Saturday, February 10, 2018

Sábado de la conmemoración universal de los difuntos (de la abstinencia de carne)


 Lecturas: 1ª Tesalonicenses 4:13-17; Juan 5:24-30 
Contaquio, tono 8
 
 “Oh Tú, que en tu profunda sabiduría dispones todas las cosas con amor por los hombres y distribuyes a cada uno lo que le es necesario, oh único Autor de la creación, da el reposo, oh Señor, a las almas de Tus siervos. Pues en Ti han puesto su esperanza, Tú, el Creador, el Artesano de la creación y nuestro Dios”. 
 
Litúrgica 
 
La Iglesia considera a los difuntos como sus miembros del mismo modo que a los vivos, y ve en la oración por los difuntos una forma de comunicación entre los vivos y los muertos, así como una obra de amor, que “no pasa nunca” (1ª Corintios 13:8). Estima esta oración como la deuda constante e inmutable de los vivos hacia los muertos. También, regula con cuidado la conmemoración de los difuntos, como también, la conducta del cristiano con respecto a esto. Se considera a menudo los sábados de la abstinencia de carne y de Pentecostés simplemente como “sábados de los ancestros”, destinados ante todo, si no exclusivamente, a recordar a nuestros ancestros cercanos y lejanos, así como a nuestros amigos. Esta actitud denota el desconocimiento del contenido excepcional del oficio de estos dos días. El amor a los prójimos y el deseo que surge de orar con un fervor particular y frecuentemente por ellos, son alabados y alentados por la Iglesia, como naturales y plenamente comprensibles. Pero en estos sábados, la Iglesia nos recuerda que además de nuestros ancestros y amigos, tenemos una multitud de hermanos en Cristo, a los que debemos amar, incluso si no los hemos visto nunca, por los cuales debemos rezar, incluso si no conocemos sus nombres, incluso si su nombre ha caído en el olvido. Así, la oración por ellos constituirá una elevación hasta la consumación de los siglos: es la conmemoración universal de los difuntos. Durante el oficio de los maitines del sábado de la abstinencia de carne, la cuarta Estíquera de Laudes es particularmente expresiva. Comienza por la aclamación: “Cristo ha resucitado”. ´¡Cuán sorprendente es escuchar por primera vez esta aclamación mucho tiempo antes de Pascua, y precisamente el día de la conmemoración de los difuntos! Es como el fundamento de nuestra oración por los muertos. Y al mismo tiempo es la jubilosa noticia dirigida a aquellos por quienes hacemos memoria y a los cuales la Iglesia se apresura (pues tal es su amor) a dirigirse, a los que están dormidos. “Cristo ha resucitado... tened valor todos los muertos”. El sábado de la abstinencia de carne, en razón de la conmemoración inminente del Juicio final, la Iglesia quiere aliviar un poco la agonía de este día temible, quiere, de algún modo, reconfortar a los difuntos, y al mismo tiempo, a los vivos. “Cristo ha resucitado....tened valor”.
 
 Sinaxario del Tríodo 
 
 “Este mismo día, los divinos padres prescribieron hacer memoria de todos los fieles que desde todos los siglos pasados se durmieron piadosamente en la esperanza de la resurrección para una vida eterna. “Olvida las transgresiones de los muertos, oh Verbo, y no hagas parecer muerta Tu misericordia”. Sucede a menudo que algunas personas mueren prematuramente en tierra extranjera, en el mar, en cimas inaccesibles, en grutas de las montañas o en los precipicios, o son alcanzadas por el hambre, las guerras, los incendios, los grandes fríos; otros, pobres y sin recursos, han sido privados de la lectura de los Salmos y de los oficios de difuntos. Por eso los divinos padres, movidos por su amor por los hombres, decretaron (según habían recibido de los apóstoles), que la Iglesia conmemorara su memoria en común. Los que no hubieran recibido individualmente los oficios habituales, serían incluidos en esta conmemoración común, una forma de mostrar que los oficios celebrados por ellos les confieren una gran utilidad. Existe otra razón por la que la Iglesia de Dios hace memoria de estas almas. Los padres querían que el día siguiente fuera dedicado a la Segunda Venida de Cristo. Conviene, pues, conmemorar todas las almas, a fin de que el Juez temible e incorruptible les sea favorable, que utilice su habitual compasión con ellas y les dé acceso al paraíso de las delicias. Así, los santos padres que debían consagrar el domingo siguiente al destierro de Adán, concibieron esta conmemoración, en este día de reposo, como un respiro y un término a todas las cosas humanas, a fin de comenzar por el principio, a saber, el destierro de Adán, pues, al final, para los que hayamos vivido, llegará el juicio del Juez imparcial. Los hombres prueban un temor que les hace inclinarse a los regocijos de la Cuaresma. El sábado es siempre el día en el que hacemos memoria de las almas, porque el “sabbat” es sinónimo de reposo en hebreo. Y puesto que los muertos han descansado de los asuntos y de las preocupaciones de la vida, nosotros ofrecemos igualmente súplicas en este día de reposo. Esto se ha convertido en un hecho habitual cada sábado. Ahora, hacemos memoria de forma universal, orando por todos los hombres piadosos. Pues los santos padres, sabiendo que los actos de benevolencia y los oficios litúrgicos en memoria de los difuntos les procuran un gran alivio y les son útiles, han pedido a la Iglesia hacerlo de forma individual y común, según la Tradición recibida de los santos apóstoles, como lo dice San Dionisio el Areopagita. Numerosos testimonios muestran la utilidad de lo que se hace por las almas, en particular la historia de San Macario que, encontrando en su camino el cráneo seco de un pagano impío, preguntó: “En el Hades, ¿ha sentido alguien algún consuelo?”. Y el cráneo le respondió: “Cuando rezas a Dios por los difuntos, oh Padre, estos prueban un gran alivio”. El que actuaba así era grande, y oraba a Dios, ansioso por saber si los difuntos sacan algún provecho de las oraciones que se hacen por ellos. San Gregorio, el autor de los diálogos, salvó incluso por su oración al emperador Trajano, pero Dios le hizo saber que ya no rezara más por un impío. Ciertamente, la emperatriz Teodora arrebató de los tormentos y salvó al maldito Teófilo gracias a las oraciones de los santos confesores. Gregorio el Teólogo muestra también, en la oración fúnebre que pronunció por su hermano Cesáreo, que las oraciones son provechosas para los difuntos. Y el gran Crisóstomo afirma en su comentario a los Filipenses: “Consideremos lo que es útil a los que nos han abandonado; concedámosles el socorro del que tienen necesidad, quiero decir, las limosnas y las ofrendas, pues esto les es de gran provecho, ventaja y utilidad. Así, durante los temibles Misterios, el sacerdote hace memoria de los fieles difuntos. Esta decisión no fue tomada en vano ni fortuitamente, y fue transmitida a la Iglesia de Dios por los tres sabios Apóstoles de Cristo”. Dice incluso: “En las instrucciones que das a tus hijos y a otros herederos de tu familia, que haya un escrito tuyo, con el nombre del juez, y que no falte la memoria de los pobres, y yo seré el testigo”. Atanasio el Grande dice a su vez: “Incluso si alguien que ha muerto piadosamente, se ha disuelto en el aire, no rechaces quemar aceite y cirios ante su tumba, invocando a Cristo nuestro Dios. Pues esto es agradable a Dios y procura una gran recompensa. Si el difunto era un pecador, obtendrás para él la remisión de sus pecados; si era un justo, su recompensa se verá acrecentada. Si por casualidad, era un extranjero sin descendencia y sin nadie para ocuparse de él, entonces Dios, que es justo y ama a los hombres, sostendrá sus necesidades, pues Él ajusta su misericordia a cada situación. El que hace una ofrenda por tales personas, comparte la recompensa, porque ha mostrado caridad por la salvación de su prójimo, así como el que debe cubrir a otro de perfume, se impregna él en primer lugar. El que no cumpla esto, será expuesto al juicio”. Así pues, con la esperanza de la Segunda Venida de Cristo, toda obra por los difuntos comporta una utilidad, como lo afirman los santos padres, particularmente para los que hayan hecho algún bien mientras estaban entre los vivos. Si la Santa Escritura dice algunas cosas (sobre el tema del castigo) para razonar a la multitud (y esto es necesario), el amor de Dios por los hombres triunfa en una gran medida, pues si la balanza de las buenas y malas acciones está en equilibro, es el amor por los hombres la que vence, si la balanza cuelga un poco más del lado del mal, y así, es la suprema bondad la que la equilibra de nuevo. Allí todos se encontrarán juntos, ya sea que se conozcan o ya sea que no se hayan visto nunca, como lo dice San Juan Crisóstomo según la parábola del rico y Lázaro. No se reconocerán físicamente, pues todos tendrán la misma apariencia, y los rastros que les son característicos desde el nacimiento desaparecerán. Sin embargo, se reconocerán por el ojo clarividente del alma, como dice San Gregorio el Teólogo en su oración fúnebre por Cesáreo: “Entonces te veré, Cesáreo, amado luminoso”. El gran y célebre Atanasio no habla así en sus enseñanzas al prefecto Antíoco, sino que, en su homilía sobre los difuntos, afirma que hasta la resurrección universal, los santos pueden conocerse mutuamente y regocijarse juntos, contrariamente a los pecadores. Por lo que respecta a los santos mártires, les es concedido ver y observar nuestras acciones. Todos los demás se reconocerán mutuamente cuando sean reveladas las acciones secretas de cada uno. Las almas de los justos se encontrarán en lugares apropiados; en cuanto a las de los pecadores, están más allá: los primeros se regocijan en la esperanza y los últimos se entristecen en la espera de las desgracias. Pues los santos mismos no han recibido aún los bienes prometidos, como lo dice el santo apóstol: “Porque Dios tenía previsto para nosotros algo mejor, a fin de que no llegasen a la consumación sin nosotros” (Hebreos 11:40). No son todos los que han perecido en los precipicios, el fuego o el mar, o las víctimas de accidentes mortales, del frío o del hambre, los que sufrieron esto por mandato divino; se trata ahí de los juicios de Dios, de los cuales unos se producen por Su benevolencia y otros por Su permiso; otros incluso tienen por fin instruir, amonestar, hacer volver a la razón. Por su providencia, Dios lo sabe todo, lo conoce todo, y todo sucede según Su voluntad, como lo dice el santo Evangelio a propósito de los perezosos. No es que lo determine todo, salvo en algunos casos, como que uno se ahogue, otro muera, o incluso que uno sea un anciano, mientras que otro sea un niño, pero ha determinado de una vez por todas que habrá un tiempo (limitado) para todos los hombres, así como múltiples tipos de muerte. En el interior del tiempo, se producen diferentes muertes, pero Dios no las determina desde el principio, aunque tenga conocimiento. Según la vida de cada uno, la Providencia divina bosqueja el tiempo y el género de muerte. Aunque San Basilio afirma que existe un plan de vida establecido con antelación, se refiere ahí a las palabras: “Tú eres polvo, y volverás al polvo”. El apóstol, en efecto, escribe a los corintios: “Porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y muchos que mueren” (1ª Corintios 11:29-30), es decir, que muchos fallecen. Y David: “No te acuerdes de mí en medio de mis días”, y “de la largura de una mano hiciste Tú mis días”; Salomón dice: “Hijo mío, honra a tu padre, a fin de que vivas largamente”, o incluso: “a fin de que no mueras cuando no sea tu momento”. Y en el libro de Job, Dios dice a Elifaz: “Te haría morir si no fuera a causa de mi siervo Job”. Lo cual muestra que no existe límite (predeterminado) en la vida. Si alguien afirma que hay tal límite, conviene comprender que se trata ahí de la voluntad de Dios. Pues según Su voluntad, añade (años) a uno, recortándolos a otro, dispensando todas las cosas para la utilidad (de cada uno). Y cuando Dios quiere, decide tanto el momento como la forma de la muerte. También “el límite de la vida de cada uno es”, como lo dice el Gran Atanasio, “la voluntad y el deseo de Dios en cierta manera”: “Oh Cristo, tú concedes la sanación en la profundidad de Tus juicios”. Y Basilio el Grande: “Cada muerte sobreviene cuando los límites de la vida son alcanzados, y llamamos límites de la vida a la voluntad de Dios”. Si hay un límite a la vida, ¿por qué razón imploramos a Dios y a los médicos, y rezamos por los hijos? El alma salida del cuerpo no se preocupa de las cosas de aquí abajo, sino para siempre, de las de allí arriba. Hacemos memoria de los difuntos al tercer día, porque en este día el hombre cambia de aspecto; el noveno día, porque todo se descompone a excepción del corazón; y al cuadragésimo día, porque el corazón se descompone también. Es justo lo inverso de lo que se observa en el nacimiento, puesto que al tercer día aparece el corazón, al noveno día toma conciencia de la carne y al cuadragésimo día se modela una forma completa. “Concede, oh Señor, a las almas de los difuntos, un lugar en los tabernáculos de los justos, y ten piedad de nosotros, Tú que eres el único inmortal. Amén”.  
 
Extractos del oficio del día 
 
Maitines, canon tono 8, 1ª oda, tropario 2º 
 
En la profundidad de Tus juicios, oh Cristo, has determinado sabiamente para cada uno el término de su vida, la hora y la forma; a aquellos que en todo lugar ya ha cubierto la tumba, sálvalos, Tú que eres sublime en misericordia.
 
 Maitines, canon tono 8, 1ª oda, tropario 4º 
 
A los que engulleron las aguas, a los que arrebató la guerra, a los que se llevaron los temblores de tierra, a los que mataron los asesinos, a los que quemó el fuego, concédeles, oh Misericordioso, tener parte en la herencia de los justos.
 
 Maitines, canon tono 8, 2ª oda, tropario 2º 
 
De los cuatro extremos del universo, Tú has recibido a los que han muerto en la fe; en la tierra, en el mar, en los ríos, en las fuentes, en los lagos, los pozos, o en los pastos a causa del ataque de las fieras, de los pájaros, de los reptiles; concédeles a todos el reposo. 
 
Maitines, canon tono 8, 3ª oda, tropario 2º  
 
A los que repentinamente fueron arrancados de la vida, golpeados por el relámpago, o helados por el frío, llevados por toda clase de aguas, concédeles, oh Señor, el descanso, cuando pruebes a los hombres por el fuego. 
 
Maitines, canon tono 8, 3ª oda, tropario 3º 
 
A los que han atravesado el océano de esta vida turbulenta sin cesar, oh Cristo, hazlos dignos de alcanzar el puerto de Tu vida sin corrupción, ellos que fueron dirigidos por una vida ortodoxa.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 1º 
 
 De nuestros padres y de nuestros ancestros, de nuestros abuelos, y de nuestros familiares que desde el comienzo hasta estos tiempos han muerto en la justicia y en la recta fe, dígnate acordarte de todos ellos, oh Salvador nuestro.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 2º
 
  A los que perecieron con fe en las montañas, en los caminos, en los cementerios, en los desiertos, monjes y laicos, jóvenes y ancianos, oh Cristo, concédeles habitar con los santos.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 3º 
 
Todos los fieles que repentinamente abandonaron esta vida por el golpe de un dolor o de un gozo inadecuado, en un día de bienaventuranza o desgracia, oh Salvador, concédeles a todos el reposo.
 
 Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 4º
 
 A todos los fieles que has llevado contigo, de toda edad, en la vejez o en la juventud, adolescentes y niños, recién nacidos y prematuros, masculinos y femeninos, concédeles, oh Señor, el descanso eterno.  
 
Laudes, 4ª Estíquera 
 
Cristo ha resucitado, rompiendo las ataduras de Adán, el primer creado, y ha destruido el poder del infierno. Tened valor, todos los muertos, pues la muerte ha vencido a la muerte, y con ella el infierno ha sido despojado, Cristo reina crucificado y resucitado. Da a nuestra carne la incorruptibilidad, nos levanta y nos concede la resurrección; hace dignos de tal gloria a todos los que con fe inquebrantable creyeron con fervor en Él.  
 
Homilía
 
 San Teófano el Recluso Procuremos preparar nuestro paso al otro mundo 
 
La iglesia atrae nuestra atención sobre nuestros padres y hermanos que han pasado de aquí al otro mundo. Nos recuerda el estado en el que se encuentran y del que nadie podrá escapar, y quiere incitarnos a vivir como conviene la semana de los Lácteos y de la Gran Cuaresma. Escuchemos a nuestra madre la Iglesia y, conmemorando a nuestros padres y hermanos, procuremos preparar nuestro paso al otro mundo. Pensemos en nuestros pecados y llorémoslos, decidamos guardarnos puros y limpios de toda mancha. Pues lo que es impuro no entrará en el Reino de Dios, y toda persona impura no será justificada ante el tribunal. Después de la muerte, no esperes la purificación. Así como mueras, así permanecerás. Aquí es donde hay que preparar la purificación. Apresurémonos, pues, porque ¿quién puede prever cuánto tiempo vivirá? La vida puede ser interrumpida en cualquier momento. ¿Cómo podemos presentarnos impuros en el otro mundo? ¿Con qué ojos miraremos a nuestros padres y hermanos? ¿Qué responderemos a su pregunta: qué es este mal que hay en ti? ¿Qué es esto? ¿Y esto otro? ¡Qué vergüenza nos cubrirá! Apresurémonos a reparar todo lo que debe ser reparado, a fin de que en el otro mundo podamos presentarnos, al menos, un tanto mejores y aceptables. 
 
Catecismo Ortodoxo
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