Saturday, October 17, 2015

El ascetismo corporal prepara el terreno para la lucha interior con nuestras debilidades ....



El Antiguo Testamento es el ícono del ascetismo corporal, mientras que los Evangelios o Nuevo Testamento son los íconos de la pureza del corazón: “El ayuno, la abstinencia, el dormir en el suelo, el permanecer mucho tiempo de pie (al orar, N.N), la vigilia por las noches y otras prácticas semejantes que se acostumbran en relación al cuerpo, hacen que se tranquilice la parte afectiva (pasional) del cuerpo, evitando pecar con hechos. Son un límite al hombre en nosotros y un vigilante contra los pecados de obra; aún más, prácticas como las mencionadas nos cuidan, nos impiden incluso pecar con la mente. La pureza del corazón, o la observación y cautela de la mente, cuya imagen es el Nuevo Testamento, si es practicada por nosotros como se debe, ataja todas las pasiones y todos los males, desenraizándolos del corazón, trayendo en consecuencia alegría, esperanza, contrición hasta las lágrimas, el conocimiento de nosotros mismos y de nuestros pecados, la oración por los que ya no están, la verdadera humildad, el amor infinito a Dios y a los demás, y el amor divino que nace del corazón”.
Sin ignorar el ascetismo del cuerpo, que es absolutamente necesario, los Santos Padres prestan una mayor atención a la pureza del corazón. El ascetismo corporal prepara el terreno para la lucha interior con nuestras debilidades – aunque el que lo practica, sin dedicarse también al ascetismo puramente interior, estará todavía en el período del Viejo Testamento. El esfuerzo de purificar nuestro corazón presupone el alejamiento de “las nubes de maldad en el espíritu del corazón”. Solamente así podremos ver al “Sol de la Verdad, Jesús”. Solamente así se nos iluminarán “el alguna medida, en la mente, los entendimientos de Su grandeza”.

                                 Catecismo Ortodoxo 

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Oración de San Isaac de Siria


"Señor Jesucristo, Dios nuestro, Tú que lloraste por Lázaro con lágrimas de tristeza y compasión, recibe también las lágrimas que brotan de mis ojos. Con Tus sufrimientos sana los míos, con Tus heridas cura las que me cubren, con Tu sangre limpia la mía y llena mi cuerpo con la unción del Tuyo, que es dador de vida. Que la hiel que te dieron a beber endulce la amargura con la que el enemigo me inunda. Que Tu cuerpo extendido en la cruz, extienda hacia Ti mi mente tan abatida por los demonios. Que Tu cabeza, que inclinaste en la cruz, levante la mía tan golpeada por mis adversarios. Que Tus santísimas manos, atravesadas por quienes no creían en Tí, para crucificarte, me lleven hacia Ti desde mi estado de perdicion, así como Tus santísimos labios nos prometieron. Que Tu rostro, golpeado y escupido, llene de luz el mio, tan lleno de faltas. Que Tu alma, que le diste al Padre cuando estabas en la cruz, me eleve hacia Ti a través de Tu don.


No tengo un corazón contrito para buscarte, no tengo el suficiente arrepentimiento y la humildad que retorna los hijos a su heredad, no tengo lágrimas sinceras, Señor. Mi mente se ha oscurecido con las cosas de este mundo y es incapaz de buscarte en su dolor. Mi corazón se ha enfriado después de tantas tentaciones y no consigue encenderse en lágrimas de amor por Ti. Sino tu, Señor Jesucristo Dios, manantial de todo lo bueno, dame un arrepentimiento sincero y un corazón humilde para salir, con toda el alma, en tu búsqueda, porque sin Ti me alejo de todo lo que es bueno.


Dame, igualmente, oh Bondadoso, el don de Tu Padre, quien antes de todos los siglos te hizo nacer de Su seno, para que renueve en mí la luz de Tu rostro. Te he abandonado, no me abandones, me he alejado de Ti, sal en mi búsqueda. Llévame con Tu redil, hazme ser una de Tus ovejas elegidas. Llévame a pastar junto a ellas, en los verdes campos de Tus Misterios. Porque la limpia alma de Tus ovejas es tu morada y en ellas se ve la luz de Tus dones. Tu luz es consuelo y descanso para los que sufren por Ti en sus aflicciones y penas.Que esa luz me haga merecer a mí, indigno como soy, Tus dones y Tu amor a la humanidad, por los siglos de los siglos, Amén”.

 

                                 Catecismo Ortodoxo 

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