Tuesday, September 8, 2015

El misterio de la muerte ( Metropolita Ierotheos Vlajos )


El misterio de la muerte es un punto “divisorio o culminante” de nuestra vida, como el dolor, la enfermedad, etc. También es de las preguntas existenciales que nos torturan y piden solución. ¿Por qué morimos, que pasa con el hombre después de su muerte y a dónde vamos después? Por eso, la referencia sobre este gran misterio, tal como lo apocalipta=revela la Iglesia, es el punto central de los siguientes conceptos.

Los hombres de nuestra época se distinguen en dos tendencias: Una es la pretensión de olvidar la muerte. Esto se hace principalmente en los países occidentales, pero día a día intentan traspasarlo también a nosotros los ortodoxos. La enseñanza habla sobre hijos inmortales. Lo mismo ocurre en todas las actividades de nuestra vida. Se ha observado correctamente que: “Existen muchas maneras que tiene el hombre para olvidarse de la muerte y esconderse de ella. La cultura contemporánea es la más descubridora en este punto. Hiperactividad profesional, continua estimulación acústica y visible de los instintos y los sentidos (radio, televisión, etc.), la manía de huida continua con el coche, no dejan al hombre concentrarse en sí mismo y afrontar el problema de la muerte en relación con el sentido y significado de la vida. En América, por ejemplo, maquillan a los muertos para que se vean bonitos y los cementerios parecen parques, no se distinguen las cruces y los sepulcros. (Archimandrita Yeorgios, San Gregorio Athos). Por otra parte, existen hombres que quedan abatidos por el pensamiento de la muerte o se les convierte en una pesadilla. Se dejan dominar por la melancolía y desean la muerte. Esto lo padece uno a causa de la mezquindad, vileza y por el gran desconocimiento e ignorancia. De todos modos no son pocos los casos que los hombres suspiran y desean la disolución o autodestrucción. Pero creemos que la disolución o autodestrucción no es siempre la solución. Desde allí empieza otro problema mayor.

La enseñanza cristiana acepta que existen dos clases de muerte. La primera es la espiritual y la segunda la somática. La muerte espiritual es el alejamiento del hombre de Dios, el Cual es la fuente de la vida y la somática o corporal, física es el alejamiento de la psique del cuerpo. En la Iglesia enseñamos que primero fue la muerte espiritual de Adán y después la somática o corporal. Por eso sostenemos que existen hombres que viven corporalmente y están muertos espiritualmente y existen hombres que mueren corporalmente, pero viven espiritualmente, puesto que la psique de ellos tiene la Jaris (gracia) la energía increada de Dios.

¿Quién creó la muerte? Los Santos Padres enseñan que no es Dios la causa del mal. Él no ha creado la muerte. No ha creado al hombre ni mortal, ni inmortal, sino que le ha creado con la capacidad y posibilidad de hacerse inmortal. Pero el pecado que cometió, es decir, con su libre alejamiento de Dios, introdujo la muerte en nuestra vida. Dios permitió la introducción de la muerte por filantropía y amor. Para que no permanezca el mal como inmortal. ¡Imaginaos una sociedad estando llena de hombres con pazos, asesinatos, robos, etc., si fueran inmortales! No habría mayor desgracia para el hombre y la sociedad. Con el Santo Bautismo lo perecedero de nuestra naturaleza, es decir, la muerte, como medio de abolición y condena del pecado, igual que en el nacimiento impecable de Cristo, permaneció lo perecedero del cuerpo, gracias a los salvíficos pazos padecimientos, pasiones.

Así, dentro de la Iglesia se anula la muerte espiritual y se vive la primera resurrección. Con nuestra conexión con Cristo se vive la inmortalidad, porque la inmortalidad no es la vida de la psique después de la muerte, sino la superación de la muerte desde esta vida. La mayor obra de la Iglesia es ayudar a los hombres a superar la muerte, que es el más terrible enemigo que tenemos, a quien nadie puede vencer. También dentro en la Iglesia adquirimos la certeza de que en el futuro se abolirá la muerte somática con la resurrección de los cuerpos. Esta es una didascalía (enseñanza) que no existe en ninguna filosofía. La resurrección de los muertos que enseña el logos de Dios es una piedra de escándalo para cada razón humana (o la mente, intelecto racional).

Nuestra Tradición conecta estrechamente con la muerte. No pretende olvidarla. Esto lo enseñan las canciones, los poemas y las costumbres del pueblo. El hecho de que los familiares tienen toda la noche el cadáver en casa, muestra una hermandad con la muerte. La vida no es ajena a la muerte. La memoria de la muerte hace la vida más humana. La sociedad que se hermana con los muertos es más humanizada y aterrizada. Creo que la memoria de la muerte y su superación es lo que hace al hombre más humano y constituye la sociedad filántropa (amiga del hombre).

Metropolita Ierotheos Vlajos. Noviembre 1985



De su libro “La vida después de la muerte”

Cuando se habla sobre la existencia de la psique (alma) después de la muerte, para la vida eterna, para el Juicio de los hombres en la Segunda Presencia de Cristo y tantas otras verdades que conectan con estas, se formulan muchas contradicciones y rechazos por los hombres contemporáneos, mundanizados, racionalistas y consumistas. El rechazo más previsible es el siguiente: “¿Quién ha visto estas cosas, quién ha venido de allí para decírnoslas?”. Es un pensamiento sin fundamento, una pregunta previsible y superficial. Sin ningún otro pensamiento, borramos toda una enseñanza entera de la Iglesia para estos temas. ¿En serio no ha venido nadie? Pues Cristo ha venido de allí, exclusivamente aquí, para enseñar a los de aquí qué pasa allí. Hizo milagros, resucitó muertos, sanó enfermos, etc., se sacrificó voluntariamente en La Cruz por nosotros y Resucitó…

Sin embargo, no pensamos lo mismo sobre otros temas que conectan con nuestra vida. Muchas cosas las creemos no porque las hemos visto personalmente, sino porque nos las han transmitido otros. Esto también es un tipo de fe. Si no tenemos certeza personal, pero tenemos certeza en varias personas de las que tenemos confianza. Historiadores de la antigüedad nos describen acontecimientos y nos las creemos. También los que visitan otros países nos transmiten sus impresiones y por regla general, las aceptamos, porque tenemos confianza en ellos. Lo mismo se tiene que hacer también sobre los temas de la fe cristiana. Si no tenemos percepción personal, por lo menos que admitamos los que nos transmiten estas verdades.

En la Iglesia tenemos conocimientos de todos los temas que conectan con la otra vida, porque nos lo ha revelado el Mismo Cristo. Él vino, se humanizó y nos ha revelado toda la verdad sobre Dios y el hombre. Aparte de Cristo, hay billones de personas santas, que con su vida personal certificaron estas verdades y dan su testimonio. ¿Por qué tenemos que creer en unos historiadores cuando certifican un hecho y nosotros no creer en billones de santos que certificaron las verdades de la otra vida? Principalmente los Santos, que lo certificaron y confesaron con su sangre. ¿Derrama uno la sangre y se sacrifica por cosas que no acepta y son más que la verdad?

Podemos sostener también las siguientes cosas. Nosotros consideramos la religión que simplemente traspasa el problema del hombre al futuro y habla de la vida post-muerte, en la que el hombre disfrutará de los bienes de Dios y será compensado por los esfuerzos que ha hecho. Realmente esta parte existe también. Pero principalmente debemos de ver la Ortodoxia por la perspectiva de la instrucción terapéutica. Si en el presente no queremos admitir sobre la otra vida, pues vivamos el carácter terapéutico de la Ortodoxia.

Cuanto más pasa el tiempo, tanto más comprobamos que estamos enfermos psíquicamente. Nos infestan, plagan, varios pazos (padecimientos, emociones, malos hábitos físicos, psíquicos y espirituales) y nos tienen cautivados muchas situaciones enfermizas. Esta enfermedad interior hace que no funcionemos regularmente. Las relaciones interpersonales se encuentran en una tensión continua. Las enfermedades somáticas, la mayoría de las veces, tienen la causa en las enfermedades espirituales. La Ortodoxia sana esta enfermedad interior. Toda la instrucción de la Santa Escritura y de la enseñanza de los Padres es terapéutica. Así que, hoy necesitamos la Iglesia, primero para sanarnos de las enfermedades espirituales, para sentir la comunión, la hermandad en Cristo, la paternidad de Dios, de manera que, nos serenemos y tranquilicemos interiormente y liberarnos de la ansiedad, angustia, fatiga y la inseguridad interior.

El primer fin no debe ser conversar sobre el futuro. Es cierto que el Cristiano ortodoxo correcto, cree absolutamente en Cristo y en todo lo que Él dijo. Pero nosotros, si tenemos una pequeña duda por estas cosas, debemos de empezar por el punto de terapia, concienciar a nuestro desorden interior que empecemos la instrucción terapéutica que tiene la Iglesia y entonces adquiriremos la certeza de la vida eterna. Porque al negar la vida después de la muerte y generalmente al negar las verdades de Cristo es porque estamos enfermos espiritualmente. Creo que dentro de la instrucción terapéutica eclesiástica, obtendremos la certeza sobre toda la enseñanza de la Iglesia.

Metropolita Ierotheos Vlajos


                                Catecismo Ortodoxo 

                    http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

Teología Patrística Ortodoxa - Yanis Romanidis


Primera parte: elementos de la antropología y la Teología


Índice de Contenido

INTRODUCCIÓN

El distinguido didáscalos de Universidad, el Padre Ioannis con el don de discernimiento nos ofreció una dogmática de “otra especie”. Este libro está escrito para el pueblo Eleno pero creo que es interesante para todos los Ortodoxos y para cualquier hombre buscador de la verdad con libre buena voluntad. Tanto han calado y revolucionado sus logos y sus mensajes que en el mundo de la Universidad se llega hablar de una época de antes y después de Romanidis. Sus logos son “cáusticos” candentes, ardientes y tenemos la convicción que operarán, energetizarán terapéuticamente. Esta enseñanza se forjó y se entregó en la Universidad de Aristóteles en Salónica el primer semestre del año Universitario en 1983. Los escritos y discursos grabados, se han recopilado por el monje Damaskinós de la Santa Montaña de Athos. El Padre Yanis o Juan desde el tercer mes de su nacimiento sus padres fueron a Estados Unidos donde creció y estudió.
QUE ES EL NUS DEL HOMBRE

La terapia de la ψυχή (psijí) psique, alma del hombre es la principal preocupación de la Iglesia Ortodoxa. La Iglesia siempre sanaba y cura “psicoterapia” en la ψυχή (psijí). Había comprobado desde la tradición Hebrea y del mismo Cristo y los Apóstoles que en el lugar del corazón natural del hombre funciona algo que los Padres lo llamaron “νοῦς nus”. Tomaron el nus tradicional que significa “διάνοια” (diania, dianús, mente, intelecto o cerebro) y logos e hicieron una diferenciación. Llamaron nus a esta energía noerá, la cual funciona en el corazón del hombre sano psíquicamente. No conocemos cuando se hizo esta modificación, porque ocurre que algunos Padres llaman con la misma palabra nus también a la lógica, pero también a la noerá energía cuando ella baja y opera al espacio del corazón.

Entonces desde esta perspectiva la noerá energía del nus es una y única energía de la psique, la cual en el enkéfalos (cerebro) funciona como lógica, pero la misma funciona a la vez en el corazón como nus. O sea, el mismo instrumento (órgano) nus ora incesantemente en el corazón, se entiende en los que tienen oración incesante en el corazón, y a la vez piensa por ejemplo en problemas matemáticos o cualquier otra cosa en el cerebro.

Debemos decir que esto que el Apóstol Pablo llama nus, se identifica con eso que los Padres llaman diania, es una diferencia en la terminología. Cuando el Apóstol Pablo dice “oraré con el espíritu” (1ªCor. 14,15), comprende esto que dicen los Padres “oraré con el nus” y cuando dice “oraré con el nus” (1ªCor. 14,15), se refiere a la diania (mente, intelecto o cerebro). El nombre “nus” de los Padres no es el nus del Apóstol Pablo, sino su espíritu (el humano no el divino). Cuando dice “oraré con el nus y el espíritu, o psalmodiaré con el nus y el espíritu” (1ªCor. 14,15), y cuando dice “el Espíritu de Dios co-testifica nuestro espíritu” (Rom 8,16), con la palabra espíritu se refiere a esto que los Padres llaman nus y con la palabra nus da a entender la diania, la lógica de la mente.

En su expresión “el Espíritu de Dios co-testifica a nuestro espíritu” (Rom 8,16), habla para dos espíritus: Para el Espíritu de Dios y el humano. Este espíritu humano, por una extraña evolución en la época de San Macario el Egipcio pasó a llamarse nus y sólo los nombres logos y diania quedaron y se refieren a la lógica del hombre. Así se identificó el “νοῦς nus” con “πνεῦμα pnevma, espíritu” o sea el corazón (como esencia). Porque el sitio del espíritu del hombre está en el corazón según San Pablo. (Corazón no el físico sino el centro psicosomático de su existencia, donde llega la respiración).

Quiere decir que el Espíritu de Dios habla en nuestro espíritu, el Dios habla en nuestro corazón con la Jaris la energía increada del Espíritu Santo, (Filocalía tomo 4º pág.-281). San Gregorio Palamás, en el segundo logos sobre los Santos Hisijastas, cita que el “corazón” es el soberano hegemónico de toda nuestra existencia, allí está el nus y todos los loyismí de la psique. Aquí San Gregorio con el término corazón no se refiere al corazón físico sino el profundo corazón (psicosomático), mientras que con el término nus no da a entender la diania (mente, intelecto), sino la noerá energía del corazón, la que emana de la sustancia o esencia del nus o sea del corazón. Los términos corazón y nus como sustancia se identifican. Por eso añade San Gregorio: El nus es lo más interior, el cuerpo profundísimo de nuestro cuerpo, o sea el corazón. Con estos se identifica también el término espíritu, el humano. (Filocalía t.4ºpág. 282.)

Así adoración, culto con la lógica (de la diania o mente), se hace según san Pablo con el nus (o sea, con la diania, la lógica), mientras que la oración noerá o de corazón, se hace con el espíritu, que es oración espiritual o noerá, es decir, la oración del corazón. (El hombre tiene dos centros gnósticos o de conocimiento. Uno es el nus que es el órgano, instrumento adecuado para recibir la apocalipsis, (revelación) de Dios, la que a continuación se formula con la lógica, y el otro es la lógica (razón) que conoce el mundo sensible, visible que nos rodea, nos dice Ieroteo Vlajos). Así esto que dice el Apóstol Pablo: “pero en la Iglesia quiero hablar cinco palabras con mi nus (se refiere a la diania, mente, cerebro) para instruir a otros y no miles de palabras con la lengua” (1ª Cor. 14,19), significa que prefería decirles cinco logos o palabras para catequizar a los demás, en vez de orar con el nus. Esto que dice el Apóstol Pablo se interpreta por algunos monjes de que el Apóstol habló para la oración de Jesús, es decir, “Kirie Jesús Cristo eleisón me” que se constituye de cinco palabras. Pero aquí el Apóstol Pablo habla con palabras catequizando a los demás. Porque ¿cómo se puede hacer catequesis con oración noerá, si la oración noerá del hombre es interior y los demás alrededor de él no oyen nada? Pero la catequesis se hace con culto, enseñanza y adoración lógica. Enseñamos y hablamos mediante la lógica que es la comunicación habitual entre los hombres.

Pero comunicación entre sí tienen también los que tienen la noerá oración dentro en su corazón. Es decir, que pueden sentarse juntos y comunicarse con el otro noerós (espiritualmente) sin que hablen, o sea, que entre ellos hay comunicación espiritual. Esto naturalmente ocurre en ellos aún desde lejos. Y estos también tienen el χάρισμα (járisma) carisma, don, de perspicacia clarividencia y premonición. Con el de perspicacia buscan y rastrean las huellas de los pecados de cada hombre, mientras tanto que con sus pensamientos, me refiero al de prever, ven y hablan de cosas y hechos futuros. Realmente existen este tipo de hombres carismáticos y si los visitáis y os confesáis con ellos, saben todo lo que habéis hecho en vuestra vida antes que abráis la boca para contárselo.
QUIEN ES EL “PSICÓPATA” SEGUN LOS PADRES DE LA IGLESIA

Toda persona es un psicópata, según los Padres de la Iglesia. Cada persona es psicópata en el sentido Patrístico de la palabra. No es necesario que uno sea esquizofrénico para ser psicópata. El término “ψυχοπάθεια psijopacia”, psicopatía en el aspecto Patrístico, es que esta enfermedad está en aquel hombre que en su interior no funciona correctamente la energía de su nus. Es decir, del hombre que está lleno de loyismí (pensamientos simples o compuestos con la fantasía, ideas, o reflexiones), no sólo malos, sino “buenos” también.

Aquel que tiene los loyismí, buenos y malos dentro de su corazón será considerado por parte Patrístico como un psicópata. Aunque estos loyismí sean éticos, los más éticos, o no éticos, inmorales o cualquier otra cosa. Es decir, según los Padres de la Iglesia, aquél que no ha pasado por la catarsis (sanación) de la ψυχή (psijí psique, alma) de los pazos y no ha llegado al estado de la iluminación por la Jaris (energía increada) del Espíritu Santo, es un psicópata. Pero no en el sentido de la Psiquiatría. El psicópata para el psiquiatra es otra cosa. Es aquel que padece de psicosis, es el esquizofrénico. Pero para la Ortodoxia uno que no ha pasado por la catarsis de su psique de los pazos y no ha llegado a la iluminación ¿es normal o no es normal? Este es el caso.

¿Quién es el Cristiano Ortodoxo normal en la tradición Patrística? Si querréis verlo esto claramente leed el oficio del Santo Bautismo y de la Santa Mirra que se celebra en el Patriarcado de Konstantinópolis (Constantinopla) el Jueves Santo, leed el oficio de la inauguración de los santos Templos. Allí veréis que significa naós (templo) del Espíritu Santo, allí veréis quién es el iluminado.9

Todos los oficios o misas como también la tradición ascética de la Iglesia, se refieren principalmente en los tres estados espirituales: a) la catarsis de los pazos en la psique y del cuerpo, b) la iluminación del nus del hombre por la Jaris, la increada energía del Espíritu Santo y c) la zéosis o glorificación de la psique y del cuerpo del hombre. Principalmente hablan de la catarsis y de la iluminación, porque los oficios de la Iglesia son expresiones del culto lógico. ¿Entonces el Ortodoxo normal quién es? ¿El bautizado y no “catartizado”, sanado ni iluminado o el catartizado, sanado e iluminado? Naturalmente el último, este es el Ortodoxo normal.

¿Entonces en qué se distinguen los ortodoxos normales de los otros ortodoxos? ¿En el dogma? Claro que no. Tomemos a los Ortodoxos en general. Entre ellos tienen el mismo dogma, la misma tradición y el mismo culto común. Dentro en un templo sagrado puede que estén, por ejemplo, trescientos Ortodoxos. De ellos sólo cinco puede que estén en estado de iluminación, los otros puede que no estén. Sin embargo los otros, puede que no tengan ni idea de lo que es la catarsis. Entonces se hace la pregunta: ¿Los Cristianos Ortodoxos normales, entre ellos, cuántos son? Desgraciadamente sólo son los cinco.

Pero la catarsis y la iluminación son estados concretos de terapia, que se pueden averiguar y verificar por Yérontas, padres experimentados e iluminados guías espirituales. Entonces aquí tenemos criterios claros y ciertos que son terapéuticos, medicinales. O si acaso ¿no son criterios claramente medicinales? Si el nus es un órgano fisiológico de cada hombre, porque no sólo los Elenos o los Ortodoxos tienen nus, sino también los Musulmanes, Budistas y todo el mundo; entonces todo el mundo tiene la misma necesidad de catarsis (sanación) e iluminación. La terapia instructiva es una. ¿Existen muchas terapias instructivas para esta enfermedad, y es realmente enfermedad o no? 10

«… La agapi (amor desinteresado) hacia los enemigos constituye el criterio infalible de la verdad y la universalidad de la Iglesia. En la enseñanza de san Siluán y del Yérontas Sofronio, los hombres no se distinguen en amigos y enemigos o buenos y malos, sino en conocedores y no conocedores de Dios. Allí donde se reconocen enemigos, significa que se ha desechado parte del cuerpo de la humanidad y se falsifica la universalidad. La aplicación y el cumplimiento del mandamiento de la agapi hacia los enemigos, significa que el hombre abarca y abraza todos los hombres, y que se convierte en universal. Y al nivel eclesiástico la agapi hacia los enemigos constituye el criterio que confirma la universalidad. Verdadera Iglesia es aquella que mantiene viva la agapi hacia los enemigos. Esta afirmación es trascendental y muy oportuna en nuestra época. (Teología del Yérontas Sofronio, por Zacarias Zacaru).

La palabra Occidental aquí no tiene sentido geográfico, sino cultural y religioso y significa la tradición Occidental, Papista y Protestante, religiosa y cultural.
SOBRE LA DIVERGENCIA, CAIDA Y DEPRAVACIÓN DEL CRISTIANISMO OCCIDENTAL Y DE LA CONDUCTA ÉTICA ORTODOXA

En estos temas los Ortodoxos actuales tienen dificultad de contestar, porque actualmente se han alejado de ésta tradición, ya no piensan en los contextos de enfermedad, sanación y terapia. No consideran la Ortodoxia como una “instrucción terapéutica, sanadora”, aunque todas las bendiciones y oraciones de la Iglesia son muy claras sobre este tema. Porque, ¿quién es el Cristo para los Cristianos Ortodoxos? ¿No se nombra repetidamente dentro de las bendiciones, las oraciones y los troparios de la Iglesia, como “el médico de nuestras psiques y cuerpos? ¡Si busca la tradición Papista (del cesar papa) o la Protestante, éste título para el Cristo, como médico, no existe en ninguna parte! El Cristo, sólo en la tradición Ortodoxa se le llama “médico de nuestras psiques y cuerpos” (Divina Liturgia). ¿Pero, por qué esta tradición desapareció de los papistas y los protestantes y cuando les hablamos de instrucción terapéutica se extrañan? Porque la necesidad de catarsis (sanación) e iluminación, la necesidad de cambio interior, en la teología de ellos ha desaparecido. ¡Para ellos, aquel que cambia no es el hombre, sino el Dios! El hombre para ellos no cambia, la única cosa que hace el hombre es que se convierte en chico bueno. Y cuando el hombre, de mal chico que era, se hace chico bueno, entonces el Dios le ama. ¡De otra manera el Dios le detesta! ¡Si se mantiene como chico malo, entonces el Dios no le ama! ¡Es decir, si el hombre se convierte en chico bueno, entonces también Dios cambia y se convierte bueno; entonces allí donde no le amaba, ahora le ama! Cuando el hombre se hace chico malo, el Dios se enfada y cuando se hace bueno, el Dios se alegra! Desgraciadamente esto ocurre en Europa.

Pero lo malo es que no sólo en Europa se hace esto, sino también por algunos aquí en Grecia; muchos dentro de la Iglesia están dominados de este espíritu. (¿Esto pasa también en los Ortodoxos de España y Cataluña?). ¡Ha llegado a ser la Ortodoxia una religión, que el Dios cambia de disposición, humor y animo! Cuando el hombre es bueno el Dios le ama, cuando es malo el Dios no le quiere. ¡Es decir, el Dios castiga y recompensa. Entonces la esencia de la Ortodoxia hoy en una parte de griegos y en otros países, es una eticología o moralismo. Esto es lo que enseñaban a los niños, las organizaciones para-eclesiásticas en sus catequesis, que tienen prototipos, modelos occidentales y han corroído el espíritu Ortodoxo… Todo esto ocurrió por la persecución del Hisijasmo y del Monacato tradicional, que es la única terapia “psicoterapia” correcta de la psique del hombre…

Supongamos un investigador científico que no tiene relación con las religiones, un ateo si queréis, que investiga sobre tradiciones religiosas y llegando a la Tradición Ortodoxa, escarba, descubre y describe estas cosas. Entonces dice: mira que pasa aquí. Esta tradición habla para la psique, para la energía del nus de la psique y para instrucción y tratamiento terapéutico concreto. Después este hombre investigando llega a reconocer que, si esta instrucción terapéutica o psicoterapéutica se aplica en las comunidades de los hombres, tendrá resultados muy beneficiosos para la salud personal, pública y social. Después continuando la búsqueda, comprueba desde cuando apareció esta tradición, cuáles son sus fuentes, cuántos siglos acertadamente se aplicó en la praxis (en acción y hecho), dónde se aplicó y continuando encuentra porque no existe hoy en la mayoría de los Ortodoxos esta tradición, y por qué la Ortodoxia sufrió alteración. Y el investigador continúa y encuentra que esto ha ocurrido, porque fue perseguido el Hisijasmo y el monacato tradicional, que es el portador y transmisor de esta tradición. (No sólo se ha perseguido el Hisijasmo, sino que la mayor parte del mundo no sabe que existe, ni que quiere decir).

¿Pero, por qué fue perseguido? Porque los lugares que florecía y prosperaba, empezaron a occidentalizarse culturalmente, tal y como ocurrió en Rusia con la reforma de “Pedro el grande” y una parte también en Grecia después de la revolución de 1821. El contemporáneo historiador Toynbee dice que la cultura Ortodoxa hoy se asimila y se absorbe poco a poco por la cultura occidental. (La palabra occidental no se entiende geográficamente sino culturalmente y religiosamente que significa la tradición occidental, papista, protestante y cultural).

Estas cinco civilizaciones y culturas son: a) la cultura Hindú, b) la de Extremo Oriente (China, Japón), c) la Europea, d) la Ortodoxa y e) la primitiva que hoy existe aún en regiones de Australia y África. Toybee tiene la teoría que todas las culturas hoy se están occidentalizando. En el pasado esta occidentalización, se intentó hacer por los Occidentales, mediante la misión y envío de misioneros religiosos. Los europeos en el pasado mandaron y aún hoy también mandan ejércitos de misioneros para que conviertan no sólo los demás países cristianos sino occidentalizarlos también. Por eso existen también en Grecia todos estos heréticos y todavía actúan. Pero esta misión, dice Toybee, fracasó en los países idólatras de África y en cualquier otra parte, porque los sacros misioneros separaban entre ellos los hombres. Por ejemplo, en una familia de idólatras ocurría que uno se hiciera Luterano, el hermano Anglicano, el otro bautista, el primo metodista, la prima pentecostal, la suegra Evangelista etc., entonces, no sólo rompieron sus países en pequeños trozos de parte religiosa, sino las mismas familias. Se demostró que este tipo de misión sacra tuvo un gran fracaso en la occidentalización de los hombres del tercer mundo.

Τoynbee, pues, en el año 1948 propuso una nueva solución. La occidentalización que se haga mediante la tecnología y la economía
QUE ES LA ORTODOXIA

Sin embargo dentro de esta evolución, a la vez también hay el contraataque de los Ortodoxos, de la civilización y la cultura Ortodoxa. ¿Pero qué es la cultura o civilización Ortodoxa? ¿Es civilización en el sentido de la cultura Occidental? No. No es cultura la Ortodoxia, aunque Toybee la llame cultura. ¿Por qué? Porque la Ortodoxia es ciencia y sobre todo ciencia médica, de acuerdo con los criterios actuales. No cultura. La Ortodoxia no es un sistema político o social. Porque se refiere a la sanación y la salvación personal del hombre, es decir, la sanación y salvación de su psique. La Ortodoxia se basa en estos dos logos: “el Logos se hizo sarx (cuerpo o carne)” (Jn 1,4) y “en el Hades no hay metania (conversión, confesión, introspección y arrepentimiento).

Por supuesto que dentro de la Ortodoxia existen las condiciones para crear una civilización con su propia cultura. Sin embargo no es cultura, tampoco es una religión como todas las demás religiones; la Ortodoxia se destaca y difiere de las otras religiones por un único elemento que no existe en las otras; este elemento es antropológico y terapéutico; la Ortodoxia es una instrucción curativa que sana y terapia la personalidad humana.

El médico correcto y justo se preocupa para la terapia de todos los enfermos sin discriminación ni distinciones. No separa a lado algunas personas para curarlas, terapiarlas y sanarlas. No le interesan sus status sociales, sus niveles de estudios, sus situaciones económicas, sus religiones o sus comportamientos éticos. El médico correcto ve sólo un hombre y se acerca a él, sea enfermo o no; y si está enfermo, se interesa e intenta terapiar, sanar y curar al hombre del mal, lesión o dolencia. Está obligado a curarlo. La tradición ortodoxa es algo más que eso y justo en esto se basa nuestro “contraataque”.

Dios no ama sólo a los Santos, sino a todos los hombres sin excepción alguna; todos los pecadores, todos los infernados o demonizados, aún al mismo diablo. Quiere tratar, terapiar, curar y salvar a todos. Quiere, pero no puede curar a todos porque ellos no quieren. Esto, el que Dios es agapi (amor, energía increada) y quiere curar a todos y ama a todos igual, se comprobó y se comprueba por la experiencia de los hombres que consiguieron la zéosis, es decir la glorificación, los que vieron a Dios, (unión y visión de la luz increada de Dios, mediante la energía increada Jaris y que esta contemplación la opera y energiza la Jaris del Espíritu Santo, no el hombre).

El Dios no puede curar a todos porque no quiere forzar y violar la voluntad del hombre. Le respeta y le ama. Pero no puede curar a uno por la fuerza. Sana sólo a los que quieren curarse y los que se lo piden. Normalmente una persona que tiene una enfermedad física o psíquica va por su voluntad al médico para curarse y no por la fuerza, si aún mantiene su cordura. Lo mismo es la instrucción terapéutica Ortodoxa. Uno sólo por su cuenta, sin presión, ni coacción, libremente debe presentarse en la Iglesia, en las personas adecuadas que tienen la iluminación, la experiencia y posean el método curativo, terapéutico “psicoterapéutico” de la tradición Ortodoxa, y en aquellos debe hacer obediencia para encontrar su terapia, sanación y curación.
EL PROPÓSITO O FIN SOCIAL DE LA ORTODOXIA

¿Ahora bien, cuál es el aspecto social del tema?

Tenemos al hombre, cualquier hombre que vive dentro en una sociedad y tiene que actuar como monada o unidad social saludable. La terapia que antes hemos mencionado de la energía del nus de la psique, esta misma cuando se acaba, crea automáticamente un hombre social; es decir, un hombre psíquicamente saludable que está preparado para actuar socialmente en todos los sectores. Entonces aquel que está curado, automáticamente es ordenado silenciosamente médico para los demás, los no sanados. Porque la ciencia médica que se llama Ortodoxia difiere de las demás ciencias en que: aquel que se ha sanado se convierte automáticamente en terapeuta, sanador. La misma aplicación de su instrucción, se convierte el medio de terapia de los demás. Por eso no se entiende un hombre curado que no tenga hijos espirituales; es decir, tener otras personas bajo la dependencia espiritual de él, a las que instruye y conduce a la terapia y sanación.

En la antigua Iglesia no existía terapeuta oficial o específico, porque cada cristiano era terapeuta. Esta era la misión de la antigua Iglesia, no era como es hoy en día en la Iglesia Ortodoxa actual, que algunas veces se compone de los anuncios de nuestros bellos dogmas o nuestra tradición de veneración, como si fuera una mercancía en venta… Por ejemplo, decimos: ¡mirad chicos, nosotros tenemos los más bellos dogmas, la más bella alabanza, veneración, la más hermosa psalmodía, los más bellos hábitos, mirad qué bonito es el bolso del Obispo, etc., e intentamos deslumbrarlos con los bastones y nuestras sotanas, para hacer misión. Por supuesto que tiene un significado y algún éxito la misión que se hace de esta manera, pero no es la auténtica misión como aquella de la antigua Iglesia.

La misión actual consiste principalmente en lo siguiente: ilustramos hombres que son supersticiosos y los hacemos Cristianos Ortodoxos, sin intentar “psicoterapiarlos”, sanarlos y curarlos. Así intercambiamos o sustituimos su dogma anterior con uno nuevo. Intercambiamos su superstición por otra superstición. Cuando la Ortodoxia se ofrece y se presenta así, ¿en qué se diferencia de la superstición? ¿Cuando la Ortodoxia se presenta y se ofrece así como un Cristianismo que no “psicoterapia” no sana, ni cura, a pesar de que su principal misión es la terapia, entonces en qué se diferencia de la superstición?

Hay cristianos en Occidente que ellos también tienen dogmas y aceptan algunos Sínodos; es decir, los heréticos, que con sus dogmas aparentemente no se ve tan grande la diferencia con los dogmas Ortodoxos. La diferencia no es caótica, como entre Cristianos e idolatras. ¿Entonces, si los dogmas Ortodoxos no tienen una sorprendente diferencia con los dogmas de los heterodoxos cristianos y si la enseñanza dogmática que se enseña hoy en Grecia es independiente de la instrucción terapéutica de la tradición Ortodoxa, desde este aspecto, ¿en qué se diferencia la tradición Ortodoxa de la de los heterodoxos? ¿Por qué alguien que no es Ortodoxo tiene que creer en la Ortodoxia y no en otro dogma Cristiano, si los dos no se ofrecen como instrucciones y caminos de “psicoterapia” sanación, sino como superstición?

Hoy se habla de cambiar la nootropía mentalidad (las formas de pensar y actuar del nus y la mente) del hombre, de cambio del dogma, de cambio de modo de contemplar la vida, y esto lo consideramos metania. Es decir, hoy la metania se identifica sólo con Cristo. O sea, aceptamos a Cristo y cómo lo aceptamos, vamos a la Iglesia, encendemos alguna vela, nos convertimos en buenos chicos; y si somos pequeños vamos a la catequesis o si somos mayores vamos en alguna asamblea o reinión, y se supone que vivimos la metania, o sea, que estamos “metanoizados” convertidos y arrepentidos. O si hicimos algo malo en nuestra vida, arrepintiéndonos pedimos perdón por lo que hicimos, y esto lo llamamos metania. Pero esto no es metania. Esto es simplemente arrepentimiento, que es el principio de la metania. No se “catartiza”, purifica y sana la psique del hombre de los pazos con un simple arrepentimiento. Para que se sane y purifique la psique del hombre de los pazos tiene prioridad el temor a Dios y la metania que continúa durante el estadio de la catarsis y se completa con la iluminación, es decir, la iluminación del nus del hombre por la Jaris, la energía increada del Espíritu Santo.

Mientras tanto, pues, si los Ortodoxos no se ocupan de esta instrucción terapéutica, ¿en qué se diferencian de los no Ortodoxos? ¿En el dogma? Y para que les sirve el dogma Ortodoxo, cuando no lo usan para “psicoterapiar”, sanar y curar sus psiques. El dogma así no les beneficia en nada.
CUÁL ES LA CONDICIÓN DE LA RECONCILIACIÓN CON DIOS

La condición que hace a uno reconciliarse con Dios y ser amigo de Él, ¿cuál es desde el punto de vista Ortodoxo? Observad los oficios de la Iglesia. El bautismo se identifica con la catarsis (sanación). Antes preceden los exorcismos, que es la liberación del hombre de los efectos e influencias de los malos astutos y malignos espíritus en él. Durante el Bautizo la triple inmersión y emersión al agua, se da la absolución de los pecados y se destruyen dentro en el hombre las energías del diablo. Después sigue el Crisma que es la Iluminación; es un estado de iluminación del hombre por la Jaris (Gracia) increada, es decir, la energía increada del Espíritu Santo. (…después de la parcial iluminación por el Crisma el nuevo-iluminado camina hacia el Pentecostés, la completa, total iluminación del Espíritu Santo, el infinito e interminable perfeccionamiento).

En los antiguos Cristianos después de bautizarse el Sábado Santo y recibir la Jaris increada del Bautismo y con la santa Crismación que seguía, completaban la iluminación inicial, la que se esperaba recibir durante el día del Pentecostés, es decir, cincuenta días después del Bautismo de ellos.

¿Pero qué es la completa iluminación del hombre? Es la visita del Espíritu Santo en el nus, o sea, en el corazón del hombre. Es decir, tal y como en el Pentecostés con la bajada del Espíritu Santo se hizo la completa iluminación de los Apóstoles, lo mismo quiere la Iglesia que se repita en algún momento del camino espiritual en cada uno de sus miembros creyentes. Por lo tanto, todo el proceso de la catequesis de los nuevo-iluminados en la antigua Iglesia terminaba con el Pentecostés personal, es decir, con la visita del Espíritu Santo, el cual viene y habita dentro al corazón del hombre y ora a favor de éste. Naturalmente esta plena iluminación no sucedía a todos los hombres en tiempo tan corto, porque no todos tenían las mismas condiciones.

Por supuesto que durante el día del Pentecostés, los Apóstoles no adquirieron sólo una completa iluminación, sino que llegaron a la zéosis o glorificación. Por lo tanto, si el Pentecostés es el prototipo, modelo del perfeccionamiento espiritual del hombre, entonces el destino y finalidad de cada Cristiano es la zéosis. Ver a Dios, al Creador, es decir, a Cristo en doxa (gloria) increada. Esto sucedió a todos los Santos de la Iglesia. Por eso de la fiesta del Pentecostés inmediatamente el Domingo siguiente festejamos en general la memoria de Todos los Santos de la Iglesia deificados, a quienes estamos llamados a imitar. Esta es la columna vertebral de la estructura catequética de la Iglesia
SOBRE EL SIGNIFICADO DEL DOGMA

Los Padres recalcan que la sanación y la salvación no vienen con el dogma Ortodoxo por sí solo. No es el dogma que sana y salva al hombre. El dogma simplemente abre el camino del hombre para llegar a la catarsis y a la iluminación. Pero sin el dogma Ortodoxo uno no llega a la catarsis y a la iluminación. Sin la ορθή (orzí) correcta conciencia dogmática, sin la praxis (acción) Ortodoxa y sin la vida litúrgica Ortodoxa, uno no llega a la catarsis y a la iluminación. El dogma y la vida litúrgica no son los medios para llegar a la catarsis de la psique y a la iluminación, pero son condiciones indispensables, son los cimientos necesarios para que uno sea conducido a la catarsis y a iluminación. Es decir, el dogma no es un medio automático que nos conduce por sí solo a estos estados.
SOBRE LA CAÍDA DE ADÁN

Los Padres dicen que durante la caída el hombre se oscureció. Se oscureció el nus de Adán; no se ocupan los Padres de él como Adán, sino con su nus; el nus de Adán por obscurecerse se enfermó. Los Padres hablan del nus incongruente e imprudente. En todas partes de la escritura Patrística el tema de la caída de Adán es el obscurecimiento (ofuscación, cerrojo) del nus del hombre.

¿Pero cómo sabemos nosotros que el hombre cayó? ¿Por la descripción histórica de la caída que se refiere la Santa Escritura? ¿Además qué significa caída y Paraíso? ¿Qué era el Paraíso? Hay dos tradiciones Patrísticas sobre este tema, que las resume y nos las da San Juan el Damasceno, sin que el mismo se posicione en alguna de las dos tesis sobre éste tema.

Una tradición nos dice que en el Paraíso, el nus de Adán estaba iluminado y la otra tradición dice que el nus del Adán estaba en visión, contemplación y unión con Dios, o sea, en estado de continua zéosis o glorificación. Y que esto era el Paraíso, o sea, veía, contemplaba, la doxa (gloria, luz increada) de Dios. La tradición Alejandrina, como también la de Kapadocia (San Basilio el Magno), dicen que con el nus y la diania (mente, cerebro) estaban en visiones, contemplaciones divinas. La tradición de Antioquia dice que el nus estaba simplemente iluminado (San Juan Crisóstomo).

Si el nus del Adán, antes de la caída estaba iluminado o en continua zéosis, Juan Damasceno, en esto no se posiciona en ninguna tesis. ¿Por qué? Porque aquello que le interesaba a este Padre de la Iglesia, era dar las dos explicaciones: cómo estaba el nus y cómo se obscureció. ¿Pero nosotros cómo sabemos que el nus del Adán se obscureció? Simplemente porque notamos, sentimos y conocemos en nosotros mismos, en las profundidades de nuestro ser, que tenemos el nus obscurecido y este nus obscurecido necesita terapia, sanación. Mientras que la terapia consiste en la catarsis, la iluminación y la zéosis, es decir, tiene tres fases. La zéosis es la completa terapia, sanación y curación.

¿Pero qué significa nus oscurecido? Significa que la noerá energía (espiritual intuitiva humana) del corazón (del nus) del hombre no energiza (opera, funciona) correctamente. La noerá energía empieza a energizar, operar correctamente, sólo cuando el hombre haya superado la catarsis (sanación, purgación) y llega a la iluminación. Después de la caída el nus está oscurecido. ¿Por qué? Porque está lleno de loyismí (pensamientos simples o compuestos con la fantasía, ideas, reflexiones) y se ha obscurecido por ellos. ¿Cuándo ocurre esto, cuándo se obscurece y se ofusca el nus por los loyismí? Esto pasa cuando los loyismí de la diania (que está en el cerebro, la mente intelecto) descienden al corazón y se convierten en loyismí del nus. Cuando se ha hecho la confusión de loyismós entre la lógica (de la diania, mente) y el nus; es decir, existen loyismí en el nus que no deberían estar allí, porque pertenecen a la lógica. El nus debe de estar totalmente vacío de loyismí, de manera que pueda venir el Espíritu Santo a habitar y permanecer en el interior del hombre.
CUÁL ES LA ESENCIA DE NUESTRA TRADICIÓN ORTODOXA

Ahora, el tema es cuál es la esencia de la tradición Ortodoxa. La tradición Ortodoxa ofrece el método de terapia “psicoterapia”, cómo sanar el nus, es decir, cómo “psicoterapiar” su ψυχή (psijí) psique, alma. Esta terapia tiene tres fases, tal y como dijimos: catarsis, iluminación y zéosis o glorificación. La zéosis, o sea, la contemplación y unión con Dios es la plena terapia o sanación. Este método e instrucción terapéutica que se ofrece por la Παράδοσις (Parádosis con mayúscula quiere decir “entrega o tradición divina” del verbo παραδίνω paradino entrego) de generación en generación, que sus portadores son hombres quienes han llegado a la iluminación y a la zéosis y se hicieron terapeutas, sanadores de otros. Es decir, no es una simple transferencia de conocimientos de libros, sino una transferencia y sucesión de experiencia, experiencia de iluminación y de zéosis.

Pero se observa en el Antiguo Testamento que el estado de iluminación y zéosis lo tenían solamente los Patriarcas y los Profetas de los Israelitas. Esto es un fenómeno histórico. Antes de los Profetas tenemos los Patriarcas. Antes de Moisés tenemos a Abraham. Pero leemos en el Antiguo Testamento que existe conciencia del estado de iluminación y zéosis. El mismo Abraham era visionario de Dios o de la divina luz increada, o sea, llegó a la zéosis, esto se ve claramente. Por otro lado, de la época antes de Abraham tenemos elementos de la Tradición Hebrea que existía la iluminación y la zéosis en los progenitores de Abraham, por ejemplo Noé. Es decir, ésta tradición de iluminación y zéosis se transmite, transfiere, no aparece así de la nada. No aparece así de repente en el siglo 11º o 12º antes de Cristo.

Existe el Nuevo Testamento y el Antiguo. En el Nuevo Testamento es más fácil la verificación, porque es delimitado el tiempo de su duración. Pero el Antiguo Testamento contiene 1500 años de historia. Entonces en este período tenemos una columna vertebral, que es la tradición de iluminación y zéosis que se transmitió de Profeta a Profeta, es a la vez también la esencia de la tradición Ortodoxa. La transmisión o transferencia de la experiencia de iluminación y zéosis es de generación a generación. Esta se extiende en el Antiguo Testamento, crónicamente desde Abraham hasta San Juan el Bautista. Esta es la tradición Profética, la tradición de los Patriarcas y los Profetas.

Pero antes de éste período tenemos el primer período que se extiende desde Adán, mediante Noé, hasta Abraham. Hoy se ha acreditado arqueológicamente dichos acontecimientos históricos del Antiguo Testamento, al menos hasta la época de Moisés. Pero también los arqueólogos han encontrado elementos que verifican las referencias en el Antiguo Testamento sobre la persona de Abraham.

Vemos, pues, que la esencia de la tradición Ortodoxa no es el libro de la Santa Escritura, sino la transferencia de esta misma experiencia, la de iluminación y zéosis sucesivamente desde Adán hasta nuestros días.
LA ORTODOXIA NO ES UNA RELIGIÓN

En muchos predomina la percepción que la Ortodoxia es una de las muchas religiones que existen, y que Su principal objetivo es la preparación de los miembros para la vida después de la muerte, o sea, asegurarse un lugar en el Paraíso para cada Cristiano Ortodoxo. Así se considera que el dogma Ortodoxo es una seguridad más porque es Ortodoxo, y cuando uno no cree en el dogma Ortodoxo, eso es un motivo más para que uno vaya al infierno, aparte de los pecados personales que eventualmente le mandarían allí.

Los Cristianos Ortodoxos que creen que esto es la Ortodoxia, la han comparado exclusivamente con la vida futura. ¡Estos no hacen muchas cosas en esta vida, sino que esperan a morir para ir al Paraíso, porque cuando vivían eran Ortodoxos Cristianos!

Otra corriente de Ortodoxos se mueven en el espacio de la Iglesia, no interesados por la otra vida, sino principalmente por la vida de aquí; es decir, cómo les ayudará la Ortodoxia a pasarlo bien aquí en esta vida. Este tipo de Ortodoxos Cristianos oran a Dios, solicitan a los curas que pidan por ellos, (oraciones, santificaciones, bendiciones etc.), para que el Dios les ayude a pasarlo bien en ésta vida, que no estén enfermos, que sus hijos se restablezcan bien, que tengan una buena dote, que sus chicos encuentren y se casen con una buena chica y sus hijas con un buen chico, que tengan un buen trabajo, que les vayan bien los negocios y ganen en la bolsa etc. El resultado es que vemos que estos cristianos no se diferencian mucho de los creyentes de las demás religiones, que aquellos hacen más o menos las mismas cosas. (El logos discurso del Padre Juan a veces es candente tal como dijimos).

Es decir, por lo explicado anteriormente, la Ortodoxia tiene éstas dos cosas comunes con las demás religiones. En primer lugar, preparar los creyentes de modo que después de la muerte vayan al Paraíso, como cada uno lo imagina; en segundo lugar, que sean preparados como cristianos, para asegurarse que en ésta vida no pasen aflicciones, tristezas, enfermedades, guerras, desastres etc., es decir, que el Dios arregle todo esto según las necesidades y deseos de ellos. Así para los segundos, la religión juega un papel muy importante en esta vida y sobre todo en la vida diaria.

¿En el fondo quién de los Cristianos, antes mencionados, se interesa si existe o no el Dios? ¿Quien le busca? Para ellos la cuestión no es si existe o no Dios, puesto que lo mejor sería que existiera, para así poder implorarle y pedirle que satisfaga nuestras necesidades, de manera que vayan bien nuestros trabajos y tengamos felicidad en esta vida.

Así vemos que el hombre tiene una fuerte tendencia en querer creer que existe Dios, porque es una necesidad para el hombre que exista, para asegurarles lo que antes hemos dicho. Entonces, ya que es una necesidad que exista Dios, ¡entonces Dios existe!

Si el hombre no tuviese la necesidad de un Dios y pudiera asegurarse independientemente las cosas cotidianas de la vida de una manera distinta, entonces no sabe uno cuántos hombres creerían en Dios; esto se ve bastante también aquí en Grecia.

Así vemos muchos hombres que mientras antes eran indiferentes por la religión, al final de sus vidas se convierten en religiosos, quizás después de un acontecimiento que les asustó y les dio miedo y temor. Porque ya no pueden vivir sin pretender que les ayude algún Dios, es decir, prevención por superstición. Para estas razones, la naturaleza del hombre le ayuda a hacerse religioso. Eso no es válido sólo para los cristianos ortodoxos, sino para todas las religiones. En todas partes la naturaleza del hombre es la misma. Así que el hombre después de su caída –obscurecido, obtuso por su naturaleza o más bien de una forma antinatural- está propenso hacia la superstición.

Ahora la pregunta es la siguiente: ¿Dónde se detiene la superstición y dónde empieza la verdadera Fe? En éstos temas la posición de los Padres y sus enseñanzas son muy precisas. Si un hombre sigue o más bien cree que sigue la enseñanza de Cristo y simplemente cada domingo va a la Iglesia, toma la Comunión continuamente, usa los curas para que le hagan oraciones, misas, etc., sin que profundice en estos temas, permaneciendo en la letra o la palabra de la Ley y no en el Espíritu de la Ley, ¿éste particularmente se beneficia de la ortodoxia? Continuando, otra persona que reza exclusivamente para la futura vida, para sí mismo y para los demás y se desinteresa totalmente para ésta vida, ¿éste se beneficia especialmente de la ortodoxia? Una tendencia es representada por el cura de su parroquia, más aquellos que se reúnen alrededor de él con el espíritu anterior; y la otra tendencia es representada de un “Yérontas” (guía espiritual), con varios monjes en su alrededor en un monasterio, generalmente por un archimandrita que está jubilado y espera morir.

Mientras que éstas dos tendencias no están centradas en la catarsis y la iluminación, en el significado y sentido Patrístico, están equivocadas sobre aquello que persiguen. Cuando están centradas en la catarsis y la iluminación y aplican la instrucción ascética de la Patrística Ortodoxa, para la adquisición de la oración del corazón (noerá), sólo entonces las cosas se ponen en la base correcta. Estas dos tendencias son hipérboles (exageraciones) hacia los dos extremos, no tienen un eje común. El eje único y común que sostiene la Ortodoxia y la mantiene unida sobre todos los temas que le preocupan y que estará siempre en la base correcta, es cuando se tiene en cuenta y se ponen los temas sobre el único eje ortodoxo: catarsis-iluminación-zéosis.

Los Padres no se interesan exclusivamente qué le ocurrirá al hombre después de la muerte, sino principalmente les interesa que le pasará en ésta vida. Después de la muerte no hay terapia del nus, entonces debe en ésta vida empezar la terapia, psicterapia” o sanación, porque “en el Hades no hay Metania (conversión, introspección, arrepentimiento y confesión). Por eso, la teología Ortodoxa no es súper-cósmica o supra-mundana ni futuróloga, tampoco esjatológica, sino que es endocósmica. Porque el interés de la Ortodoxia es el hombre en éste mundo, en ésta vida, no después de la muerte.

Ahora bien, ¿la catarsis y la iluminación para qué se necesitan? ¿Para que el hombre vaya al Paraíso y evite el Infierno? ¿Para eso se necesitan? ¿En qué consiste la catarsis y la iluminación y por qué son perseguidas por los ortodoxos?

Para que uno encuentre la razón y tenga respuesta a ésta pregunta, debe tener la llave básica que es ésta: todos los hombres encima de la Tierra tienen el mismo final, en el sentido teológico-ortodoxo. Si uno es ortodoxo, budista, hinduista, agnóstico, ateo o cualquier otra cosa, es decir, cualquier hombre sobre la tierra está predestinado a ver la doxa (gloria, luz increada) de Dios. Verá la gloria de Dios durante el final común de toda la humanidad, en la Segunda Parusía (presencia) de Cristo. Todos los hombres verán la gloria increada de Dios y desde ésta perspectiva tendrán el mismo fin. Claro que todos verán la increada doxa (gloria), pero con una diferencia: Los salvados la verán como Luz dulcísima increada, sin poniente y los infernados verán la misma gloria pero como fuego consumador que les quemará. Esto, el que veremos todos la gloria de Dios es un acontecimiento esperado. El que uno vea a Dios, o sea Su Gloria, Su Luz increada, es algo que se realizará, lo queramos o no. La vivencia de ésta luz increada no será distinta de unos u otros.

Entonces la obra de la Iglesia y los curas no es que nos ayuden a ver ésta gloria increada, porque esto de cualquier modo se hará. La obra de la Iglesia está en el cómo anuncia a los hombres que existe el verdadero Dios, que el Dios se “apocalipta”, revela como Luz increada o como fuego consumador y que todos los hombres durante la segunda Parusía de Cristo veremos a Dios; además, que prepare a sus miembros de modo que no vean a Dios como fuego sino como Luz increada, (San Nikita Stizatos Filocalía). *(Claro que una experiencia parcial de expectación, visión a Dios tenemos todos los hombres inmediatamente de nuestra salida de la psique del cuerpo, es decir, la muerte biológica.)

Esta preparación de los miembros de la Iglesia, como también de todos los hombres, que quieren ver a Dios como Luz increada, es la esencia de la instrucción terapéutica, la que debe empezar y terminar desde ésta vida. Desde ésta vida se tiene que hacer la terapia y terminar. Porque después de la muerte no existe metania. Esta instrucción terapéutica es la esencia, el principal contenido y preocupación de la Tradición Ortodoxa y Su Iglesia; mas, se constituye de los tres siguientes estadios de ascensión: La catarsis de los pazos, lailuminación y la zéosis, por la Jaris (Gracia energía increada) del Espíritu Santo. Ocurre también esto: Si uno no llegó por lo menos en un estado de mínima o parcial iluminación, en esta vida, no podrá ver a Dios como Luz increada ni en esta vida tampoco en la otra.

Así pues, está claro que los Padres de la Iglesia se interesan del hombre tal y como está hoy, en este momento. Además, cada hombre necesita terapia “psicoterapia”, cada uno tiene la responsabilidad delante de Dios a empezar esta obra desde hoy, en esta vida; porque en esta vida puede, no después de la muerte. Y este mismo hombre es el que decidirá si seguirá éste camino de terapia o no.

Cristo dijo: “yoSoy el camino” (Jn. 14,16). ¿El camino hacia qué? No sólo para la otra vida. Cristo es el camino en ésta vida. Cristo es el camino hacia Su Padre y Nuestro Padre. Cristo se “apocalipta”, revela primero en ésta vida y nos indica el camino hacia el Padre. Este camino es el mismo Cristo. Si el hombre no puede ver en ésta vida a Cristo por lo menos en sentido espiritual, no verá al Padre, es decir, la Luz increada de Dios ni en la otra vida.

(Por Ierotheo Vlajos, “El prósopon persona, rostro de la Tradición Ortodoxa”: “Con la Segunda Parusía, Presencia de Cristo resucitarán todos los hombres y serán juzgados por sus obras. Los pecadores que no consiguieron el ojo espiritual no desaparecerán, quedarán como personas ontológicas, pero no tendrán la participación de Dios. Los justos participarán y tendrán comunión con Dios. Tal y como dice San Máximo el Confesor: los pecadores vivirán el continuo malestar, en cambio los justos el continuo bienestar”.

QUIENES SON LOS TEÓLOGOS DE LA IGLESIA

Ahora bien, ¿quiénes son los teólogos de la Iglesia? Son sólo aquellos que llegaron a la zeoría (expectación, contemplación). La zeoría se constituye de la iluminación y la zéosis. La iluminación es un estado incesante, que existe en energía (está operativa, energizada) día y noche, aún cuando se está durmiendo, “yo camino y mi corazón vela… Cantar de los Cantares, 5,2”. En cambio la zéosis es un estado durante el cual uno ve la doxa (gloria, luz increada) de Dios y dura lo que Dios quiere.

Un iluminado puede que no llegue nunca en la zéosis. El Dios que la regala, juzga si es necesario conducir un iluminado a la zéosis. El que uno no sea conducido a la zéosis, puede signifiqcar que es mejor para su psique, porque en caso contrario la podría perjudicar, por ejemplo, conducirle al orgullo y soberbia espiritual. Es decir, el Dios conduce uno a la zéosis, cuando no peligra espiritualmente y cuando es imprescindible, para apoyarle, fortalecerle o para prepararle para alguna misión.

Así la experiencia de la zéosis no es automática. Es decir, no puede un iluminado adquirirla, porque él mismo quiera conseguirla. Un iluminado más bien evita pedirla a Dios. Pero cuando la necesita, el Dios condesciende y la da, le indica Su Gloria, Su Luz increada. Por ejemplo, un asceta que vive en el desierto, en aislamiento de los hombres con muchas privaciones y esto lo hace por el amor a Dios, entonces mientras se ha catartizado (sanado), viene el Espíritu Santo le consuela y le regala experiencias de la zéosis.

Un asceta verdadero nunca está sólo, por lo menos tiene dentro de su corazón el Espíritu Santo que ora incesantemente en su interior y le hace compañía en su aparente soledad. Este es el estado o condición de iluminación. Pero cuando el mismo Espíritu Santo cree que debe deificarle, entonces le regala en espacios de tiempo también la experiencia de la zéosis, cuando hace falta y es necesario mientras sea para su propio bien; por ejemplo, para fortalecerle después de un ataque demoníaco. Esto se ve claramente en las vidas de los Santos. En ellos, los dos estadios de zeorías (contemplaciones) que son la iluminación y la zéosis, la gnosis increada (conocimiento) de Dios es claramente empírica (por experiencia). No es gnosis metafísica, o sea, resultado de meditación filosófica.
SOBRE LA ORACIÓN DEL CORAZÓN, NOERÁ

El tema de la oración noerá o del corazón es muy interesante. La oración del corazón no hay ninguna duda que es un estado claramente empírico. Ni un psiquiatra puede negar que la oración noerá es una experiencia pura y clara. Nuestra diferencia con los psiquiatras no sería el acontecimiento por sí mismo, sino la causa que produce la oración del corazón o noerá. Es decir, si el tema como fenómeno digno de observación y estudio en cuestión se expone por científicos “positivistas” tales como psicólogos, psiquiatras, patólogos, biólogos, etc., estos aplican el método científico del estudio y plantean hipótesis y conjeturas.

Es cierto que la Iglesia tiene depositada su propia experiencia del fenómeno. El que tiene la oración del corazón o noerá en su interior, “escucha“ el mismo la oración que se dice dentro de su corazón. Además, existe la tradición de centenares de años sobre ésta situación de estado espiritual. Por parte de los santos se ha dado una concreta interpretación de esta tradición de la oración de corazón y en base a ésta, la Iglesia conoce que la oración del corazón es una experiencia espiritual y el resultado de la Jaris (Gracia, increada energía) del Espíritu Santo energizada, activada en el corazón del hombre. Esta es una tradición de largos siglos y nadie puede negar su existencia, porque existen muchos escritos de los Padres sobre éste tema, incluso la Santa Escritura también se refiere sobre ella. Además, existen hoy muchos hombres, que viven entre nosotros, que conocen por su propia experiencia personal la noerá oración, porque viven teniéndola energizada, operativa en sus interiores.

Entonces, mientras éstos científicos admitan ésta realidad, después deberán de formar sus propias suposiciones para explicar este fenómeno de la oración del corazón. Cierto es que habrán algunos que dirán que es un descubrimiento de los curas, ¡particularmente también aquí en Grecia! Dirán que estas cosas las dicen los curas y son producto de sus fantasías. Ojalá que los curas se ocuparan de éstas cosas aquí en Grecia y (en Cataluña y España también).

Por otro lado, otros de estos científicos quizás dirán que esto es producto de una especie de hipnotismo. ¡Tenía una discusión en relación, con médicos y sobre todo con catedráticos de la universidad, los cuales decían que esto era una especie de hipnotismo! Aunque esto fuera así para ellos: un psiquiatra está obligado a ocuparse sistemáticamente con este tema.

El hipnotismo realmente es una experiencia. Pero el psiquiatra deberá poder comprobar si la oración del corazón es una especie de hipnotismo o no. El hipnotismo puede conducir y producir alucinaciones, que significa desorden sobre la correcta composición de impresiones empíricas que tiene el hombre dentro de su memoria. Pero todos los elementos que componen una alucinación están tomados de los sentidos. Porque el hombre que ha llegado a la alucinación, no llega porque ha perdido el contacto con las cosas sensibles, sino porque su memoria se ha descarrilado y la composición de impresiones que se hacen dentro de su cerebro no es otra cosa que un desorden de la clasificación de estas. Así tenemos los desequilibrados, como aquellos que sueñan despiertos. Es decir, los elementos que componen una alucinación existen. Aquel que está en alucinación, puede que vea algo, que no existe en aquel momento y no esté delante de él pero que en realidad existe. Esto ocurre con los alucinógenos como por ejemplo el LSD. Claro está que alucinaciones puede tener cualquiera también con la hipnosis; cuando se introduce por el hipnotista la energía demoníaca, entonces es cuando un hipnotizado viene en contacto con espíritus malos astutos y malignos.

Lo que respecta al hipnotismo, aquel que se hipnotiza es introducido en un estado de coma; es decir, como si se encontrara en coma y mientras se encuentra en este estado se recuerda de cosas del pasado y contesta a las preguntas de aquel que le ha hipnotizado. Entonces, como está hipnotizado, no tiene contacto con la realidad.

En lo que respecta a la oración noerá o del corazón, no tenemos que hacer con algo existente que ya se puso en la memoria y se re-llama por la memoria y así el hombre sueña. No ocurre lo mismo como en una alucinación, donde uno ve algo, pero en ese momento no existe realmente alrededor suyo nada que sea visto y percibido por sus sentidos. En el caso de la oración noerá o del corazón lo que sucede y siente el corazón del hombre toma parte en el mismo momento y lo siente. No es algo del pasado, es una experiencia del presente. También para que uno esté vigilante sobre su espíritu (nus), cosa que ocurre durante la oración del corazón, y a la vez vivir algo muy claro y puro en su interior, un otro que ora por él “con inefables divinos gemidos” (Rom 8,26), entonces uno no está hipnotizado ni alucinado, esto no ocurre con el hipnotismo. Durante la oración del corazón el hombre tiene plena conciencia que algo familiar a su naturaleza se activa y opera en su interior, pero esto no toma parte en su interior por el mismo y no sólo lo vive claramente sino que a la vez lo observa y puede voluntariamente co-participar.

El peso de la verdad de ésta experiencia no pertenece a los Ortodoxos, los cuales la contienen, sino a los científicos que la dudan o la quieren investigar. Por otro lado, si los científicos dan su propia interpretación de este fenómeno de la oración del corazón, ellos mismos tendrán que explicar su propia interpretación es la correcta. Porque los ortodoxos sobre la oración noerá o del corazón tienen tradición de siglos, de la que la verdad es indiscutible. Y es indiscutible esta interpretación porque no es experiencia pasada, la que no se puede verificar o repetir, sino que es una interpretación viva, verdadera y actual, experiencia y realidad del día de hoy que constantemente se repite, continúa y se transmite de generación en generación dentro de la Iglesia Ortodoxa.

La Iglesia en su lenguaje que es el lenguaje eclesiástico, dice por boca del Apóstolos Pablo: “No hablamos con la sabiduría humana, sino con la fuerza y energía increada del Espíritu”. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Por qué el Apóstol confronta la fuerza del Espíritu Santo con la sofía-sabiduría de este mundo? Porque el que se ha convertido en templo del Espíritu Santo y ha morado en su corazón, este hombre siente vivamente dentro de su corazón la fuerza, es decir, la energía increada del Espíritu Santo; y así no se convence por palabras ni de argumentos filosóficos o teológicos de otros de que se ha hecho templo del Espíritu Santo, sino que tiene conocimiento por su inmediata experiencia personal; porque siente y escucha en su interior el Espíritu Santo que hace de sacerdote y psalmista o cantor en su corazón. Es decir, aquella cosa que da a éste hombre la absoluta certeza que su cuerpo se ha convertido en templo de Dios, es una co-testificación del Espíritu Santo al espíritu (nus) del hombre, puesto que el Espíritu Santo ha venido y ha habitado en su corazón. Este estado lo describe el Apóstol Pablo cuando dice que: “El Espíritu de Dios clama dentro en nuestros corazones ¡Abba! el Padre” (Gal. 4,6). O sea, en nuestro interior grita el Espíritu Santo dirigiéndose al Padre diciendo: “¡Padre mío!”.

Esto pues, que describe el Apóstolos Pablo, ¿es una realidad o una fantasía? ¡Volaba en los cielos el Apóstolos Pablo cuando decía esto! Si os fijáis bien lo que dice en su epístola a los Romanos capítulo 8º, veréis que habla sobre la oración real en el corazón del hombre. Pero no es sólo el Apóstol que habla así. También David y el Antiguo Testamento hablan así. Por eso vemos aquí cuál es la razón por la que los antiguos Cristianos se preparaban para la oración del corazón; primero memorizaban todo el libro de los Psalmos. Por eso para ellos el libro de los Psalmos tenía esta gran importancia, porque les ayudaba a trabajar la oración del corazón o noerá.

Hoy no sé cuantos Cristianos han leído todo el Psaltiri (el libro de los Salmos). En los antiguos años lo leían entero encima del muerto, antes del entierro, quizás entonces sería la única vez que leían el Psaltiri entero. Lo leía el cura y si había algún salmista también le ponía para que lo leyera. En los antiguos años, para que uno fuera obispo tenía que saber el Psaltiri. ¿Por qué el Psaltiri tenía tan grande interés en la Iglesia? Porque contiene oraciones relacionadas con la oración del corazón. Porque la oración del corazón en la tradición Profética y en la tradición Hebrea también se hacía con el Psaltiri. Por esta razón el Apóstol Pablo dice: “oraré y psalmodearé con el espíritu (el nus) y también con la diania (mente, intelecto o la lógica” (1ªCor. 14,15). Entonces la oración noerá o del corazón no se hace sólo con palabras sino también psalmodeando, es decir, con salmos. Por eso tenemos indicios de la Tradición que la oración noerá se hacía con los Salmos. Uno de estos ejemplos es San Juan el Kasiano, quien enseñaba la oración noerá con los Salmos. Hay muchos testimonios sobre este tema.

Por lo tanto, ¿hace falta alguna demostración filosófica para estos temas? No, puesto que aquellos que creen y han alcanzado en este estado de oración noerá o del corazón tienen en su interior esta experiencia. Además, dado que existe esta experiencia, ¿para qué se necesita la metafísica? ¿Para qué se necesita y en qué ayuda la filosofía. ¿Fue ayudado alguien esencialmente en su vida por alguna filosofía para adquirir este estado de la noerá oración, que energiza y opera incesantemente en el corazón, de modo que uno se convierta en templo del Espíritu Santo?

Cuando alguien no tiene esta experiencia y quiere adquirirla, entonces va y se enseña de los que tienen esta experiencia. Habitualmente, esta experiencia de la oración del corazón o noerá -aunque existen excepciones- es condición imprescindible para que uno llegue a la zéosis o glorificación, durante la cual adquiere experiencia de la gloria increada de Dios. Esta experiencia de la zéosis es exclusivamente regalo de Dios, que Él lo regala a los que quiera, cuando quiera y al tiempo que quiera y no depende del intento del hombre. Pero el requisito previo bajo condiciones normales es tener uno la oración noerá o del corazón.

Por Yanis Romanidis, Catedrático de Universidad y sacerdote Elenortodoxo


                                    Catecismo Ortodoxo 

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Ayuno - San Basilio el Grande


A) El ayuno Escogemos los pensamientos fundamentales de dos homilías del santo Doctor (cf. Ad Populum variis argumentis homiliae XIX. Homiliae I et II de ieiunio Divi Basilii Magni... omnia quae in hunc diem latino sermone donata sunt opera. Apud Philippum Nuntium Antuerpiae, MDLXVIII, p. 128).

a) EXHORTACIÓN 
Entonad un canto, tocad los címbalos, la dulce citara y el arpa; haced resonar en este mes las trompetas, en el plenilunio, en nuestra fiesta (Ps. 80,3-4). Nuestra pascua se acerca también y hemos de resonar las trompetas de la Escritura, que nos invitan al ayuno (uf. Hom. 1 initio). Sube a un alto monte y anuncia a Sión la buena nueva (Is. 40,9). El militar arenga a sus soldados y los inflama, de tal modo que desafían a la muerte; el entrenador pone delante de sus atletas la corona del premio, y al oírle no se arredran ya por ningún esfuerzo. Dejadme a mí que os dirija la palabra para alentaros a esta batalla del ayuno, preparatorio de la gran fiesta. ¡Animo, soldados de Cristo, vamos a luchar contra las potestades invisibles! Los soldados y atletas robustecen su cuerpo para pelear. Nosotros, por el contrario, lo enflaquecemos para vencer. Lo que los masajes de aceite son para los músculos es la mortificación para el alma. El ayuno es útil en todo tiempo e impide siempre los ataques del demonio. Pero, sobre todo, se promulga por él en el orbe entero el edicto penitente. Soldados y caminantes, maridos y mercaderes, lo reciben con gozo. Nadie, pues, se excluya del censo que los ángeles van formando por las cíudades, viendo quién ayuna. ¿Eres rico? No creas al ayuno indigno de tu mesa. ¿Pobre? No digas que es el campanero eterno de la tuya. ¿Niño? ¿Qué mejor escuela? (Hom. 2). Alegrad, pues, vuestros rostros. Los histriones representan el papel de los hipócritas asumiendo el tipo de personajes que no son. No lo hagas tú; ayuna, y ayuna con alegría (Hom. 1).

b) EJEMPLOS DE AYUNO
  "Todo lo que se distingue por su antigüedad es venerable". Nada más antiguo que el ayuno. En el paraíso, el pequeño precepto impuesto por Dios no consistió sino en una muestra de abstinencia (Gen. 3,3). "Por no ayunar fuimos expulsados del edén; ayunemos, pues, para que se vuelvan a abrir sus puertas". Elegid entre Eva y Lázaro (Lc. 16,21); la una se perdió por gula y el otro se salvó por sus privaciones. Moisés, antes de subir al monte, se preparó con un largo ayuno (Ex. 24,18), y allí, mientras continuaba privado de todo alimento, Dios le fue escribiendo con su dedo los mandamientos en dos tablas. ¿Qué ocurrió entre tanto al pie del monte? Que el pueblo se sentó para comer y se levantó para jugar, y de la comida y el juego vino a caer en la idolatría. Esaú perdió la primogenitura por su ansiedad de comida (Gen. 25,29-34). Samuel nació en premio de la oración y del ayuno de su madre (1 Reg. 1,10). El ayuno convirtió en inexpugnable a Sansón (Jc 13,24-25). Los profetas eran grandes ayunadores, como Eliseo, cuyo escaso y sencillo alimento en casa de la Sunamítide nos describe la Escritura (4 Reg. 4,8-10). Los jóvenes del horno y Daniel, vencedores del fuego y de los leones, dieron asimismo ejemplo de la abstinencia. El ayuno apagó las llamas y cerró las fauces del león Dn. 3,19 ss; 6,16-23). San Juan, el mayor entre todos los nacidos; San Pablo, que enumera el ayuno entre todos las demás sufrimientos de que se gloría... Pero ¿a qué seguir, si tenemos ahí a nuestra cabeza y Señor, que, para darnos ~ejemplo, ayunó cuarenta días? (Serm 1 y 2).

C) EL AYUNO, UTIL PARA EL CUERPO Y PARA EL AMA 
No busques pretextos para excusarte, porque estás hablando con Dios, que lo sabe todo. ¿Que no puedes ayunar y, en cambio, te regalas con grandes comilonas? Más perjudican éstas a la salud que el ayuno. El cuerpo que se embota a diario con demasiada comida, es como un buque cargado en exceso, y en peligro de hundirse al menor soplo de las olas. A juzgar por la vida de muchos, no parece sino que es más cómodo correr que descansar, luchar que vivir tranquilo, pues prefieren las enfermedades a una parquedad saludable Y si venimos al orden espiritual, "el ayuno es quien da alas a la oración para que pueda subir al cielo; es la firmeza de la familia, la salud de la madre y el maestro de los hijos". Después de ponderar la sana alegría de una comida decerosa, tras la práctica del ayuno, porque el sol brilla más claro al cesar la tormenta, y las continuas delicias vuelven insípido al mismo placer, continua San Basilio: "Añade a todo esto que el ayuno no sólo te libra de la condenación futura; sino que te preserva de muchos males y sujeta tu carne, de otro modo indómita... Ten cuidado, no sea que, por despreciar ahora el agua, tengas después que mendigar una gota desde el infierno". Vivís en la crápula y os olvidáis de alimentar el alma con los dogmas y la doctrina, "como si no supierais que vivimos en batalla perpetua y que quien abastece a una de las partes influye en la derrota de su contraria, y, por lo tanto, el que sirve a la carne aniquila al espíritu, mientras que quien le ayuda reduce a servidumbre al cuerpo... Si quieres robustecer al alma, habrás de domar la carne con el ayuno, conforme a la sentencia del Apóstol, el cual nos enseñaba que cuanto más se corrompe el hombre exterior, más se renueva el interior... (Ef 4,22-24). ¿Quién es el que ha conseguido participar de la mesa eterna, repleta de dones espirituales, viviendo aquí en espléndida abundancia? Moisés para recibir la ley necesitó del ayuno, y ni no hubieran recurrido a él los ninivitas (Jn. 3,10), habrían perecido,. ¿Quiénes dejaron sus huesos en el desierto, sino los que recordaban ansiosos las carnes de Egipto?" El ayuno es el pan de los ángeles y nuestra armadura contra los espíritus inmundos, que no son arrojados sino por él (Mt. 17,20) y por la oración (Hom. 1). ¿Cuándo habéis visto que el ayuno engendre la lujuria? ¿No veis cómo en nuestra ciudad cesan las canciones meretricias y los bailes impúdicos en cuanto nos dedicamos a ayunar?. El ayuno nos asemeja a los ángeles (Hom. 2). Pero tened cuidado de no mezclar otros vicios con vuestra abstinencia. Extiéndese aquí largamente San Basilio sobre los que ayunan, pero beben inmoderadamente, y añade: Perdonad al prójimo y componed los pleitos, no sea que ayunéis de carne y devoréis a vuestros hermanos.

San Basilio el Grande


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Cuarto Escalón: De la Bienaventurada Obediencia - San Juan Clímaco


1. Habiendo hablado de la peregrinación y del menosprecio del mundo, es muy oportuno, ahora, hacerlo sobre la obediencia para doctrina de los nuevos caballeros y guerreros de Cristo. Porque así como la flor precede al fruto, así también el exilio voluntario, sea del cuerpo, sea de la voluntad, precede a la obediencia. Con estas dos virtudes, como con dos alas doradas, se eleva en rápido vuelo hacia el cielo el alma santa, a la cual se refería el Profeta lleno del Espíritu Santo cuando dijo: "¡Quien me diera alas como de paloma, yo volaría y descansaría!" (cf. Sal. 54:7). Es decir: yo volaría por la acción y descansaría por la contemplación y la humildad.

2. Hemos de describir a continuación, en nuestro discurso, el hábito y las armas de estos poderosos guerreros. Ellos portan por escudo su fe en Dios y su lealtad para con el maestro que los ejercita. Con este escudo rechazan todo pensamiento de infidelidad o desconfianza. Ellos empuñan continuamente la espada del Espíritu para cortar con ella todas sus voluntades personales. Revestidos con la coraza i hierro de la paciencia y la dulzura, ellos son invulnerables rente a todos los insultos, todas las injurias y todas las paladas hirientes. Y por yelmo llevan ellos la oración espiritual, en la cual protegen la cabeza de su alma. Además de esto, s no están juntos, sino que uno de ellos avanza hacia servicio mientras el otro permanece inmóvil apoyado en Jalón. Tales son los hábitos y tales son las armas de los verdaderos obedientes. Veamos ahora qué cosa es la obediencia.

3. La obediencia es un perfecto renunciamiento a la propia alma que se expresa claramente por medio del cuerpo. Pero también es obediencia la perfecta negación del cuerpo, practicada con fervor y voluntad. Porque en lv. perfecta obediencia tanto concurren el alma como el cuerdo, y todo debe ser negado cuando la obediencia lo demanda. Obediencia es obra sin examen previo, muerte voluntaria, vida sin curiosidad, puerto seguro, excusa delante de Dios, menosprecio del temor a la muerte, navegación sin miedo, camino que durmiendo se pasa. Obediencia es sepulcro de la propia voluntad y resurrección de la humildad. Aquel que en verdad es obediente, en nada resiste, en nada discute lo que le mandan, porque el que está muerto no discierne ni emite juicios sobre lo que es bueno o parece malo. Aquel que santamente mortificara su alma de este modo, dará razón de sí a Dios. Obediencia es renuncia al propio discernimiento por plenitud de discernimiento.

4. En sus comienzos, esta ejercitación de mortificar tanto los miembros del cuerpo como las voluntades del alma, es un trabajo penoso. A mitad de camino, a veces es penoso y a veces descansado. Mas al final del camino hay perfecta paz y tranquilidad, y mortificación de toda perturbación desordenada y de todo trabajo. Este bienaventurado muerto en vida, entonces, sufre solamente cuando ve que ha hecho alguna vez su propia voluntad pues teme cargar con ese fardo.

5. Vosotros, que habéis osado despojaros de vosotros mismos a fin de entrar en el estado de confesión espiritual; vosotros, que deseáis poner el yugo de Cristo sobre vuestros cuellos; vosotros, que os esforzáis por depositar vuestro propio fardo sobre las espaldas de otro; vosotros, que deseáis inscribir vuestro nombre en el libro de los siervos para recibir en cambio la perpetua libertad; vosotros, que deseáis atravesar a nado el ancho mar de este mundo sostenidos por la mano de otro, sabed que hay para esto un camino corto, aunque áspero (particularmente en su comienzo), al que llamamos estado de obediencia. Existe en este camino un peligro fundamental, el cual es la libre disposición de uno mismo; mas aquel que escapare de este peligro alcanzará, ciertamente, todas las cosas espirituales y honestas. Porque la obediencia consiste en desconfiar de uno mismo en todas las cosas, por buenas que ellas parezcan, hasta el fin de la vida.

6. Cuando por amor al Señor determinemos inclinar nuestra cerviz y confiarnos a otro con el deseo de alcanzar la verdadera humildad y la salvación, antes mismo de ingresar en esta milicia (si es que hay en nosotros una chispa de juicio y discreción), debemos examinar, escudriñar, someter a prueba, por así decirlo, al pastor que tomamos, para que no nos suceda, al tomar marinero por piloto, enfermo por médico, vicioso por virtuoso, que en lugar de arribar a un puerto seguro, naufraguemos en alta mar. Mas, después de haber entrado nosotros en este estado de piedad y de obediencia, ya no nos será lícito juzgar a nuestro buen maestro en ninguna cosa, aun cuando encontremos en él, hombre como nosotros al fin, algunos defectos. Si así no lo hiciéramos, poco nos podrá aprovechar la obediencia.

7. Es absolutamente necesario que todos aquellos que desean tener una confianza inquebrantable en sus superiores, guarden en su corazón un recuerdo constante e indeleble de sus buenas acciones. De este modo, cuando los demonios pretendan sembrar en ellos la desconfianza, podrán tapar sus bocas con estos recuerdos que conservan en su memoria. Y cuanto más viva estuviera esta fe en el corazón, tanto más pronto estará el cuerpo para los trabajos de la obediencia, s el que hubiera caído en infidelidad contra su padre (espiritual), téngase por caído de la virtud de la obediencia.

Por tal motivo, cuando algún pensamiento te instigare e juzgues o condenes a tu superior, huye de él como lo del espíritu de la fornicación. Y jamás le des lugar, ni da, ni descanso, ni dejes iniciativa alguna en manos de serpiente. Habla con este dragón y dile: "¡Oh perverso engañador!, no soy yo el que ha de juzgar a mi superior, sino él a mí. Yo no soy su juez sino el mío.

9. Los padres enseñan que la salmodia es un arma, que la oración es una muralla y que las lágrimas son un baño; mas, de la bienaventurada obediencia, dicen que ella es semejante a la confesión de fe, porque con ella hace el hombre sacrificio de sí mismo.

10. Aquel que está sujeto a obedecer a otro, pronuncia sentencia contra sí mismo. Aquel que por amor de Dios obedece perfectamente, aun creyendo que no obedece de ese modo, con esto se sustrae al juicio divino y lo carga sobre su superior; pero si en algunas cosas hiciese su propia voluntad, aun creyendo que obra por obediencia, entonces él cargará con su propio fardo. El prelado hará muy bien en reprender al que así procede; mas si callara, yo no sabría qué decir.

11. Aquellos que con simplicidad obedecen en el Señor, recorren felizmente su camino sin dar ocasión a que los demonios exciten su espíritu crítico.

12. Por sobre todas las cosas, confesemos nuestras faltas sólo a nuestro excelente juez, y si él así lo dispusiera, hagámoslo en público. Porque las llagas, sacadas a luz y expuestas públicamente, se curarán en lugar de corromperse.

De los Memorables Hechos Acaecidos en un Monasterio. Historia de un ladrón penitente.

13. Cierta vez, en un monasterio, vi al muy buen juez y pastor que lo gobernaba, pronunciar un terrible juicio. Estando yo allí, en efecto, acudió un ladrón con el fin de tomar los hábitos, al cual el buen pastor y sapientísimo médico mandó que lo dejasen estar en toda quietud y reposo por espacio de siete días para que durante ese tiempo observase el señero de vida que se practicaba en el lugar. Pasado ese tiempo llamóle el pastor, y a solas le preguntó si le parecía bien morar en aquella compañía; y como el otro respondió, con toda sinceridad, en forma afirmativa, tornó a preguntarle qué males había cometido en el mundo. Y como el aspirante prontamente los confesó todos, para mejor probarle le dijo el padre: "Quiero que todas esas culpas las confieses en presencia de todos los religiosos." El otro, como verdadero penitente y como hombre que aborrecía de corazón todas sus maldades, dejando de lado toda vergüenza humana y toda confusión, respondió, sin dudarlo, que así lo haría. "Y si así lo pides, aun en medio de la plaza de Alejandría las diría a voces."

Reunidos, pues, todos los religiosos (cuyo número era de doscientos treinta) en la iglesia, en un día domingo, una vez leído el Evangelio y acabados los divinos misterios, mandó el padre que trajesen a aquel reo que en nada resistía. Trajeron lo entonces algunos religiosos, atadas las manos a su espalda, vestido con un áspero cilicio y cubierta la cabeza con ceniza. Al contemplarlo con este aspecto tan doloroso todos quedaron espantados, prorrumpiendo en lágrimas y gemidos porque ninguno de ellos entendía lo que estaba sucediendo. En cuanto al reo, apenas que hubo llegado a las puertas de la iglesia, aquel sagrado padre y clementísimo juez le ordenó con voz terrible que se detuviera, "porque no eres, le dijo, merecedor ni siquiera de llegar hasta el umbral de esa puerta. El otro entonces, herido por el golpe de ese grito, que con toda sabiduría aquel verdadero médico había dado -y que después con juramentos nos afirmó que le pareció como un trueno, se desplomó temblando de pavor. Y estando él así, cubriendo la tierra con sus lágrimas, aquel maravilloso medico que ordenaba todo esto para su salud y para dar un ejemplo de verdadera humildad, le mandó decir en público todos los pecados que había cometido. El lo confesó todo gran humildad para gran espanto de todos los presentes, dejar de enumerar todo tipo de homicidios, hechicerías hurtos y otras cosas que no es lícito decir ni escribir. Y después de haberse así confesado, mandóle el padre se tonsurara para ser recibido en el número de los hermanos.

14. Maravillado yo ante la sabiduría de este santo padre, le pregunté más tarde y en secreto: "¿Por qué causa has hecho tú una demostración tan extraordinaria?" A lo que este verdadero médico me respondió: "Hice esto por dos causas: la primera, intentando librar a ese penitente, por una confusión presente, de la confusión eterna. Y así fue, efectivamente, ya que no se levantó del suelo, ¡oh padre Juan!, hasta no haber recibido totalmente el perdón por sus pecados. Y en esto deseo que no tengas escrúpulos ni dudas: uno de los religiosos que estuvo presente me afirmó después que había visto allí a un hombre de gran estatura, el cual tenía un papel escrito en una mano y una pluma en la otra, y cuando el penitente postrado en tierra confesaba un pecado, este hombre lo borraba con la pluma. Y esto es justo, porque está escrito: "Te confesé mi pecado y no oculté mi iniquidad. Digo: 'Confesaré a Yahvé mi pecado', y tú perdonaste la culpa de mi pecado" (Sal. 32:5). En segundo lugar hice esto porque tengo aquí algunos religiosos que no han confesado enteramente sus pecados, los cuales, con este ejemplo, se sentirán movidos a hacerlo. Pues sin esta confesión nadie puede alcanzar el perdón.

Otras muestras de virtud.

15. Muchas otras cosas, admirables y dignas de memoria, pude ver en aquel monasterio y en su ilustre pastor, de las cuales intentaré transmitir algunas. Porque permanecí allí no poco tiempo, observando atentamente su modo de vivir y maravillándome grandemente al ver como aquellos ángeles de la tierra imitaban a los del cielo.

16. En primer lugar estaban todos ellos unidos por un estrecho vínculo de caridad y, lo que es verdaderamente hermoso, amándose tanto como se amaban, no había entre ellos ni atrevimientos ni excesiva familiaridad, ni palabrería inútil. Así trabajaban los hermanos, poniendo gran cuidado en no escandalizarse los unos a los otros y en no darse ocasión para el mal. Y si acontecía que uno de ellos tenía un rencor contra otro, el buen pastor lo desterraba a otro monasterio apartado, y si alguno maldecía a otro hermano, el santo juez lo arrojaba fuera de la compañía diciendo: "No hay razón para soportar en el monasterio, además de los demonios invisibles, a uno visible."

17. Yo vi entre aquellos santos cosas verdaderamente útiles y admirables, pues se trataba de una comunidad de muchos — que eran como uno solo en el amor de Cristo — , todos muy ejercitados tanto en las obras de la vida activa como en las de la vida contemplativa, los cuales de tal manera se despertaban y se aguijoneaban para las cosas de Dios que casi no necesitaban de las amonestaciones de su padre espiritual. Pues ellos, en efecto, habían concertado ciertas reglas, ciertas prácticas santas y divinas: así, si en ausencia del superior alguno utilizaba un lenguaje ofensivo, o comenzaba a murmurar, o simplemente se entregaba a un palabrerío inútil, otro hermano le hacía secretamente una señal para que mirase por sí y moderase sus palabras. Y si por ventura el amonestado no cambiaba su actitud, entonces el otro se prosternaba ante él y luego se alejaba. Cuando estos hermanos se reunían para conversar, sólo lo hacían sobre la muerte y sobre el juicio venidero.

18. Y no puedo pasar por alto la singular práctica del cocinero de aquel monasterio, el cual, a pesar de estar continuamente ocupado, no sólo observaba siempre un perfecto recogimiento, sino que además había alcanzado la gracia de las lágrimas. Al preguntarle lleno de curiosidad cómo había él obtenido tal gracia, me respondió: "Jamás pensé que servía a los hombres sino a Dios; nunca me consideré digno de la quietud y el reposo; y ante la vista del fuego material siempre acude a mi mente la memoria del fuego futuro."

19. Otra extraordinaria práctica que era habitual entre los hermanos, era la de continuar con sus ejercicios espirituales aun sentados a la mesa. Tenían para esto ciertas señales con las cuales se exhortaban los unos a los otros al estudio de la oración incluso mientras comían. Y del mismo modo procedían, no solamente cuando estaban a la mesa, sino toda vez que se encontraban.

20. Cuando alguno cometía una falta, cada uno de los que lo habían visto le suplicaban les permitiera dar cuenta de ella al superior y recibir la penitencia. Y aquel gran varón, como conocía este proceder de sus discípulos, les imponía las más blandas correcciones. Sabiendo que el culpado era inocente, no quería, sin embargo, averiguar cual era el verdadero culpable.

21. ¿Podía existir entre los hermanos la más leve sospecha de habladuría o murmuración? Si acontecía que una querella se suscitaba entre dos de ellos, aquel que casualmente pasara por allí debía tenderse a sus pies hasta ver que se calmaran. Mas si este último sentía que en los otros restaba algún rencor, entonces debía acudir al superior, quien trataría de reconciliarlos de modo que el sol no se pusiese sobre su ira. Si de todos modos ellos permanecían enojados, se les privaba de alimentos hasta que se perdonaran mutuamente; y si aún así no se reconciliaban, entonces eran expulsados del monasterio.

22. No en vano, por cierto, se aplicaba tal rigor, ya que él producía abundantes frutos. Había muchos, en efecto, entre aquellos bienaventurados, que eran señalados como muy admirables en la vida activa y en la contemplación, en la discreción y en la humildad. Era un espectáculo realmente magnífico, y digno de los ángeles, poder ver a esos hombres venerables y de una santa majestad que, corriendo como niños ante el llamado de la obediencia, encontraban la gloria en este estado de humildad.

23. Vi algunos de estos que hacía cincuenta años que militaban bajo la obediencia, los cuales, como yo les preguntase qué consolación, o qué fruto habían alcanzado a través de un trabajo tan rudo, unos me respondían que por este medio habían llegado al abismo de la humildad, la que les había permitido rechazar todos los ataques del enemigo; y otros dijeron que por este camino habían perdido toda sensibilidad y toda pena frente a las injurias y los ultrajes.

24. Vi entre aquellos hombres dignos de eterna memoria, a viejos de blancos cabellos, de rostros angelicales, que habían llegado, por la acción de Dios y la generosidad de su voluntad, a una profunda inocencia y a una gran simplicidad, mas no una simplicidad irracional y carente de sabiduría como la de los ancianos que viven en el mundo, a los que solemos llamar tontos; por lo contrario, sin que en sus palabras y modales hubiera nada de fingido, de exagerado, de falsificado, ellos se mostraban exteriormente suaves, mansos, agradables y alegres, mientras que interiormente se hallaban, como niños inocentes, postrados a los pies de Dios y de sus superiores con los ojos de su espíritu ferozmente clavados sobre los demonios y las pasiones.

25. Todo el tiempo de mi vida no sería suficiente para describir las virtudes y la vida totalmente celestial de aquellos bienaventurados; por tal motivo, a fin de impulsaros a su imitación, antes que con la bajeza de mis palabras, he optado por adornar esta doctrina con los ejemplos de sus trabajos y sus virtudes. Con todo, primeramente os ruego no penséis que en este proceso pueda yo decir alguna cosa fingida, o que no sea verdadera, pues está claro que donde hay falsedad no puede haber utilidad.

Historia de Isidoro.

26. Un religioso llamado Isidoro, que anteriormente revistiera la dignidad del arconte en la ciudad de Alejandría, había renunciado al mundo en este monasterio hacía ya algunos años. Aquel maravilloso pastor, al recibirlo, conjeturando por su aspecto y por otros detalles que se trataba de un hombre áspero, intratable, soberbio y henchido de vanidad, determinó en su sabiduría vencer con su ingenio humano la astucia de los demonios. Le dijo entonces: "Isidoro, si verdaderamente has decidido tomar sobre ti el yugo de Cristo, quiero, ante todo, que te ejercites en los trabajos de la obediencia." A lo cual respondió Isidoro: "Así como él hierro está sujeto a las manos del herrero, así yo, padre santísimo, me sujetaré a todo lo que mandes." "Pues quiero dijo el pastor- que permanezcas a la puerta del monasterio y que te arrojes a los pies de todos los que entran o salen, diciendo: 'Ruega por mí, padre, que soy epiléptico'. Y a todo esto obedeció Isidoro como un ángel al Señor.

Habiendo pasado siete años en aquella obediencia, y alcanzado por este medio una profundísima humildad y compunción quiso el padre — después de este ejercicio de paciencia de la que tan gran ejemplo había dado — sumarlo al número de los religiosos y honrarlo con sus órdenes por encontrar que verdaderamente era merecedor de ellas. Pero Isidoro, por intermedio de otras personas y de mí mismo, miserable como soy, le suplicó que lo dejase en ese mismo lugar y haciendo lo que hasta ese momento había hecho hasta el fin de su carrera, dando a entender, de modo enigmático y oscuro, que su fin se aproximaba. Y así ocurrió, pues pasados diez días de haberle permitido el santo maestro permanecer en ese lugar, por medio de aquella sujeción e ignominia el buen Isidoro pasó a la gloria, y siete días después de dormirse llevó consigo al portero del monasterio, al cual prometiera que si después de su muerte obtenía algún crédito con el Señor, lo pediría por compañero perpetuo. Todo esto fue para nosotros indicio cierto de sus merecimientos, de su perfecta obediencia y de su sagrada y divina humildad.

27. Cuando aún vivía, pregunté cierta vez a Isidoro qué pasaba por su espíritu mientras él se comportaba según lo había dispuesto su superior frente a la puerta del monasterio. Deseando ser de utilidad, este santo varón me respondió: "Al principio hacía de cuenta que había sido vendido como esclavo por causa de mis pecados. Así, haciéndome gran violencia, con gran amargura, me arrojaba a los pies de todos los que entraban o salían. Pasado apenas un año, realizaba esto sin violencia y sin tristeza, esperando de Dios el galardón por mi paciencia. Pasado otro año comencé, de todo corazón, a tenerme por indigno tanto de la compañía, de la conversación y de la vista de los padres del monasterio, como de la participación en los divinos sacramentos. Finalmente ya no pude siquiera levantar mis ojos para mirar a nadie a la cara; por tal razón, con la vista y el corazón, no menos que el cuerpo clavados en la tierra, rogaba a los que entraban y salían que pidieran por mí

Historia de Laurencio.

28. Estando sentados cierta vez a la mesa, aquel gran pastor, acercando su sagrada boca a mi oreja, me dijo: "¿Quieres que te muestre una sabiduría toda divina en una cabeza toda blanca?" Como yo lo pidiera con insistencia, él llamó, de la mesa más cercana, a alguien cuyo nombre era Laurencio, que había vivido en ese monasterio durante casi cuarenta y ocho años y que era segundo presbítero del sagrario. El tal Laurencio acudió al llamado y, poniéndose de rodillas ante el abad, recibió de éste su bendición; mas, después que se hubo levantado, el superior lo dejó estar allí, sin comer, de pie y sin dirigirle palabra alguna. Permaneció así el religioso durante largo tiempo, tanto, que por vergüenza no osaba yo mirarlo a la cara. Recién al finalizar la comida le habló el abad ordenándole que recitara el principio del Salmo 39.

29. Como yo era muy malicioso, no dejé de tentar a aquel santo anciano — pues tenía más de ochenta años — preguntándole qué pensaba mientras permanecía de ese modo en el refectorio. Y él me respondió: "Yo he puesto la imagen de Cristo en mi Pastor, y todos sus mandamientos no los veo como salidos de él sino de Cristo. Por lo cual, ¡oh Padre Juan!,pareciéndome que estaba, no delante de la mesa de los hombres, sino ante el altar de Dios, hacía oración y no daba entrada a ningún tipo de pensamiento malo contra mi pastor, por la sincera fe y por la gran caridad que tengo para con él. Porque está escrito: 'La caridad no piensa mal'. También quiero que sepas, padre, que después de haberse entregado a la simplicidad y a la inocencia, uno ya no da tiempo ni lugar a los ataques del maligno."

Historia de un ecónomo.

30. Y así como era de bienaventurado aquel pastor y padre de espirituales ovejas, así también lo era el ecónomo que la gracia de Dios había dado al monasterio: casto y moderado como cualquier otro, y manso como muy pocos. Aquel gran maestro quiso cierta vez tentarlo reprendiéndolo para edificación de los otros; mandó entonces, sin que hubiera causa para ello, que lo echasen de la iglesia. Como yo sabía de la inocencia del ecónomo en relación a la falta por la cual había sido castigado, asumí su defensa frente al superior. Y el sapientísimo maestro me dijo: "Bien sé, padre, que él es inocente; mas, así como es cosa cruel quitar el pan de la boca de un niño que se muere de hambre, del mismo modo es perjudicial, para el prelado y para los súbditos, si el que tiene a cargo sus almas no les procura a toda hora cuantas coronas viere que pueden alcanzar, ejercitándolos, en la medida que cada uno de ellos puede soportar, con injurias e ignominias, con objeciones y escarnios, porque si esto no hace surgirán tres grandes injusticias. En primer lugar se privará al súbdito devoto del mérito de la paciencia. En segundo lugar, se privará del ejemplo de la virtud a los otros hermanos.

En tercer lugar — y esto es lo más grave — suele ocurrir muchas veces que los que parecen más cercanos de la perfección, y más endurecidos por el sufrimiento, si el superior deja pasar más tiempo del debido sin probarlos, reprenderlos o ejercitarlos con alguna maña, con de nuestros o injurias, como si ya fueran hombres de virtud acabada, terminan ellos por perder toda la dulzura y paciencia que tenían, porque aunque la tierra sea buena, gruesa y generosa, si le falta labranza y riego, o sea el ejercicio del sufrimiento de las humillaciones, suele hacerse salvaje, infructuosa, y producir las espinas del orgullo, de la malicia y de la presunción. Sabiendo esto, el gran Apóstol escribe a Timoteo: "Insiste, reprende, exhorta, oportuna e importunamente" (cf. 2 Tim. 4).

31 Yo repliqué, no obstante, a aquel verdadero guía, alegando la debilidad de nuestra generación e insinuando que muchos de los reprendidos sin causa, y a veces también los con causa, se desviaban y se apartaban de la manada. El respondió a mi objeción diciendo: "El alma que por amor de Dios está enlazada con vínculos de amor y fe con su pastor, sufrirá hasta derramar su sangre y nunca desfallecerá; mayormente si antes hubiere sido ayudada por él en la cura de sus llagas y agraciada con los beneficios y consolaciones espirituales, pues: 'ni ángeles ni principados, ni virtudes ni criatura alguna, podrán apartarnos de la caridad de Cristo'. Mas la que no estuviere así enlazada y fundida, por así decirlo, con su superior, maravilla será que no esté demás en el monasterio, porque su obediencia será fingida y no verdadera." Y, en verdad, aquel gran Varón jamás fue defraudado; por lo contrario; él enderezó, perfeccionó y ofreció a Cristo muchas de estas ofrendas puras y limpias.

Historia de Abaciro.

32. Cosa admirable de ver y de oír es la sabiduría divina encerrada en vasos de arcilla. Estando en aquel monasterio, en efecto, no dejaba yo de maravillarme al verla fe y la paciencia de los jóvenes hermanos, y la constancia invencible que les hacía soportar castigos, injurias e ignominias, no sólo de manos del abad, sino también de parte de otros que eran menores que él. Рог esto, y para mi edificación, me decidí a interrogar a uno de aquellos religiosos, cuyo nombre era Abaciro, el cual hacía quince años que estaba en el monasterio y al que veía yo continuamente injuriado por casi todos y, a veces, hasta ser echado de la mesa por los ministros, por ser este hermano algo incontinente de la lengua. Le pregunté, pues: "¿Qué es esto, hermano Abaciro, que te veo cada día ser injuriado, echado de la mesa y algunas veces acostarte sin cenar?" Y él me respondió: "Créeme, padre, lo que te digo: mis padres no obran así para injuriarme sino para probarme. Y sabiendo yo que esa es la intención del superior, así como la de ellos, fácilmente, y sin molestia alguna, lo soporto todo. Pensando de este modo he sufrido quince anos; y espero sufrir más, porque cuando entré al monasterio ellos me dijeron que hasta los treinta años probaban a los que dejaban el mundo. Lo cual, ¡oh padre Juan!,tengo yo por muy acertado; porque el oro no se purifica sino en el crisol."

33. Este noble y generoso Abaciro, que falleció a los dos años de mi llegada al monasterio, estando ya para morir dijo a los Padres: "¡Gracias doy al Señor y a vosotros, padres, que para bien de mi alma continuamente me probasteis, ya que por tal causa he vivido hasta ahora libre de las tentaciones del enemigo!" Y aquel santo Pastor, con toda justicia, mandó sepultarlo como a un confesor de Cristo, junto con los santos que allí estaban sepultados.

Historia de Macedonio.

34. Sería del todo injusto para con aquellos que son celosos amantes de la verdad, si yo dejara en la tumba del silencio la virtud y las batallas de un religioso llamado Macedonio, el cual era primer diácono del monasterio. Cierta vez, a dos días de la fiesta de la Epifanía, este religioso varón, rogó al abad le diera licencia para ir a Alejandría a fin de atender determinados asuntos personales, prometiendo regresar con la antelación que requería la preparación de la fiesta. Pero el demonio, enemigo de todo bien, enredó el asunto de tal manera que Macedonio no pudo retornar a tiempo. El abad entonces, como el religioso volviese un día tarde, lo privó de su oficio y le mandó ocupar el último lugar entre los novicios. Mas este buen diácono de paciencia, este archidiácono de constancia, aceptó el castigo tan sin tristeza y tan sin pesadumbre, como si otro, y no él mismo, fuera el castigado. Habiendo cumplido cuarenta días en esta penitencia, dispuso el sapientísimo Padre que volviera a su antiguo puesto; pero, pasado un día, acudió el religioso al abad para pedirle que lo dejara regresar a la humillación de aquella ignominia, diciendo que había cometido en la ciudad un cierto delito que no era para decir. El Pastor, sin embargo, sabiendo que decía esto más con humildad que con verdad, dio lugar al honesto deseo de aquel buen trabajador (espiritual). Pude ver, entonces, aquellas venerables canas en medio de los novicios, pidiendo sinceramente a todos que rogasen por él a Dios, diciendo: "¡He caído en la fornicación de la desobediencia!" Pero a mí, pobre e indigno como soy, este gran Macedonio me confió más tarde por qué causa había él abrazado con tantas ganas este estado de humildad y penitencia: "Jamás me había sentido tan libre de todo género de tentaciones, y tan lleno de la dulzura de la luz divina, como en aquellos días."

Historia del ecónomo del monasterio.

35. No caer es propio de los ángeles, de los hombres lo propio es caer y levantarse después, pero lo más conveniente, en cuanto a los demonios, es que jamás se levanten después de haber caído. El hermano que estaba a cargo del economato del monasterio me confió una vez: "Cuando yo era joven -tenía a mi cargo algunos animales — caí en una falta muy funesta para mi alma. Sin embargo, como no tenía por hábito guardar nada oculto en la cueva de mi corazón, tomando a la serpiente por la cola (que es el fin de la obra) se la mostré al médico. Éste, mirándome sonriente, me palmeó levemente en la cara y me dijo: 'Anda, hijo, y cumple con tus obligaciones como lo hacías antes, sin temor alguno'. Yo me sentí entonces fortificado en mi fe; y a los pocos días, recobraba la salud perdida, marchaba por mi camino lleno de alegría.". Lo cual he dicho a fin de mostrar claramente la fortaleza que sigue al hecho de revelar las llagas a nuestro padre espiritual.

36. Entre los diferentes órdenes de criaturas, como algunos dicen, existen muchos grados -y diferencias. Así también, en la sociedad de aquellos hermanos, había diferencias entre el progreso y las disposiciones de cada uno. El Pastor entonces, cuando veía que algunos tenían tendencia a mostrarse y a llamar la atención de los seculares que visitaban el monasterio, los curaba dirigiéndoles, frente a esos visitantes, las palabras más ásperas e injuriosas y mandándoles a ejercer los oficios más bajos de la casa. De tal modo sanaban estos hermanos que luego, al ver llegar algún visitante, ellos huían con gran prisa. Era algo cómico ver a la vanagloria persiguiéndose a sí misma al huir de los hombres, cuya presencia antes procuraba.

Historia de San Menna.

37. No quiso el Señor que me alejase de aquel lugar privado de las oraciones de un bienaventurado padre, un hombre santo y admirable llamado Menna, que ocupaba el segundo rango después del abad en la dirección de ese monasterio, en el cual había pasado cincuenta años cumpliendo todos los diferentes servicios. Menna falleció una semana antes de mi partida; tres días después de su muerte, mientras se celebraba el oficio por el descanso del bienaventurado, el sitio en que este se encontraba se llenó de un perfume de maravillosa suavidad. Quiso entonces aquel gran Pastor permitirnos descubrir el cuerpo del difunto; hecho esto, todos pudimos ver que de las preciosísimas plantas de sus pies, como de dos fuentes, brotaba un aromático ungüento. En ese momento, volviéndose hacia nosotros, el Padre del monasterio dijo: "¿Veis, hermanos, cómo los sudores de sus cansancios y trabajos fueron recibidos por Dios, cual ungüento preciosísimo?"

38. De este bienaventurado padre Menna contaban los religiosos de aquel lugar numerosísimos actos de virtud, por ejemplo éste: "Cierta vez, viniendo él de afuera y habiéndose postrado ante el abad pidiéndole su bendición (según era costumbre), el superior, queriendo probar aquella paciencia que Dios le había dado, lo dejó estar así, postrado en tierra desde el principio de la noche hasta la hora de los maitines. Recién entonces acudió a darle la bendición; después lo reprendió severamente, reprochándole su impaciencia y diciéndole que todo lo hacía por vanidad y ostentación. Sabía muy bien el santo padre que Menna podría soportar todo aquello generosamente. En realidad había armado toda la escena para edificación de los otros." El discípulo de aquel bienaventurado Menna, que conocía todos los secretos de su maestro (y que a veces contaba algunos), nos confió más tarde que al preguntarle a su maestro si no se había dormido mientras estaba allí postrado, él respondió que a lo largo de la noche había rezado todo el Salterio.

39. No dejaré de entretejer en la corona de esta obra, la presente esmeralda: Cierta vez inicié una conversación sobre la "hésychia" (1) con algunos de aquellos santísimos ancianos; ellos, con el rostro sereno y alegre, y sonriéndose, me dijeron: "Nosotros, oh padre Juan, somos seres materiales, y hemos adoptado una manera de vivir material. Nosotros estimamos, en efecto, que debemos emprender un combate a la medida de nuestra debilidad, pareciéndonos más apropiado luchar con los hombres, que a veces son feroces y a veces son mansos, que con los demonios, los cuales siempre están enfurecidos y armados contra nosotros."

40, Otro de aquellos hombres dignos de eterna memoria (que me amaba mucho en el Señor y tenía conmigo una gran familiaridad) me dio en pocas palabras una suma de toda la vida religiosa, diciendo así: "Si verdaderamente tienes en ti, muy sabio, la fuerza del que dijo: 'Todo lo puedo en Aquel que me conforta'; y si juntamente con esto el Espíritu Santo ha sobrevenido en ti con el rocío de la castidad y te ha hecho sombra con la virtud de la paciencia, ciñe entonces tus riñones — como el Hombre, el Cristo — Dios — con el lienzo de la obediencia. Levántate de la cena de la "hésychia" y lava con espíritu de contrición los pies de tus hermanos, o mejor, derríbate a los pies de toda la comunidad con un corazón abatido y humillado. Pon a la puerta de tu corazón guardianes severos y vigilantes. Esfuérzate siempre por mantener a tu alma inmóvil e inmutable en ese cuerpo movedizo, que permanezca ella en la quietud entre esos miembros que se mueven y se agitan. Y lo más paradojal: en medio de todos los desasosiegos y de todos los tumultos, guarda tu alma impávida. Refrena la desvariada y furiosa lengua para que no se lance a contradecir y a porfiar, pelea contra esta despótica señora setenta veces al día. Fija tu espíritu a tu alma como al madero de una cruz, de modo que ella pueda, como el yunque, después de ser golpeada repetidamente por el martillo de la burla, del escarnio, de la injuria, permanecer siempre entera, lisa, llana e inmóvil. Desnúdate de todas tus propias voluntades, como de una vestidura ignominiosa, y así, desnudo, comienza a correr por el camino de la virtud.

Reviste la coraza de la confianza hacia aquel que preside tu combate y no permitas que ninguna duda la falsee o la corrompa. Detén, con el freno de la castidad, al sentido del tacto, que desvergonzadamente se suele desmandar. Refrena, con la continua meditación sobre la muerte, la curiosidad de los ojos, para que no quieran en todo instante mirar vanamente la gracia o la hermosura de los cuerpos. Refrena también, con el perpetuo cuidado de ti mismo, la curiosidad de tu espíritu que, descuidado de sí, quiere siempre condenar al prójimo; antes procura, en todo tiempo, mostrarle y usar con él toda caridad y misericordia. Porque en esto nos conocerán todos, oh padre Juan, que somos discípulos de Cristo, si en nuestra vida de comunidad nos amamos los unos a los otros (cf. Jn. 13).

¡Aquí, aquí! — me decía este excelente amigo — , ven aquí a estar junto con nosotros, y bebe a cada instante, así los escarnios y los vituperios, como el agua viva. David, en efecto, después de haber experimentado todos los placeres posibles debajo del cielo, declaró finalmente: 'Cuan bueno y alegre es vivir los hermanos en unión' (cf. Sal. 132:1). Mas si no hemos alcanzado todavía este gran bien de paciencia y obediencia, es preferible, conociendo nuestra debilidad, permanecer en la soledad, al margen de esta batalla reservada a los atletas, proclamando bienaventurados a los que combaten en ella y pidiendo a Dios les de paciencia."

Confieso que fui conquistado por las palabras de este buen padre y excelentísimo maestro, el cual combatió contra mis pareceres con la autoridad del Evangelio y los profetas, y mucho más con la fuerza de su amor sincero. Así fue, que sin hesitar, yo le di de buena gana la victoria al estado de la obediencia.

Aún me queda por contar una muy provechosa virtud de aquellos bienaventurados; contada ésta, como quien sale del Paraíso, volveré a entrar en el zarzal de mi inútil y desgraciada doctrina.

41. Estando nosotros un día en la oración, vio el santo padre algunos religiosos que estaban hablando entre sí. Los mandó, entonces, ponerse a la puerta de la iglesia por espacio de siete días, debiendo postrarse delante de todos cuantos entrasen y saliesen de ella, fueran clérigos o hermanos.

42. Mirando yo cierta vez a uno de los religiosos que estaba más atento que los otros en el cantar de los Salmos, y cuya actitud, sobre todo al principio de los himnos, parecía la de alguien que conversaba con otro, le rogué me dijese qué era lo que esto significaba. Sabiendo él que podría serme de utilidad, no quiso ocultarlo, diciendo: "Yo, padre Juan, al principio del oficio divino, suelo recoger con gran cuidado mi corazón y mis pensamientos, y llamándolos ante mí, les digo: 'Venid, adoremos y postrémonos ante Cristo, nuestro Dios y nuestro Rey."

43. Vi también, en el refectorio del monasterio, a un religioso qué llevaba colgado de su cintura un pequeño librito en el cual escribía cada día todos los pensamientos que comunicaba a su superior. Y no sólo a éste, sino a otros muchos, vi allí hacer lo mismo porque tal era el mandamiento de aquel santo pastor.

44. Apartó una vez el padre de la compañía de los religiosos a uno que había maltratado de palabra a otro hermano. El culpable perseveró siete días a la puerta del monasterio pidiendo humildemente el perdón y la entrada. Aquel pastor, que tanto amaba a las almas, se preocupó al saber que durante todo ese tiempo el hermano no había probado bocado. Le mandó decir, entonces, que si deseaba reingresar al monasterio, debía morar en la casa de los penitentes, y como el otro aceptara esta condición, dispuso el padre que fuera llevado a ese sitio, donde estaban los que hacían penitencia por sus pecados. Y porque se ha ofrecido la ocasión de hacer mención de este lugar, la necesidad me obliga a decir algo de él.

45. Se hallaba esa casa a una milla de distancia del monasterio principal. Se le llamaba la Prisión, y era, verdaderamente, como una cárcel: totalmente desprovista de todo consuelo. No se veía brotar de allí el humo de ningún fuego; nada de vino, nada de aceite con la comida, solamente pan y algunas legumbres. En este lugar mandaba el padre encerrar a todos los que, después de su llamamiento, habían pecado gravemente, y no los sacaba de allí hasta que el Señor no le comunicase el perdón de sus errores. Y no estaban todos juntos, sino apartados, cada uno por su lado o, cuando mucho, de dos en dos. Había nombrado el padre, como representante suyo, a un gran anciano, llamado Isaac, el cual obligaba a todos aquellos que estaban a su cargo a estar casi en perpetua oración. Había allí gran abundancia de hojas de palmas (que trenzaban) como ocupación, y que les servía para desterrar la pereza de aquel santo lugar. Tal es la vida, tal es la condición, tal es el modo de vivir de quienes buscan verdaderamente la cara del Dios de Jacob (cf. Sal. 23:6).

46. Cosa digna de admirar los trabajos de los santos; querer rivalizar con ellos trae la salud, mas pretender imitar de un solo golpe su género de vida, ello es irrazonable e imposible.

47. Cuando nos acongojamos y afligimos por los reproches de nuestros superiores, traigamos a la memoria nuestros pecados hasta que el Señor, viendo la violencia que nos hacemos a nosotros mismos, nos descargue de los pecados y transforme en alegría el dolor que roe nuestro corazón. Porque está escrito: "Según la multitud de dolores de mi corazón, así su consuelo alegra mi alma" (cf. Sal. 93:19) en el momento oportuno. En este tiempo no nos olvidemos de aquel que dijo al Señor: "¡Cuántas y cuan grandes tribulaciones me diste, Señor! Mas luego regresaste para resucitarme y me sacaste de los abismos de la tierra donde estaba caído" (Sal. 70:20).

48. Bienaventurado aquel, que provocado cada día con denuestos e injurias, sufre con paciencia, violentándose a sí mismo, porque éste con los mártires se alegrará, y con los ángeles será coronado. Bienaventurado el monje que en todas las horas del día se considera merecedor de toda humillación y de toda confusión. Bienaventurado el que mortificó su propia voluntad hasta el fin de su vida, y que abandonó su carga en manos de su maestro espiritual, porque éste será colocado a la diestra del Señor que fue obediente hasta la muerte.

49. El que rechaza la objeción, justa o injusta, rechaza la vida, mas el que la sufre con trabajo o sin trabajo, rápidamente alcanzará el perdón de sus pecados.

50. Representa a Dios en espíritu, la confianza del amor sincero que tienes hacia tu padre espiritual, y El secretamente le descubrirá este afecto y este amor que le tienes, para que de ahí en adelante así te ame, y trate los asuntos de tu salud con más estudio y atención.

51. Aquél que descubre (a su padre espiritual) todas las serpientes (de sus pensamientos malvados), muestra claramente su confianza hacia él, mas el que las oculta en lo secreto de su corazón se pierde en los desiertos sin caminos.

52. Si alguno desea examinar la caridad y el amor que tiene para con sus hermanos, mire si llora en las culpas de ellos, y si se alegra en sus gracias y progreso.

53. Aquel que en una conversación quiere imponer sus propias opiniones, aunque sean correctas, tenga por cierto que el demonio es el que lo mueve a ello. Si esto hiciera solamente con sus iguales, las reprimendas de los ancianos podrán curarlo. Más si él procede del mismo modo con los mayores y con los más sabios, su mal, entonces, humanamente es incurable.

54. El que no es humilde en las palabras, no lo será en las obras, porque el que en lo poco es infiel, también lo será en lo mucho; él no hará caso de la autoridad de los ancianos. Así, trabajará en vano, porque no sacará fruto, sino juicio, del estado de obediencia,

55. Aquél que guardare la conciencia limpia viviendo en sujeción a su padre espiritual, ese esperará la muerte sin temor, como quien espera un sueño, o mejor, la vida, sabiendo que llegada la hora no le pedirán cuentas a él sino a su padre espiritual.

56. Si alguien, sin haber sido forzado por la obediencia aceptó de su padre espiritual algún cargo o administración desmandándose luego en su desempeño, no atribuya la causa de esta falta a quien le dio las armas, sino al que las tomó. Porque habiendo recibido armas para pelear con los enemigos, las volvió contra sí y atravesó su corazón. Mas si esto lo hubiera hecho por obediencia, no se acongoje, porque si cayere no morirá.

57. Había olvidado, amigos míos, presentaros este suavísimo pan de virtud: he visto, en aquel monasterio, algunos obedientes en el Señor a los cuales cada día se los maltrataba con deshonras, injurias e ignominias. De este modo, si en otro sitio eran realmente injuriados, estaban, por esta ejercitación, por esta esgrima, preparados de antemano para recibir cualquier insulto sin acongojarse.

58. 59. El alma que siempre piensa en la confesión de sus pecados, con este freno se aparta de ellos. Porque son los pecados que evitamos confesar los que más fácilmente solemos cometer, como algo que se hace a oscuras y sin temor de nadie. Si estando ausente nuestro padre (espiritual), lo imaginamos y lo ponemos delante nuestro, y hacemos de cuenta que está mirando nuestra manera de conversar y de hablar, de comer y de dormir, y huimos de todas aquellas cosas que a él le desagradarían, entonces podemos creer que verdaderamente hemos alcanzado una libre y sincerísima obediencia. Porque los mozos débiles y perezosos suelen holgarse en ausencia del maestro, mientras que los diligentes e industriosos, suelen tenerla por gran daño.

60. Pregunté cierta vez a uno de aquellos probados varones, cómo la virtud de la obediencia trae consigo la humildad. A lo cual me respondió: "El devoto obediente, aunque tenga el don de las lágrimas y aunque resucite muertos, y aunque sea vencedor en todas las batallas, todo esto, piensa que lo alcanzó por las oraciones de su padre espiritual. Y así queda libre de la vana hinchazón de la soberbia. Porque ¿cómo podría vanagloriarse de aquellas cosas que sabe de cierto no las alcanzó por sí mismo, sino por la ayuda de su padre?

61. El solitario no conoce la práctica de que acabo de hablarte, por esto es más débil ante la vanagloria, cuando ella le sugiere que sólo por sus esfuerzos alcanzó lo que tiene.

Las dos trampas del demonio.

62. Cuando aquel que vive en la obediencia escapare de las trampas del demonio (que son la desobediencia y la soberbia), quedará para siempre obediente servidor de Cristo.

63. Trabaja el demonio contra los obedientes manchando sus cuerpos con sucios humores, haciéndolos duros de corazón, provocando en ellos desórdenes no habituales, haciéndolos secos, estériles, amigos de comer y beber, perezosos para la oración, proclives al sueño, cerrados de entendimiento, para que, viéndose así (como gente que ningún provecho saca del instituto de la obediencia), quieran salir de ese estado y volverse atrás. Ellos no pueden ver, entonces, que con esta sequedad y esta pobreza, que obedecen a una singular disposición de Dios, se les da un gran motivo para alcanzar la humildad.

64. 65. Muchas veces fue vencido el autor de estos engaños con sufrimiento y paciencia. Mas, derrotado este enemigo, detrás de él se levanta otro con otra tentación contraria a la anterior. Porque he visto yo muchos obedientes, devotos, alegres, abstinentes, estudiosos y fervorosos, los cuales, con el favor del padre (espiritual) habían alcanzado esto y vencido en muchas batallas, que fueron acometidos por los demonios diciéndoles que ya estaban preparados y capacitados para marchar a la soledad, por lo cual podrían llegar a la cumbre de la impasibilidad y la perfecta victoria. Y persuadidos con este engaño, dejando el puerto seguro, marcharon hacia alta mar. Y sobreviniéndoles alguna tempestad, como les faltaba el piloto que los gobernase, fueron tragados por el sucio y salobre mar.

66. Porque es necesario que se revuelva el mar, y se turbe y embravezca, para que torne a lanzar a tierra toda la materia y toda la basura que los ríos llevaron a él. Y así es necesario, también, que antes sea ejercitado y probado por muchas tempestades aquel que del mundo entra en religión, pues si bien observamos, veremos que después de la tempestad sobre el mar, se hace la gran calma.

67. El que en unas cosas obedece a su padre espiritual y en otras no, es semejante a aquel que unas veces pone colirio en sus ojos y otras veces cal viva. Porque tal como está escrito, "si uno edifica y otro destruye ¿qué provecho sacan ambos si no es la fatiga?" (Eclo. 34:28).

68. No quieras, hijo, que por amor de Dios obedeces, engañarte con espíritu de soberbia, revelando tus faltas al maestro como si otro fuera el culpable de ellas, porque nadie puede librarse de la vergüenza sin vergüenza. Abre, desnuda, descubre ante el médico tu llaga: manifiéstala y no te confundas. "Mía es, di, esta llaga, mía es esta herida, y la causa de ella fue, no la culpa de otro sino la mía; nadie fue su autor, ni hombre ni espíritu, ni cuerpo ni otra cosa, sino mi propia negligencia."

69. Y, cuando así te confesares, has de estar, en la postura de tu cuerpo, en la expresión de tu rostro y en tus pensamientos, como un reo sentenciado a muerte, puestos los ojos en tierra; y si fuera posible, postrado con lágrimas ante el médico y maestro, como ante los pies de Cristo.

70. Suelen los demonios algunas veces incitarnos a que no nos confesemos, o al menos a que lo hagamos en nombre de terceros, como acusando a otros de algún pecado, cosa que de ningún modo conviene que obedezcamos. Si, como es cierto, la costumbre puede tanto que todas las cosas dependen de ella, sin duda tanto más poderosa será en el bien que en el mal, pues tiene la poderosa cooperación de Dios.

71. No quieras, Oh hijo, desfallecer en el trabajo de muchos años hasta no haber hallado en tu alma aquella bienaventurada quietud y paz hacia la cual todos caminamos.

72. Y si al principio te ofreciste por amor de Dios a todo género de humillaciones, no tengas por cosa indigna confesar, con rostro y ánimo humilde, todas tus culpas a tu maestro como si las confesases a Dios.

73. Porque he visto muchas veces algunos reos, con miserable hábito y con la fuerza vehemente de su confesión y de su súplica, ablandar la severidad del juez y trocar en misericordia su dureza. Es por esto que Juan el precursor, antes de bautizar a quienes a él venían, les pedía la humilde confesión de sus culpas, no para conocerlas sino para bien de su salud (cf. Mt. 3:6).

74. Y no nos maravillemos si después de esta confesión somos combatidos y tentados; porque más vale pelear con la soberbia de la carne que con la soberbia del espíritu.

75. No corras ni te entusiasmes al oír relatar la vida de los padres solitarios, a los que llaman anacoretas, porque tú militas en el ejército de los mártires, y aunque te acaezca ser herido en la batalla, no por eso has de salirte de ese ejército ya que entonces es cuando más necesitas del médico. Porque aquel que teniendo ayuda tropezó y cayó, careciendo de ayuda, no hubiera solamente caído, sino sucumbido.

76. Cuando de este modo alguna vez caemos, los demonios se aprovechan instigándonos a que huyamos y nos aislemos, para añadir de esta manera unas heridas a otras.

77. Y si ocurre que nuestro médico se excusa y revela claramente su impotencia y la insuficiencia de sus fuerzas, es preciso entonces buscar otro; porque sin la ayuda de un médico sabio pocos sanan. ¿Quién osará contradecirme, en efecto, si yo declaro que el navío que navega en medio de una tormenta bravía ha menester de un piloto experimentado?

78. De la obediencia, como dijimos más arriba, nace la humildad, y de la humildad la impasibilidad del alma. Porque el Señor, como dice el Profeta, se acordó de nosotros en nuestra humildad y nos libró de nuestros enemigos (cf. Sal. 135). Portal motivo no será inconveniente afirmar que de la obediencia nace la impasibilidad, que conduce a la humildad a su perfección. La humildad es, en efecto, el comienzo de la impasibilidad, así como Moisés es el comienzo de la Ley. Y después la hija perfecciona a la madre: esto es, la humildad a la obediencia, como María a la asamblea (cf. Ex. 15:1 y 20).

79. Merecedores son sin duda de gran pena delante Dios, aquellos enfermos que, después de haber experimentado en sus llagas la sabiduría de un médico, antes de estar perfectamente curados, lo despiden y toman otro.

80. No quieras, hijo, huir de las manos de aquél que primero te ofreció a Dios, y no reverencies en toda tu vida sino a él.

81. Tal como es peligroso para el soldado inexperto entrar solo al combate, del mismo modo es peligroso para el novicio marchar a la soledad en busca de la hésychia antes de haber adquirido la experiencia necesaria y de haberse ejercitado largo tiempo luchando contra las pasiones de su alma. Porque así como el primero corre peligro en el cuerpo, así el segundo lo corre en el alma. "Más valen dos que uno solo" dice la Escritura (cf. Ecl. 4:9), es decir: es mejor que el hijo esté junto al padre para luchar, con su ayuda y la gracia divina, contra las predisposiciones malignas.

82. Privar al discípulo de esta providencia es como privar al ciego de guía, a la manada del pastor, al niño de la asistencia de su padre, al enfermo de su médico y al navío de su piloto; lo cual no puede ser hecho sin peligro para ambas partes. Y el que sin la ayuda de su padre (espiritual) pretendiera combatir contra los espíritus malos, de maravillarse será que no muera a sus manos.

83. Aquellos que al principio de la enfermedad acuden a la casa del médico para ser curados, que consideren la calidad de los dolores que padecen; y los que van a la casa de la obediencia que miren la humildad que tienen. Porque en los primeros la disminución de los dolores será señal de mejoría; y el acrecentamiento de la humildad, y el menosprecio y la condenación de sí mismos, indicarán el retorno a la salud de los segundos.

84. Sea tu conciencia el espejo donde mires la sujeción y la obediencia que tienes, porque ella te dirá la verdad.

85. Los que viven en soledad están sujetos al padre espiritual, sólo a los demonios tienen por adversarios; más los que viven en congregación, a los hombres y a los demonios. Los primeros, al tener al maestro siempre delante, guardan con mayor cuidado sus mandamientos; pero los segundos, como algunas veces los pierden de vista, más veces los transgreden. A pesar de esto, si ellos fueran diligentes y esforzados, suplirán estas faltas con el sufrimiento de las injurias y merecerán una doble corona.

86. Con toda vigilancia miremos por nosotros mismos, pues sucede muchas veces que las naves se pierden también estando en puerto, especialmente aquellas que crían dentro suyo algún gusano que las roe, y que en nosotros es el vicio de la ira.

87. Ejercitémonos en guardar silencio y en manifestar una total ignorancia en presencia de nuestro superior, porque el hombre silencioso es hijo de la filosofía, y adquiere siempre un gran conocimiento.

88. Vi una vez un monje que tenía por hábito arrebatar la palabra de la boca de su maestro, dando a entender que él lo sabía todo; yo desesperé de su obediencia al ver que de ella sacaba más soberbia que humildad.

89. Miremos con toda vigilancia, y examinemos con toda diligencia, en qué tiempo y en cuáles ocasiones es provechoso anteponer el servicio al prójimo a la oración; porque no siempre se ha de hacer esto, sino cuando la obediencia o la necesidad de caridad lo pidieren.

90. Mira también, atentamente, cuando estás en compañía de otros hermanos, que no quieras parecer más santo que ellos, porque dos males haces en eso: el primero consiste en turbarlos con esta falsa y fingida apariencia; el segundo reside en que, de todo esto, tú sacas solamente soberbia y arrogancia.

91. Procura ser en lo interior de tu ánimo, diligente y solícito, mas no lo muestres exteriormente, ni con palabras ni dándolo a entender por señales. Así debes obrar aunque no te sientas inclinado a despreciar y a tener en menos a los otros; mas si tuvieras inclinación por ello, mucho más debes trabajar a fin de ser en todo semejante a los hermanos y no diferenciarte vanamente de ellos.

92. Vi una vez a un mal discípulo estar vanagloriándose delante de los hombres de las virtudes de su maestro. Pareciéndole que ganaba honra con la hacienda ajena, sacó de allí la deshonra, porque todos se volvieron contra él y le dijeron: "Pues, ¿cómo tan buen árbol produjo una rama tan estéril?"

93. No pensemos haber alcanzado la virtud de la paciencia cuando soportamos las reprensiones de nuestro maestro, sino cuando continuamente sufrimos las de los hombres, cuando continuamente somos acosados por ellos; pues al padre lo sufrimos porque lo reverenciamos, y le debemos esto por estar a cargo nuestro.

94. Bebe con gran alegría las reprensiones y escarnios que cualquier hombre te diera a beber, como si fueran agua de vida; porque el que esto hace te da la saludable purga que te hará despedir toda lujuria. Y sin duda nacerá en tu alma, por este brebaje, una profunda e íntima castidad, y la luz hermosísima de Dios brillará en tu corazón.

95. Que ninguno se glorifique en su espíritu cuando viere que su vida y su ejemplo son notablemente provechosos a la congregación de sus hermanos; porque los ladrones están más cerca de lo que nadie piensa. Acuérdate que dijo el Señor: "Después que hubiereis hecho todo cuanto os encomendaron, decid: 'Siervos somos sin provecho, lo que estábamos obligados a hacer, hicimos" (cf. Lc. 17:10). El juicio de nuestros trabajos, lo conoceremos en la hora de la muerte.

96. El monasterio es un cielo terrenal, por esto procuremos tener nuestros corazones cual los tienen en el cielo los ángeles que sirven al Señor. Algunas veces los que están en este cielo tienen los corazones como de piedra, otros como de cera; para que los unos por esta vía huyan de la soberbia, y los otros se consuelen en sus trabajos.

97. Un poco de fuego basta para ablandar la cera; y un poco de la ignominia que se nos ofrece, sobrellevada con paciencia, basta muchas veces para ablandar, endulzar y quitar toda la fiereza, toda la dureza, y toda la ceguera de un corazón.

98. Vi una vez a dos hombres que secretamente escuchaban y miraban los esfuerzos y los gemidos de los combatientes. Uno hacía esto por deseos de imitarlo; el otro, en cambio, esperaba el momento oportuno para menospreciar y apartar a los siervos de Dios de sus trabajos. En lo cual verás cuan diferentes hace nuestras obras, el ojo de la intención.

99. No seas indiscretamente callado, para no cargar a los otros con la pesadumbre de tu silencio; porque, como está escrito, "hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar" (cf. Ecl. 3); que no haya falsedad en tus palabras, ni provoques querellas y violencias cuando te hacen algo, porque esto es propio de perturbadores de la paz y la concordia. Pues he visto algunas veces perecer a las almas por su lentitud y pesadumbre, y otras veces por su excesiva rapidez, y me he asombrado ante la variedad de nuestra malicia.

100. Aquel que vive en comunidad no siempre aprovecha tanto con el canto de los salmos, cuanto con la oración secreta; porque muchas veces la atención del canto de los salmos impide alcanzar su virtud y su comprensión.

101. Combate con todas tus fuerzas, y reprime sin cesar y sin cansancio a la imaginación inquieta y vagabunda, recogiéndote dentro de ti mismo en todo tiempo, y más en el de la oración y los oficios divinos. Pues Dios no pide a los que viven en obediencia más que una oración sin distracciones. Si cuando oras el enemigo penetra sutilmente, y como un ladrón te roba en secreto la atención, no te entristezcas: confía en Dios y esfuérzate por hacer tu parte, que es trabajar siempre por recoger los pensamientos que corren velozmente de un punto a otro. Porque sólo los ángeles están exceptuados de estos hurtos.

102. Aquel que firmemente ha resuelto en su corazón no abandonar esta batalla hasta el último suspiro, y a sufrir mil muertes en cuerpo y alma, no será fácilmente combatido por los pensamientos ni por las fluctuaciones; porque las dudas interiores, la infidelidad y los cambios de lugar, siempre suelen engendrar peligros y trabajos, y guerra de pensamientos. Los que son inclinados a cambiar de lugar viven equivocados, porque nada, en tan gran medida produce la esterilidad, como este linaje de mudanzas hechas con facilidad y temeridad.

103. Si encontraras un médico o un hospital espiritual desconocidos, observa diligentemente, examina con atención todo cuanto allí vieres como un caminante curioso. Y si hallares por parte de estos ministros y oficiales algún socorro o remedio para aquellas enfermedades -especialmente para la hinchazón de la soberbia — que tú procuras evacuar, acércate con seguridad, y véndete allí por el oro de la humildad, y haz carta de venta firmada con la mano de la obediencia y llamando a los ángeles santos por testigos, a su presencia rompe la escritura de tu propia voluntad, para que desposeído de ti seas de aquellos que te han de curar y mejorar. Porque si dejaras este lugar y este sosiego por tu propia voluntad, y anduvieras de un lugar a otro, perderás el fruto de este contrato. Que el monasterio sea tu sepulcro antes del sepulcro del cual nadie sale hasta la común resurrección de todos. Y si algunos salieron como lo hizo Lázaro, piensa que después murieron: ¡Pídele al Señor que no te suceda a ti lo mismo!

104. Cuando los débiles y los perezosos sienten que les mandan cosas graves, suelen alabar la virtud de la oración; mas cuando les mandan cosas fáciles huyen de ella como del fuego.

105. Hay algunos que estando ocupados en algún oficio o ministerio, por la consolación o edificación del hermano interrumpen el oficio para asistir a su necesidad espiritual y hacen bien. Mas hay otros que hacen esto por pereza, y otros también por vanagloria, diciendo que quieren entregarse a cosas espirituales; estos borran el bien que hacen por la mala intención con que lo hacen.

106. Si estás en algún modo de vida, y ves claramente que los ojos de tu alma están del todo sin luz y sin provecho, esfuérzate prontamente por dejar esa manera de vivir y pasar a otra más propicia. Verdad es que el malo en todo lugar es malo, así como el bueno en todo lugar es bueno; pero la condición del lugar ayuda en ambos casos.

107. Injurias y afrentas fueron muchas veces en el mundo causa de muertes y discordias; mas, en las comunidades, la gula y la falta de templanza en el comer y en el beber fueron la causa de su perdición. Si tú trabajaras por sojuzgar a esta rabiosa señora, en todo lugar tendrás quietud y reposo; mas si ella tuviera señorío sobre ti, en todo lugar correrás peligro.

108. El Señor alumbra los ojos ciegos de los obedientes para que puedan ver las virtudes de sus maestros, y él mismo los ciega para que no vean sus defectos; mas el demonio, enemigo de todo bien, hace lo contrario.

109. Que el argento vivo (al cual llaman azogue) sea para nosotros, hermanos, ejemplo y modelo de una perfecta obediencia: aunque esté debajo de otros materiales, permanece siempre puro y libre de cualquier mezcla y suciedad.

110. Los que son cuidadosos y solícitos en la vigilancia de sí mismos, deben guardarse de no juzgar a los negligentes y a los débiles, a fin de no ser, por tal motivo, más gravemente condenados que los otros. Pienso que Job fue alabado como justo, porque viviendo en medio de los malos, no emitió juicio sobre ellos.

111. Hemos de esforzarnos siempre por tener el alma quieta y libre de perturbaciones, pero en mayor medida cuando cantamos u oramos, porque entonces, principalmente, es cuando los demonios trabajan para confundirnos y arruinar nuestra oración.

112. Verdadero servidor de Dios, sin duda alguna, es aquel que teniendo el cuerpo en la tierra y con los hombres, con el alma está en el cielo por la oración.

113. Las injurias, los agravios, los menosprecios, son para el almas obediente amargos como el acíbar; en cambio las honras, y las alabanzas, y la buena reputación, para los que andan en busca de estas cosas, son dulces como la miel. Sin embargo, en tanto el acíbar purga las heces de los malos humores, la miel acrecienta la cólera.

114. Confiemos plenamente en aquellos que están a cargo de nosotros, aunque a veces nos manden cosas que a primera vista parezcan ser contrarias a nuestro propósito y provecho. Porque la fe que en ellos tenemos se prueba en la fragua de la humildad; y nuestra lealtad para con ellos la demostramos obedeciendo sin dudar cuando nos mandan cosas contrarias a las que esperamos.

115. De la obediencia, como ya dijimos, nace la humildad, y de la humildad la discreción — como lo prueba el gran Casiano en el sermón que escribió sobre la humildad — ; y la discreción infunde en el alma una luz clarísima, por la cual algunas veces, por especial don de Dios, llega el hombre a conocer y prever las cosas futuras. ¿Quién dejará, pues, de correr con ánimo alegre por este camino de la obediencia, viendo que trae consigo tanta abundancia de bienes? De esta singular virtud decía aquel excelente cantor: "En tu bondad, Señor, tú has preparado para el alma del pobre que obedece, tu presencia en su corazón" (cf. Sal. 67).

116. No te olvides jamás, en toda tu vida, de aquel gran siervo de Dios, que durante dieciocho años jamás escuchó con sus orejas exteriores decir a su superior: "¡Dios te salve!"; pero que oía con sus orejas interiores, cada día, al Señor diciéndole, no ya: "Dios te salve," que es palabra incierta y de futuro, sino "Ya eres salvo," que es algo definitivo y cierto.

117. Algunos desobedientes, al ver la confianza y la bondad del superior, se trampean a sí mismos pidiéndole decisiones conformes a la propia voluntad. Sepan ellos que de este modo pierden la corona de la obediencia, porque obediencia es perfecta renunciación de la propia voluntad, y de todo artificio y fingimiento.

118. Hay algunos que al recibir el mandamiento, cuando entienden que no es del gusto y la intención del que lo manda, se niegan a cumplirlo. Y hay otros que, aun cuando barrunten la verdadera intención, obedecen simplemente a las palabras. Aquí es de ver: ¿cuál obedeció más perfectamente? A mi entender, aquel que no miró tanto a las palabras, como a la voluntad e intención.

119. No es posible que el diablo sea contrario a sí mismo: deben convencerse de esto todos cuantos viven negligentemente, sea en el monasterio, sea en la soledad. Pues el demonio, cuando los incita a mudar de lugar, no es porque haya cambiado su voluntad, sino para engañarlos más sutilmente. Por tal motivo, si somos tentados a dejar por otro el lugar en que vivimos, tomemos esto como indicio de nuestro adelanto, ya que de no haber adelantado, el enemigo no trataría de apartarnos de allí.

Historia de San Acacio.

120. No quiero ocultar injustamente ni encubrir inhumanamente, lo que sería maldad callar en este lugar. Y ha sido el ilustre Juan el Sabbaíta quien me ha narrado estas cosas admirables de oír y dignas de ser contadas. Por tu propia experiencia, venerado padre, tú sabes que se trata de un hombre que alcanzó la impasibilidad, libre de pasiones y de toda palabra o acción malvadas. He aquí lo que él me ha contado:

"Había en mi monasterio, que está en Asia — pues de allí había venido este santo hombre — , un viejo negligentísimo y muy destemplado; y no digo esto para condenarle sino para transmitir la verdad de los hechos. Tenía este viejo un joven discípulo llamado Acacio — que ignoro como le llegó-, simple de corazón y prudente de espíritu, el cual hubo de soportar tantas cosas del viejo, que serían inenarrables si se las quisiese contar. Porque no sólo lo maltrataba con injurias, deshonras e ignominias, sino también con castigos corporales casi cotidianos. Mas el mozo todo lo sufría, no como insensible, sino como alguien que comprende la importancia de todo aquello. Al verlo cada día tan miserable y tratado cual esclavo, encontrándome con él muchas veces le preguntaba: "¿Qué es esto, hermano Acacio? ¿Cómo te va hoy?." Y Acacio me señalaba con el dedo, ora un ojo morado e hinchado, ora una herida en la cabeza o quizás en la frente. Y sabiendo que él era un trabajador paciente, yo le decía: "Está bien, está bien: sufre virilmente, y al cabo de un tiempo verás los frutos."

Y habiendo pasado nueve años obedeciendo a aquel cruel y áspero viejo, falleció el joven y fue sepultado en el cementerio de los padres. Transcurridos cinco días después de su muerte, acudió el maestro de Acacio a un gran Anciano que allí moraba y le dijo: "Padre, Acacio está muerto." Oyéndole, el Anciano respondió: "En verdad, no podrás convencerme de eso." Dijo entonces el otro: "Pues ven conmigo y has de verlo." Se levantó el santo y acompañó al viejo al cementerio y elevando la voz, como cuando hablaba con él mientras estaba vivo (y verdaderamente estaba vivo en el cielo), dijo: "¡Hermano Acacio! ¿Por ventura estás muerto?" Y el santo obediente, que aun después de la muerte mostraba su obediencia, respondió desde el sepulcro: "¿Cómo puede ser, padre, que muera un hombre entregado a la obediencia?" Entonces el viejo aquel que poco antes se llamaba su maestro, espantado por lo que acababa de oír, cayó en tierra lleno de lágrimas y pidió al abad del monasterio le diese permiso para edificar una celda al lado de aquella sepultura. Y viviendo ya allí con templanza, decía siempre a los padres: "Soy un homicida."

Otra historia, además de esta, me contó el padre Juan, como si la contara de otro. Mas no trataba de otro, sino de él mismo, según pude averiguar más tarde.

Historia de Juan el Sabbaíta (o de Antíoco).

121. "Otro monje de este mismo monasterio de Asia — me dijo él — fue dado por discípulo a un solitario manso y benigno. Y como viese el discípulo que el Anciano lo honraba y lo trataba mansamente, lo cual podía resultarle muy peligroso, prudentemente le rogó que le diera licencia para marcharse. El viejo, dado que tenía otro discípulo, accedió rápidamente. Partió, pues, el monje, con una carta de recomendación hacia un monasterio situado en la región de Ponto: y la primera noche que allí pasó, vio en visión a ciertas personas que le pedían cuenta de su vida. Esas personas, después de aquel terrible examen, le dieron a entender que debía cien libras de oro. Y al despertar, habiendo comprendido la visión, se dijo a sí mismo: "Pobre Antíoco — que así se llamaba — , grande es la deuda que tienes, mucho es lo que debes pagar. De esta manera estuve — dijo él — tres años en el monasterio, obedeciendo a todos sin distinción, menospreciándome e injuriándome todos como a peregrino y forastero, ya que no había allí ningún otro monje extranjero sino yo. Pasados esos tres años, volví a ver en sueños a una persona, la cual me dijo que de aquella deuda, diez libras ya estaban pagadas. Al despertar me dije: "¿No he pagado hasta ahora más que diez libras? Siendo así, ¿cuándo terminaré de pagar lo que aún queda? Pobre Antíoco, es necesario que pases por más trabajos y humillaciones." A partir de ese momento comencé a fingirme bobo y tonto, sin dejar por eso de cumplir cosa alguna del cargo que tenía. Y viéndome los padres servir de ese modo, y con esa alegría, echábanme encima, con poca piedad, las mayores cargas y trabajos del monasterio. Al cabo de otros trece de perseverar en ese modo de vida, vi otra vez a los que antes habían aparecido, los cuales. me dijeron que toda la deuda estaba ya pagada por entero. A partir de entonces, cada vez que los padres me trataban rudamente, me acordaba de esta deuda y lo soportaba con paciencia."

Esta es la historia que me relató aquel sapientísimo padre Juan como siendo de otro, y por eso se puso por nombre Antíoco; mas, verdaderamente fue él quien rompió y borró la escritura de sus deudas con el mérito de la paciencia.

122. Quiero ahora contar cuan grande fue la virtud de la discreción que este santo Anciano alcanzó por su obediencia:

Estando él asentado en el monasterio de San Sabbas, se le acercaron cierta vez tres religiosos jóvenes que deseaban ser sus discípulos. Los recibió el padre con el rostro muy alegre, y les hizo toda la caridad y les dio el mejor trato que pudo a fin de aliviarlos del cansancio del camino. Pasados tres días, les dijo el Anciano: "Perdonadme hermanos, pero soy un mal hombre y no puedo recibir a ninguno de vosotros por discípulo." Ellos no se escandalizaron porque conocían bien la santidad y las obras del Anciano. Pero, como después de mucho rogar no pudieron lograr que él los recibiese, postrados a sus pies le pidieron que, al menos, les diese una regla de vida, y les enseñase el lugar y la forma de vivir. El Anciano, sabiendo que pedían esto con humildad y con el alma dispuesta a la obediencia, accedió finalmente, diciendo al primero: "Quiere el Señor, hijo mío, que vivas en soledad y sujeto a un padre espiritual." Al segundo le dijo: "Ve y vende todas tus propias voluntades y ofréndalas a Dios, y tomando tu cruz a cuestas vive en algún monasterio y así tendrás un tesoro guardado en el cielo." Al tercero le dijo: "Escribe en tu corazón y abrázate permanentemente a aquella palabra del Salvador que dice: Έ1 que perseverare hasta el fin, serα salvo' (cf. Mt. 10). Y si te fuera posible busca un maestro y guía de tus ejercicios, el más áspero y pesado que pudieras encontrar entre los hombres, y bajo él persevera, bebiendo siempre, cual leche y miel, sus reprensiones y menosprecios." A lo cual respondió el religioso: "Padre, y si éste fuera negligente, ¿qué haré?. Respondió el padre: "Aunque lo vieres fornicar, no te apartes de él, sino vuelve a ti mismo y di: 'Amigo, ¿a qué has venido?', y verás luego deshacerse la hinchazón de tu soberbia, y suavizarse el furor de tu ira."

123. Todos nosotros, que tememos al Señor, debemos combatir con todas nuestras fuerzas, a fin de que en esta escuela no vengamos a adquirir, en lugar de la virtud que buscamos, la malicia y la astucia, la perversidad y la cólera, pues entonces, tal como lo quiere el enemigo, se detendrá nuestra carrera. Porque los enemigos del rey no se alzan contra labradores, marineros o personas comunes, sino contra aquellos que han sido armados caballeros por el rey, y han recibido de él el escudo, y la espada, y el arco, y la vestidura militar. Contra estos últimos se enfurecen y a ellos procuran dañar. Es por esto que no podemos descuidarnos.

124. He visto muchas veces que algunos niños hermosos e inocentes acudían a las escuelas para estudiar y adquirir la sabiduría, los cuales, en lugar de eso, obtuvieron astucia y malicia en su contacto con los otros. El que tiene juicio, que lea y entienda.

125. Es imposible que aquellos que con todo su corazón, se ejercitan en un arte no progresen día a día. Mas, así como hay algunos que conocen su propio progreso, hay otros que lo ignoran por disposición de Dios.

126. Un buen banquero o comerciante jamás olvida, al final de la jornada, hacer la cuenta de sus pérdidas y sus ganancias. Mas él no podrá hacer esa cuenta con exactitud, si no anotare durante el día cada operación. Porque sólo así podrá hacer fácilmente su balance.

127. Cuando un insensato es reprendido y condenado, rápidamente se aflige y se acongoja a fin de acallar al que lo reprende: postrado a sus pies pide perdón, no por humildad sino para detener los reproches. Mas cuando tú fueras reprendido, calla y recibe en tu alma ese cauterio, o mejor, esas llamas purificadoras; y cuando el médico acabare de quemar, recién entonces humildemente pídele que te perdone, porque mientras él esté irritado, no aceptará tu pedido.

128. Los que vivimos en comunidad debemos combatir en todo momento contra todas las pasiones; pero especialmente contra dos enemigos es conveniente que lo hagamos: la ira y la gula, porque estos dos vicios tienen más lugar en la vida de comunidad que en la soledad.

129. A quienes viven en obediencia suele el demonio inspirarles el deseo por virtudes inalcanzables; y a los que viven en soledad, por el contrario, les hace desear aquello que no corresponde a su estado.

Si examinas atentamente el corazón de los cenobitas adúlteros tú encontrarás un pensamiento que se extravía: un gran deseo de quietud, de grandes ayunos, de la oración sin distracciones, de la total liberación de la vanagloria, del recuerdo continuo de la muerte, de la compunción permanente, de la perfecta mortificación de la ira, de un profundo silencio y de una castidad sobrehumana. El demonio les hace desear todas estas cosas antes de tiempo, a fin de que, engañados, se precipiten hacia otro género de vida sin estar preparados y maduros para ello. De este modo les impide obtener todo esto en el tiempo debido por su perseverancia en el monasterio.

Ante los ojos de los que viven en soledad, por el contrario, el enemigo hace brillar la gloria de la obediencia, la hospitalidad de los cenobitas, el cuidado de los huéspedes y peregrinos, el amor de los hermanos, la dulzura de la conversación familiar, la atención a los enfermos, y otras tantas cosas que no pertenecen a su estado, a fín de tornarlos a ellos tan inestables como a los primeros.

130. Pocos son, sin duda, los que viven como conviene en soledad. Solamente son capaces de hacerlo aquellos que nada más tienen que el consuelo divino para aliviarlos en sus trabajos y para ayudarlos en sus combates.

131. Para acertar en la elección del maestro, conviene que examines la naturaleza de tus pasiones e inclinaciones. Si te sientes inclinado a la lujuria y a los deleites del cuerpo, busca un padre que no le haga ningún tipo de concesiones al vientre, y no uno que deba siempre recibir huéspedes en su casa, a fin de que no se transforme este hecho en materia y ocasión de gula. Si eres de un natural altivo y soberbio,busca un padre ferviente y duro, no uno manso ni blando.

No busquemos padres que con espíritu profético alcancen las cosas venideras, sino aquellos que sean principalmente humildes, y que por sus costumbres y por el lugar en que viven resulten más convenientes para curar nuestras enfermedades.

132. Esfuérzate por imitar al justo Abaciro, a quien mencionamos más arriba, pues el mejor medio para obedecer prontamene es pensar que nuestro padre nos pone a prueba en cada cosa. De ese modo jamás te engañarás.

133. Si tu superior te reprende sin cesar, y cuanto más te reprende más unido te sientes a él, esto significa que el Espíritu Santo ha venido invisiblemente a morar en tu alma y que la virtud del Altísimo te hace sombra. Mas no te glories ni te regocijes por sufrir las ignominias con paciencia, sino, antes, llora por haber hecho aquellas cosas que te hicieron merecedor de la ignominia, y por haber turbado un alma irritándola contra ti.

134. No te asombres ni dudes de lo que ahora he de decirte, pues me apoyo en la autoridad de Moisés para defender esta sentencia. Aunque sea verdad que es mayor culpa pecar contra Dios que hacerlo contra el padre (espiritual), sin embargo se puede decir, de alguna manera, que es más peligroso pecar contra el padre que contra Dios. Porque si provocamos la ira de Dios, nuestro padre lo aplacará, como Moisés a Dios cuando el pueblo pecó contra Él (cf. Ex. 32); mas si ofendemos a nuestro padre no tenemos quien nos reconcilie con Dios; como no lo hizo el mismo Moisés cuando pecaron contra él Dathan y Abiron (cf. Num. 16), los cuales perecieron por faltarles reconciliador.

135. Miremos y examinemos con mucha atención y vigilancia qué es lo que debemos hacer en cada tiempo. Porque algunas veces, cuando somos reprendidos por nuestro pastor, nos conviene callar y sufrir alegremente, y otras veces conviene dar razón de lo que hicimos. A mi entender, debemos siempre callar en aquellas cosas que redundan en ignominia nuestra, porque entonces es tiempo de ganar; mas en las cosas que redundan en perjuicio de otro, debemos dar razón y establecer la verdad, pues a ello nos obligan los lazos del amor y la paz.

136. Todos los que abandonaron la obediencia podrán muy bien declarar en favor de su utilidad, porque ellos pudieron conocer el cielo donde estaban cuando se vieron fuera de él.

137. Aquel que camina hacia Dios y procura alcanzar la perfecta quietud del alma, tenga por gran pérdida cada día que pase sin sufrir alguna humillación.

138. Porque así como los árboles que son sacudidos por fuertes vientos echan siempre más hondo sus raíces, así también los que viven la obediencia tienen almas fuertes e inquebrantables por los combates que padecen.

139. Aquel que reconoció su propia debilidad viviendo en soledad, y que reconociéndola se entregó a la obediencia, éste, siendo ciego, abrió los ojos, y sin trabajo pudo ver a Cristo.

140. ¡Hermanos atletas! ¡Los que corréis y los que lucháis! .escuchad lo que el Sabio dice de vosotros: "Como al oro en el crisol los probó, o sea en los trabajos de la vida monástica, y como a sacrificio de holocausto, los aceptó en su seno" (cf. Sab. 6:3).

San Juan Clímaco

 

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