Sunday, August 30, 2015

Las Sagradas Escrituras y la Santa Tradicion


¿En qué se basan los dogmas? — Es evidente que los dogmas no se basan en las reflexiones racionales de algunas personas, aunque estas pudiesen ser Padres o Maestros de la Iglesia, sino en la doctrina misma de las Sagradas Escrituras y en las Sagradas Tradiciones Apostólicas. Las verdades exactas de la Fe en ellas comprendidas, fueron nombradas por los antiguos Padres de la Iglesia como "la Fe conciliar," "la Doctrina Católica" de la Iglesia. La confluencia armónica de la verdad de las Escrituras y de las Tradiciones en una sola es definitoria para la "conciencia conciliar" de la Iglesia Ortodoxa guiada por el Espíritu Santo.

Bajo el título de las Sagradas Escrituras se comprenden los libros escritos por los santos Profetas Bíblicos y por los Apóstoles bajo la influencia del Espíritu Santo, y llamados por eso "inspirados Divinamente." Ellos se dividen en Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Son 38 libros del Antiguo Testamento que la Iglesia reconoce como propios, pero reuniendo algunos en un libro — como lo hacía la Iglesia del Antiguo Testamento — la cantidad de estos libros llega a las 22, a la cantidad de letras en el alfabeto hebreo. Estos libros, que fueron introducidos, en su momento, en el canon hebreo, adquieren el nombre de "libros canónicos." A ellos se agrega una cantidad de libros "no-canónicos," quiere decir, los que no fueron introducidos en el Canon hebreo por haber sido escritos después de haberse postulado el Canon de los libros sagrados del Ant. Test. La Iglesia acepta estos últimos libros considerándolos útiles y aleccionadores. La Iglesia recomendó su uso en la antigüedad para las lecturas edificantes no sólo en la intimidad de las casas, sino también en los templos, y por esa razón se denominan "eclesiásticos." La Iglesia los contiene en el mismo Código Bíblico, junto con los libros canónicos. Algunos de ellos se acercan de tal modo, por su importancia, a los "espirados Divinos," que, por ejemplo, en la regla 85 de los Apóstoles tres libros de Macabeo y el libro de Jesús, hijo de Siraj se mencionan a la par de los libros canónicos, y de todos ellos juntos se dice que son "venerados y santos," aunque esto habla sólo del respeto que la Iglesia antigua les tenía, pero la diferencia entre ellos se tomaba siempre en consideración.

De los libros canónicos del Nuevo Testamento las Sagradas Escrituras aceptan 27. Como los libros sagrados del Nuevo Testamento han sido escritos en los distintos años de la época apostólica y fueron distribuidos por los Apóstoles en los diferentes lugares de Europa y Asia, incluso algunos de ellos no fueron destinados a ningún punto geográfico determinado, poder juntarlos en un solo código no era una tarea fácil y había que tener mucho cuidado de que no se mezclaran entre ellos algunos libros llamados apócrifos que se escribían, en su mayoría, en los círculos heréticos. Por eso los Padres y los Maestros de la Iglesia de los primeros siglos del cristianismo han sido especialmente cuidadosos en distinguir los libros, aunque llevasen los nombres de los apóstoles.

A menudo los Padres de la Iglesia introducían en sus nóminas algunos libros con cierta reserva, con duda, y por eso no daban la lista completa de los libros sagrados. Eso sirve como ejemplo de los cuidadosos que eran en esta tarea sagrada: ellos no confiaban sólo en su propio criterio, sino que esperaban la pronunciación en común de toda la Iglesia. El Concilio local de Cartagena en el año 318 enumera todos los libros del Nuevo Testamento, sin excepción. San Atanasio el Grande nombra sin dudar todos los libros del Nuevo Testamento y en una de sus obras concluye la nómina diciendo lo siguiente: "He aquí la cantidad y los títulos de los libros canónicos del Nuevo Testamento! Son como rudimentos, anclas y pilares de nuestra Fe, porque han sido escritos y nos fueron entregados por los mismos apóstoles de Nuestro Salvador Jesucristo, quienes Lo han acompañado y fueron aprendidos por Él." Lo mismo que San Kirilo de Jerusalén, quien enumera todos los libros del N.T. sin hacer ningún comentario sobre algunas diferencias que existan entre ellos para la Iglesia. La misma enumeración completa hacen algunos escritores eclesiásticos del occidente, como por ejemplo San Agustín. De esta manera, por medio de la pronunciación conciliar de toda La Iglesia, se estableció el canon completo de los libros de Nuevo Testamento de las Sagradas Escrituras.

La Santa Tradición en su exacto sentido primario de la palabra es la tradición que provenía de la antigua Iglesia de los tiempos apostólicos y se llamaba así en el 2-do y en el 3-er siglo: "la tradición apostólica."

Hay que tomar en cuenta que la Iglesia antigua protegía de los profanos a la vida interior de la Iglesia, sus Santos Sacramentos eran misterios protegidos contra los no-cristianos. Durante su cumplimiento — en el bautismo, en la eucaristía — nunca estaban presentes los extraños, el orden que había que seguir no llevaba anotaciones, se transmitía oralmente; y en lo misteriosamente guardado estaba la parte esencial de la Fe. San Kirilo de Jerusalén (siglo 4-to) es quien nos lo presenta con mayor claridad. Enseñando a las personas que aún no se han decidido firmemente de hacerse cristianos, el Santo dice unas palabras previas antes de comenzar las clases: "Cuando se dan clases confidenciales, si uno que no pertenece te hará preguntas sobre lo dicho por los docentes, no debes contar nada al que está afuera. Porque es el secreto y la esperanza de los siglos venideros. Debes respetar el misterio del "Recompensador." Alguno te dirá: 'no hay ningún mal que yo lo sepa también?' Pero los enfermos piden también que les sirvan el vino, pero si esto se hace a destiempo, puede haber consecuencias funestas: muere el enfermo y calumnian al médico." Luego el Santo agrega: "toda la enseñanza de la Fe la incluimos en unas pocas estrofas poéticas que hay que recordar palabra por palabra, repitiéndolas entre ustedes, sin anotarlas en el papel, pero grabándolas en el corazón por medio de memoria, cuidando de que las personas que aún están de prueba (los "anunciados") no escuchasen lo que les fue comunicado a ustedes!" Y dice también en el texto anotado para discurso previo ante los "anunciados" que se preparan para el Bautismo y para sus acompañantes: "Este anuncio ofrecido para la lectura ante los que se preparan al Bautismo y a los fieles que ya lo hicieron, no debes dar a los "preanunciados," no a cualquier otro que no es cristiano, si no, tendrás que responder ante Dios, nuestro Señor. Y si querrás anotar este anuncio, debes agregarle esta advertencia."

San Basilio el Grande (siglo 4-to) nos deja una noción muy clara sobre las Santas Tradiciones Apostólicas, diciendo: "De las dogmas y sermones respetados por la Iglesia tenemos algunos en forma escrita, y otros, tomados de la Tradición apostólica, en herencia secreta. Tanto unos, como otros tienen la misma fuerza de devoción, y esto nadie lo va a negar, hasta él que menos conoce de los estatutos eclesiásticos. Porque si nos atrevemos a rechazar dándoles poca importancia a las costumbres no-escritas, seguramente haremos daño al Evangelio en lo esencial y de la prédica apostólica dejaremos el nombre solamente, sin el contenido. Por ejemplo, mencionaremos antes que nada, lo primero y lo más general: ¿quién enseñó por escrito que los que confían en el nombre de nuestro Señor Jesucristo se persignen con la señal de la Cruz? ¿O, al rezar, dirigirse hacia el Oriente? Las palabras de la invocación y de división del pan de la Eucaristía y de Su Bendición — ¿quién de los Santos nos ha dejado algo escrito sobre esto? Porque no son suficientes solo las palabras que pronuncian los Apóstoles y el Evangelio, y antes que ellos y también después, pronunciamos palabras que tienen gran fuerza para el misterio y que obtuvimos de la tradición no-escrita. Cual es la Escritura que nos enseña bendecir el agua para el bautismo y el óleo, y al mismo bautizado? ¿No será que nos lo enseñó la Tradición no escrita y secreta? ¿ Qué más? Para la misma unción con el Santo Oleo, ¿qué palabra escrita nos lo ha enseñado? ¿ De donde nos viene la triple inmersión y todo lo demás que acompaña al Bautismo, — renegar de satanás y de sus servidores, — de cuales Escritos hemos recibido esta enseñanza? No será aquella Enseñanza no-publicada y no-pronunciada que nuestros Padres han preservado en Su silencio inaccesible para los curiosos y sepias? Los que aprendieron sólidamente proteger en Su silencio la santidad de los Sacramentos. Por qué ¿cual hubiera sido la conveniencia de anunciar por escrito lo que para los no-bautizados se prohibe hasta mirar?

"De estas palabras de San Basilio el Grande podemos deducir, en 1-er lugar que la Sagrada Enseñanza de la Tradición es aquello que puede considerarse afín a los primeros tiempos de la Iglesia ; y en 2-do lugar, que esta Enseñanza está cuidada con esmero y se acepta unánimemente por los padres y los maestros de la Iglesia, en la época en que vivían los más grandes Padres de la Iglesia, y del comienzo de los Concilios Universales.

A pesar de que el mismo San Basilio presenta aquí unos cuantos ejemplos de la Tradición oral; sin embargo con esta anotación él hace el primer paso para transformar esa Tradición oral en una escrita. Hacia la época de la liberación y el triunfo de la Iglesia en el siglo 4-to toda la Tradición oral, en general, recibe la anotación escrita que se conserva en los anales de la Iglesia y que constituye el complemento de las Sagradas Escrituras.

La antigua Sagrada Tradición encontramos en: la más antigua obra monumental de la Iglesia "Los Preceptos de los Santos Apóstoles" ; en los Credos de las antiguas Iglesias regionales ; en las antiguas Liturgias; y en las antiquísimas actas con referencias a los mártires cristianos. Estas actas martirológicas no han sido utilizadas por los creyentes sin haber sido revisadas anteriormente y aprobadas por el Obispo del lugar ; se las leía en las reuniones de los cristianos también bajo la supervisión de los representantes de la Iglesia. En ellas encontramos la confesión de Fe a la Santa Trinidad, de la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, ejemplos de la invocación de los Santos, la fe en la vida eterna de los expirados en nombre de Cristo, y otr. Encontramos datos sobre la Sagrada Tradición en los antiguos escritos de la historia de la Iglesia, especialmente en la historia de Eusebio Pánfilo, donde se encuentran reunidas los antiquísimos ritos y dogmas tradicionales, como por ejemplo sobre el canon de libros pertenecientes al Antiguo y al Nuevo Testamento ; también en las obras de los antiguos padres y maestros de la Iglesia.

La Tradición Apostólica cuidada y protegida por la Iglesia, por ese mismo hecho de ser conservada por la Iglesia, se torna la Tradición de la propia Iglesia, ella le pertenece, se atestigua por medio de la Iglesia y, paralelamente, a las Sagradas Escrituras, recibe el nombre de la "Sagrada Tradición." La atestiguación de la Sagrada Tradición es necesaria para asegurarnos de que todos los libros de las Sagradas Escrituras nos fueron entregados desde los tiempos de los Apóstoles y provienen de los mismos Apóstoles. La necesitamos:

para la justa comprensión de ciertas partes de las Sagradas Escrituras y para contraponerla a su interpretación equivocada de parte de las herejías.

Para afirmar las dogmas de la Fe Cristiana, teniendo en cuenta que algunas verdades de la Fe están expresadas en las Escrituras en forma muy precisa, pero otras no son tan claras, ni tan exactas y por eso exigen la confirmación de la Sagrada Tradición Apostólica.

Además de todo esto, la Sagrada Tradición es muy valiosa, porque nos muestra qué fuerte arraigo tiene el régimen de los estatutos eclesiásticos, los cánones de los ritos y oficios religiosos dentro de las bases del mismo sistema de vida de la antigua Iglesia.

Akathistos a Jesús, Nuestro Señor


1. Oh Guía, defensor en la lucha. Señor, vencedor del infierno, ya que me has salvado de la muerte eterna canto tu alabanza, yo, tu criatura, tu siervo. Tú, cuya misericordia no tiene límite, libérame hoy de todo peligro, Tú, a quien yo invoco:


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


2. Oh Creador de los ángeles y Señor de las potencias del cielo, Tú que has abierto el oído y la palabra al sordomudo, ilumina mi espíritu y desata mi lengua para que pueda alabar a Tu Nombre purísimo y dirigirme a Ti con este canto:


Jesús, belleza luminosa, estupor de los ángeles.
Jesús, fuerza invencible, liberación de nuestros padres.
Jesús, dulzura inmensa, alabanza de los patriarcas.
Jesús, Señor muy amado, cumplimiento de los profetas.
Jesús, admirable en la fuerza, gloria de los mártires.
Jesús, paz resplandeciente, alegría de los monjes.
Jesús, lleno de benevolencia, dulzura de los sacerdotes.
Jesús, misericordia incansable, regocijo de los santos.
Jesús, purísimo, pureza de las vírgenes.
Jesús, Tú eres desde siempre, salvación de los pecadores.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


3. Cuando viste a la viuda quebrantada de dolor, tuviste piedad de ella, Señor, y resucitaste a su hijo que estaban llevando a la tumba. Del mismo modo, Tú que amas a los hombres, fortalece mi alma y ten piedad de mí, que te grito:


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


4. Buscando entender al Incomprensible, Felipe te dijo: “Señor, muéstranos al Padre”. Tú le respondiste: “¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y tú no me conoces, Felipe? ¿No crees que yo estoy en mi Padre y que mi Padre está en mí?” A Ti, que estás más allá de toda comprensión, con temor te grito:


Jesús, Dios desde siempre y por siempre.
Jesús, Maestro muy paciente.
Jesús, Salvador lleno de compasión.
Jesús, Amor inmenso, custódiame.
Jesús, purifícame de mis pecados
Jesús, aparta tu mirada de mis culpas.
Jesús, libera de mi corazón toda falsedad.
Jesús, yo espero en Ti, no me abandones.
Jesús, no me rechaces lejos de Ti.
Jesús, mi Creador, no me olvides.
Jesús, Tú el único Pastor Bueno, vela por mí.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


5. Jesús, Tú has revestido con el poder de lo alto a los apóstoles que permanecían en Jerusalén. Del ardor del Espíritu Santo revísteme también a mí aunque esté desprovisto de toda obra buena y concédeme cantarte con amor: Aleluia.


6. Jesús, en la riqueza de tu misericordia has llamado al publicano y al pecador, ahora vuélvete hacia mí, que soy como ellos y acepta este canto como mirra muy preciosa:


Jesús, fuerza invencible.
Jesús, ternura infinita.
Jesús, belleza luminosa.
Jesús, amor inefable.
Jesús, Hijo de Dios viviente.
Jesús, te piedad de mí, pecador.
Jesús, ilumíname porque estoy en la oscuridad.
Jesús, purifícame de toda culpa.
Jesús, recondúceme a Ti, como el hijo pródigo.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


7. Asaltado interiormente por una tempestad de duda, Pedro se hundía. Cuando te ve presente corporalmente y caminar sobre el agua, te reconoce verdadero Dios, y aferrándose a la mano que salva dice: Aleluia.


8. El ciego te siente pasar, Señor, y se pone a gritar: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”. Llamándolo, Tú le devolviste la vista. Del mismo modo, en tu ternura, ilumina los ojos de mi corazón, a mi que te grito, diciendo:


Jesús, Creador de los ángeles.
Jesús, Redentor de los hombres.
Jesús, vencedor del infierno.
Jesús, Tu has revestido de belleza a toda criatura.
Jesús, reanima mi alma.
Jesús, ilumina mi inteligencia.
Jesús, colma de gloria mi corazón.
Jesús, da la salud a mi cuerpo.
Jesús, mi Salvador, sálvame.
Jesús, mi luz, ilumíname.
Jesús, de todo tormento, libérame.
Jesús, sálvame, aunque sea indigno.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


9. Con tu sangre derramada, nos has rescatado. Así, Jesús, no nos dejaste prisioneros, esclavos de nuestras pasiones y de la profunda tristeza. Haznos verdaderamente libres, a nosotros que te gritamos: Aleluia.


10. Los hijos de tu pueblo han visto, en un cuerpo como el nuestro, a Aquél que con su mano había creado al hombre. Y, habiéndolo reconocido como el Señor, buscaban festejarle agitando los ramos y gritando: ¡“Hosanna”! Del mismo modo, nosotros te ofrecemos un himno diciendo:


Jesús, verdadero Dios.
Jesús, Hijo de David.
Jesús, Rey de la gloria.
Jesús, Cordero inocente.
Jesús, Pastor maravilloso.
Jesús, Custodio de mi infancia.
Jesús, Consejero de mi juventud.
Jesús, alabanza de mi vejez.
Jesús, esperanza en la hora de mi muerte.
Jesús, vida después de la muerte.
Jesús, consolación en la hora misma de mi juicio.
Jesús, mi único deseo ábreme la puerta de tu Reino.


11. Llevando a cumplimiento el mensaje de los profetas inspirados por Dios, viniste al mundo, Jesús. Quisiste habitar entre nosotros. Tú, el Infinito, tuviste compasión de nuestra enfermedad. Porque, nos sanaste por tus heridas, nosotros hemos aprendido a cantar: Aleluia


12. La luz de tu Verdad se levantó sobre el universo entero, y la mentira fue rechazada: los ídolos, Señor, no soportaron tu poder y cayeron. Y nosotros que recibimos la salvación de Ti, te cantamos:


Jesús, Verdad que rechaza la mentira.
Jesús, luz que no decae.
Jesús, tan grande en tu poder infinito
Jesús, Dios inquebrantable en tu compasión.
Jesús, Pan de vida, sáciame, que tengo hambre.
Jesús, fuente de la inteligencia, sáciame que tengo sed.
Jesús, vestido de gloria, envuélveme, que soy corruptible.
Jesús, manto de alegría, recúbreme, que soy indigno.
Jesús, que das a quien pide, concédeme llorar mis pecados.
Jesús, que abres a quien golpea, abre a mi pobre corazón.
Jesús, Redentor de los pecadores, purifícame de mi pecado.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


13. Queriendo revelar el misterio escondido desde los siglos, como un cordero mudo has sido inmolado, Jesús. Siendo Dios, has resucitado de entre los muertos y has subido al cielo en la gloria. Contigo, nosotros hemos resucitado, y te gritamos: Aleluia.


14. Ante nuestros ojos hiciste tu obra maravillosa cuando el Creador, nacido de la Virgen, se manifestó: resucitó de la tumba, sin romper los sellos, se presentó corporalmente a los apóstoles a puerta cerrada. Por esto, maravillados cantamos con fuerza:


Jesús, Verbo incomprensible.
Jesús, Palabra impenetrable.
Jesús, poder inaccesible.
Jesús, sabiduría inconcebible.
Jesús, divinidad inmensa.
Jesús, Señor de todo el universo.
Jesús, soberanía infinita.
Jesús, fuerza estrepitosa.
Jesús, poder eterno.
Jesús, mi Creador, ten compasión de mí.
Jesús, Salvador, sálvame.


15. Viéndote, Jesús, Dios misteriosamente encarnado, nosotros vivimos en el mundo sin ser del mundo y caminamos lleno de esperanza hacia tu Reino. Si has bajado a la tierra es para subirnos a nosotros al cielo, por esto te cantamos: Aleluia.


16. Tú estás plenamente presente en la tierra sin dejar de estar ausente en el cielo. Jesús, ¡cuánto, voluntariamente, has sufrido por nosotros¡ Con tu muerte, has vencido a la muerte, y con tu resurrección, nos has dado la vida, y por esto nosotros te cantamos:


Jesús, dulzura del corazón.
Jesús, vigor del cuerpo.
Jesús, limpieza del alma.
Jesús, vivacidad del espíritu.
Jesús, alegría de mi corazón.
Jesús, mi esperanza, mi única esperanza.
Jesús, alabanza excelsa, alabanza eterna.
Jesús, plenitud de mi alegría.
Jesús, mi único deseo, no me rechaces.
Jesús, mi Pastor, búscame.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


17. Todos los ángeles magnifican incesantemente tu Santo Nombre Jesús, cantando en el cielo: “Santo, Santo, Santo”. Nosotros pecadores, también, con nuestros labios de arcilla, sobre la tierra te cantamos: Aleluia.


18. Viéndote, oh Jesús nuestro Salvador, los oradores más elocuentes quedan sin palabra. No son capaces de decir cómo tu permaneces Dios inmutable y hombre perfecto. Pero nosotros, llenos de admiración delante del misterio, con fe gritamos:


Jesús, Dios desde toda la eternidad.
Jesús, Rey de reyes.
Jesús, Señor de los señores.
Jesús, justicia de los vivos y de los muertos.
Jesús, esperanza de quienes están sin esperanza.
Jesús, consolación de los que lloran.
Jesús, gloria de los humildes.
Jesús, en tu compasión, cúrame.
Jesús, expulsa de mí el desaliento.
Jesús, ilumina los pensamientos de mi corazón.
Jesús, mantiene despierto en mí el recuerdo de la muerte.


19. Queriendo salvar el mundo, oh Sol que surges, has tomado un cuerpo como el nuestro y te has humillado hasta la muerte. Por esto tu Nombre ha sido exaltado sobre todo nombre y de todos los seres de la tierra y del cielo sientes cantar: Aleluia.


20. ¡Dios eterno, Consolador! Cristo verdadero: purifícanos de toda mancha, como has purificado los diez leprosos, y cúranos como has curado a Zaqueo, al publicano, de modo que arrepentidos te cantemos:


Jesús, tesoro incorruptible.
Jesús, riqueza inexorable.
Jesús, alimento de los fuertes.
Jesús, fuente inextinguible.
Jesús, vestido de los pobres.
Jesús, abogado de las viudas.
Jesús, defensor de los huérfanos.
Jesús, ayuda de los trabajadores.
Jesús, guía de los peregrinos.
Jesús, piloto de los navegantes.
Jesús, consuelo de los angustiados.
Jesús, levántame de mi culpa.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


21. Te ofrezco, yo indigno, un himno lleno de ternura y de arrepentimiento. Como la cananea te llamo: “¡Jesús, ten piedad de mí!” Cúrame, Jesús, yo que te grito: Aleluia.


22. Pablo, que hasta aquel momento Te perseguía obedece al poder de la voz que lo ilumina del conocimiento divino, y se convierte al instante. Así también Señor -Luz que ilumina a quien está en las tinieblas de la ignorancia- ilumina los ojos oscurecidos de mi alma que te invoca:


Jesús, Dios invencible en tu fuerza.
Jesús, Señor omnipotente e inmortal.
Jesús, Creador resplandeciente de gloria.
Jesús, guía seguro.
Jesús, Pastor infatigable en tu ternura.
Jesús, Salvador muy compasivo.
Jesús, ilumina a mis sentidos cegados por las pasiones.
Jesús, cúrame, que estoy desfigurado por el pecado.
Jesús, defiende mi corazón de los malos deseos.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


23. Dadme la gracia, Jesús, tú que perdona toda deuda. Acógeme, arrepentido, como has acogido a Pedro que te había negado. Llámame, a mí pecador, como has llamado a Pablo que te perseguía, Y escúchame, que te canto: Aleluia.


24. Celebrando tu Encarnación, todos nosotros te alabamos. Con Tomás, te confesamos Dios y Señor que, sentado a la diestra del Padre vendrás a juzgar a vivos y a muertos. Otórgame un lugar a tu derecha a mi que te canto:


Jesús, fuego de amor, enciéndeme.
Jesús, morada eterna, refúgiame.
Jesús, manto de luz, revísteme de tu belleza.
Jesús, perla de gran precio, brilla sobre mí.
Jesús, sol que surges, ilumíname.
Jesús, luz santa, esclaréceme.
Jesús, de toda enfermedad, presérvame.
Jesús, arráncame de la mano del adversario.
Jesús, libérame de la pena eterna.


25. Oh Jesús, manso y humilde de corazón, en tu amor que nada desprecia, mira nuestra miseria, perdónanos sin límite y en tu compasión infinita acepta nuestra humilde oración como has aceptado la pobreza ofrecida de la viuda.


Jesús, a imagen de lo niños, tus preferidos, transfórmame.
Jesús, como los pastores asombrados, atráeme hacia Ti.
Jesús, como al ciego de nacimiento, tócame, que yo te vea.
Jesús, como al paralítico, cúrame para que yo camine contigo.
Jesús, como la cananea que te suplicaba, escúchame.
Jesús, como María que te escuchaba, háblame de Ti.
Jesús, como sobre Pedro que te había negado, fija tu mirada sobre mí.
Jesús, como María Magdalena que te amó mucho, perdóname.
Jesús, como Zaqueo, llámame y ven a mí.
Jesús, como la hija de Jairo, revíveme.
Jesús, como a la Samaritana, transfórmame.
Jesús, como Juan –el discípulo amado- hazme permanecer en Ti.
Jesús, al terminar mi vida, como el buen ladrón, dime: “Hoy estarás conmigo en mi Reino.”