El hombre siempre ha estado fascinado por temas existenciales, la vida, la muerte, el origen del mundo, y sus descubrimientos en otros campos del conocimiento le han otorgado la confianza de asumir que estos misterios también cederán al poder de su inteligencia. Tal orgullo de mente, sin embargo, sólo puede alejarlo de la verdad que, según la enseñanza ortodoxa, es la fuente y fundamento del verdadero conocimiento. ¿Cómo es adquirido este conocimiento? Aquí, tenemos parte de un largo ensayo compuesto por el renombrado teólogo serbio de bienaventurada memoria, el archimandrita San Justin Popovich (+1979), en la que se destilan los escritos de San Isaac el Sirio sobre la teología ortodoxa del conocimiento. Brevemente explica que, debido a su comprensión, el hombre se oscureció por el pecado, confraternizando con el mal, y se hizo incapaz de adquirir el verdadero conocimiento. El hombre puede alcanzar este conocimiento sólo cuando su alma (sede de la comprensión) es sanada. Esto se hace posible por medio de las virtudes, y la principal virtud en este proceso de recuperación es la fe. “Por la fe, la mente, que dispersada previamente por las pasiones, se concentra, se libera de la sensualidad, y es dotada de paz y humildad de pensamiento. Por la ascesis de la fe el hombre conquista el egoísmo, camina más allá de los límites de sí mismo, y entra en una nueva y trascendente realidad que también trasciende la subjetividad”. En secciones separadas, San Justin discute sobre la oración, la humildad, el amor y la gracia, todos compañeros necesarios de la fe, antes de conducir al lector a “El misterio del conocimiento”, que se reproduce a continuación con algunas abreviaciones.
Según la enseñanza de San Isaac el Sirio, hay dos clases de conocimiento: el que precede a la fe y el que nace de la fe. El primero es el conocimiento natural y envuelve el discernimiento del bien y del mal. El segundo es el conocimiento espiritual y concierne a la “percepción de los misterios”, “la percepción de lo que está oculto”, la “contemplación de lo invisible”.
Hay también dos clases de fe: la primera llega escuchando y es confirmada y probada por la segunda, “la fe de la contemplación”, “la fe que está basada en lo que ha sido visto”. Para adquirir el conocimiento espiritual el hombre debe liberarse del conocimiento natural. Este es el trabajo de la fe. Es por la ascesis de la fe por la que esta llega al hombre que “desconoce el poder”, que lo hace capaz del conocimiento espiritual. Si un hombre se permite caer en las redes del conocimiento natural, es más difícil para él liberarse de ella que liberarse de los grilletes de hierro, y su vida es vivida “contra el filo de la espada”.
Cuando un hombre comienza a seguir el camino de la fe, debe dejar a un lado completamente sus viejos métodos de conocimiento, pues la fe tiene sus propios métodos. Así, el conocimiento natural cesa y el conocimiento espiritual toma su lugar. El conocimiento natural es contrario a la fe, pues la fe, y todo lo que viene de la fe, es “la destrucción de las leyes del conocimiento”, aunque no del espiritual, sino del natural.
La primera característica del conocimiento natural es su enfoque mediante el examen y la experimentación. Esto es en sí mismo “un signo incertidumbre acerca de la verdad”. La fe, por el contrario, sigue un camino puro y siempre de pensamiento que está muy lejos de cualquier engaño o examen metódico. Estos dos caminos conducen a direcciones opuestas. La morada de la fe está en “los pensamientos inocentes y la simpleza de corazón”, pues es dicho: “con sencillez de corazón, temiendo al Señor” (Colosenses 3:22), y: “En verdad, os digo, si no volviereis a ser como los niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). El conocimiento natural se opone a la sencillez del corazón y a la simplicidad del pensamiento. Este conocimiento sólo funciona dentro de los límites de la naturaleza, “pero la fe tiene su propio camino más allá de la naturaleza”.
Cuanto más se aplica un hombre a la vía del conocimiento natural, más asediado es por el temor y menos puede liberarse de él. Pero si sigue a la fe, se libera inmediatamente y “como hijo de Dios, tiene el poder de hacer uso gratuito de todas las cosas”. “El hombre que ama esta fe actúa como Dios en el uso de todas las cosas creadas”, pues por la fe es dado el poder “para ser como Dios haciendo una nueva creación”. Así se escribió esto: “Pero Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso hace” (Job 23:13). A menudo, la fe puede “traer las cosas de la nada”, mientras que el conocimiento no puede hacer nada “sin la ayuda de la materia”. El conocimiento no tiene poder sobre la naturaleza, pero la fe tiene dicho poder. Armados con la fe, los hombres han entrado en el fuego y apagado las llamas, sin ser tocadas por ellas. Otros han andado sobre las aguas como por tierra firme. Todas estas cosas están “más allá de la naturaleza”; van contra los modos del conocimiento natural y revelan la vanidad de tales modos. La fe “se mueve por encima de la naturaleza”. Los caminos del conocimiento natural gobiernan el mundo desde hace más de 5000 años, y el hombre ha sido incapaz de “levantar la mirada de la tierra y entender el poder de su Creador” hasta que “nuestra fe se alzó y nos liberó de las sombras de las obras de este mundo” y de una mente fragmentada. El que tiene fe “no carecerá de nada” y, cuando no tenga nada, “lo poseerá todo por la fe”, como está escrito: “Y todo lo que pidiereis con fe, en la oración, lo obtendréis” (Mateo 21:22); y también: “No os inquietéis por cosa alguna” (Filipenses 4:6).
Las leyes naturales no existen para la fe. San Isaac enfatiza esto muy ferozmente: “Todo esto es posible para el que cree” (Marcos 9:23), pues con Dios nada es imposible. Ir más allá de los límites de la naturaleza y entrar en el reino de lo sobrenatural es considerado ser contra natura, como algo irracional e imposible. Sin embargo, este conocimiento natural, según San Isaac, no es una falta. No ha de ser rechazado. Es solo que la fe es más grande de lo que parece. Este conocimiento es sólo condenado en la medida que, por los diferentes medios que utiliza, se vuelve contra la fe. Pero cuando este conocimiento “se une a la fe, se vuelve uno con ella, revistiéndose en sus ardientes pensamientos”, cuando “adquieren las alas de la impasibilidad”, y entonces, usando otros medios que no sean los naturales, se eleva de la tierra “hasta el reino de su Creador”, a lo sobrenatural. Este conocimiento es, entonces, cubierto por la fe y recibe el poder de “elevarse a las alturas”, para percibir lo que está más allá de toda percepción y “para ver el resplandor que es incomprensible a la mente y al conocimiento de los seres creados”. El conocimiento es el nivel del que el hombre se alza a la altura de la fe. Cuando alcanza esta altura, ya no tiene necesidad de nada, pues está escrito: “Porque sólo en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando llegue lo perfecto, entonces lo parcial se acabará” (1ª Corintios 13:9-10). La fe nos revela ahora la verdad de la perfección, como si estuviera ante nuestros ojos. Es por la fe que conocemos lo que está más allá de nuestro alcance, por la fe, y no por la investigación y el poder del conocimiento.
Hay tres formas espirituales en las que el conocimiento aumenta y disminuye, y por las cuales se transforma y cambia. Estas son el cuerpo, el alma y el espíritu. En el nivel más bajo, el conocimiento “sigue los deseos de la carne”, relacionándose con la riquezas, la vanagloria, el vestido, el descanso del cuerpo y con la búsqueda de la sabiduría racional. Este conocimiento inventa las artes y las ciencias y todo lo que adorna el cuerpo en este mundo visible. Pero en todo esto, tal conocimiento es contrario a la fe. Se le conoce como “mero conocimiento”, pues está privado de todo pensamiento de lo divino, y por su carácter carnal, trae a la mente una debilidad irracional, porque en él, la mente es vencida por el cuerpo y centra toda su preocupación en las cosas de este mundo”. Está inflado y lleno de orgullo, porque refiere todo lo bueno para sí y no para Dios. Así lo dice el apóstol: “Pero la ciencia infla” (1ª Corintios 8:1).
La fe presenta una nueva vía de pensamiento, por la cual se realiza toda la obra de conocer al hombre creyente. Esta nueva vía de pensamiento es la humildad. Por la humildad, la inteligencia es sanada y completada. El hombre humilde es la fuente de los misterios de la nueva edad.
Se dice obviamente de este conocimiento, que no está unido con la fe y la esperanza en Dios, y tampoco con el verdadero conocimiento. El verdadero conocimiento espiritual, unido a la humildad, trae la perfección al alma de los que lo adquieren, como se ve en Moisés, David, Isaías, Pedro, Pablo, y todos los que, sin las limitaciones de la naturaleza humana, fueron considerados dignos de este perfecto conocimiento.
http://cristoesortodoxo.com/2013/11/12/el-misterio-del-conocimiento/
¿Quién no sabe que el hombre fue creado para la comunidad y no para ser un salvaje o solitario? No existe cosa que mejor pueda corresponder a nuestra naturaleza, que la vida en común, y nuestra ayuda y amor a la gente.
Cuando Dios primero nos dio la semilla, entonces juntamente deseó que diera los frutos, diciendo: "Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. como yo los he amado, así también ámense los uno a los otros" (Jn. 13:34). Deseando exhortarnos al cumplimiento de este mandamiento, como testimonio de sus discípulos, no pidió milagros o señales extraordinarias (aunque y para esto el Espíritu Santo nos da la fuerza), sino la que nos dice: "Por el amor que se tengan los unos con los otros reconocerán todos que son discípulos míos" (Jn. 13:35). Y así todos los renglones de estos mandamientos resumió en aquel que las buenas obras hechas al prójimo, se comunican sobre el mismo, y finalmente agrega: "Les aseguro que cuando dejaron de hacerlo con uno de estos pequeños, dejaron de hacerlo conmigo" (Mt 25:45). Así pues con el primer mandamiento se puede observar el segundo, y por el segundo volver al primero. Con el amor al Señor, amar al prójimo: "El que me ama, se mantendrá fiel a mis Palabra. Mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él" (Jn. 14:23). y otra vez dice el Señor: "Mi mandamiento es este: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado" (Jn. 15:12). Entonces quien ama al prójimo, cumple con el amor a Dios, cuando El acepta ese amor para sí.
San Basilio el Grande
Oh, cómo amaría, amigo de Dios, que en esta vida estéis siempre en el Espíritu Santo. "Yo os juzgaré en el estado en el que os encontrare, dijo el Señor" (Mt. 24:42). Desgracia, gran desgracia si El nos encuentra angustiados por las preocupaciones y penas terrenales, ya que, ¿quién puede soportar Su cólera, y quién puede resistirlas? Es por eso que El dijo: "Vigilad y orad para no ser inducido a la tentación" (Mc 14:38). Dicho de otra manera, vigilad para no ser privado del Espíritu de Dios, ya que las vigilias y la plegaria nos dan Su gracia.
Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración es la única práctica que está siempre a nuestra disposición. ¿Tenéis, por ejemplo, deseo de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o el oficio terminó? ¿Tenéis deseos de hacer limosna, pero no veis a un pobre, o carecéis de dinero? ¿Deseáis permanecer virgen, pero no tenéis bastante fuerza para esto por causa de vuestras inclinaciones o debido a las asechanzas del enemigo que por la debilidad de vuestra humanidad no os permite resistir? ¿Pretendéis, tal vez, encontrar una buena acción para practicarla en Nombre de Cristo, pero no tenéis bastante fuerza para esto, o la ocasión no se presenta? En cuanto a la oración, nada de todo esto la afecta: cada uno tiene siempre la posibilidad de orar, el rico como el pobre, el notable como el hombre común, el fuerte como el débil, el sano como el enfermo, el virtuoso como el pecador.
Se puede juzgar el poder de la plegaria que brota de un corazón sincero, incluso siendo pecador, por el siguiente ejemplo narrado por la Tradición Santa: A pedido de una desolada madre que acababa de perder a su hijo único, una cortesana que la encuentra en su camino, afligida por la desesperación maternal, osa gritar al Señor, mancillada como estaba aún por sus propios pecados: "No es por mí, pues soy una horrible pecadora, sino por causa de las lágrimas de esta madre llorando a su hijo, y creyendo firmemente en Tu misericordia y en Tu Todo-poder, que te pido: resucítalo, Señor!" Y el Señor lo resucitó. Tal es, amigo de Dios, el poder de la oración. Más que ninguna otra cosa, ella nos da la gracia del Espíritu de Dios y, sobre todo, está siempre a nuestra disposición. Bienaventurados seremos cuando Dios nos encuentre vigilantes, en la plenitud de los dones de Su Espíritu Santo. Entonces podremos esperar gozosos el encuentro con Nuestro Señor, que riega revestido de poder y de gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y para dar a cada uno su merecido.
San Serafín de Sarov
Muchos padres, amando en forma errónea a sus hijos, les causan un daño espiritual. por. ej., la madre por excesivo amor a su hijo, abrazándolo y besándolo, le dice: "que maravilloso niño eres" o "Tu — el muchacho mejor del mundo," etc. De esto, el pequeño desde muy temprano (a la edad que no puede tener todavía plena conciencia), asimila una elevada opinión de si mismo, que él es el mejor y más inteligente de todos. Por eso él, naturalmente, no siente necesidad de la gracia Divina y no sabe pedir ayuda a Dios. Así, desde la temprana infancia, en el alma del niño se fija una pétrea presunción, que nunca podrá superar y la llevará consigo a la tumba.
El mal esta en que los primeros en sufrir esta soberbia son los mismos padres. Realmente, los niños de tales padres no van a escuchar tranquilamente sus enseñanzas, estando seguros de que lo saben todo mejor que ellos. Por eso, los padres deben ser muy cuidadosos con el desarrollo espiritual de sus hijos, ya que son responsables no solo por si mismos, sino también por ellos.
Los consejos útiles del Starez para los confesores y los padres: "El arbolito se ata con un pasto suave y no con un alambre, sino se daña la corteza y se seca. La limitación de un niño o novicio debe ser suave y bondadosa para que no se seque espiritualmente." "Un joven vivaz y egoísta no debe ser amansado bruscamente por su maestro, sino le saldrán muchas ramas, como pasa con un árbol joven y lleno de jugo, si le cortan muchas ramas. En el tiempo cuando tu árbol espiritual es pequeño y sus ramas bajas, acepta con alegría el cerco espiritual y los lazos de limitación, para que no sea vulnerado por las cabras y hecho inservible. Hay que crear la paciencia para crecer espiritualmente, gustar de tus propios frutos y refrescarte en tu sombra."
El Starez dijo: "El único valor en la vida — es la familia. Apenas perecerá la familia — perecerá también el mundo. Muestra tu amor, en primer termino, a tu familia... Cuando sea destruida la familia, será destruido todo, el sacerdocio y el monaquismo."
En nuestro tiempo se habla mucho de magia, por eso representa particular interés un relato del Starez, que yo cito aquí, según lo anotó un visitante: "El niño puede ser sometido a influencias demoníacas, pero si es puro, el diablo no lo puede tentar. Pero, cuando el niño comienza a desobedecer a sus padres y deja de ser sincero, de él se aleja la gracia Divina. Hay que saber, que los demonios incitan el hombre para el mal desde afuera. Pero para que ellos puedan entrar en él, el hombre debe darles pretexto serio. En otra forma no pueden hacer nada. Para que lo entiendan, les relataré un caso característico con una maestra de 40 años y su alumno de 15 años. Sobre este caso ella mismo me escribió hace poco. Ella era soltera, lo que se llama "solterona," y le entró una ardiente pasión impura hacia un alumno de secundaria de 15 años. Ella se dirigió a un mago para que le ayude. Pero como el niño era puro, el mago no pudo hacer nada, y por eso le aconsejó arrastrarlo al pecado, entonces la magia encontrará su lugar en él, o sea, encontrará abierta al puerta de su alma para hacer con él lo que quiera. Ella llevó al niño a su casa, lo sedujo y lo hizo pecar. El diablo, enseguida, aprovechó el momento propicio y entró en él. Desde ese momento, el niño, poseído por las fuerzas del mal, se debilitó, se enfermó y estuvo cerca de la muerte. No quería leer, ni ir a la escuela, ni comer, ni hacer nada. Y ahora, ella, esta mujer diabólica, me escribe que está muy triste por el niño que se encuentra en ese estado, y quiere que yo ore por él. Pero, por otro lado, ella no desea perderlo. Si fuera asi, y a pesar de que yo nunca toqué a nadie, ni con un dedo, le arrancaría todos sus cabellos, uno por uno, por el mal que le hizo al niño."
El Starez dijo: "Nunca juzguemos a nadie cuando veamos a alguien caer en pecado; lloremos y pidamos a Dios perdonarlo. Si vamos a juzgar los errores de otros, esto va a significar, que nuestra vista del alma todavía no está limpia. El que ayuda a su prójimo, recibe la ayuda de Dios. El que condena a su prójimo con envidia y cólera, tiene a Dios, como juez. Nunca juzguemos. Vamos a considerar a todos santos, y solo nosotros mismos — pecadores. La condena puede ser no solo con palabras, sino, con la mente y la disposición interior del corazón. La disposición interna da el tono a nuestros pensamientos y palabras. De cualquier manera, para nosotros es mejor ser contenidos en nuestras opiniones para no caer en vituperio, en otras palabras, vamos a evitar a acercarnos al fuego, sino, o nos quemamos, o nos llenamos de hollín. La mejor cosa es condenarsa si mismos y dejar de ocuparnos de otros."
Los Santos Padres nos dicen que debemos ser muy cuidadosos con las visiones, ya que pueden proceder también del maligno, y para no caer en la tentación, debemos distinguir ¡el bien del mal! Por ejemplo, ellos dicen, que la luz Divina es blanca, en cambio, la luz del maligno — es roja.
También dicen los Santos Padres, que el Ángel de Dios emana alegría, en cambio el maligno, tomando aspecto de un ángel, trae inquietud. ¿Pero qué hace el espíritu maligno? El excita el corazón con alegría carnal y seduce al hombre, que no había experimentado aún el regocijo celestial divino. Lo seduce con la alegría carnal, para que él no pueda distinguir la alegría verdadera de la falsa. Por eso hace falta considerar las visiones como lo enseñan los Santos Padres y no con propias explicaciones lógicas.
A menudo, vemos a novicios de los grandes maestros, que no pueden evidenciar la opinión que tiene el confesor de ellos; a pesar de haber vivido al lado de él muchos años, y leer sus escritos claros y escritos en idioma contemporáneo.
San Paisio
Amar a Dios no necesita maestro. Así como sin algún aprendizaje nos alegramos de la luz, y deseamos el bien. La misma naturaleza enseña a amar a los padres, aquellos que nos educaron y nos alimentaron. Así lo mismo, en una manera muy superior y no de alguien, aprendemos a amar a Dios. Desde el nacimiento hay en nosotros como una semilla, una fuerza espiritual, una inclinación, una capacidad para el amor. En la escuela de los mandamientos de Dios esta fuerza del alma se desarrolla, se alimenta y, por gracia de Dios, llega a la perfección... Pues es necesario saber que el amor a Dios es una virtud, pero ella con su fuerza abraza y cumple todos los mandamientos: "Jesús les respondió: El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabra. Mi padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a el y viviremos en él" (Jn. 14:23). Otra vez repite: "En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los Profetas" (Mt. 22:40). Así pues por la naturaleza humana, los hombres aspiran a cosas hermosas y buenas, y no hay algo mejor, más hermoso, que el bien: Dios es el mismo bien. Por eso el que desea el bien, desea a Dios. Aunque nosotros no conoceremos como El es bueno, pero ya el saber que El nos creó es suficiente, para que lo amemos por sobre todo y continuamente estemos unidos a El, como los hijos están unidos a su madre.
Si tenemos una natural unión y amor a nuestros bienhechores y tratamos de agradecerles, ¿entonces que decir de los dones espirituales? Ellos son tan importantes, que es imposible valorizarlos y cada uno de ellos es suficiente para obligarnos a un total agradecimiento hacia el Dador.
El nos redimió de la maldición, siendo El, por nosotros, maldición (Gá. 3:13). El asumió sobre sí la peor muerte, para devolvernos la vida gloriosa. Y no siendo suficiente para El dar la vida por nosotros, El nos dio todavía la gloria de su naturaleza y nos preparo la vida en la eternidad, donde la felicidad supera todo entendimiento humano.
San Basilio el Grande
El que sube por una montaña por primera vez necesita seguir un camino conocido, y necesita tener con él, como compañero y guía, a alguien que haya estado subiendo antes y esté familiarizado con el camino. Servir como tal compañero y guía es precisamente el rol del “Abba” o padre espiritual, a quien los griegos llaman “geronta” y los rusos “staretz”, un título que en ambas lenguas significa “hombre anciano” o “padre” (1).
La importancia de obedecer a un geronta está subrayada desde la aparición del monasticismo en el oriente cristiano. San Antonio de Egipto decía: “Conozco a muchos monjes que cayeron después de mucho esfuerzo y se desvanecieron en la locura, porque confiaron en su propio trabajo… En lo posible, para cada paso que dé un monje, para cada sorbo de agua que beba en su celda, debería confiar la decisión a los gerontas, para evitar cometer un error en lo que haga” (2).
Este es un tema constantemente enfatizado en los Apotegmata o Dichos de los padres del desierto: “Los staretz solían decir: ‘si veis a un joven monje ascendiendo al cielo por su propia voluntad, cogedlo por los pies y tirad de él, pues esto es para su provecho… si un hombre tiene fe en otro y se entrega a él en total sumisión, no necesita ocuparse en los mandamientos de Dios, sino que sólo necesita confiar su voluntad entera en las manos de su padre. Entonces estará sin mancha ante Dios, pues Dios no requiere nada de los principiantes tanto como la auto entrega por medio de la obediencia” (3).
Esta figura del staretz, tan prominente en las primeras generaciones del monasticismo egipcio, ha conservado su pleno significado hasta el día de hoy en la cristiandad ortodoxa. “Hay algo más importante que todos los libros e ideas posibles”, señala un laico ruso del siglo XIX, el eslavófilo Kireyevsky, “y este es el ejemplo del staretz ortodoxo, ante quien se puede depositar cada uno de los pensamientos y de quien se puede escuchar, no una opinión más o menos valiosa, sino el juicio de los santos padres. Alabado sea Dios, pues los staretz no han desaparecido aún de nuestra Rusia”. Y un sacerdote de la emigración rusa de nuestro propio siglo, el padre Aleksander Elchaninov (+ 1934), escribe: “Su capacidad de acción es ilimitada… son indudablemente santos, reconocidos como tales por el pueblo. Siento que en nuestros días trágicos es precisamente mediante sus medios por los que la fe sobrevivirá y será fortalecida en nuestro país” (4).
El padre espiritual como una figura “carismática”
¿Qué capacita a un hombre para actuar como un staretz? ¿Cómo y por quién es nombrado?
Para esto, hay una simple respuesta. El padre espiritual o staretz es esencialmente una figura profética y “carismática”, acreditada para su labor por la acción directa del Espíritu Santo. Es ordenado, no por la mano de un hombre, sino por la mano de Dios. Es una expresión de la Iglesia como “evento” o “suceso”, más que de la Iglesia como institución (5).
Por supuesto, hay una línea clara de demarcación entre lo profético y lo institucional en la vida de la Iglesia; cada uno deja pequeño al otro y es entrelazado con él. El ministerio del staretz, en sí mismo carismático, está relacionado con una función claramente definida en el marco institucional de la Iglesia, el oficio de sacerdote-confesor. En la tradición ortodoxa oriental, el derecho a escuchar confesiones no es concedido automáticamente en la ordenación. Antes de actuar como confesor, un sacerdote requiere la autorización de su obispo; en la Iglesia de Grecia, sólo una minoría del clero está autorizada.
Aunque el sacramento de la confesión es ciertamente una ocasión apropiada para la dirección espiritual, el ministerio del staretz no es idéntico al del confesor. El staretz da consejo, no sólo en la confesión, sino en muchas otras ocasiones; de hecho, mientras que el confesor debe ser siempre un sacerdote, el staretz puede ser un simple monje, no con las santas órdenes, o una monja, o un laico. El ministerio del staretz es profundo, porque sólo pocos sacerdotes confesores afirmarían hablar con la perspicacia y autoridad del primero.
Pero si el staretz no es ordenado o designado por un acto de la jerarquía oficial, ¿cómo se embarca en su ministerio? A veces un staretz existente designará a su propio sucesor. En esta forma, en ciertos centros monásticos como Optina, en la Rusia del siglo XIX, se estableció una “sucesión apostólica” de maestros espirituales. En otros casos, los staretz simplemente surgen espontáneamente, sin ningún acto de autorización externa. Como dijo Elchaninov, son “reconocidos como tales por el pueblo”. En la continua vida de la comunidad cristiana, se hace evidente para el pueblo creyente de Dios (el verdadero guardián de la Santa Tradición) que esta o aquella persona tiene el don de la paternidad espiritual. Entonces, de forma libre e informal, otros empiezan a acudir a él o a ella para pedir consejo y dirección.
Cabe señalar que la iniciativa proviene, como una regla, no del maestro, sino de los discípulos. Sería peligrosamente presuntuoso para alguno decir en su propio corazón o a otros: “venid y someteos a mí; soy un staretz y tengo la gracia del Espíritu Santo”. Lo que sucede más bien es que, sin que el mismo staretz haga ninguna afirmación, otros lo proclamen, buscando su consejo o pidiendo vivir permanentemente bajo su cuidado. En primer lugar, probablemente los despedirá, diciéndoles que consulten a otros. Finalmente llegará el momento en el que ya no podrá despedirlos sino aceptar su venida a él como una revelación de la voluntad de Dios. Así, son sus hijos espirituales quienes revelan al staretz mismo.
La figura de los staretz ilustra los dos niveles de interpretación con los que la Iglesia terrenal existe y funciona. Por un lado, está el nivel jerárquico, oficial y externo, con su organización geográfica en diócesis y parroquias, sus grandes centros, y su “sucesión apostólica” de obispos. Por otro lado, está el nivel interno, espiritual y “carismático”, al que pertenecen principalmente los staretz. Aquí los centros principales son, en su mayor parte, no las grandes sedes primadas y metropolitanas, sino algunas remotas ermitas en las que resplandecen algunas personalidades ricamente dotadas con los dones espirituales. Muchos staretz no han poseído un estatus exaltado en la formación jerárquica de la Iglesia; sin embargo, la influencia de un simple hieromonje como San Serafín de Sarov ha superado la de cualquier patriarca u obispo en la Ortodoxia del siglo XIX. De esta forma, junto con la sucesión apostólica del episcopado, existe la de los santos y los hombres espirituales. Ambos tipos de sucesión son esenciales para el verdadero funcionamiento del Cuerpo de Cristo, y mediante su interacción, la vida de la Iglesia se cumple en la tierra.
Huida y regreso: la preparación del staretz
Aunque el staretz no es ordenado o designado para esta tarea, ciertamente es necesario que esté preparado. El patrón clásico para esta preparación, que consiste en un movimiento de huida y regreso, debe ser claramente discernido en las vidas de San Antonio de Egipto (+356) y San Serafín de Sarov (+1833).
La vida de San Antonio cae bruscamente en dos mitades, con sus cincuenta y cinco años como punto de inflexión. Los años de su temprana madurez a la edad de cincuenta y cinco años fueron su tiempo de preparación, pasados en un aislamiento cada vez mayor del mundo mientras se retiraba cada vez más al desierto. Eventualmente pasó veinte años en un fuerte abandonado, sin encontrarse con nadie. Cuando hubo alcanzado la edad de cincuenta años, sus amigos ya no pudieron contener su curiosidad y rompieron la entrada. San Antonio salió y, “tras permanecer medio siglo de su larga vida, sin abandonar la vida de un eremita, se hizo disponible libremente a los demás, obrando como ‘médico concedido por Dios a Egipto’”. Fue amado por todos, añade su biógrafo, San Atanasio, “y todos deseaban ‘tenerlo como su padre’” (6). Observa que la transición de un anacoreta recluido a padre espiritual surgió, no por ninguna iniciativa por parte de San Antonio, sino por medio de la acción de los demás. Antonio era un monje laico, nunca ordenado al sacerdocio.
San Serafín siguió un camino similar. Tras quince años pasados en la vida ordinaria de la comunidad monástica, como novicio, monje profeso, diácono y sacerdote, se retiró durante treinta años a la soledad y al casi total silencio. Durante la primera parte de este periodo, vivió en una cabaña en un bosque; en un momento dado pasó mil días en el tronco de un árbol y mil noches de sus días sobre una roca, entregándose él mismo a la oración incesante. Llamado nuevamente por su higumeno al monasterio, obedeció el mandato sin el menor retraso, y durante la última parte de su tiempo de soledad vivió rígidamente recluido en su celda, la cual no abandonó incluso para asistir a los oficios de la iglesia; los domingos, el sacerdote le traía la comunión a la puerta de su celda. Aunque era un sacerdote no celebraba la liturgia. Finalmente, en los últimos ocho años de su vida, terminó su reclusión, abriendo las puertas de su celda y recibiendo a todo el que venía. No hacía nada para darse notoriedad o para convocar a la gente; fueron los demás los que tomaron la iniciativa de acercarse a él, pero cuando acudían (algunas veces cientos o incluso miles en un mismo día) no los enviaba de vuelta.
Sin esta intensa preparación ascética, sin este vuelo radical a la soledad, ¿podrían San Antonio o San Serafín haber actuado en el mismo grado como guía para los de su generación? No, pues se retiraron con el fin de llegar a ser maestros y guías de los demás. “Huyeron, no para prepararse a sí mismos para alguna otra tarea, sino como un deseo consumado de estar a solas con Dios. Dios aceptó su amor, pero los envió de vuelta como instrumentos de sanación para el mundo, del que habían escapado. Aunque no los hubiera enviado de vuelta, su huída habría sido supremamente creativa y valiosa para la sociedad, pues el monje ayuda al mundo, no principalmente por lo que haga o diga, sino por lo que es, por el estado de oración incesante que se ha apoderado de su ser más íntimo. Aunque San Antonio y San Serafín no hicieron más que rezar en soledad, estuvieron sirviendo así a sus fieles al más alto grado. Sin embargo, como resultado de esto, Dios ordenó que también deberían servir a otros de una forma más directa. Pero este servicio directo y visible fue esencialmente una consecuencia del servicio invisible que hicieron con su oración.
“Adquirid paz interior”, decía San Serafín, “y una multitud de hombres a vuestro alrededor encontrará su salvación”. Tal es el rol del padre espiritual. Estableceos en Dios; entonces podréis conducir a otros a su presencia. Un hombre debe aprender a estar sólo, debe escuchar en el silencio de su propio corazón la voz sin palabras del Espíritu Santo, y descubrir así la verdad sobre sí mismo y sobre Dios. Así, su labor con otros será una palabra poderosa, porque será una palabra en el silencio.
Lo que Nikos Kazantzakis decía del almendro es cierto también para los staretz: “Le dijo al almendro: ‘Hermano, háblame de Dios’, y el almendro floreció”.
Formado por el encuentro con Dios en soledad, el staretz es capaz de sanar por su sola presencia. Él guía y forma a otros, no por medio de palabras y consejos, sino por su compañerismo, por la vida y el ejemplo específico que estable, en una palabra, por el florecimiento como el almendro. Él enseña tanto por su silencio como por su discurso. Abba Teófilo, el arzobispo, visitó una vez Scetis, y cuando los hermanos se reunieron, le dijeron a Abba Pambo: “Di una palabra al padre para que pueda ser edificado”. El anciano les dijo: “Si no es edificado por mi silencio, no será edificado por mi conversación” (8). Se cuenta una historia de San Antonio con la misma moral. “Los tres padres tenían la costumbre de visitar al bendito Antonio una vez al año, y dos de ellos solían preguntarle cosas sobre sus pensamientos (logismoi) y sobre la salvación de sus almas, pero el tercero permanecía en completo silencio, sin hacer preguntas. Tras una larga espera, Abba Antonio le dijo: “Mira, tienes el hábito de acudir a mí en todo este tiempo, y sin embargo, no me haces preguntas”. Y el otro replicó: “Padre, me es suficiente sólo con mirarte” (9).
El viaje real de los staretz no es espacialmente en el desierto, sino espiritualmente en el corazón. La soledad externa, si bien es útil, no es indispensable, y un hombre puede aprender a permanecer sólo ante Dios, mientras aún continúa llevando una vida de servicio activo en medio de la sociedad. Se le dijo a San Antonio de Egipto que un médico, en Alejandría, era su igual en logros espirituales: “En la ciudad hay alguien igual que tú, un médico de profesión, que da todo su dinero a los necesitados, y todo el tiempo canta el himno Tres veces Santo con los ángeles” (10). No se nos dice cómo llegó esta revelación a San Antonio, ni cuál era el nombre del médico, pero una cosa está clara. La oración incesante del corazón no es monopolio de los solitarios; la vida mística y “angélica” es posible tanto en la ciudad como en el desierto. El médico alejandrino cumplió el viaje interior sin romper su vínculo exterior con la comunidad.
Hay también otros muchos casos en los que la huída y regreso no se distinguen claramente en la secuencia temporal. Tomemos, por ejemplo, el caso del joven contemporáneo de San Serafín, el obispo San Ignacio Briantchaninov (+1867). Formado originalmente como un oficial de la armada, fue designado a la temprana edad de 26 años para hacerse cargo de un monasterio influyente cerca de San Petersburgo. Su propia formación monástica había durado poco más de cuatro años antes de ser situado en una posición de autoridad. Después de 24 años como abad, fue consagrado obispo. Cuatro años después renunció, para pasar el resto de los seis años de su vida como eremita. Aquí, precedió un periodo de activo trabajo pastoral al periodo de reclusión anacoreta. Cuando fue nombrado abad, seguramente se sintió muy mal preparado. Su retiro secreto al corazón se llevó a cabo durante los muchos años en que administró un monasterio y una diócesis, pero no recibió una expresión exterior hasta casi el final de su vida.
Los tres dones del padre espiritual
Tres dones, en particular, distinguen al padre espiritual. El primero es visión y discernimiento (diakrisis), la habilidad para percibir intuitivamente los secretos del corazón de otro, para entender las profundidades ocultas de las que el otro no se da cuenta. El padre espiritual penetra por debajo de los gestos convencionales y las actitudes que podamos ocultar de nuestra verdadera personalidad a los otros y a nosotros mismos, y además de todas estas trivialidades, llega a aferrarse con la única persona hecha a imagen y semejanza de Dios. Su poder es espiritual más que físico; no es simplemente una especie de percepción extra sensorial o clarividencia santificada sino el fruto de la gracia, que presupone la oración concentrada y una lucha ascética sin tregua.
Con este don de la visión llega la habilidad de usar las palabras con poder. Ante cada persona que viene ante él, el staretz sabe (inmediata y específicamente) qué es lo que el individuo necesita escuchar. Hoy, estamos inundados de palabras, pero la mayor parte de ellas no son conspicuamente palabras poderosas (12). El staretz usa pocas palabras, y a veces ninguna, pero por estas pocas palabras o por su silencio, es capaz de alterar la dirección total de la vida de un hombre. En Betania, Cristo usó sólo tres palabras: “Lázaro, ven fuera” (Juan 11:43, Straubinger) y estas tres palabras, dichas con poder, fueron suficientes para devolver al muerto la vida. En una era en la que el lenguaje se ha trivializado desgraciadamente, es vital redescubrir el poder de la palabra, y esto significa redescubrir la naturaleza del silencio, no sólo como una pausa entre palabras sino como una de las primeras realidades de la existencia. Muchos maestros y predicadores hablan demasiado; el staretz se distingue por una economía austera del lenguaje.
Pero para que una palabra tenga poder, es necesario que exista no sólo el que habla con la genuina autoridad de la experiencia personal, sino también el que escuche con atención y entusiasmo. Si alguien pregunta a un staretz sólo por simple curiosidad, es probable que obtenga poco beneficio, pero si se acerca al staretz con fe ardiente y profunda hambre, la palabra que escuche podrá transfigurar su ser. Las palabras de los staretz son en su mayoría simples en expresiones verbales y desprovistas de artificio literario; para los que las leen de una forma superficial, podrán parecer inmaduras y banales.
El don de la visión del padre espiritual es ejercida principalmente por medio de la práctica conocida como “revelación de los pensamientos” (logismoi). En el temprano monasticismo oriental, el joven monje solía acudir diariamente a su padre y exponía ante él los pensamientos que venían a él durante el día. Esta revelación de los pensamientos incluye más que una confesión de los pecados, pues el novicio también habla de aquellas ideas e impulsos que pueden parecerle inocentes, pero que el padre espiritual puede discernir como peligrosos secretos o signos significativos. La confesión es retrospectiva, pues se ocupa de los pecados que ya han sido cometidos; por otro lado, la divulgación de los pensamientos es preventiva, pues pone al descubierto nuestros logismoi antes de que conduzcan al pecado y así los priva de su poder para dañar. El propósito de la revelación no es jurídico, ni para garantizar la absolución de la culpa, sino el auto conocimiento, para que cada uno pueda verse a sí mismo como es verdaderamente (13).
Dotado con discernimiento, el padre espiritual no se limita a esperar a que una persona se revele a sí misma, sino que le muestra los otros pensamientos ocultos en él. Cuando la gente venía a San Serafín de Sarov, a menudo contestaba a sus dificultades antes de que tuvieran tiempo de poner sus pensamientos ante él. En muchas ocasiones la respuesta parecía al principio un poco irrelevante, e incluso absurda e irresponsable, por lo que San Serafín respondía que no era la pregunta que su visitante tenía conscientemente en su mente, sino la que debería haber preguntado. En todo esto, San Serafín confiaba en la luz interior del Espíritu Santo. Lo veía importante, según explicaba, no ejercitarse con antelación en rol que iba a emprender; en ese caso, sus palabras representarían sólo su propio juicio humano que bien podría estar equivocado, y no el juicio de Dios.
A ojos de San Serafín, la relación entre el staretz y el hijo espiritual es más fuerte que la muerte, y por lo tanto instaba a sus hijos a continuar su revelación de pensamientos con él incluso tras su partida a la otra vida. Estas son las palabras que, por su propio mandato, fueron escritas en su tumba: “Cuando esté muerte, venid a mi, a mi tumba, y cuanto más, mejor. Sea lo que sea que esté en tu alma, lo que te haya sucedido, venid a mi como cuando estaba vivo, y arrodillados en el suelo, verted toda vuestra amargura en mi tumba. Decídmelo todo y os escucharé, y toda la amargura se alejará de vosotros. Y así como hablabais conmigo cuando estaba vivo, haced así ahora. Pues estoy vivo, y lo estaré por siempre”.
El segundo don del padre espiritual es la habilidad para amar a otros y hacer el sufrimiento de otros el suyo propio. De Abba Pimen, uno de los más grandes staretz egipcios, se registró breve y simplemente: “Tenía amor, y muchos venían a él” (14). Tenía amor: esto es indispensable en toda la paternidad espiritual. Con ilimitado conocimiento de los secretos de los corazones de los hombres, si carece de amor, no sería creativo, sino destructivo, y el que no pueda amar a los demás tendrá poco poder para sanarlos.
El amar a otros supone sufrir con y por ellos; tal es el sentido literal de la compasión. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6:2, Straubinger). El padre espiritual es “el único que por excelencia lleva las cargas de los otros”. Dostoievsky escribe en Los hermanos Karamazov: “Un staretz es el que toma tu alma, tu voluntad, sobre su alma y su voluntad…”. No le es suficiente con ofrecer consejo. También se le requiere cargar el alma de sus hijos espirituales sobre su propia alma, sus vidas en su vida. Su labor es rezar por ellos, y es más importante para ellos su constante intercesión por ellos, en su nombre, que cualquier palabra o consejo (15). Así mismo, su labor es asumir sus penas y sus pecados, llevar su culpa sobre él mismo, y responder por ellos en el Juicio Final.
Todo esto se hace manifiesto en el primer documento de dirección espiritual oriental, el Libro de Barsanufio y Juan, que engloba algunas de las 850 preguntas dirigidas a los dos ancianos palestinos del siglo VI, junto con sus respuestas escritas. Así, Barsanufio insistía a sus hijos espirituales: “Como Dios mismo sabe, no hay un segundo o una hora en la que no os tenga en mi mente y en mis oraciones… Cuido de vosotros más que vosotros mismos… Con sumo gusto daría mi vida por vosotros”. Esta es su oración a Dios: “Oh Maestro, dirige a mis hijos contigo, a tu Reino, o elimíname también del Tu libro”. Retomando el tema de llevar las cargas de los otros, Barsanufio afirma: “Llevo vuestras cargas y vuestras ofensas… Os habéis convertido en hombres sentados bajo un árbol con sombra… Asumo vuestra sentencia condenatoria, y por la gracia de Cristo, no os abandonaré, ni en este siglo, ni en el siglo venidero” (16).
Los lectores de Charles Williams recordarán el principio del “amor sustituto”, que juega un papel central en Descendiendo al infierno. La misma línea de pensamiento se expresa en el staretz Zósimo, de Dostoievsky: “Sólo hay un camino de salvación, y es hacerse responsable de los pecados de los hombres… Hacerse uno mismo responsable con toda sinceridad y por todos”. La habilidad de los staretz de soportar y alentar a otros está medida por su disposición para adoptar este camino de salvación.
Sin embargo, la relación entre el padre espiritual y sus hijos no es unilateral. A pesar de que lleva el peso de sus culpas sobre él mismo y responde por ellos ante Dios, no puede hacer esto de manera efectiva, a menos que ellos mismos se esfuercen con todo su corazón por su propia salvación. Una vez, acudió un hermano a San Antonio de Egipto y le dijo: “Reza por mí”, pero el anciano le respondió: “No voy a tener piedad de ti, ni Dios, a menos que hagas un pequeño esfuerzo por tu parte” (17).
Cuando se considera el amor de un staretz por los que están bajo su cuidado, es importante dar un sentido completo a la palabra “padre” en el título “padre espiritual”. Así como un padre y sus hijos, en una familia ordinaria, deberían estar unidos en amor mutuo, así debe ser también en la familia “carismática” de los staretz. Es principalmente una relación en el Espíritu Santo, y mientras que la fuente de la afección humana no se suprime insensiblemente, debe ser contenida dentro de los límites. Se cuenta cómo un joven monje cuidaba de su padre espiritual, que estuvo gravemente enfermo durante doce años sin interrupción. Ni una sola vez en este periodo se lo agradeció este anciano, ni tan siquiera le dirigió una sola palabra bondadosa. Sólo en su lecho de muerte, el anciano señala a la asamblea de hermanos: “Es un ángel y no un hombre” (18). La historia es válida como indicación de la necesidad por un destacamento espiritual, pero tal incomprensible supresión de muestras de afección externa no es típica de los Dichos de los padres del desierto, y menos aún de Barsanufio y Juan.
Un tercer don del padre espiritual es el poder de transformar el entorno humano, tanto el material como el inmaterial. El don de la curación, poseído por muchos staretz, es un aspecto de este poder: muy generalmente, los staretz ayudan a sus discípulos a percibir el mundo como Dios lo creó y como Dios desea una vez más que sea. “¿Podéis regocijaros por las obras de vuestro Padre?”, se pregunta Thomas Traherne. “Él mismo está en todo”. El verdadero staretz es el que discierne esta presencia universal del creador en todo lo creado, y asiste a los otros para discernirlo. En palabras de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran puras, todo aparecería ante el hombre tal y como es, infinito”. Así, para el hombre que mora en Dios, no hay nada infame y trivial: lo ve todo con la luz del Monte Tabor. “¿Qué es un corazón misericordioso?”, se pregunta San Isaac el Sirio. “Es un corazón que arde con amor ‘por toda la creación, por los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando un hombre con tal corazón como este piensa en las criaturas o las mira, sus ojos se llenan de lágrimas; una compasión abrumadora hace crecer su corazón, pequeño y humilde, y no puede soportar escuchar o ver ningún sufrimiento, incluso la más pequeña pena infligida a cualquier criatura. Por lo tanto, nunca cesa de orar con lágrimas, incluso por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad, y por aquellos que le hacen mal, pidiendo para que puedan ser guardados y recibidos en la misericordia de Dios. Y también reza por los reptiles con una gran compasión, que crece sin cesar en su corazón hasta que brilla nuevamente y es glorioso como Dios” (19).
Un amor que lo abarca todo, como el del staretz Zósimo de Dostoievski, transfigura su objeto, haciendo el entorno humano transparente, para que las energías increadas de Dios brillen por medio de él. Una visión momentánea de lo que esta transfiguración envuelve se proporciona por la célebre conversación entre San Serafín de Sarov y Nicolás Motovilov, su hijo espiritual. Caminaban por el bosque un día de invierno y San Serafín hablaba sobre la necesidad de adquirir el Espíritu Santo. Esto condujo a Motovilov a preguntar cómo puede un hombre conocer con certeza que está “en el Espíritu de Dios”:
Entonces el Padre Serafín me tomó por los hombros y apretándolos muy fuerte dijo:
- Los dos estamos, tú y yo, en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?
- No puedo, Padre, miraros. Rayos brotan de vuestros ojos. Vuestro rostro se tornó más luminoso que el sol. Tengo mal los ojos.
El Padre Serafín dijo: No tengáis temor, amigo de Dios. También vos os habéis tornado luminoso como yo. También estáis presente en la plenitud del Espíritu Santo, de otro tundo no habríais podido verme.
Inclinando su cabeza hacia mi, él me dijo al oído: Agradezcamos al Señor el habernos acordado esta gracia indecible, por la cual, como habéis visto, ni siquiera hice la señal de la cruz, sino, apenas oré, con mi pensamiento en el corazón: “Señor, hacedme digno de ver claramente, con los ojos de la carne, el descenso del Espíritu Santo, como Tus servidores selectos, cuando Te dignas aparecer ante ellos en la magnificencia de Tu gloria.” E inmediatamente Dios acogió la humilde plegaria del miserable Serafín. ¿Cómo no agradecerle por este extraordinario don que nos acuerda a los dos? No siempre Dios manifiesta de este modo Su gracia a los grandes eremitas. Como una madre amante, esta gracia consuela vuestro corazón afligido, ante la plegaria de la misma Madre de Dios. ¿Pero por qué no me miráis a los ojos? Osad mirarme sin temor, Dios está con nosotros.
Después de esas palabras, alcé mis ojos hacia él y, nuevamente, un gran temor se apoderó de mi. Imaginaos el rostro de un hombre que os habla envuelto por los rayos del sol del mediodía. Veis el movimiento de sus labios, la expresión cambiante de sus ojos, escucháis el sonido de su voz, sentís la presión de sus manos sobre vuestros hombros, pero al mismo tiempo no percibís sus manos, ni su cuerpo ni el vuestro, nada más que una brillante luz que se propaga alrededor, a una distancia de muchos metros, aclarando la nieve que recubre la pradera y cae sobre el gran staretz y sobre mí mismo (20).
Obediencia y libertad
Tal es la gracia de Dios, los dones de los staretz. Pero, ¿qué decir sobre el hijo espiritual? ¿Cómo contribuye a la mutua relación entre padre e hijo en Dios?.
Brevemente, lo que ofrece es su completa e incuestionable obediencia. Como clásico ejemplo, está la historia en los Dichos de los padres del desierto de un monje al que se le dijo que plantara un palo seco en la arena del desierto y que lo regara diariamente. La fuente estaba tan distante de su celda que tenía que salir por la tarde para recoger el agua y sólo regresaba a la mañana siguiente. Durante tres años cumplió pacientemente el mandato de su Abba. Al final de este tiempo, repentinamente el palo floreció y dio fruto. El Abba recogió el fruto, lo llevó a la iglesia, e invitó a los monjes a comer, diciendo: “Comed y probad el fruto de la obediencia” (21).
Otro ejemplo de obediencia es el monje Marcos que fue convocado por su Abba, mientras copiaba un manuscrito, y tan inmediata fue su respuesta que incluso no completó el circulo de la letra que estaba escribiendo. En otra ocasión, mientras caminaban juntos, su Abba vio un pequeño cerdo; probando a Marcos, le dijo: “¿Ves aquel búfalo, hijo mío?. Sí, padre”, replicó Marcos. “¿Y ves qué poderosos cuernos tiene?. Sí, padre”, respondió una vez más sin demora (22). Abba José de Panefo, siguiendo una política similar, probó la obediencia de sus discípulos asignándoles tareas ridículas, y sólo si las cumplían les daba entonces mandatos sensibles (23). Otro staretz instruyó a su discípulo para robar cosas de las celdas de sus hermanos (24); sin embargo, otro le dijo a su discípulo (que no había sido del todo sincero con él) que lanzara a su hijo al horno (25).
Tales historias son propensas a dar una impresión un tanto ambivalente al lector moderno. Parecen reducir al discípulo a un nivel infantil o infrahumano, privándole de todo poder de juicio y elección moral. Con indignación nos preguntamos: ¿Es esta “la libertad de la gloria de los hijos de Dios”? (Romanos 8:21, Straubinger).
Se deben señalar aquí tres puntos. En primer lugar, la obediencia ofrecida por el hijo espiritual a su Abba no está forzada sino que es voluntaria y dispuesta. Es la labor del staretz tomar nuestra voluntad sobre la suya, pero sólo puede hacer esto si por nuestra propia libre elección la ponemos en sus manos. No rompe nuestra libertad, sino que la acepta de nosotros como un don. Una sumisión que es forzada e involuntaria, está desprovista obviamente de valor moral; el staretz pide a cada uno que ofrezca a Dios su corazón, no sus obras externas.
La naturaleza voluntaria de la obediencia está vívidamente enfatizada en la ceremonia de la tonsura en el rito ortodoxo de la profesión monástica. Las tijeras son situadas sobre el Libro de los Evangelios, y el novicio debe cogerlas y entregárselas al abad. El abad inmediatamente las pone sobre el Libro de los Evangelios. De nuevo, el novicio coge las tijeras, y de nuevo se vuelven a poner en el Evangelio. Sólo cuando el novicio coge por tercera vez las tijeras, el abad procede a cortar el pelo. A partir de entonces, el monje no tendrá derecho a decir al abad o a sus hermanos: “Mi personalidad es restringida y suprimida en el monasterio; me habéis privado de mi libertad”. Nadie le ha quitado su libertad, pues fue él mismo quien cogió las tijeras y las puso tres veces en las manos del abad.
Pero este ofrecimiento voluntario de nuestra libertad es, obviamente, algo que no puede ser hecho una vez y para siempre, por un simple gesto; debe ser un ofrecimiento continuo, que exceda toda nuestra vida; nuestro crecimiento en Cristo está medido precisamente por el grado creciente de nuestra auto entrega. Nuestra libertad debe ser ofrecida cada nuevo día y a cada hora, en constantes formas diferentes, y esto significa que la relación entre el staretz y el discípulo no es estática, sino dinámica, no inmóvil, sino infinitamente diversa. Cada día y a cada hora, bajo la guía de su Abba, el discípulo se enfrentará a nuevas situaciones, pidiendo una respuesta diferente, una nueva clase de auto entrega.
En segundo lugar, la relación entre el staretz y el hijo espiritual no tiene una, sino dos caras. Así como el staretz permite a los discípulos verse a sí mismo como son realmente, así es el discípulo quien se revela al staretz mismo. En muchas instancias, un hombre no se da cuenta de que es llamado a ser un staretz hasta que otros vienen a él y le insisten que los ponga bajo su guía. Esta reciprocidad continúa mediante la relación entre los dos. El padre espiritual no posee un programa exhaustivo, cuidadosamente elaborado con antelación e impuesto de la misma forma para todos. Por el contrario, si es un verdadero staretz, tendrá una palabra diferente para cada uno; y puesto que la palabra que da está en el nivel más bajo, no siendo la suya, sino la del Espíritu Santo, no conoce de antemano la palabra que dará. El staretz actúa sobre la base, no de unas reglas abstractas, sino de unas situaciones humanas concretas. Él y su discípulo entran en cada situación juntos, sin saber ninguno de ellos cuál será el resultado, sino esperando la iluminación del Espíritu Santo. Cada uno de ellos, tanto el padre espiritual como el discípulo, deben aprender a medida que avanzan.
La mutualidad de su relación se indica por ciertas historia de los Dichos de los padres del desierto, donde un indigno Abba tenía un hijo espiritual mucho mejor que él. El discípulo, por ejemplo, descubre a su Abba en el pecado de fornicación, pero finge no haber sabido nada y permanece bajo su cargo; y así, por la paciente humildad de su nuevo discípulo, el padre espiritual fue conducido al arrepentimiento y a una nueva vida. En tal caso, no es el padre espiritual quien ayuda al discípulo, sino al revés. Obviamente, tal situación se aleja de la norma, pero indica que el discípulo es llamado a dar tanto como para recibir.
En realidad, la relación no es a dos bandas, sino triangular, ya que, además del staretz y del discípulo hay también un tercer participante, Dios. Nuestro Señor insistió en que no deberíamos llamar a ningún hombre “padre”, pues sólo tenemos un Padre, que está en el cielo (Mateo 13:8-10). El staretz no es un juez infalible o un tribunal de última instancia, sino un ferviente seguidor del Dios vivo, no un dictador, sino un guía y compañero en el camino. El único y verdadero “director espiritual”, en el sentido pleno de la palabra, es el Espíritu Santo.
Esto nos lleva al tercer punto. En la tradición oriental ortodoxa en su mejor momento, el padre espiritual siempre ha tratado de evitar cualquier clase de coacción y violencia espiritual en su relación con su discípulo. Si, bajo la guía del Espíritu Santo, habla y actúa con autoridad, es con la autoridad del amor humilde. Las palabras del staretz Zósimo en Los hermanos Karamazov expresan un aspecto esencial de la paternidad espiritual: “Por algunas ideas, os quedáis perplejos, especialmente a la vista del pecado de los hombres, sin saber si combatirlas por la fuerza o por el humilde amor. Siempre decidís: ‘Combatiré por el amor humilde’. Si os decidís sobre esto de una vez por todas, podréis conquistar el mundo. El amor humilde es una fuerza terrible; es más fuerte que todas las cosas y no hay nada igual a él”.
Ansiosos por evitar toda restricción mecánica, muchos padres espirituales del oriente cristiano rechazaron otorgar a sus discípulos una regla de vida, una serie de mandatos externos para que se aplicaran automáticamente. En palabras el contemporáneo monje rumano, el staretz no es “un legislador, sino un mistagogo” (26). Guía a otros, no imponiendo sus reglas, sino compartiendo su vida con ellos. Un monje le dijo al Abba Pimen: “Algunos hermanos han venido a vivir conmigo; ¿quieres que les de órdenes?. ‘No’, dijo el anciano. El monje persistió: ‘Pero padre, ellos mismos quieren que les dé ordenes’. ‘No’, repitió Pimen: ‘Sé un ejemplo para ellos, pero no un legislador” (27). La misma moral surge de la historia de Isaac el sacerdote. Como un joven hombre, permaneció en primer lugar con Abba Kronis y después con Abba Teodoro de Ferme, pero ninguno de ellos le dijo qué tenía que hacer. Isaac se quejaba a los otros monjes y ellos vinieron le reprobaron ante Teodoro. “Si lo desea”, respondió Teodoro finalmente, “dejadle hacer lo que me ve hacer” (28). Cuando se le pidió a Barsanufio que otorgara una norma detallada de vida, se negó, diciendo: “No quiero que estéis bajo la ley, sino bajo la gracia”, y en otras cartas, escribía: “Sabéis que nunca he impuesto cadenas a nadie… No forcéis la libre voluntad de los hombres, sino más bien sembrad la esperanza, pues nuestro Señor no obliga a nadie, sino que predicó la buena nueva, y los que lo desearon, le obedecieron” (29).
No forcéis el libre albedrío de los hombres. La tarea del padre espiritual es no destruir la libertad de un hombre, sino asistirle para que vea la verdad por sí mismo; no reprimáis la personalidad de un hombre, sino hacedlo capaz de descubrirse a sí mismo, para que crezca en completa madurez y se convierta en lo que realmente es. Si en alguna ocasión el padre espiritual requiere una implícita y aparente obediencia “ciega” de un discípulo, esto no es hecho como un fin en sí mismo, ni con vistas a esclavizarlo. El propósito de esta clase de tratamiento de choque es simplemente para liberar al discípulo de su falso e imaginario “yo”, para que pueda entrar en la verdadera libertad. El padre espiritual no impone sus ideas o sus devociones, sino que ayuda al discípulo a encontrar su propia vocación especial. En palabras de un autor del siglo XVII: “El mentor no está para enseñar su propio camino, ni de echo ninguna determinada forma de oración, sino para instruir a sus discípulos sobre cómo pueden encontrar por sí mismos el camino propio… En una palabra, sólo es el siervo de Dios, y debe conducir las almas según el camino de Dios, y no según el suyo”.
En última instancia, lo que el padre espiritual da al su discípulo no es un código de regulaciones escritas u orales, ni un conjunto de técnicas de meditación, sino una relación personal. En esta relación personal, el Abba crece y cambia así como el discípulo, pues Dios está constantemente guiándolos a los dos. En alguna ocasión puede proveer a su discípulo detalladas instrucciones verbales, con respuestas precisas a preguntas específicas. En otras ocasiones fracasará dando alguna respuesta, ya sea porque no piensa que la pregunta necesite respuesta, o porque él mismo no conoce, sin embargo, la respuesta que debería darse. Pero estas respuestas (o este fracaso en responder) son siempre dadas en el marco de una relación personal. No se pueden decir muchas cosas con palabras, pero pueden transmitirse por medio de un encuentro personal directo.
En ausencia de un staretz
Y, ¿qué se debe hacer, si no encontramos un padre espiritual?
Se debe dirigir, en primer lugar, a los libros. Escrito en la Rusia del siglo V, San Nilo de la Sora lamenta la extrema escasez de padres espirituales cualificados, y sin embargo, ¡cuán frecuentes deben haber sido en aquellos días, más que en nuestros días! Nos insta a buscar diligentemente, un confiable y digno guía. “Sin embargo, si no se puede encontrar tal maestro, entonces los santos padres nos ordenas dirigirnos a las Escrituras y escuchar a nuestro Señor mismo hablando” (31). Puesto que el testimonio de las Escrituras no debería estar aislado del testimonio continuo del Espíritu en la vida de la Iglesia, el investigador también deberá leer las obras de los padres, y por encima de todo, la Filocalía. Pero hay un evidente peligro en esto. El staretz adapta su guía al estado interior de cada uno; los libros ofrecen el mismo consejo para todos. ¿Cómo puede discernir el principiante si un texto es aplicable o no a su propia situación? Incluso si no puede encontrar un padre espiritual en el sentido pleno, debería al menos intentar encontrar a alguien más experimentado que él, capaz de guiarlo en su lectura.
Es posible aprender también visitando lugares donde la divina gracia se haya manifestado y donde ha oración se haya concentrado especialmente. Antes de tomar una mayor decisión, y en ausencia de otra guía, muchos cristianos ortodoxos peregrinan a Jerusalén o al Monte Athos, o a algún monasterio o la tumba de un santo, donde pueden orar pidiendo iluminación. Esta es la forma en la que he tomado las decisiones más difíciles de mi vida.
En tercer lugar, podemos aprender de las comunidades religiosas con una tradición establecida de la vida espiritual. En ausencia de un maestro personal, el entorno monástico puede servir como gurú; podemos recibir nuestra formación de la secuencia ordenada del programa diario, con sus periodos de oración y silencio litúrgicos, con su equilibro de trabajo manual, estudio y recreo (32). Esto parece haber sido la base principal con la que San Serafín de Sarov dirigió su entrenamiento personal. Un monasterio bien organizado encarna, de forma accesible y viva, la sabiduría heredada de muchos staretz. No sólo los monjes, sino los que vienen como visitantes durante un largo o corto periodo, pueden ser formados y guiados por la experiencia de la vida comunitaria.
De hecho, no es una coincidencia que la clase de paternidad espiritual que hemos estado describiendo surgiera inicialmente en Egipto en el siglo IV, ni en las comunidades organizadas completamente por San Pacomio, sino entre los eremitas y en los centro semi eremíticos de Nitria y Scetis. En el primer caso, la dirección espiritual fue provista por Pacomio mismo, por los superiores de cada monasterio, y por los responsables de las “casas” individuales dentro del monasterio. La regla de San Benito también prevé al abad como padre espiritual, y no hay provisión de un tipo más “carismático”. Con el tiempo, por supuesto, las comunidades cenobíticas incorporaron muchas de las tradiciones de la paternidad espiritual que se desarrollaron entre los eremitas, pero la por estas tradiciones siempre se dejó sentir menos intensamente en los cenobios, precisamente porque la dirección era provista por la vida corporativa realizada dentro del marco de la orientación de la regla.
Finalmente, antes de que dejemos el tema de la ausencia de los staretz, es importante reconocer la extrema flexibilidad en la relación entre el staretz y el discípulo. Algunos pueden ver a su padre espiritual diariamente o incluso a cada hora, rezando, comiendo y trabajando con él, quizá compartiendo la misma celda, como sucedía a menudo en el desierto egipcio. Otros pueden verlo sólo una vez al mes o incluso una vez al año, mientras que otros, nuevamente, pueden visitar a un staretz tan sólo en una sola ocasión en toda su vida, y sin embargo será suficiente para ponerlos en el camino recto. Por otro lado, hay muchos tipos diferentes de padre espiritual, y quizá pocos sean taumaturgos como San Serafín de Sarov. Hay numerosos sacerdotes y laicos que, si bien carecen de los dones más espectaculares de los staretz, son ciertamente capaces de proveer a otros la orientación que necesitan.
Mucha gente imagina que no puede encontrar a un padre espiritual, porque lo esperan que sea de un tipo particular: quieren un San Serafín, y así, cierran sus ojos a los guías a los que Dios en realidad les está enviando. A menudo, sus supuestos problemas no son muy complicados, y en realidad ya saben en su corazón cuál es la respuesta. Pero no les gusta la respuesta, porque se trata de un esfuerzo paciente por su parte, y así buscan un deus ex machina que, por una simple palabra milagrosa, lo haga repentinamente todo más fácil. Tales personas necesitan ser ayudadas para entender la verdadera naturaleza de la dirección espiritual.
Ejemplos contemporáneos
En conclusión, brevemente deseo nombrar a dos staretz de nuestros propios días, a quienes he tenido la suerte de conocer personalmente. El primero es el padre Anfilogio (+1970), abad del monasterio de San Juan en la isla de Patmos, y padre espiritual de una comunidad de monjas que fundó, no lejos del monasterio. Lo que más distinguía su carácter era su gentileza, el candor de su afección, y su sentido de tranquilidad, y sin embargo, triunfante gozo. La vida en Cristo, como él la entendía, no es un yugo pesado, una carga que se lleva con resignación, sino una relación personal que se persigue con afán de corazón. Estaba firmemente opuesto a la violencia espiritual y a la crueldad. Como era típico, mientras agonizaba, se despidió de las monjas a su cuidado, instando a la abadesa a no ser demasiado severa con ellas: “Ellas lo han dejado todo para venir aquí, y por eso no deben ser infelices” (33). Cuando tuve que volver de Patmos a Inglaterra como nuevo sacerdote ordenado, insistió que allí no tenía necesidad de tener temor por nada.
Mi segundo ejemplo es el arzobispo San Juan (Maximovitch), obispo ruso de Shangai, en Europa occidental y finalmente en San Francisco (+1966). Hombre de poca altura, con el pelo enmarañado y barba, y con impedimento en su discurso, poseía el toque de un “loco en Cristo”. Desde el momento de su profesión como monje, no se volvió a tumbar en una cama para dormir por la noche; siguió trabajando y orando, arrastrando su sueño y durmiendo escasos momentos en las 24 horas. Anduvo descalzo por las calles de París, y una vez celebró una panikidia entre unas líneas de metro cerca del puerto de Marsella. La puntualidad tenía poco significado para él. Desconcertado por su comportamiento impredecible, el más convencional entre los de su rebaño a veces lo juzgaba inadecuado para el trabajo administrativo de un obispo. Pero con su total desprecio a las formalidades normales, tuvo éxito donde los demás, basándose en la influencia y experiencia mundana, habían fracasado por completo, como cuando, contra toda esperanza, y bajo la mordedura del sistema de “cuotas”, aseguró la admisión de miles de personas rusas sin hogar refugiadas en los Estados Unidos.
En una conversación privada era muy gentil, y rápidamente ganaba la confianza de los niños pequeños. Particularmente notable fue la intensidad de su intercesora oración. Cuando era posible, le gustaba celebrar la Divina Liturgia diariamente, y a menudo la liturgia duraba dos o tres veces más del tiempo normal, pues tal era la multitud de los que conmemoraba individualmente por su nombre. Cuando rezaba por ellos, nunca eran despreciados sus nombres de las largas listas, sino que siempre los mencionaba a todos. Se me contó una historia muy típica. Era su costumbre visitar cada año el monasterio de la Santa Trinidad de Jordanville, en Nueva York. Cuando se iba, después de tal visita, un monje le dio un trozo de papel con cuatro nombres de aquellos que estaban gravemente enfermos. El arzobispo Juan recibía miles y miles de peticiones de oración en el transcurso de cada año. A su regreso al monasterio un año después, le hizo una señal al monje, y para sorpresa de este, del fondo de la rasa del arzobispo Juan salió un trozo idéntico de papel, ahora arrugado y roto. “Recé por tus amigos”, dijo, “pero dos de ellos” (y señaló sus nombres), “ahora están muertos y los otros dos se han recuperado”. Y de hecho, así fue.
Incluso a gran distancia compartía las preocupaciones de sus hijos espirituales. Uno de ellos, superior de un pequeño monasterio ortodoxo de Holanda, estaba sentado una noche en su habitación, incapaz de dormir por la ansiedad de los problemas a los que tenía que hacer frente. Sobre las tres de la madrugada, sonó el teléfono; era el arzobispo Juan, hablando a unos cuantos centenares de kilómetros. Lo llamó para decirle que ya era hora de que el monje se fuera a la cama.
Tal es el papel del padre espiritual. Como lo expresó Barsanufio: “Cuido de ti más de lo que tú cuidas de ti mismo”.
Notas
1. Sobre la paternidad espiritual en el oriente cristiano, ver el estudio bien documentado de I. Hausherr, S. L. Dirección espiritual en Oriente en otros tiempos (Orientalia Christiana Analecta, 144, Roma, 1955). Un excelente retrato de un gran staretz ruso del siglo XIX es presentado por J.B. Dunlop, Staretz Ambrosio: Modelo para el staretz Zósimo de Dostoievsky (Belmont, Mass, 1972); comparar también I. de Beausobre, Macano, Staretz de Optina: Cartas rusas de dirección 1834-1860 (Londres). Para la vida y escritos de un staretz ruso del siglo presente, ver Archimandrita Sofronio, La imagen sin distorsión. Staretz Silouan: 1866-1938 (Londres, 1958).
2. Apotegmata Patrum, colección alfabética (Migne, P. G., 65, pp. 37-38)
3. Los apotegmas de los padres del desierto, por J. C. Guy, S. JJ. (Textos de espiritualidad oriental, nº1: etiolles, 1968), pp. 112, 158.
4. A. Elchaninov, El diario de un sacerdote ruso (Londres, 1967, p. 54).
5. Uso “carismático” en el sentido restringido que habitualmente se le da en los escritores contemporáneos. Pero si esa palabra indica que ha recibido los dones o carismas del Espíritu Santo, entonces el ministerio del sacerdote, ordenado por la imposición de manos del obispo, es genuinamente “carismático” como el que habla en lenguas.
6. La vida de San Antonio, capítulo 87 y 81 (P. G., 26, 965A, y 957A).
7. Citado en Igumeno Jariton, El arte de la oración: una antología ortodoxa (Londres, 1966), p. 164 [nota del webmaster: No puedo determinar donde apareció esta nota en el artículo original].
8. Apotegmata Patrum, colección alfabética, Teófilo el arzobispo, p. 2. En el cristianismo oriental, el patriarca de Alejandría lleva el título de “papa”.
9. Ibíd., Antonio, p. 27.
10. Ibíd., Antonio, p. 24.
12. Tres de las grandes perdiciones del siglo XX son la taquigrafía, las duplicaciones y las fotocopiadoras. Si los representantes de los comités y los que tienen autoridad se vieran forzados a escribir personalmente a mano todo lo que quisieran comunicar, sin duda elegirían sus palabras con sumo cuidado.
13. Evergentinos, Sinagoga, 1, 20 (ed. Victor Matthaiou, I, Atenas, 1957, pp. 168-169).
14. Apotegmata Patrum, colección alfabética, Pimen, p. 8.
15. Para la importancia de las oraciones de un padre espiritual, ver por ejemplo Los apotegmas de los padres del desierto, tr. Guy, “serie de dichos anónimos”, p. 160.
16. El Libro de Barsanufio y Juan, editado por Sotirios Schoinas (Volos, 1960), pp. 208, 239, 353, 110 y 23G. Una edición crítica de parte del texto griego, acompañada por una traducción inglesa, fue preparada por D. J. Chitty: Barsafucio y Juan, preguntas y respuestas, (Patrología Orientalis, XXXI, 3, París, 1966) [Este y muchos otros libros de dirección espiritual están disponibles en St. Herman Press. OCIC. Ed].
17. Apotegmata Patrum, colección alfabética, Antonio, p.
18. Ibíd., Juan de Tebas, p. 1.
19. Tratados místicos de Isaac de Nínive, traducción de A. J. Wensinck, (Amsterdam, 1923), p. 341.
20. “Conversación de San Serafín sobre el fin de la vida cristiana”, en Una revelación al mundo (Jordanville, N. Y., 1953), pp. 23-24.
21. Apotegmata Patrum, colección alfabética, Juan Colobos, p. 1.
22. Ibíd., Marco el discípulo de Silvano, pp. 1, 2.
23. Ibíd., José de Panefo, p. 5.
24. Ibíd., Saio, p. q. El staretz consecuentemente volvió las cosas a sus propios dueños.
25. Los apotegmas de los padres del desierto, traducción Guy, “series de dichos anónimos”, p. 162. Hay una historia paralela en la colección alfabética, Sisóes, pg. 10; cf. Abraham e Isaac (Génesis 22).
26. Fr. André Scrima, “La tradición del padre espiritual en la Iglesia de oriente”, Hermes, 1967, nº 4, p. 83.
27. Apotegmata Patrum, colección alfabética, Pimen, p. 174.
28. Ibíd., Isaac el sacerdote, p. 2.
29. El libro de Barsanufio y Juan, pp. 23, 51, 35.
31. “La regla monástica”, en G. P. Fedotov, Un tesoro de la espiritualidad rusa, (Londres, 1950), p. 96.
32. Ver Tomás Merton, op.cit., pp. 14-16, sobre los peligros de la rígida disciplina monástica sin la correcta dirección espiritual.
33. Ver I. Gorainoff, “Santos hombres de Patmos”, Sobornost (El periódico de los fieles de San Albano y San Sergio), Series 6, nº 5 (1972). Pp. 341-343.
De Cross Currents (Verano/Otoño 1974), pp. 296-313.
Por el obispo Kallistos Ware
http://cristoesortodoxo.com/2014/06/24/el-padre-espiritual-en-el-cristianismo-ortodoxo/
Dijo el Señor: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
San Mateo [6:14-21]
''Dios no hace la cruz para una persona, es decir el Señor no prepara los sufrimientos espirituales y corporales. Por más pesada que sea la cruz que lleva una persona en la vida, la madera de la que está hecha siempre crece teniendo como suelo su propio corazón"
"Para el hombre," decía el starez, "que va por el camino recto no hay cruz. Pero cuando el hombre se desvía del camino recto y empieza a desviarse para uno y otro lado es cuando aparecen diferentes circunstancias que lo empujan de nuevo al camino recto. Estos empujones pasan a formar para el hombre la cruz. Por supuesto esos empujoncitos son de distinta índole, de acuerdo a las necesidades de cada uno."
Existe una cruz de pensamientos, cuando al hombre lo aturden pensamientos pecaminosos, pero la persona no peca si no les hace caso. El starez daba un ejemplo: "Una mujer piadosa sentía por largo tiempo el acoso de pensamientos impuros. Cuando se le presentó Jesús y la alejó de ellos ella le preguntó: "¿Dónde habías estado hasta ahora, Dulce Jesús?" A esto respondió el Señor: "Estuve en tu corazón." Ella preguntó: "¿Cómo puede ser? Mi corazón estaba colmado de pensamientos impuros" a lo que Jesús le dijo: "Piensa que estuve en tu corazón pues tú nunca aceptaste a esas ideas impuras si no que tratabas cada vez más de librarte de ellas, enfermabas por ello y con eso me preparaste un lugar en tu corazón"
"A veces a una persona le toca sufrir, aunque no tenga culpas, por los demás, así como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo. El mismo Salvador sufrió por los hombres. También sus Apóstoles sufrían por la Iglesia y los hombres. Sufrir por los prójimos es poseer el amor perfecto."
San Ambrosio del Optina
Santo Paisio escribía: "Los seguidores tienen el deber sagrado de escribir sobre las divinas hazañas de los Santos Padres de su época, sobre el trabajo que realizaban para acercarse a Dios. Cuando escribimos sobre los Santos, nuevamente recibimos beneficios; ya que los recordamos y tratamos de imitarlos, entonces los santos, conmovidos, nos ayudan a que nosotros también los alcancemos .El Starez contó sobre si mismo: "Cuando era pequeño, con interés escuchaba lo que me contaban sobre el p. Arsenio los que lo conocieron, y esto se fijaba con facilidad en mi corazón joven, que todavía no estaba cubierto por el sarro de los pecados.
Santo Paisio nos trazó plenamente la imagen espiritual de san Arsenio: "El predicaba la fe verdadera con su propia vida virtuosa. Su cuerpo se derritió en la hazaña de un cálido amor a Dios. El cambiaba las almas con la Gracia Divina. Tenia una fe profunda y sanaba a muchos fieles y a los no-creyentes. Pocas palabras y muchos milagros. El experimentaba muchas emociones y ocultaba mucho. Bajo la envoltura dura del exterior, escondía el dulce fruto espiritual. Muy severo consigo mismo, tenia amor paternal para sus hijos. El los acostumbraba no a la letra de la ley, sino a su sentido, a la aplicación. Como servidor del Altísimo, él no tocaba tierra, y como Su cooperador iluminaba al mundo. Lo glorificó Dios, a Quien él glorifica con su vida.
Santo Paisio del Monte Athos
Debes saber, que los ángeles nos inspiran hacia la oración y nos asisten, alegrándose con nosotros y rezando por nosotros.
Pero si somos negligentes y acogemos pensamientos pecaminosos, los amargamos mucho. Justamente porque ellos luchan tanto por nosotros y nosotros somos perezosos hasta para implorar a Dios por nosotros mismos.
Y todavía peor: sino que despreciarnos su servicio y, abandonando a su Soberano y Dios, llevamos mentalmente conversaciones con los demonios impuros.
San Nilo Sin
La Segunda Venida de Nuestro Señor
Entrevistador: Padre, ¿qué nos puede decir acerca de la fecha exacta de la segunda venida de Cristo?
Duhovnic Cleopa: la verdadera Iglesia de Cristo nos ofrece una serie de testimonios bien dispuestos, que muestran que Dios no confió esta fecha a nadie, ni a los ángeles, ni a los hombres, ni siquiera a su propio Hijo como hombre. Escucha las divinas palabras de las Escrituras sobre el tema: (Atención, este dato puede dar lugar a un error teológico, ver Nota al final)
“Mas en cuenta al día aquel y a la hora, nadie sabe, ni lo ángeles del cielo, sino el Padre solo. Y como sucedió en tiempo de Noé, así será la Parusía del Hijo del Hombre. Porque así como en el tiempo que precedió al diluvio, comían, bebían, tomaban en matrimonio y daban en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no conocieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la Parusía del Hijo del Hombre. Entonces, estarán dos en el campo, el uno será tomado y el otro dejado; dos estará moliendo en el molino, la una será tomada y la otra dejada….Velad, pues porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Comprended bien esto, porque si supiera el amo de casa a qué hora de la noche el ladrón había de venir, velaría ciertamente y o dejaría horadar su casa. Por eso, también vosotros estad prontos, porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien puso el Señor sobre su servidumbre para darles el alimento a su tiempo? ¡Feliz el servidor aquel a quien su señor al venir hallare obrando así! En verdad, os digo, lo pondrá sobre toda su hacienda. Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: “Se me retrasa el señor”, y se pone a golpear a sus consiervos y a comer y a beber con los borrachos; volverá el señor de aquel siervo en día que no espera, y en hora que no sabe, y lo separará y le asignará su suerte con los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes. “(Mateo 24:36-51)
Si ni los ángeles del cielo ni el Hijo del Hombre mismo, como hombre, conocen la hora prevista, ¿cómo es posible que sea conocida entre los hombres? En las palabras del Salvador sólo se entiende que debemos estar siempre vigilantes y conscientes de nuestra salvación, siempre listos para la venida del Señor, porque no sabemos ni el día ni la hora de su venida, ni siquiera la hora de nuestro propio final en esta vida. Su aparición será inesperada, como el Señor nos previno cuando dijo: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.” (Mateo 25:13)
Entrevistador:. Es verdad que en un primer momento los Apóstoles no sabían la fecha exacta de la segunda venida del Salvador (Mateo 24:36), sin embargo, desde el momento en que se reforzaron desde lo alto con la bajada de la Santa Espíritu, se hicieron conscientes de todo. Pues, como anunció el Salvador, por el Espíritu Santo todos los misterios serán revelados: “Tengo todavía mucho que deciros, pero no podéis soportarlo. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, Él os conducirá a toda la verdad; Él no hablará por Sí mismo, sino que dirá lo que habrá oído, y os anunciará las cosas por venir “(Juan 16:12-13). Desde el momento de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés los Apóstoles, así como todos los fieles cristianos, con la iluminación y la sabiduría que les dio el Espíritu Santo, se hicieron capaces de conocer “toda la verdad.” En otras palabras, se hicieron conscientes de la totalidad del plan divino para la historia del mundo y de su fin, y por lo tanto fueron capaces de determinar a través de la Sagrada Escritura los acontecimientos del futuro, tales como la fecha de la Segunda Venida. ¿No es posible tal determinación?
Duhovnic Cleopa: William Miller calculó que, de acuerdo con la Escritura entre el primero de marzo 1843 y el primero de marzo 1844 tendría lugar la Segunda Venida de Cristo. Anunció esta fecha ya a principios de1833 en el folleto “profecía de las Sagradas Escrituras de la Segunda Venida del Señor en el año 1843.” Otro “profeta” Joseph Chimes, propuso en los diarios “La Voz de la medianoche” (1842) y “la Campana del Peligro” que el Señor vendría en el año 1843.
El discípulo más cercano de Miller, un tal señor Snow, decidió añadir a la “profecía” de Miller otros siete meses y diez días, la predeterminando la fecha de la segunda venida del Señor como el 10 de octubre de 1844. También se puso en ridículo junto con su maestro. Los que creyeron sus pronunciamientos gastaron sus fortunas, entregando todo lo que tenían y comprando ropas blancas y velas para salir y encontrarse con el Señor. Incluso los escaparates de las tiendas se llenaron de vestiduras blancas para los viajeros que buscaran el cielo el 10 de octubre de 1844. Sin embargo, este día pasó como todos los demás. Los llamados “profetas” se convirtieron en el recipiente de todo tipo de vergüenza, escarnio y burlas de todas aquellas personas engañadas que habían derrochado y regalado sus fortunas confiando en las falsas profecías.
A partir de estas experiencias lamentables debemos por lo menos llegar a entender que la promesa de nuestro Salvador Jesucristo, relativa a la revelación del futuro por el Espíritu Santo, no se refería a la fecha de la Segunda Venida, como pareció a muchos, sino más bien a profecías pertenecientes a diversos eventos y signos que deberán suceder en la Iglesia. Pues, de hecho, ha habido revelaciones por medio del Espíritu Santo, como vemos, por ejemplo, en el libro del Apocalipsis y otros libros de la Sagrada Escritura. Estas revelaciones contienen una variedad de enseñanzas escatológicas (en la aparición del Anticristo, de los falsos profetas, el desencadenamiento de las persecuciones de los cristianos), así como la sabiduría indispensable de los Apóstoles que les permitió presentar las enseñanzas divinas cuando eran llevados a presentar una defensa ante sus acusadores (Mateo 10:19-20). Estos son los eventos futuros de los cuales el Salvador habla en el texto.
Entrevistador:. El apóstol Pablo escribe: “Mas vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón, siendo todos vosotros hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas“(1 Tesalonicenses 5:4-5.). De estas palabras se deduce que los cristianos pueden y deben conocer la fecha exacta de la Segunda Venida con el fin de estar listo para aceptarlo.
Duhovnic Cleopa: ¿Por qué has leído sólo los versículos cuatro y cinco del capítulo cinco de Primera de Tesalonicenses, dejando fuera los versículos uno y dos que sirven para interpretar los versos cuatro y cinco? Escucha lo que el apóstol Pablo dice ahí: “Por lo que toca a los tiempos y a las circunstancias, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que, como ladrón de noche, así viene el día del Señor.”(1 Tesalonicenses 5:1-2). Esta es la verdad a la que la Iglesia de Cristo se ha mantenido fiel. La verdadera enseñanza de la Iglesia, que es igual a la del apóstol Pablo, que habrá un día en que el Señor venga como ladrón en la noche y que nadie sabe ni el día ni la hora de la venida del Hijo del Hombre.
Sólo es posible conocer la proximidad de la Segunda Venida por medio de los signos que deberán venir antes:
~ La predicación del Evangelio en todo el mundo. (Mateo 24:15)
~ La conversión de los judíos al cristianismo después de la predicación del Evangelio en el mundo entero. (Romanos 11:25-34)
~ La aparición del Anticristo, también llamado el hombre de iniquidad o la bestia, junto con sus representantes, pseudo-Cristos, falsos profetas, y todo tipo de falso obrador de milagros por el poder de Satanás para engañar a la gente. El Anticristo se sentará en el lugar de Dios actuando como si fuera Dios, y como una bestia imparable perseguirá con toda su rabia y furia a los siervos escogidos de Dios. (. 1 Jn 2:18; 2 Tesalonicenses 2:3-11;. Rev. 13:1-8, 20:1-10;. Mat 24:9)
~ La multiplicación de la maldad y el crecimiento del amor entre los hombres, el odio y la traición de unos a otros. (Mateo 24:10-12)
~ Un torrente de sangre derramada, guerras y rumores de guerras entre naciones, pueblos y estados. (Mateo 24:6-7)
~ La aparición de calamidades tales como la hambruna masiva, las enfermedades, etc (Mateo 24:7-9)
~ La aparición de ciertos signos en el mundo, como el oscurecimiento del sol y la luna, la caída de las estrellas del cielo, las potencias de los cielos serán conmovidas. (Mateo 24:29)
~ La aparición en los cielos de la señal del Hijo del Hombre, la Verdadera Cruz, porque este es el signo de la victoria de nuestro Señor y ningún otro signo que nos deba alertar de su inminente llegada como Su Cruz.
El Señor explica estos signos así: “De la higuera aprended esta semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y sus hojas brotan, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas. “(Mateo 24:32 – 33) Por lo tanto, en relación a los signos que precederán la Segunda Venida del Señor, tenemos explicaciones y confirmación del mismo Salvador, que la fecha exacta de Su venida ni los ángeles, ni aun el Hijo del hombre mismo, como hombre, tienen conocimiento, sino que sólo el Padre lo sabe.
FUENTE: “La verdad de nuestra fe: Un discurso sobre las Sagradas Escrituras en las enseñanzas del verdadero cristianismo”, por el Duhovnic Cleopa de Rumania, Uncut Mountain Press, 2000, cap. 15.
Traducido por hipodiácono Miguel P. (H.M.P)
Nota: Sobre las palabras “ni el Hijo del Hombre conoce el día ni la hora”. En el texto anterior del padre Cleopa se puede llegar a la falsa conclusión de que Cristo no sabía la fecha exacta de Su Segunda Venida. Por boca de San Juan Crisóstomo vemos que Cristo conocía perfectamente dicha fecha y tenía un motivo para no darla a conocer. Lo que hay a continuación es un fragmento de la homilía 77 de San Juan Crisóstomo al Evangelio de San Mateo en el que explica perfectamente este tema:
Fragmento de la Homilía 77 al Evangelio de San Mateo
LA IGNORANCIA DEL DÍA DEL JUICIO
Ahora bien, acerca de aquel día y de aquella hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre. Decir el Señor que ni los ángeles saben el día del juicio y fin del mundo, era cerrar la boca a sus discípulos para que no fueran a preguntar lo que ni los ángeles sabían; mas al decirles que ni el Hijo lo sabe, les prohíbe no sólo saberlo ellos, mal también el querer saberlo. Que ésta es la razón por la que se lo dijo, se ve por lo que hace después de la resurrección, pues viéndolos aún más curiosos, les tapa más enérgicamente la boca. Porque aquí les adujo muchas e infinitas pruebas, pero allí les replicó simplemente: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos (Hech 1, 7). Luego, para que no dijesen: Nos ha rechazado, porque hemos dudado y no somos dignos de esta revelación, prosiguió Jesús: Que el Padre se reservó para su propio poder. En verdad, nada interesaba tanto al Señor como honrar a sus discípulos y no ocultarles cosa alguna.
De ahí que ese conocimiento se lo reserva al Padre, significando, por un lado, lo terrible de la cosa y cerrándoles a la vez el paso a toda pregunta sobre ella. Porque de no ser así, de admitir que realmente ignora Cristo el día, ¿cuándo lo sabrá? ¿Acaso a la vez que nosotros? ¿Y quién se atreverá a decir eso? Él que conoce claramente al Padre, con la misma claridad que el Padre al Hijo, ¿ha de ignorar el día? Por otra parte: El Espíritu indaga hasta las profundidades de Dios (1 Cor 2, 10), ¿y Él no había de saber ni el momento del juicio? Él sabe cómo ha de juzgar, Él conoce los 958 íntimos secretos de cada uno, ¿y había de ignorar lo que es de menos valor que eso? Y si todo fue hecho por Él y sin Él nada fue hecho (Jn 1, 3), ¿habría Él de desconocer el día? Porque el que hizo los siglos, evidentemente hizo también los tiempos, y, si hizo los tiempos, también el día. ¿Cómo, pues, desconoce lo que Él hizo?
CONTRA LOS ANOMEOS
Vosotros, por cierto, afirmáis conocer la sustancia misma de Dios, y al Hijo no le concedéis conocer ni el día del juicio: ¡Al Hijo, que está eternamente en el seno del Padre! Y a fe que más, infinitamente más, es la sustancia que los días. ¿Cómo, pues, atribuyéndoos lo más a vosotros, no le concedéis ni lo menos al Hijo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia? Pero no, ni vosotros sabéis, por más locuras que digáis, la sustancia de Dios, ni el Hijo ignora el día, sino que lo sabe perfectamente. Por eso, habiéndolo dicho todo, los tiempos y los momentos, habiéndolos llevado hasta las puertas mismas de los acontecimientos (porque: Cerca está ya —dice— y llamando a la puerta), en ese punto se calló y no dijo el día. Si buscáis —dice — saber de mí el día y la hora, no los oiréis; mas si los tiempos y los preludios, todo lo revelare puntualmente, sin ocultaros nada.
Porque, que no los ignoro —día y hora—, con muchas pruebas os lo he demostrado, pues os he dicho los intervalos y todo lo que en ellos ha de suceder y lo que va desde este tiempo hasta aquel día.
Eso, en efecto declaró la parábola de la higuera, y por ella te puse en los pórticos mismos de aquel día; y si no te abrí las puertas, por tu conveniencia no lo hice.
EL EJEMPLO DEL DILUVIO
Y para que más cumplidamente advirtáis, por otro lado, cómo el callar el día no nació de ignorancia, considerad juntamente con lo dicho la otra señal que les pone: Como en los días de Noé las gentes comían y bebían, los hombres tomaban mujer y las mujeres marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no cayeron en la cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos; así será el advenimiento del Hijo del hombre. Al decir esto, puso de manifiesto que vendrá repentinamente y sin que se le espere y cuando la mayor parte de las gentes se entregarán 959 a sus placeres. Lo mismo dice Pablo cuando escribe: Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos la ruina (1 Tes 5, 3). Y para expresar lo inesperado, dice: Como sobreviene el dolor de parto a la mujer encinta. ¿Cómo, pues, dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Porque si entonces ha de haber placer, y paz, y seguridad, como Pablo dice, ¿cómo dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Si hay placer, ¿cómo tribulación? — Habrá placer y paz para los estúpidos. Por eso no dijo: “Cuando haya paz”, sino: Cuando digan: Paz y seguridad. Lo que demuestra su estupidez, como la de quienes, en tiempo de Noé, se entregaban a sus placeres entre tamaños males. No así los justos, que vivían en tribulación y tristeza. Por aquí da el Señor a entender que, a la venida del anticristo, los inicuos y desesperados de su salvación se entregarán con más furor a sus torpes placeres. Allí será de la gula, de las francachelas y borracheras. De ahí lo maravillosamente que el ejemplo conviene a la situación. Porque así como, al construirse el arca, no creían en el diluvio —dice—, sino que allí estaba ella a la vista de todos, pregonando anticipadamente los males por venir, y la gente, no obstante estarla viendo, se entregaban a sus placeres, como si nada hubiera de pasar, así ahora aparecerá, sí, el anticristo, tras el cual vendrá la consumación y los castigos que la habrán de acompañar y los tormentos insoportables; mas ellos, poseídos de la borrachera de su maldad, ni temor sentirán de lo que ha de suceder. De ahí que diga también Pablo: Como el dolor a la mujer en cinta, así sobrevendrán sobre ellos aquellos terribles e irremediables males. ¿Y por qué no habló de los males de Sodoma? —Es que quería el Señor poner un ejemplo universal, y que, después de ser predicho, no fue creído.
De ahí justamente que, como la gente no suele dar fe a lo por venir, el Señor confirma por lo pasado sus palabras, a fin de sacudir el espíritu de sus discípulos. Juntamente con esto, por ahí se demuestra también haber sido Él también quien envió los anteriores castigos. Seguidamente pone otra señal, y por ella y por todas las otras queda absolutamente patente que no desconoce el día del juicio. ¿Qué señal es ésa? —Entonces estarán dos hombres en el campo. Y uno será tomado y otro será dejado; y dos mujeres darán vueltas a la piedra de moler, y una será tomada y otra será dejada. Vigilad, pues, porque no sabéis el momento en que vendrá vuestro Señor. Todo esto son pruebas de que el Señor sabía perfectamente el día pero 96 0no quería que sus discípulos le preguntaran sobre él. Por eso citó los días de Noé; por eso habló de los dos que están en el campo, dando a entender que así de improvisamente, así de despreocupados, cogerá aquel día a los hombres. Lo mismo indica el otro ejemplo de las dos mujeres que están moliendo bien ajenas a lo que va a suceder. Y juntamente nos declara que así se toman o se dejan los que son señores como los esclavos, los que descansan como los que trabajan, los de una dignidad como los de otra. Como se dice también en el Antiguo Testamento: Desde el que está sentado en el trono hasta la esclava que da vueltas a la muela (Ex 11, 5). Como había dicho antes que los ricos se salvan con dificultad, ahora nos hace ver que ni todos los ricos se pierden absolutamente, ni todos los pobres absolutamente se salvan, sino que, de entre pobres y ricos, unos se salvan y otros se pierden. Y a mi parecer, también nos indica que su venida será por la noche. Esto lo dice expresamente Lucas (Lc 17, 34). Mirad cuán puntualmente lo sabe todo. Luego, otra vez, para que no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo:
“Porque no sé”, sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no bebiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará Él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: Si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.
LA IGNORANCIA DEL DÍA NOS HA DE HACER
MÁS VIGILANTES
Así, pues, para que no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que lo estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que 961 también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, sin embargo, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente.
http://cristoesortodoxo.com/2014/07/30/sobre-la-segunda-venida-de-nuestro-senor-por-el-padre-cleopa-ilie/