"Todo el mundo, todo el mundo que venga a mí: decidme, como si estuviera viva, vuestros dolores, os veré, y os escucharé, y os voy a ayudar. Poca gente visitará mi tumba, sólo los amigos más cercanos; y, cuando mueran, será abandonada mi tumba... Pero después de muchos años la gente va a oír hablar de mí y vendrán en multitudes en busca de ayuda, con sus tristezas y peticiones de oración al Señor Dios, y voy a ayudar a todos y escuchar a todo el mundo ".
“Mi potencia en la flaqueza se perfecciona”( 2 Corintios 12:9).
El 2 de mayo se conmemora la defunción bendita (1952) y la canonización (1999) de Santa Matrona de Moscú. Fue ciega desde el nacimiento y sus piernas las tenía prácticamente paralizadas desde los diecisiete años. Los últimos 27 años vivió en casas de los bienhechores, perseguida por el régimen estalinista, físicamente débil, poseyendo sólo la ropa que llevaba y la fe cristiana ardiente.
Pero, al mismo tiempo, es una de los santos ortodoxos más eminentes del siglo XX. Su don de videncia espiritual, la fuerza de sus oraciones, su confesión del cristianismo, su entrega a los demás la hicieron el verdadero “octavo pilar de Rusia” (según predijo San Juan de Kronshtadt), una antorcha guía y madre espiritual para mucha gente durante su vida, y para todo el mundo cristiano hoy en día.
“Una vez en 1939 o 1940 Matrona dijo: “Estáis aquí riñendo y disputando, mientras una guerra tremenda está a punto de estallar. Mucha gente va a perecer, pero nuestro pueblo ruso vencerá.”
“Cada día Matrónushka recibía hasta cuarenta visitas. Ayudaba desinteresadamente, pero siempre subrayaba que no era la ayuda suya, sino la de Dios por sus oraciones. Curando a los enfermos, les exigía que creyeran en Dios y corrigieran la vida pecaminosa, acudieran a la Iglesia y a sus Santos Sacramentos.”
“Una vez en 1946 en el cuarto donde Matrona vivía entonces, vino una mujer de alto cargo estatal. Su hijo único se había vuelto loco, su marido había perecido en la guerra y ella misma, naturalmente, era atea. Estuvo con su hijo en Europa, pero los médicos de renombre no pudieron ayudar. “He venido a usted por desesperación, - dijo, - no tengo más donde ir”. Matrona preguntó: “Si el Señor le cura a tu hijo, ¿vas a creer en Dios?” La mujer dijo: “No sé qué es – creer”. Entonces Matrona pidió un vaso de agua y en presencia de la madre desgraciada empezó a pronunciar en voz alta una oración sobre el agua. Después, entregándosela este agua, la bienaventurada dijo: “Ve ahora a Káschenko (hospital psiquiátrico en Moscú), haz un acuerdo con los enfermeros que le sostengan a tu hijo bien fuerte cuando te lo lleven. Va a retorcerse, pero tú intenta tirarle el agua en sus ojos y, obligatoriamente, en su boca”.
Pasado algún tiempo, fuimos testigos de otra visita de esta mujer. Arrodillada, agradecía a la mátushka (madre), diciendo que su hijo estaba sano. La cosa ocurrió así: llegó al hospital y lo hizo todo como se lo había dicho la mátushka. Allí hubo una sala, donde de un lado de la barrera le hicieron salir a su hijo y de otro lado salió ella misma. La botellita con el agua estaba en su bolsillo. El hijo empezó a retorcerse y gritar: ”¡Mamá, tira fuera lo que está en tu bolsillo, no me atormentes!” Se quedó impactada: ¿de donde lo sabía? Enseguida le salpicó el agua en sus ojos y se la tiró en la boca. De repente el pobre se calmó, su mirada se hizo clara y dijo: “¡Qué bién!” Dentro de poco fue dado de alta.
“Mi potencia en la flaqueza se perfecciona”( 2 Corintios 12:9).
El 2 de mayo se conmemora la defunción bendita (1952) y la canonización (1999) de Santa Matrona de Moscú. Fue ciega desde el nacimiento y sus piernas las tenía prácticamente paralizadas desde los diecisiete años. Los últimos 27 años vivió en casas de los bienhechores, perseguida por el régimen estalinista, físicamente débil, poseyendo sólo la ropa que llevaba y la fe cristiana ardiente.
Pero, al mismo tiempo, es una de los santos ortodoxos más eminentes del siglo XX. Su don de videncia espiritual, la fuerza de sus oraciones, su confesión del cristianismo, su entrega a los demás la hicieron el verdadero “octavo pilar de Rusia” (según predijo San Juan de Kronshtadt), una antorcha guía y madre espiritual para mucha gente durante su vida, y para todo el mundo cristiano hoy en día.
“Una vez en 1939 o 1940 Matrona dijo: “Estáis aquí riñendo y disputando, mientras una guerra tremenda está a punto de estallar. Mucha gente va a perecer, pero nuestro pueblo ruso vencerá.”
“Cada día Matrónushka recibía hasta cuarenta visitas. Ayudaba desinteresadamente, pero siempre subrayaba que no era la ayuda suya, sino la de Dios por sus oraciones. Curando a los enfermos, les exigía que creyeran en Dios y corrigieran la vida pecaminosa, acudieran a la Iglesia y a sus Santos Sacramentos.”
“Una vez en 1946 en el cuarto donde Matrona vivía entonces, vino una mujer de alto cargo estatal. Su hijo único se había vuelto loco, su marido había perecido en la guerra y ella misma, naturalmente, era atea. Estuvo con su hijo en Europa, pero los médicos de renombre no pudieron ayudar. “He venido a usted por desesperación, - dijo, - no tengo más donde ir”. Matrona preguntó: “Si el Señor le cura a tu hijo, ¿vas a creer en Dios?” La mujer dijo: “No sé qué es – creer”. Entonces Matrona pidió un vaso de agua y en presencia de la madre desgraciada empezó a pronunciar en voz alta una oración sobre el agua. Después, entregándosela este agua, la bienaventurada dijo: “Ve ahora a Káschenko (hospital psiquiátrico en Moscú), haz un acuerdo con los enfermeros que le sostengan a tu hijo bien fuerte cuando te lo lleven. Va a retorcerse, pero tú intenta tirarle el agua en sus ojos y, obligatoriamente, en su boca”.
Pasado algún tiempo, fuimos testigos de otra visita de esta mujer. Arrodillada, agradecía a la mátushka (madre), diciendo que su hijo estaba sano. La cosa ocurrió así: llegó al hospital y lo hizo todo como se lo había dicho la mátushka. Allí hubo una sala, donde de un lado de la barrera le hicieron salir a su hijo y de otro lado salió ella misma. La botellita con el agua estaba en su bolsillo. El hijo empezó a retorcerse y gritar: ”¡Mamá, tira fuera lo que está en tu bolsillo, no me atormentes!” Se quedó impactada: ¿de donde lo sabía? Enseguida le salpicó el agua en sus ojos y se la tiró en la boca. De repente el pobre se calmó, su mirada se hizo clara y dijo: “¡Qué bién!” Dentro de poco fue dado de alta.