Saturday, September 26, 2015

Vida de San Pedro de Monte Athos


San Pedro de Monte Athos, un griego de nacimiento, sirvió como soldado en los ejércitos imperiales y vivió en Constantinopla. En el año 667, durante una guerra con los sirios, San Pedro fue capturado y encerrado en una fortaleza en la ciudad de Samara al río Ufrates.

Por mucho tiempo fatigado en la prisión y reflexionaba sobre cuál de sus pecados habían traído el castigo de Dios sobre él. San Pedro se acordó que una vez tenía la intención de dejar el mundo e ir a un monasterio, pero él no lo había hecho. Él comenzó a respetar un estricto ayuno en la cárcel y a orar con fervor, y le rogó a San Nicolás el Taumaturgo que interceda ante Dios por él.

San Nicolás le apareció en un sueño a Pedro y le aconsejó hacer un llamamiento a San Simeón el recibidor de Dios (3 de febrero) para obtener ayuda. San Nicolás se le apareció una vez más en un sueño, dando coraje al prisionero en la paciencia y la esperanza. La tercera vez que se apareció no estaba soñando, pero estaba con San Simeón el recibidor de Dios. San Simeón tocó su bastón a las cadenas de San Pedro, y las cadenas se derritieron como la cera. Las puertas de la prisión se abrieron, y San Pedro quedo libre.

San Simeón el recibidor de Dios se volvió invisible, pero San Nicolás mando a San Pedro a las fronteras del territorio griego. Recordándole de su voto, San Nicolás se desapareció. San Pedro luego viajó a Roma para recibir la tonsura monástica enfrente la tumba del Apóstol Pedro. Incluso en este caso San Nicolás no le dejo sin su ayuda. Él apareció en un sueño al Papa de Roma y le informó de las circunstancias de la liberación de San Pedro de cautividad, y le encomendó al Papa a tonsurar el ex -prisionero en el monaquismo.

Al día siguiente, en medio de una multitud de personas que se habían reunido para los servicios divinos, el Papa exclamó con fuerza: "Pedro, tú que eres de las tierras griegas, y al que San Nicolás ha liberado de la prisión en Samara, ven aquí a mí.” San Pedro se puso delante del Papa, quien le tonsuro en el monaquismo enfrente la tumba del Apóstol Pedro. El Papa enseñó a San Pedro las reglas de la vida monástica y mantuvo el monje con él. Luego, con una bendición, envió a San Pedro a donde Dios le había apuntado para el viaje.

San Pedro entro un barco que navegaba hacia el Este. Los propietarios del barco, después de llegar a la tierra, suplicaron a San Pedro venir y rezar en cierta casa, donde el dueño del hogar y todos de la casa estaban enfermos. San Pedro los sanó a través de su oración.

La Santísima Virgen se apareció en un sueño a San Pedro y señaló el lugar donde debe vivir hasta el final de sus días: el Monte Athos. Cuando el barco llegó a Athos, se detuvo por si mismo. San Pedro se dio cuenta que este era el lugar donde estaba destinado ir, y así se fue a la tierra. Esto fue en el año 681. Pedro entonces habitaba en unos lugares solitarios del santo monte, sin ver a otra persona por cincuenta y tres años. Su ropa se había convertido en harapos, pero su pelo y su barba habían crecido y cubrieron su cuerpo en lugar de ropa.

Al principio, San Pedro fue en varias ocasiones objeto de agresiones demoníacas. Trataron de forzar al santo que abandone su cueva, los demonios a veces tomaban la forma de soldados armados, y en otros momentos de bestias feroces y víboras que parecían estar a punto de rasgar al ermitaño en pedazos. San Pedro superó los ataques demoníacos a través de la oración ferviente a Dios y a su Santa Madre. Entonces el enemigo recurrió a otras trampas. Se presento bajo la apariencia de un muchacho enviado desde su casa natal, suplicando al monje con lágrimas para salir del desierto y volver a su propia casa. El santo lloró, pero sin hesitación, respondió: "Aquí el Señor y la Santísima Virgen me trajeron. No voy a salir de aquí sin el permiso de Ella." Al oír el nombre de la Madre de Dios, el demonio se desvaneció.

Después de siete años, el diablo vino a San Pedro bajo la apariencia de un ángel radiante y dijo que Dios le ordenaba ir al mundo para la iluminación y la salvación de las personas que necesitaban su orientación. El asceta respondió de nuevo con experiencia que sin el permiso de la Madre de Dios no abandonaría el desierto. El diablo desapareció y no se molestó en acercarse nunca más del santo. La Madre de Dios se apareció a San Pedro en un sueño junto con San Nicolás y le dijo al valiente ermitaño que después de haber ayunado cuarenta días, un ángel le traería el maná celestial. San Pedro ayunó, y en el cuadragésimo día se fortificó con el maná celestial, recibió la fuerza para otro ayuno de cuarenta días.

Una vez, un cazador persiguiendo a un ciervo vio al hombre desnudo, cubierto de pelo, y ceñido por los lomos de hojas. Él tenía miedo y estaba a punto de huir, pero San Pedro lo detuvo y le dijo de su vida. El cazador le pidió permanecer con él, pero el santo lo envió a la casa. San Pedro le dio al cazador un año para el auto-examen y le prohibió hablar con cualquiera acerca de haberlo conocido.

Un año después el cazador regresó con su hermano, que estaba atormentado de un demonio, y con varios otros compañeros. Cuando entraron en la cueva de San Pedro, vieron que ya había reposado. El cazador, con amargas lágrimas, hablo a sus compañeros sobre la vida de San Pedro. Su hermano, solamente al tocar el cuerpo del santo, recibió la curación. San Pedro murió en el año 734. Sus reliquias se encontraban en Athos en el monasterio de San Clemente. Durante el período iconoclasta las reliquias fueron escondidas, y en el año 969 fueron trasladados a la aldea de Tracia, Photokami.

San Pedro una vez vio a la Madre de Dios en una visión, y le habló de su dominio terrenal, el Monte Athos: "He escogido esta montaña... y lo he recibido de Mi Hijo y Dios como una herencia, para aquellos que deseen renunciar a las preocupaciones mundanas y las luchas... Amo este lugar extremamente. Ayudare a aquellos que vienen a vivir aquí y que obran para Dios... y guardan Sus mandamientos... Yo aliviaré sus aflicciones y obras, y seré un aliado invencible para los monjes, invisible guía y protectora..."

Varias generaciones de monjes ortodoxos pueden testimoniar sobre la verdad de estas palabras. La Madre de Dios se considera como la Abadesa del Santo Monte, no sólo en nombre, pero en la realidad. Por esta razón, Monte. Athos se conoce como el "Jardín de la Madre de Dios."


                              Catecismo Ortodoxo 

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Acatistos de la Zarza ardiente


La Zarza ardiente del Éxodo figura a menudo en los textos litúrgicos como imagen o prefiguración de la Madre de Dios. Entre 1943 y 1956, el círculo de la Zarza ardiente estaba compuesto de rumanos fervientes que se reunían para orar y discutían alrededor del tema del rol de la espiritualidad en la sociedad rumana, especialmente en los ámbitos intelectuales y literarios. El acatistos a la Zarza ardiente fue compuesto por el padre Daniel (el poeta Sandu Tudor), monje del monasterio de Todos los Santos (conocido como “monasterio de Antim”) de Bucarest.




Kondakion 1


¿Quién es ésta, pura y blanca como el alba? Es la Reina de la oración y su encarnación, princesa de toda la nobleza y soberana alma de la mañana, novia del Consolador que transfigura la vida. Hacia ti nosotros corremos, ardiendo y consumidos por el deseo. Concédenos acceder a la santa montaña del Tabor, y sé para nosotros también sombra y rocío, tú a quien la gracia cubre con su sombra, para que nuestra naturaleza obtenga a su momento ser renovada por un engendramiento carismático y que, todos juntos, con la creación entera, exclamemos profundamente inclinados: ¡Alégrate, Esposa y Madre de la oración continua!


Ikos 1


Virgen del Eón sin ocaso, santa Madre de la Luz, escúchanos a nosotros esclavos del pecado, hijos indignos del fango. Dulcísima, buenísima y santísima Virgen, llave del Señor Jesús, libéranos de los cerrojos de la maldición, ábrenos el camino hacia lo alto, para que recibida la revelación tan deseada, el secreto del Esposo amado, te podamos cantar nosotros también, como Moisés que, quitándose sus sandalias, el rostro volvió hacia la llama de la zarza, ardiente de gracia, y exclamó en el anochecer:


Alégrate, tallo luminoso de la zarza que no se consume;
Alégrate, rocío cristiano por el que Dios ha germinado en el mundo.
Alégrate, huella ardiente de un fuego que viene de más allá de los cielos.
Alégrate, lágrima que derrite el hielo interior.
Alégrate, bastón florecido del peregrino que camina hacia el lugar del corazón.
Alégrate, chorro de agua fresca que brota en el desierto interior.
Alégrate, sello ardiente impreso en las profundidades del alma.
Alégrate, octavo día del reino que está dentro de nosotros.
Alégrate, tradición de la alegría venidera.
Alégrate, maravillas recibidas en la admiración del espíritu.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 2


¿Cómo alcanzar la paz de los pensamientos, Virgen Madre, Virgen Santísima? ¿Cómo esquivar el asalto de las pasiones, las tentaciones tan numerosas que nos rodean? Otórganos la ciencia misteriosa tan deseada, la sabia maestría en el arte espiritual, para que venzamos nuestra naturaleza cautiva y accedamos a la alegría de la paz del alma. Entonces, arrebatados por la oración en la invocación luminosa, nosotros también cantaremos una alabanza sincera y perfecta, un elogio verdadero y sálmico:


Ikos 2


Flor ardiente por la llama que no consume, oh Theotokos, imagen de paz vislumbrada en el fuego, aureola de un orbe inmenso de frescura, ven a nosotros, ayúdanos a encontrar, bajo tu dulce conducto, la larga respiración del pecho de la paloma de plata que sostenía su vuelo sereno y a la que el Rey-Profeta veía planear por encima de las cimas de Basán. Así todos juntos cantaremos unidos a los coros angélicos y entonaremos esta antífona:


Alégrate, paso de danza hesicasta, por cuyo vuelo es suscitada la bendición
Alégrate, alma que reposa en una respiración mesurada.
Alégrate, rueda que se eleva movida por la paloma del Espíritu.
Alégrate, paz establecida en el espacio interior.
Alégrate, ascensión más allá de los tiempos, apoyada sobre las alas del águila
Alégrate, eternidad detenida en el interior de un instante.
Alégrate velo inmenso desplegado para la navegación celestial.
Alégrate, aspiración del cielo que perfecciona el espíritu.
Alégrate, murmullo silencioso como un susurro de agua viva.
Alégrate, fruto exquisito dado por la Filocalia.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 3


Más allá de los siglos, oh Virgen, yo escucho hablar de ti por la boca de Isaías, el profeta de las brasas ardientes, y en el cielo de la Escritura, de todas las alturas de la gracia, resuena esta palabra que fue proclamada para ti: Un niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado; el signo de la dominación está sobre su hombro, se le ha dado este nombre: Admirable, Ángel del gran Consuelo, Dios fuerte, Príncipe de la Paz, Padre de los siglos venideros. Tal es su Nombre, el Nombre de las cinco advocaciones, el santo Nombre del Señor, que Jesús traerá. Tierra, escucha y permaneced atenta, mientras todos nosotros gritamos: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!


Ikos 3


Es una Madre virgen para siempre en la que se ha encarnado aquel que guardado intacta la naturaleza corporal de la zarza ardiente. El Nombre del Señor de la gloria se ha hecho palabra pronunciada. Dios el invisible, aquel que se había mostrado enigmáticamente en el corazón del fuego, el rostro de la belleza celestial, la imagen infinita, se ha ceñido a sí mismo, ha aceptado ser medido a nuestra medida, y el inefable se ha verdaderamente manifestado entre nosotros, como un humilde vencedor montado sobre una pequeña asna. Gustad, vosotros también, los poderes ocultos en el Nombre de luz, y vosotros pasaréis de la muerte a la vida, deificados en todo vuestro ser. Y todos entonces cantaremos con una voz clara y segura:


Alégrate, condescendencia por la cual Dios nos concede contenerlo a nosotros también.
Alégrate, fuerza por la cual también nosotros caminamos con Jesús sobre las aguas.
Alégrate, misericordia en la cual Cristo nos es dado.
Alégrate, quietud interior donde se cumple la venida de aquel cuyo Nombre es Amén.
Alégrate, ocio íntimo en el cual el Logos por nosotros mismos es escuchado.
Alégrate, reconciliación por la cual nosotros accedemos a lo más secreto de nuestro ser.
Alégrate, dulzura que nos hace hermanos del Emanuel.
Alégrate, silencio en el cual la pulsación del Espíritu se une a nuestra sangre.
Alégrate, soledad en la cual el cielo del corazón repentinamente se despliega en nosotros.
Alégrate, transparencia que permite al ángel despuntar en los cuerpos.
Alégrate, pureza que atrae la venida del Rey de la gloria al mundo.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 4


El Señor es amor eterno y su Nombre también es Amor. Venid, dejémonos impregnar de Dios, profundamente, con todo el impulso del amor. Tú, Virgen santa, tú lo has llevado. También a nosotros recuérdanos que lo llevamos, que vivimos y nos movemos en el Dios viviente. En todo lugar, haznos conscientes de estar con Él, y que por su virtud crece nuestra virtud, si a cada respiración nosotros invocamos el Nombre del Señor. Entonces clamaremos como un solo ser celebrando: ¡Aleluya!


Ikos 4


Enséñanos tú, oh Virgen, el misterio de la constancia en la oración, y la fuerza de la invocación humilde y discreta. El agua fluye por su naturaleza, y la piedra por su naturaleza es muy dura, pero el perpetuo fluir del agua puede perforar la dureza de la piedra. Dígnate, oh Virgen, a ayudarnos por tu misericordia a que triunfe la gota de la gracia sobre nuestro gran endurecimiento, y nosotros te cantaremos esta doxología:


Alégrate, audacia tan delicada en la repetición del santo Nombre.
Alégrate, fuente de agua viva que fluye sin tregua.
Alégrate, cetro tallado en la piedra blanca del Señor.
Alégrate, dulce panal del cual la miel es Cristo, el Hijo del hombre.
Alégrate, don concedido a mi espíritu por mi Cristo.
Alégrate, comunión perfecta en el misterio de la Encarnación
Alégrate, efusión de gracia que nos viene del Hijo de Dios.
Alégrate, rosario viviente del Kyrie eleison.
Alégrate, impulso celestial que me arrastra a mí pecador.
Alégrate, abundancia del recuerdo de Dios.
Alégrate, repetición carismática de una invocación admirable.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 5


Virgen santa, delante de ti siempre quedarán confundidos los pensadores y los sabios de este mundo, ya que tú eres el sello de la incorruptible Sabiduría, puerta cerrada a los que prevalecen en su inteligencia, paraíso viviente digno de las maravillas de Dios. Tú nos muestra que la vida no nos ha sido dada para que nosotros le demos un sentido a nuestra manera. Nosotros no estamos llamados solamente a la nobleza de existir, la vida verdadera está más allá de nuestros conceptos y de nuestras categorías; más allá del espacio y del flujo de los instantes. Ella es el espejo de este cielo de fuego dentro de nosotros del que la bóveda está tendida sobre los abismos de nuestro corazón y de nuestro actuar. Ella pertenece al Verbo, y Él quiere que ella se abra a su Encarnación, y que ella resuene en un eterno: ¡Aleluya!


Ikos 5


Santísima Virgen Madre, tú eres en verdad la sobriedad, la voluntad recogida en la claridad del espíritu, el ojo interior abierto ampliamente sobre el círculo del horizonte divino. Tú eres el corazón donde reina victoriosa la transparencia de la pureza, la gran vigilia del alma siempre dispuesta a acoger el misterio de Dios. Pero tu sobriedad contiene también la delicada confianza de un niño, la santa simplicidad que mira sin turbación tu corazón apacible y ante la cual lo maravilloso nos sorprende, mientras que nosotros nos inclinamos cantando con todo lo que tiene soplo de vida:


Alégrate, lugar donde se unen en cruz el fervor del espíritu y su sobriedad.
Alégrate, eje del cielo y estrella de la mañana, anunciadora de los misterios en el fondo del alma.
Alégrate, freno que vence el pululamiento de los pensamientos y de su vano tumulto.
Alégrate, espejo donde se refleja Aquel que está más allá de la carne.
Alégrate, castillo muy interior de mi alma.
Alégrate, laúd del corazón que resuena bajo el arco del Espíritu.
Alégrate, canto que brota de las cinco cuerdas siempre vibrantes del santo Nombre.
Alégrate, música inefable del segundo nacimiento.
Alégrate, fiesta silenciosa de la gnosis perfecta que nos desposa al Nombre de la Sabiduría.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 6


Virgen Santísima, Madre no desposada, tú eres el único corazón donde sin desfallecer el Nombre de gloria se canta en toda su plenitud viviente y verdadera. Es para nuestra gran maravilla, oh Purísima, ya que en ti única e incomparablemente, el corazón del hombre y el corazón de Dios han latido y laten sin fin al unísono, y la oración, como un movimiento de reloj, miden a la vez tu contemplación y el cielo, modelando tu corazón sobre los misterios de amor de Dios. Oh carro de luz sin crespúsculo, elévanos, a nosotros también, hacia la sabiduría bendita del corazón, para que hechos mejores y dignos te cantemos, presentándonos ante ti como una Iglesia viviente, una aclamación ortodoxa: ¡Aleluya!


Ikos 6


Madre de Dios, corazón de luz; Madre de Dios, corazón del mundo; Madre de Dios, corazón purísimo; Madre de Dios, corazón del Verbo, hacia ti venimos, llenos de vergüenza y con el alma desfallecida, el cuerpo inclinado y dobladas las rodillas, ya que por consecuencia de nuestra ignorancia, nuestro corazón se ha grandemente oscurecido, el Señor nos ha dejado vagar por los caminos de nuestro espíritu, pero ahora, hemos venido hacia ti, Madre de Jesús, acógenos, como almas sedientas de las alegrías de la mañana sin ocaso, y dígnate renovar en nosotros un corazón puro, para que nosotros te cantemos:


Alégrate, arca de la alianza de mi alma.
Alégrate, cofre sellado que contiene el Nombre de Dios.
Alégrate, navío viviente que navega sobre los misterios de la creación.
Alégrate, cesta a la que no contamina ninguna de las vanidades del mundo.
Alégrate, trono donde la Vida misma reposa.
Alégrate, resonancia viviente donde canta un rayo de la luz increada.
Alégrate, tesoro interior donde están contenidas todas las riquezas de la gracia.
Alégrate, tabernáculo místico ubicado sobre el santísimo altar.
Alégrate, templo celestial del cual el Espíritu es el liturgo.
Alégrate, cinta de fuego en nuestro pecho.
Alégrate, Iglesia toda ardiente del deseo de desposarse con Cristo.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 7


Esposa santísima, gloriosa y resplandeciente, y proclamada bienaventurada, Reina de todos los cielos, tú tienes a los apóstoles por cortejo, a los ángeles como heraldos y mensajeros, a los evangelistas por cronistas e historiadores, una corte numerosa y noble, como tú, divinamente luminosa, dulce, acogedora y maravillosamente engalanada. Pero, cómo proclamarte cánticos sagrados, si tú eres también terrible, como un ejército formado en batalla, ya que tú eres brillante, serena e sin compromisos, como una espada afilada. Tú eres guardiana y protectora de todas las cosas santas, de todas las gracias y de todos los misterios contenidos en los dones de Dios, de los ritos, de los signos y de las palabras sagradas. Para las bodas del Esposo soberano, una pureza total es necesaria, toda inmodestia de los ojos o de la vestimenta es desterrada. Que ninguno de los que no han sido iniciados en los misterios no ose pues poner la mano allí: ¿quién dejaría a los puercos alimentarse de perlas o a los perros comer en vasos sagrados? Pero sólo el Espíritu puede introducirnos allí y hacer que los recibamos dignamente. Venid, pues, reconciliados y puros, y juntos cantaremos, para expresar nuestro gozo perfecto: ¡Aleluya!


Ikos 7


Madre de Dios, Madre buenísima del mundo, guardiana de la tradición del Verbo, tú posees en la Jerusalén celestial, en sus lugares más silenciosos, un santo y gran monasterio invisible, donde residen, como tus servidores presurosos, todos los que con un verdadero celo han renunciado a sí mismos: ascetas, monjes y ermitaños, anacoretas, hesicastas y padres espirituales y quien mantiene los tesoros de bendición: la sobriedad, la firmeza del alma, el consejo del padre espiritual, todas las cosas que purifican, enderezan y aclaran al alma, y que participan de tu pureza y de tus misericordias infinitas. Juntos, ellos forman la doctrina secreta, la herencia de los santos, puestas al alcance de nuestra mano en los escritos, en las palabras y en todos los textos de los santos Padres. Por todo esto nunca sabremos como dignamente alabarte, honrarte y glorificarte, si no cantándote así:


Alégrate, púrpura imperial de la alegría del Amén.
Alégrate, plenitud de la gracia que se escurre como una lágrima del espino.
Alégrate, raíz pascual de las nuevas alegrías.
Alégrate, paz universal establecida dentro de nosotros.
Alégrate, paraíso que irriga todas las aguas del cielo.
Alégrate, claro esplendor de la mirada de los niños.
Alégrate, rosa empañada del rocío de los misterios.
Alégrate, alma a quien las lágrimas de luz tejen un vestido.
Alégrate, zafiro celestial caído en nuestro corazón como una gota de rocío.
Alégrate, anunciadora de la quietud sabática.
Alégrate, poesía eterna que se canta en el silencio del alma maravillada frente al misterio.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 8


Señor Jesucristo, mi dulce Señor, hacia ti inclino mi frente, y como el apóstol Tomás pongo la mano sobre el santo lugar. Recogido, teniendo los ojos cerrados del espíritu, sin palabras, como el ciego yo espero, inclinado sobre el abismo que en mí es repentina y enteramente iluminado, bajo el resplandor del sol interior. Pero como la noche oscura de mis pecados no me permite aún percibirte, yo tanteo con una mano indecisa, con el dedo de la esperanza, de la fe, del presentimiento, del deseo y de la duda, y si esto no basta tantearé también con la otra mano. Pero mi corazón, traspasado por un rayo ardiente, dolorosamente y sin embargo con dulzura, murmura tu invocación. Al ritmo de la respiración y sin esfuerzo, la pulsación de la oración sorda hacia la luz, exclama: ¡Aleluya!


Ikos 8


Madre del Señor, Señora del Misterio, Señora de la Esperanza, vestida del zafiro de las noches, Señora con las tres estrellas sobre tu manto, y santa ancla de nuestras aspiraciones, estoy aquí de nuevo ante ti, disipado por el tumulto del mundo y esclavos de mis pensamientos. Después de haber recibido el consejo de mi padre espiritual y su bendición, yo había entrado en el camino de mi salvación, provisto de la santa decisión de esforzarme en orar sin cesar. Pero mis pensamientos, ídolos de tierra, no me dejan el tiempo para establecerme en estado de oración, en el lugar de Dios, allí, en el fondo de mi corazón hacia el cual yo tiendo. Ayúdame tú, mi Protectora, a consolidarme en la invocación incesante, ayúdame, y yo te cantaré:


Alégrate, Madre del Señor, encarnación de la Sabiduría.
Alégrate, fuerza de la virginidad, verdadera alma del mundo.
Alégrate, cuerpo santificado, lugar que contiene a Dios.
Alégrate, santos de los santos, lugar misterioso en el centro de los corazones
Alégrate, tesoro espiritual encerrado en el espíritu de los humildes
Alégrate, don asegurado de todas las virtudes inefables.
Alégrate, incensario de oro de donde se elevan sin cesar oraciones puras.
Alégrate, unión en un mismo pensamiento de todas las Iglesias reconciliadas.
Alégrate, relámpago que ilumina las almas de los fieles.
Alégrate, tú que no cesas de ayudar incluso a los que están endurecidos en el pecado.
Alégrate, manto protector que recubres nuestras debilidades.
¡Alégrate, Esposa, Madre de la oración continua!




Kondakion 9


Oh Madre de Dios, siempre purísima, que nuestra oración te sea agradable y su efusión perpetua como nueve laúdes y nueve copas, y que al lado de la Trinidad santa, término de nuestra alegría que se eleva, llevadas sobre tus manos hacia Cristo Esposo como un perfume muy dulce, su ofrenda sea admitida, para que todos juntos y con todos los cielos, seamos hechos dignos de cantar un inmenso y eterno: ¡Aleluya!


                              Catecismo Ortodoxo 

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Acatistos al Señor Jesús


Oh Guía, defensor en la lucha. Señor, vencedor del infierno, ya que me has salvado de la muerte eterna canto tu alabanza, yo, tu criatura, tu siervo. Tú, cuya misericordia no tiene límite, libérame hoy de todo peligro, Tú, a quien yo invoco:


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Oh Creador de los ángeles y Señor de las potencias del cielo, Tú que has abierto el oído y dado la palabra al sordomudo, ilumina mi espíritu y desata mi lengua para que pueda alabar a Tu Nombre purísimo y dirigirme a Ti con este canto:


Jesús, belleza luminosa, estupor de los ángeles.
Jesús, fuerza invencible, liberador de nuestros padres.
Jesús, dulzura inmensa, alabanza de los patriarcas.
Jesús, Señor muy amado, cumplimiento de los profetas.
Jesús, admirable en la fuerza, gloria de los mártires.
Jesús, paz resplandeciente, alegría de los monjes.
Jesús, lleno de benevolencia, dulzura de los sacerdotes.
Jesús, misericordia incansable, regocijo de los santos.
Jesús, purísimo, pureza de las vírgenes.
Jesús, Tú eres desde siempre, salvación de los pecadores.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Cuando viste a la viuda quebrantada de dolor, tuviste piedad de ella, Señor, y resucitaste a su hijo que estaban llevando a la tumba. Del mismo modo, Tú que amas a los hombres, fortalece mi alma y ten piedad de mí, que te grito:


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Buscando entender al Incomprensible, Felipe te dijo: “Señor, muéstranos al Padre”. Tú le respondiste: “¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y tú no me conoces, Felipe? ¿No crees que yo estoy en mi Padre y que mi Padre está en mí?” A Ti, que estás más allá de toda la comprensión, con temor te grito:


Jesús, Dios desde siempre y por siempre.
Jesús, Maestro muy paciente.
Jesús, Salvador lleno de compasión.
Jesús, Amor inmenso, custódiame.
Jesús, purifícame de mis pecados
Jesús, aparta tu mirada de mis culpas.
Jesús, libera mi corazón de toda falsedad.
Jesús, yo espero en Ti, no me abandones.
Jesús, no me rechaces lejos de Ti.
Jesús, mi Creador, no me olvides.
Jesús, Tú el único Pastor Bueno, vela por mí.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Jesús, Tú has revestido con el poder de lo alto a los apóstoles que permanecían en Jerusalén. Del ardor del Espíritu Santo revísteme también a mí aunque esté desprovisto de toda obra buena y concédeme cantarte con amor: Aleluya.


Jesús, en la riqueza de tu misericordia has llamado al publicano y al pecador, ahora vuélvete hacia mí, que soy como ellos y acepta este canto como mirra muy preciosa:


Jesús, fuerza invencible.
Jesús, ternura infinita.
Jesús, belleza luminosa.
Jesús, amor inefable.
Jesús, Hijo de Dios viviente.
Jesús, te piedad de mí, pecador.
Jesús, ilumíname porque estoy en la oscuridad.
Jesús, purifícame de toda culpa.
Jesús, recondúceme a Ti, como al hijo pródigo.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Asaltado interiormente por una tempestad de duda, Pedro se hundía. Cuando te ve presente corporalmente caminando sobre las aguas, te reconoce verdadero Dios, y aferrándose a la mano que salva dice: Aleluya.


El ciego te siente pasar, Señor, y se pone a gritar: “¡Hijo de David, ten piedad e mí!”. Llamándolo, Tú le devolviste la vista. Del mismo modo, en tu ternura, ilumina los ojos de mi corazón, a mí que te grito, diciendo:


Jesús, Creador de los ángeles.
Jesús, Redentor de los hombres.
Jesús, vencedor del infierno.
Jesús, Tú has revestido de belleza a toda criatura.
Jesús, reanima mi alma.
Jesús, ilumina mi inteligencia.
Jesús, colma de gloria mi corazón.
Jesús, da la salud a mi cuerpo.
Jesús, mi Salvador, sálvame.
Jesús, mi luz, ilumíname.
Jesús, de todo tormento, libérame.
Jesús, sálvame, aunque sea indigno.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Con tu sangre derramada, nos has rescatado. Así, Jesús, no nos dejaste prisioneros, esclavos de nuestras pasiones y de la profunda tristeza. Haznos verdaderamente libres, a nosotros que te gritamos: Aleluya.


Los hijos de tu pueblo han visto, en un cuerpo como el nuestro, a Aquél que con su mano había creado al hombre. Y, habiéndolo reconocido como el Señor, buscaban festejarle agitando los ramos y gritando: ¡“Hosanna”! Del mismo modo, nosotros te ofrecemos un himno diciendo:


Jesús, verdadero Dios.
Jesús, Hijo de David.
Jesús, Rey de la gloria.
Jesús, Cordero inocente.
Jesús, Pastor maravilloso.
Jesús, Custodio de mi infancia.
Jesús, Consejero de mi juventud.
Jesús, alabanza de mi vejez.
Jesús, esperanza en la hora de mi muerte.
Jesús, vida después de la muerte.
Jesús, consolación en la hora misma de mi juicio.
Jesús, mi único deseo ábreme la puerta de tu Reino.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Llevando a cumplimiento el mensaje de los profetas inspirados por Dios, viniste al mundo, Jesús. Quisiste habitar entre nosotros. Tú, el Infinito, tuviste compasión de nuestra enfermedad. Porque, nos sanaste por tus heridas; nosotros hemos aprendido a cantar: Aleluya


La luz de tu Verdad se levantó sobre el universo entero y la mentira fue rechazada: los ídolos, Señor, no soportaron tu poder y cayeron. Y nosotros que recibimos la salvación de Ti, te cantamos:


Jesús, Verdad que rechaza la mentira.
Jesús, luz que no decae.
Jesús, tan grande en tu poder infinito
Jesús, Dios inquebrantable en tu compasión.
Jesús, Pan de vida, sáciame, que tengo hambre.
Jesús, fuente de la inteligencia, sáciame que tengo sed.
Jesús, vestido de gloria, envuélveme, que soy corruptible.
Jesús, manto de alegría, recúbreme, que soy indigno.
Jesús, que das a quien pide, concédeme llorar mis pecados.
Jesús, que abres a quien golpea, abre a mi pobre corazón.
Jesús, Redentor de los pecadores, purifícame de mi pecado.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Queriendo revelar el misterio escondido desde los siglos, como un cordero mudo has sido inmolado, Jesús. Siendo Dios, has resucitado de entre los muertos y has subido al cielo en la gloria. Contigo, nosotros hemos resucitado, y te aclamamos: Aleluya.


Ante nuestros ojos hiciste tu obra maravillosa cuando el Creador, nacido de la Virgen, se manifestó, resucitó de la tumba y se presentó corporalmente a los apóstoles que estaban con las puertas cerradas. Por esto, maravillados cantamos con fuerza:


Jesús, Verbo incomprensible.
Jesús, Palabra impenetrable.
Jesús, poder inaccesible.
Jesús, sabiduría inconcebible.
Jesús, divinidad inmensa.
Jesús, Señor de todo el universo.
Jesús, soberanía infinita.
Jesús, fuerza estrepitosa.
Jesús, poder eterno.
Jesús, mi Creador, ten compasión de mí.
Jesús, Salvador, sálvame.


Viéndote, Jesús, Dios misteriosamente encarnado, nosotros vivimos en el mundo sin ser del mundo y caminamos lleno de esperanza hacia tu Reino. Si has bajado a la tierra es para subirnos a nosotros al cielo, por esto te cantamos: Aleluya.


Tú estás plenamente presente en la tierra sin dejar de estar ausente en el cielo. Jesús, ¡cuánto, voluntariamente, has sufrido por nosotros! Con tu muerte, has vencido a la muerte, y con tu resurrección, nos has dado la vida, y por esto nosotros te cantamos:


Jesús, dulzura del corazón.
Jesús, vigor del cuerpo.
Jesús, limpieza del alma.
Jesús, vivacidad del espíritu.
Jesús, alegría de mi corazón.
Jesús, mi esperanza, mi única esperanza.
Jesús, alabanza excelsa, alabanza eterna.
Jesús, plenitud de mi alegría.
Jesús, mi único deseo, no me rechaces.
Jesús, mi Pastor, búscame.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Todos los ángeles magnifican incesantemente tu Santo Nombre Jesús, cantando en el cielo: “Santo, Santo, Santo”. Nosotros pecadores, también, con nuestros labios de arcilla, sobre la tierra te cantamos: Aleluya.


Viéndote, oh Jesús, nuestro Salvador, los oradores más elocuentes quedan sin palabra. No son capaces de decir cómo tú permaneces Dios inmutable y hombre perfecto. Pero nosotros, llenos de admiración delante del misterio, con fe aclamamos:


Jesús, Dios desde toda la eternidad.
Jesús, Rey de reyes.
Jesús, Señor de los señores.
Jesús, justicia de los vivos y de los muertos.
Jesús, esperanza de quienes están sin esperanza.
Jesús, consolación de los que lloran.
Jesús, gloria de los humildes.
Jesús, por tu compasión, cúrame.
Jesús, expulsa de mí el desaliento.
Jesús, ilumina los pensamientos de mi corazón.
Jesús, mantén despierto en mí el recuerdo de la muerte.


Queriendo salvar el mundo, oh Sol que surges, has tomado un cuerpo como el nuestro y te has humillado hasta la muerte. Por esto tu Nombre ha sido exaltado sobre todo nombre y de todos los seres de la tierra y del cielo sientes cantar: Aleluya.


¡Dios eterno, Consolador! Cristo verdadero: purifícanos de toda mancha, como has purificado a los diez leprosos y cúranos como has curado a Zaqueo, el publicano, de modo que arrepentidos te cantemos:


Jesús, tesoro incorruptible.
Jesús, riqueza inexorable.
Jesús, alimento de los fuertes.
Jesús, fuente inextinguible.
Jesús, vestido de los pobres.
Jesús, abogado de las viudas.
Jesús, defensor de los huérfanos.
Jesús, ayuda de los trabajadores.
Jesús, guía de los peregrinos.
Jesús, piloto de los navegadores.
Jesús, consuelo de los angustiados.
Jesús, levántame de mi culpa.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Te ofrezco, yo indigno, un himno lleno de ternura y de arrepentimiento. Como la cananea te llamo: “¡Jesús, ten piedad de mí!” Cúrame, Jesús, a mí que te grito: Aleluya.


Pablo, que hasta aquel momento te perseguía, obedece al poder de la voz que lo ilumina del conocimiento divino y se convierte al instante. Así también Señor -Luz que ilumina a quien está en las tinieblas de la ignorancia- ilumina los ojos oscurecidos de mi alma que te invoca:


Jesús, Dios invencible en tu fuerza.
Jesús, Señor omnipotente e inmortal.
Jesús, Creador resplandeciente de gloria.
Jesús, guía seguro.
Jesús, Pastor infatigable en tu ternura.
Jesús, Salvador muy compasivo.
Jesús, ilumina a mis sentidos cegados por las pasiones.
Jesús, cúrame, que estoy desfigurado por el pecado.
Jesús, defiende mi corazón de los malos deseos.


Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí


Dadme la gracia, Jesús, tú que perdonas toda deuda. Acógeme, arrepentido, como has acogido a Pedro que te había negado. Llámame, a mí pecador, como has llamado a Pablo que te perseguía, Y escúchame, que te canto: Aleluya.


Celebrando tu Encarnación, todos nosotros te alabamos. Con Tomás, te confesamos Dios y Señor que, sentado a la diestra del Padre vendrás a juzgar a vivos y a muertos. Otórgame un lugar a tu derecha a mí que te canto:


Jesús, fuego de amor, enciéndeme.
Jesús, morada eterna, refúgiame.
Jesús, manto de luz, revísteme de tu belleza.
Jesús, perla de gran precio, brilla sobre mí.
Jesús, sol que surge, ilumíname.
Jesús, luz santa, esclaréceme.
Jesús, de toda enfermedad, presérvame.
Jesús, arráncame de la mano del adversario.
Jesús, libérame de la pena eterna.


Oh Jesús, manso y humilde de corazón, en tu amor que nada desprecia, mira nuestra miseria, perdónanos sin límite y en tu compasión infinita acepta nuestra humilde oración como has aceptado la pobreza ofrecida de la viuda.


Jesús, a imagen de los niños, tus preferidos, transfórmame.
Jesús, como los pastores asombrados, atráeme hacia Ti.
Jesús, como al ciego de nacimiento, tócame, para que yo te vea.
Jesús, como al paralítico, cúrame para que yo camine contigo.
Jesús, como la cananea que te suplicaba, escúchame.
Jesús, como a María que te escuchaba, háblame de Ti.
Jesús, como sobre Pedro que te había negado, fija tu mirada sobre mí.
Jesús, como María Magdalena que te amó mucho, perdóname.
Jesús, como Zaqueo, llámame y ven a mí.
Jesús, como a la hija de Jairo, revíveme.
Jesús, como a la Samaritana, transfórmame.
Jesús, como a Juan –el discípulo amado- hazme permanecer en Ti.
Jesús, al terminar mi vida, como al buen ladrón, dime: “Hoy estarás conmigo en mi Reino.”



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