Monday, September 4, 2017

13ª Domingo de Mateo

En este domingo leemos en la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios 16:13-24 que dice:...
…“Hermanos, estén alerta, permanezcan firmes en la fe, sean valientes y fuertes. Todo lo que hacen que se haga con amor. Pues les ruego, hermanos, como ya saben, la familia de Stefanás, fue la primera en abrazar la fe en Acaia y se pusieron al servicio de los creyentes, a fin de que Vds. se sometan a este tipo de personas y a todo aquel que colabora y trabaja. Me alegro con la presencia de Stefanás, de Fortunato y de Acaio, ya que ellos suplantaron vuestra ausencia, pues dieron descanso a mi espíritu y al de Vds. Deben Vds. reconocer a este tipo de personas. Les saludan las iglesias de Asia. Les mandan muchos saludos en el Señor, Aquila y Priscila junto con la iglesia de su casa. Les saludan todos los hermanos. Salúdense unos a otros con saludo santo. El saludo lo escribo con mi propia mano, de Pablo. Quien no quiere al Señor Jesucristo que sea en anatema. Marán Atá (ven Señor). La gracia del Señor Jesucristo que sea con Vds. Mi amor está con todos Vds. en Cristo Jesús, Amén.”

La principal y fundamental doctrina de nuestra Iglesia es la fe en la Santa Trinidad. Dios verdadero a quien se dirige el corazón creyente de toda persona, es el Trinitario: Padre sin comienzo que todo lo ha creado a través del Hijo, con la sinergia del Espíritu Santo; el Hijo igualmente sin comienzo, a través de quien hemos conocido al Padre y el Espíritu Santo llegó al mundo; y el Espíritu Santo conjuntamente alabado, que del Padre procede y en el Hijo descansa. Las tres personas de la consubstancial Santa Trinidad se contienen y son contenidas mutuamente. De esta verdad dogmática de nuestra Iglesia proviene su doctrina moral del amor, con la que sedujo a todo el mundo.
El Apóstol Pablo, en la lectura apostólica de hoy, se dirige a la Iglesia Apostólica de Corinto y alienta a sus creyentes que se dediquen a tareas agradables a Dios, subrayando que el elemento que será característico de este comportamiento será el amor: “Que todo se haga con amor”.
El amor, en la vida de la Iglesia, es la que debe destacarse en todas las dimensiones de los actos humanos. Por amor debemos proceder, como causa de nuestros actos. Con amor debemos trabajar, como característica de nuestros actos, y con amor debemos proyectar, como objetivo de nuestros actos.
Cada una de nuestras tareas debe ser testimonio de Cristo. Es decir, debemos proyectar a Jesucristo en nuestros actos, para que sea glorificado Su nombre y para que sean edificadas las almas humanas, por las que Cristo murió (Rom. 14,15). Es por eso que la causa, la identidad y el motivo de nuestros actos es indispensable que se caractericen y se destaquen por el amor de Cristo, el máximo amor que el mundo ha conocido: “Mayor de este amor nadie tiene, para que sacrifique su alma por sus amigos” (Jn. 15,13).
La causa de nuestras obras debe ser el amor, aquella gran y profunda raíz que absorberá los elementos indispensables y benéficos, para la producción de frutos maduros, sabrosos y abundantes. Ejemplo a imitar es el amor divino, es decir, la causa de la creación, pero también de la salvación del mundo. Es por eso que el evangelista Juan escribe: “pues tanto amó Dios al mundo, que dio a Su propio Hijo unigénito, a fin de que todo aquel que crea en Él no sea perdido, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3,16). Característica y contenido de nuestras obras debe ser el amor, el tronco firme que aguanta los embates de todos los vientos que le atacan con furia. La fuente de este amor es el amor mismo, Dios mismo: “Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn. 4,16).
La finalidad de nuestras obras debe ser el amor, el cumplimiento de la ley, la síntesis de todos los mandamientos, la decana de las virtudes que deifica al ser humano. Nuestra brújula, la palabra de nuestro Cristo: “Estas cosas les mando, para que se amen unos a otros” (Jn. 15,17).
Cuando nuestro Señor Jesucristo puso a sus santos discípulos y Apóstoles la marca característica de Sus creyentes, fue la marca del amor: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tienen amor mutuo” (Jn. 13,35). Todos nosotros que tenemos el honor de convertirnos en hijos de Dios, llevamos esta marca distintiva. ¿Somos los guardianes del amor en la oscura noche de la falta de amor que cubre nuestro mundo? ¿Somos ángeles de amor que llevan como brisa refrescante el mensaje del amor en medio de los gritos de dolor y de los sonidos ensordecedores de las ideologías contrarias a Dios? Impregnemos “todas las articulaciones, los riñones, los corazones” con esta virtud divina, para que confesemos dignamente la “Trinidad consubstancial e indivisible”. Amén. 

Catecismo Ortodoxo 

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