«El comienzo del pecado es la avidez. La avidez consciente es la raíz de las pasiones de los que pertenecen a las tinieblas», dice el primero de los textos filocálicos". La avidez, es decir, el deseo no
controlado, el deseo desbocado, el deseo que lo devora todo, incapaz de conocer ni reconocer sus
propios límites.
Para dominar esta desmesura, los monjes tratan de vivir en los márgenes de lo
estrictamente necesario, conscientes de que, una vez transgredido el límite de la necesidad, el deseo
humano no conoce freno. Todo el trabajo de la ascesis, sobre todo a partir del ayuno y de las vigilias, tiene por objetivo agotar la violencia de esta avidez, desarraigar la profunda tendencia del cuerpo a saciarse de placeres. Una satisfacción que, de hecho, deja todavía más vacío el verdadero deseo del hombre, que es su deseo de Dios.
Esta avidez o amor de placeres es puesta frecuentemente en relación con otras dos
manifestaciones: la glotonería y el amor al dinero. San Nilo dice: «La glotonería es la madre del placer, ya que ella es la que engendra todas las demás pasiones»`. Y Casiano empieza su lista de pasiones por dicha glotonería, colocándola en el origen de una cadena inexorable: tras la primera avidez consentida, le sucede la prostitución; después la avaricia, la cólera, la tristeza, la acedia, la vanagloria; y, como culminación de todo, el orgullo. Gregorio Palamas afirma: «El primer fruto del deseo es el amor por las posesiones.
El amor por el dinero nace un poco más tarde y está en el origen de todas las formas de
concupiscencia ». Evagrio Póntico muestra perfectamente esta equivalencia entre la avidez y el amor por el dinero.
Equivalencia que, a su vez, es una progresión que desemboca en la vanidad: «Entre los demonios que se oponen a la práctica ascética, hay tres jefes de fila que preceden y dirigen al resto de la tropa de intrusos: los que tientan a la avidez de la glotonería, los que inspiran el amor por el dinero y los que nos incitan a la gloria humanan.El amor por el dinero es una extensión de la glotonería, en la medida en que es la pasión de querer asegurar en el futuro la satisfacción del presente. Esta obsesión por el futuro impide disfrutar del momento presente y engendra una inquietud constante: el amor por el dinero es un mal que provoca muchas otras pasiones. Se la ha llamado con acierto la raíz de todos los males: 1 Tim 6,10».
Al estar atrapada toda la persona en esta avidez y desasosiego, su impulso hacia Dios queda
totalmente oscurecido: «Debido a tu mala inclinación, has corrompido la imagen de Dios que hay en ti. La bruma de tus pensamientos apasionados ha empañado el espejo de tu alma, ese espejo en el .que aparece Cristo, el Sol espiritual».
El deseo está encerrado sobre sí mismo y absorbe las otras dos potencias del alma (el ardor y la razón), condenándola a arrastrarse por el suelo en búsqueda de lo que cree que habrá de saciarla`, en lugar de permitir que se eleve de la belleza de las criaturas a la Belleza del Creador.
Esta primera raíz del pecado, concerniente al cuerpo y al mundo de los deseos, tiene un nivel o
un origen más profundo, que es lo que los Padres llaman el amor de sí.