Sunday, January 31, 2016

Vida de San Antonio el Grande


A finales del siglo tercero comenzamos a saber de hombres que abandonaron las ciudades para vivir una vida de oración y soledad. El mejor conocido entre ellos es al que se le llama el fundador del monaquismo: San Antonio el Grande (252-356). Su contemporáneo, san Atanasio, nos cuenta su historia.

Un día, cuando Antonio tenía 18 años, entró a la iglesia de su pueblo para asistir al oficio. De repente escuchó las palabras del Evangelio: “si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mt.19:21). Había escuchado estas mismas palabras muchas veces antes , pero esta vez le pareció como si Cristo le estuviera hablando directamente y que las palabras fueran un mensaje personal. La impresión que recibió fue tan fuerte que, sin vacilar ni un momento, Antonio inmediatamente entregó todos los bienes que heredó de sus padres para ser distribuidos a los pobres del pueblo. Le quedaba sólo un problema que le preocupaba. Antonio tenía una hermana menor. Las dos eran huérfanos, y él se sentía responsable por ella. Nuevamente un verso del Evangelio, que a menudo había oído en la iglesia, de repente le pareció responder a sus problemas personales. “Así, que no os afanéis por el día de mañana; porque el día de mañana traerá su afán” (Mt.6:34). Antonio encontró a una buena mujer cristiana en su pueblo quien se encargó del cuidado de su hermana. Ahora él podría dedicarse a su nueva vida.

Antonio se fue a vivir a Egipto, donde el inmenso desierto quemado por el sol, nunca estaba muy lejos de pueblos y ciudades. Primero se fue a vivir junto a un ermitaño, quien vivía a poca distancia de su pueblo. Luego, visitó a varios otros ermitaños antes de cruzar el río Nilo. Después vivió solo en las ruinas de un antiguo fuerte en el desierto.

¿Puedes imaginar todas las tentaciones y luchas espirituales que hay en la vida de un ermitaño? Años más tarde, Antonio recordó sus primeros días en el desierto. Aseguró que la dificultades físicas de hambre, sed, calor y frío, eran mucho más fáciles de soportar que la soledad, la depresión y todos los pensamientos y deseos perturbantes que le afligían. A veces se sentía como si no tuviera la fuerza para seguir, pero visiones le inspiraban en su necesidad y le dieron valentía.

“¿Dónde estabas, Señor Jesús? ¿por qué no viniste a ayudarme antes?” exclamó Antonio un día después de una de aquellas visiones reconfortantes. “Yo estaba -escuchó en respuesta- yo estaba aquí esperando ver tu esfuerzo.” En otra ocasión, en medio de una terrible lucha con sus pensamientos, Antonio dirigió a Dios una oración: “quiero salvar mi alma, oh Señor, pero mis pensamientos no me lo permiten.” De pronto vio a alguien, parecido a él, sentado y trabajando en algo con sus manos; luego se levantó para rezar, y entonces volvió de nuevo a su trabajo. “Haz tú lo mismo y tendrás éxito”, le dijo el ángel a Antonio. Aquel mismo día, Antonio dedicó parte de él al trabajo manual.

Otras personas descubrieron donde estaba y fueron a vivir cerca de él. Lo encontraron sereno, tranquilo y amigable. Se habían terminado los años de lucha, y ya no se veía rastro de dificultad ni de cansancio, aunque Antonio seguía su vida de oración y ayuno.

Cientos de ermitaños fueron al desierto a vivir cerca de Antonio, y él les aconsejó e instruyó. No organizó una comunidad; tampoco dio a los ermitaños ninguna regla común de vida. Más tarde dejó ese poblado para vivir en otra parte del desierto, más lejana. Nuevamente otros ermitaños llegaron a su lado. Así Antonio rompió el silencio del desierto con las alabanzas de cientos de monjes. Alcanzó la edad de 106 años, y falleció en el año 365 d.C. Sus intercesiones sean con nosotros. Amén.

“Imitando con tu vida al celoso Elías
y siguiendo los rectos caminos del Bautista,
has poblado el desierto, oh Padre Antonio,
y fortalecido al mundo con tu oración.
Intercede ante Cristo nuestro Dios
para que salve nuestras almas.”

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Dios podría llenar nuestro corazón con tanta felicidad y con tanto amor, que nos haría perder los sentidos. ( San Paisos de Athos )



Dios podría llenar nuestro corazón con tanta felicidad y con tanto amor, que nos haría perder los sentidos. Pero entonces los monasterios quedarían abandonados y nos encerraríamos en cuevas. Y los laicos descuidarían sus compromisos y sus familias. Por esto Dios, que es amor, no nos llena con tanta felicidad.

San Paisos de Athos 


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Saturday, January 30, 2016

Enseñanzas del Padre Eutimio sobre la oración de Jesús.


                               Padre Eutimio
              (Monasterio Dionisio - Monte Athos)

Transcurrí algunos días, hacia fines de 1954, en el monasterio griego de Dionisio, sobre el Monte Athos. Allí conocí al Padre Eutimio, nativo de Sinop, pero que vivió varios años en Rusia, en la zona del Cáucaso, hasta que la abandonó durante la guerra civil. Tenía por entonces un poco más de sesenta años y era muy conocido por su sabiduría. Era también un poco “loco por Cristo”.


Tuve con él varios coloquios inolvidables. Él era entonces bibliotecario del monasterio.
Una tarde estábamos sentados sobre el balcón de su celda, que sobresale sobre el mar. El día estaba espléndido: una cálida jornada de otoño. El sol se ponía lentamente por el occidente. El cielo y el mar estaban todos dorados.


- Padre Eutimio, le dije, yo he hablado, en Konevec, con el Padre Dorofeo sobre la oración pura y con el Padre Michele, en el Nuevo Valaam, sobre el límite de la oración. Y Usted, ¿de qué me va hablar?


- Si bien, las oraciones comunitarias, en la Iglesia, y también aquellas que hacemos en nuestras celdas, leídas o cantadas con los libros, son utilísimas, ellas son por su naturaleza pasajeras. No siempre disponemos de libros. No podemos pasar todo nuestro tiempo en la Iglesia o en la celda: debemos vivir y cumplir nuestras obligaciones. Yo no conozco otra oración más que la Oración de Jesús que pueda ser incesante. Para esta, no hay ninguna necesidad de estar en la Iglesia, o en la celda, o de usar libros: se la puede rezar donde sea, en la casa, por la calle, viajando, en prisión, en el hospital… Sólo se necesita aprenderla.


- Pero, ¿cómo?


- Comienza a repetir solo la Oración, en voz alta, según tu capacidad, en tu habitación, por el camino, cuando no haya nadie alrededor de ti. La oración debe ser repetida lentamente, con atención, con un tono humilde, como cuando los mendigos piden limosna: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”.


Luego repite la misma oración mentalmente, en tu espíritu, pero lento y atentamente.


Después, puedes asociar esta Oración al ritmo de la respiración y con los latidos del corazón. Solo te aconsejo, que no hagas esto por ti sólo: debes buscar a alguien que ya practique la Oración hesicasta, para que te indique lo que debes hacer para no ser víctima de pensamientos vanos y de ilusiones.


Son necesarios varios años para aprender bien la oración hesicasta, pero, con la gracia de Dios, uno puede también volverse en poco tiempo maestro en esta oración.


Con el tiempo, ella se volverá continua. Algunos la comparan con el murmullo de un arrollo: ella continúa en todo momento, mientras tú caminas, o trabajas, o reposas. “Yo duermo, pero mi corazón vela” (Ct 5,2). Más tarde, no tendrás necesidad ni de palabras, ni de pensamientos: toda tu vida será oración, como decía el Padre Dorofeo del starec Juan de Moldavia.


- ¿Hay todavía hombres cómo el starec Juan?


- Sin duda que hay. También aquí, sobre el Monte Athos, en Karoulja, hay eremitas que tienen una gran experiencia de la oración.


- Dime, Padre Eutimio, ¿es posible reconocer a quien ha llegado a un alto grado de la Oración de Jesús?


- ¿Por qué no? Es ciertamente posible.


- Pero, ¿cómo?


- Si quieres verdaderamente aprender la Oración, elige a un starec humilde y sereno, que no juzgue a nadie, siendo quizás un poco “loco por Cristo”, que no se irrita y no pretenda imponerse a todos. Hay desafortunadamente algunos starci que, sin haber podido dominarse ante todo a sí mismos, quieren dirigir a otros. Estos conocen el lado exterior, técnico, se puede decir, de la Oración, pero no su espíritu. Piensa tú mismo: ¿cómo podría juzgar a otros quien invoca continuamente “ten piedad de mí, pecador”?


- Dime; Padre, ¿Cuál es la manera más elevada de vivir?


- La de los “locos por Cristo”, sin duda. La sabiduría de este mundo es locura ante el Señor, y viceversa. Pero este género de vida es muy penoso y nadie debe abrazarlo sin el consejo de un starec.


- Y ¿a parte de éste?


- La vida del pelegrino, semejante a la del autor de los Relatos de un Peregrino. Para el mundo es también esta una locura. Luego la vida del eremita, del recluso y del cenobita. Pero necesita siempre recordar que el interior vale más que el exterior. Hay algunos falsos “locos por Cristo”, algunos peregrinos ociosos, algunos eremitas llenos de ilusiones y algunos cenobitas decadentes. Nos podemos salvar en todo lugar, también en el mundo. Pero en un monasterio o en un eremitorio es más fácil porque hay menos tentaciones. Es verdad que también en un monasterio, si no oras como se debe, caes en miles de vanidades y puerilidades: no sólo pierdes tu tesoro espiritual, sino que te vuelves peor de lo que eras en el mundo. Se puede incluso uno volverse apóstata: sucede también esto.


- ¿Sonará pronto el llamado a Vísperas, Padre Eutimio?


- Sí, pronto, responde. He aquí los primeros golpes del simandro: tienes que ir a la Iglesia.


- Dejamos el balcón, y por corredores y escaleras descendemos al catholicon, inmersos en la luz del atardecer. La recitación del oficio había ya empezado, con la lentitud y el recogimiento habitual del Monte Athos. El coro cantaba:


¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celestial, Jesucristo!


Al llegar el ocaso del día,
viendo la luz de la tarde,
cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.


¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celestial, Jesucristo!


Es justo y santo que te celebremos,
siempre y en todo lugar, oh Hijo de Dios
que das vida al mundo.


¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celestial, Jesucristo!




Aquella noche salí al balcón de mi celda y contemplé el cielo: un brillo de estrellas sin número. El Padre Eutimio se me acercó lentamente: “Tú miras el cielo. Admiras la inmensidad y la belleza de lo creado. No te preocupes más de los medios. Un día entenderás tantas cosas, cuando hayas llegado a la cima de la oración. Son cosas que con nuestra simple razón discursiva no se pueden comprender: aquí es necesario una iluminación. En el mundo, con todos sus afanes, los hombres no saben comprender toda la belleza y la grandeza del cielo. Pero -Dios me perdone la comparación- como los cerdos buscan las bellotas, ellos miran solo la tierra y las cosas que perecen. El verdadero gozo y la belleza suprema se abren ante aquel que vive en Dios. Sí, el poder de la oración es verdaderamente la plenitud de la gracia. En comparación a esto, todo el resto es polvo y vanidad de vanidades.

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Los Mandamientos de la Ley de Dios




I. Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás otros dioses delante de mí. 

II. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra, no te inclinaras ante ellas, ni las honraras.


III. No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano.


 IV. Acuérdate del día del reposo para santificarlo: Seis días trabajarás y harás todas tu obra; más el séptimo día es de reposo para el Señor tu Dios. 

V. Honra a tu Padre y a tu Madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da. 

VI. No matarás.
 

VII. No cometerás adulterio. 

VIII. No Hurtaras.
 

IX. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. 

X. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

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Wednesday, January 27, 2016

La libertad de la muerte ( Metropolita Ierótheos Vlajos )


a) Independencia y muerte, según san Juan Damasceno
b) La entrada de la muerte según san Gregorio Palamás
c) Pecado y muerte
d) Superación de la muerte
 Libertad del nus
En toda la tradición Bíblico-patrística se ve claramente que la muerte es fruto y resultado del alejamiento del hombre de Dios y que la vida en Cristo es la superación de la muerte. La muerte provino de la libertad y la independencia del hombre. Y el hombre con la vida eclesiástica puede adquirir la libertad de la muerte. Desarrollaré el tema de la muerte dentro de la perspectiva de dos grandes Padres de la Iglesia, o sea, de san Juan el Damasceno y san Gregorio Palamás, que han escrito y sistematizado toda la enseñanza de los santos anteriores a ellos.
a) Independencia y muerte, según san Juan Damasceno
Según san Juan Damasceno, la independencia del hombre con la cual fue dotada por Dios, ha dado la posibilidad al hombre a pecar o no pecar. El santo escribe que Dios ha formado al hombre «por naturaleza, sin pecado y voluntad independiente». Cuando dice que hizo al hombre sin pecado, no quiere decir que no le afectaba el pecado, puesto que sólo lo divino es inafectado del pecado, pero «no tiene el pecado por naturaleza sino más bien por intención, por deseo de la voluntad.» Es decir, el hombre no tiene en su naturaleza la tendencia de pecar sino en su deseo o intención. Esto significa que el hombre tenía el poder de permanecer y progresar en el bien con la energía (increada) de la divina Jaris, como también tenía el poder de alterarse del bien hacia el mal por la independencia que fue dada por Dios.
Así, la fisis, la naturaleza del hombre inmediatamente después de la creación estaba sin pecado, pero su voluntad era independiente, es decir, tenía la posibilidad de permanecer en el bien y alejarse de Dios. Por eso, también, la muerte vino como resultado del mal uso de la independencia, puesto que el hombre con su libertad violó la voluntad de Dios. Por lo tanto, el hombre fue constituido con la posibilidad de permanecer inmortal o morir. Y eso depende del buen o mal uso de su libertad.
Esta libertad tenía relación con lo lógico (la parte lógica de su psique). Explicando san Juan Damasceno por qué causa hemos sido creados independientes, dice: «inmediatamente lo lógico se introduce en la independencia». Entonces cada creación es también cambiable, modificable. Modificación o cambio es la creación del no ser al ser y génesis de una cosa es desde la materia preexistente. Las cosas sin psique y los animales ilógicos cambian o se alteran sobre sus alteraciones corpóreas, en cambio los seres lógicos se alteran sobre su voluntad o intención. Así que el deseo, la voluntad y la elección que conecta con lo lógico es atributo indispensable de la existencia creada, que ha sido creada desde cero. Como la independencia conecta con lo lógico, por eso el ser lógico es dueño de sus praxis (actos) y de la independencia. Los seres animales o sin lógica no son independientes, puesto que están conducidos por la naturaleza o el instinto animal en vez de conducirla. Esto se ve en que no resisten al apetito natural, sino que apenas deseen algo, inmediatamente se lanzan a su realización. Pero el hombre, como es lógico, más bien conduce la naturaleza y no es conducido por ella. Esto se ve cuando uno tiene apetito, puede retenerlo y superarlo.
Así, el hombre es independiente, porque es creado y cambiable o alterable. Esta independencia conecta con la lógica. El hombre pecó y murió primero espiritualmente y después somáticamente se hizo mortal y paciente o pasional. Esto es la conjunción de su libertad. Dios no ha creado al hombre para morir, sino el hombre ha muerto porque utilizó equivocadamente su libertad.
A continuación veremos también la enseñanza de san Gregorio Palamás sobre la muerte y la manera en que vino al mundo.
b) La entrada de la muerte según san Gregorio Palamás
San Gregorio recordando el pasaje hagiográfico «Dios no ha creado la muerte, ni cambia, en perdición de los vivos» (S. Sol 1,13), escribe que Dios no creó la muerte, y tampoco es el causante de los males que siguieron a la muerte, es decir, las enfermedades y todos los demás males. Todos los males que sufre el hombre provinieron del pecado que cometió por su libre elección. Dice característicamente: “Por el pecado hemos tenido que vestir con las prendas de piel, este cuerpo enfermizo, doloroso y mortal, y hemos pasado a este mundo provisional, y nos hemos condenado a vivir con múltiples pazos con una vida de muchas desgracias”. Las prendas de piel que hemos vestido son lo paciente o pasional y lo mortal, son el resultado del pecado que se hizo por nuestra elección y libertad.
Dios no sólo no ha creado la muerte, sino que impidió que viniera al mundo. Como el hombre era independiente, Dios no quiso anular su independencia, esto significaría la catástrofe, por eso inmediatamente después de su creación introdujo el consejo inmortal. El consejo fue que no comieran de la fruta prohibida, esto se califica como mandamiento vivificador, porque se trataba de conducir al hombre a la vida e impedir que caminara hacia la muerte. No ha dado este mandamiento autoritariamente, sino que “ocurriría a causa de la infracción”. Y ha dado el mandamiento de que morirán en el día que comerán, de manera que guardando el mandamiento evitarían la infracción y así no caeríamos en la muerte.26
Dios hablando sobre la muerte que ocurriría si quebrantasen Su mandamiento, daba a entender la muerte somática o corporal y la espiritual. Pero en el día que pecarían ocurriría la muerte espiritual y a continuación la corporal, porque el día que saborearon la fruta prohibida no murieron somáticamente, sino espiritualmente. La muerte espiritual es el abandono de Dios, exactamente cuando la ausencia de luz crea la oscuridad. Cuando Dios está presente, entonces es imposible para el hombre vivir en la muerte. Escribe san Gregorio Palamás: “Dios siendo autovida y vida de todos los vivos, y sobre todo los que viven divinamente, está presente en nuestra psique, entonces en ella es imposible estar también la muerte. Así se introduce la muerte en la psique, “no tiene el nacimiento desde Dios, sino que es de la causa del abandono de lo divino, que es el pecado”27. Se ve de esta enseñanza que la causa de la muerte es el pecado y naturalmente el pecado conecta con la independencia, con el poder del hombre a pecar o a guardar el mandamiento de Dios, permanecer o abandonar a Dios, que es la vida pragmática enhipostasiada (personificada).
c) Pecado y muerte
Con todo lo que hemos dicho hasta ahora vemos que la muerte provino del pecado, pero se tiene que añadir que el pecado domina sobre la muerte. Es decir, existe una interdependencia entre pecado y muerte. El Apóstol Pablo escribe: «a fin de que, como el pecado reinó en la muerte, así también reinase la gracia por la justicia para la vida eterna mediante Jesús Cristo, Señor nuestro» (Rom 5,21). En otro punto el mismo Apóstol sugiere: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus deseos y concupiscencias» (Rom 6,12). Y el mismo dirá característicamente: «Ya que el centro del aguijón de la muerte es el pecado» (1ªCor 15,56).
En estos pasajes apostólicos el pecado conecta con la muerte y se dice que el centro de la muerte es el pecado, como también el pecado reina en la muerte y en el cuerpo mortal. Así todo el mundo de los sentidos, de la mortalidad y de la fantasía, es una cárcel que tiraniza al hombre. El hombre grita para la libertad y los derechos individuales, pero en realidad está atado en la corrupción y la muerte. Esta realidad expresa el Apóstol Pablo en toda su tragedia: «Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom 7.23-24).
Creo que sería importante ver con un poco más de amplitud como el pecado reina en la muerte, es decir, cómo el pecado y el carácter trágico del hombre, provienen de la mortalidad y de la corruptibilidad con la vivencia de la muerte. Porque el sentido y la certeza de la muerte conducen al hombre a cometer muchos pecados. Podemos decir con certeza que la vivencia y el sentido de la muerte son la fuente de muchas anomalías tanto personales, psíquicas, como sociales.
El hombre a causa de la muerte y de su inseguridad y también de sus múltiples consecuencias que son las enfermedades y todas las demás calamidades, se sobrecoge con miedo y agonía, y generalmente con el instinto de autoconservación28. El esfuerzo de autoconservación desarrolla la filaftía (egolatría, excesivo amor a sí mismo y el cuerpo), por la cual, el hombre rompe los lazos de la agapi (amor), en realidad, expulsa la agapi desinteresada y toma la interesada. Todo lo que hace, lo realiza dentro del clima de la filaftía, egolatría y el interés propio. Así se desarrollan muchos pazos, como la autoproyección, el egoísmo, el odio, la envidia y tantos más.
Por lo tanto, la propiedad, las injusticias, la falta de agapi real, el homicidio y tantos males más, que son la fuente también de muchas otras anomalías, provienen de la vivencia de la muerte.
Como en su interior domina la muerte en toda su “grandeza”, ve que el pecado conecta con la misma mortalidad y considera su vida sin sentido y significado, por eso intenta y hace de todo para convencer a los demás que él vale mucho y tiene un valor especial. De esto provienen muchos males. “Ama los halagos y teme los insultos. Busca lo suyo y tiene envidia de los éxitos de los demás. Ama a los que le aman y odia a los que le odian. Busca la seguridad y el placer material y carnal en las riquezas, o quizás aún se imagina que su destino es un disfrute interesado de la presencia de Dios, sin tener relación hacia toda declaración de activa y real agapi desinteresada hacia los demás. A causa de su agonía y miedo, el hombre, se constituye en individualista. Y cuando aún se identifica sobre la ideología de propiedad común (no monástica –ascética), otra vez se mueve por la propiedad individual, puesto que toma como deseo suyo la autosatisfación y el placer como su destino verdadero. Es posible que le entusiasmen algunos principios idealistas sobre la agapi vana e indefinida hacia la humanidad, a pesar del hecho de que en su corazón anide el odio mortal para su prójimo. Estas cosas son obras del cuerpo (carne) que se encuentra bajo el estado de la muerte y del satanás.29
La vida del hombre bajo la influencia de la muerte y la ley del pecado se hace insoportable, cansada y pesada, se convierte en una vida sin sentido y sin finalidad. El hombre se ha formado con la posibilidad de permanecer inmortal y vivir eternamente con Dios. Pero con el pecado perdió su destino, con el resultado de probar una experiencia terrible, incluyéndose en la muerte y la corruptibilidad. Al conocer que la finalidad de su creación era distinta (antes del pecado), por eso queda insatisfecho y le es difícil de gobernarlo. No se contenta, ni se satisface por nada, no descansa con cualquier bien. Puede disfrutar todos los bienes materiales, pero sin la superación de la muerte es un hombre trágico. Así se explica porque esté siempre poseído de quejas. El hombre que está esclavo en la muerte no tiene nada de libertad, es una existencia trágica, un hombre continuamente insatisfecho. El teatro, la diversión, la cultura, etc. son un pequeño descanso en la tragedia de su vida. Por eso la educación, la psicología, la filosofía, en general, todas las energías y actos humanos no pueden ayudarle eficazmente, ni desarrollarle enteramente.
Dentro del carácter trágico de este estado, el hombre pretende olvidar la muerte. Es también esto una manera de huida de la realidad y de la tragedia de la muerte. Pero esto aumenta el problema y el carácter trágico. El rechazo y el olvido de la muerte conducen al hombre a una vida sensiblera, al consumo y en una manera de vida que consiste solamente al disfrute de la materia. “El autonomizado consumo, como contenido básico de la vida, corresponde totalmente a la plena necesidad del hombre en tener y disfrutar sensualmente olvidando su mortalidad. Esta manera de vida que se llama cultura del consumo, esta “ciencia” indefinida y fantasiosa (que no tiene ninguna relación con la ciencia y la investigación) resuelve superficialmente todos los problemas metafísicos del hombre medio, y presenta la muerte como un final fisiológico de la existencia biológica y el hundimiento trágico en una inexistencia. Finalmente, como último impedimento, acude al progreso de la ciencia, pensando que no puede ser esto y que alguna vez esto también se resolverá por la ciencia.
d) Superación de la muerte
Los terribles resultados de la muerte y su carácter trágico, se superan con la Resurrección de Cristo y en general, estando y participando en la vida de la Iglesia. Puesto que el centro de la muerte es el pecado, esto significa que anulando el pecado se anula también la muerte en los límites de la vida personal, y así el hombre ya, desde esta vida, disfruta de la inmortalidad. Porque la inmortalidad no es simplemente un estado natural de la psique, no es solamente la vida más allá del sepulcro, sino la superación de la muerte por la vida en Cristo.
El Apóstol Pablo se refiere sobre el pecado que es el centro de la muerte, dice: “Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad, y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria; ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón o centro de la muerte es el pecado…” (I Cor 15, 54-56). Es característica la interpretación de san Juan Crisóstomo, de acuerdo con la cual, no sólo se anuló la muerte con la resurrección de Cristo, sino que desapareció también la fuerza del pecado. Por eso aquel que vive la vida en Cristo no tiene miedo a nada, es superior a todo, y más libre que nadie. Por lo tanto, es la verdadera libertad de la muerte y del pecado.
El hombre que vive dentro de la Iglesia con la vida mistiríaca (participando en los Misterios) y la ascética, niega el centro de la muerte, es decir, el pecado. Si pensamos que en toda la tradición patrística se ve que el pecado es el oscurecimiento del nus (corazón o la psique), por el cual el oscurecimiento, se crean los pazos, entonces la libertad de la muerte y del pecado es la iluminación del nus. Esto significa que el hombre pasa el primer estadio de la catarsis (sanación, purificación), expulsa todos los loyismí del corazón, se libera de la hidoní (placer carnal) y la odini (la pena o aflicción) y a continuación vive la iluminación del nus, entonces vive la libertad real como superación de la muerte. En esto consiste todo el esfuerzo del Cristiano y en esto aspiran los Misterios y la ascesis.
El Cristiano dentro de la Iglesia, en principio vive la memoria de la muerte. No sólo no busca olvidarse de ella y hacerla retroceder al subconsciente, no sólo no niega la realidad y el carácter trágico de la muerte, sino que la recuerda continuamente y de esta manera adquiere una naturalidad, porque el sentimiento de mortalidad y corruptibilidad sugiere la veracidad.
La memoria de la muerte que es el principio de la libertad del hombre y de su carácter trágico, se entiende en dos interpretaciones.
Primera es la memoria de la mortalidad y la certeza del final de la vida teológica (porque los hombres somos seres teológicos). Esta memoria, combinada con la existencia de la psique, después de la muerte y el juicio parcial que hay después de la salida de la psique del cuerpo y la resurrección del cuerpo que se produce durante la segunda Presencia de Cristo, para que sea juzgado enteramente el hombre, crea miedo, pavor y temor. El hombre medita cada pecado y los pazos que cautivan la psique y recuerda la enseñanza de Cristo y de los Apóstoles, sobre la vida de los pecadores, los no arrepentidos, y se sobrecoge de miedo y temor. El miedo y temor de los que empiezan en la vida espiritual. Este temor aumentado y conectado con la esperanza en la agapi (amor) de Dios y el sentimiento de la Iglesia como un Hospital, le conduce a la terapia y a la agapi, la cual “expulsa fuera el miedo” (1ªJn 4,18). Así existe el miedo de los principiantes, que empieza por el Juicio futuro y la realidad del Infierno, y también el miedo de los perfectos que este conecta con el sentido de la agapi de Dios. En este segundo estado el hombre teme al pecado, porque conoce que le conduce lejos de Dios y le crea el sentimiento y la sensación del infierno.
Segunda interpretación de la memoria de la muerte es el estado carismático de la memoria de la muerte. El hombre, con el abandono de la divina Jaris (increada energía) cae en el agobio y en la desesperación por Dios. Tal como el pecado de Adán tuvo consecuencias en toda la creación, así también el pecado del hombre, es decir, el oscurecimiento del nus, tiene consecuencias cosmológicas. Él mismo se siente que está muerto para Dios, y naturalmente, ve a todo el mundo muerto. Nada ni nadie le ofrece alegría, paz y felicidad. Todo está muerto. De esta manera entiende que existencialmente es un microcosmos dentro del macrocosmos, el resumen de toda la creación. Puesto que la Jaris de Dios viene en el corazón y por el corazón se va repartiendo al cuerpo y al mundo entero. La pérdida de la divina Jaris tiene resultados conmovedores en todo el mundo, esto demuestra que el hombre es el resumen de la creación.
Cualquiera podrá decir que el pecado que cometemos es peor que el pecado de Adán. San Gregorio Palamás dice que muchos acusan a Adán porque con el consejo del diablo violó el consejo de Dios y por esta infracción provocó nuestra muerte. Pero dice el santo, no es lo mismo que uno quiera saborear el fruto mortal de la planta sin antes conocer sus resultados catastróficos, de saborear este veneno mortal, mientras no conozca por su experiencia sus terribles consecuencias. Lo mismo ocurre con nuestro pecado en relación con el pecado de Adán. Adán pecó sin conocer empíricamente, por experiencia propia, qué era el pecado exactamente y cuáles serían sus terribles resultados; en cambio nosotros cometemos el pecado sabiendo y teniendo experiencia de este.  Por eso san Gregorio Palamás dice epigramáticamente: “Por eso, cada uno de nosotros, es más digno de juicio y criticable que Adán.”37.
La memoria de la muerte, sea como experiencia viva de nuestra mortalidad, sea como sentido de la pérdida de la vida divina y la mortificación, es un carisma espiritual y por lo tanto, es la experiencia vivida de nuestra superación de la muerte y nuestra libertad de su opresión. Porque esta vivencia o experiencia con sus dos formas, no se hace independiente de la Jaris de Dios. Sólo con la inspiración de la divina Jaris puede el hombre vivir y experimentar este tipo de situaciones y sólo de esta manera empieza a liberarse del carácter trágico de la muerte. Por eso, también los modos de vida que están basados sobre la memoria de la muerte, culturas “tanatocéntricas”, consisten en una naturalidad y veracidad, y describen los límites naturales de la vida del hombre. Fuera de estos marcos no pasan ni experimentan la verdadera vida. Con el sentido de mortalidad, el hombre se hace más sociable y metamorfosea, cambia, sus relaciones interpersonales.
San Filoteo el Sinaita escribe que la memoria de la muerte es contenedora de muchas virtudes. La memoria de la muerte es genitiva de luto, incitación a la engratia (autodominio y ayuno), madre de la oración, fuente de lágrimas, guardián del corazón, desapego de las cosas terrenales y materiales, fuente de inteligencia con discernimiento. Hijos de todos estos es el doble temor en Dios, de la catarsis de los malos loyismí del corazón y contenedor de muchos mandamientos hegemónicos.38 (Filocalía t.2º pág 286, v. 88)
La liberación de la muerte se hace con la vida en Cristo, cuando el hombre siente dentro de su corazón paz irreducible, amor para con todos los hombres, aún hasta con sus enemigos, liberación de toda tiranía que quiere imponerse a las creaciones e incesante memoria hacia Dios.
Me gustaría a continuación, que veamos algunos puntos característicos que manifiestan la liberación del hombre de su terrible tiranía.
Lo primero es que el hombre no tiene miedo a la muerte y tampoco al momento en que se produce. La espera y no está poseído de la tiranía del miedo a la muerte. Naturalmente esta espera no se entiende en el aspecto de que busque la liberación de la psique del cuerpo, tal como enseñaban los filósofos Platónicos, sino como posibilidad de encuentro con Cristo y la liberación de los cambios y las alteraciones que hay en la vida biológica. Puedo añadir que se alegra por la hora inminente. Esto lo expresa el Apóstol Pablo: «Que para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia. Y aunque vivir en el cuerpo es trabajo fructuoso, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apremiado; de un lado, deseo morir y estar con Cristo, pues esto es con mucho lo mejor; pero permanecer en el cuerpo es más necesario para vosotros» (Fil 1, 21-24).
Segundo es la prognosis de la muerte. Existen muchos Santos, antiguos y nuevos, los cuales fueron dignos de Dios ver la hora de su muerte y prepararse para ella. La vieron y la esperaron alegres.
Tercero es poder afrontar la muerte cuando viene. San Atanasio el Grande describe el bienaventurado final de san Antonio el Grande. Mientras que san Antonio conversó con los allí reunidos, les abrazó viéndoles como amigos, y llenándose de alegría y con su cara iluminada, se fue, salió y fue añadido a los Padres.39
Cuarto, es la doxa-gloria del hombre que venció el pecado y la muerte durante su salida de esta vida. Ejemplo característico es el de Sisois el Grande: «Cuando se trataba de morir, mientras se encontraban muchos padres cerca de él, se iluminó su rostro como el sol. Entonces el abad dijo: He aquí, veo que ha venido el abad Antonio. Después de un rato dijo: He aquí, veo que ha venido el baile de los profetas y otra vez más se iluminó su cara como el sol… Después de un rato dijo: He aquí, ahora veo el baile de los Apóstoles y creció por doble la brillantez de su cara. Después los allí presentes viendo al Abad Sisois conversar, le preguntaron con quién estaba conversando. Él contestó: Han venido los ángeles a recoger mi psique y yo les ruego que me dejen un poco más para hacer metania (arrepentirse). Y cuando los padres le dijeron que no tenía necesidad de metania, él contestó. “Aún no he empezado a hacer la metania, naturalmente”. Con esta frase los padres entendieron que había llegado a la perfección. Entonces inmediatamente su rostro se convirtió como el sol. Y dijo a los presentes: “Veis, el Señor ha venido, y dice, traedme el recipiente del desierto”.» Inmediatamente entregó su espíritu. Y se hizo como un rayo llenándose toda la casa de perfume.
Quinto punto, característico de la bienaventurada muerte es el martirio de un santo. Es realmente un carisma la muerte por martirio, porque no se trata de la fuerza de voluntad, sino de experiencia de zéosis o glorificación, es decir, al hombre con zéosis está clara la superación de la muerte. Realmente el martirio es fruto de la zeoría, contemplación, muestra que el Cristiano se ha unido con Cristo y ha recibido la jaris (energía increada) del martirio. Esto significa que la experiencia de la zéosis metamorfosea la psique y el cuerpo. Pero el martirio es carisma de la bienaventurada muerte y muestra de su superación, de acuerdo con una explicación que da san Gregorio Palamás.
Hablando san Gregorio Palamás sobre san Juan el Precursor y a causa de su decapitación, escribe que el Bautista de Cristo “no tenía necesidad de sufrir la muerte natural”, porque la muerte es resultado de la infracción de Adán. Pero san Juan el Bautista no es deudor, puesto que es obediente al mandamiento y obediente a Dios desde el vientre de su madre. Los Santos, en general, dan sus vidas por la virtud y la piedad, por eso para ellos es mejor la muerte con sacrificio que la buena. Por eso, el Cristo también ha muerto de esta manera. Ya que en los santos, el centro o aguijón de la muerte, que es el pecado, la manera más natural de salida de esta vida es por el martirio, la muerte violenta.
Los santos inspirados por la divina Jaris de Dios se liberan de la tiranía de la muerte. Esto no es un hecho fantasioso, sino realidad, porque tiene relación con la liberación del hombre del mismo pecado y la liberación del nus de la lógica, los sentidos y la fantasía.
3. Libertad del nus
La libertad de la muerte y del pecado conecta y se vincula estrictamente con el nus y su liberación del pecado. Con este sentido se entiende la libertad en el Nuevo Testamento, particularmente en las epístolas de san Pablo.
a) Libertad y nus
El primer pasaje es: «…liberados ya del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia…Pues, cuando erais esclavos del pecado, erais libres respecto de la justicia; ¿Y qué frutos obtuvisteis entonces? ¡Aquellos de los que ahora os avergonzáis, ya que su fin es la muerte! Pero ahora libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad, cuyo fin es la vida eterna» (Rom 6, 18-22).
Aquí, para el Apóstol Pablo, la esclavitud conecta con la esclavitud de los pazos y las obras de la carne, de la cual, el final es la muerte, en cambio la libertad del hombre conecta con la catarsis (sanación, purificación) de los pazos, la santidad y la misma libertad, el fin es la vida eterna. En la enseñanza del Apóstol Pablo la libertad es en realidad la liberación del nus de la influencia de los pazos y esto supone la iluminación del nus.
San Nicodemo el Agiorita interpretando este pasaje dice: «Tres son las libertades según Koresios; libertad de la fisis, naturaleza; libertad de la jaris; y libertad de la doxa-gloria y bienaventuranza. La libertad de la natura se contrapone en la violencia, y dirige la tendencia hacia un bien, y crea la independencia; la libertad de la jaris se contrapone al pecado y los pazos, y hace al hombre justo y santo; y la libertad de la doxa-gloria se contrapone a la muerte y las tentaciones de la vida presente y le convierte en bienaventurado. Aquí el logos del Apóstol Pablo es sobre la liberación del nus».42 Por lo tanto, se trata sobre la liberación del nus.
El segundo pasaje de san Pablo es: «Porque el espíritu de la vida en Cristo me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.» (Rom 8,2). Si uno conecta este pasaje con todos los demás del mismo capítulo, comprobará que se trata de la liberación del nus de los pazos y de la lógica (razón) y sobre la iluminación del nus. Así en el mismo capítulo se habla sobre la conducta de la carne, y la actitud del espíritu que es vida y paz (Rom 8,6); para el espíritu de Dios que habita dentro del hombre y le constituye en hijo de Dios (Rom 8, 14-16); para la oración noerá o del corazón, que se hace con el Espíritu Santo dentro del corazón, «…en el que clamamos: ¡Abba, el Padre!» (Rom 8,15); por el que el Espíritu Santo ora en nuestro interior, «…pero este Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26). Por lo tanto la libertad, en realidad es la liberación del nus de los pazos y en esto es lo que consiste la iluminación del nus.
Dentro de estos marcos interpretan también los Padres los pasajes relativos del Apóstol Pablo. Según san Gregorio el Sinaita, tal como la ley de la letra está activada al cuerpo, así la ley del Espíritu es ley de vida, energizando, activando y clamando en el corazón. Y mientras la ley de la letra se trabaja por el hombre fariseo, en cambio la ley del espíritu libera el nus de la ley del pecado y la muerte43. Y san Nikitas Stizatos dice que aquel que sana los pazos mediante las virtudes correspondientes transforma la conducta terrenal en ley de espíritu de vida y le hace libre44.
Así pues, la liberación del nus es su iluminación, que es el segundo estadio de la vida espiritual que sigue al estadio de la catarsis (sanación, purificación). El hombre primero limpia, sana el corazón y a continuación se libera y se ilumina el nus que antes estaba identificado y esclavizado a la lógica (razón), los pazos y el ambiente.
No es necesario de desarrollar aquí lo que exactamente son el nus y el corazón en la Tradición Ortodoxa y la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Esto lo hice ya en otro de mis libros con el título “Psicoterapia Ortodoxa”. Aquí se debe de subrayar que el nus es el ojo de la psique, la parte más limpia, pura de la psique, la energía de la psique que adquiere la experiencia de la vida en Cristo. Se diferencia de la lógica (de la mente, la razón) en que la lógica investiga las cosas creadas y adquiere gnosis de la verdad creada; en cambio el nus adquiere la gnosis de las cosas increadas y la experiencia del nus se formula por la lógica.
Me gustaría sólo recalcar la enseñanza de san Juan el Damasceno sobre este tema. Puesto que dice que el nus es la parte más limpia, pura, sobre todo como el ojo del cuerpo, así es el nus en la psique45, hace un discernimiento entre nus y el logos. El hombre es lógico. Tres son las fuerzas que forman la psique del hombre, lo logístico, lo anhelante, (voluntad o deseo) y el irascible o emocional. Escribe característicamente: «Porque de lo logístico uno es lo contemplativo y el otro es lo práctico. Lo contemplativo es el comprender, tal como lo tienen los seres humanos. Lo práctico es lo voluntarioso, que define al logos correcto, ortodoxo, de los hechos. Y lo contemplativo lo llaman nus y lo práctico, logos, más lo contemplativo, lo llaman sofía, sabiduría y lo práctico frónisis, conducta sensata»46. Así que el nus, es la parte contemplativa de lo logístico de la psique, que comprende, conceptúa y concibe a los seres, existencias y adquiere la sabiduría, en cambio el logos (lógica, razón) es la parte práctica de lo logístico de la psique, que trata y procesa los pensamientos y define el logos correcto en las prácticas.
Por lo tanto, el hombre natural, es aquel del cual tanto el nus como el logos se mueven paralelamente de acuerdo con la destinación o fin de ellos. Cuando el nus se identifica con la lógica, entonces se crean varios problemas. Por eso, el principal trabajo de la vida ortodoxa y la ascética ortodoxa, está en el esfuerzo del nus de liberarse de su esclavitud en todas las cosas creadas y quedar libre para adquirir la sabiduría de Dios. La liberación del nus es uno de los temas más básicos de los Padres, sobretodo los llamados nípticos. Los santos, con larga experiencia y esfuerzo sobre estos temas, adquirieron gnosis de sí mismos y por lo tanto un grado grande sobre la antropognosis (conocimiento del hombre). Saben lo qué es el hombre, conoce cuales son sus facetas interiores, cómo se esclaviza y cómo se libera de su esclavitud. Lo que escuchamos de ellos no es reflexión ni filosofía, sino teología empírica (auténtica psicoterapia).
Metropolita Ierótheos Vlajos

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Monday, January 25, 2016

Práctica de la Oración de Jesús. ( Gérontas Sofronio )


En este capítulo expondré sucintamente los principales aspectos de esta gran cultura del corazón y suministraré orientaciones prácticas a partir de mi experiencia en la Santa Montaña (Athos).

Durante muchos años los monjes pronuncian oralmente esta oración sin utilizar medios artificiales para unir nus y corazón. La atención de ellos se centra principalmente para que sus vidas cotidianas estén de acuerdo con los mandamientos de Cristo. La experiencia por la práctica de muchos siglos sobre esta ascesis ha mostrado que el nus (como energía) se une con el corazón (como esencia) por la energía (increada) de Dios; cuando el monje haya pasado por la seria experiencia de obediencia y abstinencia; cuando su nus (cómo energía), su corazón (como esencia) y aun el mismo cuerpo del “hombre viejo” se han liberado suficientemente del poder del pecado. Sin embargo, tanto en el pasado como en la actualidad, los Padres han permitido a veces usar un método artificial para hacer que la energía del nus (que está esparcida por todo el cuerpo, principalmente al cerebro) descienda al corazón. Para ello, el monje, adoptando una postura corporal adecuada e inclinando la cabeza sobre el pecho, atento y conscientemente inspira pronunciando silenciosamente las palabras “Kirie-Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios”, (la atención teniendo contacto consciente al corazón con las palabras, allí al fondo donde sale la voz); y luego, al expirar, concluye la oración: “eleison-me o compadécete de mí, pecador”. Al comienzo de la inspiración, la atención del nus sigue el movimiento del aire y se concentra en la parte superior del corazón (psicosomático). En este trabajo, es posible, por un espacio de tiempo, la atención puede liberarse de toda distracción; y, el nus, permanecer cerca del corazón, incluso hasta puede penetrar en él. La experiencia demostrará que de esta manera dará al nus la capacidad y posibilidad de ver, no su corazón físico, sino aquello que sucede en su interior: qué sentimientos nacen en él y qué imágenes o fantasías mentales, vienen del exterior entrando a la mente y al corazón. Esta ascesis o práctica, permite al monje sentir su propio corazón (psicosomático) y permanecer con la atención del nus hacia el corazón, sin recurrir ya a técnicas psicosomáticas.

Este recurso puede ayudar a los que empiezan a encontrar el lugar donde situar la energía de la atención durante la oración, y en general, también en todo tiempo. Sin embargo, no es de este modo como se llega la oración verdadera. Ésta no se alcanza más que por la fe y la metania (conversión, confesión y arrepentimiento), que constituyen el único fundamento real para una oración auténtica. El peligro de los procedimientos psicotécnicos –como muestra una experiencia secular- es que con frecuencia la gente atribuye demasiada importancia al método en sí mismo. Pero para evitar esta deformación de la vida espiritual, se recomienda a los principiantes desde los primeros tiempos, seguir otro camino bastante más largo, pero incomparablemente más correcto y útil: concentrar la atención en el Nombre de Jesús Cristo y en los logos (palabras, conceptos) de la oración. Cuando la compunción por los propios pecados adquiere un cierto grado, entonces el nus o (la energía del espíritu del hombre), se acostumbra y tiende naturalmente a unirse al corazón (psicosomático).

La fórmula completa de la oración es ésta: Kirie o Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, eleison-me o compadécete de mí, pecador. A los principiantes les está especialmente recomendada esta fórmula. En la primera parte de la oración confesamos a Cristo-Dios encarnado por nuestra sanación y salvación; en la segunda, reconocemos, con espíritu arrepentido, nuestra caída, nuestro estado de pecado y nuestra redención. La conjunción de la confesión dogmática con la metania (conversión, confesión y arrepentimiento) da a la oración un contenido más comprensible.

En el desarrollo de esta oración se pueden distinguir algunos grados:

Primero, en el primer momento la oración es vocal.

Segundo, luego la oración se convierte en espiritual o noerá; ya no movemos los labios, pero decimos silenciosamente con la voz interior el Nombre de Jesús Cristo con el resto de las palabras.

Tercero, la invocación de la oración se convierte en noerá o cordial o de espíritu-corazón; y el nus y el corazón coinciden con su energía y acción, la atención se concentra en el interior del corazón y ahí se recita la oración.

Quinto, Carismática: finalmente la oración es movida por la jaris (gracia increada). Ella actúa en nosotros como una suave llama, como una inspiración de lo Alto que alegra al corazón con un sentimiento de amor de Dios, raptando al nus (espíritu humano) en contemplaciones espirituales. Este estado, a veces va acompañado con la visión o contemplación de la Luz increada.

El ascenso gradual en la oración constituye el camino más seguro. Por esta razón, es muy aconsejable que quien se inicia en la lucha de la oración empiece por la oración vocal, hasta que se vaya asimilando al cuerpo, lengua, nus, corazón y cerebro o mente. La duración de esta etapa varía dependiendo de las personas. Cuando más profunda sea la metania (conversión, confesión y arrepentimiento), más corto será el camino.

La práctica de la oración de Jesús o del corazón puede recurrir durante cierto tiempo al método psicosomático; es decir, acoplarse al ritmo de la respiración, pronunciando silenciosamente con la voz interior la primera parte de la oración en la inspiración y la segunda en la expiración, como ya hemos visto. Este ejercicio en contacto consciente puede ser útil con tal de no olvidar que, con cada invocación con el Nombre de Cristo debe estar unida con Él, la Persona de Cristo-Dios; de lo contrario, la oración se convierte en un ejercicio mecánico y peca contra el mandamiento: “No tomarás el nombre de Yahvé tu Dios en vano” (Ex 20,7; Dt 5,11). Los resultados obtenidos voluntariamente por medios psicotécnicos no perduran y, lo que es más grave, no unen nuestro nus (espíritu) con el Espíritu de Dios (o la energía de nuestro corazón con la energía increada de Dios).

Cuarto estadio o grado: la oración auto-energizada espontáneamente; se ha afincado en el corazón, y sin esfuerzo alguno de la energía de la voluntad, fluye o se activa por sí sola en el interior del corazón, atrayendo la atención del nus.

Cuando la atención del nus se asienta en el corazón, entonces es posible un amplio control de lo que ocurre al interior del corazón, y la lucha por los pazos (pasiones, padecimientos) se realiza con buen juicio, cordura y lucidez. El que ora ve a los enemigos que le acechan desde fuera y puede rechazarlos con la fuerza del Nombre de Cristo. Gracias a esta oración, el corazón se convierte más sensible y se hace perspicaz y clarividente: capta intuitivamente el estado de la persona por quien se ora. De este modo, se realiza el paso de la oración noerá (espiritual-intelectual) a la oración del nus y corazón; a continuación, nos es concebida la oración auto-energetizada o autoactivada por sí misma espontáneamente.

Nos esforzamos en permanecer ante el Dios en la unidad y en la integridad interior de todo nuestro ser. La invocación en el temor sagrado del Nombre de Dios Salvador, acompañada de un esfuerzo por vivir constantemente con los mandamientos, conduce gradualmente a la bienaventurada unificación de todas las fuerzas, antes debilitadas y disgregadas a causa de la Caída. En esta admirable pero dolorosa y difícil lucha no debemos apresurarnos nunca. Es importante que rechacemos el loyismós (pensamiento) quien nos aconseja e introduce a un triunfo grande en el menor tiempo posible. El Dios no violenta jamás nuestra voluntad, pero tampoco nosotros podemos obligarle en ningún sentido. Los resultados obtenidos voluntariamente por medios psicotécnicos no perduran y, lo que es más grave, no unen nuestro nus (espíritu) con el Espíritu de Dios (o la energía de nuestro corazón con la energía increada de Dios).

En el mundo contemporáneo, la oración requiere un esfuerzo y valor sobrehumano, porque todo el conjunto de las energías cósmicas (mundanas, terrenales) se conjura y resiste contra ella. Vencer las distracciones y permanecer atentamente en la oración significa victoria en todos los niveles de la existencia natural o física. El camino es largo y está erizado, pero llega el momento en que un rayo de Luz divina increada atraviesa las tinieblas y abre una brecha, a través de la cual podemos ver la fuente de esta Luz increada. En ese momento, la oración de Jesús alcanza dimensiones cósmicas (terrenales, mundanas) y supracósmicas.

Nosotros creemos que el Dios ha venido a la tierra, nos ha revelado el misterio del pecado y nos ha dado la gracia de la metania (conversión, confesión y arrepentimiento); así oramos: Kirie o Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, eleison-me o compadécete de mí, pecador, con la esperanza del perdón y de la reconciliación en su Nombre. Hasta el final de nuestra vida no abandonaremos las palabras “eleison-me o compadécete de mí, pecador”. La victoria total sobre el pecado no es posible sino cuando el Dios mismo o la energía increada gracia habita en nosotros, y en esto consiste la zéosis (unión con el Dios), gracias a la cual podemos “contemplarlo tal como Él es” (1ªJn 3,2).

La plenitud de la vida cristiana no se realiza dentro de los límites de esta tierra. San Juan el Teólogo escribió: “18 A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo unigénito en el seno del Padre que es el Ων (on, existente), el que es, era y será, y el que nos ha revelado, explicado y dado a conocer a Dios.

18. A Dios nadie lo ha visto en su esencia; el Hijo unigénito el que está en el seno del Padre que es el Ων el que es, era y será, y el que nos ha revelado, explicado y dado a conocer a Dios, mediante sus energías increadas. (Jn 1,18). Pero asegura, por otro lado, que en el siglo venidero nuestra zéosis (deificación, unión con la jaris increada), será perfecta, pues, “lo veremos tal como Él es” (1ªJn 3,2). “3 Y todo el que tiene esta esperanza en Cristo hace su catarsis y se sana de cualquier pecado convirtiéndose puro tal y como él es, (y sólo ellos lo contemplarán, verán.)… 6 Todo aquel que permanece en comunión con él, no peca; todo aquel que peca, no le ha sentido interiormente, ni le ha percibido y contemplado con los ojos de su psique, tampoco le ha conocido como su redentor y Dios. Es útil penetrar el contenido de esta epístola de san Juan, para que la invocación del Nombre de Jesús sea realmente salvadora; para que pasemos de la muerte a la vida (1ªJn 3,14) y seamos revestidos por la fuera y la energía increada de lo Alto (Lc 24,49).

Uno de los escritos más notables de los Padres es la Escala de san Juan el Clímaco. La leen los principiantes, pero sirve también de complemento correctivo a los “perfectos”. No es ocioso añadir aquí que la perfección no se puede lograrse en este mundo. Se puede hacer una observación análoga a propósito de la oración de Jesús. Es la oración que utilizan en su trabajo las personas sencillas; por ella son reemplazados los servicios litúrgicos las personas y los monjes la invocan “espiritualmente” con la voz interior durante los oficios de la Iglesia. Y ella es también la principal ocupación tanto de los monjes en sus celdas como de los eremitas hisijastas.

La práctica de esta oración está estrechamente vinculada con la teología del Nombre de Dios. Posee profundas raíces dogmáticas y, como sucede en general en toda la vida ascética, armonizando perfectamente con el desarrollo de la conciencia dogmática. En algunas de las formas la oración de Jesús o del corazón se convierte en fuego devorador de los pazos (pasiones, emociones, padecimientos) (Heb 12,29). En ella hay una fuerza y energía divina que hace renacer los muertos por el pecado; ilumina al nus con su Luz (increada) y le hace capaz de ver las potencia que actúan al cosmos (mundo) y de observar lo que sucede en el interior del corazón y del nus: “Penetra hasta las frontera entre la psique (alma) y el nus (espíritu), hasta las junturas y las médulas; y discierne los loyismí (pensamientos reflexiones e ideas) y las intenciones del corazón” (Heb 4,12).

Practicada con devoción, esta oración conduce al hombre al encuentro con múltiples energías adversas escondidas en la atmósfera. Y ofrecida en estado de profunda metania (conversión, confesión y arrepentimiento), penetra en una región más allá de la sabiduría de los sabios y la inteligencia de los inteligentes (1Cor 1,19). Practicada con intensidad, requiere una gran experiencia o la ayuda de un maestro. Todos sin excepción deben tener una vigilancia prudente, espíritu de metania o la ayuda de un maestro-guía. Para soportar todo lo que acontezca, todos sin excepción alguna, deben tener una vigilancia prudente, espíritu de metania, temor de Dios y paciencia para soportar todo lo que nos acontezca. Al final, gracias a ella, se encuentra la fuerza para unir nuestro espíritu con el Espíritu de Dios (o nuestra energía del nus con la energía increada del Espíritu Santo); y después de haber pasado por las tinieblas que se esconden en nosotros, sentimos la presencia de la Eternidad.

Esta oración constituye un gran regalo del cielo al hombre y a la humanidad.

Hasta qué punto es importante permanecer, por no decir ejercitarse, en la oración lo demuestra la experiencia misma. Aquí me contentaré con establecer un paralelismo con la vida de nuestro mundo y lo ilustraré con ejemplos sacados de la vida contemporánea bien conocidos por todos. Los deportistas que se preparan para participar en una competición repiten el mismo ejercicio mucho tiempo para, llegado el momento de la prueba, realizar todos los movimientos bien asimilados con rapidez, casi mecánicamente. De la calidad del entrenamiento dependerá la cualidad de la ejecución final.

Contaré una historia que me fue narrada por alguien que fue testigo de los hechos. Casi al mismo tiempo, dos hermanos se casaron en una ciudad Europea con dos muchachas. Una de ellas era médica, muy inteligente y de fuerte carácter. La otra, más bella y viva, era inteligente poro no intelectual. Cuando les llegó a ambas el momento de dar a luz, decidieron seguir el método recientemente descubierto del parto sin dolor. La primera de ellas –doctora en medicina- comprendió enseguida los mecanismos de la técnica, y después de dos o tres sesiones de gimnasia, abandonó la preparación convencida de que lo había entendido todo y de que lo realizaría cuando fuera necesario. La otra, que tenía un conocimiento elemental de la anatomía del cuerpo, no dedicó su tiempo al estudio teórico, pero realizó asiduamente los ejercicios con tanta intensidad que, cuando llegó el momento de dar luz, estaba completamente familiarizada con ellos. ¿Qué creéis que sucedió? En el momento del parto, la primera olvidó todos sus conocimientos en cuando comenzaron las contracciones, y parió con gran “dificultad y dolor” (Gén 3,16); la otra, en cambio, casi sin dolor ni dificultad.

Así sucederá en nosotros. Para un contemporáneo instruido, comprender el mecanismo de la oración del corazón o noerá es fácil. Le basta con practicarla con cierta asiduidad durante dos o tres semanas, leer algunos libros e incluso añadir otro libro a los ya publicados. Pero a la hora de la muerte, cuando nuestro organismo sufra una brutal desintegración, el cerebro pierda su lucidez y el corazón sufra violentos dolores o una gran debilidad, nuestros conocimientos teóricos se esfumarán y la oración correrá el riesgo de desaparecer.

Es necesario orar durante años, leer poco y sólo aquellos libros que, de uno u otro modo, estén relacionados con la oración, cuyo contenido nos lleva a la metania (conversión, confesión y arrepentimiento) y contribuya así a mantener la energía del nus o el nus en su interior. Después de muchos años la oración se convierte en parte integrante de nuestro ser y en nuestra reacción natural ante cualquier fenómeno en el mundo del espíritu: luz o tiniebla, aparición de ángeles o de potencias demoníacas, alegría o tristeza; en una palabra, en todo tiempo y en cualquier circunstancia.

Con esta oración nuestro nacimiento a un mundo superior podrá darse realmente sin dolor.

Los libros del Nuevo Testamento son cortos y, sin embargo, nos apocaliptan=revelan las profundidades del Ser sin comienzo. La teoría de la oración de Jesús no requiere largas explicaciones. La perfección que nos ha sido manifestada por Cristo no nos es accesible en los límites de la vida terrena. El número de pruebas por las que pasa el asceta o practicante de esta oración es indescriptible. La práctica de la oración de modo extraño, lleva al espíritu del hombre al encuentro de “fuerzas escondidas” en el cosmos (mundo). La oración del Nombre de Jesús provoca la confrontación entre ella y las fuerzas cósmicas, que podemos mejor denominar los “dominadores de este mundo tenebroso, pecaminosos…, los espíritus del mal que están en las alturas.” (Ef 6,12). Conduciendo al hombre más allá de los límites de la sabiduría, en su forma más elevada esta oración requiere un “ángel y un guía fiel”.

La oración de Jesús, por su propia naturaleza, escapa a toda forma o reglamentación, pero en la práctica, a causa de nuestra incapacidad de permanecer en oración con el nus (espíritu) limpio, puro durante mucho tiempo, los fieles se ayudan con un komposkini (rosario), para asegurar su continuidad y disciplina. En el monte Athos los rosarios más utilizados tienen cien nudos repartidos en grupos de veinticinco. La cantidad de oraciones y postergaciones prescritas durante el día y la noche se determinan en función de las fuerzas de cada uno y de las circunstancias en las que se desenvuelve su vida.

Gérontas Sofronio (de su libro la oración experiencia de la eternidad)


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Saturday, January 23, 2016

La Gran Doxologia



Gloria a ti,, que nos muestras la luz.

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz, a los hombres que ama el Señor.

Por Tu inmensa gloria Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos,

Te damos gracias,

Señor Dios, Rey Celestial, Dios Todopoderoso; Señor Hijo Único Jesucristo,

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, Tú que quitas el pecado del mundo,

ten piedad de nosotros, Tú que quitas los pecados del mundo,

atiende nuestra súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, Ten piedad de nosotros.

Pues sólo Tú eres santo, solo Tú Señor, solo Tú, Altísimo Jesucristo, en la gloria de

+Dios Padre. Amén.

Cada día te bendeciré y alabaré Tu Nombre por la eternidad, y por los siglos de los siglos.

Concédenos, Señor, este día guardarnos sin pecado.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros Padres, Tu Nombre es alabado y glorificado por los siglos. Amén.




* Este gran himno de alabanza usualmente se canta antes de empezar la Divina Liturgia.

Venga sobre nosotros Tu misericordia, Señor, como sobre Ti descansa nuestra esperanza.

+Bendito eres Señor, enséñame Tus mandamientos.

+Bendito eres Señor, instrúyeme con Tus mandamientos.

+Bendito eres Señor, ilumíname con Tus mandamientos.

Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Yo dije: Señor, Ten piedad de mí; cura mi alma, porque pequé contra Ti

Señor, me acerqué a Ti, enséñame a hacer Tu voluntad, porque Tú eres mi Dios. 

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Oración de San Juan Crisóstomo.


Esta es una regla simple y fácil, al inicio mas necesita de memorización (quizá la ayuda de una pequeña nota donde llevemos apuntado las frases) y cierta disponibilidad de tiempo. San Juan Crisóstomo, autor del compedio de la Divina Liturgia hoy practicada por la Iglesia ortodoxa en todo el mundo, dejó un conjunto de pequeñas oraciones para ser rezadas a cada hora del día y de la noche. Esta regla consiste en rezar un cordón por hora (33 para laicos, 100 para clero), con la oración correspondiente.Está claro que el orante no precisa estar despierto las veinticuatro horas del día, pero puede mantener las oraciones durante el día en los periodos en que esté despierto y, en las horas en que el sueño no se presenta, seguir con las oraciones hora a hora. Basta recitar a cada hora un cordón completo diciendo en lugar de la oración "Señor Jesús ten piedad de mi, que soy un pecador", la oración correspondiente, tal como sigue:

1. Oh Señor, no me prives de Tu Bendición Celestial.

2. Oh Señor, líbrame del tormento eterno.

3. Oh Señor, si yo pequé por pensamientos, palabras o acciones, perdóname.

4. Oh Señor, líbrame de toda ignorancia, de la mezquindad del alma y de la dureza del corazón.

5. Oh Señor, líbrame de toda tentación.

6. Oh Señor, ilumina mi corazón oscurecido por los deseos del maligno.

7. Oh Señor, siendo yo un ser humano, soy pecador. Siendo el Señor Dios, perdóname en Tu Amor, pues Vos sabéis que mi alma es débil.

8. Oh Señor, envía tu Gracia en mi auxilio, para que yo pueda glorificar Tu Santo Nombre.

9. Oh Señor Jesucristo, inscribe a Tu siervo en el Libro de la Vida y concédeme un fin bendecido.

10. Oh Señor mi Dios, aunque no haya hecho el bien para Ti, sin embargo concédeme, de acuerdo con Tu Gracia, que pueda comenzar a hacerlo.

11. Oh Señor, rocía mi corazón con Tu Gracia.

12. Oh Señor del Cielo y de la tierra, acuérdate de mi, Tu siervo pecador, impuro y frío de corazón, en Tu Reino.

13. Oh Señor, acepta mi arrepentimiento.

14. Oh Señor, no me abandones.

15. Oh Señor, sálvame de la tentación.

16. Oh Señor, concédeme pensamientos puros.

17. Oh Señor, concédeme las lágrimas del arrepentimiento, el recuerdo de la muerte y el sentido de la paz.

18. Oh Señor, concédeme la humildad, la caridad y la obediencia.

19. Oh Señor, concédeme la confesión de los pecados.

20. Oh Señor, concédeme la tolerancia, la magnanimidad y la dulzura.

21. Oh Señor, sitúa en mí la fuente de todas las bendiciones: el temor de Ti en mi corazón.

22. Oh Señor, concede que pueda amarte con todo mi corazón y toda mi alma, y que pueda obedecer siempre tu voluntad.

23. Oh Señor, defiéndeme de las personas y también de los demonios, de las pasiones de todos los errores.

24. Oh Señor, que Creó al todo y que sobre el todo ejerces Tu Voluntad, haz que Tu Voluntad también me tome, yo pecador, por Tu Eterna Bendición. Amén.
 

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Friday, January 22, 2016

El misterio de la muerte. ( Metropolita Ierotheos Vlajos )


El misterio de la muerte es un punto “divisorio o culminante” de nuestra vida, como el dolor, la enfermedad, etc. También es de las preguntas existenciales que nos torturan y piden solución. ¿Por qué morimos, que pasa con el hombre después de su muerte y a dónde vamos después? Por eso, la referencia sobre este gran misterio, tal como lo apocalipta=revela la Iglesia, es el punto central de los siguientes conceptos.

Los hombres de nuestra época se distinguen en dos tendencias: Una es la pretensión de olvidar la muerte. Esto se hace principalmente en los países occidentales, pero día a día intentan traspasarlo también a nosotros los ortodoxos. La enseñanza habla sobre hijos inmortales. Lo mismo ocurre en todas las actividades de nuestra vida. Se ha observado correctamente que: “Existen muchas maneras que tiene el hombre para olvidarse de la muerte y esconderse de ella. La cultura contemporánea es la más descubridora en este punto. Hiperactividad profesional, continua estimulación acústica y visible de los instintos y los sentidos (radio, televisión, etc.), la manía de huida continua con el coche, no dejan al hombre concentrarse en sí mismo y afrontar el problema de la muerte en relación con el sentido y significado de la vida. En América, por ejemplo, maquillan a los muertos para que se vean bonitos y los cementerios parecen parques, no se distinguen las cruces y los sepulcros. (Archimandrita Yeorgios, San Gregorio Athos). Por otra parte, existen hombres que quedan abatidos por el pensamiento de la muerte o se les convierte en una pesadilla. Se dejan dominar por la melancolía y desean la muerte. Esto lo padece uno a causa de la mezquindad, vileza y por el gran desconocimiento e ignorancia. De todos modos no son pocos los casos que los hombres suspiran y desean la disolución o autodestrucción. Pero creemos que la disolución o autodestrucción no es siempre la solución. Desde allí empieza otro problema mayor.

La enseñanza cristiana acepta que existen dos clases de muerte. La primera es la espiritual y la segunda la somática. La muerte espiritual es el alejamiento del hombre de Dios, el Cual es la fuente de la vida y la somática o corporal, física es el alejamiento de la psique del cuerpo. En la Iglesia enseñamos que primero fue la muerte espiritual de Adán y después la somática o corporal. Por eso sostenemos que existen hombres que viven corporalmente y están muertos espiritualmente y existen hombres que mueren corporalmente, pero viven espiritualmente, puesto que la psique de ellos tiene la Jaris (gracia) la energía increada de Dios.

¿Quién creó la muerte? Los Santos Padres enseñan que no es Dios la causa del mal. Él no ha creado la muerte. No ha creado al hombre ni mortal, ni inmortal, sino que le ha creado con la capacidad y posibilidad de hacerse inmortal. Pero el pecado que cometió, es decir, con su libre alejamiento de Dios, introdujo la muerte en nuestra vida. Dios permitió la introducción de la muerte por filantropía y amor. Para que no permanezca el mal como inmortal. ¡Imaginaos una sociedad estando llena de hombres con pazos, asesinatos, robos, etc., si fueran inmortales! No habría mayor desgracia para el hombre y la sociedad. Con el Santo Bautismo lo perecedero de nuestra naturaleza, es decir, la muerte, como medio de abolición y condena del pecado, igual que en el nacimiento impecable de Cristo, permaneció lo perecedero del cuerpo, gracias a los salvíficos pazos padecimientos, pasiones.

Así, dentro de la Iglesia se anula la muerte espiritual y se vive la primera resurrección. Con nuestra conexión con Cristo se vive la inmortalidad, porque la inmortalidad no es la vida de la psique después de la muerte, sino la superación de la muerte desde esta vida. La mayor obra de la Iglesia es ayudar a los hombres a superar la muerte, que es el más terrible enemigo que tenemos, a quien nadie puede vencer. También dentro en la Iglesia adquirimos la certeza de que en el futuro se abolirá la muerte somática con la resurrección de los cuerpos. Esta es una didascalía (enseñanza) que no existe en ninguna filosofía. La resurrección de los muertos que enseña el logos de Dios es una piedra de escándalo para cada razón humana (o la mente, intelecto racional).

Nuestra Tradición conecta estrechamente con la muerte. No pretende olvidarla. Esto lo enseñan las canciones, los poemas y las costumbres del pueblo. El hecho de que los familiares tienen toda la noche el cadáver en casa, muestra una hermandad con la muerte. La vida no es ajena a la muerte. La memoria de la muerte hace la vida más humana. La sociedad que se hermana con los muertos es más humanizada y aterrizada. Creo que la memoria de la muerte y su superación es lo que hace al hombre más humano y constituye la sociedad filántropa (amiga del hombre).

Metropolita Ierotheos Vlajos. Noviembre 1985

De su libro “La vida después de la muerte”

Cuando se habla sobre la existencia de la psique (alma) después de la muerte, para la vida eterna, para el Juicio de los hombres en la Segunda Presencia de Cristo y tantas otras verdades que conectan con estas, se formulan muchas contradicciones y rechazos por los hombres contemporáneos, mundanizados, racionalistas y consumistas. El rechazo más previsible es el siguiente: “¿Quién ha visto estas cosas, quién ha venido de allí para decírnoslas?”. Es un pensamiento sin fundamento, una pregunta previsible y superficial. Sin ningún otro pensamiento, borramos toda una enseñanza entera de la Iglesia para estos temas. ¿En serio no ha venido nadie? Pues Cristo ha venido de allí, exclusivamente aquí, para enseñar a los de aquí qué pasa allí. Hizo milagros, resucitó muertos, sanó enfermos, etc., se sacrificó voluntariamente en La Cruz por nosotros y Resucitó…

Sin embargo, no pensamos lo mismo sobre otros temas que conectan con nuestra vida. Muchas cosas las creemos no porque las hemos visto personalmente, sino porque nos las han transmitido otros. Esto también es un tipo de fe. Si no tenemos certeza personal, pero tenemos certeza en varias personas de las que tenemos confianza. Historiadores de la antigüedad nos describen acontecimientos y nos las creemos. También los que visitan otros países nos transmiten sus impresiones y por regla general, las aceptamos, porque tenemos confianza en ellos. Lo mismo se tiene que hacer también sobre los temas de la fe cristiana. Si no tenemos percepción personal, por lo menos que admitamos los que nos transmiten estas verdades.

En la Iglesia tenemos conocimientos de todos los temas que conectan con la otra vida, porque nos lo ha revelado el Mismo Cristo. Él vino, se humanizó y nos ha revelado toda la verdad sobre Dios y el hombre. Aparte de Cristo, hay billones de personas santas, que con su vida personal certificaron estas verdades y dan su testimonio. ¿Por qué tenemos que creer en unos historiadores cuando certifican un hecho y nosotros no creer en billones de santos que certificaron las verdades de la otra vida? Principalmente los Santos, que lo certificaron y confesaron con su sangre. ¿Derrama uno la sangre y se sacrifica por cosas que no acepta y son más que la verdad?

Podemos sostener también las siguientes cosas. Nosotros consideramos la religión que simplemente traspasa el problema del hombre al futuro y habla de la vida post-muerte, en la que el hombre disfrutará de los bienes de Dios y será compensado por los esfuerzos que ha hecho. Realmente esta parte existe también. Pero principalmente debemos de ver la Ortodoxia por la perspectiva de la instrucción terapéutica. Si en el presente no queremos admitir sobre la otra vida, pues vivamos el carácter terapéutico de la Ortodoxia.

Cuanto más pasa el tiempo, tanto más comprobamos que estamos enfermos psíquicamente. Nos infestan, plagan, varios pazos (padecimientos, emociones, malos hábitos físicos, psíquicos y espirituales) y nos tienen cautivados muchas situaciones enfermizas. Esta enfermedad interior hace que no funcionemos regularmente. Las relaciones interpersonales se encuentran en una tensión continua. Las enfermedades somáticas, la mayoría de las veces, tienen la causa en las enfermedades espirituales. La Ortodoxia sana esta enfermedad interior. Toda la instrucción de la Santa Escritura y de la enseñanza de los Padres es terapéutica. Así que, hoy necesitamos la Iglesia, primero para sanarnos de las enfermedades espirituales, para sentir la comunión, la hermandad en Cristo, la paternidad de Dios, de manera que, nos serenemos y tranquilicemos interiormente y liberarnos de la ansiedad, angustia, fatiga y la inseguridad interior.

El primer fin no debe ser conversar sobre el futuro. Es cierto que el Cristiano ortodoxo correcto, cree absolutamente en Cristo y en todo lo que Él dijo. Pero nosotros, si tenemos una pequeña duda por estas cosas, debemos de empezar por el punto de terapia, concienciar a nuestro desorden interior que empecemos la instrucción terapéutica que tiene la Iglesia y entonces adquiriremos la certeza de la vida eterna. Porque al negar la vida después de la muerte y generalmente al negar las verdades de Cristo es porque estamos enfermos espiritualmente. Creo que dentro de la instrucción terapéutica eclesiástica, obtendremos la certeza sobre toda la enseñanza de la Iglesia.

Metropolita Ierotheos Vlajos

                            Catecismo Ortodoxo 

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