Thursday, September 24, 2015

Todos los bienes que tenemos — son dones Divinos.( San Paisio del Monte Athos )


—"Yo creo que Dios me ayudará" — dicen algunos, pero con esto tratan de juntar dinero para no pasar ninguna necesidad. Gente así se ríe de Dios, ya que confían no a Él sino al dinero. Si ellos no dejarán de amar al dinero y poner en éste su esperanza, no podrán poner su esperanza en Dios. No digo que la gente no debe tener algunos ahorros para el caso de necesidad, no. Pero no se debe poner su esperanza en el dinero, no se debe entregar su corazón al dinero, porque actuando así, la gente olvida a Dios. El hombre que no confiando a Dios construye sus planes, y luego dice que así quiere Dios, "bendice" a su obra de manera diabólica y continuamente sufre. No logramos la conciencia cuan fuerte y bueno es Dios. No lo dejamos ser el amo, no dejamos a Él dirigirnos y por eso sufrimos.

Sobre el Sinaí en la celda de Santa Epistimia, donde yo vivía, había muy poca agua. En una cueva aproximadamente unos veinte metros de la celda, de una grieta en la roca goteaba agua. Hice una pequeña cisterna y juntaba unos tres litros de agua en 24 hs. Al llegar por el agua ponía una lata metálica y mientras se llenaba, leía el acafistos (akathistos) de la Santísima Madre de Dios. Mojaba un poco la cabeza, solo la frente, esto me ayudaba, así me aconsejó un médico, juntaba un poco de agua para tomar y en una latita llenaba un poco de agüita para ratoncitos y pajaritos que vivían en mi celda. Para lavado de ropa y otras necesidades utilizaba esta misma agua de la cueva. Que alegría y agradecimiento sentía yo por esta poca agua que tenía. Como glorificaba a Dios, que tenía agua.

Luego, cuando llegué al Monte Santo y por poco tiempo viví en la ermita de Iver, allí, como era el lado soleado, no había falta de agua. Había una cisterna cuya agua rebalsaba. ¡Uf! Lavaba la cabeza y los pies... pero lo anterior fue olvidado. En el Sinaí tenía lágrimas en los ojos del agradecimiento por la poca agua, en cambio aquí en la ermita, del exceso de agua caí en el olvido. Por eso me fui de esta celda y me ubiqué más lejos, a unos ochenta metros, donde había una pequeña cisterna. ¡Cómo se pierde, cómo se olvida el hombre en opulencia!

Debemos plenamente incondicionalmente entregarnos a la providencia Divina, la voluntad Divina y Dios se preocupará de nosotros. Un monje fue una tarde a la cima de la montaña para oficiar allí el servicio de la tarde. En el camino encontró un hongo (Boletus) y agradeció a Dios por este raro hallazgo. En el camino de regreso él quería cortar el hongo para su cena. "Si los laicos me pregunten si como la carne — pensaba el monje — ¡puedo decirles que lo como cada otoño!" Volviendo a la kaliva el monje vio que mientras él leía el servicio, un animal pisó al hongo y quedó entera sólo la mitad. "Se ve — dijo el monje — cuanto debo comer." Él juntó lo que quedó y agradeció a Dios por Su providencia, por la mitad del hongo. Más abajo él encontró una mitad más del hongo, se inclinó para cortarlo y agregar para su cena, pero vio que el hongo era blando (posiblemente era venenoso). El monje lo dejó y de nuevo agradeció a Dios porque lo guardó del envenenamiento. Al volver a kaliva el monje cenó con la mitad del hongo. Al día siguiente, cuando salió de la casa a sus ojos se presentó una vista maravillosa. Alrededor de kaliva en todas partes crecieron hermosos hongos y al verlos el monje de nuevo agradeció a Dios. Ven, él agradeció a Dios por el hongo entero y por la mitad, por el bueno y por el malo, por uno y por muchos. Él era agradecido por todo.

El bondadoso Dios nos otorga generosas bendiciones y Sus acciones están dirigidas a nuestro provecho. Todos los bienes que tenemos — son dones Divinos. Él puso todo al servicio de Su criatura — el hombre. Él hizo que todo: los animales, y aves pequeños y grandes, hasta las plantas — se sacrifiquen por nosotros. Y el Mismo Dios se sacrificó para redimir al hombre. No seamos indiferentes a todo esto, no vamos a herir a Él con nuestro gran desagradecimiento y falta de sensibilidad, sino vamos a agradecer y glorificar a Él.


San Paisio del Monte Athos


                                   Catecismo Ortodoxo 

                       http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

Vida de San Porfirios del Monte Athos


Sabemos que hasta el final del mundo no disminuirá la Gracia, que habita en los Santos de Dios. Ya a pesar de esto, cuando nos toca encontrarnos con uno de los portadores de esta Gracia, parece como si uno, sin querer, es testigo de los tiempos antiguos y tomó contacto con uno de los Padres, que no pertenecen a nuestro tiempo. Uno de tales portadores de Gracia Divina era el padre Porfirio, de bendita memoria, y a quién, el Señor me permitió de conocer.

Los dones espirituales de p. Porfirio parecen imposibles en nuestro tiempo racional. Su sensibilidad a todo lo que lo rodeaba era sobrenatural, en comparación con nuestro estado decadente. El comprendía el lenguaje de las aves y sabia todo sobre ellos, de donde llegaron y donde van. El podía, con la mirada interior, ver las profundidades de la tierra, abismos marinos e inalcanzables espacios cósmicos. El veía la presencia del carbón y del petróleo; las sepultadas ciudades antiguas bajo la tierra; percibía los acontecimientos antiguos, como si fuera testigo directo de ellos, veía lugares santificados por la oración, los ángeles y los demonios, el alma misma humana. Al mirar a un hombre podía definir directamente su mal, tanto corporal, como de alma. Le estaban abiertos los secretos pensamientos humanos. Por imposición de su mano, la gente se sanaba. A pesar de estar aquejado de muchos males, durante toda su vida, nunca pedía al Señor de ser sanado. No buscaba nada para sí, sólo para la gloria Divina y el bien del prójimo. Manso y humilde, con los años aumentó en sí estos dones, nunca referidos a él, solo a Dios.

El starez Porfirio, en el mundo Evangelos Bairaktaris, nació el 7 de febrero de 1906 en Grecia, en la aldea de San Jorge Karustio, cerca de Aliveri en la provincia de Evia. Sus padres eran aldeanos piadosos y pobres. Toda la educación de Evangelos consistió en dos años de la escuela primaria de la aldea. Trabajó desde su infancia, primero en su casa, cuidando las ovejas y trabajando en la huerta, luego a la edad de 8 anos en la mina de carbón; y mas tarde en un comercio.

En su temprana adolescencia Evangelos leyó la vida de San Juan Kushnik. Le causó una impresión tan fuerte, que resolvió dejar todo e irse al Sto Monte Athos. Muchas veces trató de llegar allí, pero cada vez algo se lo impedía. Al fin cuando cumplió 14 o 15 años llegó al Sto Monte.

El Señor hizo, que en el barco donde iba Evangelos de Solien a Athos se encontraba su futuro maestro espiritual hieromonje Pantaleon. Este, enseguida tomó bajo su protección al joven, y presentándolo como su sobrino, le ayudó llegar al Sto Monte, ya que no dejaban entrar allí en edad tan temprana.

Al llegar a Athos, p. Pantaleon lo llevó a su celda de San Jorge en Kopsokalivia, donde cumplía la hazaña espiritual junto con su hermano p. Ioannikio. En esta celda anteriormente se salvaba el famoso anciano Jadgi-Jorge.

De manera, que Evangelos tuvo dos instructores experimentados. El alegremente se les entregó en completa obediencia. Lo único que lo afligía era, que sus maestros exigían poco de él. Andaba descalzo todo el tiempo, tanto en verano, como en el invierno, por los pedregosos caminos del Sto Monte; dormía poco, cubierto por una sola manta y en el piso duro de su celda. Tenia siempre la ventana abierta, hasta cuando nevaba. Trabajaba incansablemente: tallaba la madera, cortaba la leña, juntaba los caracoles, llevaba en la espalda bolsas de tierra para la huerta, ya que Kapsokalivia era un lugar rocoso y nada crecía naturalmente en él.

Todas las penitencias, ordenadas por sus ancianos maestros, les cumplía con alegría. Una vez lo mandaron a juntar caracoles sobre las rocosas laderas. Habiendo subido muy alto sobre las piedras resbaladizas, se sentó al borde de un abismo para poner los caracoles en su bolsa. De repente las piedras rodaron abajo y él junto con ellas fue precipitado al abismo. Apenas grito: Santísima Madre de Dios! que una fuerza lo tomó y depositó de otro lado de la quebrada. Temblando de emoción y con agradecimiento en su corazón a la Bendita Soberana, Evangelos volvió sano y salvo a su celda.

El joven asceta no conocía el ocio, no tenia ni un momento libre. Su mente y corazón estaban siempre ocupados por la oración. Aprendió a leer bien y ayudaba a sus maestros en la lectura y canto de iglesia, y en su celda siempre leía el Evangelio, que conocía ya casi de memoria.

Geórgico Papazakhos, profesor de la facultad de medicina de la universidad de Atenas, quién fue durante muchos anos medico personal de p. Porfirio, cuenta, de palabras del staretz el siguiente caso:

Cuando tenia 16 anos, una vez después de tomar la Comunión de Santos Misterios, sentí un tal amor a Cristo en mi corazón, que me fui al bosque y comencé a orar. Mi alma clamaba al amado Señor: "Gloria a Ti Dios! Tu estas dentro de mi, insignificante pecador, Tu eres mi Cristo, crucificado por mi, que sufriste por mi y llevaste mis pecados. Como puedo agradecerte? Que sufrimientos puedo pasar por Ti? Señor, envíame cáncer. Mándame para que pueda sufrir Contigo!" Repetía constantemente esta oración, y después fue a confesarla a sus maestros espirituales. Ellos le aconsejaron no hacerlo mas, ya que el Señor sabe mejor lo que le es necesario. Desde entonces no pedía mas esta enfermedad. "Pero — concluyo Porfirio — el Señor al final envío el cáncer ya en mis años de vejez. Así pude sufrir con El, aunque sea un poco."

No se sabe exactamente cuando, pero aparentemente, pronto, después de su establecimiento en M. Athos, Evangelos se hizo monje con nombre de Nikita.

Un día, el joven Nikita vino temprano a la iglesia, y estaba orando en su rincón oscuro. Entró en el templo un staretz ruso de 90 años, un monje Dimitrio, ex oficial del ejercito de Zar. Mirando alrededor, y no viendo a nadie, comenzó orar, poniéndose de rodillas. Durante la oración fue iluminado de tal Gracia, que se elevó en el aire no tocando el piso. Esta Gracia, que cubría al S-to staretz, tocó también al joven Nikita, cuyo corazón estaba listo para recibirla. Es difícil de describir sus sentimientos. Después de la Comunión, en el camino a su celda, su corazón estaba desbordado de alegría y amor a Dios. Levantando los brazos al cielo, él clamaba en voz alta: "Gloria a Ti, Dios! Gloria a Ti!

Durante toda su vida él conservó un agradecido recuerdo de este monje ruso, a través del cual, el Señor lo hizo renacer con Su Gracia Divina.

Cuando visité al p. Porfirio en 1986, estando el ya ciego y postrado por la enfermedad, cuando supo de donde venia, recordó a este monje ruso y pronuncio las únicas palabras que sabia en ruso: Santísima Madre de Dios, salva nos! Todo el aspecto de p. Porfirio emitía luz, alegría y amor. Este era el hombre mas luminoso, que encontré en toda mi vida. Saliendo de su celda, tenia sensación de tener alas y volar por el sendero del monasterio. Este sentimiento lo testimonian todos los que estuvieron con él.

Después que el joven monje Nikita fue tocado por la Gracia Divina en su vida se produjeron unos cambios significativos. El Señor lo colmó de dones espirituales, tal como colmó los Apóstoles después del descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

Por primera vez estos dones se revelaron cuando sus maestros volvían de un viaje lejano y p. Nikita los vió. El los vio como si estuviera al lado de ellos, a pesar de que se encontraban todavía fuera del alcance visual. El confesó lo acontecido a su maestro p. Pantaleon, quien lo aconsejó tener cuidado con este don y no mencionarlo a nadie. P. Nikita siguió fielmente este consejo, hasta que le fue indicado de no esconderlo mas.

El joven asceta no podía imaginar la vida fuera del Sto Monte, porción terrenal de la Madre de Dios, pero el Señor juzgó de otra manera. Por andar descalzo en invierno y dormir con ventana abierta, p. Nikita contrajo una pulmonía, que pasó a pleuresía. Sus maestros espirituales le ordenaron de dejar el Mte Athos e ir a curarse. Cumplido el curso de curación y sintiéndose mejor, p. Nikita volvió al lugar de su toma de habito, pero pronto tuvo una recaída. Entonces, los maestros, viendo que el clima del Mte Athos puede ser mortal para su discípulo, lo mandaron al continente, no dando su bendición para volver al Sto Monte. Así a los 19 anos, p. Nikita dejó el predio terrenal de la Madre de Dios y habitó en el monasterio de San Jarlampio en Leukona, no lejos de su aldea natal. Allí él continuó la regla de oraciones de Mte Athos, pero ya no podía hacer tanto ayuno.

Una vez, su monasterio fue visitado por el jefe de la iglesia de Sinaí, arzobispo Porfirio. Después de conversar con el joven asceta, el arzobispo, sintiendo su gran espiritualidad, decidió de consagrarlo. Así el 26 de julio de 1927, por imposición de manos lo consagró hierodiacono, y al dia siguente, fiesta de san Pantaleon — hieromonje, cambiando su nombre por Porfirio. P. Porfirio tenia entonces solo 21 años.

Pronto, a pesar de su juventud, el metropolitano Pantaleon de Karist lo nombró confesor del monasterio. Esta obediencia él cumplió en el monasterio de san Jarlampio hasta el año 1940. Muchos habitantes de lugares vecinos venían a él, buscando curación de sus heridas del alma. Y p. Porfirio sin descanso servia a ellos. Largas colas esperaban su turno, ya que las confesiones duraban horas. Y así pasaba cada día. Por sus tareas incansables por la salvación de las almas, en 1938 p. Porfirio fue elevado al rango de archimandrita.

Una característica de su trabajo espiritual era el amor misericordioso del pastor hacia su rebano y una plena comprensión de sus necesidades. P. Porfirio creía en un acercamiento personal del pastor a cada hombre. En el principio de su trabajo como confesor, aplicaba el rigor canónico a todos sin excepción. Pero pronto comprendió, que cada persona necesita su tratamiento y diferentes métodos de curación. Diez personas distintas podían hacerle la misma pregunta, y cada una recibía una contestación diferente. Mas tarde, instruyendo a otros confesores, les indicaba, especialmente, la necesidad de acercamiento personal a los fieles.

El protopresbitero Georgio Metalinos, un conocido teólogo griego, recuerda así el trabajo espiritual de p. Porfirio:

"... El me revelaba acontecimientos de mi vida, que conocía sólo yo. Asimismo me explicaba como debo tratar a mis hijos, dos de los cuales ya eran adolescentes. "A tu hija mayor, decía, hay que tratarla así, a tu hijo medio — en esta otra forma. Tu hijo menor es todavía pequeño y con el esta todo en orden." El me revelo los caracteres de mis hijos mayores, y sentí, que no los conocía; me pareció que no fui yo, quien vivió con ellos toda su vida, sino p. Porfirio. El me decía, que en la educación de uno de mis hijos, debo orar mas para él. "No importa lo que le digas, él no te escuchará, porque esta lleno de espíritu de contradicción, pero tu, de rodillas contá esto a Dios y el Señor, con su Gracia le transmitirá tus indicaciones."

Sobre mi otro hijo me dijo: "Este niño siempre escucha lo que tu le dices, pero olvida fácilmente. Por eso debes pedir de rodillas que la Gracia Divina marque tus palabras en su corazón, para que las palabras paternas caigan en buena tierra y puedan dar fruto." Estos eran sorprendentes métodos educativos — concluyó el relato el protopresbítero Georgio.

En otro caso, a una madre de cinco hijos, aconsejo alejarse de la casa durante un mes. Ella trataba tan mal a sus familiares, que los hijos se peleaban entre si, no atreviéndose a contradecir a su madre y hacia pagar unos a otros sus enojos. Cuando ella volvió, encontró su familia en paz.

El sacerdote Jorge Evtimiu, recordando las enseñanzas que le daba p. Porfirio, para la educación de sus hijos, escribía: "P. Porfirio subrayaba siempre, que no hay que presionar a los hijos, ellos no deben crecer inhibidos, esto les perjudica. Este consejo ayudó a muchos padres que herían las almas de sus hijos con su trato severo." Starez decía: "Háganse santos, y sus hijos crecerán buenos."

A una madre decía: "hay solo un modo para evitar dificultades en la educación de los hijos, — la santidad." A su pregunta como hacerse santa, él contestó: "Es muy simple: cuando viene la Gracia Divina." Y cuando ella llegara? Preguntó la mujer. El respondió: "Con la humildad y oración. Pero nuestra oración debe ser fuerte y viviente. Siempre recibimos la respuesta, cuando oramos con fe."

Su razonable acercamiento como pastor se demuestra en el ejemplo de una pareja de recién casados. El esposo cumplía los ayunos y la mujer — no, porque así estaba educada. Ella no tenía nada contra los ayunos, pero no estaba acostumbrada. Cuando le contaron a p. Porfirio de su desacuerdo en este asunto, él aconsejó al esposo: Cumplí como siempre el ayuno, pero no hables de esto a tu mujer, que la heladera sea llena de comida, que coma ella, y tu guarda el ayuno." Con el tiempo, la esposa maduró y también comenzó a ayunar.

Una joven tenia intención de suicidarse porque sus padres la regañaban continuamente. Compró un veneno fuerte y estaba lista para tomarlo. De repente se le apareció p. Porfirio, quito el veneno de sus manos y dijo: "No tomes, todo se arreglará. Te casarás, tendrás hijos y todo estará bien." Luego todo paso así.

Cuando comenzó la Segunda guerra mundial y Grecia fue ocupada por los alemanes, p. Porfirio seguía con el mismo entusiasmo ocupándose de su grey. En este tiempo paso un caso, que demuestra su abnegado amor al prójimo.

Un día él caminaba por una calle a las orillas de Lekavitos y ahí vió a un soldado alemán, que acosaba a una joven. Ella estaba asustada y trataba con voz trémula de pedir ayuda. Pero la calle parecía muerta, sólo a través de las persianas cerradas la gente asustada seguían la escena. Cuando p. Porfirio vio lo que pasaba, se dirigió enérgicamente hacia la desdichada víctima, orando por dentro, que el Señor muestre Su fuerza, a través de su debilidad. Acercándose al soldado, levanto sus brazos al cielo. Ver al sacerdote con brazos levantados y el rostro luminoso con la fuerza Divina que emanaba de él, hicieron el milagro; el soldado soltó a la joven y avergonzado se fue. P. Porfirio siguió su camino y los habitantes lo acompañaron con aplausos y gritos de agradecimiento.

Pronto, en relación con la guerra, p. Porfirio recibió un nuevo destino, servir a los heridos en la iglesia del hospital de San Gerasimo en Atenas. Su sueldo era mísero y lo entregaba todo a su familia, que dependía completamente de él. Acostumbrado al trabajo, aquí tampoco quedó ocioso. Primero organizó la cría de gallinas y con eso sacaba algo de dinero, luego — un taller de tejido. También fabricaba su incienso y con eso hizo un interesante invento: encontró el modo de unir las sustancias aromáticas con el carbón. De manera, que en el incensario se usaba este carbón aromatizado y no necesitaba incienso.

Los médicos de aquel policlínico, donde servia p. Porfirio, pronto comprendieron que clase de sacerdote trabajaba en la iglesia del hospital, y comenzaron a dirigirse a él por consejo en casos complicados y, a menudo, por la sanación en casos desesperados. El monje Moisés de la ermita de san Pantaleon, del Mte Athos, relata el siguiente caso:

"Una ves me sentía muy mal y fui a visitar a p, Porfirio. Me miró y definió con exactitud, la causa de mi dolencia, mientras los médicos, ya muchos años, no pudieron establecer un diagnostico correcto. Cuando volvía de ver a los médicos, de nuevo visite a p. Porfirio, y él me dijo: "Hijo mío, esto no es un don mío propio, sino de Dios. Yo digo solo lo que el Señor me ordena decir y no lo que mi mente, imaginación u opinión me dictan."

Después me relató: "Hace muchos años vino a verme un profesor de universidad, que se quejaba de cierta dolencia. Le dije: Profesor, esto le viene del seno materno. El comenzó a llorar. Le pregunte la causa. Me respondió: "Tiene Ud. razón, padre. Mi madre me contó, que cuando me encontraba en su seno, mi padre dio un golpe a su abdomen para provocar el aborto." Aquí el padre Porfirio agrego: "Yo no me encontraba en el seno de su madre, pero el Señor me indicó decir, lo que dije."

Otro caso relato Georgiu Dimitriu, el administrador de las aerolíneas de Chipre: "Mi nieto recién nacido estaba en peligro de muerte, tenia algo en los pulmones. Los médicos no podían determinar de que se trataba. Seis días yo oraba por su salud y al final fui a ver a p. Porfirio. Cuando le conté esta desgracia, él me dijo: "Siéntate, y déjame revisar a tu nieto.." Se concentró y dijo: "En su pulmón derecho se acumuló el liquido, que pronto se disolverá. No temas, el niño vivirá. Tu lo llevaras a casa el lunes." Vi al padre el sábado, y el lunes llevé a casa a mi nieto completamente sano.

Para p. Porfirio era suficiente mirar a una persona para hacer un diagnostico correcto. Ademes lo podía hacer a gran distancia. En el caso de una monja, que vivía en otra ciudad, él diagnostico la fractura de su columna vertebral. Otro caso semejante relató un párroco de la iglesia de Sta Trinidad en Limassol, p. Miguel Mijkhael.

Esto paso en 1986. El segundo hijo de p. Miguel nació prematuro de 8 meses. Sus pulmones casi dejaron de funcionar. P. Miguel fue inmediatamente a pedir ayuda a p. Porfirio, el cual dijo: "Vuelve enseguida al hospital y deciles a los médicos que no le saquen el oxigeno al niño. Pero... a pesar de todo, el niño sanara. No te preocupes, no pasara nada con él." P. Miguel volvió al hospital y trasmitió a la enfermera las palabras de p. Porfirio de no sacar el oxigeno al niño. Ella contestó: es asunto nuestro, sabemos cuanto tiempo hay que dejar el oxigeno al niño. P. Miguel se dirigió al medico, que había recibido al niño durante el parto. El medico contesto: es asunto de la enfermera jefe.

No habiendo logrado nada, p. Miguel volvió a su casa. A las 12,30 de la noche, lo llamaron del hospital, ya que el niño se encontraba en situación crítica: tuvo una hemorragia en los pulmones y los médicos ya no podían hacer nada. Esto ocurrió porque le sacaron el oxigeno antes del tiempo. El padre del niño lo bautizó de urgencia, dándole el nombre de Stilianos. Y paso otro milagro: después del bautismo el pequeño Stilianos quedó completamente curado, tal como lo predijo p. Porfirio.

P. Porfirio podía sanar, tocando el enfermo. Una vez lo visitaron un medico y su esposa. Habiendo contado sus problemas y recibido respuestas exhaustivas, los esposos empezaron a despedirse. P. Porfirio, con su habitual sonrisa paternal, tomó la mano de la mujer justamente en el lugar donde ella tenia un fuerte dolor. P. Porfirio no sabia nada de esta dolencia que trataban con inyecciones y remedios contra inflamación. Cuando p. Porfirio tomó su mano, la mujer sintió un calor suave, que paso por todo su cuerpo y una leve turbación. Pero enseguida esto pasó y junto desapareció el dolor en su mano. La mujer con lagrimas en los ojos dijo a p. Porfirio: "Esto también lo sabia Ud.?" Desde este día ella tiró a todos los remedios y no tuvo que recurrir mas a los médicos.

P. Porfirio sanaba no solo a los humanos, sino también a los animales. Un domingo, en Evi del Norte, donde descansaba, pasó este caso, relatado por él mismo:

Una pastora me pidió orar por su rebano de cabras, que estaban aquejados por algún mal. Yo accedí. Ella trajo a todo el rebano cerca de la iglesia. Me paré delante de las cabras, elevé mis brazos al cielo y comencé a recitar distintos salmos que se refieren a los animales. Ninguna cabra se movió. En cuanto termine la oración y baje los brazos, salió del rebano el macho cabrío, se me acerco y besó mi mano, luego, tranquilo volvió a su lugar. No pasó así?" — preguntó p. Porfirio a una monja, que estaba cerca. — Si, padre, esto paso exactamente así — contestó ella, — yo estuve presente.

P. Porfirio amaba mucho a los animales. Tenia un loro, que sus propietarios echaron por su mal carácter. Con él se trasformo en una ave muy responsable. P. Porfirio hasta le enseño pronunciar la oración de Jesús. El medico del staretz relató: "Me sorprendió oír el loro repitiendo la oración de Jesús en la celda del padre. "El es mas espiritual, que yo, — decía p. Porfirio, — me canso y me duermo, en cambio, él vela y ora." P. Porfirio también trató de domesticar a un águila.

Los dones de clarividencia del padre eran múltiples. Uno de estos era de ver el agua debajo de la tierra. A menudo, sin salir de su celda él ayudaba encontrar el agua para cavar un pozo. A una monja de Chipre, que lo visitó, él describió exactamente la disposición de su convento y el lugar donde deben buscar el agua. Ellos, hasta entonces, trataban en vano a encontrarla. El agua fue encontrada donde indicó el padre.

Durante su trabajo en el hospital, vino un hombre para confesarse. El padre lo preguntó de donde venia, y al saber que era de la aldea Elia, preguntó si su casa se encontraba en el medio del campo. El hombre dijo que si. P. Porfirio le indicó, que debajo de su casa pasa un gran río subterráneo. El hombre se fue sorprendido, ya que no esperaba oír nada semejante. Muchos anos después, una empresa extranjera hizo prospección en aquella zona, buscando petróleo. Cuando hicieron una perforación de 400 metros de profundidad, salió una columna de agua de tal fuerza, que podría inundar a toda la región, si no la habrían obturado a tiempo.

El metropolitano Lauro (Shkurla) el actual jefe de nuestra Iglesia, en aquel tiempo arzobispo, fue quien primero me contó sobre p, Porfirio. El lo visitó en los anos 80. Al saber, que él es prior del monasterio de Santa Trinidad en E.U., de repente, con su vista interior vio a todo nuestro convento, lo "observo" y contó al Arz. Lauro que hay, y donde, previendo la construcción del campanario y las dificultades que surgirán, justamente durante la excavación de los fundamentos donde se toparán con una surgiente subterránea. Efectivamente hubo que emplear muchos esfuerzos para cerrar. Hay que hacer notar, que p. Porfirio tuvo un sentimiento muy cálido hacia Arz. Lauro y hasta lo llamaba por teléfono al monasterio. Cuando yo en el año 1986 mencione a Arz. Lauro, padre Porfirio se iluminó todo y con emoción espiritual elevó ambas manos.

La clarividencia de p. Porfirio ayudaba no solo a los pecadores de volver al camino recto, también devolvía a la iglesia las almas extraviadas en la herejías, y a veces convertía en ortodoxos a creyentes de otras confesiones. Una ves un hijo espiritual de p. Porfirio, estudiante de la Academia de teología, trajo a él su amigo que estaba atraído por el hinduismo y buscaba consejo con distintos "guru."

Viendo a este hombre por primera vez, p. Porfirio lo pregunto por su esposa e hijos. Esto sobrecogió tanto al buscador de sabiduría oriental, que con sentimiento de profunda penitencia, se confesó con p. Porfirio y volvió al seno de la Iglesia Ortodoxa. Cuando los dos amigos se iban, el converso confeso a su compañero: "Es verdad, que estoy casado y tengo dos hijos, pero nunca te lo mencione. Los abandone de veras, y p. Porfirio supo esto!"

La Iglesia Ortodoxa para p. Porfirio era el centro de su vida. Toda su actividad giraba alrededor de ella, como una rueda alrededor de su eje. El no podía hablar de la Iglesia sin lagrimas. Los obispos eran para él las encarnaciones e imágenes de Cristo, y los veneraba. Estaba muy afligido cuando escuchaba criticar a los obispos o lo leía en los periódicos. El obispo para él era la cabeza de la Iglesia local, colocado por Dios, y a pesar de las cualidades personales del mismo. Este concepto sobre el poder episcopal, para él era sagrado. Staretz decía: "Cristo Se revela sólo dentro de la Iglesia, donde los hombres están juntos, aman unos a otros, a pesar de los pecados; no por sus esfuerzos, sino, por la misericordia y amor de Cristo. El amor de Cristo nos mantiene unidos. El nos hace como cuerpo y participamos en la vida Divino-humana del Señor. Sólo así, y en ninguna otra forma, podemos elevarnos por sobre la fuerza destructiva del pecado. Y la cima de la verdad es la Santa Eucaristía.

Sobre el Sacramento de la Confesión, decía: "La confesión es el camino de los hombres hacia Dios. Es el don de amor Divino al hombre. Nada ni nadie puede quitar al hombre ese don."

P. Porfirio no era parcial, él, como sol, iluminaba por igual a los malos como a los buenos y su amor traspasaba hasta los corazones mas endurecidos por el pecado.

Un conocido escritor y teólogo, el Arquimandrita Ioanikio Kotsonis, recordaba como una vez, el padre, bendiciendo a las casas para la fiesta del Bautismo del Señor, y pasando de una casa a otra, entró también en una casa publica. Cuando hacia la aspersión con agua bendita, cantando el Troparion de la festividad, salió la administradora de este ántro y dijo que sus chicas no eran dignas de besar la cruz. El le contesto: "Pienso, que no ellas, sino tu eres indigna de besar la cruz."

Luego, él dejo las chicas besar la cruz y conversó con amor con ellas. El les habló del amor hacia Dios, que era su tema favorito. Viendo el aspecto santo del anciano, como la pecadora del Evangelio, con lagrimas escuchaban sus palabras salvadoras. "Amen a Cristo, Quien os ama y verán cuan felices serán. Si sólo podrían saber cuanto El os ama. Traten de corresponder a su amor." P. Porfirio comprendía que solo el amor a Cristo seria capaz de arrancarlas a esta terrible "profesión."

Una vez a p. Porfirio llegó toda una banda de "roqueros-motoqueros" sobre sus motos. Escondieron sus motos en otra cuadra y directamente pasaron sin esperar su turno. Uno de ellos dijo: "deci nos algo, padrecito." — "Que decirte, Demetrio? Que tu moto es tal y de tal marca?" Esta respuesta clarividente cambió la actitud de los muchachos hacia p. Porfirio. Desde entonces lo visitaban y buscaban sus consejos espirituales. El Padre decía así de ellos: "De los que me visitan, estas son las almas más inocentes y puras."

Sobre la clarividencia del padre se puede escribir mucho. Mencionaremos aqui solo algunos casos, que atestiguan este don.

Un conocido escritor griego y periodista Panagiotis Satirjos relata: "Una vez el staretz con tres de sus hijos espirituales iba caminando al monasterio para oficiar las vísperas. Al caminar un poco, el anciano se cansó y todavía faltaba mucho para llegar al monasterio. Decidieron intentar de parar algún auto. En esto en la lejanía apareció un taxi. Los tres acompañantes del padre quisieron pararlo. El padre dijo: "No se preocupen, el taxi parará solo. Pero cuando suban no deben hablar con el chofer, con él hablaré solo yo."

Pasó exactamente así. El taxi paro a pesar de no hacerle señas con las manos. Todos subieron y el padre dijo adonde debía ir. Cuando el taxi se puso en marcha, enseguida el taxista comenzó a acusar el sacerdocio de todos los pecados capitales. Cada vez que tiraba su siguiente acusación, se dirigía a los sentados atrás con estas palabras: No es cierto, muchachos? Que dirían de esto? Pero ellos, por obediencia, callaban. Cuando el taxista comprendió, que no le van a contestar, se dirigió a p. Porfirio y pregunto: Que dirás, papito, lo que escriben los diarios es todo verdad, no es cierto?

El padre contesto: "Hijito, te contare una corta historia. Te la contare sola una ves y no tendrás que escucharla dos veces. Vivió un hombre el lugar (lo nombró). Tenia un vecino anciano que era propietario de un gran terreno. Una ves de noche, el hombre mató al vecino y lo enterró. Luego, usando documentos falsos, se apropió de la tierra del vecino y la vendió. Y sabes que compro con el dinero? El compró un taxi."

Apenas el taxista escucho esta historia, se puso a temblar, paso a la banquina y gritó: "Cállate, padre, solo tu y yo sabemos esto." — "Dios también lo sabe, — respondió el staretz — El me dijo para que te lo pase. Mira, haz la penitencia y corregí tu vida."

P. Porfirio siempre era enfermizo, pero hacia la vejez sus dolencias aumentaron mucho. El tenia hérnia, en 1978 tuvo un infarto, luego comenzó la paulatina ceguera, quedando completamente ciego hacia 1987. Su medico, Georgio Papazakhos decía que tenia muchas dolencias: paso un infarto de miocardio, su hígado casi no funcionaba, sufría ulceras sangrantes del duodeno, tenia eczema en la cara, dermatitis en las manos, una bronquitis crónica, y otras...

El staretz poseía la paciencia del justo Job. Cuando el eczema recrudecía, el sufría mucho. A la pregunta que sentía, el contestó: "Siento como si mi mejilla estaría apoyada sobre una sartén caliente." El demostraba una completa tranquilidad, y sus padecimientos no se expresaban exteriormente, no se escuchaba ninguna mínima queja.

Su medico una ves la preguntó: "Porque muchas personas del sacerdocio los monjes en especial, rechazan la ayuda medica, considerando que la Madre de Dios los sanara?" El padre dio la siguiente respuesta: "Esto es egoísmo. Es una insinuación diabólica, que el Señor va a hacer una excepción a la regla general, y me dará una sanción milagrosa. El Señor hace milagros, pero nosotros no debemos sentirnos dignos de ellos. Esto es una presunción. Y además el Señor procede con las manos de médicos. Señor nos dió médicos y medicinas — dicen las Sagradas Escrituras."

Fue grande la humildad de p. Porfirio: enseñando y salvando a otros, él se humillaba y salvaba también a si mismo. Su medico relata el siguiente caso.

Una vez p. Porfirio lo llamo al mediodía, casi después que varios pacientes le expresaron su amor y gratitud por sus tratamientos. El padre le dijo: "Gregorio, nosotros dos iremos al infierno! Escucharemos allí: 'Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, de quien será? Así es el que hace para si tesoro, y no es rico para con Dios' (Luc. 12:20-21). Gregorio interrumpió al p. Porfirio: "De que gozamos en esta vida, padre? Un auto casi roto, una cuenta bancaria vacía, y la falta de sueño." El padre ásperamente contestó: "Que dices? No te dice la gente que buen medico eres? Como los quieres, como les cuidas? Tu no nos despojas... Y tu estas gozando con estas lisonjas, tu las recibís con agrado. Oh, tu ya perdiste tu premio. Lo mismo pasa conmigo. Ellos me dicen que estoy pleno de dones, que por solo tacto puedo hacer milagros, que soy santo. Y yo, un débil tonto, gozo con ello. Oh, por eso ambos, tu y yo, iremos al infierno!"

Una vez, recuerda Georgio, — estaba yo bastante deprimido, pensando que mi vida, en su mayor parte, transcurría en un pasatiempo vano e insensato. Teléfono del p. Porfirio. "Doctor, haz escuchado una vez la expresión: 'ellos no probarán la muerte'? Podemos, si queremos evitar la muerte. Todo lo que hay que hacer — es amar a Cristo, con todo nuestro corazón, señor cardiólogo." Y el padre rió alegremente de otro extremo de la línea telefónica.

Una ves, p. Porfirio, discutiendo sobre la diferencia entre un hombre humilde y uno que se siente inútil, hizo notar que el hombre humilde es consciente de sus pecados y su insignificancia y acepta la opinión de su confesor y sus prójimos: el puede ser triste, pero no desesperado. En cambio, el hombre deprimido se cierra en si mismo y piensa solo de sí mismo. El pecador arrepentido, que confiesa sus pecados no queda en su cascara. En esto está la grandeza de nuestra fe, el confesor lo ayuda a expresar sus pecados y a no volver atrás" — dijo él.

En general, ante el espíritu de abatimiento, él aconsejaba a menudo vencerlo con la oración y un paseo al aire libre. Una de sus hijas espirituales se quejó que a menudo cae en la depresión, él entonces la preguntó: "Porque te quedas encerrada en la casa?" — Y a donde puedo ir, respondió ella? "Anda a pasear por las montañas — esto ayuda mucho" dijo el padre.

Staretz consideraba, que la mejor vida es la vida simple y aldeana. Para los habitantes de las ciudades, el aconsejaba pasear lo mas posible por las montañas. Fomentando entre los niños el deporte de esquíes en las montañas, él decía: Allí pueden ver el cielo, la nieve y toda la belleza del paisaje. Piensen en Aquel, que creó todo esto."

Una noche p. Porfirio se sintió mal de corazón y llamó a su medico. Cuando el medico lo ausculto, le preguntó si había vivido algunas emociones fuertes durante el día. El padre lloró y en forma entrecortada, contó loa acontecimientos sangrientos, que se desarrollaban en estos momentos en las calles de Rumania. Allí se producían las batallas callejeras ya que el pueblo se levantó contra el régimen comunista de Chauchescu. P. Porfirio veía, con sus ojos del corazón, la muerte y sangre tal como lo contaron los diarios de todo el mundo, al día siguiente. El continuaba llorando y Georgio oró para que el Señor quitara esta imagen de la vista interior del padre, ya que esto destruía su corazón amante. "Como a ti, padre, pueden ayudarte los medicamentos, cuando tu no eres de este mundo? — pensaba el medico, — tu corazón late aquí, en Oropos, pero se encuentra en Rumania. La cardiografía muestra que apenas tienes vida, pero para ti esta preparada la vida eterna en el cielo." Georgio se fue todo emocionado en el fondo de su alma, estando consciente, que el Señor le permitió alternar con un portador viviente del amor Divino.

Un caso semejante pasó en 1974, cuando los turcos desembarcaron en Chipre. Temprano a la mañana, del 20 de julio, p. Porfirio despertó a todos que estaban con él, y con lagrimas en los ojos, les comunicó que a esta hora el ejercito turco desembarcaba en Chipre, y hasta indicó el lugar exacto donde se iniciaron las acciones bélicas.

P. Porfirio, con la ayuda del Espíritu Santo, podía encontrar lugares santificados por las oraciones de los Santos. Una vez, viajando por Creta, fue sobrecogido por la belleza de un lugar en Sfakia, sobre la costa sur de la isla, llamado Francocastello. Como él explico mas tarde, esta región fue santificada por las oraciones y hazañas de padres ascetas, de los primeros tiempos del cristianismo. El sacerdote, que lo acompañaba no sabia nada sobre esto, pero luego investigó, y era verdad que en esta región, antes, se encontraban las celdas de los ermitaños.

P. Porfirio decía que habitualmente, para lograr un estado espiritual particular (conocido solo a él) debía por medio de la oración pasar una batalla espiritual, que duraba de 15 a 30 minutos. Pero, cuando se encontraba en un lugar santificado, esto no era necesario. "Yo entro, por ej., en la santa cueva de San Nifonte ó San Nilo, sobre el Monte Santo, o San Juan el Teólogo en Patmos y, hasta antes de orar, el lugar Santo otorga alas a mi espíritu hacia lo alto." El siempre subrayaba la importancia de visitar lugares santos. Consideraba, que tales lugares, como Monte Sinaí, la cueva de San Juan en Patmos o Jerusalén, están plenos de Gracia Divina y son capaces de santificar al hombre.

En un día claro y soleado estaba sentado p. Porfirio, junto con su hijo espiritual, sobre un banco del patio. Se le acerco un Archimandrita, prior del monasterio de Chipre. Cuanto se saludaron p, Porfirio de repente persigno la rodilla del prior. "De donde lo sabe Ud. esto?" — pregunto el prior. (Desde su infancia la rotula solía salir de la articulación). Luego comenzó una conversación amistosa. El prior contó: "Estudié en N. América y recibí allí el doctorado en teología. Me dieron una beca para escribir la tesis doctoral sobre la Teología mística. Para eso fui al Monte Athos. Habiendo estudiado cuidadosamente el tema, supe que el intelecto debe dirigir el corazón. Dígame por favor, padre, que enseña su teología practica sobre esto?

"No, no estoy de acuerdo. El corazón debe dirigir a la mente" — contesto p. Porfirio. — "Puede Ud. explicármelo, por favor?"

"cuando se despierta el intelecto lo primero que piensa es como va a mentir y dar vueltas hoy ante sus clientes. Si es, por ej., un comerciante: como debe conducirse, que debe decir a tal o cual, que tiene que hacer a otro, en que forma ganar mas dinero, etc. El corazón tiene en la vida una dirección completamente diferente. Ve a un niño y lo quiere acariciar... Pone la mano en el bolsillo y da dinero a un discapacitado. Corre al hospital y visita a un enfermo, Con alegría ofrece su ayuda y dinero. Ciando habla el corazón, la mano vacía el bolsillo. Cuando habla el intelecto, la mano no toca el bolsillo. Por eso, para mi, el corazón es mucho mas importante."

Luego el padre explico al prior, que el intelecto no le interesa la oración — esta es la región del corazón. Tienen intereses diferentes. El intelecto vive en la región del racionalismo, en cambio, el corazón tiene contacto con la Divinidad.

"Ud. sabe que tenemos la posibilidad de contacto con Dios. En los momentos de fuerte dolor espiritual ó físico, el intelecto rinde sus posiciones, atado con las ordenes del corazón. Hablando del corazón, no estamos refiriéndonos al corazón corporal, sino al corazón interior, guardado. Cuando el intelecto esta dominado se autoanula y entra en el corazón. Y que ocurre entonces? Se torna claro y luminoso. Es por eso, que el Señor dice: "Llamen a Mi puerta y abriré! Pidan a Mi lo que quieran, y os daré." Cuando acontece esto? Cuando nuestras oraciones llegan a Él. Ud. sabe, que si quiere parar alguien en la calle, grita fuerte: "Juan, Juan!... sin esto, la persona no oirá, y no se dará vuelta. El Señor también debe escuchar nuestra voz. Cada ves, que nosotros consideramos que estamos orando, escucha el Señor nuestra oración? Esta es la cuestión. Cuantas veces, orando, comenzamos a bostezar, ó llegan a la mente diferentes pensamientos, que alguien nos trato mal, como podemos recibir de vuelta algo perdido, que hay que hacer para eso, etc... No se puede llamar esto oración. Por eso, sólo a través de sufrimiento del alma y del cuerpo, el hombre puede abrir la puerta a Cristo.

Y cuanto mas difícil parece esto, tanto mas fácil es en realidad. Es suficiente desear, creer, orar, y el primer paso — es la confesión y la Sta. Comunión. Es esto tan difícil?

P. Porfirio amaba a la verdadera ciencia y a las artes, y a pesar de sus dos grados de escuela primaria, poseía amplios conocimientos en muchos temas. El leía libros sobre todos los temas, física, medicina, astronomía, etc. Tenia muchos hijos espirituales con educación superior y decentes universitarios. Le gustaba hablar con científicos y académicos. Con cada uno de ellos él podía hablar libremente sobre el tema de su especialidad.

Una ves, un profesor de astronomía, de fama mundial, visitó a p. Porfirio. Comenzaron a hablar de astronomía... Luego el profesor dijo, que el padre lo sorprendió por la amplitud de sus conocimientos en esta ciencia. "El, realmente, sabia lo que decía y en nada permitía el error" — contó el profesor sorprendido. Otra vez, el director de hospital de Atenas, un cirujano conocido, fue muy sorprendido cuando p. Porfirio le describió en detalles como hay que hacer cierta operación.

A la iglesia de San Geracimo, donde oficiaba p. Porfirio, visitaban a menudo los profesores de la Universidad de Atenas. Nicos Zais, profesor de la cátedra de filosofía, relata el siguiente caso: "Las charlas con el padre tocaban muchos temas. A veces él me pasmaba con la variedad de sus intereses. Una ves estabamos apurados para llegar a un concierto en el Coliseo de Adrián. Dije a p. Porfirio donde íbamos, esperando con interés su reacción. Fue grande nuestra sorpresa, cuando dijo conocer al compositor y al director de orquesta. Y con conocimiento del tema habló de ellos y en general de la música clásica.

P. Porfirio valoraba los logros de la ciencia, consideraba positivamente a la tecnología contemporánea y la usaba para sus necesidades pastorales. El admiraba que el Señor dio al hombre las capacidades para hacer los descubrimientos científicos y aconsejaba a sus hijos espirituales a no rechazar la tecnología actual. Decía sobre este tema: "El Señor ayudó al hombre hacer muchos descubrimientos, entonces, porque el diablo puede usarlos y nosotros, los cristianos no nos atrevemos?"

Para atender a sus hijos espirituales, él todo el tiempo usaba el teléfono. Hasta, a menudo, tenia que llamar al extranjero y a todos los continentes. Por medio del teléfono, él podía dar una mano de ayuda en el momento necesario. Le gustaban mucho los radioprogramas de la Iglesia. El decía, que en este caso, se cumplieron las palabras de San Juan el Crisostomo: "Me elevaré alto para predicar sobre Cristo, y todo el mundo me oirá."

No consideraba el cine un invento diabólico. Una de sus hijas espirituales pregunto: "Me gusta ir al teatro y al cine, pero algunos de mis amigos dicen que un verdadero cristiano no debe frecuentar a los espectáculos. Que diría Ud. padre, sobre esto?" El respondió: "Tu puedes ir al cine y teatro, si lo deseas, en esto no hay nada malo, lo importante, no hacerlo para satisfacer los deseos pecaminosos."

P. Porfirio consideraba, que tanto el cine, como el teatro pueden contribuir para glorificar el nombre de Dios. Un conocido financista de Chipre, que vivía en Atenas, pensaba subsidiar una película sobre el "hijo prodigo." A pesar de que tanto el guión estaba escrito y el lugar de filmación elegido, y todo listo para comenzar el trabajo, él decidió ir a consultar al padre de que forma seria mejor hacer la película.

P. Porfirio comenzó a hablar con él del padre que perdonó a su hijo prodigo y en que forma, en general, deben actuar los padres con sus hijos en la sociedad contemporánea. Dijo: "Cuando ves, que el diablo vence a tu hijo, en lugar de enojarte con él por su desobediencia, ora a Dios. Aprende a hablar a Dios de tus hijos en lugar de discutir con ellos. Contá todas tus preocupaciones sobre ellos a Dios."

Le preguntaban, a menudo, — como puede salvarse uno en el mundo contemporáneo, lleno de ritmo de vida loco? Como se puede estar ante Dios en toda esta vanidad insensata? Para contestar esta pregunta, él relataba: Poco tiempo después de ser nombrado párroco del templo de San Geracimo, del policlinico de Atenas, sintió una seria tentación — justo, frente al templo, de otro lado de la calle, había un comercio de discos fonográficos. El dueño para atraer a los compradores, todo el día ponía los discos a todo volumen. El padre tenia dificultad para oficiar los servicios religiosos. Hasta pensaba renunciar a ser párroco de este templo. Pero, como siempre en su vida, antes de tomar la decisión definitiva, humildemente pidió a Dios de indicarle una salida correcta de la situación. Para esto ayunó y oró los tres dais siguientes. En el tercer día encontró en el templo un cuaderno de apuntes del hijo de uno de los miembros del consejo parroquial, que aquel olvidó sobre el banco. En el cuaderno había apuntes de las clases de física.

Pasando las hojas del cuaderno, su atención fue atraída por las anotaciones sobre las ondas acústicas. Después de leerlo, se le ocurrió una idea. — Si se tira una piedrita al agua, se forman ondas circulares, que se expanden en varias direcciones. Si se tira, luego, una piedra grande en otra parte del lago, se formaran las ondas circulares mas grandes, que al expandirse, cubrirán a las primeras.

Esto era la respuesta a su oración. Al día siguiente, él oraba con gran intensidad durante la Divina Liturgia, olvidando todo lo que lo rodeaba. El formó en su mente y corazón sus "ondas circulares" espirituales, que cubrieron a todo lo que distraía de la oración. Y desde entonces, la música del comercio no lo enojaba mas.

Un estudiante de la facultad de teología, que no quiso revelar su nombre, relato el siguiente caso: "Los acontecimientos relacionados con mi encuentro con p. Porfirio se refieren al año 1956. En aquel tiempo, en Uessalia, donde yo vivía, pensaban construir un dique en el lago Megdova. Como resultado, el cercano valle debía quedar inundado. Tomando conocimiento de esto, un ex habitante del valle, que vivía en Taschkent, escribió a su esposa y le contó detalladamente, donde enterró un tesoro — dos barilitos con monedas de oro. El decía que ella rápidamente los desenterrara. La mujer mostró la carta al hermano de su marido y aquel, en seguida, fue a buscar el oro enterrado. Después de varios años, la región cambió bastante, los arboles crecieron y él no pudo encontrar bajo que árbol estaba el tesoro.

En aquel tiempo estaba fresca la memoria de comunistas-guerrilleros y la búsqueda del tesoro despertó sospechas de la policía local. Ellos pensaron, que estaba buscando armas escondidas, y lo arrestaron. Para justificarse, el buscador del tesoro mostró a los policías la carta de su hermano con la indicación del lugar del tesoro. El capitán, al leer la carta, ardió del deseo de encontrar el tesoro. Formó una sociedad con el maestro de escuela local y mi primo y se ocuparon de la búsqueda, pero no tuvieron suerte.

Al escuchar sobre la clarividencia del p. Porfirio, decidieron dirigirse a el, pidiendo ayuda. El padre supo enseguida que el tesoro existía, pero no quiso ayudar a esta gente. Ellos muchas veces venían a él y trataban de convencerlo de ir con ellos a aquel valle y mostrarles el lugar exacto del tesoro, pero el padre, sintiendo algo malo, aplazaba este viaje. Al final accedió de ir con ellos a Kardiza, la ciudad mas cercana al valle. Los tres buscadores del tesoro le alquilaron una habitación en el hotel, programando a la mañana comenzar la búsqueda.

A la mañana p. Porfirio se levanto muy temprano, tomo el ómnibus y se volvió a Atenas. Al no encontrarlo, y aprendiendo que se fue a Atenas, ellos pensaron que fueron demasiado sinceros con él, y que se debía hablar primero de algo espiritual. Mi primo se acordó de mi, estudiante de la facultad de teología y decidió que yo seria un intermediario útil entre ellos y el padre. Me mandó un telegrama, pidiendo venir inmediatamente. Pensando que pasó algo importante, después de las clases, tome el ómnibus y viajé.

Cuando me explicaron de que se trataba, después de algunas vacilaciones, accedí a ayudarlos. El domingo siguiente, al llegar a la iglesia de San Geracimo, pase directamente al altar donde p. Porfirio oficiaba la Proscomidia. Pedí su bendición. Bendiciéndome, pregunto: "Eres estudiante de teología?" Conteste, que si. Entonces él dijo: "Ya que estas aquí, darás el sermón." Al correrme a un lado pense: donde sabe que estudio teología, me habrá visto antes en algún lado?

El padre oficiaba la Divina Liturgia, y preste cada ves mas atención como él oficiaba. Todo su aspecto era increíblemente luminoso, pero, lo que me llamó mas la atención fue como él oraba. Parecía hablar con alguien a quien veía ante si. Después del versículo de la comunión salí ante la gente y dije el sermón. Luego volví al altar, espere cuando termine el oficio y pueda hablar con él. Al final, cuando consumió las Santas ofrendas, el padre antes de sacar las vestiduras litúrgicas, me llamo por mi nombre: "Nicolás! Como lograron mandarte a ti, aquí y hoy?" Cuando escuche esto, en primer lugar mi nombre, y en segundo lugar, la causa de mi aparición en el templo, me confundí y quería justificarme, cuando p. Porfirio de nuevo me dijo: :Tu no viniste solo, sino, ellos te enviaron."

Callado asentí. "Escucha lo que te diré: estos son gente mala." — "No, padre, yo no pienso así. Porque Ud. lo decidió así?" — "En aquella noche cuando viajé con ellos a Karclista y paré en el hotel, uno de ellos decidió matarme, después que encontraran el dinero. El quería recibir su parte y temía que yo avise del hallazgo a las autoridades. Pense, que no debe perderse su alma por el dinero. Por eso decidí, temprano a la mañana, irme. Es por eso que te digo, que no son gente buena."

Yo estaba anonadado por lo que escuche y no sabia que contestar. Naturalmente, no podía convénserlo. P. Porfirio me bendijo y dijo, que quería verme de nuevo. Con esto nos separamos. No deseando decir a otros lo que me dijo el padre, al volver dije que definitivamente no quería viajar a Kardista. Después que dos de ellos se fueron, mi primo me pidió de contarle en detalle mi conversación con el padre. Entonces, le conté todo lo que se hablo en el altar. Siendo un hombre honrado, mi primo no podía creer que alguien pueda planear algo semejante. Pero yo le pedí bajo juramento, de comunicarme lo que escúche del maléfico plan de sus compañeros.

Luego él me contó que una ves, cuando estuvieron juntos, y hablaron sobre la infructuosa búsqueda del tesoro, el maestro dijo: "Yo tenia razón, sospechando que el monje quiere delatarnos a la policía. Pero quise degollarlo, en cuanto encontremos el tesoro." El maestro este, poseído por la codicia, seguía todavía buscando el tesoro, hasta que dos meses después de lo acontecido, murió en un accidente automovilístico.

He aquí, en que circunstancias conocí al p. Porfirio, El fue luego mi padre espiritual y me acerque a él cada vez mas, — terminó su relato el ex estudiante de la facultad de teología. Lo característico de toda esta historia es, que p. Porfirio no quiso ayudarlos a buscar el tesoro para no provocar la perdida del alma del desdichado maestro, en cambio ni se acordó de si mismo. Esto recuerda el caso del padre San Juan de Kronstadt, cuando lo llevaban a una casa, donde lo esperaban los asesinos: "Me llevan a la muerte" — dijo, pero no retrocedió. Al p. Porfirio, la muerte no lo asustaba, sino, temía la perdida de un alma humano.

P. Porfirio en su alma nunca dejo el Monte Athos. No había nada en este mundo, que lo interesara mas que el Sto Monte y particularmente la ermita Kavsikalivia. Cuando en 1984 él supo que el ultimo habitante de la celda de San Jorge la dejo y paso a vivir en el monasterio, se apresuro al Sto Monte a la gran abadía de San Atanacio, a la cual pertenecía la ermita, y pidió que dejaran a él, aquella celda. El siempre soñaba de volver al lugar de sus votos, en la celda de San Jorge, 60 años atrás. El padre se preparaba para el ultimo viaje terrenal de su vida, antes de la partida de este mundo. Y el Señor escuchó el deseo de su corazón. Le fue dado irse con el Señor en el lugar de sus primeras hazañas.

Durante dos ultimos años de su vida terrenal p. Porfirio a menudo hablaba como va a responder en el Juicio Final. Comenzaba prepararse cuidadosamente a la muerte. Le gustaba recordar una historia de Paterik, donde un anciano monje, sintiendo la cercanía de su fin, se preparo la tumba y dijo a su discípulo: "Hijo mío, las piedras son resbalosas y el camino abrupto, puedes lastimarte si piensas llevar mi cuerpo a la tumba. Vamos allá, mientras todavía puedo caminar." El discípulo, sosteniendo al anciano, lo llevó hasta la tumba. El anciano se acostó en ella y entrego su alma a Dios.

Después, que p. Porfirio recibió la celda de San Jorge, ubicó allí primero a sus discípulos y predijo, que cuando su numero llegara a cinco, él mismo vivirá en ella. Durante el verano de 1991 allí ya vivían cinco monjes. El hijo espiritual del padre, doctor en teología, Constantino Grigoriadis, así relata su visita a p. Porfirio en Kavsokalivia:

"Encontrándome en la ermita de Kavsokalivia en la mitad de octubre de 1991, un mes y medio antes del deceso de p. Porfirio, supe que él vive aquí. Alegrándome por esta noticia, fui a visitarlo. El me recibió muy amablemente y pasamos tres horas en conversación espiritual. Ambos estabamos emocionados con este encuentro. Pregunté al padre porque pasaba esto. El me contestó: " No esperaba encontrarte aquí, en el lugar de mis votos. Esta celda significa mucho para mi, aquí comencé mi vida espiritual. Aquí llegue a los maestros espirituales de santa memoria, Pantaleon y Ioanikio. Y el Señor me permitió volver de nuevo aquí." Sus ojos ciegos y cerrados se llenaron de lagrimas alegres de agradecimiento a Dios.

Por su pedido, no lejos de la celda fue preparada la tumba para él. El dictó su ultima carta de despedida, en la cual pedía perdón a todos y daba su enseñanza. En la ultima noche de su vida terrenal él se confesó y comulgó. Después de esto sus discípulos comenzaron a leer el canon para la salida del alma. También leyeron la regla de la celda de gran ermita, según el rosario.

Las ultimas palabras de p. Porfirio eran las palabras evangélicas del Salvador en conversación de despedida con sus discípulos: "Que todos sean unidos." Y luego apenas audible, susurró: "Ve" y exhaló el espíritu. El Señor llevó su alma luminosa a las 4.31 de la mañana, el 2 de diciembre de 1991.

El día siguiente al amanecer, en cuanto el sol iluminó con sus rayos la cima del Monte Athos, sus santos restos fueron cubiertos por tierra. Para su alma brilló la luz de la vida eterna.

El hecho, que el padre Porfirio esta vivo con Dios, después de su muerte y pide por nosotros, muestra el caso siguiente: Hay en Atenas un hombre muy instruido, hijo espiritual de p. Porfirio, quien en forma regular se dirigía a él por consejo y, a menudo, no teniendo la posibilidad de visitarlo, llamaba por teléfono. Cuando el p. Porfirio se fue con el Señor, este hombre se encontraba en otra ciudad y no sabia nada de la muerte del padre. Después de volver a Atenas, surgieron algunas dificultades familiares, y él como siempre decidió de llamar a p. Porfirio, buscando su consejo. Tomo el teléfono, marco el numero y escucho la voz de p. Porfirio. Lo saludó, pidió su bendición y le contó sus dificultades. P. Porfirio lo escucho y le dio un valioso consejo. Contento el hijo espiritual dijo: "Vendré pronto a verlo, en cuanto me libere." A esto p. Porfirio respondió: "No me llames mas, porque ya estoy muerto."

Pero Dios no es Dios de los muertos, sino Dios de los vivos, y creemos que el p. Porfirio esta vivo con Dios, escucha nuestras oraciones y tiene fuerza para ayudarnos, e interceder por nosotros pecadores ante el trono del Altísimo!


San Porfirios del Monte Athos


                               Catecismo Ortodoxo

                   http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

Los Amigos de Dios - los Santos



La veneración de los Santos

Durante el bautismo, la persona recibe un nombre en honor de algún santo, el cual, desde este momento se convierte en su protector celestial. La persona ortodoxa debe conocer la vida de su santo y orarle diariamente para que él lo instruya en la vida y le ayude. El día del santo se celebraba por nuestros antecesores por medio de la Santa Comunión; este día se festejaba con más solemnidad que el día de cumpleaños.

¿Cuál es el sentido en la ortodoxia de venerar a los santos de Dios? ¿Acaso los santos en el Cielo están enterados sobre nuestras necesidades y dificultades aquí en la tierra y están realmente ellos interesados en nuestras vidas? ¿Escuchan ellos nuestras oraciones y tratan ellos de ayudarnos? ¿Existe realmente la necesidad de dirigirnos a ellos, o es suficiente rezar a Dios? Debido a que los sectarios han perdido la tradición apostólica, ellos no entienden el significado de la misión de la Iglesia de Jesucristo y por esta razón rechazan la necesidad de rezar a los santos en el Cielo. Trataremos de explicar en breve forma la enseñanza de la Iglesia sobre este tema.

La enseñanza ortodoxa sobre la veneración de los santos deriva de la deducción que todos aquellos que todavía se encuentran en el proceso de salvación o aquellos que ya están salvados, o sea, los vivos y muertos, todos ellos componen una familia unida en Dios. La Iglesia es una gran sociedad que abarca el mundo visible e invisible. Es una enorme organización universal, construida sobre un cimiento de amor, donde cada uno de nosotros debe preocuparse no sólo de sí mismo, sino también del bienestar y salvación de los demás. Los santos son aquellas personas que durante sus vidas terrenales manifestaban más amor al prójimo que los demás.

Nosotros, siendo ortodoxos, creemos que en el momento de la muerte la persona virtuosa no interrumpe el contacto con la Iglesia, pero asciende a un nivel celestial muy alto, donde reina la Iglesia Triunfante. Una vez encontrándose en el mundo espiritual, el alma de la persona virtuosa no deja de pensar, desear y sentir, y estas cualidades se manifiestan en una forma más profunda y perfecta.

La gente no ortodoxa, habiendo perdido la vívida relación con la Iglesia terrenal y Celestial, tiene un concepto muy turbio y contradictorio con respecto a la vida de ultratumba. Algunos de ellos piensan que después de la muerte, el alma de la persona entra en un estado de adormecimiento, como si se desconectara de todo que lo rodea; otros piensan que el alma de la persona, aunque sigue siendo activa después de la muerte, pierde todo el interés al mundo terrenal que ella abandonó. Otros dicen que a los santos no se les debe rezar por la razón de que los cristianos deben tener una relación directa con Dios.

¿Cuál es la enseñanza de las Santas Escrituras con respecto a los virtuosos que dejaron este mundo terrenal y sobre la fuerza de sus oraciones? En los tiempos de los apóstoles la Iglesia se percibía como una familia espiritual -la Iglesia terrenal y la Iglesia Celestial. El apóstol Paulo se dirigía a los cristianos neófitos en la siguiente forma: "Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos" (Hebr. 12:22-23). En otras palabras, ustedes, convirtiéndose en cristianos, se reunieron a esta gran familia y entraron en una íntima relación espiritual con el mundo del Cielo y los virtuosos que se encuentran allí. Las palabras de despedida del apóstol Pedro a los cristianos de Asia Menor eran: "También yo procuraré con diligencia, que después de mi fallecimiento, vosotros podáis siempre tener memoria de estas cosas" (2 Pedro 1:15); claramente testifica por medio de esta promesa que él continuará preocupándose de ellos desde aquel mundo espiritual.

La antigua práctica de dirigirse a los santos mártires y a todos los santos para que ellos nos ayuden por medio de la fuerza de la oración se estableció sobre una consciente y vívida relación con el mundo Celestial y terrenal de la Iglesia.

No a todos, pero a los más fervientes y virtuosos, aún en esta vida terrenal, Dios los caracteriza como a "Sus amigos," glorificándolos por medio de los dones del Espíritu Santo y los milagros. De la misma forma Jesucristo se dirigió a los apóstoles en la Última Cena: "Vosotros sois mis amigos, si hiciéreis las cosas que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho saber" (Juan 15:14-15; Mat. 12:50). La santa historia nos ofrece una vasta cantidad de ejemplos de la cercanía espiritual, "la oración de los santos a Dios." Así, por ejemplo, Abraham pidió a Dios que Él tenga misericordia para la gente de Sodoma y Gomorra, y Dios estaba listo para cumplir su pedido, si por lo menos hubiesen existido diez virtuosos en esas ciudades (Gen. 18:16). Otra vez fue cuando Dios anuló el castigo a Abimelec, el rey de Gerar, por la oraciones de Abraham (Gen. cap. 20). La Biblia narra que Dios hablaba con el profeta Moisés cara a cara, "como un hombre que habla con su amigo." Cuando María, la hermana de Moisés, cometió un pecado y fue castigada por la lepra, Moisés rogó a Dios del perdón para ella (Éxodo 33:11; Núm. Cap. 12). Se puede también presentar otros ejemplos sobre la fuerza de la oración de los santos de Dios.

Los santos no impiden y no debilitan en la gente la necesidad de rezar directamente a Dios, nuestro Padre Celestial. Como sabemos, los abuelos no disminuyen la autoridad de los padres sobre sus niños cuando tratan de ayudarles a educarlos. Mas nada alegra tanto a los padres que observar a los hermanos mayores preocuparse de la crianza de los menores. De la misma forma nuestro Padre Celestial se alegra cuando los santos rezan por nosotros y tratan de ayudarnos. Los Santos poseen una fe más fuerte que la nuestra y se encuentran cerca de Dios, debido a la virtuosidad, que ellos con sacrificio obtuvieron aquí en la tierra. Por esta razón es muy importante que nos dirijamos a los santos como a nuestros hermanos mayores, que rezan por nosotros al lado del trono de Dios.

Todavía en la tierra, los santos veían y sabían todo aquello que para la gente común estaba cerrado. Especialmente estos dones tienen que ser muy bien conocidos para ellos en el momento de que se liberan del cuerpo físico y pasan al mundo espiritual más elevado. Por ejemplo, el apóstol Pedro pudo ver lo que sucedía en el corazón de Ananías; a Eliseo se le abrió la mala acción de Gizeo y, lo que es asombroso, que también se le abrieron todas las intenciones secretas de la corte del rey de Siria, las cuales él comunicó al rey de Israel. Algunos de los santos, a los cuales se les manifestaba en espíritu el mundo Celestial, veían muchedumbre de ángeles, otros eran dignos de contemplar la imagen de Dios (Isaías, Ezequiel); otros eran elevados hasta el tercer Cielo, y escuchaban misteriosas palabras, el sentido de las cuales no podía ser descrito, como en el caso del apóstol Paulo. Con más razón, estando presentes en el Cielo, ellos tienen la capacidad de saber todo lo que sucede aquí en la tierra y escuchar a todos aquellos que se dirigen a ellos, debido a que los santos en el Cielo se "igualan a los ángeles" (Hechos 5:3; 2 Reyes, cap. 4; 2 Reyes 6:12; Lucas 20:36). Por medio de la parábola del Señor sobre el "Rico y Lázaro," nosotros nos enteramos que Abraham, encontrándose en el Cielo, podía escuchar el llanto del rico que sufría en el infierno, a pesar del enorme precipicio que los separaba. Las palabras de Abraham: "tus hermanos tienen a Moisés y a los profetas, óiganlos," claramente nos informan que Abraham conoce la vida de la gente hebrea; los últimos aparecieron recién después de su muerte; también conoce a Moisés y sus leyes, sabe sobre los profetas y sus escrituras. Los ojos espirituales de los virtuosos en el Cielo, indudablemente son más amplios que eran aquí en la tierra. El apóstol escribe: "Ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido" (1 Cor. 13:12).

La cercanía de los santos al Trono de Dios y sus oraciones por los fieles que están en la tierra podemos verla en el libro de Revelación en el cual el apóstol Juan escribe: "Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los animales, y de los ancianos; y la multitud de ellos era millones de millones" (Rev. 5:11). A continuación él describe las visiones de los jinetes, la gente que está rezando en el Cielo, los que sufren en la tierra: "Y otro ángel vino, y se paró delante del altar, teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el humo del incienso subió de la mano del ángel delante de Dios, con las oraciones de los santos" (8:3-4).

¡Es muy grande la fuerza de la oración! "Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos; la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho" (Sant. 5:16), instruía el apóstol Santiago. La oración por el prójimo es una expresión de amor hacia él; y los santos en el Cielo, orando por nosotros, nos manifiestan su amor de hermandad y preocupación.

En el Evangelio y otros libros del Nuevo Testamento encontramos muchos casos que testifican la fuerza de la oración por la demás gente. Así, por ejemplo, por el pedido del oficial del rey, el Señor curó a su hijo (Juan 4:46-53); por la súplica de la mujer cananea su hija fue liberada del demonio (Mat. 15:21-23); por el pedido del padre, el Señor curó a su hijo poseído (Marc. 9:17-25); por el pedido de los amigos, curó y perdonó al paralítico, que ellos bajaron del techo con su lecho de enfermo (Marc. 2:2-25); por la fe del centurión romano fue curado su siervo (Mat. 8:5-13). Además, la mayoría de las curaciones milagrosas del Señor, Él las realizaba a distancia, estando lejos.

Si las oraciones de la gente común tienen tanta fuerza, con más razón son las oraciones ardientes de los santos que presencian al Trono de Dios. "Y ésta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye" (1 Juan 5:14), nos escribe Juan, el apóstol muy querido por el Señor.

Ésta es la razón por la cual la Iglesia de los tiempos más antiguos en sus enseñanzas siempre hablaba a los fieles sobre la utilidad espiritual de la oración a los santos. Esto se puede ver por medio de las liturgias antiguas y monumentos literarios. En la liturgia del apóstol Santiago nosotros leemos: "En especial conmemoramos la Santa, Gloriosa y siempre Virgen María, Bendita Madre de Dios. Recuérdate de ella Dios, y por Sus puras y santas oraciones ten misericordia y piedad de nosotros." San Ciril de Jerusalén, explicando la liturgia de la Iglesia de Jerusalén, dice: "Luego conmemoramos en la liturgia por el reposo en primer lugar: los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, para que por medio de sus plegarias, Dios reciba nuestras oraciones."

Existe una vasta cantidad de testimonios de los padres y maestros de la Iglesia, especialmente desde el cuarto siglo, sobre la veneración de los santos por la Iglesia. Pero ya desde el principio del segundo siglo, existen testimonios literarios sobre el antiguo cristianismo donde directamente se indica la fe y la oración de los santos en el Cielo por sus hermanos aquí en la tierra. Los testigos de la muerte del mártir San Ignacio el beato (principio del segundo siglo) dicen: "Volviendo a nuestros hogares llenos de lágrimas, nosotros celebramos la vigilia nocturna. Luego, después de haber dormido brevemente, unos de los nuestros de repente vieron aparecer a San Ignacio, el beato, y abrazarnos. Otros lo vieron rezando por nosotros." Otras escrituras semejantes a ésta, en las cuales se menciona la oración y ayuda de los mártires por nosotros, existen en otros relatos sobre la época de las persecuciones de los cristianos.

La convicción de la santidad del difunto se confirma particularmente por medio de los siguientes testimonios: martirio por Jesucristo, la intrépida manifestación de la fe, el abnegado servicio a la Iglesia, el don de curar. En especial, cuando Dios confirma la santidad del difunto por medio de los milagros después de su muerte mediante su conmemorada oración.

Aparte de ayudarnos mediante la oración, los santos nos ayudan a conseguir la salvación por medio del ejemplo de sus vidas. El conocimiento de las vidas de los santos enriquece al cristiano con la experiencia espiritual, debido a que ellos con más fervor personificaban el Evangelio en sus vidas. Existen muchos ejemplos de la vívida fe, coraje, perseverancia y paciencia. Siendo gente igual que nosotros, y habiendo superado las más intensas tentaciones, ellos nos inspiran que con paciencia y sumisión sigamos nuestro camino hacia la salvación.

El apóstol Santiago llamaba a los cristianos para que ellos imiten con paciencia a los profetas antiguos y a Job el Mártir, para recibir una fuerte fe como el profeta Elías. El apóstol Pedro instruye a las mujeres cristianas a tomar el ejemplo de humildad y obediencia de Sara, la esposa de Abraham. San Paulo indica unos ejemplos de los sacrificios de los virtuosos en la antigüedad, comenzando de Abel y terminando con los mártires de Macabeo, tratando de convencer a los cristianos para que ellos los imiten y concluyendo estas instrucciones con las siguientes palabras: "Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta" (Hebr. 12:1; 1 Pedro 3:6; Sant. Cap. 5).

El Señor dice: "Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 5:15-16). Los santos son aquellas estrellas luminosas que nos indican el camino hacia el Reino de los Cielos.

Apreciaremos entonces la cercanía entre Dios y los santos y nos dirigiremos a ellos para que ellos nos ayuden, siempre recordando que ellos nos quieren y se preocupan de nuestra salvación. El conocimiento de la vida de los santos en nuestros tiempos es muy importante, especialmente cuando existen tantas orientaciones cristianas y el verdadero e ideal concepto cristiano es disminuido y tergiversado.



Los testigos de la verdad

(Los sacrificios de los mártires)

Cuando un fiel entra a una Iglesia Ortodoxa, inmediatamente se encuentra en una atmósfera muy diferente a la que él está acostumbrado. La razón es que él se ve rodeado por imágenes de ángeles y santos, reconociendo en estas imágenes a personas de diferentes nacionalidades, épocas, nivel social y educacional. En estas imágenes podemos reconocer a príncipes, campesinos, ricos, pobres, sabios y gente sin educación formal. Pero lo que muchos de ellos tienen en común es que fueron obligados a dejar este mundo en una forma violenta, significando que ellos murieron como "mártires" por Cristo. Cuando en la antigüedad se usaba la palabra "martis," en el idioma griego significaba "testigo." Nosotros queremos hablar aquí sobre el significado del martirio por Cristo.

El significado corriente de la palabra "Mártir," es "testigo," o sea, lo que vio o escuchó una persona y de acuerdo a eso, presenta su testimonio. Las decisiones de una corte se determinan en base del testimonio del defensor y acusador. Del testigo se requiere que él responda únicamente basándose en lo que observó y no en sus propias opiniones o suposiciones. Él debe presentar solamente el hecho. El cristiano se convierte en "testigo" de la fe cuando por medio de la palabra y el ejemplo de su vida, testifica una nueva vida en Cristo. El objeto del testimonio no es superficial, más bien es la experiencia espiritual interior.

Las Santas Escrituras denominan a Jesucristo como al "Mártir Justo" (Rev. 1:5; 3:14). Después de Pentecostés, los testigos son Sus discípulos: los apóstoles y los predicadores del Evangelio (Hechos 1:8 y 1:22; 1 Pedro 5:1; Rev. 2:13 y 6:9).

Esta es la forma en la cual el Señor se expresaba con respecto al propósito de Su venida al mundo: "Díjole entonces Pilato: ¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz" (Juan, 18:37; 8:32). La verdad sobre la cual testificaba el encarnado Hijo de Dios, no era una enseñanza filosófica abstracta, pero sí una revelación Celestial de Aquel que escuchó de Su Padre y vio en el mundo espiritual, de donde Él vino. Él nos revelaba todo como un Ser que tiene una enorme sabiduría y experiencia, y conoce muy bien la vida de los seres beatos en el Reino de Su Padre.

Aquellos que recibían Su testimonio estando aún en esta vida pasajera, eran unidos por Él a la vida beata de acuerdo a sus capacidades, anticipadamente, otorgándoles el sabor de la felicidad mediante la unión con Dios, y haciéndoles sentir una cálida y vivificante luz celestial. Aquella gente que conoció la beatitud de Dios, sola se convertía en testigo de Jesucristo por medio de la palabra y una vida virtuosa.

Para los apóstoles la experiencia espiritual se sentía muy profundamente. San Juan escribía con respecto a sí mismo y a los demás apóstoles lo que ellos experimentaban por medio de la cercanía con Cristo: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida; (Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido). Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Y estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido" (1 Juan 1:1-4).

Si Jesucristo hubiese ofrecido únicamente ideas abstractas, estas ideas hubiesen sido recibidas pasivamente sin despertar drásticas divisiones dentro de la sociedad, lo que se observa en la historia cristiana. Las palabras de Jesucristo, como una fuerte luz, penetran en las tinieblas del alma del pecador, descubren delante de él toda la pobreza moral juntamente con las llagas arraigadas de su alma. Por esta razón, creer en Jesucristo y aceptar Su enseñanza, lleva inmutablemente a la reconstrucción de la ideología y a un cambio radical de la vida. Al mismo tiempo, esta luz espiritual profundiza más y más en los laberintos del alma del pecador, derrama un benéfico bálsamo, curando las heridas e infundiendo en la persona una fuerza moral vivificante, inspirándolo hacía una vida virtuosa. A medida de que la persona se purifica y se perfecciona moralmente, la benevolencia de Dios se experimenta con más intensidad. Delante de sus ojos espirituales se abren nuevos horizontes, comienza a entender con más profundidad la esencia de la vida espiritual, la vanidad y la mentira de la sociedad que la rodea y con más visibilidad toma el rumbo hacia la meta correcta y a las acciones positivas. Luego, basándose en la experiencia propia, finalmente comprende cuánto mejor y más hermoso es el deseo de una vida llena y perfecta con Dios en comparación con el estado interior vacío y oscuro. En verdad, el Reino de Dios se transforma para el fiel en un tesoro inestimable (Mat. 13:44) por el cual, para adquirirlo, él sacrifica todo lo que posee, incluyendo la vida.

Lamentablemente, no todos son capaces de ver la luz, no todos encuentran en sí las suficientes fuerzas para separarse de las malas costumbres, abnegar los bienes materiales para la renovación del alma. Por medio de los relatos evangélicos nos daremos cuenta que desde el primer día que el Señor comenzó a pronunciar Sus sermones, la sociedad humana comenzó a dividirse en dos grupos: aquellos que con alegría recibían la palabra de Cristo, y aquellos que se negaban a aceptarla. Más aún, existían aquellos que muchas veces no sólo ignoraban lo que el Señor les decía, sino se revelaban en contra de Él con odio e indignación. El Salvador así nos explica estas situaciones: "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra verdad, viene a la luz, para que sus obras sean manifestadas, que son hechas en Dios" (Juan 3:20-21). En otras palabras, la enseñanza del Salvador posee la cualidad de abrir la verdadera disposición de la persona, sus ambiciones y preferencias secretas. La persona que era espiritualmente neutra y escuchó luego el sermón evangélico, no puede ya permanecer indiferente, o será Su discípulo, o Su enemigo.

El odio de los escribas y líderes religiosos hebreos hacia Jesucristo progresivamente aumentaba. Finalmente, este odio culminó en el juicio donde ellos lo calumniaron, sentenciaron a la muerte y luego consiguieron el permiso de Pilato para crucificarlo. De esta forma, el primer Testigo de la fe (Rev. 1:5), se transformó en el primer Mártir por ella. Pero Él mismo, por medio de Su resurrección, venció al demonio, el cual es el fundador y líder de la calumnia y de la muerte, convenciendo a todos que tarde o temprano la virtuosidad siempre triunfará.

La resurrección de Jesucristo y el descenso del Espíritu Santo eran aquellos dos famosos acontecimientos que definitivamente convencieron a los apóstoles en la veracidad de todo aquello que el Señor Jesucristo les legó y, como testigos de los acontecimientos evangélicos, decidieron dedicar sus vidas a la propagación de la fe de Cristo. Sus sermones, para ellos, eran como un testimonio de aquella vida beata que recibieron en Cristo. Así como durante la vida del Señor Su enseñanza atraía a unos y repelaba a otros, de la misma forma sucedía en los siglos consiguientes, dispersándose por diferentes países, como si dividiera a la gente en dos grupos. "No penséis que he venido para traer paz en la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra," predijo el Divino fundador de la fe (Mat. 10:34-35).

La primer persona que murió por su fe en Cristo fue el diácono Esteban, el cual murió apedreado detrás de las paredes de Jerusalén muy pronto después del descenso del Espíritu Santo. Con el tiempo, en diferentes países y en diferentes circunstancias, murieron por la fe de Cristo sus discípulos y apóstoles. Por lo visto, el último que falleció por causas naturales, era el apóstol Juan, por su valor, firmeza y fidelidad con respecto a la Cruz del Señor.

Nerón (54-68) fue el primer emperador romano que comenzó una persecución masiva y sistemática de los cristianos. Durante su reino fueron ejecutados en Roma los apóstoles Pedro y Paulo. Los cristianos eran entregados a los circos para el entretenimiento de los romanos. En el circo los sometían a diferentes torturas, como por ejemplo, ser devorado por animales salvajes, o ser sumergidos en brea caliente, o encendidos como antorchas para alumbrar la ciudad.

San Justino, el filósofo, escritor (2º siglo), que también terminó su vida como mártir, ilustra en el siguiente relato cómo prácticamente el cristianismo dividió la sociedad, comenzando por la familia. En la ciudad donde él vivía, escribe San Justino, una mujer pagana se convirtió en cristiana. Debido a esto su esposo, siendo pagano, se llenó de odio hacía ella y se quejó a la corte regional. En vista que nada bueno esperaba a la mujer, ella consiguió una prorrogación del juicio para poder arreglar los asuntos de sus bienes. Mientras ella arreglaba sus asuntos, su esposo atrajo al juicio a un tal Ptolomeo, el cual, como él se enteró, introdujo a su esposa al cristianismo. Ptolomeo fue interrogado en el juicio, y cuando él reconoció enfrente de todos su fe cristiana, el juez lo condenó a la pena de muerte. En ese momento, dos personas que presenciaban el juicio comenzaron a protestar diciendo: "¿cómo puede ser que una persona honesta pueda ser sentenciada a muerte nada más que por sus convicciones religiosas?." El juez interrogó a los que protestaban para averiguar si ellos también pertenecían a la fe cristiana. Cuando ellos le respondieron que sí, él los condenó a muerte. Así sucedió mientras se preparaba el caso en contra de la mujer cristiana; tres cristianos perdieron sus vidas. Finalmente la mujer fue enjuiciada y condenada a muerte.

Todo comenzó, como explica San Justino, que la mujer, convirtiéndose en cristiana, no quiso participar más en los perversos placeres corporales de su esposo, considerándolos repulsivos, (2ª Apología de Justino al Senado Romano).

Aunque por nombre se conocen nada más que varios miles de mártires, en realidad, esta cantidad llega a los millones.

Las persecuciones de los cristianos nunca cesaban completamente, únicamente aumentaban o disminuían y cambiaban de un sitio a otro. Hubo ciertos períodos donde las persecuciones eran muy intensas y pesadas para los fieles. En los tres primeros siglos de la era cristiana las persecuciones eran encabezadas, en la mayoría, por los emperadores romanos. Después de un período comparablemente tranquilo, comenzó una nueva ola de persecuciones sangrientas iniciadas por los musulmanes árabes en los siglos 7-9; luego son remplazadas por los turcos en los siglos 13-18 (debemos mencionar sobre el contraste de los métodos que usaban los musulmanes para la propagación de su fe, en comparación de los métodos cristianos). Los apóstoles se acercaban a la gente con una palabra llena de amor; ellos estaban llenos de humildad y muchas veces fueron víctimas de parte de los incrédulos. Los musulmanes propagaban su religión por medio del fuego y la espada desde el primer día de su fundación. Finalmente, en las primeras décadas del siglo 20, con toda su fuerza y enfurecimiento, se dirigen en contra de los fieles - los ateos-comunistas. Debemos mencionar que cada persecución consecutiva era más cruel y sangrienta que la precedente. Las Santas Escrituras predicen persecuciones aún más terribles antes del fin del mundo.

De esta forma, la guerra en contra de la fe cristiana continúa durante toda la historia del Nuevo Testamento. Como explican las Santas Escrituras, la guerra es encabezada por medio del espíritu caído, el antiguo dragón que se considera el príncipe y líder de este mundo.

Pero habiendo sufrido la muerte física, los testigos de Cristo no padecieron. Todo lo contrario, ellos, como Él, triunfaron espiritualmente y ahora reinan con Él en el Cielo (Rev. 3:21).

Las condiciones en las cuales murieron los predicadores de la fe son muy individuales. Pero lo que tienen ellos en común es que el Señor Jesucristo y la vida plena de gracia que ellos recibieron por medio del cristianismo, fue lo más importante en sus vidas. "El cristiano es más capaz de entregar su vida por la fe, que un pagano entregar un pedazo de su manto por sus ídolos" escribió Orígenes (carta a Selsios 7:39, cap. 182-215). Para ellos abjurar a Cristo y Su enseñanza significaba rechazar lo más valioso, o sea, privarse de Dios y de la vida eterna. La idea de rendirse enfrente del mal y la calumnia con el propósito de asegurarse la existencia en esta vida terrenal insignificante, era recibida por los fieles como una terrible tragedia.

El martirio cristiano se distingue en su esencia con la abnegación de los fanáticos. El fanatismo es una ciega adicción o apego a una idea. Los fanáticos son capaces de entregar sus vidas para comprobar una idea. Por ejemplo: los monjes budistas se incendiaban ellos mismos para llamar la atención de la sociedad con respecto a sus problemas sociales. El cristianismo prohibe el suicidio, considerándolo un pecado mortal que no tiene perdón de Dios. "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra" (Mat. 10-23). Los mártires no morían para comprobar una convicción o idea, sino, porque ellos no querían perder la vida espiritual de la Gracia, recibida en Jesucristo. La vida eterna en el Cielo era más valiosa para ellos que la vida física y temporal aquí en la tierra.

"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Filip. 1:21), decía el apóstol Paulo. Él aconsejaba a los cristianos que ellos reciban las persecuciones por Cristo con alegría, como un honor y razón para recibir en el Paraíso más recompensa: "Porque a vosotros es concedido, por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él" (Filip. 1:29).

Sabiendo muy bien todos los sufrimientos a los que serán sometidos Sus seguidores, el Señor Jesucristo los prepara con las siguientes palabras:

"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos: sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres: porque os entregarán en concilios, y en sus sinagogas os azotarán; Y aún a príncipes y a reyes seréis llevados por causa de mí, por testimonio a ellos y a los Gentiles... Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno... Y cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos. No penséis que he venido para traer paz en la tierra: no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa" (Mat. 10:16-42).

Viendo la fe inquebrantable de los cristianos y esa firmeza con la cual ellos iban a los sufrimientos y a la muerte, muchos paganos se convencían de la veracidad de la fe cristiana, y se convertían también en cristianos. Comunican una gran verdad las palabra de Tertuliano (escritor del tercer siglo), que "La sangre de los mártires es semilla de los nuevos cristianos."

Los cristianos mártires son testigos de los dones eternos, de la riqueza espiritual y de la verdadera vida. Habiendo dejado este mundo penoso, ellos disfrutan ahora de la indescriptible vida feliz enfrente del Trono del Todopoderoso, de la misma manera como se le manifestó al apóstol Juan:

"Después de estas cosas miré, y he aquí una gran multitud, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; Y clamaban en alta voz diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban alrededor del trono, y de los ancianos y los cuatro animales; y postráronse sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios diciendo: Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás. Amén. Y respondió uno de los ancianos diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de grande tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero" (Rev. 7:9-17).

Por medio del sacrificio los mártires de Cristo testifican la real existencia de las riquezas espirituales y la existencia de otra vida que es incomparablemente mejor que la nuestra. Ellos nos llaman a batallar firmemente con la maldad, querer a Dios y estar consiente de la dicha de tenerlo a Él en nuestras almas. Por medio de las oraciones de los santos mártires, pediremos que Dios nos dé una sólida fe y firmeza, tan indispensable para el alcance de aquel desembarque tranquilo hacia el Reino de Dios.



Ascetismo monástico

(Los santos venerables)

Hay personas que se entregan totalmente a la ciencia, a las artes, a la política o a otra actividad que les gusta. ¿Por qué? Pues porque ellas tienen esa vocación. Ellas contribuyen al progreso de aquellas ramas de la educación y la cultura a la cual se dedican. Por otro lado, existen personas a las cuales no les interesa tanto el progreso intelectual, sino la adquisición de la perfección interior. Ellas buscan la rectitud, y para lograr este fin se vuelven monjas o monjes.

La vida en el mundo poco ayuda a la perfección espiritual, más bien ella la entorpece. El Evangelista San Juan el Teólogo, explica cómo la vida cotidiana de la sociedad está envenenada por un triple mal:"Todo lo que hay en el mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida" Por ello, "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo" (1Juan 2:15-16). El objetivo del monasticismo es ayudar a liberar a la persona del mal que domina a este mundo: de la concupiscencia de la carne por el camino de la castidad y la abstinencia; de la concupiscencia de los ojos (es decir, pasión hacia la riqueza, a los bienes de este mundo) a través del camino del rechazo de los bienes propios; y del orgullo, obedeciendo al padre espiritual. Al derrotar al mal en su raíz, el monasticismo pone a la persona en el camino recto hacia la perfección espiritual.

La palabra "monje" proviene de la palabra griega "solo." Monje significa el que vive en soledad. Los monasterios surgieron como viviendas solitarias y alejadas del mundo. El monasticismo es un modo de vida, que se distingue de la forma común de vida de las personas de este mundo. De aquí el nombre en ruso -"Inoc," monje en castellano-, que significa otra persona, "diferente."

A través de muchos caminos se puede llegar al Reino de los Cielos; el Evangelio ofrece a la persona para su elección una gran amplitud de modos de vida. Basta que haga el bien y se aleje del mal. Aunque para aquellos que sienten el llamado a una forma de vida más perfecta el Señor dice "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame... si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven, y Sígueme...." "Hay vírgenes (eunucos) con la intención de ganarse el Cielo. El que pueda ser capaz de esto, séalo. El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo Mío" (Mateo 16:24; 19:12-21, Lucas 14:26-33) Aquí se señalan en particular aquellos requisitos importantes de los cuales se componen los votos monásticos (promesas que se hacen a Dios al ingresar al monasticismo).

La aspiración a una forma ascética de vida comenzó al mismo tiempo que el cristianismo. Según San Cassian, el reverendo (siglo 4), los primeros monjes fueron los discípulos del Evangelista San Marcos, quien fue el primer obispo de Alejandría (en Egipto). Ellos se alejaron hacia los lugares más apartados de la ciudad, en los cuales llevaban una forma de vida regulada y espiritualmente más elevada, establecida por San Marcos.

Filón, el historiador hebreo contemporáneo de los apóstoles, habitante de Alejandría, describe la vida de algunos terapeutas que se alejaron a los suburbios de Alejandría, exactamente como describió San Cassiano la vida de los primeros monjes alejandrinos, llamando monasterios a sus viviendas.

Hay también testimonios que en Siria el monaquismo apareció ya desde los tiempos apostólicos. Santa Eudoxia, que vivió desde el año 96 d. C. en la ciudad de Heliópolis de Siria, durante el reinado de Trajano, fue convertida al cristianismo por San Germán, que era el superior del monasterio de hombres, en el cual vivían 70 monjes. Ella misma, después de convertirse al cristianismo, ingresa al convento en el cual había 30 monjas.

A pesar de la escasez de testimonios documentados, no hay duda de que el monaquismo comenzó en la época de los apóstoles. Difícil es imaginarse que en esos tiempos de gran ardor espiritual no hubiesen existido cristianos que seguían las enseñanzas del Apóstol San Pablo en cuanto a la virginidad, descrita en la Epístola a los Corintios (1 Cor. 7). Un ejemplo vivo para estas vírgenes siempre fue y será el mismo Señor Jesucristo, la Santísima, siempre Virgen, María, el Profeta San Juan Bautista, el muy querido discípulo y también virgen Juan el Teólogo, el Apóstol Pablo, el Apóstol Santiago, hermano del Señor y primer obispo de Jerusalén, y muchos otros. Es a este gran ejemplo que siguió el monaquismo, esa es su fuente espiritual y es allí donde nació.

Así mismo explica el nacimiento del monaquismo el Santo Abad Doroteo el cual escribe: "Ellos (los cristianos) entendieron que hallándose en este mundo, no podían perfeccionarse en la virtud, por lo cual eligieron un modo de vida especial, una forma peculiar de obrar y sobrellevar el tiempo, es decir, la vida monástica; comenzaron a alejarse de las personas y a vivir en los desiertos, sometiéndose a ayunos y vigilias, durmiendo en el suelo y sobrellevando voluntariamente distintos sacrificios, renunciando a su patria, familiares, bienes y adquisiciones. En una palabra, ellos se crucificaron para el mundo."

En las antiguas comunidades monásticas se atendían principalmente las actividades espirituales: la oración, los ayunos, la meditación y razonamiento sobre Dios y al mundo espiritual. Pero también se consideraba imprescindible, para variar las tareas, el esfuerzo físico, ya que constituía un modo de conseguir su (sustento) alimento y la posibilidad de ayudar a los pobres. Al comienzo del siglo 4, en Egipto, surge el deseo espontáneo hacia el monasticismo.

El debilitamiento de la rigurosidad de la vida cristiana, y el ingreso en la Iglesia de tales paganos, que aún al convertirse seguían preocupándose de lo mundano, despertó aún más en los cristianos celosos (aplicados) el alejamiento de las ciudades y de las aldeas hacia el desierto, para que allí, alejados de las preocupaciones mundanas, llevar una vida ascética de auto-renunciación, oración y meditación acerca de Dios. Entre tales ascetas el primer lugar lo tiene San Antonio el Grande, que nació en el año 251, en Egipto. Deseando estar en una soledad absoluta se instaló en una fortaleza destruida sobre las orillas del río Nilo; 20 años vivió allí, en completa soledad, sometiéndose a distintos renunciamientos, rezando y ayunando. Con el tiempo, muchas personas se enteraron de la vida de San Antonio y comenzaron a visitarlo. Algunos fueron a vivir junto a él para llevar una vida ascética bajo su guía. Así, alrededor de San Antonio se formó un círculo de discípulos ascetas (año 305).

San Antonio no dio normas en forma detallada respecto a la vida monástica, pero explicó el camino dando una visión general, a través del cual se puede lograr la perfección moral deseada. Con el ejemplo de su vida les enseña el renunciamiento a los bienes terrenales, en completa sumisión a la voluntad de Dios, a la oración ininterrumpida, a la meditación de Dios en soledad y al esfuerzo físico. San Antonio estableció la vida monástica eremítica. Según el orden establecido por él, los ascetas se encontraban bajo la guía de un abad (padre-superior) vivían en forma separada unos de otros en celdas, o grutas, sometiéndose al solitario ascetismo. A estas comunidades ascéticas se las denominaba Lavra (monasterio muy grande).

Pero, todavía durante la vida de San Antonio, comenzó a introducirse otra manera de vida monástica, en forma comunal. Los ascetas se reunían en una comunidad bajo el mando de un abad y vivían juntos en una o varias viviendas, observando el mismo reglamento. Este tipo de comunidad se llamaba Cenobio (en ruso kinovia). El fundador de las comunidades monásticas fue San Pacomio, el Grande (año 348).

San Pacomio también nació en Egipto. Estando bajo el servicio militar durante una incursión, tuvo el deseo de hacerse cristiano al tener la oportunidad de conocer la beneficencia cristiana y, efectivamente, al terminar su servicio se bautizó. Cuando conoció la vida ascética en el desierto de Tebaida, San Pacomio eligió para sus futuros esfuerzos ascéticos un lugar cerca del río Nilo, conocido como Tavena; aquí le surgió la idea de establecer una comunidad monástica. En una de las islas sobre el río Nilo organizó un monasterio, en el cual, los que así lo deseaban, podían vivir juntos, en mutuo sacrificio.

La noticia sobre su ascetismo pronto atrajo a muchos discípulos, tantos que el monasterio construido por él no pudo contener a todos y se vio obligado a fundar varios monasterios más, encontrándose uno cerca del otro sobre la orilla del río Nilo. También construyó un convento de mujeres en la orilla contraria del río Nilo, en el cual ingresó su hermana.

En los monasterios creados por él, San Pacomio llevaba un determinado reglamento de vida comunitaria. Este fue el primer estatuto monacal. Toda la comunidad estaba dividida por este Santo, en 24 clases, de acuerdo al desarrollo espiritual dirigida por un solo abad. Cada monasterio tenia a su superior, denominado igúmeno o abad. A su vez ellos estaban bajo el mando de un abad superior, al cual le comunicaban sobre la condición de sus monasterios. En los mismos también había ecónomos y ayudantes, responsables de su dominio. Los superiores debían dar ejemplo de vida para el resto de los hermanos. Bajo la dirección de su superior, los monjes debían llevar una vida en oración, leer libros de contenido espiritual, en especial las Sagradas Escrituras, y someterse a labores. Los oficios divinos colectivos se realizaban dos veces al día (a la mañana y a la noche). Los monjes se reunían bajo una señal determinada, con humildad y en silencio, leían las Sagradas Escrituras, oraciones, y cantaban salmos. Los domingos recibían los Santos Sacramentos. Aparte de esto, debían rezar individualmente, antes y después de dormir. Después de los oficios o de las oraciones el superior conversaba con los hermanos sobre la vida cristiana. Los monjes se dedicaban a la lectura en sus habitaciones (celdas), en los tiempos libres después de sus oraciones y trabajos. Los libros eran entregados por el ecónomo de la biblioteca del monasterio.

Los monjes labraban la tierra, hacían jardines, trabajaban en herrería, en los molinos, en los talleres de cuero, en carpintería, en paño, y tejían canastos. Iban al trabajo en orden, y en silencio, detrás de su superior. El silencio era prescrito en cada momento. Todas estas obligaciones debían realizarse con una obediencia incondicional (indiscutible). Sin permiso del superior ninguno de los hermanos podía salir del monasterio o empezar otro trabajo. Todos los monjes usaban la misma ropa, la más sencilla. La ropa interior era de lino -una túnica sin mangas, la de arriba- de cuero. La cabeza se cubría con un gorrito de tejido de crines y en los pies usaban sandalias. Esta vestimenta no se quitaban nunca, ni siquiera para dormir. Los monjes de San Pacomio no tenían camas, sólo había asientos entre las dos paredes; se podía extender abajo sólo una estera. Los monjes se levantaban mucho antes del alba, comían una sola vez al día, normalmente al mediodía, y el sustento era de lo más simple: se alimentaban con pan, aceitunas, queso, verduras, y frutas. El domingo se ofrecía una cena. Comían todos juntos y en silencio.

Una de las principales promesas monacales del reglamento del abad San Pacomio es la (austeridad) no acumulación de riquezas. Al ingresante en la comunidad monacal no se le permitía traer ningún bien, hasta su ropa mundana se donaba a los pobres. El trabajo realizado por aquel u otro hermano, no le pertenecía a él sino a toda la comunidad. Los monjes recibían de los recursos comunitarios del monasterio todo lo indispensable para su existencia. Los ecónomos administraban el aprovisionamiento de la alimentación y de la ropa de tela de los hermanos, realizados en el monasterio o comprados fuera de él con dinero obtenido por la venta de productos monásticos. Para que estas reglas se cumplan, San Pacomio estableció que a los ingresantes a la comunidad no se los debía recibir antes de haber transcurrido un año de prueba. Durante la vida de San Pacomio la organización monacal establecida por él aumentó a siete mil monjes, y cien años después a cincuenta mil.

La forma de vida ermitaña y comunitaria pronto se propagó por todo Egipto y pasó a otros países. Así Amon estableció una comunidad de ermitaños sobre el monte Nitria, con un desierto lindero; San Macario de Egipto -en el desierto de Skit-, donde habitaban muchos ascetas extraordinarios. Hilarión, el discípulo amado de San Antonio, trasladó el monaquismo a su tierra natal, a Palestina, y en la cercanía de Gaza fundó un monasterio. De aquí el monasticismo se propagó por toda Siria y Palestina.

San Basilio el Grande, realizando un viaje por Egipto y Palestina, al familiarizarse allí con la vida monacal, la difundió en Capadocia (en Asia Menor, actualmente Turquía), tanto para mujeres, como para los hombres. El reglamento que dio a sus monjes pronto se propagó por el Este y se hizo universal. En el siglo 5 todo el Oriente estaba diseminado por monasterios: De los ascetas del siglo 5 eran sobresalientes: Isidoro de Pelusio, Simeón Estilita, Eutimio, Savva el Iluminado, y muchos otros.

San Simeón, nacido en Siria, muchos años dedicado a la oración sobre una columna, no se bajaba de la misma sufriendo hambre y la intemperie. Él inició un nuevo modo de ascetismo: el estilita. Eutimio, fundador del monasterio en Palestina, por su ascetismo recibió el don de realizar milagros. San Savva, discípulo de Eutimio, comenzó su vida de ermitaño a los 8 años. Él estableció muchos monasterios en Palestina e introdujo en ellos el reglamento de oficios.

Además del estilismo, en el siglo 5 apareció otro modo de ascetismo en la comunidad: la de los "No Durmientes." El monje Alejandro organizó un monasterio en el cual los oficios se realizaban diariamente (durante el día y la noche), en forma continua. Studion, un habitante acaudalado de Constantinopla, al cual le agradó esta orden, construyó en esa ciudad un monasterio semejante e invitó a su comunidad a los ascetas "No Durmientes." Ese monasterio recibió el nombre de Studita.

En el siglo 6 vivían ascetas admirables como Simeón el Necio (como sacrificio por Cristo fingía de ser loco), y de esta forma consiguió una plena impasibilidad, y San Juan Clímaco, durante muchos años dedicado en el monte Sinaí, el cual escribió una obra, conocida con el nombre de "Escalera al cielo" ("Lestviza") en la cual representó los grados de elevación espiritual hacia la perfección deseada. En el siglo 7 San Alipio el Estilita, dedicado a la oración más de 50 años sobre una columna. Al final del siglo 8 y comienzo del siglo 9, como representante de una vida monacal severa fue Teodoro Studita, conocido defensor de la veneración de las imágenes santas. De su monasterio, conocido por la severidad de la vida monacal, salieron muchos ascetas devotos, por ejemplo en el siglo 9 Nicolás, sometido a torturas por venerar a los iconos. Inocencio, célebre por su don de videncia y otros.

En el siglo 9 aparecieron ermitaños en monte Athos, como San Pedro en el siglo 11, que se sacrificó allí en soledad durante más de 50 años; San Atanasio (siglo 10), que organizó un monasterio en monte Athos, en el cual en poco tiempo aparecieron muchos ascetas.

Una inmensa dimensión y un gran logro espiritual alcanzó el monasticismo ruso, comenzando con San Antonio y Teodocio de Kiev-Pechersk, y terminando con los Santos Ancianos de Optina. Lamentablemente, aquí no hay posibilidad de narrar la historia del florecimiento y crecimiento de la experiencia espiritual del monacato ruso.

Ningún tipo de vida anterior puede impedir el ingreso al monacato, porque él mismo consiste en el arrepentimiento de los pecados, y el monasterio como una clínica para los enfermos. El que ingresa al monasterio en primer lugar se encuentra bajo prueba, con el fin de definir y cuantificar la veracidad y sinceridad de su deseo para dedicarse a la vida monástica.

En caso de que el superior del monasterio se convenza de la sinceridad de las intenciones, del nuevo hermano, lo bendice para que lleve el levitón eclesiástico (es una vestimenta larga y negra, con mangas angostas) con un cinto y una scufia (gorrito de forma cónica). Así, encontrándose a prueba el futuro monje, lleva el nombre de "obedecedor," pues su principal obligación es aprender a obedecer a su padre espiritual.

En el cumplimiento a conciencia de las obligaciones impuestas, el novicio debe revelar toda su paciencia y humildad, virtudes básicas de los monjes. "La obediencia es superior al ayuno y a la oración," es un dicho monacal. Esto es así, pues la obediencia fundada en la paciencia y humildad sirve para exterminar a la enfermedad más importante del alma, que es la soberbia y el amor propio, del cual surgen todas las iniquidades.

Cuando el novicio, al transcurrir un tiempo determinado, demuestra con su buen comportamiento la sinceridad de su aspiración por la vida monástica, puede ser tonsurado como hermano, o sea, el primer nivel monástico. Todavía no da ninguna promesa pero, por lo general, recibe un nuevo nombre y puede usar, aparte de la sotana y la escufia, una cogulla (una sotana, vestimenta larga y negra con mangas anchas, que se usa encima de la sotana simple, con mangas angostas) y la kamilavka (especie de birrete, ensanchado arriba). Para el tonsurado en este primer escalón preparatorio a la vida monacal existe un orden de oficio divino especial llamado "Orden para la vestimenta de la sotana y el atavío."

"El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor, pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer"(1 Cor. 7:32-34). El Señor le dijo al joven que buscaba la vida eterna "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo" (Mat. 19:21). Basándose en estas expresiones, los monjes renuncian a toda propiedad, para que nada le entorpezca conseguir la perfección espiritual.

Dice San Gregorio el Teólogo: "sólo debe preocuparse el monje de no ser arrebatado, pues lo único que él tiene es su cuerpo cubierto por harapos. Que sean otros los que tomen medidas para protegerse ya que han acumulado mucho dinero. Toda mi posesión se reduce a Dios. Nadie puede arrebatarme ese tesoro; en lo que respecta a lo demás, que se lo lleven. Mi estado es el más seguro, y sobre lo que yo tengo dominio, siempre estará conmigo. El Señor es mi suerte (parte). No quiero tener nada fuera del Señor. Cuando sirvo al altar tengo vestimenta y alimento, con ello seré feliz, y pobre iré detrás de la pobre Cruz, para que sin tropiezos me dirija a la montaña, elevándome, como dice el Apóstol, sobre las nubes al encuentro del Señor, en el aire."

El mayor número de Santos surgió del medio monástico, y esto en verdad es así ya que la vida monástica tiene como objetivo la perfección moral. A los santos provenientes de la clase monástica se les denomina "reverendos padres," "venerables," en señal de que ellos, más que otros, se asemejaron a Cristo. Se convierte en monje aquella persona que siente que en la vida todo es agitación, la que quiere liberarse de la esclavitud y desea encontrar a Dios. El camino monacal es un camino en línea recta de brevísima distancia entre dos puntos: Dios y el hombre.

Dentro del medio monacal nació una literatura espiritual riquísima. Para la mayoría de los laicos ella es "matemática superior." Los estados espirituales allí descriptos son inaccesibles para las personas que llevan una vida mundana. Por lo contrario, algo de esta literatura ascética es accesible para todos los que buscan a Dios. La gente rusa amaba leer libros tales como "La Filocalia," que contiene en cinco tomos las instrucciones de los ascetas; "Escala Espiritual" de Juan, abad del Monte Sinaí; "La batalla Invisible," de San Nicodemo de la Santa Montaña, "Consejos Útiles para el Alma," del abad Doroteo, las instrucciones de los santos ancianos Juan y Varsanofio, relatos sobre antiguos ascetas en "Lavsaic" del obispo Paladio de Eleanópolis, y en "El Prado Espiritual" del beato Juan Mosja. Son más accesibles al lector contemporáneo las cartas del obispo Teofán el Eremita, las composiciones del obispo Ignacio Brianchaninov, los consejos de los Santos Ancianos de Optina, "Las conversaciones con Motovilov" de San Serafín de Sarov.

Antes de la revolución, Rusia estaba cubierta por monasterios. Fue enorme la influencia espiritual y moral sobre la vida cotidiana del pueblo, la literatura, la historia y la cultura rusa. Los peregrinos rusos hallaban dentro de las paredes de los santos monasterios la renovación moral, la tranquilidad y las fuerzas para el combate contra el pecado, recibiendo por medio de ellos el ejemplo ideal de vida. Los monasterios eran centros de salud espiritual para todo el país.



Los "Necios" por Cristo

(Fingir de ser tonto o loco)

"Yurodstvo" por Cristo es uno de los sacrificios más incomprensibles para la gente y más difícil. La palabra rusa "Yurodstvo," no tiene traducción exacta en el idioma castellano, pero los significados más cercanos serían: "necio," "tonto" o "loco." Algunos virtuosos, siendo por naturaleza gente normal y hasta muy inteligente, para seguir un sacrificio más riguroso fingían ser locos. A lo largo de la historia, los necios producían doble reacción en la gente. Algunas personas les sentían una enemistad y repugnancia, y por esta causa los perseguían, maltrataban y se burlaban de ellos. Otros les sentían simpatía y una atracción involuntaria.

Así, como explicaba San Serafim de Sarov, el sacrificio de "yurodstvo" requiere coraje y fuerzas espirituales, y nadie puede asumir este sacrificio exceptuando aquellos que tuvieron una indicación o señal de Dios, en caso contrario, esta persona puede fracasar y convertirse en un necio por Cristo (falso). El cristianismo contemporáneo occidental no puede comprender ni apreciar el sacrificio voluntario de ser necio.

La expresión "yurodstvo por Cristo" fue usada la primera vez por el apóstol San Pablo, diciendo: "Nosotros somos locos por Cristo." En la epístola a los Corintios explica que el solo hecho de predicar al Dios-Hombre crucificado, es una locura de la gente de este mundo: "Porque por no haber el mundo conocido en la sabiduría de Dios a Dios por sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación" (1 Cor. 1:21). "Nosotros, necios por amor de Cristo, y vosotros prudentes en Cristo; nosotros flacos, y vosotros fuertes; vosotros nobles, y nosotros viles" (1 Cor. 4:10). El cristiano, por creer en el Dios-Hombre crucificado, es considerado por los infieles necio (la gente cegada por la sabiduría mundana, por ejemplo los antiguos escribas, ellos osaban criticar a Jesucristo: "Y muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿para qué le oís?" (Juan 10:20). Cuando interrogaba el procónsul Festo a San Pablo, le dijo directamente: "Y diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo: las muchas letras te vuelven loco" (Hechos 26:24).

Yurodstvo por Cristo es un sacrificio muy peculiar que fue iniciado a mediados del cuarto siglo en Egipto, al mismo tiempo que el monacato. El sacrificio de yurodstvo se puede observar de dos lados. Del punto de vista objetivo, como llamado de Dios, los necios por Cristo cumplen una misión muy especial dentro del mundo de los pecadores. Del punto de vista subjetivo, es un sacrificio muy difícil: "camino angosto," el cual la persona toma para llegar a un nivel muy alto de perfección espiritual.

¿Por qué Dios llama a ciertos virtuosos a cargar sobre sus hombros este método de vida tan humillante? Para comprender esto se debe tomar en cuanta que la vida social de la gente esta llena de maldad, veneno, falsedad, mentira, hipocresía, avaricia, orgullo, perfidia y otros vicios. Muchas veces, detrás de la virtud personal, sabiduría y nobleza, la gente esconde sus verdaderos sentimientos e intenciones pecaminosos. Con buena gana ellos elogian las virtudes insignificantes y falsas, pero odian las virtudes legítimas. Un vívido ejemplo de este tipo de gente son los escribas hebreos de los tiempos de Jesucristo. Viendo la inhabilidad de aceptar Su enseñanza, el Señor Jesucristo una vez exclamó: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que hayas escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las hayas revelado a los niños" (Mat. 11:25).

Así conocemos de la santa historia que aveces el Señor pareciera, que con las acciones y palabras raras de Sus elegidos, reprimía la malicia de los poderosos de este mundo. Sirviendo a Dios, a veces cierta gente como los profetas del Viejo Testamento Isaías, Jeremías y Ezequiel, fingían ser necios. Detrás de sus acciones y palabras (que a primera vista parecían no tener ningún sentido), se escondía una gran sabiduría y los acontecimientos que debían tomar lugar en un futuro. (Por ejemplo, se debe mirar: Isaías 8:3; Jeremías 13:1-9; 18:1-4; 19:1-4; 20:2-10; 27:2; 38:6. Ezequiel 4:1-15; 5:1-4; 12:2-7; 24:3-5).

Pero llamando a la persona al sacrificio de Yurodstvo, el Señor no destruía en la persona su propia voluntad. El yurodstvo por Cristo tomaba este sacrificio no sólo para aprender a ser obedientes, sino por la ansiedad de obtener la virtuosidad. El vicio más grande y difícil de batallar es el orgullo. Muchos santos batallaban bastante bien con los pecados físicos, pero con el orgullo y la vanidad la batalla era muy dura, prácticamente luchaban hasta el último suspiro. "La vanidad por creer que está encima de todo, se enorgullece sobre la virtud," según San Juan Clímaco.

Rechazando el sentido común y aguantando diariamente las persecuciones, los necios por Cristo eliminaban la raíz de todo tipo de orgullo. Entre ellos los más destacados eran: Andrés, Procopio de Ustuzh, Basilio el Necio, Paraskeeva de Diveo (los días que se festejan estos santos son: 15 de octubre, 21 de julio y 15 de agosto, de acuerdo al nuevo calendario). Ellos no se sentían satisfechos por haberse privado de las cosas mundanas y de la vida familiar, pero encima de todo se privaban de aquello que el humano se destaca, o sea, el uso de la mente. Aparte de esto, tomaban voluntariamente el aspecto de una persona limitada y sin conocer lo que significa ser presentable o tener el sentido de vergüenza.

Pretender ser necio era como una máscara que usaban aquellos que fueron llamados por Dios. Sabemos que en ciertos momentos los necios descubrían esta mascara delante de cierta gente, y estos quedaba muy impresionados por su inteligencia y talento. La necia Pelagea de Diveevo, que fue bendecida por San Serafím para seguir este modo de sacrificio, durante la confesión volvía a su estado normal y el padre confesor quedaba impresionado por su gran poder espiritual. También descubría su máscara San Andrés, el necio por Cristo, cuando conversaba con su discípulo Epifiano, que con el tiempo fue un obispo muy destacado.

En las circunstancias diarias los necios por Cristo eran sometidos constantemente a las ofensas y eran rechazados por todos. Viviendo dentro de la sociedad, ellos eran no menos solitarios que aquellos que vivían aislados de todos en un desierto impenetrable. Estando desprendidos de todo tipo de posesión personal, del confort y bienes, libres de todo tipo de atadura terrenal, sin tener un lugar estable donde permanecer y siendo sometidos a una vida sin asilo, estos elegidos de Dios eran como seres que llegaron de otra vida.

A pesar de todo esto, los necios siempre guardaban dentro de sí un espíritu muy elevado, constantemente dirigían su mirada y corazón a Dios, con un espíritu ardiente hacía Él. Recibiendo gran humildad y pureza espiritual, los necios por Cristo, con el tiempo, se convertían en personas muy queridas por Dios y recibían de Él el don del milagro y clarividencia. A veces ellos hacían actos tan grandes de amor cristiano con respecto a los prójimos, que para los demás estos actos eran totalmente imposibles de realizar. Sin avergonzarse de expresar la verdad enfrente de la gente, ellos, con sus actos y palabras, derrotaban a los injustos fuertes y poderosos o alegraban y alentaban a los desdichados justos. Los necios generalmente se encontraban en lugares sociales donde existía la corrupción con el fin de remediar esta gente y salvarla, y mucha de esta gente corrupta con el tiempo se reformaba hacia el camino del bien. Siendo cercanos a Dios, ellos, por medio de sus oraciones, muchas veces salvaban a la gente de las catástrofes o de la ira de Dios.

Entre toda la dificultad del sacrificio del necio, este sobre todo exigía también de estos santos sacrificados gran sabiduría para que este estado sin gloria en el cual ellos se encontraban, sea dirigido para la gloria de Dios y ejemplo para los prójimos, sin dejar que en lo cómico no haya nada pecaminoso, que podría parecer de mal gusto, tentador y ofensivo para los demás.



Importancia de los Santos

en la Iglesia Ortodoxa

La Iglesia Ortodoxa venera a la Virgen María y la considera más honorable que los Querubines, e incomparablemente más gloriosa que los Serafines y supera a todos los seres creados. La Iglesia ve en la Madre de Dios, la Intercesora delante de Su Hijo por todo el género humano y constantemente reza a Ella por esta intercesión. Existe un sentimiento muy profundo de amor y veneración hacia la Virgen María de parte de la gente ortodoxa y, por medio de este sentimiento, el corazón de ellos está lleno de una vivificante calidez que penetra toda la persona. El cristianismo ortodoxo consiste en la vida en Cristo y en el contacto espiritual con Su Purísima Madre; la fe en Jesucristo, como el Hijo de Dios, y en la Virgen María; el amor a Cristo es inseparable al amor hacia Su Madre. En un solo aliento la Iglesia Ortodoxa llama el nombre santísimo de Jesús juntamente con el dulce nombre de María (así como en los iconos de la Madre de Dios, generalmente Ella es representada juntamente con Su Niño eterno) sin crear diferencias en el amor hacia ellos. Aquel que no venera a la Virgen María no conoce a Jesucristo, y si la fe en Cristo no incluye la veneración de la Virgen, entonces esa fe es ajena, otro cristianismo, diferente al que representa la Iglesia. Así es que existe otro cristianismo, ajeno al ortodoxo, que se llama protestantismo, el cual básicamente contiene en sí una incomprensible insensibilidad con respecto a la Madre de Dios, la cual comenzó a manifestarse desde el momento de la Reforma, y se aleja más que nada de la Iglesia cristiana Ortodoxa y Católica. Esto se debe a la ignorancia dogmática y por esta razón, el entendimiento de la reencarnación pierde su plenitud y fuerza. La idea del Dios-Hombre está relacionada con la consagración y glorificación de la esencia humana, en primer lugar, la Virgen María.

La Iglesia Ortodoxa no está de acuerdo con el dogma católico escrito en el año 1854 sobre la inmaculada concepción de la Virgen María, significando que Ella, cuando nació, fue protegida del pecado original. Si este fuese el caso, Ella estaría separada del género humano y ya no podría ser Aquella por medio de la cual el Señor recibió la esencia humana. Pero la Iglesia Ortodoxa considera que la "Inmaculada" no tenía pecados personales. La relación de la Virgen María con Su Hijo no finaliza únicamente con el nacimiento del Señor, sino continúa en la misma medida en la cual indivisiblemente se unieron en Él las dos esencias, Dios y Hombre. Debido a Su gran humildad, la Virgen María queda aislada durante el tiempo de la misión de Jesucristo en la tierra, y sale de este aislamiento en el momento cuando presenció los sufrimientos de Su Hijo en la Cruz sobre el Gólgota. Por medio de los sufrimientos maternales, juntamente con Su Hijo, Ella siguió el camino al calvario y compartió con Él Su calvario. Ella fue la primer copartícipe de Su resurrección. La Virgen María es el punto real e invisible sobre el cual se concentra la Iglesia apostólica. Habiendo experimentado la muerte natural, en Su Asunción Ella no quedó presa del proceso de descomposición del cuerpo, sino, según la fe de la Iglesia, Ella fue resucitada por Su Hijo y permanece en Su glorioso cuerpo a la diestra de Él como la Reina del Cielo.

Un lugar muy importante en la Iglesia ortodoxa ocupa la veneración de los santos. Los santos representan a los protectores y oradores en el Cielo por nosotros, y por esta razón son los miembros activos de la Iglesia que lucha aquí en la tierra. La presencia de la gracia de los santos en la Iglesia por medio de los iconos y sus reliquias como una nube nos rodean por la gloria de Dios por medio de sus oraciones. Este hecho no nos separa de Dios, sino nos une y acerca más a Él. Ellos no son intercesores entre Dios y la gente, sino oradores que rezan con nosotros, nuestros amigos, y ayudantes en nuestro servicio a Cristo y de nuestra unión con Él. Los fundamentos dogmáticos para la veneración de los santos justamente consisten en esta relación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y los que se salvan en la Iglesia reciben la fuerza y vida en Cristo, se adoran y se convierten en "dioses por la Gracia." Aunque el destino de la persona se decidirá en el Juicio Final, sin embargo, en el juicio preliminar, inmediatamente después de la muerte, es evidente la predestinación de la gloria y corona de la santidad de esta persona, pues el juicio es únicamente la manifestación de su condición espiritual. "La vida eterna" en Dios comienza aquí, en la Tierra, sobre las olas del tiempo y su profundidad es la eternidad, pero cuando la persona abandona este mundo se convierte en la definición del principio de la existencia.

La ortodoxia explica que la razón de la glorificación de los santos no se debe a que los santos tengan ciertos méritos delante de Dios y que por medio de ellos tengan ciertos derechos de recibir de Dios una gratificación, que ellos podrían compartir con los que no la tienen. La causa es que los santos, por medio de sus sacrificios de fe y amor, llegaron a realizar en sí la semejanza de Dios y con esto manifestaron, por medio de la fuerza de Dios, una personalidad mediante la cual ellos atraen la gracia de Dios. Jesucristo participa en la purificación del corazón de la persona por medio del sacrificio del alma y del cuerpo de la última, siendo ésta su salvación: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14:23). Sobre el camino de la salvación la gente es transformada de cantidad en cualidad, o sea que para ellos se define el destino eterno. Detrás de este umbral se prepara su salvación, decisivamente y auto-definida, comienza el crecimiento de la gracia para cada persona de acuerdo a su imagen personal y la condición de su espiritualidad. La santidad es tan diversa como las individualidades de la persona. El sacrificio de la santidad siempre contiene en sí un carácter de creación individual.

La santidad, antes que nada, es una salida de una condición incierta hacia la victoria, por medio de la cual se liberan las fuerzas para una activa oración de amor. Los santos nos pueden ayudar, no por fuerza de sus méritos, sino a fuerza del recibimiento por ellos de la libertad espiritual en el amor, conseguida por medio del sacrificio. Esta libertad espiritual les otorga la fuerza de poder representarnos delante de Dios por medio de la oración y, así mismo, en el amor activo hacia la gente. Igual que a los ángeles, Dios otorga a los santos la posibilidad de manifestar Su voluntad en la vida de la gente por medio de una ayuda invisible. Ellos son como las manos de Dios por medio de las cuales Dios cumple Su voluntad. También por esta razón a los santos se les da la posibilidad de manifestar las acciones de amor, no en calidad de sacrificio para la salvación de ellos (debido a que la salvación de los santos ya fue realizada), sino realmente para la salvación de sus hermanos aquí en la tierra. La medida de la fuerza de esta intervención activa está de acuerdo a la medida del espíritu y el tamaño del sacrificio: "pues una estrella es diferente de otra en gloria" (1 Cor. 15:41).

¿Cómo conoce la Iglesia el misterio del juicio de Dios con respecto a aquellos santos que ella canoniza y cómo se realiza la canonización de los santos? La respuesta a esta pregunta está en las evidencias de las testificaciones de los diferentes signos manifestados de diversas formas (como los milagros, las reliquias que no se descomponen y más que nada la gracia perceptible por medio de la ayuda hacía nosotros). Las autoridades de la Iglesia, por medio del acto de la canonización, únicamente testifican esta evidencia. La decisión yace sobre la conciencia del concilio de la Iglesia que legaliza la veneración de los santos. La canonización puede ser regional o general. En la Iglesia Ortodoxa, para este acto, no se estableció como en la Iglesia Católica una forma tan terminada en cuanto al proceso de canonización sino, más bien, se realiza por medio de un acto que yace sobre las autoridades de toda la Iglesia en general o local. No se acaba la santidad en la Iglesia, pues ella conoce a sus santos elegidos durante todo el tiempo de su existencia. Uno de los santos más grandes de la Iglesia de nuestros tiempos es San Serafín de Sarov. También tenemos una inmensa cantidad de mártires por la fe cristiana que sufrieron y fueron asesinados durante la persecución de la fe en Rusia, comenzando el año 1917. La historia de la humanidad no recuerda semejante horror. Ellos, con su sangre, glorifican a Dios, pero la santidad de ellos todavía permanece en secreto y la canonización de muchos mártires se decidirá en el futuro. Al mismo tiempo, el futuro manifestará nuevas imágenes de santidad, de acuerdo a su época, y creemos que con el aura se coronará la santidad y creatividad de la humanidad, en nombre de Jesucristo.

Aparte de venerar a los santos, igualmente se veneran sus restos, sus santas reliquias. A veces sucede que el cuerpo del santo no se descompone, y esto se considera como un signo de su santidad; sin embargo, esto no es una regla general y no es necesaria para su canonización. Pero a pesar de esto, si los restos de los santos quedaron intactos (no en todos los casos) ellos se veneran de una forma especial; muchas veces pequeñas partes de sus reliquias se colocan sobre el antimins, sobre el cual se celebra la liturgia (en memoria de la Iglesia de los primeros siglos, cuando se celebraba la misa sobre las reliquias de los mártires). La veneración dogmática de los restos (igual que los iconos de los santos) se basa sobre la fe en la existencia de una relación del Espíritu Santo con estos restos físicos muy especial, esta relación no se destruye por la muerte. La última limita sus fuerzas con respecto a los santos, los cuales con sus almas no abandonan totalmente sus restos y están unidos con ellos por medio de una presencia de gracia muy peculiar hasta la partícula más pequeña. La reliquia es un cuerpo que de una forma anticipada a la resurrección general de la humanidad, es glorificado, aunque, de igual manera que los demás, está en espera de ésta glorificación general de todos aquellos que la merecen. La reliquia es semejante a la condición del cuerpo del Señor cuando Él se encontraba todavía en la tumba, abandonado por el alma, pero sin ser abandonado por Su Espíritu Celestial, esperando su resurrección.

Los santos en su totalidad, encabezados por la Madre de Dios y San Juan Bautista, son participes de la Gloria de Dios con respecto a la creación del hombre, en ellos se justifica la Sabiduría. Esta idea está expresada en un versículo en el servicio a los santos: "DIOS está en la reunión de los dioses; En medio de los dioses juzga" (Salmos 82:1). "Divino es Dios a Sus santos, Dios de Israel." A la eterna gloria de Dios en la creación corresponde también la gloria del mundo animal, "la muchedumbre de los dioses" es la victoria de la creación.

Pero la gloria de Su creación no sólo consiste en el hombre, sino también en el mundo de los ángeles, no sólo los seres de la "tierra" sino también los del "cielo." La fe Ortodoxa confiesa la enseñanza sobre los ángeles y los venera de una manera similar como a los santos. Igual que los santos, los ángeles son los oradores e intercesores del género humano, y nosotros nos dirigimos a ellos con la oración. Pero este acercamiento no aleja la distinción que existe entre el mundo de las fuerzas incorpóreas y el género humano. Los ángeles representan una forma muy peculiar de la creación, la cual igualmente está en contacto con la humanidad, y le es muy cercana. Igual que la gente, los ángeles llevan en sí la imagen de Dios. Su plenitud es inherente únicamente al hombre debido a que él posee un cuerpo, siendo de esta forma parte del mundo físico, el cual él posee por las reglas establecidas por Dios. Los ángeles, siendo seres incorpóreos, no poseen su propio mundo, pero debido a la ausencia de una naturaleza propia, ellos son compensados mediante la cercanía a Dios y vida con Él.

En la religión ortodoxa existe la costumbre de otorgar un nombre a la persona durante el bautismo en honor de algún santo. Estos santos se llaman "ángeles," o sea, es como un ángel con respecto al bautizado. El día del santo, se llama también, día del ángel. Este uso de la palabra indica que el santo y el ángel guardián están cerca uno del otro en el sentido que sirven juntos a esta persona. Debido a esta razón, los dos se llaman ángeles (pero no se unen). En caso de un cambio del estado espiritual, como si representando un nuevo nacimiento, se cambia el nombre, justamente durante la tonsura al monacato, y la persona se entrega a un nuevo santo.

La veneración de los santos ángeles y los santos en la Iglesia Ortodoxa, crean una atmósfera de una familia espiritual llena de un profundo amor y paz, sin poder estar separada del amor hacia Cristo y Su Cuerpo: la Iglesia.


                               Catecismo Ortodoxo 

                http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/