"Yo le contaba al Padre," escribe una hija espiritual de san Ambrosio "de una familia por la cual me lamentaba pues sus integrantes no creían en Dios ni en la vida eterna. Lo lamentaba pues pensaba que podía ser que ellos no tuvieran la culpa porque quizás hayan sido educados en tal incredulidad o por algunas otras circunstancias hayan resultado así. El padre meneó la cabeza y dijo enojado: "Para los ateos no hay justificación. Pues a todos, absolutamente a todos, inclusive a los paganos, se les predica el Evangelio. Además, todos nosotros desde nuestro nacimiento tenemos inculcado el sentimiento del conocimiento de Dios; por eso nosotros mismos somos los culpables de no ser creyentes. Tú preguntas si se puede orar por ellos. Claro que se puede orar por todos." "
"Algunos" - decía el starez - "renunciaron a creer en Dios imitando a los demás o por un falso pudor. Y he aquí un caso: un hombre no creía en Dios. Y cuando, durante la guerra del Cáucaso, en plena batalla, alrededor de él silbaban las balas, se inclinó y abrazó a su caballo y empezó a repetir: "Santa Madre de Dios sálvanos." Después, cuando sus amigos se reían de él recordando esto, renunció a sus palabras." El Padre concluyó: "Sí, la hipocresía es peor que la incredulidad."
San Ambrosio de Óptina