Monday, December 26, 2016

Los Santos Testigos de la Verdad. ( Los Sacrificios de los Santo Mártires )

 Cuando un fiel entra a una Iglesia Ortodoxa, inmediatamente se encuentra en una atmósfera muy diferente a la que él está acostumbrado. La razón es que él se ve rodeado por imágenes de ángeles y santos, reconociendo en estas imágenes a personas de diferentes nacionalidades, épocas, nivel social y educacional. En estas imágenes podemos reconocer a príncipes, campesinos, ricos, pobres, sabios y gente sin educación formal. Pero lo que muchos de ellos tienen en común es que fueron obligados a dejar este mundo en una forma violenta, significando que ellos murieron como "mártires" por Cristo. Cuando en la antigüedad se usaba la palabra "martis," en el idioma griego significaba "testigo." Nosotros queremos hablar aquí sobre el significado del martirio por Cristo.

El significado corriente de la palabra "Mártir," es "Testigo," o sea, lo que vio o escuchó una persona y de acuerdo a eso, presenta su testimonio. Las decisiones de una corte se determinan en base del testimonio del defensor y acusador. Del testigo se requiere que él responda únicamente basándose en lo que observó y no en sus propias opiniones o suposiciones. Él debe presentar solamente el hecho. El cristiano se convierte en "testigo" de la fe cuando por medio de la palabra y el ejemplo de su vida, testifica una nueva vida en Cristo. El objeto del testimonio no es superficial, más bien es la experiencia espiritual interior.

Las Santas Escrituras denominan a Jesucristo como al "Mártir Justo" (Rev. 1:5; 3:14). Después de Pentecostés, los testigos son Sus discípulos: los apóstoles y los predicadores del Evangelio (Hechos 1:8 y 1:22; 1 Pedro 5:1; Rev. 2:13 y 6:9).

Esta es la forma en la cual el Señor se expresaba con respecto al propósito de Su venida al mundo: "Díjole entonces Pilato: ¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz" (Juan, 18:37; 8:32). La verdad sobre la cual testificaba el encarnado Hijo de Dios, no era una enseñanza filosófica abstracta, pero sí una revelación Celestial de Aquel que escuchó de Su Padre y vio en el mundo espiritual, de donde Él vino. Él nos revelaba todo como un Ser que tiene una enorme sabiduría y experiencia, y conoce muy bien la vida de los seres beatos en el Reino de Su Padre.

Aquellos que recibían Su testimonio estando aún en esta vida pasajera, eran unidos por Él a la vida beata de acuerdo a sus capacidades, anticipadamente, otorgándoles el sabor de la felicidad mediante la unión con Dios, y haciéndoles sentir una cálida y vivificante luz celestial. Aquella gente que conoció la beatitud de Dios, sola se convertía en testigo de Jesucristo por medio de la palabra y una vida virtuosa.

Para los apóstoles la experiencia espiritual se sentía muy profundamente. San Juan escribía con respecto a sí mismo y a los demás apóstoles lo que ellos experimentaban por medio de la cercanía con Cristo: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida; (Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido). Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Y estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido" (1 Juan 1:1-4).

Si Jesucristo hubiese ofrecido únicamente ideas abstractas, estas ideas hubiesen sido recibidas pasivamente sin despertar drásticas divisiones dentro de la sociedad, lo que se observa en la historia cristiana. Las palabras de Jesucristo, como una fuerte luz, penetran en las tinieblas del alma del pecador, descubren delante de él toda la pobreza moral juntamente con las llagas arraigadas de su alma. Por esta razón, creer en Jesucristo y aceptar Su enseñanza, lleva inmutablemente a la reconstrucción de la ideología y a un cambio radical de la vida. Al mismo tiempo, esta luz espiritual profundiza más y más en los laberintos del alma del pecador, derrama un benéfico bálsamo, curando las heridas e infundiendo en la persona una fuerza moral vivificante, inspirándolo hacía una vida virtuosa. A medida de que la persona se purifica y se perfecciona moralmente, la benevolencia de Dios se experimenta con más intensidad. Delante de sus ojos espirituales se abren nuevos horizontes, comienza a entender con más profundidad la esencia de la vida espiritual, la vanidad y la mentira de la sociedad que la rodea y con más visibilidad toma el rumbo hacia la meta correcta y a las acciones positivas. Luego, basándose en la experiencia propia, finalmente comprende cuánto mejor y más hermoso es el deseo de una vida llena y perfecta con Dios en comparación con el estado interior vacío y oscuro. En verdad, el Reino de Dios se transforma para el fiel en un tesoro inestimable (Mat. 13:44) por el cual, para adquirirlo, él sacrifica todo lo que posee, incluyendo la vida.

Lamentablemente, no todos son capaces de ver la luz, no todos encuentran en sí las suficientes fuerzas para separarse de las malas costumbres, abnegar los bienes materiales para la renovación del alma. Por medio de los relatos evangélicos nos daremos cuenta que desde el primer día que el Señor comenzó a pronunciar Sus sermones, la sociedad humana comenzó a dividirse en dos grupos: aquellos que con alegría recibían la palabra de Cristo, y aquellos que se negaban a aceptarla. Más aún, existían aquellos que muchas veces no sólo ignoraban lo que el Señor les decía, sino se revelaban en contra de Él con odio e indignación. El Salvador así nos explica estas situaciones: "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra verdad, viene a la luz, para que sus obras sean manifestadas, que son hechas en Dios" (Juan 3:20-21). En otras palabras, la enseñanza del Salvador posee la cualidad de abrir la verdadera disposición de la persona, sus ambiciones y preferencias secretas. La persona que era espiritualmente neutra y escuchó luego el sermón evangélico, no puede ya permanecer indiferente, o será Su discípulo, o Su enemigo.

El odio de los escribas y líderes religiosos hebreos hacia Jesucristo progresivamente aumentaba. Finalmente, este odio culminó en el juicio donde ellos lo calumniaron, sentenciaron a la muerte y luego consiguieron el permiso de Pilato para crucificarlo. De esta forma, el primer Testigo de la fe (Rev. 1:5), se transformó en el primer Mártir por ella. Pero Él mismo, por medio de Su resurrección, venció al demonio, el cual es el fundador y líder de la calumnia y de la muerte, convenciendo a todos que tarde o temprano la virtuosidad siempre triunfará.

La resurrección de Jesucristo y el descenso del Espíritu Santo eran aquellos dos famosos acontecimientos que definitivamente convencieron a los apóstoles en la veracidad de todo aquello que el Señor Jesucristo les legó y, como testigos de los acontecimientos evangélicos, decidieron dedicar sus vidas a la propagación de la fe de Cristo. Sus sermones, para ellos, eran como un testimonio de aquella vida beata que recibieron en Cristo. Así como durante la vida del Señor Su enseñanza atraía a unos y repelaba a otros, de la misma forma sucedía en los siglos consiguientes, dispersándose por diferentes países, como si dividiera a la gente en dos grupos. "No penséis que he venido para traer paz en la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra," predijo el Divino fundador de la fe (Mat. 10:34-35).

La primer persona que murió por su fe en Cristo fue el diácono Esteban, el cual murió apedreado detrás de las paredes de Jerusalén muy pronto después del descenso del Espíritu Santo. Con el tiempo, en diferentes países y en diferentes circunstancias, murieron por la fe de Cristo sus discípulos y apóstoles. Por lo visto, el último que falleció por causas naturales, era el apóstol Juan, por su valor, firmeza y fidelidad con respecto a la Cruz del Señor.

Nerón (54-68) fue el primer emperador romano que comenzó una persecución masiva y sistemática de los cristianos. Durante su reino fueron ejecutados en Roma los apóstoles Pedro y Paulo. Los cristianos eran entregados a los circos para el entretenimiento de los romanos. En el circo los sometían a diferentes torturas, como por ejemplo, ser devorado por animales salvajes, o ser sumergidos en brea caliente, o encendidos como antorchas para alumbrar la ciudad.

San Justino, el filósofo, escritor (2º siglo), que también terminó su vida como mártir, ilustra en el siguiente relato cómo prácticamente el cristianismo dividió la sociedad, comenzando por la familia. En la ciudad donde él vivía, escribe San Justino, una mujer pagana se convirtió en cristiana. Debido a esto su esposo, siendo pagano, se llenó de odio hacía ella y se quejó a la corte regional. En vista que nada bueno esperaba a la mujer, ella consiguió una prorrogación del juicio para poder arreglar los asuntos de sus bienes. Mientras ella arreglaba sus asuntos, su esposo atrajo al juicio a un tal Ptolomeo, el cual, como él se enteró, introdujo a su esposa al cristianismo. Ptolomeo fue interrogado en el juicio, y cuando él reconoció enfrente de todos su fe cristiana, el juez lo condenó a la pena de muerte. En ese momento, dos personas que presenciaban el juicio comenzaron a protestar diciendo: "¿cómo puede ser que una persona honesta pueda ser sentenciada a muerte nada más que por sus convicciones religiosas?." El juez interrogó a los que protestaban para averiguar si ellos también pertenecían a la fe cristiana. Cuando ellos le respondieron que sí, él los condenó a muerte. Así sucedió mientras se preparaba el caso en contra de la mujer cristiana; tres cristianos perdieron sus vidas. Finalmente la mujer fue enjuiciada y condenada a muerte.

Todo comenzó, como explica San Justino, que la mujer, convirtiéndose en cristiana, no quiso participar más en los perversos placeres corporales de su esposo, considerándolos repulsivos, (2ª Apología de Justino al Senado Romano).

Aunque por nombre se conocen nada más que varios miles de mártires, en realidad, esta cantidad llega a los millones.

Las persecuciones de los cristianos nunca cesaban completamente, únicamente aumentaban o disminuían y cambiaban de un sitio a otro. Hubo ciertos períodos donde las persecuciones eran muy intensas y pesadas para los fieles. En los tres primeros siglos de la era cristiana las persecuciones eran encabezadas, en la mayoría, por los emperadores romanos. Después de un período comparablemente tranquilo, comenzó una nueva ola de persecuciones sangrientas iniciadas por los musulmanes árabes en los siglos 7–9; luego son remplazadas por los turcos en los siglos 13–18 (debemos mencionar sobre el contraste de los métodos que usaban los musulmanes para la propagación de su fe, en comparación de los métodos cristianos). Los apóstoles se acercaban a la gente con una palabra llena de amor; ellos estaban llenos de humildad y muchas veces fueron víctimas de parte de los incrédulos. Los musulmanes propagaban su religión por medio del fuego y la espada desde el primer día de su fundación. Finalmente, en las primeras décadas del siglo 20, con toda su fuerza y enfurecimiento, se dirigen en contra de los fieles — los ateos-comunistas. Debemos mencionar que cada persecución consecutiva era más cruel y sangrienta que la precedente. Las Santas Escrituras predicen persecuciones aún más terribles antes del fin del mundo.

De esta forma, la guerra en contra de la fe cristiana continúa durante toda la historia del Nuevo Testamento. Como explican las Santas Escrituras, la guerra es encabezada por medio del espíritu caído, el antiguo dragón que se considera el príncipe y líder de este mundo.

Pero habiendo sufrido la muerte física, los testigos de Cristo no padecieron. Todo lo contrario, ellos, como Él, triunfaron espiritualmente y ahora reinan con Él en el Cielo (Rev. 3:21).

Las condiciones en las cuales murieron los predicadores de la fe son muy individuales. Pero lo que tienen ellos en común es que el Señor Jesucristo y la vida plena de gracia que ellos recibieron por medio del cristianismo, fue lo más importante en sus vidas. "El cristiano es más capaz de entregar su vida por la fe, que un pagano entregar un pedazo de su manto por sus ídolos" escribió Orígenes (Carta a Selsios 7:39, cap. 182-215). Para ellos abjurar a Cristo y Su enseñanza significaba rechazar lo más valioso, o sea, privarse de Dios y de la vida eterna. La idea de rendirse enfrente del mal y la calumnia con el propósito de asegurarse la existencia en esta vida terrenal insignificante, era recibida por los fieles como una terrible tragedia.

El martirio cristiano se distingue en su esencia con la abnegación de los fanáticos. El fanatismo es una ciega adicción o apego a una idea. Los fanáticos son capaces de entregar sus vidas para comprobar una idea. Por ejemplo: los monjes budistas se incendiaban ellos mismos para llamar la atención de la sociedad con respecto a sus problemas sociales. El cristianismo prohibe el suicidio, considerándolo un pecado mortal que no tiene perdón de Dios. "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra" (Mat. 10-23). Los mártires no morían para comprobar una convicción o idea, sino, porque ellos no querían perder la vida espiritual de la Gracia, recibida en Jesucristo. La vida eterna en el Cielo era más valiosa para ellos que la vida física y temporal aquí en la tierra.

"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Filip. 1:21), decía el apóstol Paulo. Él aconsejaba a los cristianos que ellos reciban las persecuciones por Cristo con alegría, como un honor y razón para recibir en el Paraíso más recompensa: "Porque a vosotros es concedido, por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él" (Filip. 1:29).

Sabiendo muy bien todos los sufrimientos a los que serán sometidos Sus seguidores, el Señor Jesucristo los prepara con las siguientes palabras:

"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos: sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres: porque os entregarán en concilios, y en sus sinagogas os azotarán; Y aún a príncipes y a reyes seréis llevados por causa de mí, por testimonio a ellos y a los Gentiles... Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno... Y cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos. No penséis que he venido para traer paz en la tierra: no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa" (Mat. 10:16-42).

Viendo la fe inquebrantable de los cristianos y esa firmeza con la cual ellos iban a los sufrimientos y a la muerte, muchos paganos se convencían de la veracidad de la fe cristiana, y se convertían también en cristianos. Comunican una gran verdad las palabra de Tertuliano (escritor del tercer siglo), que "La sangre de los mártires es semilla de los nuevos cristianos."

Los cristianos mártires son testigos de los dones eternos, de la riqueza espiritual y de la verdadera vida. Habiendo dejado este mundo penoso, ellos disfrutan ahora de la indescriptible vida feliz enfrente del Trono del Todopoderoso, de la misma manera como se le manifestó al apóstol Juan:

"Después de estas cosas miré, y he aquí una gran multitud, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; Y clamaban en alta voz diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban alrededor del trono, y de los ancianos y los cuatro animales; y postráronse sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios diciendo: Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás. Amén. Y respondió uno de los ancianos diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de grande tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero" (Rev. 7:9-17).



Por medio del sacrificio los mártires de Cristo testifican la real existencia de las riquezas espirituales y la existencia de otra vida que es incomparablemente mejor que la nuestra. Ellos nos llaman a batallar firmemente con la maldad, querer a Dios y estar consiente de la dicha de tenerlo a Él en nuestras almas. Por medio de las oraciones de los santos mártires, pediremos que Dios nos dé una sólida fe y firmeza, tan indispensable para el alcance de aquel desembarque tranquilo hacia el Reino de Dios.
 
Obispo Alejandro (Mileant)

Catecismo Ortodoxo 

http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

 

Akathisto a San Alexander Nevsky



Bendito sea nuestro Dios ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Si no hay Sacerdote: Por las oraciones de nuestros Santos Padres, oh Señor Jesucristo, Dios Nuestro, Ten piedad de nosotros. Amén.


Gloria a Ti, Dios Nuestro, Gloria a Ti.

Rey del Cielo, Consolador, Espíritu de la Verdad, que estás en todo lugar, y que todo lo llenas, Tesoro de bienes y Dador de la Vida, ven y haz de nosotros tu morada, purifícanos de toda mancha, y salva, Tú que eres bueno, nuestras almas.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros

Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, purifícanos de nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras transgresiones. Santo, visítanos y cura nuestras dolencias, por tu nombre.

Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Majestad, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo; el pan sobreesencial dánosle hoy, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos introduzcas en la tentación, mas líbranos del maligno.

Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 50

Ten piedad de mí, oh Dios según Tu gran piedad
y según la multitud de Tus misericordias borra mi iniquidad.
Acaba de lavarme de mi injusticia y purifícame de mi pecado.
Porque conozco mi injusticia y mi pecado está siempre ante mí.
Contra Ti solo he pecado y lo malo he hecho ante Ti,
para que seas justificado en Tus palabras
y venzas cuando se Te juzgue.
Pues he aquí, fui concebido en iniquidades
y en pecados me apeteció mi madre.

Pues he aquí, amaste la verdad,
lo desconocido y oculto de Tu sabiduría me manifestaste.
Me rociarás con hisopo y seré purificado,
me lavarás y más que nieve blanquearé.

Me enseñarás alborozo y alegría
y mis huesos humillados se alborozarán.
Aparta Tu faz de mis pecados y borra todas mis iniquidades.

Crea en mí un corazón puro, oh Dios
y un espíritu recto renueva en mis entrañas.
No me arrojes de Tu faz y Tu Espíritu Santo no me quites.

Devuélveme el alborozo de Tu salvación
y afiánzame con Tu Espíritu príncipe.
Enseñaré a los inicuos Tus sendas
y los impíos se convertirán a Ti.

Líbrame de sangres, oh Dios, Dios de mi salvación
y exultará mi lengua en Tu justicia.
Oh Señor, abrirás mis labios y mi boca anunciará Tu alabanza.

Porque si hubieras querido sacrificio Te lo daría.
En holocaustos no Te complacerás.
El sacrificio a Dios es un espíritu contrito,
un corazón contrito y humillado, Dios no despreciará.

Haz bien, Señor, en Tu beneplácito a Sión
y edifíquense los muros de Jerusalén.
Entonces Te complacerás en sacrificio de justicia,
oblación y holocaustos,
entonces ofrecerán becerros sobre Tu altar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 142

Señor, escucha mi oración, presta oído a mi súplica según tu fidelidad; óyeme por tu justicia, y no entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente es justo delante de Ti. El enemigo persigue mi alma, ha postrado en tierra mi vida; me ha encerrado en las tinieblas, como los ya difuntos. El espíritu ha desfallecido en mí, y mi corazón está helado en mi pecho. Me acuerdo de los días antiguos, medito en todas tus obras, contemplo las hazañas de tus manos, y extiendo hacia Ti las mías; como tierra falta de agua, mi alma tiene sed de Ti. Escúchame pronto, Señor, porque mi espíritu languidece. No quieras esconder de mí tu rostro: sería yo como los que bajaron a la tumba. Hazme sentir al punto tu misericordia, pues en Ti coloco mi confianza. Muéstrame el camino que debo seguir, ya que hacia Ti levanto mi alma. Líbrame de mis enemigos, Señor; a Ti me entrego. Enséñame a hacer tu voluntad, porque Tú eres mi Dios. Tu Espíritu es bueno; guíame, pues, por camino llano. Por tu Nombre, Señor, guarda mi vida; por tu clemencia saca mi alma de la angustia. Y por tu gracia acaba con mis enemigos, y disipa a cuantos atribulan mi alma, porque soy siervo tuyo.


Akathisto a San Alexander Nevsky.

kontaquio I.

Dedicando himnos de alabanza al santo y recto creyente, el gran príncipe Alexander Nevsky, el capitán elegido de la tierra rusa, el espléndido adorno de la Iglesia Ortodoxa, que por la fe venció a los enemigos visibles e invisibles, y que en su fe mostró amor fraternal y afección, y, que como dijo el apóstol, a su fe añadió virtud, a la virtud, conocimiento, al conocimiento, templanza, y a la templanza, piedad, clamémosle con compunción y júbilo:

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Ikos I

Ahora estás con los ángeles y todos los santos ante Cristo, oh bendito Alexander, suplicando por los que te honran con amor. Por eso, conscientes de que, habiendo amado a Cristo desde tu infancia, te afanaste en espíritu hacia el cielo, emulando la vida de los incorpóreos, te bendecimos, clamando:

Alégrate, vástago de una piadosa raíz.

Alégrate, heredero de la excelente fe de tus antepasados.

Alégrate, emulador de las virtudes de tu padre, amante de Dios.

Alégrate, heredero de la devoción y la mansedumbre de tu madre.

Alégrate, tú que guías hacia el cielo al rebaño amante de Cristo.

Alégrate, amigo de todos los siervos de Dios en esta vida y conversador con los amantes de la piedad.

Alégrate, miembro del divino coro radiante de los venerables.

Alégrate, invencible confesor de la fe de Cristo.

Alégrate, mártir voluntario, que ahora estás unido al coro de la justa y victoriosa compañía de los mártires.

Alégrate, proclamador virginal de la esperanza y el amor cristiano para todos nosotros.

Alégrate, amante del magnífico mandato de la Iglesia.

Alégrate, coheredero con los fieles hijos de la Iglesia y los elegidos de Dios.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!


Kontaquio II

Contemplando la hermosura de tu rostro y tu estatura corporal, el pueblo de Novgorod se alegró y glorificó a Dios, y conscientes de tus virtudes, que son más resplandecientes que el sol, oh bienaventurado Alexander, cantamos al Señor, que te ha glorificado: ¡Aleluya!.

Ikos II

Oh divinamente sabio Alexander, tú comprendiste que la vida de este mundo es pasajera, y que sólo es necesaria una cosa para los hombres: complacer a Dios. Por eso, desde tu infancia, te alejaste del amor del mundo y de las cosas terrenales y, deseando adquirir en esta vida las cosas celestiales, te apresuraste a servir al Señor como un siervo fiel durante toda tu vida. Por eso, te clamamos:

Alégrate, oh luchador por la fe, que preferiste complacer a Dios sobre todas las cosas.

Alégrate, tú, que como Abraham, viviste toda tu vida de forma irreprochable ante Dios.

Alégrate, tú, que mostraste la obediencia de Isaac.

Alégrate, tú, que anduviste por el camino de la humildad de espíritu de Jacob.

Alégrate, tú que adquiriste la pureza y la castidad de José.

Alégrate, tú que mostraste el amor de Moisés por tu propio pueblo.

Alégrate, tú que, como Samuel, te preservaste sin mancha de avaricia.

Alégrate, tú que venciste a tus enemigos con la mansedumbre de David.

Alégrate, tú que emulaste la fe ardiente de Pedro.

Alégrate, tú que con Pablo, te esclavizaste bajo el yugo de Cristo.

Alégrate, tú que, por tu esfuerzo constante del estudio de la Palabra de Dios, acumulaste el divino conocimiento de Juan.

Alégrate, tú que reuniste en ti las virtudes de muchos santos.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio III

Por el poder de la Fe, adquiriste una filosofía elevada, oh bendito Alexander, por lo cual, desdeñando la carne, cuidaste de tu alma inmortal. Así, bendiciéndote por ser uno de los que han adquirido la inmortalidad, clamamos a Cristo, que te ha glorificado: ¡Aleluya!

Ikos III

Teniendo siempre al Señor ante tus ojos, viviste sobriamente, oh bienaventurado Alexander, y realizando todo lo que hiciste para gloria de Dios, complaciste a Dios, ante quien estás ahora junto a los coros de aquellos que le complacieron desde antaño. Por eso, alegrándonos en ti, te clamamos:

Alégrate, luchador por la verdadera sobriedad.

Alégrate, amante de la contemplación salvadora.

Alégrate, nuestro guía en el esfuerzo por alejarnos del mundo.

Alégrate, adquisidor del perfecto don de la atención vigilante en ti.

Alégrate, firme oponente ante todo deseo irracional.

Alégrate, buen atleta de la piedad, que sobresaliste en discernimiento y labor.

Alégrate, pues por el poder de la oración venciste a las tentaciones del maligno.

Alégrate, pues te protegiste del pecado reflexionando sobre las cosas postreras.

Alégrate, pues con toda tu alma deseaste habitar en las moradas celestiales.

Alégrate, pues sobresaliste por tu deseo de permanecer en oración ante Dios.

Alégrate, pues santificaste tu vida con la invocación continua del nombre de Dios.

Alégrate, pues complaciste al Señor en todo.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio IV

El enemigo levantó una tormenta de tentaciones contra ti, oh bienaventurado Alexander, pero las venciste con el poder de la gracia de Cristo. Por eso, habiendo llegado al refugio tranquilo, con los coros de los que fueron probados en el mundo, y habiendo vencido al mundo, clamaste a Cristo: ¡Aleluya!

Ikos IV

Habiendo escuchado a Pablo, que dijo: “Todo el que entra en la liza se modera en todo” (1ª Corintios 9:25), lo consideraste todo como podredumbre, oh bendito Alexander, para poder obtener a Cristo. Y por las luchas de tu propia abnegación y compromiso por las buenas obras, adquiriste la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Por eso, bendiciéndote, te clamamos:


Alégrate, pues te has mostrado como un ejemplo de abnegación.

Alégrate, pues nos has enseñado a llevar la Cruz siguiendo a Cristo.

Alégrate, pues pisoteaste la carne y sus pasiones y las lujurias bajo tus pies.

Alégrate, pues por tu vida denunciaste la vanidad del mundo.

Alégrate, pues alejaste de ti todo apego mundano apasionado.

Alégrate, pues hiciste de tu razón esclava de tu fe.

Alégrate, pues por tu voluntad tomaste el yugo ligero de los mandamientos de Cristo.

Alégrate, pues guardaste tu corazón puro de toda pasión espiritual perniciosa.

Alégrate, pues te sometiste a Dios más perfectamente.

Alégrate, pues serviste a Dios durante toda tu vida.

Alégrate, pues, guardando los mandamientos, obtuviste para ti el amor de Dios.

Alégrate, pues recibiste la herencia del reino complaciendo a Dios.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!


Kontaquio V

Pasaste por el mundo como una estrella divinamente guiada, oh bienaventurado Alexander, resplandeciendo con gloria y virtud. Por eso, con los coros de los justos, resplandeces ahora en el cielo con gloria, y con ellos, cantas por siempre a Cristo: ¡Aleluya!.

Ikos V

Viendo que nunca fuiste vencido en la batalla, sino que siempre salías victorioso, oh bendito Alexander, los infieles se atemorizaban al escuchar tu nombre, y recordando tu valor, que estaba lleno de fe, te bendecimos, diciendo:

Alégrate, valiente campeón de la defensa de la Fe y de la Iglesia.

Alégrate, bravo defensor de tu patria.

Alégrate, sabio ahuyentador de los asaltos del enemigo.

Alégrate, poderoso guardián de la paz para los indefensos.

Alégrate, glorioso conquistador del ejército sueco en las orillas del Neva.

Alégrate, preservador de la seguridad de todas las tierras de Rusia.

Alégrate, destructor de las malignas maquinaciones de los infieles extranjeros que luchan contra nuestra patria.

Alégrate, establecedor divinamente fortalecido de las leyes de la justicia.

Alégrate, libertador de Pskov, la ciudad natal de Santa Olga.

Alégrate, pacificador de los que odian la paz.

Alégrate, subyugador de los insensatos disturbios de los lituanos, en aquellos días.

Alégrate, sabio líder de tus ejércitos, amantes de Cristo, en todas tus batallas.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio VI

Te mostraste como un predicador de la mansedumbre y la tolerancia tras tus gloriosas victorias, oh bienaventurado Alexander. Y por eso, has obtenido la doble corona de Cristo el Rey, ante quien estás ahora, clamando: ¡Aleluya!

Ikos VI

Fuiste espléndido más allá de toda valentía en la paciencia que adquiriste, oh bendito Alexander, esperando en Jesús Cristo, el Autor y Perfeccionador de la Fe, que en lugar de gozo, padeció la Cruz. Por eso, alabándote, te clamamos con solemnidad:

Alégrate, pues perseveraste en las luchas por servir a Dios hasta el fin.

Alégrate, pues emulaste fielmente la paciencia de Cristo.

Alégrate, pues sabiamente entendiste el poder de los mandamientos de Cristo para amar a los enemigos.

Alégrate, pues mostraste verdadero amor por aquellos que pecaron contra ti y con los que liberaste.

Alégrate, pues reconociste claramente los ardides del maligno en las pruebas impuestas en ti y en tu propio pueblo.

Alégrate, pues pisoteaste la maldad de enemigo bajo tus pies partiendo pacíficamente de tu propia tierra.

Alégrate, pues percibiste las maquinaciones del maligno durante toda tu vida.

Alégrate, pues venciste todo mal con el bien, siguiendo las palabras de los apóstoles.

Alégrate, pues en el momento en que Novgorod necesitó tu ayuda, fuiste de nuevo capaz de ayudar a esta cuidad, aunque te maltrató.

Alégrate, pues de este modo obtuviste el amor ardiente de tu pueblo.

Alégrate, pues sobrellevaste confiadamente las visitaciones de Dios: la enfermedad y la privación.

Alégrate, pues obtuviste del Señor una espléndida corona.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!


Kontaquio VII

Deseando hacer resplandecer en ti todas las virtudes, oh bienaventurado Alexander, Cristo el Maestro te llamó a servir a Su pueblo en un tiempo de prueba, y tú tuviste humildad y paciencia, por lo cual, has sido exaltado, y ahora estás ante Dios cantando el himno: ¡Aleluya!

Ikos VII

Maravilloso fue contemplar cómo el invencible capitán rendía homenaje humildemente a los incrédulos a los que el Señor había enviado contra Su pueblo a causa de sus pecados, y también es maravilloso recordar tu invencible humildad, oh bendito Alexander, con la que complaciste al Señor y salvaste a tu pueblo. Por eso, te cantamos con acciones de gracias:

Alégrate, imitador de la humildad del Señor.

Alégrate, maestro del respeto debido a las autoridades establecidas por Dios.

Alégrate, enemigo de toda vanagloria.

Alégrate, trabajador incansable por la verdadera obediencia.

Alégrate, modelo de verdadero servicio a Dios para todos.

Alégrate, instructor de los gobernantes para un liderazgo sobre el pueblo, complaciente a Dios.

Alégrate, guía de los sometidos a obediencia a las autoridades debidamente establecidas, que son dispuestas por Dios.

Alégrate, pues hiciste repetidos viajes hacia los impíos por el bien de tu pueblo, contando como nada las humillaciones a las que te sometían.

Alégrate, pues clamando a Dios, no tuviste temor de ir ante Batu y cumplir sus mandatos.

Alégrate, pues repetidas veces aceptaste temibles responsabilidades por las rebeliones irreflexivas de tu pueblo.

Alégrate, pues protegiste a tu pueblo de las dañinas relaciones espirituales con los infieles.

Alégrate, pues salvaguardaste sabiamente en tu tierra los espléndidos hechos y tradiciones de tus padres.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio VIII

Viviste toda tu vida en la tierra como un extranjero, oh bienaventurado Alexander, sin conocer descanso en tus trabajos y sin tener cuidad permanente, sino buscando la que es futura. Por eso, oh bendito, ahora has hecho tu morada en las mansiones eternas, cantando continuamente a Dios: ¡Aleluya!

Ikos VIII

Habiendo servido al Señor con toda tu alma, y habiéndolo complacido durante toda tu vida, conseguiste glorificarlo en la piedad. Por eso, te mostraste como un confesor de la Fe de Cristo. Por tanto, recordando tu hazaña de confesión, oh bendito Alexander, te clamamos:

Alégrate, pues no tuviste temor de la maldad de los infieles.

Alégrate, pues no adoraste a las cosas creadas, sino al Creador.

Alégrate, pues no te inclinaste ante el sol y el fuego en el campo de los impíos.

Alégrate, pues guardaste tu Fe en medio de la tentación.

Alégrate, pues no obedeciste el mandato impío.

Alégrate, pues te mostraste como un firme predicador de la Fe ante los incrédulos.

Alégrate, pues regresaste a tu tierra con la doble corona de gloria tras tu confesión.

Alégrate, pues toda tu vida permaneciste fiel a la Fe de tus padres.

Alégrate, pues evitaste sabiamente el engaño de la religión falsa.

Alégrate, pues denunciaste abiertamente la maldad de los predicadores de la falsa enseñanza.

Alégrate, pues se mostraste como un firme defensor de la Ortodoxia.

Alégrate, pues con un discurso sensato triunfaste sobre la falsa elocuencia de los enemigos de la Ortodoxia.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!
Kontaquio IX

Sometiéndote completamente a Dios, Le serviste como un siervo fiel y bueno, oh bienaventurado Alexander, trabajando por tu tierra más que ninguno de los príncipes. Por eso, se te ha concedido entrar en el gozo de tu Señor, ante quien estás ahora, cantando con los ángeles: ¡Aleluya!

Ikos IX

Ni la lengua más elocuente podría alabar las obras que realizaste, sacrificando tu alma por tus hermanos, oh bendito Alexander. Por eso, recordando humildemente tus pruebas, te ofrecemos estos himnos con devoción, diciendo:

Alégrate, sincero amante de la amistad fraterna.

Alégrate, imitador del amor fraternal de Moisés y Pablo.

Alégrate, fiel guardián de los mandamientos del amor de Cristo.

Alégrate, maravilloso instructor del amor por el prójimo.

Alégrate, pues por tu ejemplo te mostraste como pacificador de tus hermanos, que habían llegado a luchar por su herencia.

Alégrate, pues durante toda tu vida mostraste un cuidado diligente por el bien de tu pueblo.

Alégrate, obrador de la paz universal en tus días.

Alégrate, unificador de tu nación, que había sido destruida por el temor de las invasiones tártaras.

Alégrate, verdadero defensor de los indefensos.

Alégrate, alimentador de los pobres hambrientos.

Alégrate, poderoso protector de los huérfanos.

Alégrate, poderoso intercesor ante el Señor, por aquellos que son perturbados y están en necesidad.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio X

Deseando salvar tu alma, y sabiendo que no es posible para aquel que no tiene amor por Dios el recibir la salvación, sin importar cuales sean sus luchas y virtudes, adquiriste la corona de las virtudes, que es el amor a Dios, ante quien estás ahora, cantando con júbilo: ¡Aleluya!

Ikos X

Amando al Rey del cielo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, oh bendito Alexander, tras múltiples sacrificios hechos con fe y celo, te ofreciste a Él como sacrificio vivo, santo y complaciente a Dios. Por eso, bendiciéndote, te clamamos:

Alégrate, pues durante tu vida serviste la Señor con obras complacientes.

Alégrate, pues coronaste tu vida con los votos del monaquismo.

Alégrate, pues restauraste muchos templos de Dios, que habían sido destruidos por los incrédulos.

Alégrate, pues estableciste santos monasterios, para que pudiera florecer el ascetismo.

Alégrate, pues desde tu infancia amaste a los que luchaban en la piedad por Dios.

Alégrate, pues con un alma pura elegiste de antemano el hábito angélico.

Alégrate, pues hasta el final de tu vida te dedicaste completamente a Dios.

Alégrate, pues te comprometiste más perfectamente con Dios recibiendo el esquema monástico y el nombre de Alexis.

Alégrate, pues por el voto de castidad mostraste la pureza de tu corazón.

Alégrate, pues por el voto de pobreza mostraste la gran estatura de tu espíritu.

Alégrate, pues por el voto de obediencia confirmaste todo tu servicio al Único Dios.

Alégrate, pues a cambio de la corona de príncipe sabio y bueno recibiste la recompensa de un monje.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio XI


En tu sepultura se elevaron himnos fúnebres con lágrimas, oh bienaventurado Alexander; tu pueblo lloró por ti, el sol de la tierra rusa, que fue establecido al mediodía, y susurraron su devoto himno de lamento a Dios, cantando: ¡Aleluya!

Ikos XI

La luz de la gloria del cielo pronto te iluminó, oh bendito Alexander, consolando al pueblo que lloraba. Por eso, viendo signos y maravillas en tu tumba, los hijos de Rusia te invocaron apropiadamente en oración como intercesor. Y conscientes de tu pronta ayuda, te clamamos:

Alégrate, oh elegido de Dios, que en tu propio entierro fuiste glorificado por Dios.

Alégrate, nuestro pronto intercesor, a quien nuestros padres invocaron en tiempo de aflicción y necesidad.

Alégrate, pues ayudaste al príncipe Demetrio Donskoi en combate contra los tártaros.

Alégrate, pues ayudaste al Zar Juan a conquistar el pueblo de Kazan.

Alégrate, pues concedes muchas y diversas curaciones a todos.

Alégrate, pues por tu súplica devuelves la vista a los ciegos.

Alégrate, que concedes andar a los cojos que se postran ante tu tumba.

Alégrate, pues sanas la enfermedad de los paralíticos.

Alégrate, pues concedes la liberación de los demonios a los que están poseídos.

Alégrate, pues con esperanza de salvación das valor a los desesperados.

Alégrate, pues restauras la salud a los que han perdido sus sentidos.

Alégrate, pues siempre haces surgir multitud de milagros de tu tumba.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio XII

Reconociendo la gracia que reside en tus reliquias incorruptas, el pueblo de Vladimir venía a tu bendito santuario con amor, y venerándolas con júbilo, pues por ti glorificaban a Dios que es glorificado en Sus santos, Le clamaban con compunción: ¡Aleluya!

Ikos XII


Ensalzando tus virtudes y milagros, nuestros padres recibieron y acompañaron tu santo cuerpo cuando, según el deseo de corazón del emperador Pedro I, tus santas reliquias fueron trasladadas a un nuevo lugar de consagración en la capital imperial de San Petersburgo, y regocijándonos ahora tu gloria celestial y en la continuidad de tus reliquias incorruptas en esta cuidad, clamamos con ellos:

Alégrate, oh ruso José que fuiste trasladado a un nuevo lugar de descanso.

Alégrate, protector de todos los confines de la tierra rusa.

Alégrate, pronta seguridad de San Petersburgo.

Alégrate, defensor celestial de esta cuidad.

Alégrate, ornamento inestimable de la capital del norte.

Alégrate, gloria y seguridad del monasterio que lleva tu nombre.

Alégrate, pues por tus súplicas concedes la ayuda divina a todos los cristianos ortodoxos.

Alégrate, maestro divinamente sabio de todos los que residen en esta cuidad.

Alégrate, pues, como monje, instruyes a los monjes por el ejemplo de tu vida.

Alégrate, guía de los fieles hacia las virtudes, en las que trabajaste en el mundo.

Alégrate, pues por tu incorrupción concedes la esperanza de la resurrección a todos.

Alégrate, campeón, guardián y libertador nuestro, en medio de los peligros y las tribulaciones.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

Kontaquio XIII. (3 veces)

Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

(Se Repite el ikos y el Kontaquio I)

Ikos I

Ahora estás con los ángeles y todos los santos ante Cristo, oh bendito Alexander, suplicando por los que te honran con amor. Por eso, conscientes de que, habiendo amado a Cristo desde tu infancia, te afanaste en espíritu hacia el cielo, emulando la vida de los incorpóreos, te bendecimos, clamando:

Alégrate, vástago de una piadosa raíz.

Alégrate, heredero de la excelente fe de tus antepasados.

Alégrate, emulador de las virtudes de tu padre, amante de Dios.

Alégrate, heredero de la devoción y la mansedumbre de tu madre.

Alégrate, tú que guías hacia el cielo al rebaño amante de Cristo.

Alégrate, amigo de todos los siervos de Dios en esta vida y conversador con los amantes de la piedad.

Alégrate, miembro del divino coro radiante de los venerables.

Alégrate, invencible confesor de la fe de Cristo.

Alégrate, mártir voluntario, que ahora estás unido al coro de la justa y victoriosa compañía de los mártires.

Alégrate, proclamador virginal de la esperanza y el amor cristiano para todos nosotros.

Alégrate, amante del magnífico mandato de la Iglesia.

Alégrate, coheredero con los fieles hijos de la Iglesia y los elegidos de Dios.

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!

kontaquio I

Dedicando himnos de alabanza al santo y recto creyente, el gran príncipe Alexander Nevsky, el capitán elegido de la tierra rusa, el espléndido adorno de la Iglesia Ortodoxa, que por la fe venció a los enemigos visibles e invisibles, y que en su fe mostró amor fraternal y afección, y, que como dijo el apóstol, a su fe añadió virtud, a la virtud, conocimiento, al conocimiento, templanza, y a la templanza, piedad, clamémosle con compunción y júbilo:

¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!


Oración al Santo y Recto Creyente Gran Príncipe Alexander Nevsky.

¡Oh pronta ayuda de los que acuden a ti solemnemente, nuestro ferviente intercesor ante el Señor, santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander! Míranos con misericordia, aunque somos indignos, pues nos hemos hecho inútiles a nosotros mismos por la multitud de nuestras iniquidades, mas ahora acudimos al santuario de tus reliquias y te clamamos desde el fondo de nuestros corazones. En tu vida fuiste un amante y defensor de la Fe Ortodoxa: por tus oraciones a Dios haznos inquebrantables en ella. Cumpliste celosamente el ministerio que se te impuso: con tu ayuda, enséñanos a perseverar en aquello a lo que hemos sido llamados. Venciendo a las legiones de los adversarios los condujiste más allá de las fronteras de Rusia: expulsa también a nuestros enemigos, visibles e invisibles, que se aprestan contra nosotros. Renegando de la corona perecedera de un reino terrenal, elegiste la vida de la quietud, y habiendo sido coronado rectamente con una corona inmarcesible, ahora reinas en el cielo: intercede por nosotros, te lo suplicamos, para que por tu intercesión podamos obtener una vida pacífica y sin turbación y un paso directo al reino eterno. Estando con todos los santos ante el trono de Dios, ruega por todos los cristianos ortodoxos, para que en Su bondad, el Señor Dios nos preserve en la paz, en largos días y en prosperidad por muchos años, para que siempre glorifiquemos y bendigamos a Dios, que es adorado en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, purifícanos de nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras transgresiones. Santo, visítanos y cura nuestras dolencias por tu nombre.

Señor, ten Piedad, Señor ten Piedad , Señor ten Piedad.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan sobreesencial dánosle hoy; perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes sucumbir en la tentación, mas líbranos del maligno.

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Bendice, Padre.

Aquél, que es bendito os bendiga, Cristo, Dios nuestro, en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Amén. Oh Cristo nuestro Dios, fortalece en la santa y verdadera fe a todos los cristianos piadosos y ortodoxos, así como a esta santa asamblea por los siglos de los siglos.

¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!

Tú más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines, que sin mancha engendraste a Dios el Verbo, a Ti verdadera Madre de Dios, te magnificamos.

¡Gloria a Ti, Cristo Dios nuestro, esperanza nuestra, gloria a Ti!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Señor ten Piedad ,Señor ten Piedad , Señor ten Piedad .

Padre, bendice.

Que Cristo, nuestro verdadero Dios, por las plegarias de su Madre Santísima, toda pura e inmaculada, de los santos gloriosos Apóstoles, de los santos y justos antepasados del Señor, Joaquín y Ana, de San Alexander Nevsky y de todos los Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque él es bueno y amante de la humanidad.Amén.

Por las oraciones de nuestros Santos Padres, oh Señor Jesucristo, Dios Nuestro, Ten piedad de nosotros. Amén.

Fue canonizado en 1547, Como San Alejandro Nevski, Por la Iglesia Ortodoxa Rusa y su festividad se celebra el 12 de Septiembre.

Catecismo Ortodoxo
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