El domingo después de Pentecostés se dedica a todos los Santos, todos los que son conocidos y todos los que no son conocidos por nosotros si no únicamente por Dios. Siempre han existido los Santos, y han venido de todas las esquinas de la tierra. Ellos eran Apóstoles, Mártires, Profetas, Jerarcas, Monásticos y Justos, y todos han sido perfeccionados por el mismo Espíritu Santo.
El descenso del Espíritu Santo lo hace posible para nosotros ser elevados de nuestro estado decaído y alcanzar santidad, así cumpliendo con el mandamiento de Dios “de ser santo, porque Yo soy santo” (Lev. 11:44, 1 Pedro 1:16 y siguientes). Por eso es apropiado celebrar todos los Santos el primer domingo después de Pentecostés.
La fiesta se originó en un tiempo temprano, tal vez como celebración de todos los mártires, después fue ampliado para incluir a todos los hombres y mujeres quienes habían sido testigos de Cristo por sus vidas virtuosas, aunque no hubieran derramado su sangre por Él.
San Pedro de Damasco, en su “Cuarta Etapa de Contemplación”, menciona cinco categorías de Santos: Apóstoles, Mártires, Profetas, Jerarcas y Santos Monásticos (Filocalía Vol. 3). Él está repitiendo lo que dice en el Octoikos, Tono 2 de los Maitines del sábado, Katisma después del primer Estiquio.
San Nicodemo de la Santa Montaña (14 de julio) agrega a los Justos a las cinco categorías de San Pedro. La lista de San Nicodemo se encuentra en su primer libro “Las Catorce Epístolas de San Pablo” en su discusión sobre 1 Corintios 12:28.
La himnografía de la fiesta de Todos los Santos, también refiere a seis categorías: “Regocíjate, asamblea de los Apóstoles, Profetas del Señor, fieles coros de Mártires, divinos Jerarcas, Padres Monásticos y los Justos…”
Algunos de los Santos se describen como Confesores, una categoría que no se encuentra en ninguna de las listas mencionadas. Como ellos son muy parecidos en espíritu a los mártires, se consideran como perteneciendo a la categoría de los mártires. Ellos no fueron matados como los mártires, pero confesaron a Cristo con mucho valor y llegaron a la muerte con fe, por ejemplo, San Máximo el Confesor (21 de enero).
El orden de estos seis diferentes tipos de Santos parece estar basado en su importancia para la Iglesia. Los Apóstoles son primeros, porque ellos fueron los primeros en predicar el Evangelio al mundo.
Los Mártires siguen por su ejemplo de valor en profesando su fe antes los enemigos y perseguidores de la Iglesia, esto inspiro a muchos otros cristianos seguir a Cristo fielmente aun hasta la muerte.
Aunque cronológicamente los Profetas son anteriores, ellos son mencionados después de los Apóstoles y Mártires. Esto se debe a que los Profetas del Antiguo Testamento solo vieron sombra de lo que estaba por venir, mientras que los Apóstoles y los Mártires más experimentaron más de cerca. El Nuevo Testamento también toma preferencia sobre el Antiguo Testamento.
Los Santos Jerarcas componen la cuarta categoría. Ellos son los jefes de sus rebaños, enseñándolos por su ejemplo y palabra.
Los Santos Monásticos son aquellos que se apartaron de este mundo para vivir en monasterios, o en reclusión. Ellos no lo hicieron porque tenían odio para el mundo, pero para dedicarse a orar sin cesar y para batallar con los demonios. Aunque existen algunos que creen que los monjes y monjas no tienen uso y no producen, San Juan Clímaco tenía la más alta estima por ellos.
La última categoría de los Justos, son aquellos que alcanzaron la santidad en la vida mientras vivían “en el mundo.” Ejemplo son Abraham y su esposa Sara, Job, Santos Joaquín y Ana, San José el desposado, Santa Juliana de Lazarevo, y muchos más.
La fiesta de Todos los Santos adquirió gran prominencia llegando al noveno siglo, durante el reinado del Emperador Bizantino Leo VI el Sabio (886-911). Su esposa, la santa emperatriz Teofana (16 de diciembre) vivía en el mundo, pero no estaba apegada a las cosas mundanas. Ella fue una gran benefactora para los pobres, y muy generosa con los monasterios. Ella era una verdadera madre para sus subditos, cuidando a las viudas y los huérfanos y consolando a los doloridos.
Antes de la muerte de Santa Teofana en 893 o 894, su esposo comenzó a construir una Iglesia, intentando dedicarla Santa Teofana, pero ella le prohibió hacerlo. Fue este emperador que decreto que el domingo después de Pentecostés sea dedicado a Todos los Santos. Creyendo así que su esposa, siendo unos de los Justos, ella será honrada también cuando sea que se celebre la Fiesta de Todos los Santos.
Catecismo Ortodoxo
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