Saturday, April 15, 2017

Alegrémonos también nosotros, pues Cristo ha resucitado. ¡Oh júbilo eterno, Cristo ha Resucitado! ( Arzobispo Averky Taushev )

Este es el día de la resurrección; resplandece, oh pueblo. Pascua, Pascua del Señor. Cristo Dios nos ha conducido de la muerte a la vida, y de la tierra al cielo. Cantemos el himno de victoria (Irmos de la Oda I, del Canon de Pascua)

Os saludo, amados hermanos y hermanas en Cristo, con estas jubilosas palabras, para que despierten constantemente en nosotros un espíritu gozoso, especial y elevado, una oleada de fortaleza espiritual, y una brillante esperanza del futuro mejor que nos espera.

También os envío este gozoso saludo pascual a vosotros, nuestros amados sufrientes, el pueblo Ortodoxo Ruso que es perseguido y sufre en Rusia bajo el yugo de la mano opresora por causa de la santa Fe, con la esperanza de que nuestra voz os llegue.

En estos tiempos que vivimos, llenos de grandes tristezas, el único consuelo para nosotros es nuestra santa Fe con sus elevadas promesas, su radiante esperanza y sus expectativas que nos aportan paz al espíritu. Pues verdaderamente, nunca antes el mal, ahora tan victorioso en casi todo el mundo e infiltrado tan profundamente en la vida del hombre, e incluso en el redil de la Iglesia, había alcanzado tal poder, tal nivel de tensión. Sólo podemos oponernos a este mal con nuestra santa Fe, pues este mal avanza triunfante por el camino de la mentira con toda clase de engaño e iniquidad, venciendo a las personas que no creen en la Verdad, y que han preferido más la mentira.

“Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1ª Juan 5:4). De esta manera somos consolados por el amado discípulo de Cristo, que estuvo al pie de la Cruz del Señor, contemplando los inexpresables sufrimientos del Señor, y que fue hecho digno de ser el primero en llegar a su tumba abierta, creyendo, con otros discípulos y seguidores, para experimentar la gran alegría de Su Resurrección (Juan 20:2-8).

Este gran hecho milagroso, sin precedentes en la historia del hombre, la Resurrección de Cristo, es el fundamento de nuestra fe, su piedra angular. Cristo resucitó, venciendo la falsedad humana y a la misma muerte, a la que fue sentenciado por esta falsedad. La verdad triunfó sobre la mentira, la vida conquistó a la muerte, y esto encuentra naturalmente una resplandeciente y jubilosa respuesta en nuestros corazones, oprimidos por el engaño, que tiemblan ante el rostro de la muerte. Por eso, nuestro oficio pascual es tan festivo y jubiloso, por eso nos regocijamos tanto, y por cuenta propia, alabamos a Cristo Resucitado en este día resplandeciente, la fiesta de su Resurrección, esta verdadera “fiesta de las fiestas, y triunfo entre los triunfos”. “Que los cielos se alegren, que la tierra se regocije, y que el mundo entero, tanto visible como invisible, festeje este día, porque Cristo ha Resucitado, oh gran alegría” (Tropario de la Oda I, Canon Pascual).

De hecho, esto no es sólo una imaginación, como algunas personas intentan demostrar superficialmente, pues son desafortunados en gran manera a causa de su estancamiento espiritual y su obstinada incredulidad. La verdad de la Resurrección gloriosa de Cristo está más allá de cualquier duda, en virtud del hecho de que su Resurrección fue presenciada por muchas personas de diferentes ámbitos de la vida, que vieron a Cristo resucitado en momentos diferentes, y no sólo una vez. Además, sería totalmente imposible entender y explicar este fervor inusual, este extraordinario gozo del espíritu, que hizo que los apóstoles, inicialmente atemorizados y temerosos, se volvieran valientes y celosos predicadores de la enseñanza de Cristo por todo el mundo. Debemos tener en cuenta que los discípulos del Señor, durante la predicación del Evangelio de Cristo, no sólo enseñaban a la gente una moral cristiana vacía, sino que, como podemos apreciar claramente en los Hechos de los Apóstoles, ante todo predicaron a Cristo crucificado y su Resurrección de entre los muertos al tercer día, acompañando y confirmando su predicación con muchas señales milagrosas. Esta predicación del Señor resucitado cautivó y conquistó los corazones de los hombres, e hizo de la gente su seguidora entusiasta, dispuesta a sellar su fidelidad inquebrantable a Cristo con su propia sangre.

Sólo la gran verdad de la Resurrección de Cristo puede explicar la rápida propagación de la fe cristiana sobre toda la faz de la tierra, incluso ante las condiciones y situaciones más desfavorables. ¿Qué más podría obligar a miles de personas durante tantos siglos, soportando tormentos indescriptibles, a derramar su sangra y dar su vida por Cristo? ¿Qué otra fuerza podría hacer que los ricos, los nobles, los hombres de gran posición, e incluso los emperadores del mundo pagano se apostaran humildemente al pie de la Cruz de Cristo glorificando su Resurrección? De hecho, ¿que podría conseguir que hombres y mujeres renunciaran a sus frutos vanos, comodidades y placeres de este mundo que se encuentra en el mal, consiguiendo que se retirasen a los desiertos, montañas, cuevas y precipicios para vivir una vida agradable a Dios en incesante oración, silencio, ayuno y luchas, con el propósito de allegarse más a Cristo en la otra vida, que Él nos abrió por su gloriosa Resurrección de entre los muertos?

San Pablo, apóstol de los gentiles, experimentó el poder creador de vida de Cristo resucitado en innumerables ocasiones durante su vida. Así, dice: “Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres” (1ª Corintios 15:19), pues como él mismo explica: “Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe” (1ª Corintios 15:14). El apóstol Pablo, a quien Cristo se le apareció muchas veces, aunque también fue discípulo de Cristo en esta vida terrenal, así mismo testifica con convicción: “Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron” (1ª Corintios 15:20). “Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1ª Corintios 15:22).

“Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía; después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies. El último enemigo destruido será la muerte” (1ª Corintios 15:23-26).

Esta es la verdadera fuente de nuestro gozo resplandeciente en el día glorioso de la Resurrección de Cristo. La Resurrección de Cristo es para nosotros la afirmación gozosa y convincente del triunfo final de la Verdad de Dios, el triunfo sobre el mal, el triunfo sobre la muerte. Sin embargo, para ser participantes de este triunfo final de la Verdad de Dios y celebrar esta victoria sobre el mal con Cristo, la victoria sobre la muerte, debemos ser “crucificados con Cristo” en esta vida terrenal, para que podamos unirnos a su Resurrección. Con la ayuda de la gracia de Dios, otorgada por la virtud de las obras de Cristo, debemos vencer el mal (es decir, el pecado) que mora en nosotros. Al recibir el santo misterio del Bautismo, estamos obligados a hacer esto. En la maravillosa lectura que la Iglesia ha asignado para el Gran y Santo Sábado, el santo apóstol Pablo pregunta: “¿Ignoráis acaso que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados? Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados junto con Él en la muerte, a fin de que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida” (Romanos 6:3-4). “Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no puede tener dominio sobre Él. Así también vosotros tenemos por muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6:9, 11). Esta es la clara enseñanza de la Palabra de Dios para nosotros sobre el poder y el sentido del gran y glorioso hecho de la Resurrección de Cristo.

¡Cómo se puede alegar y enseñar lo contrario, como hacen los herejes contemporáneos, soñando con el establecimiento de algún tipo de “Reino de Dios” terrenal! Están dispuestos a legitimar la unión pecaminosa de la humanidad, que ha traicionado a Cristo resucitado, a este mundo que yace en el pecado, con todos sus placeres vanos, comodidades y beneplácitos. “Cristo nos ha conducido de la tierra al cielo…”, por su Resurrección, y así, ¿cómo y por qué, después de esto, regresaríamos a la tierra, de la cual hemos sido arrancados, aunque temporalmente, y deberíamos seguir caminando sobre ella? Volver a unirnos con el mundo (Es Decir, con lo terrenal) es una ingratitud insensible a Cristo resucitado, una burla insana a la santidad de su Resurrección.

¡No! Si los cristianos no son más que “cristianos de nombre”, debemos acabar con la vida terrenal, llena de pasiones pecaminosas. “Celebramos el exterminio de la muerte, la destrucción del hades, el comienzo de la vida eterna…”, y todos nuestros pensamientos y sentimientos deben estar dirigidos hacia “el día sin ocaso del Reino de Cristo”, que nos espera, y hacia el cual debemos esforzarnos con todo nuestro corazón.

“Purifiquemos nuestros sentidos de todo lo terrenal, y contemplemos a Cristo, con la radiante luz inaccesible de la Resurrección, y escuchemos con claridad: ¡Regocijaos, cantemos el himno de victoria!

Alegrémonos también nosotros, pues Cristo ha resucitado. ¡Oh júbilo eterno, Cristo ha Resucitado!

Pascua de 1963

Catecismo Ortodoxo
http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

¡Cristo ha Resucitado! ¡En verdad ha Resucitado! ( San Justin Popovich )


El hombre sentenció a Dios a muerte; por su Resurrección, Él sentenció al hombre a la inmortalidad. A cambio de unos golpes, Él le abraza; por el abuso, una bendición; por la muerte, la inmortalidad. El hombre no había mostrado nunca tanto odio a Dios como cuando lo crucificó, y Dios nunca mostró tanto amor por el hombre como cuando resucitó. Incluso el hombre quiso reducir a Dios como a un mortal, pero Dios, por su resurrección, hizo al hombre inmortal. El Dios crucificado ha resucitado y ha abatido a la muerte. La muerte ya no tiene lugar. La inmortalidad ha cubierto al hombre y a todo el mundo.

Por la resurrección del Dios-Hombre, la naturaleza humana ha sido conducida irreversiblemente al camino de la inmortalidad, y se ha hecho terrible para la muerte misma. Pues antes de la resurrección de Cristo, la muerte era terrible al hombre, pero después de la resurrección de Cristo, el hombre se ha hecho más terrible a la muerte. Cuando el hombre vive por la fe en el Dios-Hombre resucitado, vive sobre la muerte, fuera de su alcance; es el estrado de sus pies:

“¿Dónde quedó, oh muerte tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?” (1ª Corintios 15:55)

Cuando el hombre que pertenece a Cristo muere, simplemente deja a un lado su cuerpo como si fuera una vestidura, del cual se revestirá de nuevo en el día del Temible Juicio.

Antes de la resurrección del Dios-Hombre, la muerte era la segunda naturaleza del hombre: la vida era primera, la muerte segunda. Pero por Su resurrección, el Señor lo cambió todo: la inmortalidad se ha convertido en la segunda naturaleza del hombre, se ha vuelto natural al hombre, y la muerte, en no natural. Así como antes de la resurrección de Cristo, era natural a los hombres ser mortales, también después de la resurrección de Cristo, era natural a los hombres ser inmortales.

Por el pecado, el hombre se hizo mortal y transitorio; por la resurrección del Dios-Hombre, se ha vuelto inmortal y perpetuo. En esto consiste el poder, la fuerza, la omnipotencia de la resurrección de Cristo. Sin esto, no habría Cristianismo. De todos los milagros, este es el más grande. Todos los otros milagros lo tienen como fuente y conducen a la resurrección. Por ella crece la fe, el amor, la esperanza, la oración y el amor por Dios. Mirad: los discípulos fugitivos, habiendo abandonado a Jesús cuando murió, volvieron a Él por Su Resurrección. Mirad: el centurión confesó a Cristo como el Hijo de Dios cuando vio la resurrección de la tumba. Mirad: los primeros cristianos se hicieron cristianos porque el Señor Jesús resucitó, porque la muerte había sido vencida. Esto es lo que ninguna otra fe tiene; esto es lo que eleva al Señor Jesucristo por encima de todos los otros dioses y hombres; esto es lo que, de la forma más indiscutible, muestra y demuestra que Jesucristo es el Único Verdadero Dios y Señor de todo el mundo.

A causa de la Resurrección de Cristo, a causa de Su victoria sobre la muerte, los hombres fueron, continúan siendo, y continuarán siendo cristianos. La historia del cristianismo no es más que la historia de un único milagro, a saber, la Resurrección de Cristo, que se une ininterrumpidamente en los corazones de los cristianos día tras día, año tras año, a través de los siglos, hasta el Temible Juicio.

El hombre no nace, de hecho, cuando su madre lo alumbra al mundo, sino cuando llega a creer en Cristo Resucitado, y entonces nace a la vida eterna, mientras que una madre da a luz hijos para la muerte, para la tumba. La resurrección de Cristo es la madre de todos los cristianos, de todos los inmortales. Por la fe en la Resurrección, el hombre nace de nuevo, nace para la eternidad. “¡Esto es imposible!”, dice el escéptico. Pero escuchad lo que el Dios-Hombre resucitado dice:

“Todo es posible para el que cree” (Marcos 9:23)

El verdadero creyente es el que vive, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su ser, según el Evangelio del Señor Jesucristo Resucitado.

La fe es nuestra victoria, por la cual conquistamos la muerte; fe en Cristo Resucitado. “¿Dónde quedó, oh muerte tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?”. El aguijón de la muerte es el pecado. El Señor “eliminó el aguijón de la muerte”. La muerte es una serpiente; el pecado son sus colmillos. Por el pecado, la muerte inyecta su veneno en el alma y en el cuerpo del hombre. Cuantos más pecados tiene el hombre, más mordeduras tendrá por las que la muerte verterá su veneno en él.

Cuando una avispa aguijonea a un hombre, este usa toda su fuerza para extraer el aguijón. Pero cuando el pecado lo hiere, ¿qué se hará con el aguijón de la muerte? Debemos invocar al Señor Jesús Resucitado con fe y oración, para que Él pueda eliminar el aguijón de la muerte de nuestra alma. Él, por su amorosa compasión, lo hará, pues está lleno de misericordia y amor. Cuando muchas avispas atacan el cuerpo del hombre y lo hieren con muchos aguijones, este hombre es envenenado y muere. Lo mismo ocurre con el alma del hombre, cuando muchos pecados lo hieren con sus aguijones: es envenenado y muere con una muerte sin resurrección.

Venciendo al pecado en sí mismo por Cristo, el hombre vence a la muerte. Si habéis vivido el día sin vencer un solo pecado vuestro, sabed que habéis sido encaminados al abismo de la muerte. Venced uno, dos o tres de vuestros pecados y observad: os habréis convertido en el más joven de los jóvenes que no envejecen, jóvenes en inmortalidad y eternidad. No olvidéis que creer en la Resurrección de Cristo significa llevar una lucha continua contra el pecado, contra el maligno, contra la muerte.

Si un hombre lucha contra los pecados y las pasiones, este demuestra que realmente cree en Cristo Resucitado; si lucha contra ellos, lucha por la vida eterna. Si no lucha, su fe es vana. Si la fe del hombre no es una lucha por la inmortalidad y la eternidad, entonces decidme, ¿qué es? Si la fe en Cristo no conduce a la resurrección y a la vida eterna, entonces ¿de qué nos sirve? Si Cristo no resucitó, significa que ni el pecado ni la muerte fueron vencidos; entonces, ¿por qué creer en Cristo?

Mas aquel que por la fe en la resurrección de Cristo lucha contra cada uno de sus pecados será reafirmado en él, gradualmente, el sentimiento de que Cristo en verdad ha resucitado, en verdad ha extraído el aguijón del pecado, en verdad ha vencido a la muerte en todos los frentes del combate. El pecado disminuye gradualmente el alma del hombre, conduciéndola hacia la muerte, transformándola de inmortal a mortal, de incorrupta en corrupta. Cuantos más pecados, más mortal es el hombre. Si el hombre no siente en sí mismo la inmortalidad, sabe que está en el pecado, en malos pensamientos, en sentimientos lánguidos. El cristianismo es una llamada: lucha contra la muerte hasta el último aliento, lucha hasta alcanzar la victoria final. Todo pecado es una deserción; toda pasión es retroceso; todo vicio es una derrota.

No debemos sorprendernos de que los cristianos también mueran corporalmente. Esto es debido a que la muerte del cuerpo es la siembra. El cuerpo mortal es sembrado, dice el apóstol Pablo, y crece, y se convierte en un cuerpo inmortal (1ª Corintios 15:42-44). El cuerpo se disuelve, como una semilla sembrada, para que el Espíritu Santo pueda acelerarlo y perfeccionarlo. Si el Señor Jesucristo no hubiera resucitado en el cuerpo, ¿qué uso tendría para Él? No habría salvado a todos los hombres. Si su cuerpo no resucitó, entonces ¿para qué fue Él encarnado?

¿Por qué se revistió con un cuerpo mortal, si no le concedía nada de Su divinidad?

Si Cristo no resucitó, entonces ¿por qué creer en Él? Para ser honesto, yo nunca habría creído en Él si no hubiera resucitado y no hubiera, así, vencido a la muerte. Nuestro mayor enemigo fue destruido y se nos concedió la inmortalidad. Sin esto, nuestro mundo sería un plano ruidoso de estupidez y desesperación, pues ni el cielo ni bajo el cielo hay tan gran estupidez como en este mundo sin la resurrección; y no hay tan gran desesperación como esta vida sin inmortalidad. No hay ningún ser en este mundo tan miserable como el hombre que no cree en la resurrección de entre los muertos. Más le valdría a ese hombre no haber nacido.

En nuestro mundo humano, la muerte es el mayor tormento y el horror más inhumano. La libertad de este tormento y horror es la salvación. Tal salvación fue otorgada al género humano por el Vencedor de la muerte, el Dios-Hombre Resucitado. Mostró al género humano el misterio de la salvación por su Resurrección. Ser salvado significa asegurar a nuestro cuerpo y a nuestra alma la inmortalidad y la vida eterna. ¿Cómo podemos alcanzarlo? Por ningún otro medio que no sea una vida teantrópica, una nueva vida, una vida en el Señor Resucitado, y por la resurrección del Señor.

Para los cristianos, nuestra vida en la tierra es la escuela en la que aprendemos cómo asegurarnos la resurrección y la vida eterna. Pero, ¿qué utilidad tiene esta vida si no podemos adquirir para ella la vida eterna? Mas, para resucitar con el Señor Jesucristo, el hombre debe primeramente sufrir con Él, y vivir Su vida como la suya. Si hace esto, entonces en Pascua podrá decir con San Gregorio el Teólogo:

“Ayer fui crucificado contigo, hoy vivo contigo; ayer fui enterrado contigo, hoy resucito contigo” (Tropario 2, Oda 3, Maitines de Pascua).

Los cuatro Evangelios de Cristo puede resumirse en estas pocas palabras:

“¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!”

Cada una de estas palabras es un Evangelio, y en los cuatro Evangelios está el significado del mundo de Dios, visible e invisible. Cuando todo conocimiento y todo pensamiento de los hombres estén concentrados en el clamor del saludo pascual: ¡Cristo ha resucitado!, el gozo inmortal acogerá a todos los seres y responderán con júbilo: ¡En verdad ha resucitado!.

Cristo ha resucitado de entre los muertos, por su muerte ha vencido a la muerte, y a los que estaban en los sepulcros les ha dado la vida.

Catecismo Ortodoxo 

http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

San Juan Crisóstomo - Homilía Pascual


Aquél que es devoto y amante de Dios, que disfrute de esta magnifica y brillante fiesta. Aquél que es un siervo agradecido, que entre alegremente en el gozo del Señor. Aquél que está cansado en ayuno que reciba ahora el denario de recompensa. Si a 1 guien ha trabajado desde la primera hora, que reciba su gratificación correspondiente. Si a1 guien ha llegado después de la tercera hora, que participe en la fiesta agradecido. Aquél que llega después de la sexta hora, que no dude: él nada pierde. Si a1 guien ha demorado hasta la novena hora, que se aproxime, sin vacilación. Aquél que llega en la undécima hora, que no tema a causa de su demora, porque el Señor es de gracia y de generosidad. El recibe tanto a los últimos como a los primeros. El concede descanso al que viene en la undécima hora, igual como aquél que ha trabajado desde la primera. hora. El tiene misericordia del último, y satisface al primero. A aquél da, y a éste regala. El recibe las obras y acepta la intención. Honra los hechos, y alaba el empeño. Por lo tanto, entrad vosotros todos al gozo de vuestro Señor. Los Primeros y los Ultimos, tomad vuestra recompensa. Ricos y Pobres, Regocijaos y alegraos juntos. Porque la mesa está llena, deleitaos de ella todos. El ternero está echado entero; que nadie se retire con hambre. Regocijaos todos del banquete de la fe. Disfrutad de todas las riquezas de la bondad. Que nadie se queje de su pobreza, porque el Reino Universal se ha manifestado. Que nadie se lamente a causa de los pecados, porque el perdón ha surgido resplandeciente del Sepulcro. Que nadie tema la muerte, porque la muerte del Salvador nos ha librado. Porque destruyó la muerte cuando ésta se apoderó de El. Aquél que descendió al infierno aniqui1ó al infierno; y lo hizo experimentar la amargura; cuando éste tomó su Cuerpo. Esto predijo Isaías cuando exclamó diciendo: "El hades fue amargado, cuando Te encontró abajo. Ha sido amargado, funestamente, porque ha sido destruido. Ha sido amargado porque ha sido encadenado. Recibió un Cuerpo, y he aquí que era Dios. Tomó la tierra, y encontró Cielo. Tomó lo visible, y fue vencido invisiblemente. ¿Oh Muerte dónde está Tu poder? ¿Oh hades dónde está Tu victoria Cristo Resucitó, y fuiste aniquilado. Cristo Resucitó y Fueron Arrojados los demonios, Cristo Resucitó y los Angeles se Regocijaron. Cristo resucitó y reinó la vida. Cristo resucitó, y los sepulcros se vaciaron de los muertos. Porque Cristo habiendo resucitado de entre los muertos, fue el Primogénito de entre los muertos, a El sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén

Catecismo Ortodoxo 

http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/