Sunday, December 30, 2018

El mandamiento del amor a Dios ( San Basilio el Grande )

Amar a Dios no necesita maestro. 
Así como sin algún aprendizaje nos alegramos de la luz, y deseamos el bien. La misma naturaleza enseña a amar a los padres, aquellos que nos educaron y nos alimentaron. Así lo mismo, en una manera muy superior y no de alguien, aprendemos a amar a Dios. Desde el nacimiento hay en nosotros como una semilla, una fuerza espiritual, una inclinación, una capacidad para el amor. En la escuela de los mandamientos de Dios esta fuerza del alma se desarrolla, se alimenta y, por gracia de Dios, llega a la perfección... Pues es necesario saber que el amor a Dios es una virtud, pero ella con su fuerza abraza y cumple todos los mandamientos: "Jesús les respondió: El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabra. Mi padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a el y viviremos en él" (Jn. 14:23). Otra vez repite: "En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los Profetas" (Mt. 22:40). Así pues por la naturaleza humana, los hombres aspiran a cosas hermosas y buenas, y no hay algo mejor, más hermoso, que el bien: Dios es el mismo bien. Por eso el que desea el bien, desea a Dios. Aunque nosotros no conoceremos como El es bueno, pero ya el saber que El nos creó es suficiente, para que lo amemos por sobre todo y continuamente estemos unidos a El, como los hijos están unidos a su madre.
 
San Basilio el Grande 
 
Catecismo Ortodoxo
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Tuesday, December 25, 2018

Ábreme las puertas del arrepentimiento, Oh, Dador de Vida! ( San Juan Maximovitch )


Ábreme las puertas del arrepentimiento, Oh, Dador de Vida!

La palabra griega metanoia expresa Arrepentimiento. En el sentido literal, significa un cambio de mente. En otras palabras, el arrepentimiento es un cambio de disposición, de modo de pensar, un cambio del yo interno. Es la reconsideración de los puntos de vista de una persona, un cambio en la vida de la persona.

¿Cómo puede ser esto? De la misma forma que un cuarto oscuro en el que entra un hombre, se ilumina por los rayos del sol. Al mirar a su alrededor, puede observar ciertas cosas pero también hay muchas otras que no ve y que ni siquiera sospecha que están allí. Muchas se perciben de manera bastante diferente de lo que son en realidad. Tendrá que moverse con cuidado, al no saber qué obstáculos pueda encontrar. Cuando el cuarto se ilumine el verá todo con claridad y podrá moverse libremente.

Lo mismo sucede en la vida espiritual.

Cuando estamos inmersos en el pecado y nuestra mente se ocupa solo de los cuidados mundanos no notamos el estado de nuestra mente. Somos indiferentes a lo qué somos en nuestro interior y persistimos en el camino falso sin enterarnos de ello.

Pero luego un rayo de la Luz de Dios penetra en nuestra mente. Vemos la impureza en nosotros! Cuánta mentira, cuánta falsedad! Cuán repulsivas muchas de nuestras acciones resultan ser, creyendo nosotros que eran buenas. Entonces vemos claramente cuál es el sendero verdadero.

Si reconocemos nuestro vacío espiritual, nuestra impureza y con sabiduría deseamos nuestra enmienda – estaremos cerca de la salvación. De las profundidades de nuestras almas exclamaremos a Dios: "¡Ten misericordia de mí, Oh Dios, ten tu grandiosa misericordia!" "Perdóname y sálvame", " Concédeme ver mis propias faltas y no juzgar a mi hermano".

Cuando la Gran Cuaresma comienza, apresuremos a perdonar los daños y ofensas. Que siempre escuchemos las palabras del Evangelio para el Domingo del Perdón: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. (Mat. 6: 14-15).
Catecismo Ortodoxo
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Tuesday, December 18, 2018

Fundamentos de la Fe Ortodoxa.

El Símbolo de la Fe
EL SÍMBOLO DE LA FE (El Credo) es una oración en la cual están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa.
El hombre sin fe es comparable a un ciego. La fe le permite al hombre obtener el conocimiento espiritual, que le ayuda a ver y comprender la esencia de lo que pasa a su alrededor, la razón de la creación, la finalidad de la existencia, lo que es correcto y lo que no lo es, hacia donde debe orientarse, etc.
 
Informe histórico
DESDE LOS ANTIGUOS tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados "símbolos de la fe" (o credos) para recordar las mas importantes verdades de la fe cristiana. En la antigua Iglesia existían varios símbolos de fe sucintos. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.
El Símbolo de la fe que estamos tratando fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico (universal). En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes. El Primer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Nicea en el año 325 de la era cristiana, con el fin de afirmar la verdadera doctrina acerca del Hijo de Dios en contraposición a la falsa doctrina de Arrio, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre. El Segundo Concilio Ecuménico fue celebrado en el año 381 en Constantinopla para afirmar la doctrina verdadera del Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de Macedonio, que había rechazado la divina dignidad del Espíritu Santo. De acuerdo con los nombres de las dos ciudades en las cuales se reunieron los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico, el Símbolo lleva en nombre de Niceo-Constantinopolitano.
El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan la resurrección de los muertos y la vida eterna.
 

El texto del Credo
CREO EN UN SOLO DIOS, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios nacido del Padre, antes de todos los siglos; luz de luz; verdadero Dios de Dios verdadero. Engendrado no hecho; consubstancial al Padre, por Quien fueron hechas todas las cosas. Quien por nosotros los hombres y para nuestra salvación, bajó de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado también para nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció, fue sepultado. Resucitó al tercer día según las escrituras. Subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre. Y vendrá por segunda vez lleno de gloria a juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado que habló por los profetas.
Y en una Iglesia Santa Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén.
 
¿En qué creemos
conforme con el Símbolo?

INICIAMOS EL SÍMBOLO con la palabra "creo," porque el contenido de nuestros conceptos religiosos no se basa en la experiencia exterior, sino en la aceptación de las verdades divinas reveladas, ya que los objetos y fenómenos del mundo espiritual no pueden verificarse por medios de laboratorio, ni comprobarse con recursos de la lógica: entran en la esfera de la experiencia religiosa personal del hombre. Sin embargo, cuanto más crece el hombre en la vida espiritual, por ejemplo rezando, pensando en Dios o haciendo obras buenas, más se desarrolla en él la experiencia espiritual interior y con tanto mayor claridad se le manifiestan las verdades religiosas. De esta manera la fe se hace para el hombre creyente el objeto de su experiencia personal.
Creemos que Dios es la plenitud de la perfección: es el espíritu perfectísimo que no tiene ni principio ni fin, eterno, todopoderoso y sapientísimo. Dios omnipresente ve todo y sabe lo que todavía no ha acontecido. Es infinitamente bueno, justo y santísimo. No tiene necesidad de nada y es la causa primaria de todo lo existente.
Creemos que Dios es único por su esencia y trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Santísima Trinidad, unida e indivisible. El Padre no nace ni procede de ninguna otra entidad; el Hijo ha nacido en la eternidad del Padre; el Espíritu Santo, desde la eternidad, procede del Padre.
Creemos que todas las Personas o hipóstasis de Dios son equivalentes entre sí, conforme con la perfección, el poder, la majestad y la gloria Divinas; es decir que creemos que el Padre es Dios verdadero y perfectísimo, que el Hijo también es Dios verdadero y perfectísimo, al igual que el Espíritu Santo, que es asimismo Dios verdadero y perfectísimo. Por lo tanto, en las oraciones glorificamos simultáneamente al Padre, Hijo y Espíritu Santo como Dios Único.
Creemos que todo el mundo visible e invisible fue creado por Dios. Al principio Dios creó el mundo invisible angélico, llamado en la Biblia " firmamento" o "cielo", y luego el nuestro, mundo material o físico (según la Biblia, "la tierra"). El mundo físico fue creado por Dios de la nada, pero no repentinamente sino de un modo gradual en períodos denominados en la Biblia "días." Dios creó el mundo no por obligación o necesidad, sino por su Beneplácito, para que otras entidades creadas por Él, también gocen de la vida en medio de su creación. Siendo infinitamente bueno, Dios ha creado todo bueno. El mal ocurre en el mundo debido al uso de la libre voluntad, con la cual Dios ha dotado a los ángeles y a los hombres. Por ejemplo, el diablo y los demonios otrora fueron ángeles buenos, pero luego se sublevaron contra Dios y voluntariamente se convirtieron en espíritus malignos. Estos desobedientes Angeles convertidos en demonios fueron expulsados del Paraíso y formaron su tenebroso reino llamado Infierno. Desde aquel entonces incitan a los hombres al pecado y actúan como enemigos de nuestra salvación.
Creemos que Dios sostiene todo por su poder, es decir que todo lo dirige a todos y todo lo lleva a un beneficioso fin. Dios nos quiere y cuida de nosotros como una Madre a sus hijos. Por consiguiente no podrá ocurrirle nada malo al hombre que se encomienda a Dios.
Creemos que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, descendió del cielo para nuestra salvación y se encarnó por obra del Espíritu Santo en el cuerpo de la Doncella María. Siendo Dios desde la eternidad, en la época del rey Herodes adoptó nuestra naturaleza humana, con alma y cuerpo, y por lo tanto es al mismo tiempo Dios verdadero y Hombre verdadero, o sea Dios-Hombre. Él, en una Persona Divina combina ambas naturalezas: la Divina y la Humana. Estas dos naturalezas permanecen en Él para siempre sin experimentar ningún cambio, sin fundirse ni transformar una naturaleza en otra.
Creemos que Nuestro Señor Jesucristo, al vivir sobre la tierra, iluminó al mundo con Su doctrina, ejemplo y milagros, es decir, que enseñó a los hombres en qué deben creer y cómo deben vivir para heredar la vida eterna. Con sus oraciones dirigidas al Padre, por el cumplimiento absoluto de su voluntad, con su pasión y muerte en la Cruz venció al diablo y redimió al mundo del pecado y de la muerte. Mediante su resurrección de entre los muertos, estableció nuestra resurrección. Después de su Ascensión al cielo con su cuerpo, lo que ocurrió al 40 día después de su resurrección, el Señor Jesucristo se sentó a la diestra de Dios Padre, es decir que asumió como Dios Hombre el poder único que tiene con su Padre, y desde aquel entonces dirige el destino del mundo juntamente con su Padre.
Creemos que el Espíritu Santo, al proceder de Dios Padre (solamente), desde el principio del mundo, junto con el Padre y el Hijo, otorga existencia a las criaturas, les da vida y las guía. Es la fuente de la bienaventurada vida espiritual para los ángeles, al igual que para los hombres; y al Espíritu Santo se le debe gloria y adoración conjuntamente con el Padre y el Hijo. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo habló por medio de los profetas, luego, en el principio del Nuevo Testamento, habló por los apóstoles, y en la actualidad actúa en la Iglesia de Cristo, instruyendo en la verdad a sus pastores y a todos los Cristianos Ortodoxos.
Creemos que Jesucristo, para la salvación de los que creen en Él, fundó en la tierra la Iglesia haciendo descender sobre los apóstoles el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Desde aquel entonces el Espíritu Santo permanece en la Iglesia, en esta bendita sociedad o unión de los creyentes cristianos, y guarda la pureza de la doctrina de Cristo. Además, la gracia del Espíritu Santo, que permanece en la Iglesia, purifica a los que se arrepienten de sus pecados, ayuda a los creyentes para que tengan éxito en sus buenas obras y los santifica.
Creemos que la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica. Es Una porque todos los Cristianos Ortodoxos, aunque pertenezcan a diferentes iglesias locales nacionales, forman una sola familia junto con los ángeles y los santos del cielo. La unidad de la Iglesia se funda en la unidad de la fe y la gracia. La Iglesia es Santa porque sus fieles hijos se santifican por la palabra de Dios, la oración y los Santos Sacramentos. La Iglesia se denomina Católica (Universal) porque está destinada a los hombres de todos los tiempos y nacionalidades. La Iglesia se llama Apostólica, porque conserva la doctrina de los Apóstoles y la sucesión apostólica se transmite incesantemente hasta nuestros días de un obispo a otro en el Sacramento de la Ordenación. Según la promesa de Jesucristo, la Iglesia permanecerá invencible para los enemigos hasta el fin del mundo.
Creemos que en el Sacramento del Bautismo se perdonan al creyente todos sus pecados y que por medio de este Sacramento, los creyentes se hacen miembros de la Iglesia. Para ellos queda franqueado también el acceso a los otros sacramentos para su salvación. Así, en el Sacramento de la Confirmación (Unción con el óleo) se proporciona al creyente la gracia del Espíritu Santo; en el Sacramento del Arrepentimiento se perdonan los pecados cometidos en uso de conciencia después del Bautismo; en el Sacramento de la Eucaristía, que se lleva a cabo durante la Liturgia, se efectúa la comunión de los fieles con el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo; en el Sacramento del matrimonio se establece la inseparable unión entre los esposos; en el Sacramento del Orden Sagrado se consagran los servidores de la Iglesia: diáconos, Sacerdotes y Obispos; y en el Sacramento de la Unción a los Enfermos (que se realiza con 7 Sacerdotes, o, de no ser posible, con la cantidad que haya) se ofrece la curación de las enfermedades espirituales y físicas.
Creemos que antes del fin de este mundo Jesucristo, acompañado por los ángeles, volverá a la tierra con gloria. Entonces cumpliendo su palabra, resucitarán todos los muertos; es decir, que tendrá lugar un milagro por el cual las almas de los muertos volverán a los cuerpos que tenían antes de morir, es decir, revivirán. Durante la resurrección universal, los cuerpos de los rectos, resucitados o todavía vivientes, se renovarán y se espiritualizarán a imagen de la Resurrección de Cristo.
A continuación de la resurrección, todos los hombres comparecerán ante el juicio de Dios para recibir conforme con los actos realizados en la vida corporal, hayan sido éstos buenos o malos. Después del juicio, los pecadores no arrepentidos pasarán al eterno suplicio, mientras que los rectos pasarán a la vida eterna. De esta manera comenzará el Reino de Cristo que no tendrá fin.
Con la palabra final "Amén" testimoniamos que aceptamos de todo corazón la confesión citada de la Fe Ortodoxa, la cual consideramos verdadera.
El Símbolo de la fe es leído por quien recibe el bautismo (catecúmeno) durante el Sacramento del Bautismo. En el caso del bautismo de un niño es leído por los padrinos. Además, el Símbolo de la fe se canta en el templo durante la Liturgia, y se debe leer diariamente durante las oraciones matutinas. Una lectura atenta del Símbolo de la fe influye substancialmente sobre nuestra fe. Esto se debe a que el Símbolo de la fe no es una simple confesión de fe sino una oración. Pronunciando con espíritu de oración la palabra "creo" y otras palabras del Símbolo, vivificamos y afirmamos nuestra fe en Dios y en todas las verdades que están contenidas en el mismo. Precisamente por eso es tan importante para los cristianos ortodoxos leer diariamente o cuando menos regularmente el Símbolo de la Fe.



Obispo Alejandro Mileant
 
Catecismo Ortodoxo 
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Thursday, December 13, 2018

La Doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. ( Obispo Alexander Mileant )


Acerca de su doctrina Jesucristo dijo así: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Y todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn. 18:37). Por eso, nosotros, debemos recibir con reverencia cada palabra de Cristo como absoluta e indiscutible verdad, y sobre basar sobre ella nuestra vida y nuestra concepción del mundo.
Jesucristo enseñó sobre sí mismo como el Salvador de la humanidad "El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido... vino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt.18:11 y 20:28). El Hijo de Dios, hizo suya la misión de salvar a la gente, haciendo la voluntad de su Padre que amó de tal manera al mundo, que "ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en El cree, no se pierda, y tenga vida eterna" (Jn. 3:16).
Jesucristo enseñó que El es de la misma naturaleza con el Dios Padre. "Yo y el Padre, Somos uno" (Juan 10:30). Jesucristo también enseñó que al mismo tiempo descendió del cielo y a la vez está en el cielo. Simultáneamente permanece en la tierra como hombre y permanece en el cielo como Hijo de Dios siendo Dios hombre (Jn. 3:13). "Por eso todos deben honrar al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (Jn. 5:23). Jesucristo profesó la verdad de su naturaleza divina incluso antes de sus sufrimientos en la Cruz, y por esta razón fue condenado a muerte por el concilio. Los miembros del concilio le comunicaron a Pilato: "Nesotros tenemos una ley y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios" (Jn. 19:7.).
Habiendo dado la espalda a Dios, la gente se confundió en sus ideas religiosas acerca del Creador, su naturaleza inmortal, el sentido de la vida, lo que está bien, lo que está mal. El Señor Jesucristo revela al hombre las bases de la fe y la vida, Jesucristo marca el rumbo de sus pensamientos y aspiraciones. Mencionando las exhortaciones del Salvador, los Apóstoles escriben que: "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del Reino" (Mt. 9:35). A menudo el Señor empezaba sus enseñanzas con las palabras: "el Reino de Dios se parece a... " De esto se debe concluir que, según Jesucristo la gente está llamada a recibir salvación no individualmente, sino en conjunto, como una familia espiritual a través de todos los medios de gracia; que Él proveyó a la Iglesia. Estos medios se pueden definir con dos palabras: Gracia y Verdad. (La gracia, es una fuerza invisible dada por el Espíritu Santo, que ilumina la inteligencia del hombre, dirige su voluntad a hacer el bien, fortalece sus fuerzas del alma, le trae paz interior y alegría pura y santifica todo su ser).
Hablando de la salvación, Jesucristo, enseñó acerca de las condiciones necesarias para que el hombre entre en su Reino de gracia. Nos enseño cómo debe vivir y a qué debe aspirar el cristiano y cómo es la naturaleza y organización de su Reino. Ahora vamos a analizar los distintos aspectos de la doctrina del Salvador.


A) ¿Cómo entrar al Reino de Dios?

El primer paso en el camino de la salvación es la fe en Jesucristo, como enviado de Dios, Salvador del mundo, y reconocer que "El es el camino, la verdad y la vida que nadie puede llegar al Padre si no es a través de Él" (Jn. 14:6). A la pregunta de los judíos ¿qué hay que hacer para agradar a Dios? Jesús contestó: "La obra de Dios es ésta: creer en aquél que Dios ha enviado" (Jn. 6:29). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se rehusa a creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios estará sobre él" (Juan 3:36). La fe en Jesús consiste no sólo en reconocerlo a El como Hijo de Dios, sino hacerlo humildemente, como lo haría un niño, es decir, de una manera simple, confiando y con todo el corazón aceptar sus enseñanzas sin interpretaciones propias ni enmiendas. El Señor espera de nosotros una fe así de sincera, cuando dice: "De cierto os digo, que si no volvéis y os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los cielos" (Mateo 18:3). Esta fe de corazón en el Salvador esclarece la mente del hombre, ilumina todo el camino de su vida con la promesa del Salvador: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:12).
El Señor cuando atraía a la gente a su Reino hacia un llamado a llevar un modo de vida piadoso, cuando dijo: "Arrepentios porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 4:17). Arrepentirse significa censurar todo acto propio de pecado, cambiar la manera de pensar y tomar la firme decisión, con la ayuda de Dios, de empezar un nuevo modo de vida basado en el amor a Dios y al prójimo.
Sin embargo, para empezar una vida piadosa, no es suficiente sólo desearlo sino que es indispensable, además la ayuda de Dios, que Dios brinda al creyente en el bautismo de gracia. En el bautismo al hombre se le perdonan todos los pecados, él nace para un modo de vida espiritual, y se convierte en ciudadano del Reino de Dios. El Señor dijo lo siguiente acerca del bautismo: "El que no renaciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es espíritu" (Jn. 3:5-6). Cuando mandaba a los Apóstoles a evangelizar por todo el mundo, Jesucristo los exhortó: "Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os He mandado" (Mt. 28:18). Además: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo, mas el que no creyere será condenado" (Marc. 16:10). Las palabras "Todas las cosas que os He mandado," subrayan la pureza de la doctrina del Salvador, en la cual todo es importante e indispensable para la salvacion.


B) Acerca de la vida Cristiana.


En los nueve preceptos de las Bienaventuranzas, (Mt. Cap. 5) Jesucristo definió el camino para la renovación espiritual. Este camino está compuesto de: humildad, arrepentimiento, mansedumbre, aspiración a una vida de bien, en las acciones de caridad, limpieza de corazón, hacer la paz y confesar los pecados. Con las palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." Jesucristo llama al ser humano a la humildad, al reconocimiento de sus pecados y de su debilidad espiritual. La humildad es el principio o fundamento para la corrección del ser humano. De la humildad proviene el arrepentimiento: pena por sus deficiencias, pero: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Recibirán perdón y pacificación de la conciencia. Una vez obtenida la paz del alma, el hombre mismo se hace apacible, manso. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra heredada," recibirán lo que a ellos les quita gente saqueadora y agresiva. Después de estar limpio por el arrepentimiento, el hombre empieza a extrañar las buenas obras y la rectitud. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de verdad porque ellos serán saciados." Es decir, con la ayuda de Dios, conseguirán la verdad. Una vez que él mismo ha sentido la gran misericordia de Dios, el hombre empieza a sentir compasión hacia otras personas. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzaran misericordia. El misericordioso se desprende de su apego pecaminoso a las cosas materiales y la luz de Dios penetra en él como en agua limpia de un manso lago. Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Esta luz da al hombre la sabiduría necesaria para dirigir espiritualmente a otras personas para que estén en paz con ellos mismos, con el prójimo y con Dios. "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados Hijos de Dios',. El mundo pecador no puede soportar la auténtica rectitud y se levanta con odio contra los que la ostentan. Pero no hay que afligirse. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la verdad porque de ellos es el Reino de los cielos."
Más adelante en el sermón de la montaña (Mt. Cap. 5 y 7) el Señor enseña no vengarse, a superar el sentimiento de rencor, a ser castos, a ser fieles a su palabra, a perdonar a los enemigos, a aspirar una auténtica rectitud, que hay en el corazón del hombre; explica como dar limosna, como orar y ayunar para que estas obras sean del agrado de Dios. Más adelante nos llama a no acaparar y a tener esperanza en Dios, nos enseña a no juzgar al prójimo y ser constantes en las buenas obras.
El Señor enseña a no atarse a los bienes materiales y terrenales porque: "¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo (perdió su propia alma)? ¿Qué podría dar para rescatarse a sí mismo?" (Marc. 8:36-37). Porque el hombre que busca enriquecerse está lejos de Dios, "Porque donde esta vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón" (Luc. 12:34). Lo mejor para el hombre es encontrarse en contacto personal y estar en gracia de Dios, por eso Cristo llama: "Buscad el Reino de Dios y todas esas cosas os serán añadidas" (Mt. 6:33). Cuando habló del valor espiritual del Reino de Dios, Jesucristo en una de sus parábolas dijo que "El Reino de los Cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, y que habiendo hallado una perla preciosa fue y vendió todo lo que tenía y la compró"(Mt. 13:45 46).
La salvación del alma debe ser el primordial anhelo del hombre. El camino de la renovación espiritual suele ser difícil por eso: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por ella porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan" (Mt. 7:13-14). El cristiano deber soportar las penas ineludibles sin murmurar, ya que son su cruz de todos los días. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt. 16:24). En resumen: "El Reino de Dios sufre violencia y los que usan la fuerza pretenden acabar con él" (Mt. 11:12) Para comprender todo esto mejor es indispensable pedir ayuda a Dios: "Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu está dispuesto a la verdad pero la carne es débil" (Marc. 14:38). "Con vuestra paciencia ganareis vuestras almas" (Luc. 21:19).
El Hijo de Dios al venir al mundo por su infinito amor hacia nosotros les enseñó a sus discípulos a tener al amor como el fundamento de la vida cuando dijo:
"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente." Este es el primer mandamiento, que es el más importante y el segundo, que es parecido a éste dice: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." "Estos dos mandamientos son la base de toda la ley y de las enseñanzas de los profetas" (Mateo 22:37-39). Mi mandamiento es éste: "Que se amen unos a otros como yo los he amado" (Jn. 15:12).
El amor al prójimo se descubre a través de las obras de misericordia.
Hablando desde la cruz y del dolor y del camino estrecho, Cristo nos anima con la promesa de su ayuda: "Venid a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas y yo les haré descansar. Acepten el yugo que les impongo y aprendan de mí que soy paciente y de corazón humilde, así encontrarán descanso. Porque el yugo que les impongo y la carga que les doy para llevar son ligeros" (Mt. 11:28-30). Tanto los preceptos de las bienaventuranzas como toda la doctrina del Salvador están llenas de fe en la victoria del bien y tienen espíritu de alegría. "Alégrense, estén contentos porque van a recibir un gran premio en el cielo" (Mt. 5:12). "Por mi parte yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20); y promete que todo el que crea en El no se perderá, sino que tendrá la vida eterna (Jn. 3:15).


C) Acerca de la naturaleza del Reino de Dios

Jesucristo usaba ejemplos de la vida diaria, parábolas., para explicar su doctrina acerca del Reino de Dios. En una de esas parábolas se hizo una comparación del Reino de los cielos con un corral de ovejas donde viven seguras las ovejas obedientes cuidadas y guiadas por el buen Pastor que es Cristo.
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas... tengo también otras ovejas, que no son de este corral, también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán y habrá un solo rebaño y un solo pastor... yo les doy (a mis ovejas) la vida eterna, jamás perecerán ni nadie me las quitará... El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo derecho de darla y de volver a recibirla" (Jn. Cap. 10).
En esta comparación del Reino de Dios con un rebaño de ovejas se enfatiza la unidad de la iglesia: Muchas ovejas permanecen en un rebaño protegido, tienen fe y una forma de vida. Todas tienen un solo Pastor - Cristo. Jesucristo oró ante su Padre por la unidad de los creyentes antes de los sufrimientos en la cruz cuando dijo: "Te pido que estén completamente unidos, que sean una sola cosa en unión con nosotros, oh Padre, así como tu estas en mi y yo en ti que estén completamente unidos, para que el mundo crea que tu me enviaste" (Jn. 17:21). El principio de unión en el Reino de Dios es el amor del pastor a sus ovejas y el amor de las ovejas hacia el pastor. El amor a Cristo se expresa en la obediencia a Él, en la aspiración de vivir según su voluntad. "Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos "(Jn. 14:15). El amor mutuo de los creyentes es una señal importante de su Reino: "Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta que son Discípulos míos"(Jn. 13:35).
La gracia y la verdad son dos tesoros que Dios dio a la iglesia en calidad de las más importantes virtudes que constituyen su propia esencia. Véase Juan 1:17. El Señor prometió a sus Apóstoles que el Espíritu Santo guardará en la iglesia su legítima e inmaculada doctrina hasta el fin del mundo. "Yo pediré al Padre que les mande a otro defensor, el Espíritu Santo de la verdad, que permanecerá para siempre con ustedes. Los que son de este mundo no lo pueden recibir porque no lo ven, ni lo conocen ; pero ustedes lo conocen porque Él está con ustedes y permanecerá siempre con ustedes" (Jn. 14:16-17). "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él les guiará hacia toda verdad" (Jn. 16:13). De la misma manera nosotros creemos que los dones de la gracia del Espíritu Santo van a estar activos en la iglesia dando nueva vida a sus hijos y saciando su sed espiritual, "El que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que Yo le daré, brotará en El como manantial de vida eterna" (Jn. 4:14).
Así como a los reinos terrenales les son indispensables las leyes, gobernantes y distintas instituciones sin las cuales ningún estado puede existir, asimismo nuestro Señor Jesucristo provee a la iglesia de todo lo necesario para la salvación de sus creyentes: la doctrina del Evangelio, los misterios de la gracia y líderes espirituales, los pastores de la iglesia. Así dijo el Señor a sus discípulos al respecto: "Como el Padre me envío a mí, Yo los envío a ustedes." Y sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn. 20:21-22). El Señor depositó en los pastores de la iglesia la obligación de instruir a los creyentes, limpiar sus conciencias, dar nueva vida a sus almas. Los pastores deben seguir al Pastor Supremo, en su amor por las ovejas. Las ovejas deberán respetar a sus pastores, seguir sus exhortaciones pues Cristo dijo: "El que los escucha a ustedes, me escucha a mí, y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí." (Luc. 10:16).
El hombre no llega a ser piadoso instantáneamente. En la parábola acerca de la mala hierba entre el trigo Cristo explicó que al igual que en el campo sembrado la mala hierba crece junto al trigo. Asimismo entre los hijos justos de la iglesia se encuentran miembros indignos. Unas personas pecan por ignorancia, falta de experiencia y debilidad de sus fuerzas espirituales pero se arrepienten de sus pecados y tratan de corregirse; otros se estancan en el pecado durante mucho tiempo, desdeñando la gran tolerancia de Dios. El mayor sembrador de tentaciones y de todo mal entre la gente es el diablo. Hablando de la mala hierba en su Reino el Señor llama a todos a luchar contra las tentaciones y orar: "Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación sino líbranos del mal." Conociendo la debilidad espiritual y la inconstancia de los creyentes el Señor otorgó a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados: "A quien ustedes perdonen los pecados les quedarán perdonados, y a los que no se los perdonen, les quedaran sin perdonar" (Jn. 20:23). El perdón de los pecados, supone que el pecador se arrepiente sinceramente de su mala acción y quiere corregirse. Pero el mal en el Reino de Dios no va a ser soportado eternamente. "Les aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece para siempre a la familia. Así que si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres" (Jn. 8:34-36). Cristo indica que la gente que persiste en sus pecados o que no se somete a la doctrina de la iglesia no estará junto al pueblo de gracia: "Si no hace caso a la Iglesia, entonces habrás de considerarlo como un pagano o un publicano" (Mt. 18:17).
En el Reino de Dios, se lleva a cabo la unión real de los creyentes con Dios y entre sí. El principio de la unión en la iglesia es la naturaleza de Cristo, quien es Dios hombre con la cual los creyentes se encuentran en el sacramento de la Santa Eucaristía. En la Eucaristía la vida divina del Dios hombre sacramentalmente desciende a los creyentes, como ha sido dicho: "El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre lo amará y vendremos a el y haremos morada con él" (Juan 14:23). Así el Reino de Dios entra en el hombre. Jesucristo subraya la necesidad de la Eucaristía con las siguientes palabras: "Les aseguro que si ustedes no comen del cuerpo del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6:53-54). Sin unión con Cristo el hombre es como una rama quebrada, se desvanece espiritualmente y no es capaz de hacer buenas obras. "Una rama no puede dar uvas por sí misma, si no está unida a la vida, de igual manera, ustedes no pueden dar fruto si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vida y ustedes son las ramas. El que permanece unido a Mí y Yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden hacer nada" (Jn. 15:4-5). Habiéndoles enseñado a sus Discípulos la necesidad de tener unión con El Jesucristo, la noche en la que fue entregado que fuera la víspera de sus sufrimientos en la Cruz, instituyó el Sacramento de la Santa Eucaristía ordenándoles a ellos al final: "Hagan esto en memoria mía" (Lucas 22-19).
Jesucristo contraponía Su Reino de Gracia al mundo que se revuelca en la perversidad cuando les dijo a sus Discípulos: "Yo los escogí a ustedes de entre los que son del mundo"(Jn. 15:19), 0 sea, los aparto del mundo; "Y Mi Reino no es de este mundo"(Jn. 18:36). "El príncipe de este mundo es el diablo," un lobo que mata a los hombres y es el padre de la mentira. Pero los hijos del Reino no deben temer al maligno y sus hijos. "Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera... háganle frente al reto porque yo vencí al mundo" (Jn. 16:33). El Reino de Cristo va a perdurar hasta el fin del mundo y todos los esfuerzos del diablo y sus sirvientes de destruir el Reino de Cristo se romperán como olas en la roca. "Voy a construir mi iglesia, ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (Mt. 16:18). Estas palabras hablan no sólo acerca de la existencia física de la iglesia hasta el fin de los tiempos, sino también acerca de que la iglesia va a conservar su integridad espiritual, llena de gracia y verdad.
Jesucristo nos enseñó a nosotros con Su palabra y con Su ejemplo. Él, es para nosotros el más perfecto ejemplo de rectitud. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envío a Mí y hacer Su obra," dijo Cristo. Y cada acción, palabra y pensamiento estaban llenos de deseos de hacer la voluntad de Su Padre. Conociendo más profundamente la vida del Salvador descripta en los Evangelios, vemos en Sus acciones el más alto ejemplo de virtud. Entre tanto debemos entender que nosotros podemos seguir a Cristo sólo en aquello que está a nuestro alcance. Como mortales que somos, no nos atrevemos a reproducir sus acciones individuales, como por ejemplo: Sus obras de omnipotencia y omnisapiencia, que nos son imposibles de reproducir, pero podemos y debemos seguir el espíritu general de Sus virtudes. Precisamente en Cristo el hombre encuentra la imagen viva del ideal, hacia el cual Él llamó a toda la gente cuando dijo: "Sean ustedes perfectos como su Padre que está en el cielo es perfecto" (Mateo 5:48). Y un poco después explicaba: "Si ustedes Me conocen a Mí, también conocerán a Mi Padre" (Juan 14:7).


Obispo Alexander Mileant
 
Catecismo Ortodoxo
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Sunday, December 9, 2018

No solo la boca debe ayunar, sino que los ojos y las piernas y los brazos ... ( San Juan Crisóstomo )


"No solo la boca debe ayunar, sino que los ojos y las piernas y los brazos y todas las otras partes del cuerpo también deben ayunar. Deje que las manos ayunen, permanezcan limpias de robos y codicia. Deje las piernas rápidas, evitando caminos conduzca a miradas pecaminosas. Deje que los ojos ayunen, no se fijen en rostros hermosos y no observen la belleza de los demás. Usted no está comiendo carne, ¿Verdad? No debería comer también con sus ojos el libertinaje. El ayuno de la audición no es aceptar malas conversaciones contra otros y difamaciones tontas ".


San Juan Crisóstomo
 
Catecismo Ortodoxo
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Monday, December 3, 2018

¿Qué Escribió Cristo en el suelo? ( San Nicolás Velimirovich )


El obispo Nicolás, dotado teólogo que combinó un alto nivel de erudición con la simplicidad de un alma llena de amor por Cristo y de humildad, es a menudo llamado como el “nuevo Crisóstomo” por su inspirada predicación. Como padre espiritual del pueblo serbio, constantemente los exhortó a cumplir su llamamiento como nación: servir a Cristo. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue encarcelado en el campo de concentración de Dachau. Más tarde sirvió como jerarca en América, donde murió.

Una vez, el amante Señor estaba sentado en frente del templo en Jerusalén, alimentando los corazones hambrientos con sus dulces enseñanzas. “Y todo el pueblo vino a Él” (Juan 8:2). El Señor hablaba al pueblo sobre la felicidad eterna, sobre la alegría sin fin de los justos en la patria eterna, el cielo. Y el pueblo se deleitaba en sus palabras. La amargura de muchas almas frustradas y la hostilidad de muchos de los ofendidos se desvanecía como la nieve bajo los brillantes rayos del sol. Quién sabe cuánto tiempo habría continuado esta maravillosa escena de paz y amor entre el cielo y la tierra, si algo inesperado no hubiera ocurrido en ese momento. El Mesías, amante de la humanidad, nunca se cansaba de enseñar a la gente, y la gente piadosa nunca se cansaba de escuchar esta sanadora y maravillosa sabiduría.


Pero algo aterrador, salvaje y cruel sucedió. Se originó como incluso hoy en día sucede, con los escribas y fariseos. Como todos sabemos, los escribas y los fariseos aparentemente guardaban la ley, pero normalmente la transgredían. Nuestro Señor los reprendía con frecuencia. Por ejemplo, les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera tienen bella apariencia, pero por dentro están llenos de osamentas de muertos y de toda inmundicia. Lo mismo vosotros, por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23:27-28).


¿Qué hicieron? ¿Habían atrapado, quizá, al líder de una banda de malhechores? Nada de eso. Trajeron a la fuerza a una desgraciada mujer pecadora, sorprendida en el acto del adulterio; la trajeron con triunfante jactancia y grotesco y estrepitoso estruendo. Habiéndola puesto ante Cristo, clamaron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. Ahora bien, en la Ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Y Tú, qué dices?” (Juan 8:4-5).


El caso fue expuesto de esta forma por pecadores, que denunciaban los pecados de otros y eran expertos en ocultar sus propios defectos. La asustada multitud se apartó, dejando paso a los ancianos. Algunos huyeron atemorizados, porque el Señor estaba hablando de la vida y la felicidad, mientras que las clamorosas voces pedían su muerte.


Habría sido apropiado preguntar: ¿por qué estos ancianos y guardianes de la ley no apedreaban a la mujer pecadora por sí mismos? ¿Por qué la llevaron ante Jesús? La ley de Moisés les daba el derecho a apedrearla. Nadie habría objetado. ¿Quién protesta, en nuestros días, cuando la sentencia de muerte es pronunciada sobre un criminal? ¿Por qué los ancianos judíos trajeron a esta mujer pecadora ante el Señor? No para obtener una conmutación de su sentencia o su clemencia. ¡Nada de eso! Se la trajeron con un plan premeditado y diabólico de coger al Señor con palabras contrarias a la ley, pues también querían acusarlo. Tenían la esperanza de acabar de un solo golpe con dos vidas, la de la mujer pecadora y la de Cristo. “¿Y Tú, qué dices?”.


¿Por qué le preguntaron a Él, cuando la ley de Moisés era tan clara? El evangelista explica su intención con las siguientes palabras: “Esto decían para ponerlo en apuros, para tener de qué acusarlo” (Juan 8:6). Levantaron sus manos contra Él una vez, anteriormente, para apedrearlo, pero los eludió. Pero ahora han encontrado una oportunidad para llevar a cabo su deseo. Y era allí, frente al Templo de Salomón, donde las tablas de los mandamiento habían sido guardadas en el Arca de la Alianza, era allí donde Él, Cristo, iba a decir algo contrario a la ley de Moisés; así pues, su fin sería alcanzado. Querían apedrear hasta la muerte a Cristo y a la mujer pecadora. Mucho más ansiosos iban a apedrearlo a Él que a ella, así como más tarde le increpaban con celo a Pilatos que liberara al bandido Barrabás en lugar de a Cristo.


Todos los presentes esperaban que sucediera una de las dos cosas: o bien, que el Señor, en su misericordia liberara a la mujer pecadora, violando con esto la ley, o que cumpliera la ley, diciendo: ‘haced lo que está escrito en la ley’, y romper así su propio mandato de misericordia y bondad. En el primer caso sería condenado a muerte, y en el segundo, se convertiría en un objeto de burla y escarnio.


Cuando los tentadores hicieron la pregunta: “¿Y Tú, qué dices?”, sobrevino un silencio sepulcral: el silencio entre la multitud que estaba allí congregada, el silencio entre los jueces acusadores de la mujer pecadora, y el silencio y la respiración contenida en el alma de la mujer acusada. La misma clase de silencio se produce en el circo cuando los domadores de fieras conducen a mansos leones y tigres y les ordenan realizar diferentes movimientos, asumiendo varias posiciones y haciendo trucos por mandato suyo. Pero vemos ante nosotros, no a un domador de animales salvajes, sino al Domador de los hombres, una tarea mucho más difícil que la primera. Pues a menudo es más difícil domar a los que se han convertido en salvajes a causa del pecado, que domar a los que son salvajes por naturaleza. “¿Y Tú, qué dices?”, se le presiona una vez más, ardiendo con malicia, y con sus rostros retorcidos.


Así pues, el legislador de la moralidad y de la conducta humana, “inclinándose, se puso a escribir en el suelo, con el dedo” (Juan 8:6). ¿Qué escribía el Señor en el suelo? El evangelista mantiene silencio sobre esto y no escribe nada al respecto. Era demasiado repugnante y vil para ser escrito en el Libro del Júbilo. Sin embargo, esto se ha preservado en nuestra santa Tradición Ortodoxa, y es horrible. El Señor escribió algo inesperado y sorprendente para los ancianos, aquellos que acusaban a la mujer pecadora. Con el dedo reveló sus secretos pecados, para aquellos que señalan los pecados de otros, mientras que eran expertos en ocultar sus propios pecados. Pero no tiene sentido tratar de ocultar nada ante los ojos de Aquel que lo ve todo.


“M(eshulam), ha robado los tesoros del templo”, escribió el dedo del Señor en el polvo.


“A(sher), ha cometido adulterio con la mujer de su hermano”.


“S(halum), ha cometido perjurio”.


“E(led), ha golpeado a su propio padre”.


“A(marich), ha cometido sodomía”.


“J(oel), ha adorado a los ídolos”.


Y así, una afirmación tras otra fue escrita en el suelo por el impresionante dedo del justo Juez. Y aquellos a los que se referían estas palabras, inclinándose, leían lo que estaba escrito, con indecible horror. Temblaban de miedo y no se atrevían a mirarse a los ojos. No tenían ya el pensamiento de la mujer pecadora. Pensaban solo en sí mismos y en su propia muerte, que estaba escrita en el suelo. Ninguna lengua era capaz de moverse, de pronunciar esa pregunta molesta y mala, “¿Y Tú, qué dices?”. El Señor no dijo nada. Aquello que es tan sucio solo tiene condición para ser escrito únicamente en el polvo del suelo. Otra razón por la que el Señor escribió en el suelo es aún mayor y más maravillosa. Lo que estaba escrito en el suelo era fácil de borrar. Cristo no quería que sus pecados fueran conocidos por todos. Si hubiera deseado esto, los habría anunciado ante el pueblo, y los habría acusado y apedreado hasta la muerte, según la ley. Pero Él, el inocente Cordero de Dios, no contemplaba la venganza o la muerte para aquellos que le habían preparado mil muertes, que deseaban su muerte más que cualquier otra cosa en sus vidas. El Señor sólo quería corregirlos, hacerlos pensar en sí mismos y en sus propios pecados. Quería recordarles que mientras llevaban el peso de sus propias transgresiones, no podían ser jueces estrictos de las transgresiones de otros. Solo esto deseaba el Señor. Y cuando lo hizo, movió la arena para borrarlo, y lo que había escrito desapareció.


Después de esto nuestro gran Señor se levantó y les dijo amorosamente: “Aquel que de vosotros esté sin pecado, tire el primero la piedra contra ella” (Juan 8:7). Esto fue como si alguien les quitaras las armas a sus enemigos y les dijera: ¡Ahora, disparad! Los jueces que ahora se disponen contra la mujer pecadora, están desarmados, como los criminales ante el juez, sin palabras y prendidos. Pero el benevolente Salvador “inclinándose de nuevo, se puso otra vez a escribir en el suelo” (Juan 8:8). ¿Qué escribía esta vez? Quizá sus otras transgresiones secretas, para que no pudieran abrir sus labios sellados durante mucho tiempo. O quizá escribía qué clase de personas eran los ancianos y líderes del pueblo. Esto no es necesario que lo sepamos. Lo más importante aquí es que por su escritura en el suelo consiguió tres cosas: en primer lugar, detuvo y aniquiló la tormenta que los ancianos de los judíos habían levantado contra Él; en segundo lugar, despertó su conciencia adormecida en sus endurecidas almas, aunque solo durante un corto tiempo; y tercero, salvó a la mujer pecadora de la muerte. Así se desprende de las palabras del Evangelio: “Pero ellos, después de oír aquello, se fueron uno por uno, comenzando por los más viejos, hasta los postreros, y quedó Él solo, con la mujer que estaba en medio” (Juan 8:9).


La plaza de delante del templo quedó repentinamente vacía. No quedó nadie, a excepción de los dos ancianos que la habían sentenciado a muerte, la mujer pecadora y el Único sin pecado. La mujer estaba en pie, mientras Cristo permanecía agachado en el suelo. Reinaba un profundo silencio. De repente el Señor se levantó de nuevo, miró alrededor y, no viendo a nadie más que a la mujer, le dijo: “Mujer, ¿dónde están ellos? ¿Ninguno te condenó?” (Juan 8:10). El Señor sabía que ninguno la condenaría; pero con esta pregunta esperaba darle confianza para que fuera capaz de escuchar y entender mejor lo que quería decirle. Actuó como un experimentado doctor, que primero alienta a su paciente y solo entonces le da su medicina. “¿Ninguno te condenó?”. La mujer recuperó la capacidad de hablar y respondió: “Ninguno, Señor” (Juan 8:11). Estas palabras fueron pronunciadas por una criatura deplorable, que justo antes no tenía la esperanza de volver a pronunciar otra palabra; una criatura que, muy probablemente, sentía el aliento de la verdadera alegría por primera vez en su vida.


Finalmente, el buen Señor dijo a la mujer: “Yo no te condeno tampoco. Vete, desde ahora no peques más” (Juan 8:11). Cuando los lobos dejan a su presa, así pues, tampoco el pastor desea la muerte de su oveja. Pero es esencial tener en cuenta que la “no acusación” de Cristo significa mucho más que la “no acusación” de los seres humanos. Cuando la gente no nos juzga por nuestros pecados, significa que no asignan un castigo por el pecado, sino que dejan el pecado con y en nosotros. Cuando Dios no acusa, sin embargo, esto significa que perdona nuestros pecados, los saca fuera como la podredumbre y hace nuestra alma limpia. Por esta razón, las palabras: “Yo no te condeno tampoco”, significan lo mismo que “Tus pecados son perdonados; vete, hija, y no peques más”.


¡Qué inesperado júbilo! ¡Qué gozo de verdad! Pues el Señor reveló la verdad a los que estaban perdidos. ¡Qué gozo en la justicia! Pues el Señor creó la justicia. ¡Qué júbilo en la misericordia! Pues el Señor mostró misericordia. ¡Qué gozo de vida! Pues el Señor preservó la vida. Este es el Evangelio de Cristo, que significa Buena Noticia; esta es la Noticia jubilosa, la Enseñanza de la alegría; esta es una página del Libro del Júbilo.


Por San Nicolás Velimirovich
 
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