Dios quiere nuestra espontaneidad, nuestra buena disposición, manifestada aunque sea poco, pero con hazaña de amor y honor. También Él quiere que reconozcamos nuestra pecaminosidad. Todo lo restante da Él. En la vida espiritual no se exigen los bíceps. Vamos a cumplir humildemente la hazaña, pedir la misericordia Divina y agradecer por todo a Él. Sobre el hombre que sin cualquier plan propio se entrega en las manos de Dios, se cumple el plan Divino. Cuanto el hombre se agarra de su propio "yo," tanto él queda atrás. Él no avanza espiritualmente, ya que obstaculiza la bondad Divina. Para avanzar se exige una gran confianza a Dios.
En todo instante Dios con Su amor acaricia los corazones de toda la gente, pero no sentimos esto, ya que nuestros corazones están cubiertos de sarro. Al limpiar su corazón el hombre se enternece, se derrite, enloquece viendo las gracias y la bondad de Dios que ama en forma igual a todos los hombres. Por aquellos que sufren, a tal hombre le duele, por aquellos que llevan la vida espiritual — él experimenta alegría. Si un alma honesta piensa sólo sobre las bondades Divinas, ellos pueden elevarla a las alturas, ¡y qué decir, si ella piensa sobre la multitud de sus pecados y sobre gran bondad Divina! Si los ojos del alma del hombre se limpiaron, él viendo la preocupación Divina [por él y otro] siente y vive a toda providencia divina con su corazón sensible y desnudado, él se derrite del agradecimiento, él enloquece (en buen sentido de esta palabra). Porque los dones Divinos, cuando el hombre los percibe, hacen una brecha en el corazón, lo rompen. Y luego, cuando la mano Divina acaricia este honrado corazón y toca la brecha, el hombre se eleva internamente y su agradecimiento a Dios se hace grande. Aquellos que cumplen la hazaña sintiendo tanto su propia pecaminosidad y bondades Divinas y confían a sí mismos a Su gran bondad, elevan a sus almas al paraíso con más esperanza y menor esfuerzo corporal.
San Paisios