alma. En esto hay que educar la mente de la persona, su voluntad y sentimiento de tal manera que todas las fuerzas del alma estén encaminadas a todo lo bueno, lo enaltecido y lo hermoso. El obispo Teófano, el recluso, da hermosas enseñanzas con respecto a la educación de los hijos. Él dice: "En el niño, hay que formar la mente, el temperamento y la devoción. La inteligencia desarróllala sólo si puedes; y si no entrégala a la escuela o ten un maestro."
Es más necesario para ello la sensatez que la ciencia, para lo cual se estudia aun sin ciencia. El temperamento no se forma con otra cosa que no sea el propio buen modelo y el alejamiento del mal ejemplo de los extraños. Aún más necesaria es la devoción de los hijos. Las acciones piadosas las realizan todos por la gracia de Dios. Que el niño participe de las oraciones matinales y vespertinas, que esté en el templo con la mayor frecuencia posible y que comulgue por vuestra fe lo más a menudo posible, que siempre escuche sus conversaciones piadosas. Los padres deben hacer de su parte todo lo que permita al niño, cuando tenga plena conciencia, reconocer con mayor fuerza que es cristiano. La fe la oración, y el temor de Dios están por encima de cualquier adquisición. Hay que guiar a los niños en las costumbres decorosas en la palabra, en la vestimenta, en la postura, en el comportamiento delante de los otros. El decoro parece ser una cosa insignificante empero preocupa y altera al que no está acostumbrado a él. Hay que enseñarles también el arte, particularmente el canto, el dibujo, la música y otros. Ellos proporcionan un descanso agradable al espíritu y buen humor" (Obispo Teófano, "Ensayos de moral cristiana," pág. 481-483). Pero ¿quién en la familia debe ocuparse de esta educación? Esta responsabilidad descansa ante todo sobre el esposo. A él se dirigen las palabras del apóstol: "y vosotros, padres, no irritéis a vuestros hijos, al contrario, educadlos según la enseñanza y la doctrina del Señor" (Efesios 6,4).
El esposo es el primer miembro de la familia, por ello él debe dirigir la educación. A él deben recurrir ante cualquier explicación o incomprensión. Ante los ojos de los hijos él debe ser ejemplo de sabiduría, firmeza y amor. Él debe enseñarles y alentarlos hacia todo lo bueno. En caso de desobediencia debe hacerlos comprender y en casos extremos, castigarlos. Pero el castigo no debe ser expresión de cólera e irritabilidad, sino que debe ser percibido por los niños como una medida imprescindible de enmienda, como la otra cara del amor paterno. En tal relación los niños amarán a su padre, pero al mismo tiempo, lo respetarán y sentirán el así llamado temor filial.
Pero la educación es predominantemente cuestión de la madre. No en vano posee ella las cualidades morales que armonizan con la naturaleza de los niños y la hacen indispensable para ellos. La madre entiende instintivamente las necesidades del niño que aún no habla y apenas si es capaz de pensar. Si él llora, ella sola es capaz de calmarlo con su dulce y tierna voz, sólo ella puede explicarle al niño sus primeras impresiones infantiles. Lo que el maestro confía sólo a la memoria, la madre sabe expresarlo en el corazón; a lo que aquel sólo suscita fe, ella le infunde amor.
En este sentido, la madre tiene gran predominancia ante el padre. "La madre - según expresión de Smiles- crea de manera especial la atmósfera moral del hogar, esta atmósfera es a su vez alimento para la esencia moral de la persona, tal como la atmósfera física lo es para el cuerpo. Mientras el padre educa más con la ayuda de la autoridad y la razón, la madre logra el mismo resultado con el cariño y la ternura del corazón. El padre somete la voluntad del niño mayormente por medio del respeto hacia sí mismo, en cambio la madre dispone de esa voluntad con ayuda del amor. Por ello, muchas madres se niegan en vano a la educación y consideran la maternidad algo bajo y limitado. La maternidad es un alto servicio a la sociedad, a la patria y a toda la humanidad. El artista pinta en colores o esculpe en mármol una imagen maravillosa, una obra de arte singular. La madre puede moldear del niño la imagen de Dios, educar una personalidad clara, que sea orgullo y gloria de la humanidad. El científico, el pensador, el escritor enriquecen el mundo con nuevas y grandes ideas; la madre puede encarnar estas ideas en una persona viva, sus hijos. ¿Acaso no está en esto el orgullo y la gloria de la madre? En la antigua Roma había dos hermanos Gracos, jóvenes singulares: toda su corta, pero gloriosa vida lucharon y murieron para el bien de sus hermanos menores y oprimidos. Ambos debían su carácter noble a la cuidadosa educación de su madre. Siendo ellos ya adultos le ocurrió estar a la madre en compañía de ricas y renombradas mujeres romanas. Ellas se jactaban: quien con el lujo de sus vestidos, quien con la belleza de su rostro y porte, quien con costosos anillos, aros y collares; la madre de los Gracos llamó a sus hijos y señalándolos dijo: "He aquí mi orgullo, y al mismo tiempo orgullo del pueblo romano." Por esto madres como estas son el orgullo de los hijos y despiertan en ellos no sólo amor sino también veneración. Entre las obras de muchos poetas y escritores se encuentran las más exaltadas estrofas dedicadas a las madres. Leemos a Nekrasov:
"El Creador te dio desde los siglos
A ti el santo nombre madre
Tu deber es la descendencia del hombre
Con dolor y sufrimiento multiplicar
Tranquilidad, salud, fuerzas vitales
En ofrenda a la causa tú entregas
Y con un sentimiento tierno hasta la sepultura
Cumples las leyes maternales.
En el florecer de los años, cuando otras
giran en el torbellino de las preocupaciones,
Olvidando todos los consuelos terrenales
Delante de tu pequeño tú te sientas.
Tu mirada ora resplandece de alegría,
Ora se oscurece con una lágrima,
Y cuántas aflicciones, nadie sabe
Sufres tú en ocasiones."
He aquí otros versos dedicados a los padres:
"Padre y madre. Por todo el universo
No se pueden enunciar nombres tales
Que pudieran proclamar de manera más resonante,
más limpia, más profunda, más recóndita
Acerca del amor incorruptible
Que los nombres padre y madre."
(Grineoskaia, "Nombres caros").
Los himnos de los poetas a los padres demuestran que los esfuerzos de los mismos no desaparecen en vano, la semilla del bien, plantada sobre el suelo de los jóvenes corazones, trae abundantes y buenos frutos. Padres buenos, por lo general, tienen hijos igualmente buenos, tal como un buen árbol da buenos frutos. Pasamos a la imagen de los buenos hijos cristianos.
D.H.
Catecismo Ortodoxo
Sobre la necesidad de un arrepentimiento anterior, de un divorcio de nuestras iniquidades precedentes para acercarnos al sacramento, escuchen las palabras de San Juan Bautista y del príncipe de los Apóstoles a aquellos que debían ser bautizados: "Haced dignos frutos de penitencia, exclama el primero, y no comencéis a decir: nosotros tenemos a Abraham como padre" (San Lucas 2:8). Y el segundo, respondiendo a las preguntas que se le dirigían: "Haced penitencia, y que cada uno de vosotros sea bautizado en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Hechos 2:38).
Ahora bien, aquel que hace una verdadera penitencia no vuelve a cometer las faltas de las que se arrepintió. Es por ello que se nos hace decir: "Yo renuncio a ti, satanás" para que no caigamos nuevamente bajo su dominio. En este momento imitamos a los pintores, ellos despliegan primero sus telas, las rodean de líneas, dibujan las figuras, tal vez la imagen de un rey; pero antes de aplicar los colores, con toda libertad, borran, agregan, cambian y trasponen los trazos equivocados o mal logrados. Pero, una vez aplicados los colores, no son ya libres de borrar y volver a comenzar; ellos arruinaron su cuadro, pecaron contra las reglas de su arte.
Sigan este ejemplo y contemplen su alma como un retrato que deben pintar. Antes de que el Espíritu Santo venga a pasar allí su divino pincel, borren sus malos hábitos. ¿Tienen el hábito de jurar, de mentir, de proferir palabras ultrajantes o deshonestas, de dedicarse a bufonerías o a cualquier otra acción prohibida? Destruid entonces ese hábito para no volver a él después del bautismo. El agua santa borra el pecado, pero son ustedes los que deben corregir los hábitos pecaminosos. Los colores están aplicados, la imagen real resplandece por el efecto del color, no borren más, no hagan desgarros ni manchas en la belleza que Dios les dio.
Repriman entonces la cólera, extingan las llamas del furor y si alguien los injuria y los ultraja, persíganlo con sus lágrimas y no con su indignación; con su piedad y no con su resentimiento, y no digan: "Estoy herido en mi alma." La injuria no llega a nuestra alma, a menos que nosotros nos la hagamos a nosotros mismos. He aquí la prueba. Les robaron su bien. ¿Han sido heridos en el alma? No, sólo en su fortuna. El robo, en efecto, no perjudicó su alma, incluso les fue ventajos a; pero ustedes, que no olvidan su cólera, serán castigados por haber conservado la memoria de esa ofensa. Si alguien los ha despreciado o insultado, ¿qué daño le hizo a su alma, e incluso a su cuerpo? Pero si se rindieron a los insultos o al desprecio, entonces ustedes dañaron su propia alma y sus palabras recibirán un día su castigo.
¿Hablé de pobres, de esclavos, de hombres abyectos? Las mismas cadenas no pueden quitarnos la facultad para ser virtuosos. Por ejemplo, si alguno de sus compañeros irritado los entristeció, perdónenlo. ¿Es que se los impide la cautividad, la pobreza, la abyección? No, ellas mas bien los ayudan pues contribuyen a la reprensión de su orgullo que se rebela. ¿Ven a otro tener éxito en sus negocios? No sean envidiosos; la pobreza no se opone a ello. ¿Se trata de orar? Háganlo con modestia y recogimiento; la pobreza no pone ningún obstáculo. Sean agradecidos, agrables con todos, reservados, honestos; tales virtudes no necesitan ayudas extrañas. He aquí el mérito de la virtud, ella no necesita riquezas, poder, gloria ni nada semejante; un alma santificada basta, ella no pide nada más.
Tal es el poder de la Gracia, si alguien es rengo, ciego, mutilado, o agobiado por la más extrema enfermedad; nada impide que la Gracia lo visite. Sólo necesita un alma que la reciba con todo su afecto, y no preste ninguna atención a las ventajas exteriores. Aquellos que enrolan soldados en la milicia profana, buscan la belleza en la talla y el vigor de la constitución física; pero tales ventajas no bastan para el servicio, es necesario, además, la libertad: todo esclavo es rechazado. El Rey de los Cielos no hace pesquisa semejante, admite en su ejército a los esclavos, a los inválidos, sin enrojecer por ello. ¿Puede haber una bondad, una obligación más grande?
A nosotros sólo se nos demanda aquello que está en nuestro poder, pero el mundo reclama aquello que no está a nuestra disposición. Efectivamente ¿acaso la libertad o la esclavitud dependen de nosotros, lo mismo que la altura o la brevedad de la talla, o vejez, o cualquier otro accidente semejante? En cambio, depende sólo de nuestra voluntad practicar la bondad, la dulzura y otras virtudes. Dios sólo exige de nosotros aquello que está en nuestro poder, y la razón es fácil de comprender: no es por interés, sino por bondad que nos llama a gozar de Su Gracia. Los reyes de la tierra, por el contrario, sólo atraen a aque llos cuyos servicios le son útiles en las guerras materiales y visíbles , Dios somete a los suyos a la prueba de combates espirituales e invisibles.
Sobre la necesidad de un arrepentimiento.
D.H.
Catecismo Ortodoxo