Monday, August 2, 2021

Vestimenta Cristiana y arreglo personal


Pregunta:

Visitando un par de vuestras parroquias, he notado que las mujeres cubren su cabeza en la iglesia. Le pregunté al sacerdote sobre esto cuando la visité. Me explicó que las mujeres cubren sus cabezas en la iglesia, no cortan su pelo muy corto y no usan pantalones o ropa ajustada incluso fuera de la iglesia… También me dijo que los hombres suelen llevar bigote o barba y que visten con manga larga… No quiero ser irrespetuoso pero, ¿qué tiene que ver esto con la Ortodoxia? No hay ninguna enseñanza eclesiástica sobre estos temas de elección personal, hasta donde yo sé. Soy una mujer y tengo pelo corto, visto pantalones casi siempre (no en la iglesia). Pero esto me suena un poco fanático y extraño. Mi párroco dice que es pintoresco y que está tomado de los protestantes fundamentalistas, lo cual me sorprende. Quizá podría decir algo sobre este hecho de la Tradición Ortodoxa.

Respuesta:

Esta cuestión surge muy a menudo en la Iglesia. No es fácil responder, pues la correcta conducta cristiana se basa en la buena intención de los cristianos, por su deseo de cumplir y seguir los preceptos de los padres de la Iglesia. Los preceptos de la Iglesia nunca fuerzan a un cristiano a cumplir normas vacías, sino que sirven como guía para los que, intuitivamente, comprenden la plenitud de la fe, lo cual nos lleva a una forma de vida en la que incluso la forma de comer, caminar, hablar, vestirnos y arreglarnos nos conduce a nosotros y a los de nuestro alrededor a una vida muy elevada, haciendo de nosotros una gente particular y una gente apartada del mundo (Tito 2:14, Juan 15:19). Así, durante siglos, los hombres y mujeres ortodoxos han seguido un estilo de vestir que refleja el ethos de una cristiandad vivida en parte sobre la tierra y en parte en el cielo. Tradicionalmente, las mujeres han evitado cortar su pelo, llevar ropa masculina (pantalones y otras prendas de vestir que enfaticen el cuerpo)* o el adornarse a sí mismas con excesivas joyas y maquillaje. También los hombres han sido llamados a vestir modestamente, evitando llevar su pelo de forma que parezcan afeminados, y a mantener al menos un bigote, para así evitar la misma impresión afeminada. Los cristianos ortodoxos se han adherido a estas tradiciones porque expresan una fe viva, no porque sea exigida la fidelidad a tales costumbres y tradiciones por parte de la Iglesia, o porque constituyan como tales, temas de confesión. Las llevan a cabo en esa libertad que todos encontramos en Cristo, y que no es una traba, sino un yugo libero que nos ayuda a avanzar en el cultivo razonable de las semillas de la vida cristiana.

Habiendo dicho esto, hay, por supuesto, un nivel en el que el desafío intencionado de las costumbres y tradiciones de la Iglesia, a veces refleja una conducta equivocada en la vida espiritual y en el espíritu mundano que frustra el crecimiento en Cristo. Esto es especialmente cierto en una época en la que hombres y mujeres, pero especialmente las mujeres, ponen sus preferencias personales y derechos obtenidos contra las costumbres eclesiásticas, pensando de alguna forma que los derechos humanos (y especialmente los de las mujeres), que la Iglesia respeta y defiende, tienen prioridad sobre la sumisión a la Iglesia y a sus tradiciones. Sometiéndose voluntariamente a la Iglesia, ni el hombre ni la mujer abandonan sus derechos personales, sino que se les pone en primer plano en el reino de la humildad y obediencia que constituye la Iglesia. Si los derechos humanos son sagrados en el mundo, son sublimados cuando son abandonados libremente en el reino eclesiástico de la humildad. Así, nuestra libertad en Cristo se hace sumisión victoriosa y se auto eleva, se reafirma y se defiende. Por otro lado, cuando un alejamiento lejos de la humildad y la modestia conduce a otros hacia el pecado, como a menudo sucede con la apariencia inmodesta y la forma de vestir (después de todo, “sex appeal” y estilo no son cosas separadas, y más aún en el mundo de la moda femenina), entonces, sean cuales sean las intenciones de uno, se corre el riesgo de escandalizar a los demás. Aquí, la intención se convierte en una cuestión secundaria y la falta de discreción y prudencia condena a un transgresor de la iglesia por el daño traído sobre otros.

Si todo esto parece ser simplemente un tema de fanatismo enconado por parte de tradicionalistas “fundamentalistas” (una acusación muy popular en estos días), señalemos que el testimonio patrístico y canónico de la Iglesia es inequívoco estableciendo reglas que llaman, tanto a hombres como mujeres, a un estricto estándar de modestia, con especial atención a la vestimenta de la mujer, su adorno y arreglo personal. Y este testimonio conducirá a cualquier cristiano prudente a creer que la prescripción de la Iglesia contra la vestimenta inmodesta y el arreglo personal en las mujeres (ya sea usando pantalones, vestidos ajustados y ropa que insinúe demasiado o un cabello excesivamente corto, estilizado y adornado), es cualquier cosa menos fundamentalista. La enseñanza eclesiástica sobre este asunto es prudente, moderada y digna de elogio. Tampoco se puede argumentar razonadamente que la práctica de la mujer de cubrir su cabeza durante la oración sea degradante o primitiva. Es una parte de la tradición, y se une a la mujer, una vez más, a la liberación sumisa que es la libertad en Cristo, y le aporta un estado de gran gloria, ampliando las palabras de San Pablo (1ª Corintios 11:15), que incluso el cabello adorne su cabeza. En esta sumisión, ella es uno con el hombre cristiano, pues en su tranquila obediencia a la Iglesia, también aprende y se basa en su testimonio ejemplar. A continuación, se exponen unos cuántos representantes patrísticos y pasajes canónicos sobre el tema de la modestia en la vestimenta y en el aseo personal cristiano, y sólo varios de los muchos que se podrían citar.

En su vigésimo sexta homilía sobre I Corintios (Patrología Griega, vol. LXI, cols. 219-220), San Juan Crisóstomo, citando la declaración de San Pablo: “Mas si la mujer deja crecer la cabellera es honra para ella, porque la cabellera le es dada a manera de velo” (1ª Corintios 11:15, Straubinger), puntualmente señala que esta interpretación “no es desconocida incluso para los bárbaros”. Se observa, además, que “es una vergüenza para una mujer cortarse el cabello o raparse la cabeza”. Con respecto a la controversia que surge de la prescripción de San Pablo de que las mujeres cubran su cabeza en la Iglesia, escribe: “‘Y si… (el cabello)… se ha dado como un velo’, dicen, ‘¿qué necesidad hay de poner otra cubierta?’. Pues no sólo la naturaleza, sino también su propia voluntad tomará parte en su reconocimiento de sumisión’”. En resumen, el divino Crisóstomo, uno de los más grandes padres de la Iglesia, apoya el deseo de San Pablo de que una mujer cristiana no debería cortar y raparse el cabello, mientras señala que la obediencia de cubrir su cabeza en la oración es un acto de sumisión a Dios y a la Iglesia. Además, advierte de que ignorar estas cosas “perturban las mismas leyes de la naturaleza” y demuestran un espíritu de “la temeridad más insolente”.

En su octava Homilía sobre I Timoteo (ver Patrología Griega, vol. LXII, cols. 540-542), San Juan Crisóstomo también nos habla sobre la admonición de San Pablo de que las mujeres se vistan y se adornen con modestia, prohibiendo la joyería excesiva, la decoración y los vestidos resplandecientes (1ª Timoteo 2:9). “Sin embargo, Pablo, exige algo más de las mujeres”, señala: “Que se adornen así mismas con ropa decorosa, con pudor y modestia, no con peinados desorbitados, u oro, o perlas, ni con vestidos costosos, sino (como corresponde a las mujeres que profesan la piedad), con buenas obras”. Elaborando este pasaje, pregunte: “¿Pero cuál es esta vestidura modesta? Es esa que las cubre completamente y correctamente, no con adornos superfluos, pues sólo uno es apropiado, mientras que el otro no lo es”. Dirige a las mujeres que ignoran estas guías, algunas palabras severas que dan que pensar: “¿Os acercáis a orar a Dios con el pelo estilizado y con joyas de oro? ¿Habéis venido a bailar, a un matrimonio, o a una fiesta de disfraces? Tales vestidos modernos y costosos pueden ser aceptables allí, pero aquí (en la iglesia) ninguno de ellos es aceptable. Venís aquí a orar y a suplicar el perdón de vuestros pecados… Esas no son las vestimentas de una persona suplicante… La que se lamenta y llora no se cubre con joyas de oro. Eso no es más que un teatro y una hipocresía. ¡Dios no puede ser burlado! Ese es el atuendo de actores y bailarines… Nada de eso es apropiado para una mujer modesta, que debe adornarse con el pudor y la modestia”.

Sobre estos temas, el testimonio canónico de la Iglesia tampoco está en silencio. El canon 96º del Concilio in Trullo dice: “Aquellos que se han revestido de Cristo por medio del bautismo, han prometido imitar Su vida. Por ello, aquellos que arreglan y adornan los cabellos de sus cabezas con trenzados artificiales, para detrimento de quienes los observan y tientan a las almas no afirmadas, paternalmente les ofrecemos una medicina por medio de la correspondiente penitencia. Con ello los guiamos como a niños y les enseñamos a vivir sobriamente, para que dejando la vanidad y agitación de la carne dirijan su mente incesantemente hacia la vida bienaventurada y eterna, y que así gocen de una pura existencia con temor; que se acerquen a Dios, en tanto sea posible, por medio de la purificación de la vida; y que adornen más al ser interno que al hombre externo con virtudes y maneras buenas e intachables. Que no lleven sobre sí ningún vestigio de los vicios que provienen del enemigo. Si, a pesar de este canon, alguien así actuare: que sea excomulgado”. (Ver Pidalion, o The Rudder, Tesalónica: B. Regopoulos, 1982, p. 305).

Comentando la “Interpretación” de este canon, San Nicodemo Agiorita señala el hecho que provee la excomunión (la suspensión de la Santa Comunión por un periodo de tiempo, especificado por el propio confesor) “para aquellos cristianos que arreglan el cabello de su cabeza, y lo peinan y lo moldean, haciendo alarde, incitando a aquellas almas que son débiles y fáciles de conducir por el mal camino”, señalando que esta admonición cae igualmente sobre hombres y mujeres. Hace hincapié en que los cristianos deben comportarse de forma inocente y pura, evitando toda vanidad y falsedad, adornando el alma con la virtud, y dejando de lado las señales malignas que conllevan el arreglo elegante del cuerpo. (Ibíd., pp. 304-306).

Una vez más, aunque los cánones de la Iglesia no tienen la intención de violar nuestra libertad en Cristo o formar nuestra fe por medio de reglas muertas que no reconozcan las buenas intenciones de los que a veces yerran y las excepciones de las reglas que encuentran en el reino de la discreción pastoral, los comentarios de San Nicodemo deberían servir como un recordatorio para todos de que las costumbres y tradiciones de la Iglesia no son cosas que podamos tratar libremente como simplezas, ni, de hecho, la opinión personal, la mera conveniencia o un abuso de condescendencia pastoral nos debería conducir a una forma de vida que sirva como fuente de escándalo para los demás y para violar las normas de la sobriedad a las que todo cristiano está llamado. Por supuesto, ni que decir tiene que, apoyando las formas tradicionales de arreglo personal y los códigos de vestimenta de la Iglesia, nunca deberíamos juzgar o condenar a ningún fiel que se desvíe de ellas. Deberíamos dirigirnos a ellos con atención y evaluar a cada individuo por la cualidad de su vida cristiana. En cuanto a las personas que abiertamente desafían las costumbres y tradiciones con tenacidad, haciendo “excusas por los pecados”, y que se niegan, al menos, a reconocer su debilidad, que líderes de la Iglesia resuelvan el asunto. Los fieles no deberían hacer de tales cosas una cuestión de rigidez en las reglas y de división, para que también ellos se conviertan en una fuente de escándalo y obren verdaderamente de forma sectaria, ganándose la condena inapropiada atribuida a los tradicionales por parte de los innovadores que desearían eliminar todo lo que es dificultoso en la fe como si fuera algo fundamentalista.

* Con respecto al “travestismo”, o el estilo de vestir que resta importancia a la distinción entre hombres y mujeres, el testimonio del Antiguo Testamento es digno de mención aquí: “La mujer no se vista de hombre, ni lleve el hombre vestido de mujer; porque quien tal hace es objeto de abominación para el Señor, tu Dios” (Deuteronomio 22:5, Straubinger). Esta misma prescripción está contenida también en los cánones de la Iglesia; ver el canon 13º del Concilio de Gangra (340) y el canon LXII del Sexto Concilio Ecuménico (Pidalion, op. cit., pp. 401, 275, respectivamente).

Ver también la fascinante homilía de San Nicolás Velimirovich en los Prólogos de Ochrid, vol. III, pp. 183-185.

A continuación, dicha homilía:


“En lugar de perfume, habrá hediondez, en lugar de ceñidor, una soga, en lugar de cabellos rizados, calvicie, en lugar de vestidos suntuosos, una túnica áspera, en lugar de hermosura, marca de fuego” (Isaías 3:24).

Estas son las palabras sobre las mujeres extravagantes y caprichosas, sobre las hijas de Sión que se han vuelto arrogantes y “andan con el cuello erguido y guiñando los ojos, y caminan meneando el cuerpo, al son de las ajorcas de sus pies” (Isaías 3:26). ¿Qué fue lo que hizo de las hebreas unas mujeres orgullosas? ¿Fue su virtud? La virtud no hizo nunca a nadie orgulloso pues, de hecho, la virtud es una cura contra el orgullo. ¿Fue la fuerza de un pueblo y la estabilidad de un estado? No, por el contrario. El profeta predice exactamente la esclavitud inminente de las personas y la destrucción del estado. Y, como una de las principales causas de la esclavitud y la destrucción, el profeta cita la extravagancia inútil, la falta de espiritualidad y las mujeres caprichosas. Por tanto, ¿qué las hizo tan orgullosas y arrogantes? Los ornamentos y los collares de piedras preciosas y perlas, los abalorios y las orquillas, las ligas y los vestidos, los perfumes y los añillos, las tiaras y los espejos. ¡He aquí lo que hace que se sientan orgullosas! Exactamente, esto es una expresión de su orgullo ignorante, pero la verdadera causa de su orgullo no es nada espiritual. Pues de la carencia espiritual procede la soberbia y la mezcla externa de colores que las mujeres usan para cubrir sus cuerpos es sólo una manifestación de su orgullo ignorante. ¿Qué será de todo esto, al final? Hedor, desarreglo, calvicie y fuego. Esto sucederá cuando la gente caiga en la esclavitud. Como suele ocurrir: primero, el espíritu se esclaviza por el cuerpo, y así, el cuerpo es esclavizado por un enemigo externo.

Por tanto, esto será hasta entonces, cuando el conquistador ineludible de nuestro cuerpo muera. El buen olor no ayudará en la tumba, el reino del hedor. Tampoco habrá necesidad de faja para una columna desnuda (el esqueleto), ni tampoco el pelo trenzado protegerá el cráneo de la calvicie, ni la belleza se salvará de la quema. Este es el destino ineludible de los que procuran su belleza, los ricos más saludables y las mujeres más extravagantes. Pero esta no es la mayor desgracia. La mayor desgracia es que las almas de estas mujeres, con su hedor, su desarreglo, su calvicie y su quema se pondrán delante de Dios y de las huestes celestiales de los más bellos y justos ángeles de Dios. Pues el hedor del cuerpo denota el hedor del alma por sus vicios depravados; un cuerpo desarreglado denota la insaciabilidad del cuerpo por los placeres corporales; la calvicie del cuerpo denota la calvicie del alma de buenas obras y pensamientos puros; la quema del cuerpo denota la quema de la conciencia y de la mente.

Oh, cuán terrible es la visión de Isaías, hijo de Amós, terrible entonces e incluso terrible hoy; terrible porque es cierta.

Oh Señor purísimo, ayuda a las mujeres que se protegen con la señal de Tu Cruz, para que puedan acordarse de sus almas y limpiarlas antes de tu Justo Juicio, para que sus almas, junto con sus cuerpos, no se conviertan en un hedor eterno.
 
Catecismo Ortodoxo
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Thursday, March 18, 2021

El Camino ( Por Giorgos Metalinos )

CRISTIANISMO COMO IGLESIA A LO LARGO DE LA HISTORIA

1. El orígen y la revelación de la Iglesia


La caracterización de la Iglesia por el apóstol Pablo como el “Cuerpo de Cristo” y Cristo como Su “Cabeza” (Colosenses 1:24, 18), llevó a la Iglesia a una asociación directa con Cristo. Estando unida al eterno Logos de Dios, la Iglesia es igualmente eterna y pre-existente antes de todos los siglos, con Cristo. Por tanto, su comienzo y su origen no están localizados en la humanidad, sino en Dios. La Iglesia “no es de este mundo” (Juan 18:36); es un misterio “escondido desde los siglos en Dios” (Efesios 3:9). La Iglesia ya existía en la eterna voluntad de Dios. Así como el plan de Dios para la salvación de la humanidad y del mundo en la Persona de Cristo era pre-eterno, así también era pre-eterna Su voluntad de fundar Su Iglesia en el mundo, para la perpetua realización de la salvación. Según San Atanasio el Grande, la Iglesia, “siendo previamente creada, luego nació de Dios” (PG 26, 1004/5).

Esto indica que la Iglesia es un misterio, que se revela en Cristo y que en esencia permanece como un misterio inexplicable, como Cristo mismo lo es. Esta es la razón por la que no pueda formularse una definición formal de la Iglesia que corresponda a Su esencia, pues ella permanecerá para siempre más allá de los poderes cognitivos del hombre. La Iglesia, como el “Cuerpo de Cristo”, no puede ser definida. Sólo puede ser percibida por la experiencia, esto es, sólo mediante la participación del Hombre en Su particular estilo de vida. Un miembro activo de la Iglesia realmente vive el misterio de la Iglesia, y sólo un miembro activo de la Iglesia -en otras palabras, un santo- puede expresar su experiencia mística desde su participación personal en la vida de la Iglesia. Esta es la razón por la que la invitación de la Iglesia al mundo es “Ven y ve” (Juan 1:46). Nos invita a participar en Su experiencia mística, que es la única forma que uno puede familiarizarse con Ella. Su aspecto visible es, por supuesto, reconocible, y es la congregación de los fieles.

La vida de la Iglesia evolucionó en fases:

a) Durante Su primera fase, la Iglesia -que era existente pre-eternamente en la sabiduría de Dios- también comenzó a existir redentoramente para el mundo y la humanidad, como una Iglesia celestial, incluso antes de la creación real del mundo material. La primera comunidad que Dios creó y que incluyó en Su Iglesia fue el mundo de los espíritus: los ángeles. Esta es la “Iglesia de los primogénitos, inscritos en los cielos”, la “Jerusalén celestial”

(Hebreos 12:23, 22). En esta Iglesia celestial finalmente se agregarán las almas de los santos a través de todos los siglos (Efesios 1:4), porque esta, la Iglesia celestial, es a la que cada fiel sería finalmente orientado. Según San Pablo, “nuestro estado” -nuestra vida- “existe en los cielos”; en otras palabras, en esa Iglesia Celestial (Filipenses 3:20). Por lo tanto, la primera forma de la Iglesia -que apareció en la voluntad inicial de Dios- era la comunidad celestial (espiritual): la Iglesia de los ángeles (espíritus).

Muchas son las partes de la Biblia que se refieren a la Iglesia Celestial:

Hebreos 12:22-23, 11:10, 8:2 (mencionada como el “verdadero tabernáculo”), 9:11. El Libro del Apocalipsis llama a la Iglesia “la nueva Jerusalén, la ciudad, la santa, descender del cielo de parte de Dios…” (Apocalipsis 3:2; 21:2).

Con la Encarnación de Cristo, la Iglesia invisible se vuelve visible y “desciende” del cielo (el mundo de los espíritus) para adentrar también a la humanidad en Su seno (Cf. Efesios 2:19, Hebreos 3:1), porque sólo entonces es salvada la humanidad, realmente y eternamente: cuando se convierte en miembro de la Iglesia.

Esta es la fe que persevera en la Tradición (es decir, el propio testimonio) de la Iglesia. Según la Segunda Carta de Clemente, la Iglesia es “de lo alto; es La primera creada, incluso antes del Sol y la Luna; siendo espiritual, llegó a revelarse en la carne de Cristo” (Capítulo 14:1-3). La dirección perseguida por los cristianos, como miembros de la Iglesia (terrestre) es “desde la Iglesia de aquí, a la Iglesia de allí arriba”; en otras palabras, desde la terrestre hacia la celestial (Gregorio Nacianceno, PG 35, 796).

b) Durante Su segunda fase de existencia, la Iglesia “descendió del cielo de parte de Dios” (Apocalipsis 21:2) y fue “plantada “ en la tierra, en el mundo (San Irineo PG 7, 1178). De esta forma, se expandió la comunidad angélica celestial creada por Dios, con la incorporación de la comunidad terrestre de la humanidad. El mundo, según los santos padres, fue creado con la perspectiva de la Encarnación de Cristo y la revelación del misterio de la Iglesia. La fundación del mundo fue, de hecho, también la fundación de la Iglesia “potencial”, esto es, una Iglesia con potencial. Un antiguo texto eclesiástico, “Poemen” de Hermas, dice que “el mundo fue constituído” por el bien de la Iglesia (2ª visión).

La sustancia de la Iglesia se revela en el mundo en la comunión de Dios con la primera pareja creada en el Jardín y paraíso del Edén. La “primera pareja creada” no son dos individuos separados. Representan una comunidad humana. La noción de “comunidad” ya existía desde el mismo momento en que Adán (hombre) fue creado. La mujer fue (potencialmente) creada junto con el hombre, porque ella ya existía dentro del hombre (Génesis 1:27; 2:21-22). Estos dos primeros humanos tenían “potencialmente” a toda la humanidad dentro de ellos. Este estado paradisíaco del hombre era la primera manifestación terrestre del misterio de la Iglesia, como la comunión entre Dios y los humanos y la de los humanos entre ellos mismos, porque sólo con esta forma divina de comunión el hombre puede llevar a cabo su salvación y convertirse en “un comulgante de la naturaleza divina”, como dijo el apóstol Pedro (2ª Pedro 1:4). La multiplicidad de las personas humanas (hipóstasis) encuentra su unidad en la comunión de las personas y Dios: la Iglesia.


A pesar de su giro hacia la voluntad de la persona humana, que prefiere lo que es demoníaco y opuesto a Dios en vez de lo divino y lo verdadero para establecer su existencia, la Caída es, en esencia, un acontecimiento social. La imagen divina dentro del hombre primeramente se destroza, y la personalidad humana se desintegra (“naturaleza humana rebelándose contra sí misma”, dirá característicamente San Máximo el Confesor; PG 196C). Al mismo tiempo, la comunión humana establecida por Dios también se destruye, así como la inmediatez de la comunión entre los humanos y Dios (Cf. Génesis 3:8, etc.).

Y sin embargo, aunque esta primera iglesia-comunidad redentora cayó a causa de la Caída del hombre, y también perdió su forma original (“la antigua belleza”), sin embargo no dejó de existir. La comunidad humana de después de la Caída se dividió en dos ríos humanos: uno que siguió el camino de vida sin Dios, y el otro que siguió viviendo, con el “primer evangelio” (Génesis 3:15); en otras palabras, con la promesa de Dios de una salvación “en Cristo”, enraizada en su conciencia. En ese segundo río humano es donde pertenecen Abel y Noe y todos los que preservaron su fe en Dios, viviendo con la “anticipación” (Génesis 49:10) del Redentor y orientando sus vidas en consecuencia.

Así, continuó la existencia y el curso de la Iglesia en el mundo, incluso después de la Caída, en medio de los gentiles que vivían sobre la base de una ley no escrita (conciencia), y los judíos, que observaban la ley moral escrita del Antiguo Testamento. Todas estas almas justas, según los santos padres, pertenecen a un pueblo, el “pueblo de Dios”; a una “ciudad”, a un “reino”, a un “cuerpo”, el de la Iglesia. San Irineo habla característicamente de “dos sinagogas”: la de los judios y la de los gentiles. Así pues, no es inusual percibir en las iglesias ortodoxas la representación de antiguos filósofos entre los santos, porque incluso ya en el siglo II, el apologista y mártir Justino hablo de “cristianos” antes de la Encarnación de Cristo, ya que puesto que eran los únicos que habían vivido “con el Logos” (esto es, con Cristo), “aunque se pensaba que eran ateos”. Realmente contó entre ellos a Heraclio, Platón, Aristóteles y a otros.

La fase final de la iglesia en el mundo (la Encarnación de Cristo – Pentecostés), iba a ser la continuación de la Iglesia pre-cristiana de los justos del Antiguo Testamento, que están diferenciados así del resto de la humanidad, que no vive orientada hacia el “cumplimiento” de las promesas de Dios: Jesús Cristo. El hecho de que Dios eligiera al pueblo de Israel, que no alude a ningún nacionalismo eufórico o a una discriminación en favor del elemento israelita, sino que simplemente indica Su preferencia asignando a los descendientes de Abraham (“semilla”) las etapas preparatorias necesarias para que la humanidad reciba a Cristo, simplemente confirma la presencia de la Iglesia como “el pueblo de Dios”, después de la Caída.

Dios ha elegido a un siervo fiel -Abraham- para ser el “padre de una multitud de naciones”, en quien “todas las naciones de la tierra serán bendecidas” (Génesis 17:1…). En otras palabras, Abraham sería visto como el padre de la “fe”, en cuya persona todos los “fieles” serían bendecidos, ya fueran israelitas o no, mientras siguieran siendo el “pueblo de Dios” y fieles a Su promesa. La fe de ese pueblo es lo que les une a los fieles del Nuevo Testamento; ambos grupos de personas tienen la Persona de Jesús Cristo en su núcleo, que es el punto focal donde ambos coindicen, mediante su fe. Y mientras la fe del primer grupo está basada en el Cristo que aún iba a encarnarse, la fe del segundo grupo está basada en el Cristo “ya encarnado”, que “volverá de nuevo”. Según el bendito Crisóstomo, “todos los que complacieron a Dios antes de que Cristo viniera”, también pertenecen al único “cuerpo” de Su Iglesia, porque “también apreciaron a Cristo”, esto es, igualmente Le reconocieron

(PG 62, 75). La celebración ortodoxa de los santos Antepasados, desde Adán hasta San José, el desposado de la Theotokos, expresa esta precisa verdad.

c)La encarnación del Logos eterno de Dios -Jesús Cristo-, marca la tercera fase del curso terrestre de la Iglesia. Lo que la humanidad perdió en el primer Adán, esto es, el potencial para permanecer en comunión eterna con Dios, es logrado por el “segundo Adán”, Cristo (San Ireneo). En lugar del primer paraíso terrestre, viene otro, uno celestial: Cristo. Así pues, la comunión con Dios se lleva a cabo, no fuera de Dios, sino en Dios mismo, en Cristo y por medio de Cristo. Es en Cristo en quien se consuma el renacimiento y la renovación de la humanidad y el mundo -la “recapitulación” de todo- en otras palabras, su unión con Dios (Efesios 1:10), y su salvación. El cuerpo de Cristo es el nuevo Paraíso, porque en él es donde el cuerpo de la humanidad y el mundo son unidos y salvados. El Cuerpo de Cristo es de hecho la Iglesia; es la comunidad de la zeosis-deificación y de la redención. Así, del mismo modo que Cristo es algo enteramente nuevo para el mundo, así lo es Su Iglesia. Es una nueva realidad temporal, una magnitud enteramente nueva, una comunidad divino-humana.

Cristo salva y regenera a la Iglesia que ha sido “plantada” en la tierra desde el principio del mundo, uniendose místicamente a la Iglesia y convirtiéndose en la Cabeza de la Iglesia (Efesios 1:22-23). La completa obra salvadora de Cristo (Encarnación, enseñanza, crucifixión, Resurrección), aspiraba a la salvación ontológica de la Iglesia y a la seguridad del potencial de salvación para cada existencia. La Iglesia del Antiguo Testamento se perpetúa por tanto tras la Encarnación de Cristo, así como la Iglesia del Nuevo Testamento, que ahora es el Cuerpo de Cristo, al que todo está invitado a unirse, para encontrar la salvación.

En su deseo de especificar con la mayor precisión posible el momento exacto en el que fue establecida por Cristo la Iglesia del Nuevo Testamento, los santos padres coinciden que su núcleo primario está situado en el llamamiento de los doce apóstoles y discípulos, que se convirtieron así en los fundamentos de la Iglesia (Efesios 2:20). Sus fundamentos históricos fueron puestos con la crucifixión de Cristo, con Su sufrimiento, porque es con Su Sangre con la que la Iglesia se alimenta (Crisóstomo, PG 51, 229). Sin embargo, la presencia de la Iglesia en el mundo fue activada el día de Pentecostés, que es Su fecha real de nacimiento -el momento de Su aparición oficial en la Historia. Con el Espíritu Santo -que fue otorgado al mundo el día de Pentecostés- la presencia de Cristo se perpetúa en el mundo, por la Iglesia como Su Cuerpo. Según P. Evdokimov, “la iglesia se alimenta, como un lago, por la continua fuente de la Última Cena, pero también por la lluvia de la Gracia, el perpetuo Pentecostés”.

Así, la Iglesia no es sólo el Cuerpo de Cristo, sino también un constante Pentecostés, porque se “constituye” como un establecimiento sobre la tierra mediante el incesante aliento del Espíritu Santo. De esta forma, uno puede percibir porqué la Iglesia -aun la terrestre- no deja de ser algo celestial. Vive en el mundo, pero no es “de este mundo” (=temporal, Juan 17:16), porque es una comunidad divina, en las personas de Sus santos, naturalmente. Tiene a Cristo como Su cabeza, mientras que Su alma y su poder motriz es el Espíritu Santo. “La Iglesia es el desbordamiento de lo terrestre en lo celestial”. Por eso, la Iglesia no puede estar relacionada con ninguna persona mundana, por ejemplo un sacerdote, un patriarca o un obispo. Cualquiera que sea el ministerio que las personas puedan tener dentro de la Iglesia, aun así son miembros ordinarios del Cuerpo de Cristo. Cristo es el eterno y único “líder”

(Cf. Hebreos 12:2) de Su Cuerpo. Por lo tanto, mediante un uso erróneo del término, uno puede confinar la palabra “Iglesia” para significar la jerarquía, porque la Iglesia es la comunión de todos los que están unidos con Cristo, tanto el clero como los laicos; Ella es el cuerpo del Señor, el pueblo de Dios, la comunidad de la Gracia.

Cristo, la Cabeza de la Iglesia, es quien también determina la obra (misión) de la Iglesia como Su Cuerpo. La obra de salvación en Cristo se continúa en el mundo mediante la Iglesia, haciendo subjetiva y personalmente, de cada persona, un participante de la salvación “en Cristo”. En otras palabras. Cristo salva continuamente al mundo, mediante Su Iglesia. Esto indica cuán significativa es la Iglesia en el curso del mundo -en su Historia- y eso es lo que el bienaventurado Agustín quiso decir cuando dijo que la Iglesia es “Cristo, perpetuado por los siglos”. La Iglesia continua perpetuando la obra redentora de Cristo, porque Ella es la que continúa Su triple obra: la del Sumo Sacerdote, la del Profeta (maestro), y la de Rey. Importantes padres como San Cirpiano (PL 3:1169, 4:502) proclamarán que la salvación no existe fuera de la Iglesia. Los que están familiarizados con la naturaleza de la Iglesia no ven ninguna exageración en esta declaración. Por eso sólo en la Iglesia puede regenerarse la humanidad, estar unida a Cristo -La Verdad- y vivir la verdad. Además, sólo mediante la unión con Cristo -que tiene lugar en los Sacramentos (Misterios) de la Iglesia- la naturaleza perecedera de la humanidad puede unirse a la naturaleza imperecedera y eterna, y deificarse; esto es, participar de la vida eterna de Dios.

Sin embargo, esta es la forma en la que se define la razón para la existencia de la Iglesia (Su propósito en el mundo). La Iglesia, como Reino de Dios, se convierte en el terreno espiritual en el que la gente puede reintegrarse en la comunión con Dios. La Iglesia se convierte en la levadura del mundo (Cf. Juan 14:16, 25) para la transformación del mundo en Cristo. Su propósito es la “cristificación” y la “eclesialización” del mundo; su transformación en una “nueva creación” (Gálatas 6:15). Con la Encarnación de Su Hijo, todo recibe la invitación de Dios para “eclesializarse”, esto es, para convertirse en Cuerpo de Cristo. Por eso la Iglesia se convierte en el centro del universo, el lugar donde la salvación de la humanidad se decide y se juzga. Es donde tiene lugar nuestra zeosis-deificación, aquí y ahora (en lugar y tiempo). Según San Clemente de Alejandría “el deseo (de Cristo) es la salvación de la humanidad, y este deseo es llamado Iglesia” (PG, 8, 281). Por eso Cristo proveyó a Su Iglesia en la tierra con todo lo necesario para que cumpliera Su obra de salvación. Además, según el apóstol San Pablo, la Iglesia es el instrumento dado por Dios para la salvación del hombre, ya que Su propósito es “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). Por lo tanto, con la Iglesia, surge un “nuevo reino” -el reino de Dios- por todo el mundo y se hace realidad un nuevo gobierno -el gobierno de Dios-. Lo que sólo fue una visión para el profeta Isaías (cap. 6), o una “utopía” para Platón (La República), se convierte en una realidad universal en Cristo.
 
Catecismo Ortodoxo
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Saturday, February 27, 2021

Akathistos A los Sufrimientos del Señor

Kondakio I

Invencible Jefe del Ejercito y Señor del cielo y de la tierra, a Ti, Rey Inmortal, al Verte suspendido en la cruz, toda la naturaleza se conmovió, el cielo se horrorizó, se estremeció el cimiento de la tierra; nosotros indignos, con agradecimiento veneramos Tu sufrimiento por nuestra causa, y con el malhechor Te imploramos: Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando llegues a Tu Reino.

Icos 1

Completando la mundo angélico, Tu no recibisteis de los ángeles la esencia (naturaleza), pero siendo Dios, por nosotros Te hicisteis hombre, y con esto a la persona, destruida por los pecados, revivisteis con Tu vivificante cuerpo y sangre. Por ello, nosotros, al recordar Tu amor, así Te agradecemos: Jesús Dios eterno amor, Tu a nosotros terrenales nos mostrasteis compasión. Jesús, Tu que dejasteis a los ángeles celestiales, descendisteis hacia las personas caídas. Jesús al recubrirte (vestirte) con nuestro cuerpo, con Tu muerte destruisteis el poder de la muerte. Jesús, Tu nos divinizasteis con Tus divinos misterios, Jesús, tu con tus sufrimientos redimisteis a todo el mundo. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 2

El Angel cuando Te vio en el jardín de Getsemaní, dedicado y extenuado por la dolorosa carga de nuestros pecados hasta sudar sangre, se presentó para fortalecerte porque Tu tomasteis sobre Tus hombros al moribundo Adán y se lo trajisteis al Padre. Por ello arrodillándome, (oro) rezo con fe y amor Cantándote Aleluya.

Icos 2

Jesús, los hebreos no entendieron Tu inconcebible sufrimiento cuando Te buscaban de noche con candiles y Tu les dijisteis, Soy yo! Entonces, aunque ellos cayeron al suelo, luego Te ataron y llevaron a juicio. Nosotros sobre este camino Te veneramos y con amor imploramos: Jesús, luz del mundo, el malicioso mundo Te aborreció. Jesús, que vivís dentro de una luz inaccesible, Fuisteis tomado por el poder de las tinieblas. Jesús, Hijo de Dios Inmortal, Tu fuisteis entregado a la muerte por el hijo de la predicción Jesús Tu que no sabes de engaño Fuisteis besado por el traidor lisonjero. Jesús, Tu que Te ofreces a todos gratuitamente, fuisteis vendido por plata, Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 3

Con Tu Divinidad Tu previsteis la triple negativa de tu discípulo. Él, aunque jurando, Te negó, luego, al Verte a Su Maestro y Señor, en la casa del sumo sacerdote de corazón se conmovió, y al salir lloró amargamente. Sé compasivo conmigo, Señor, llama a mi cruel corazón, para que yo lave mis pecados con lagrimas, Cantándote a Ti, Aleluya.

Icos 3

Teniendo verdaderamente el poder del Eterno Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, Tu, Soberano y Señor de todos, Te presentasteis ante el arbitrario sumo sacerdote Caifas. Al tomar de tus siervos el martirio, recibe este agradecimiento de nosotros. Jesús invalorable, Tu que fuisteis comprado por un precio, adquiéreme para Tu eterna herencia. Jesús, deseo de todos, por miedo negado por Pedro, no me niegues a mi, pecador. Jesús cordero manso, torturado por los crueles jabalíes, líbrame de todos mis enemigos. Jesús, con Tu sangre, ingresasteis al Santo de los Santos, límpiame de toda impureza corporal. Jesús atado, teniendo el poder de atar y perdonar, líbrame de mis graves pecados. Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 4

Los hebreos, preocupados por la tormenta provocada por la muerte de Jesús, inducidos por el padre del engaño, el diablo, te negaron, camino justo, verdadero y de vida. Nosotros, Jesús, Te reconocemos, como la fuerza de Dios, en el Cual están guardados todos los tesoros de la sabiduría y del entendimiento de la mente, cantando: Aleluya.

Icos 4

Pilato, al escuchar tu humilde respuesta, como merecedor de la muerte, Te entregó a la crucifixión, aunque el mismo reconoció que no encontró en Vos ninguna culpa. Él sus manos lavo, pero su corazón ensució. Nosotros asombrados (admirados) por Tu sacrificio voluntario con ternura exclamamos: Jesús, Hijo de Dios, Hijo de la Virgen, fuisteis atormentado por los hijos arbitrarios. Jesús, agraviado y despojado, Tu le das hermosura a los lirios del campo y vistes el cielo con las nubes. Jesús, cargado de heridas Tu saciasteis con cinco panes a cinco mil personas. en vez de rendirte tributo de amor y agradecimiento, Tu recibisteis crueles tormentos, Jesús por nosotros fuiste todo el día torturado, cura las heridas de nuestras almas. Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 5

Tu que te vistes con vestimenta de luz, todo Te cubristeis con Tu Divina sangre. Se, en verdad se, de acuerdo a las profecías, porque es brillante Tu vestimenta: yo Señor, con mis pecados Te he cubierto de Heridas. Por ello a Ti, por mí herido, imploro con agradecimiento: Aleluya.

Icos 5

Isaías, inspirado por Dios, por medio del Espíritu al Preveerte lleno de deshonra y herido, horrorizado, imploró: 'Nosotros lo vimos y el no tenía presencia o belleza atrayente' Nosotros al Verte en la cruz, con Fe y asombro imploramos, Jesús, que soportasteis el deshonor, Tu coronasteis a la persona con gloria y honor. Jesús, a Quien los Angeles no se atreven a mirar, Fuisteis golpeado en la mejilla. Jesús, que en la cabeza fuisteis golpeado con un junco, inclina mi cabeza hacia la humildad. Jesús que tuvisteis los ojos luminosos oscurecidos por la sangre, aparta mis ojos para no mirar la agitación. Jesús que de pies a cabeza no tuvisteis un lugar sano, hazme todo entero y sano. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 6

Testigo de tu mansedumbre, Pilato, proclamó al pueblo que en Ti, no hay nada, que Te haga merecedor de la muerte, pero los hebreos como animales salvajes, al ver sangre, Te rechinaban con los dientes, clamando: Crucifícale, Crucifícale. Nosotros, al besar Tus Purísimas heridas, imploramos: Aleluya.

Icos 6

Tu mostrasteis a los ángeles y a las personas una representación asombrosa cuando Pilatos dijo de Ti "Aquí esta el Hombre. Venid, adoremos a Jesús, que ha sido por nuestra causa ultrajado, implorando: Jesús, Creador y Juez de todos, Tu por Tu creación has sido juzgado y sometido al martirio, Jesús dador de sabiduría, Tu no respondisteis a los enajenados. Jesús, médico de los heridos por los pecados, enséñame a arrepentirme. Jesús, Pastor destrozado (derrotado), derrota a los demonios que me tientan. Jesús, teniendo el cuerpo mortificado, atemoriza mi corazón con Tu Temor. Jesús Hijo de Dios acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 7

Por liberar a la persona de la esclavitud del enemigo, Tu Te humillasteis ante Tus enemigos, y como un mudo corderillo, Fuiste llevado al sacrificio, por todos lados padeciendo Tus heridas, para librar totalmente a la persona que implora: Aleluya

Icos 7

Tu demostrasteis una paciencia increíble, cuando los soldados Te llevaron por orden del juez arbitrario, hirieron Tu Purísimo Cuerpo, bañándolo desde la cabeza hasta los pies con sangre. Nosotros con lagrimas Te imploramos: Jesús, que amas a las personas, fuiste coronado con espinas. Jesús divinamente impasible, soportasteis las pasiones, para librarnos de las pasiones. Jesús mi Salvador, sálvame a mi, merecedor de todo castigo. Jesús por todos abandonado, consolidación mía, fortaléceme. Jesús por todos ofendido, mi felicidad alégrame. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino

Kondakio 8

Moisés y Elías se Te aparecieron increíble y milagrosamente, diciéndote sobre Tu fin, el cual ahora concluyó en Jerusalén. Allá vieron Tu Gloria, acá, al ver nuestra salvación imploran con nosotros: Aleluya.

 

Icos 8

Por todos lados expulsado Tu soportasteis el ultraje y los martirios, por la multitud de mis pecados. Algunos Te culpan como enemigo del Cesar, otros te critican (condenan) como a un malvado, y otros gritan, Tómalo, Tómalo y Crucifícale. Nosotros, desde lo profundo del alma, decimos al condenado y llevado por todos a la crucifixión: Jesús nuestro Juez, incorrectamente juzgado, no nos juzgues por nuestras obras, Jesús agotado en el camino Bajo la cruz, fuerza mía, no me dejes en la hora de mi prueba. Jesús que pedisteis ayuda al Padre y disteis a todos ejemplo de sacrificio, fortalecédme en mi debilidad. Jesús, Tu que tomasteis la deshonra, Gloria mía, no me rechaces de tu Gloria Jesús imagen luminosa de la Hipóstasis del Padre, transforma mi vida impura y oscura. Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 9

Viéndote a Ti clavado en la cruz, toda la naturaleza se turbó: el sol en el cielo escondió sus rayos, la tierra tembló, el velo del Santuario se rasgó, las rocas se hendieron, el hades dejó ir a los muertos. Nosotros al pie de Tu cruz Te imploramos: Aleluya.

Icos 9

Bienhechor, los oradores elocuentes, aun con muchísimas palabras, no pueden expresar un agradecimiento digno a Tus Divinos sacrificios. Nuestro cuerpo, alma, corazón, y todas las articulaciones con ternura (emoción) Te imploran: Jesús clavado a la cruz, clava y haz desaparecer la lista de nuestros pecados. Jesús que tiendes Tus manos desde la cruz, atráeme a mi, perdido. Jesús, atravesado en el costado, Llévame Con Tus heridas a Tu Palacio. Jesús, con el cuerpo crucificado, crucifica mi cuerpo con mis pasiones y sensualidades. Jesús, que haz muerto atormentado, hazme digno para que yo con mi corazón Te contemple crucificado. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 10

Deseando salvar al mundo, Tu salvasteis a los ciegos, rengos leprosos, mudos, sordos, y así también expulsabas a los espíritus malignos. Los hebreos insensatos enfurecidos y atormentados por la envidia, Te clavaron a la cruz, no sabiendo cantar, Aleluya.

Icos 10

Eterno Rey, Jesús Todo Tu sufres por mi desenfreno para purificarme, Tu nos das el auténtico (verdadero) ejemplo, para que nosotros lo sigamos, implorando: Jesús, amor extraordinario, (inconcebible) Tu no atribuisteis pecado a los que Te crucificaron. Jesús, que con lágrimas orasteis en el viñedo, enséñanos a orar. Jesús, que cumplisteis todas las profecías que se refirieron a Ti, cumple los buenos deseos de nuestro corazón. Jesús, que encomendaste Tu Espíritu en las manos del Padre, recibe mi espíritu en el momento de mi partida. Jesús, que no impedisteis que dividieran Tu ropa dulcemente (mansamente), separa mi alma de mi cuerpo. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros, cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 11

Tu Purísima Madre Te trae un canto enternecedor, diciendo: Aunque Tu sufres en la cruz, Yo se que Tu nacisteis del seno del Padre, antes de la estrella matinal (Lucifer, Psalmo 109:3). Yo veo cómo toda la creación sufre Contigo. Entregando Tu espíritu al Padre, recibe también mi espíritu y no me dejes implorando: Aleluya.

Icos 11

Como vela luminosa encendida con amor ante Tu cruz, Tu Purísima Madre dolorosamente sufría cuando Te veía, verdadero Sol de la verdad, descendiendo al sepulcro. Con Ella recibe y de nuestro corazón estas oraciones: Tu ascendisteis (Te elevasteis) al árbol, para elevarnos a nosotros, caídos, ante Tu Padre. Tu distes a Tu Virgen Madre al casto Evangelista Juan para enseñarnos castidad y pureza, Jesús, que confiasteis a Tu discípulo el Teólogo a la que Té Engendró, Dios-Verbo, entréganos a todos bajo Su Protección Maternal. Jesús, vencedor del mundo y del hades, derrota la incredulidad, el orgullo mundano, y la concupiscencia de la vista en nosotros viviente. Jesús, aniquilador de la muerte eterna, Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 12

Dame Tu Gracia, Jesús, Dios mío, recíbeme como recibisteis a José con Nicodemo, para que Te dé mi alma como un santo sudario, y para ungir Tu Cuerpo puro con la fragancia de las virtudes, Teniéndote en el corazón como en el sepulcro, implorando: Aleluya.

Icos 12

Celebrando Tu crucifixión voluntaria, veneramos Jesús Tus sufrimientos. Con el centurión creemos que verdaderamente Tu eres el Hijo de Dios, que tiene que venir sobre las nubes con mucho poder y gloria. Entonces no nos avergüences, redimidos por Tu sangre imploramos así: Jesús, que sufristeis mucho, por las lágrimas de tu Virgen Madre, líbranos del fuego eterno. Jesús por todos abandonado, en la hora de mi muerte no me dejes solo. Jesús, recíbeme como a Magdalena, que tocó Tus pies. Jesús, no me condenes con el traidor y con los que Te crucificaron. Jesús, llévame al paraíso con el malhechor razonable. Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando llegues a Tu Reino.

Kondakio 13

Oh, Jesucristo, Cordero de Dios, que tomasteis los pecados del mundo, recibe este pequeño agradecimiento que Te traemos con toda el alma, y sánanos con Tus sufrimientos salvadores de toda dolencia física y mental (del alma y del cuerpo); protégenos con Tu cruz de los enemigos visibles e invisibles, y ante nuestro deceso no nos abandones, pero haz así, para que con Tu muerte nos libremos de la muerte eterna y siempre Te imploremos: Aleluya.

 Obispo Alejandro (Mileant)

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