Contemplo un misterio nuevo y admirable; la voz de los pastores sonando en mis oídos, no semejante a los acordes agrestes del cálamo, sino al canto de himnos celestiales. Los ángeles cantan, los arcángeles hacen oír sus acordes y los querubines sus cantos, los serafines dan gloria, todos celebran esta fiesta en la que contemplan a un Dios en la tierra y al hombre en los cielos, a Aquel que descendió por su encarnación y aquél que fue ascendido por la misericordia. Hoy, Belén imita al cielo: los astros de su firmamento son los ángeles que cantan sus cánticos; su sol es el Sol de justicia que no puede ser circunscrito. Y no busquéis saber cómo pudo cumplirse esto, pues cuando Dios quiere, el orden de la naturaleza debe ceder. Él quiso, tuvo el poder, descendió y nos ha salvado: la voluntad de Dios se cumple en todas las cosas.
Hoy, el Que nace, se convierte en lo que no era. Siendo Dios, se hace hombre y no abandona su divinidad. Pues, no es por la pérdida de Su divinidad por lo que se hace hombre, ni por adición de cualidad el que el hombre se convierta en Dios, mas es el Verbo y, siendo su naturaleza la misma a causa de su inmutabilidad, se hizo carne. Pero cuando vino a nacer, los judíos rechazaron creer en este alumbramiento maravilloso, los fariseos interpretaron contra todo sentido los libros sagrados, los escribas enseñaron lo contrario de la ley, y Herodes buscaba al que acababa de nacer, no para honrarlo, sino para hacerlo perecer.
En este día, todo lo que veían era contradicción. Pues así lo dice el salmista: “no lo ocultaremos a sus hijos” (Salmos 77:4). Vinieron reyes, y lo hicieron para venerar al rey celestial que venía a la tierra, no acompañado de ángeles, de arcángeles, de tronos, de dominaciones, de potestades, de virtudes, sino recorriendo un camino nuevo, una carretera no asfaltada, y surgiendo de un seno inmaculado. Sin embargo, no abandonó el gobierno de las legiones celestiales, ni se despojó de su divinidad cuando se hizo hombre: los reyes vinieron a adorarle como el celeste Rey de gloria; los soldados lo reconocieron como el Señor de los ejércitos; las mujeres lo veneraron como nacido de la mujer y por cambiar los dolores de la mujer en gozo y alegría; las vírgenes lo proclamaron como hijo de una virgen admirando que Aquel que creó la leche y los senos, y que concedió al seno de la mujer el ser una fuente inagotable, recibe de una madre virgen el alimento de los niños pequeños; los niños lo vieron ser un niño pequeño para que de la boca de los niños y de los lactantes surgiera la alabanza perfecta; los niños vieron en Él al niño que se sirvió del furor de Herodes para dar a su edad la gloria del martirio; los hombres creados reconocieron a Aquel que se hizo hombre para traer remedio a los males de los que vivían bajo el yugo; para los pastores, es el Buen Pastor que da su vida por las ovejas; para los sacerdotes, es el soberano Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos 7:17; Salmos 109:4); para los esclavos, es el que ha tomado forma de esclavo, a fin de sacarnos de la esclavitud (Filipenses 2:7); para los pecadores, es el que ha tirado de las redes de los que fueron enviados para apresar de nuevo a los hombres; para los publicanos, es Aquel que ha elegido a un publicano a fin de hacer de él un evangelista; para las mujeres de mala vida, es Aquel cuyos pies fueron rociados con las lágrimas de una cortesana y, por decirlo en una palabra, los pecadores pudieron ver en Él al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; los magos le ofrecieron su guardia real, los pastores fueron rodeados con sus bendiciones, los publicanos anunciaron Su Evangelio, las cortesanas lo embalsamaron con mira, la samaritana tuvo sed de la fuente de vida que Él hace conocer, y la cananea mostró por Él, su fe inquebrantable.
Puesto que todos se regocijan así, yo también quiero regocijarme, quiero formar coros, quiero celebrar una fiesta, pero formaré coros, no tocando la cítara, no agitando el tirso, no acompañándome de la flauta, no llevando las antorchas encendidas, sino que quiero, en lugar de los instrumentos de música, llevar los pañales de Cristo. Estos pañales son mi esperanza, mi vida, mi salvación; me alegran en lugar de la flauta y de la cítara. Por eso, me adelanto llevándolos, a fin de que Su poder sea toda la fuerza de mi discurso y así pueda decir con el barro: “¡Gloria a Dios en lo alto del cielo!”, y con los pastores, “¡Y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!” (Lucas 2:14).
Hoy, Aquel que nació del Padre, de una manera inefable nace de la Virgen por amor a mí, de una forma inexplicable y maravillosa. Él nació del Padre, antes de todos los siglos, conforme a las leyes de Su naturaleza, y Aquel que fue engendrado lo sabe; hoy, nace fuera dentro de las leyes de la naturaleza, y la gracia del Espíritu Santo es testigo. Su generación celeste es legítima y la generación terrestre no lo es menos; es verdaderamente el Dios engendrado de Dios, es verdaderamente hombre nacido de una virgen. En el cielo, es el Hijo único de un solo Dios; en la tierra, es el Hijo único de una sola virgen. Así como en Su generación celeste sería impío buscarle una madre, así mismo, en su generación terrestre sería una blasfemia buscarle un padre. El Padre Lo engendró sin el fluido de su sustancia, y la Virgen dio a luz sin conocer la corrupción. Dios no sufrió la pérdida de Su sustancia, pues engendró como convenía a un Dios, y la Virgen no conoció la corrupción cuando dio a luz, porque ella dio a luz espiritualmente (es decir, por la operación del Espíritu Santo). De ahí surge que Su generación celeste no puede ser explicada por palabras humanas y su venida en el tiempo no puede ser el tema de nuestras investigaciones. Sé que una virgen ha dado a luz hoy, y creo que un Dios ha engendrado dentro del tiempo, pero he conocido que el modo de esta generación debe ser honrado por el silencio, y no puede ser el objeto de una curiosidad indiscreta. Pues, cuando se trata de Dios, no es necesario detenernos en la naturaleza de las cosas, sino creer en el poder del que obra. Es una ley de la naturaleza el hecho de que una mujer dé a luz cuando ha contraído matrimonio, pero si una virgen, sin conocer el matrimonio, da a luz y permanece virgen, esto está por encima de la naturaleza. Que se escrute lo que es conforme a la naturaleza, esto lo consiento, pero se debe honrar con el silencio lo que está por encima de la naturaleza, no porque sea necesario alejarse de tales temas, sino porque son inefables y dignos de ser celebrados más que por palabras.
Pero concededme, os lo ruego, el permiso para poner fin a este discurso desde el exordio. Pues temo elevarme hasta esta región de las cosas sobre las cuales no está permitido hablar y no sé de qué lado ni cómo dirigir el timón. ¿Qué diré, o cómo podré hablar? Veo a una madre que da a luz, contemplo a un hijo traído al mundo, pero ignoro el modo de esta generación; cuando Dios quiere, la naturaleza es vencida, los límites del orden establecido en la naturaleza son franqueados. Nada sucede aquí según el orden de la naturaleza, sino que se cumple un milagro por encima de las leyes de la naturaleza. La naturaleza no ha obrado; es la voluntad del Señor la que ha actuado. ¡Oh gracia que sobrepasa todo lenguaje! ¡El Hijo único, que es anterior a los siglos, a quien el sentido del tacto no puede alcanzar, que es simple, incorporal, se ha revestido de un cuerpo mortal y visible como el mío!. ¿Y por qué motivo, sino para que su aspecto nos enseñe, y que enseñados así, nos conduzca por la mano a las cosas invisibles? Puesto que los hombres tienen mayor confianza en lo que sus ojos ven que en lo que sus oídos escuchan, y dudan cuando no han visto, quiso hablar a los ojos por medio de Su cuerpo, de forma que se quitara todo pretexto a la incredulidad. Nace de una virgen que no conoce lo que tiene relación con la generación, que no ha cooperado en lo que se cumplió, que no ha contribuido en nada a lo que se hace, pero que es un simple instrumento del poder inefable y que sabe solamente lo que ella supo de Gabriel al interrogarlo. “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” (Lucas 1:34). A lo cual responde: ¿queréis saberlo?. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá” (Lucas 1:35). Así, ¿cómo estaba el Señor con ella, y poco después, recibía de ella el nacimiento? Así como el artesano que encuentra una materia hermosa y perfectamente dispuesta, fabrica una vasija maravillosa, así Cristo, encontrando el cuerpo y el alma de la virgen santa, se construye un templo animado, forma en su seno al hombre tal y como ha resuelto, se reviste de esta naturaleza humana y se manifiesta hoy, no habiéndose avergonzado de la deformidad de nuestra naturaleza. No ha sido para Él un oprobio el revestirse con su propia obra, y era para Su obra una gloria brillante el ser la vestidura de Aquel que la había creado. Así como en la primera formación era imposible que el hombre existiera antes que la tierra con la que fue creado llegara a las manos de Su Creador, así era imposible que el cuerpo corruptible del hombre recibiera una nueva naturaleza antes que Aquel que lo había hecho se revistiera con ella.
¿Qué diré, pues, o cómo hablaré? Este misterio me llena de admiración. El Anciano de días se hace niño; Aquel que está sentado sobre un trono elevado e inaccesible reposa en el pesebre; Aquel a quien el sentido del tacto no puede conocer, que es simple, sin composición de partes y que ninguna parte de Su cuerpo es tocada por manos humanas; Aquel que elimina los lazos de la iniquidad es retenido en los lazos que forman sus pañales, porque así lo ha querido. Decidió cambiar la ignominia por el honor, la infamia por un título de gloria, el ultraje extremo por una prueba de virtud. Por eso, ha tomado mi cuerpo, a fin de que pueda llevar en mí Su Verbo; y tomando mi carne, me ha dado Su Espíritu, a fin de que dando y recibiendo, pueda amasar para mí un tesoro de vida. Ha tomado mi carne, a fin de santificarme; me ha dado Su Espíritu, a fin de salvarme.
Pero, una vez más, ¿qué diré, o cómo hablaré? “He aquí que la virgen concebirá” (Isaías 7:14). Lo que se habla, ya no es algo venidero; es algo cumplido lo que se propone a nuestra admiración. Fue entre los judíos entre quienes se cumplió esta palabra pronunciada en medio de ellos; es entre nosotros donde es creída, entre nosotros, que no habíamos escuchado ni siquiera la primera palabra: “He aquí que la virgen concebirá” (Isaías 7:!4). La sinagoga guardaba la promesa escrita; la Iglesia posee el objeto de la promesa. Una poseía el libro, y la otra, el tesoro prometido por este libro; una supo teñir la lana, y la otra revistió la vestidura púrpura que fue teñida. Judea le dio a luz; la tierra entera lo recibió. La sinagoga lo alimentó y lo educó; la Iglesia lo posee y recoge los frutos de Su presencia. Aquella tuvo la cepa de la viña y cerca de mí están los frutos maduros de la verdad. Aquella cosechó las uvas, pero las naciones beben el líquido místico. Aquella sembró el grano de trigo en Judea, pero las naciones recolectaron la cosecha con la guadaña de la fe. Las naciones recogieron con piedad la rosa, mientras que la espina de la incredulidad permaneció en los judíos. El pequeño voló y los insensatos permanecen sentados cerca del nido que permanece vacío. Los judíos interpretaron la letra, que es semejante a la hoja, y las naciones recogieron el fruto del Espíritu.
“La virgen concebirá”. ¡Dime, pues, el resto, oh judío! Dime, ¿quién es Aquel a quien ella ha dado a luz? Haya en mi mayor confianza en que Herodes. Pero careces de confianza, y sé porqué. No piensas más que en sembrar engaños. Se lo has dicho a Herodes a fin de que lo mate; no me lo dices a mí, para que no pueda adorarlo. ¿Quién es, pues, Aquel a quien ella ha dado a luz? ¿Quién es? Es el Creador de la naturaleza. Cuando guardas silencio, la naturaleza grita. Ella ha dado a luz a Aquel que vino al mundo de la forma que había elegido para nacer. No es la naturaleza la que reguló este alumbramiento, sino que es el Maestro de la naturaleza quien introduce este modo inusitado de nacimiento, a fin de mostrar, haciéndose hombre, que no nace como un hombre, sino como un Dios.
Nace hoy de una virgen que triunfa sobre la naturaleza y que trae la victoria sobre el matrimonio. Convenía al Dispensador de la santidad nacer de un alumbramiento puro y santo. Es Él quien formó en otro tiempo a Adán de una tierra virgen y a continuación hizo a la mujer de Adán sin el concurso de una madre. Así como Adán, sin madre, dio nacimiento a la mujer, así la Virgen da a luz hoy a un hombre sin el concurso del hombre. Y puesto que el género de la mujer le era debido al hombre desde que Adán diera nacimiento a la mujer sin el socorro de una mujer, hoy la Virgen paga al hombre la deuda contraída por Eva, pues da a luz sin el socorro del hombre. A fin de que Adán no pudiera enorgullecerse de haber producido a la mujer sin el socorro de una mujer, la Virgen engendra a un hombre sin el socorro del hombre, de forma que la igualdad resulta de la paridad de las maravillas obradas. Adán perdió una de sus costillas y no fue disminuido; por otra parte, el Señor se ha formado en el seno de la Virgen un templo animado y no ha destruido su virginidad. Adán permaneció sano y salvo tras quitársele la costilla; la Virgen no ha sido marchitada tras el nacimiento de su Hijo.
El Señor no ha querido construirse otro templo, ni revestirse de un cuerpo formado de otra forma, para hacer conocer que no desprecia el barro de Adán. Y puesto que el hombre engañado se convirtió en el instrumento del maligno, era necesario que tomara como un templo animado a aquel mismo que había sido seducido, a fin de que por esta unión con su creador, lo arrancara de la unión y del servicio al maligno. Y, sin embargo, haciéndose hombre, Cristo no es puesto en el mundo como un hombre, sino como un Dios, porque si hubiera surgido, como uno de nosotros, de un matrimonio ordinario, la multitud no habría querido creer en Él. Pero nace de una virgen y, naciendo, guarda el seno de Su madre inmaculado, y a esta virgen, sin mancha, a fin de que las circunstancias inusitadas de tal alumbramiento nos inspiren una fe más grande. Pues, si el gentil me interroga o el judío no me interroga para saber si Cristo, siendo Dios por naturaleza, se hizo hombre fuera de las leyes de la naturaleza, responderé que es así, y dará por pruebas las marcas de una virginidad que no ha sido violada. Pues sólo hay un Dios que pueda vencer el orden de la naturaleza, sólo hay Aquel que hizo el seno de la mujer y le dio su virginidad, para que pudiera preparar para sí mismo este modo inmaculado de su nacimiento y así construirse, según su deseo, un templo edificado de una manera inefable.
¡Dime, pues, oh judío, si la Virgen ha dado a luz o no! Si ha dado a luz, reconoce la maravilla de este alumbramiento. Pero si ella no ha dado a luz, ¿por qué has engañado a Herodes? Eres tú quien has respondido cuando te preguntaba dónde debía nacer Cristo: “En Belén de Judea” (Mateo 2:5). ¿Conozco yo este pueblo o este lugar? ¿Estaba informado de la dignidad del que iba a nacer? ¿No es Isaías quien hace mención de Él como de un Dios?. “Y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7:14). ¿No sois vosotros, adversarios sin buena fe, quienes nos habéis enseñado la verdad? ¿No sois vosotros, escribas y fariseos, observadores exactos de la ley, quienes nos habéis instruido en todo este asunto? (Mateo 1:23). ¿A caso conocemos nosotros la lengua hebrea? ¿No habéis sido vosotros mismos los intérpretes de las Escrituras? Después de que la Virgen hubiera dado a luz, antes de que diera a luz, ¿no fuisteis vosotros quienes, interrogados por Herodes, y para que estuviera claro que este pasaje no es interpretado con parcialidad, disteis como testimonio al profeta Miqueas, apoyando así vuestro discurso?. Dice él: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña para figurar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador de Israel” (Miqueas 5:2; Mateo 2:6). El profeta dice con razón: “de ti”, pues surgió de vosotros para ser dado al mundo.
Lo que es, se manifiesta, pero lo que no es, es creado o formado. Pero Él, era; era antes; era siempre. Estaba desde la eternidad como Dios, gobernando el mundo. Hoy, se manifiesta como hombre a fin de gobernar a su pueblo, pero como Dios salva a toda la tierra. ¡Oh enemigos útiles! ¡Oh acusadores bienaventurados! ¡Vosotros, cuya imprudencia ha revelado al Dios nacido en Belén, vosotros, que habéis hecho conocer al Señor oculto en el pesebre, que sin quererlo habéis mostrado el regazo en el que reposa, vosotros, que, hechos nuestros benefactores contra vuestra voluntad, habéis descubierto aquello que querías dejar oculto en la sombra!. ¿Veis a estos maestros inhábiles? Lo que enseñan, lo ignoran; ellos mueren de hambre y nos alimentan a nosotros; tienen sed y nos mitigan la sed; están en la indigencia, y nos enriquecen.
Venid, pues, y celebremos esta fiesta; venid y que sea para nosotros un día de solemnidad. Que la forma de celebrar esta fiesta sea extraordinaria, pues el relato de este nacimiento es extraordinario. Hoy, el lazo antiguo es roto, el diablo es cubierto de confusión, los demonios huyen, la muerte es destruida, el paraíso se ha abierto, la maldición ha sido borrada, el pecado ha sido eliminado, el error ha sido vencido, la verdad ha vuelto, y la palabra de la piedad se extiende y se propaga en todo lugar. La vida del cielo se planta en la tierra, los ángeles conversan con los hombres, los hombres no temen conversar con los ángeles. ¿Y por qué? Porque un Dios ha venido a la tierra, y el hombre, al cielo, y así, todo ha sido unido y mezclado. Ha venido a la tierra, Él, que está totalmente en el cielo, y, estando totalmente en el cielo, está totalmente en la tierra. Siendo Dios, se hizo hombre, sin renunciar a Su divinidad. Siendo el Verbo, no sujeto a cambio, se hizo carne: se hizo carne a fin de habitar entre nosotros. No se hizo Dios, sino que era Dios. Pero se hizo carne, a fin de que un pesebre pudiera recibir a Aquel al que el cielo no podía contener. Así pues, es puesto en el pesebre, a fin de que Aquel que alimenta a toda criatura, reciba de una virgen madre el alimento que conviene a un niño pequeño.
Por lo tanto, el Padre del siglo venidero se convierte en un niño de pecho y reposa en los brazos de una virgen, a fin de ofrecer a los magos un acceso más fácil. Pues hoy, los magos llegan y dan el ejemplo de no obedecer a un tirano: el cielo se regocija e indica el lugar en el que reposa su Señor, y este Señor, llevado en la nube ligera del cuerpo que ha elegido, avanza rápidamente hacia el país de Egipto. En apariencia, lucen los engaños de Herodes; en la realidad, cumple lo que había sido dicho por el profeta Isaías: “En aquel día Israel será el tercero con Egipto y con Asiria, una bendición en medio de la tierra. Y el Señor de los ejércitos los bendecirá diciendo: ‘¡Bendito sea mi pueblo de Egipto, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, herencia mía!’” (Isaías 19:24-25).
¿Qué dirás tú, oh judío, que siendo el primero, ahora te conviertes en el tercero? Los egipcios y los asirios son puestos ante ti, e Israel, el primogénito, es contado a continuación. Sucede así con justicia. Los asirios vendrán primero, puesto que Lo adoraron en la persona de los magos. Los egipcios después de los asirios, porque lo recibieron huyendo de las trampas de Herodes. Israel será contado el último, porque tras la salida del Jordán, Lo reconoció por la persona de los apóstoles. Entró en Egipto derribando los ídolos de Egipto hechos por la mano del hombre, tras haber hecho morir a los primogénitos de los egipcios (Isaías 19:1). Por eso hoy se presenta en calidad de primogénito, a fin de hacer desaparecer el antiguo duelo. Que sea llamado primogénito, es lo que testifica Lucas el Evangelista, diciendo: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la hostería” (Lucas 2:7). Entra en Egipto para poner fin al duelo antiguo, trayendo el gozo y no nuevas plagas, y en lugar de la noche y las tinieblas, la luz de la salvación. Antaño, el agua del río había sido manchada por la muerte de los hijos quitados antes de la edad. Ahora, aquel mismo entra en Egipto que, en otro tiempo, había enrojecido esta agua; da al agua del río la virtud de engendrar la salvación, purificando por el poder del Espíritu todo lo que había en ella de impuro y manchado. Los egipcios, castigados con diversas plagas y dejándose llevar por su furor, desconocieron a Dios. Entra en Egipto y llena del conocimiento de Dios a las almas religiosas que están en este país, de modo que la tierra rodeada por el Nilo tenga pronto más mártires que espigas.
A causa de la brevedad del tiempo, terminaré aquí mi discurso. Terminaré cuando haya dicho cómo el Verbo, que es inmutable, se hizo carne sin cambiar su naturaleza. Pero, ¿qué diré, o cómo hablaré? Veo a un artesano, un pesebre, a un niño, pañales, a un hijo nacido de la Virgen y privado de las cosas necesarias, y en todo lugar la pobreza, en todo lugar, la indigencia. ¿Habéis visto al rico en una profunda pobreza? ¿Cómo siendo rico se hizo pobre por causa nuestra? ¿Cómo es que no tuvo un lecho, ni un suave toisón, sino el pesebre desnudo en el que es depositado? ¡Oh pobreza, fuente de riquezas! ¡Oh riqueza sin medida, que no tienes más que la apariencia de la pobreza! Reposa en el pesebre y agita al mundo entero. Es envuelto en los lazos de sus pañales y rompe los lazos del pecado. Aún no ha hecho escuchar su voz y ha instruido a los magos y los ha dispuesto para la conversión.
¿Qué diré, pues, o cómo hablaré? He aquí al niño envuelto en sus pañales y acostado en un pesebre; María, virgen y madre, está cerca de Él; cerca de Él está José, visto como Su padre. Este es llamado el marido, aquella es saludada con el nombre de “mujer”, pero estos nombres legítimos son despojados de todo su significado habitual y deben ser comprendidos como una simple apelación, mas una apelación que no va hasta la naturaleza de las cosas. José es el esposo de María, pero el Espíritu Santo la ha cubierto con su sombra. Por eso José duda y no sabe qué nombre dar al niño. No osa decir que fue el fruto del adulterio y no podía proferir esta blasfemia contra la Virgen, pero no podía decir que fue su propio hijo, pues sabía que ignoraba cómo y de dónde tomaba este niño su origen. Por eso, mientras duda, un oráculo del cielo se le presenta por la voz del ángel: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo” (Mateo 1:20).
El Espíritu Santo ha cubierto a la Virgen con su sombra. ¿Por qué, pues, nació de la Virgen, conservando esta su virginidad inmaculada? A fin de que, si antaño el maligno engañó a Eva aún virgen, Gabriel, a su vez, viniera a traer un feliz mensaje a María, siendo virgen. Pero Eva, siendo engañada, dio a luz una palabra que introdujo la muerte en el mundo, mientras que María, recibiendo un feliz mensaje, dio a luz en la carne al Verbo que nos da la vida eterna. La palabra de Eva indica el bosque del cual Adán fue expulsado del paraíso; el Verbo salido de la virgen muestra la cruz por la que introdujo al ladrón en el lugar de Adán en el paraíso. Pues como los gentiles, los judíos y los herejes no querían creer que Dios engendra sin el fluido de su sustancia, permaneciendo inmutable, por eso hoy, salido de un cuerpo sujeto al cambio, ha conservado, en su integridad, este cuerpo sujeto al cambio, para hacernos comprender que, así como nació de una virgen sin romper su virginidad, así Dios, sin cambio ni utilización del fluido de Su santa sustancia, como Dios, ha engendrado a un Dios, así como convenía a un Dios.
Y puesto que los hombres, habiendo abandonado a Dios, se hicieron estatuas de forma humana a las que daban su culto, despreciando al Creador, así pues, por causa de esto, hoy, el Verbo de Dios, siendo Dios, aparece bajo la forma de hombre, a fin de destruir la mentira y atraer hacia Él todo culto. A Él, pues, que restableció, por tanto, todas las cosas a un camino mejorado, a Este, que es Cristo nuestro Señor, que sea la gloria, el honor y el poder, así como al Padre sin principio y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Traducido por psaltir Nektario
para cristoesortodoxo.es
en Diciembre de 2015
http://cristoesortodoxo.com/2015/12/25/homilia-para-la-natividad-de-nuestro-senor-jesus-cristo/