Monday, February 2, 2015

La abeja y la mosca ( Santo Paisio del Monte Athos )



 Sé por experiencia propia, que en esta vida la gente se divide en dos categorías. No hay una tercera: cada hombre pertenece a una categoría o a la otra. Una categoría se parece a la de la mosca. La mosca tiene esta particularidad, que siempre se posa sobre algo sucio. P. ej., si en el jardín hay muchas flores perfumadas y en un rincón del jardín un animal hizo sus necesidades, la mosca cruza todo el hermoso jardín sin posarse en ninguna flor. Solo cuando ve la suciedad, baja y se posa, comienza a removerla, deleitándose con el hedor, y no puede separarse.

Si ella pudiera hablar, y uno, agarrándola, le preguntara si sabe donde están las rosas en el jardín, ella contestaría que no sabe de que se trata. Diría — "yo se donde hay basura, baños, suciedad de animales, lodo..." De manera semejante, en la vida, hay gente parecida a la mosca. Esta categoría de gente aprendió a pensar negativamente y en todo ve lo malo, no viendo e ignorando todo lo bueno.

Otra categoría de gente se parece a la abeja. La particularidad de la abeja es encontrar y posarse sobre lo hermoso y dulce. Digamos, p. ej., que en un ambiente sucio, en un rincón, alguien puso un jarrón con una flor. Si la abeja entra volando ahí, dejará de lado todo lo sucio sin posarse, y encontrando la flor se posará en ella..

Si tomas a esta abeja y le preguntas donde está el lugar de la basura, ella contestará que no notó nada, pero ahí están las dalias, y ahí las rosas, mas lejos — las violetas, allí la miel y mas allá el azúcar... ella resultará una conocedora de todo lo bueno y no tendrá ni idea de lo malo. Las buenos reflexiones piensan y ven lo bueno.

Así que el hombre se encuentra en la categoría o de moscas, o de abejas.

Y el Santo concluyó: — "Cuando vienen a mi y comienzan a acusar a otros, les relato ese ejemplo y propongo elegir en que categoría quieren ubicarse, y de acuerdo a esto definir también a los que los acusan.

Santo Paisio del Monte Athos

Antigua Literatura Monástica (5)



San Jeronimo. Painting of Michelangelo Merisi da Caravaggio 1571–1610
San Jeronimo. Painting of Michelangelo Merisi da Caravaggio 1571–1610

Continuación de la (4)

Regla de San Pacomio.

Prefacio de San Jerónimo.

Por afilada y centelleante que sea una espada, terminará por cubrirse de herrumbre y perder el esplendor de su belleza si permanece durante mucho tiempo en la vaina. Es por esto que, cuando me encontraba afligido por la muerte de la santa y venerable Paula (en esto no obraba yo en contraposición con el precepto del Apóstol, antes bien, aspiraba ardientemente que fuera consolado el gran número de aquellos a quienes su muerte había privado de sostén), acepté recibir los libros que me enviaba el hombre de Dios, el sacerdote Silvano. El mismo los había recibido de Alejandría con el fin de dármelos para traducir. Ya que, según me dijo, en los monasterios de la Tebaida y en el monasterio de Metanoia (este es el monasterio de Canope, cuyo nombre ha sido felizmente reemplazado por un término que significa “conversión”), viven muchos latinos que ignoran el copto y el griego, lenguas en las que han sido escritas las Reglas de Pacomio, Teodoro y Orsisio. Estos hombres son los que pusieron los cimientos de los “Coenobia” en la Tebaida y en Egipto, según la orden de Dios y de un ángel enviado por El con este designio.



Después de haber guardado un largo silencio durante el cual tascaba mi dolor, fui urgido a ponerme a trabajar por el sacerdote Leoncio y otros hermanos enviados a mí para eso. Así, después de hacer venir a un secretario, dicté en nuestra lengua las reglas que habían sido traducidas del copto al griego. Hice esto por obedecer no diré a las súplicas sino a las órdenes de estos grandes hombres, como también para romper mi prolongado silencio bajo auspicios favorables; como decían ellos: yo volvía a mis antiguos trabajos y también procuraba una satisfacción al alma de esta santa mujer que no había cesado de arder en el amor por la vida monástica y de meditar sobre la tierra lo que debía contemplar en el cielo; además, la venerable virgen de Cristo, su hija Eustoquia, tendría de dónde suministrar reglas de conducta a sus hermanas, y nuestros hermanos seguirían los ejemplos de los monjes egipcios, quiero decir de Tabennesis .

Estos monjes tienen en cada monasterio padres, ecónomos, hebdomadarios, oficiales subalternos y jefes de familia, que son los prepósitos. Cada casa reúne alrededor de cuarenta hermanos que deben obedecer a su prepósito. Según el número de hermanos, un monasterio cuenta con treinta o cuarenta casas que están unidas en tribus o grupos de tres o cuatro. Los que viven en estos grupos van juntos al trabajo y se suceden por rotación en el servicio semanal.

El que entró primero al monasterio, ocupa también el primer lugar al sentarse, caminar, salmodiar, comer y recibir la comunión en la iglesia. No es la edad de los hermanos la que se tiene en cuenta sino la fecha de su profesión.

En sus celdas no tienen más que una estera y los objetos siguientes: dos túnicas (especie de vestido egipcio sin mangas) y una tercera ya usada que usan para dormir o trabajar, un manto de lino, una piel de cabra a la que llaman melota, dos cogullas, un pequeño cinto de lino, calzado y un bastón como compañero de viaje.

Los enfermos son restablecidos gracias a cuidados admirables y comidas copiosas. Los que se hallan en buena salud se benefician de una abstinencia más severa; ayunan dos veces por semana, los miércoles y viernes, salvo durante el tiempo que va de Pascua a Pentecostés. Los demás días, los que lo desean comen después de la hora sexta y a la tarde se vuelve a poner la mesa a causa de los que trabajan, de los ancianos, de los niños y del intensísimo calor. Algunos comen poco la segunda vez, otros se contentan con una sola comida: el almuerzo o la cena. Algunos toman sólo un poco de pan y salen del refectorio. Todos comen al mismo tiempo. Cuando alguno no quiere ir a la mesa, recibe en su celda solamente pan, agua y sal, todos los días o día por medio según lo desee.

Los hermanos que practican un mismo arte son congregados en una casa bajo la autoridad de un prepósito. Por ejemplo: los que tejen el lino son reunidos en un grupo, los que hacen las esteras constituyen una sola familia. Lo mismo pasa con los sastres, los que fabrican las carretas, los obreros, los zapateros; estos grupos están gobernados cada uno por su prepósito, y cada semana dan cuenta de sus trabajos al padre del monasterio .

Los padres de todos los monasterios tienen un solo jefe que habita en el monasterio de Pbow .En pascua, todos, excepto aquellos cuya presencia es indispensable en sus monasterios, se reúnen en torno a él, de modo que casi cincuenta mil hombres celebran juntos la fiesta de la Pasión del Señor.

En el mes de Mesorí, es decir, en agosto, a ejemplo de la remisión del año jubilar (Lev 25) hay días en que a todos les son perdonados los pecados y en los que se reconcilian los que han tenido cualquier altercado. Luego se designan los jefes, los ecónomos, los prepósitos, los oficiales subalternos de los diferentes monasterios según sus necesidades.

Los de la Tebaida dicen todavía que Pacomio, Cornelio y Syro (este último vive aún y según cuentan tiene más de 110 años), aprendieron de boca de un ángel un lenguaje misterioso que les permite escribirse y comunicarse con la ayuda de un alfabeto espiritual, insinuando bajo ciertos signos y símbolos, sentidos escondidos. Hemos traducido a nuestra lengua estas cartas, que también han sido leídas entre los monjes coptos y griegos, y cuando encontramos esos mismos signos (del alfabeto místico) los hemos copiado.

Hemos imitado la simplicidad de la lengua copta movidos por el cuidado de dar una interpretación fiel, no fuera que una traducción pedante hiciera concebir una idea falsa de esos hombres apostólicos, completamente impregnados de la gracia del Espíritu. En cuanto a las otras cosas que están contenidas en sus tratados, no he querido exponerlas para que aquellos a los que deleite el amor de la santa “Koinonía” las aprendan en sus autores y beban en la fuente misma en lugar de hacerlo en los arroyos que de ella nacen.

Prescripciones de nuestro Padre Pacomio.

I.

El que viene por primera vez a la sinaxis de los santos, será introducido por el portero como se acostumbra, el cual lo acompañará desde la puerta del monasterio y lo hará tomar asiento en la asamblea de los hermanos; no le será permitido cambiar de lugar, ni modificar su rango; esperará que el oikiakos, es decir: el prepósito de la casa, lo instale en el puesto que le conviene ocupar.

Se sentará con todo decoro y modestia, poniendo debajo suyo la parte inferior de su piel de cabra que se ata sobre el hombro, y cerrando cuidadosamente su vestido, es decir la túnica de lino sin mangas, de manera que tenga las rodillas cubiertas.

Cuando se oiga la voz de la trompeta que llama a la sinaxis, en el mismo momento saldrán de la celda, meditando un pasaje de las Escrituras hasta llegar a la puerta del lugar de la sinaxis.

Cuando vayan a la iglesia para tomar el lugar en el que deben estar sentados o de pie, tendrán cuidado de no aplastar los juncos remojados y preparados para el tejido de las cuerdas, no sea que la negligencia de uno ocasione algún daño, aunque fuera mínimo, al monasterio.

A la noche, cuando se haga oír la señal, no te demores junto al fuego que se enciende habitualmente para calentar el cuerpo y defenderse del frío.

No permanezcas sentado sin hacer nada durante la sinaxis, por el contrario: prepara con mano vigilante los juncos que servirán para trenzar las cuerdas de las esteras. Sin embargo, evita que llegue al agotamiento el que tiene un cuerpo débil, a ese tal se le otorgará el permiso de interrumpir de tiempo en tiempo su tarea.

Cuando aquel que ocupa el primer lugar haya golpeado las manos, recitando de memoria algún pasaje de las Escrituras, para dar la señal del fin de la oración, ninguno tardará en levantarse, por el contrario: todos se levantarán al mismo tiempo.

Nadie observe a otro hermano que estuviere trenzando una cuerda o rezando; que sus ojos estén atentamente puestos sobre su propio trabajo.

He aquí los preceptos de vida que los ancianos nos han transmitido. Si ocurre que durante la salmodia, las oraciones o las lecturas, alguno habla o se ríe, desatará al instante su faja e irá a ponerse delante del altar con la cabeza inclinada y los brazos caídos. Después que el padre del monasterio lo haya reprendido allí, repetirá esta misma penitencia en el refectorio, cuando estén reunidos todos los hermanos.

Cuando durante el día haya resonado la trompeta para la sinaxis, el que llegase después de la primera oración será corregido por el superior con una reprimenda y permanecerá de pie en el refectorio.

Pero, durante la noche, ya que (a esas horas) se concede más a la debilidad del cuerpo, el que llegase después de las tres primeras oraciones, será corregido de la misma manera en la iglesia y en el refectorio.

Cuando los hermanos estén orando durante la sinaxis, nadie saldrá sin orden de los ancianos, o sin haber pedido y obtenido el permiso de salir para las necesidades naturales.

Nadie distribuirá los juncos que sirven para trenzar las cuerdas, a no ser el que está de servicio durante la semana. Si estuviera impedido de hacerlo por causa de un trabajo justificado, se esperará las órdenes del superior.

Para el servicio de la semana en cada casa, no se escogerá a los que tienen los primeros lugares y recitan pasajes de la Escritura en la asamblea de todos los hermanos. Se elegirá por orden a los hermanos que están sentados y se ponen de pie, los que fueren capaces de repetir de memoria lo que se les haya encomendado.

Si un hebdomadario se olvida o vacila al recitar algo, recibirá la corrección que merecen la negligencia y el olvido.

Ningún hebdomadario estará ausente el domingo, y cuando se hace la oblación, porque debe ocupar el lugar del cantor para responder al que salmodia. Esto concierne al menos a los que pertenecen a la casa que está de servicio de gran semana . Porque hay en cada casa un servicio de pequeña semana asegurado por un número menor de hermanos. Si este número debiera aumentarse, el jefe de la casa de gran semana llamará a otros hermanos del mismo grupo al que pertenece su casa. Pero sin orden suya nadie que pertenezca a otra casa del mismo grupo salmodiará. Y le está absolutamente vedado a un hermano de una casa el participar en el servicio de otra casa, a menos que pertenezca al mismo grupo, o tribu, que la suya. Se llama tribu al grupo de tres o cuatro casas (este número varía) según el número de hermanos y la importancia del monasterio, lo que podríamos llamar familias o clanes de una misma nación.

Ninguno recibirá el permiso de salmodiar los domingos o durante la sinaxis en que debe ofrecerse la oblación, excepto el jefe de la casa y los ancianos del monasterio a quienes por alguna causa les competa esta función.

Si un anciano se equivoca cuando salmodia, es decir: cuando lee el salterio, se someterá al punto, delante del altar, al rito de la penitencia y de la reprimenda.

El que sin permiso del superior abandonara la sinaxis u ofreciera la oblación, será reprendido al instante.

Por la mañana, en cada casa, después de concluida la oración, no volverán los hermanos inmediatamente a sus celdas. Primero tendrán un coloquio sobre lo que les fue expuesto por los prepósitos en las conferencias y luego retornarán a sus habitaciones.

Los que gobiernan las casas darán tres conferencias por semana; en estas conferencias los hermanos al sentarse o pararse, ocuparán sus respectivos lugares, según el orden de las casas y de los individuos.

Si alguno que está sentado se duerme en el transcurso de la conferencia del prepósito de la casa o del padre del monasterio, se le obligará a levantarse inmediatamente y permanecerá de pie hasta que haya recibido la orden de volver a tomar asiento.

Cuando haya sonado la señal de reunirse para escuchar los preceptos de los ancianos, nadie permanecerá (donde se hallaba) y no atizarán más el fuego, hasta el fin de la conferencia. El que omitiera uno de estos preceptos será sometido a la corrección ya mencionada.

El que está de servicio durante la semana no podrá dar a nadie las cuerdas o cualquier otro objeto sin que medie la orden del padre del monasterio. Sin ella ni siquiera podrá dar la señal de reunirse para la sinaxis del mediodía o la de las seis oraciones de la tarde.

Después de la oración de la mañana, el oficial de semana a quien se le ha confiado el trabajo, preguntará al padre del monasterio sobre todas las cosas que juzgue necesario y sobre el momento en que los hermanos deberán ir a trabajar a los campos; y, según la orden que haya recibido, recorrerá cada casa y enseñará a cada uno lo que debe hacer.

Si alguien pide un libro para leer, lo recibirá. Pero a fin de semana lo devolverá a su lugar por causa de los hermanos que se suceden en el servicio.

Si trenzan esteras, el hebdomadario preguntará a la tarde a los jefes de cada casa cuál es la cantidad de juncos necesarios en su casa; según la respuesta remojará la cantidad de juncos necesaria, para distribuirlos a la mañana siguiente a cada uno por su orden. Si en el transcurso de la mañana se da cuenta que van a necesitar más, los remojará y los llevará a cada casa, hasta que suene la señal de la comida.

El jefe de la casa que termina la semana y el que lo releva, como también el padre del monasterio, tendrán cuidado de fijarse en lo que se haya omitido o descuidado del trabajo. También harán sacudir las esteras que se extienden de ordinario sobre el piso de la iglesia y contarán las cuerdas que cada semana se trencen. Escribirán el resultado sobre tablillas que conservarán hasta el momento de la reunión anual, en el curso de la cual hay rendición de cuentas y donde se da la absolución general de las faltas.

Al volver de la sinaxis, los hermanos, que van saliendo de a uno, para ir a sus celdas o al refectorio, meditarán cualquier pasaje de las Escrituras y nadie tendrá la cabeza cubierta cuando medite.

Y cuando hayan llegado al refectorio, se sentarán por orden en los lugares que les han sido fijados y se cubrirán la cabeza.

Cuando un anciano te mande cambiarte de mesa, no le resistirás en lo más mínimo. No tendrás la osadía de servirte antes que tu jefe de casa. No observarás a los que comen.

Cada uno de los prepósitos enseñará a los miembros de su casa cómo deben tomar sus alimentos, con disciplina y modestia. Si alguno habla o se ríe durante las comidas, hará penitencia y será reprendido al instante en su mismo lugar. Se pondrá de pie y permanecerá parado hasta que se levante alguno de los otros hermanos que están comiendo.

Si alguien llegara tarde a la mesa, fuera del caso en que una orden del superior hubiera motivado tal retraso, hará la misma penitencia o volverá a su casa sin probar bocado.

Si en la mesa se tiene necesidad de alguna cosa, nadie tendrá el atrevimiento de hablar; antes bien, mediante un sonido hará señal a los que sirven.

Si te levantas de la mesa, no hablarás al regresar, hasta que hayas vuelto a tu lugar .

Los que sirven no comerán ninguna otra cosa que lo que haya sido preparado para todos los hermanos en general y no se permitirá que se aderecen platos diferentes.

El que toca para llamar a los hermanos al refectorio, meditará mientras lo hace.

Aquel que, a las puertas del refectorio, distribuye el postre a los hermanos que salen de la mesa, meditará cualquier pasaje de la Escritura mientras cumple su oficio.

El que recibe el postre que se da, no lo pondrá en su cogulla sino en su piel (de cabra) y no lo comerá antes de haber llegado a su casa. El que distribuye el postre a los hermanos recibirá su porción de manos de su prepósito, lo que harán también los otros servidores, quienes lo recibirán de otro sin nada arrogarse por propia voluntad. Lo que hayan recibido deberá bastarle para tres días. Si al cabo de estos tres días les sobrara algún alimento, lo llevarán de vuelta al jefe de la casa que lo reintegrará a la despensa, donde quedará hasta que, mezclado con otros, sea distribuido a todos los hermanos.



http://www.diakonima.gr/2009/09/02/antigua-literatura-monastica-5/

Antigua Literatura Monástica (4)




Continuación de la (3)

No busques un puesto de honor entre los hombres, para que Dios te proteja contra las tempestades que tú no conoces y te establezca en su ciudad, la Jerusalén celestial. Examina todo y quédate con lo que bueno (1 Ts 5:21). No seas altanero frente a la imagen de Dios. Vigila sobre tu juventud, para velar sobre tu ancianidad. Que no debas experimentar vergüenza o reproches en el valle de Josafat, allí donde todas las criaturas de Dios te verán y te increparán diciendo: “Siempre habíamos pensado que eras una oveja y aquí, en cambio, hemos constatado que eres un lobo! Vete ahora al abismo del infierno, arrójate en el seno de la tierra” (Is 14:15). Qué gran vergüenza! En el mundo eras alabado como un elegido, pero cuando llegaste al valle de Josafat, al lugar del juicio, te han visto desnudo, y todos contemplan tus pecados y tu inmundicia expuestos ante Dios y los hombres. Pobre de ti en aquella hora! ¿Hacia dónde volverás tu rostro? ¿Abrirás acaso tu boca? ¿Qué dirás? Tus pecados están impresos sobre tu alma negra como un silicio. ¿Qué harás entonces? ¿Llorarás? Tus lágrimas no serán recibidas. ¿Suplicarás? Tus súplicas no serán recibidas, porque no tienen piedad aquellos a los cuales te has entregado. Pobre de ti en aquella hora, cuando oigas la voz severa y terrible: Los pecadores, vayan al infierno (Sal 9:18), y también: Apártense de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles (Mt 25:41). Y también: A los que cometieron transgresiones yo los he detestado (Sal 100:3). Borraré de la ciudad del Señor a todos aquellos que obran el mal (Sal 100:8).


Hijo mío, usa de este mundo con circunspección, avanza considerándote nada, sigue al Señor en todas las cosas para estar seguro en el valle de Josafat. Que el mundo te mire como a uno de aquellos que han sido despreciados; a fin de que en el día del juicio, en cambio, tu seas hallado revestido de gloria! Y no confíes a nadie tu corazón en lo que atañe al descanso de tu alma, sino confía todos tus anhelos al rey el te sustentará (Sal 54:23). Mira a Elías, confió en el Señor en el torrente Querit y fue alimentado por un cuervo.

Cuídate atentamente de la fornicación. Ésta ha herido y hecho caer a muchos. No te hagas amigo de un joven. No corras detrás de las mujeres. Huye de la complacencia del cuerpo, porque las amistades inflaman como llamas. No corras tras ninguna carne, porque si la piedra cae sobre el hierro, la llama se inflama y consume todas las sustancias. Refúgiate siempre en el Señor, siéntate a su sombra, porque quien vive bajo la protección del Altísimo, habitará a la sombra del Dios del cielo (Sal 90:1), y no vacilará nunca (Sal 124:1). Acuérdate del Señor y que suba a tu corazón el pensamiento de la Jerusalén celestial; estarás bajo la bendición del cielo y la gloria de Dios te custodiará.

Vigila con toda solicitud tu cuerpo y tu corazón. Busca la paz y la pureza (Hb 12:14), que están unidas entre sí, y verás a Dios. No tengas disputas con nadie, porque quien está en alguna pelea con su hermano, es enemigo de Dios y quien está en paz con su hermano, está en paz con Dios. ¿No has aprendido ahora que nada es más grande que la paz que conduce al amor mutuo? Incluso si estás libre de todo pecado, pero eres enemigo de tu hermano, te haces extraño a Dios; está escrito, en efecto: Busquen la paz y la pureza (Hb 12:14), porque están unidas entre sí. Está escrito asimismo: Aunque tuviese toda la fe como para mover montañas, si no tengo la caridad del corazón, de nada me serviría (1 Co 13:2-3). La caridad edifica (1 Co 8:1). ¿Qué cosa podría ser purificada de la impureza? (Si 34:4). Si sientes en tu corazón odio o enemistad, ¿dónde está tu pureza? El Señor dice por Jeremías: Dirige a su prójimo palabras de paz, pero hay enemistad en su corazón, habla amablemente a su prójimo pero hay enemistad en su corazón, o alimenta pensamientos de enemistad. ¿Contra esto no deberé encolerizarme? dice el Señor. ¿O de un pagano como éste mi alma no deberá vengarse? (Jr 9:5-9). Es como si dijese: “El que es enemigo de su hermano, ése es un pagano, porque los paganos caminan en las tinieblas, sin conocer la luz. Así, quien odia a su hermano camina en las tinieblas y no conoce a Dios. El odio y la enemistad, en efecto, han cegado sus ojos y no ve la imagen de Dios.

El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos persiguen. En qué peligro nos encontramos entonces, si nos odiamos unos a otros, (si odiamos) a nuestros miembros-hermanos unidos a nosotros, los hijos de Dios, renuevas de la verdadera vid, ovejas del rebaño espiritual reunidas por el verdadero pastor, el Unigénito de Dios, que se ofreció en sacrificio por nosotros! Por esta obra grandiosa el Verbo viviente ha padecido esos sufrimientos. ¿Y tú, oh hombre, la odias por envidia y vanagloria, por avaricia o por arrogancia? Así, el enemigo te ha descarriado para hacerte extraño a Dios. ¿Qué defensa presentarás delante de Cristo? Él te dirá: “Odiando a tu hermano me odias a mí.” Irás, pues, al castigo eterno, porque has alimentado la enemistad hacia tu hermano; en cambio, tu hermano entrará en la vida eterna, porque se ha humillado delante de ti por causa de Jesús.

Busquemos entonces los remedios para este mal antes de morir. Queridísimos, dirijámonos al evangelio de la verdadera ley de Dios, el Cristo, y le oiremos decir: No condenen para no ser condenados, perdonen y serán perdonados (Lc 6:37). Si no perdonas, tampoco serás perdonado. Si estás en peleas con tu hermano, prepárate para el castigo por tus culpas, tus transgresiones, tus fornicaciones realizadas ocultamente, tus mentiras, tus palabras obscenas, tus malos pensamientos, tu avaricia, tus malas acciones de las que rendirás cuenta al tribunal de Cristo, cuando todas las criaturas de Dios te contemplarán y todos los ángeles del entero ejército angélico estarán presentes con sus espadas desenvainadas, obligándote a justificarte y a confesar tus pecados; y tus vestidos estarán todos manchados y tu boca permanecerá cerrada; estarás aterrado sin tener nada que decir! Desventurado, ¿de cuántas cosas deberás rendir cuentas? Impurezas innumerables, que son como un cáncer para tu alma, deseos de los ojos, malos pensamientos que entristecen al Espíritu y afligen el alma, palabras inconvenientes, lengua fanfarrona que mancha todo el cuerpo, bromas, malas diversiones, maledicencias, celos, odios, burlas, ofensas contra la imagen de Dios, condenas, deseos del vientre que te han excluido de los bienes del paraíso, pasiones, blasfemias que es vergonzoso mencionar, malos pensamientos contra la imagen de Dios, cólera, disputas, obscenidades, arrogancia de los ojos, deseos perversos, falta de respeto, vanidades. Sobre todo esto serás interrogado, porque has pleiteado con tu hermano y no has resuelto el pleito, como hubieras debido, en el amor de Dios. ¿Nunca has oído decir que la caridad cubre una multitud de pecados (1 P 4:8)? Y Su Padre que esta en los cielos hará con ustedes lo mismo si no se perdonan mutuamente en sus corazones (Mt 18:35). Su Padre que está en los cielos no les perdonará sus pecados.

He aquí, queridos míos, que ustedes saben que nos hemos revestido de Cristo, bueno y amigo de los hombres. No nos despojemos de Cristo a causa de nuestras malas obras. Hemos prometido la pureza a Dios, hemos prometido la vida monástica, cumplamos las obras que son: ayuno, oración incesante, la pureza de cuerpo y la pureza de corazón. Si hemos prometido a Dios la pureza, no nos ocurra que seamos sorprendidos en la fornicación, la cual asume formas variadas. Se ha dicho, en efecto: Se han prostituido de múltiples formas (Ez 16:25). Hermanos míos, que no nos sorprendan en obras de este género, qué no nos encuentren inferiores a todos los hombres!

Nos hemos prometido a nosotros mismos ser discípulos de Cristo; mortifiquémonos, porque la mortificación maltrata a la impureza. Esta es la hora de la lucha. No nos retiremos, por el temor de devenir esclavos del pecado. Hemos sido constituidos luz del mundo; que nadie se escandalice por causa nuestra. Revistámonos de silencio, pues muchos, en efecto, le deben su salvación.

Velen sobre ustedes mismos, hermanos! No seamos exigentes entre nosotros, por temor a que lo sean con nosotros en la hora del castigo. A nosotros, vírgenes, monjes, anacoretas, ciertamente se nos dirá: “Dame lo mío con los intereses. Nos increparán y nos dirán: “¿Dónde está el vestido de bodas? ¿Dónde está la luz de las lámparas? Si eres mi hijo, ¿donde esta mi gloria? Si eres mi siervo, ¿dónde mi temor? (Mal 1:6). Si me has odiado en este mundo, ahora apártate de mi porque no te conozco (Mt 7:23). Si has odiado a tu hermano, te has hecho extraño a mi reino. Si has estado en peleas con tu hermano y no lo has perdonado, te atarán las manos detrás de la espalda, te atarán los pies y te arrojarán a las tinieblas exteriores, donde habrá llantos y rechinar de dientes (Mt 22:13). Si has golpeado a tu hermano, serás entregado a los ángeles sin piedad y serás fustigado con el flagelo de las llamas eternamente. No has tenido respeto por mi imagen, me has insultado, me has despreciado y deshonrado, por eso yo no tendré respeto por ti en la aflicción de tu angustia. No has hecho las paces con tu hermano en este mundo, yo no estaré contigo en el día del gran juicio. Has insultado al pobre. Es a mí a quien has insultado. Has golpeado al desgraciado. Así te has hecho cómplice de quien me ha golpeado en mi humillación sobre la cruz.

¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida? No padecí la muerte por tu causa, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio celestial, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? No te he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10,19)? ¿No te he dado múltiples remedios de vida con los cuales puedes salvarte: mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el mundo como con una armadura de guerra? Te los he dado para que te ciñas y derrotes a Goliat, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te me has convertido en un extraño? Sólo tu negligencia te precipita en el abismo infernal!”

Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente. Vigilemos sobre nosotros mismos y cuales son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los muertos.

Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos. Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todas esto, heredaremos la gloria de Dios.

Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para nosotros que debemos abstenernos de juzgar, para vencer la mentira, perverso vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.

Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en innumerables mortificaciones, hasta conquistar la pureza; sobre todo han huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males. Las turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados por el abuso del vino. Esta es una pasión llena de pecados, es la esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo y no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta, está escrito, fueron atontados por el vino (Is 28:7). El vino es licencioso, insolente la ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20:1). Cosa buena es el vino, si se bebe con moderación. Si vuelves tus ojos a las copas y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23:31). El que se haya preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la ebriedad.

Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba lleno de enfermedades. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré? Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno, despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y saciará de los bienes del cielo.

Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo. La humildad es el baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la salvación, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se lo revistió con una tela da silicio. La humildad es cosa mínima delante de los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10:19). Está escrito, en efecto: ¿A quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66:2).

No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los deseos de su corazón. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: Ay de mí, oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que es recto entre los hombres no vive más según el Cristo; cada uno oprime a su prójimo (Mi 7:1-2).

Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han acortado. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que obedezca a su padre, han desaparecido las vírgenes rectas; los santos padres han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser como huérfanos; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres. Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios, y estaremos en la aflicción sin que haya nadie para consolarnos. Todo esto nos ha sucedido porque no hemos querido mortificarnos.

Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada. El trono está listo, la puerta del reino está abierta; al vencedor le daré el maná escondido. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con l grimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos renovaremos en la pureza. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús, amigo de los hombres.

Si hemos prometido a Dios la vida monástica, “hagamos las obras de la vida monástica que son: ayuno, pureza, silencio, humildad, ocultamiento,” caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es (escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban valerosamente entraron en la sala de bodas. Qué cada uno de nosotros pueda entrar en ese lugar para siempre!

El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata, recuerda aquello que se dice en el evangelio: Insensato! Esta noche te será quitada la vida y aquello que has amontonado ¿para quien será? (Lc 12:20). Y también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 38:7).

Lucha, querido mío, combate contra las pasiones y di: “Haré como Abraham, levantaré mis manos hacia el Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la tierra (para atestiguar) que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni un hijo, ni la correa de una sandalia (Gn 14:22-23)”; son bienes esenciales para un humilde extranjero. Y (di también) El Señor ama al prosélito, para proveerlo de pan y vestido (Dt 10:18). Igualmente a propósito de la pereza, por causa de la cual se nos combate: Acumula riquezas en vistas a la limosna y para los necesitados (Si 18:25). Recuerda que está escrito: Serán maldecidos tus graneros y todo lo que ellos contengan (Dt 28:17). A propósito del oro y de la plata, Santiago ha dicho: Su herrumbre se levantará en testimonio contra ustedes; la herrumbre devorará su carne como el fuego (St 5:3), y: Es superior el hombre justo que no tiene ídolos (Ba 6:72) y ve la su ignominia. Purifícate de la maldición, antes que el Señor te llame. Has puesto tu esperanza en Dios, porque está escrito: Que sus corazones sean puros y perfectos delante de Dios (1 Re 8:61).

Querido mío, te saludo en el Señor. En verdad has puesto en Dios tu auxilio, él te ama, has caminado con todo el corazón según los mandamientos de Dios. Qué Dios te bendiga, que tus fuentes se vuelvan ríos y tus ríos un mar! Verdaderamente eres carro de la templanza. La lámpara de Dios arde delante de ti, que reflejas la luz secreta del Espíritu y dispones tus palabras con juicio. Que Dios te conceda la gracia de fuerza atlética de los santos, que no se encuentren ídolos en tu ciudad. Que puedas poner tu pie sobre el cuello del príncipe de las tinieblas, ver al generalísimo del ejército del Señor a tu derecha, sumergir al faraón y sus ejércitos y hacer atravesar a tu pueblo el mar salado, es decir ésta vida. Así sea!

Te ruego aún no dar reposo a tu corazón! Esta es la alegría de los demonios: hacer que el hombre conceda reposo a su corazón y arrastrarlo a la red antes que lo advierta. No seas negligente en aprender el temor del Señor, crece como las jóvenes plantas y agradarás a Dios, como un joven búfalo que levanta en alto sus cuernos y sus pezuñas. Sé un hombre fuerte en obras y palabras; no reces como los hipócritas, para que tu suerte no sea como la de ellos. No pierdas ni siquiera un día de tu existencia, conoce qué cosa le das a Dios cada día. Vive solo, como un general prudente. Discierne tu pensamiento, sea que vivas en la soledad, sea en medio de otros. Cada día, en suma, júzgate a ti mismo. Es mejor, en efecto, vivir en medio de un millar de hombres con toda humildad, que solo, en una guarida de hiena, con orgullo. De Lot, que vivía en medio de Sodoma se atestigua que era un excelente hombre de fe. Hemos escuchado, en cambio, respecto a Caín, con el cual no había sobre la tierra sino tres seres humanos, que fue un malvado.

Ahora se te propone la lucha. Examina lo que te ocurre cada día, para saber si estás en el número de los nuestros o en el de aquellos que nos combaten. Solamente a ti los demonios acostumbran a presentarse por tu derecha, a los demás hombres se les aparecen por la izquierda. También yo, en verdad, fui asaltado por la derecha; me llevaron al diablo atado como un asno salvaje, pero el Señor me socorrió; yo no confié en ellos y no les entregué mi corazón. Muchas veces fui tentado por insidias diabólicas a mi derecha, y (el diablo) se puso a caminar delante mío. Se atrevió incluso a tentar al Señor, pero éste lo hizo desaparecer junto con sus engaños.

Hijo mío, revístete de humildad, toma como consejeros tuyos a Cristo y a su Padre bueno; sé amigo de un hombre de Dios, que tenga la ley de Dios en su corazón, sé como un pobre que lleva su cruz y ama las lágrimas. Permanece de duelo también tú, con un sudario en la cabeza. Que tu celda sea para ti una tumba, hasta que Dios te resucite y te dé la corona de la victoria.

Si alguna vez llegas a litigar con un hermano que te ha hecho sufrir con una palabra suya, o si tu corazón hiere a un hermano diciéndole: “No mereces esto,” o bien si el enemigo te insinúa contra alguien: “No merece esas alabanzas,” si recibes la sugestión o el pensamiento del diablo; si crece la hostilidad de tu pensamiento; si estas en disputa con tu hermano, sabiendo que no hay bálsamo en Galaad, ni médico en la vecindad (Jr 8:22), refúgiate en seguida en la soledad con la conciencia en Dios, llora a solas con Cristo y el espíritu de Jesús le hablará a tu entendimiento y te convencerá de la plenitud del mandamiento. ¿Por qué debes luchar solo, igual que una fiera salvaje, como si este veneno estuviese dentro de ti?

Piensa que tú también has caído a menudo. ¿No has escuchado decir a Cristo: Perdona a tu hermano setenta veces siete (Mt 18:22)? ¿No has derramado lágrimas muchas veces suplicando: Perdóname mis innumerables pecados (Sal 24:18)? Si tú exiges lo poco que tu hermano te debe, en seguida el Espíritu de Dios pone delante tuyo el juicio y el temor de los castigos. Recuerda que los santos fueron considerados dignos de ser ultrajados. Recuerda que Cristo fue abofeteado, insultado y crucificado por tu causa; y él colmará inmediatamente tu corazón con la misericordia y el temor; entonces te postrarás en tierra llorando, y diciendo: “Perdóname, Señor, porque he hecho sufrir a tu imagen.” Inmediatamente te levantarás con el consuelo del arrepentimiento y te arrojarás a los pies de tu hermano con el corazón abierto, con el rostro radiante, la sonrisa sobre los labios, irradiando paz y, sonriendo, le pedirás a tu hermano: “Perdóname, hermano mío, por haberte hecho sufrir.” Que abunden tus lágrimas; después de las lágrimas viene una gran alegría. Que la paz exulte entre ustedes dos y el Espíritu de Dios, por su parte, se gozará y exclamará: Dichosos los pacíficos por que serán llamados hijos de Dios (Mt 5:9). Cuando el enemigo oye el sonido de esta voz, queda confundido, Dios es glorificado y sobre ti desciende una gran bendición.

Hermano mío, éste es el tiempo de hacernos la guerra a nosotros mismos; tú sabes que por todas partes se levantan las tinieblas. Las Iglesias están llenas de litigantes y excitados, las comunidades monásticas se han vuelto ambiciosas, reina el orgullo. No hay ninguno que se ponga a servir al prójimo: en cambio, todos oprimen a su prójimo (Mi 7:2). Estamos inmersos en el dolor. No hay más profeta ni sabio. No hay ninguno que pueda convencer a otro, porque abunda la dureza de corazón. Quienes comprenden permanecen en silencio pues los tiempos son malos. Cada uno es Señor de sí mismo, se desprecia lo que no se debería despreciar.

Ahora, hermano mío, vive en paz con tu hermano. Y reza también por mí, porque no puedo hacer nada, sino que estoy atribulado por mis deseos. Tú vigila sobre ti en todas las cosas, esfuérzate, cumple tu obra de predicador. Permanece firme en la prueba, lleva a término el combate de la vida monástica con humildad, mansedumbre y temblor ante las palabras que escucharás. Custodia la virginidad, evita los excesos y esas abominables palabras poco oportunas; no te alejes de los escritos de los santos, sino que sé firme en la fe de Cristo Jesús nuestro Señor. A él sea la gloria, a su Padre bueno y al Espíritu Santo! Así sea! Bendícenos.


http://www.diakonima.gr/2009/09/01/antigua-literatura-monastica-4/