Todos los días durante la semana después de la Pascua, que la Iglesia llama la Semana de Luces, se celebran los oficios pascuales en todo su esplendor. Diariamente se repite la procesión bautismal. Las Puertas Reales del santuario permanecen abiertas. Abunda el regocijo de la Resurrección y el don del Reino de la Vida Eterna. Luego, al final de la semana, en la tarde del sábado, se comienza la celebración del Segundo Domingo de la Pascua de Resurrección en memoria de la aparición de Cristo al Apóstol Tomás “después de ocho días”. (Juan 20,26)
Es importante recordar que el número ocho tiene un significado simbólico tanto en la tradición espiritual judía como en la cristiana. Significa más que cumplimiento y plenitud: significa el Reino de Dios y la vida del mundo venidero, ya que siete es el número del tiempo terrenal. El sábado, el séptimo día, es el bendito día de descanso en este mundo, el último día de la semana. El “primer día de la semana”, el día “después del sábado”, que en todos los Evangelios es recalcado como el día de la Resurrección de Cristo (Marcos 16,1; Mateo 28,1; Lucas 24,1; Juan 20,1.19), es por lo tanto también el “octavo día”, el día más allá que los confines de la tierra, el día que simboliza la vida del mundo venidero, el día del eterno descanso del Reino de Dios. (Ver Hebreos 4.)
El Domingo después de la Pascua de Resurrección, llamado el Segundo Domingo, es entonces el octavo día de la celebración pascual, el último día de la Semana de Luces. Por lo tanto recibe el nombre de la Anti-Pascua, y era solamente en este día en la Iglesia primitiva que los cristianos recién bautizados quitaron sus túnicas bautismales y volvieron a entrar nuevamente a la vida de este mundo.
En los oficios de la Iglesia, se da énfasis a la visión del Apóstol Tomás de Cristo, y en el significado del día llega a nosotros mediante las palabras del Evangelio:
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo, Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” (Juan 20,27-29)
No hemos visto a Cristo con nuestros ojos físicos ni tampoco hemos tocado su cuerpo resucitado con nuestras manos, mas en el Espíritu Santo hemos visto y tocado y gustado de la Palabra de la Vida (I Juan 1,1-4), y así es que creemos.
En cada uno de los oficios de oración diarios hasta la Fiesta de la Ascensión, cantamos el Tropario de la Resurrección. En cada uno de los oficios dominicales a partir del domingo de Santo Tomás, cantamos el Canon de la Resurrección y sus himnos, y repetimos la celebración del “primer día de la semana” en que Cristo resucitó de entre los muertos. En cada Divina Liturgia, la lectura de la epístola es tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, contándonos acerca de los primeros cristianos quienes vivían en comunión con el Señor Resucitado. Todas las lecturas del Evangelio son tomadas del Evangelio según San Juan, considerado por muchos como un evangelio escrito especialmente para los nuevos bautizados en la vida nueva del Reino de Dios, mediante la muerte y la nueva vida en Cristo, en nombre de la Santísima Trinidad. Se piensa esto porque todos los “signos”, como se refieren a los milagros en el Evangelio de San Juan, tratan de temas sacramentales que involucran agua, vino y pan. Así, cada uno de los domingos después del Domingo de Santo Tomás, con la excepción del Tercero, es dedicado a la memoria de uno de estos “signos”.
Es importante recordar que el número ocho tiene un significado simbólico tanto en la tradición espiritual judía como en la cristiana. Significa más que cumplimiento y plenitud: significa el Reino de Dios y la vida del mundo venidero, ya que siete es el número del tiempo terrenal. El sábado, el séptimo día, es el bendito día de descanso en este mundo, el último día de la semana. El “primer día de la semana”, el día “después del sábado”, que en todos los Evangelios es recalcado como el día de la Resurrección de Cristo (Marcos 16,1; Mateo 28,1; Lucas 24,1; Juan 20,1.19), es por lo tanto también el “octavo día”, el día más allá que los confines de la tierra, el día que simboliza la vida del mundo venidero, el día del eterno descanso del Reino de Dios. (Ver Hebreos 4.)
El Domingo después de la Pascua de Resurrección, llamado el Segundo Domingo, es entonces el octavo día de la celebración pascual, el último día de la Semana de Luces. Por lo tanto recibe el nombre de la Anti-Pascua, y era solamente en este día en la Iglesia primitiva que los cristianos recién bautizados quitaron sus túnicas bautismales y volvieron a entrar nuevamente a la vida de este mundo.
En los oficios de la Iglesia, se da énfasis a la visión del Apóstol Tomás de Cristo, y en el significado del día llega a nosotros mediante las palabras del Evangelio:
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo, Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” (Juan 20,27-29)
No hemos visto a Cristo con nuestros ojos físicos ni tampoco hemos tocado su cuerpo resucitado con nuestras manos, mas en el Espíritu Santo hemos visto y tocado y gustado de la Palabra de la Vida (I Juan 1,1-4), y así es que creemos.
En cada uno de los oficios de oración diarios hasta la Fiesta de la Ascensión, cantamos el Tropario de la Resurrección. En cada uno de los oficios dominicales a partir del domingo de Santo Tomás, cantamos el Canon de la Resurrección y sus himnos, y repetimos la celebración del “primer día de la semana” en que Cristo resucitó de entre los muertos. En cada Divina Liturgia, la lectura de la epístola es tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, contándonos acerca de los primeros cristianos quienes vivían en comunión con el Señor Resucitado. Todas las lecturas del Evangelio son tomadas del Evangelio según San Juan, considerado por muchos como un evangelio escrito especialmente para los nuevos bautizados en la vida nueva del Reino de Dios, mediante la muerte y la nueva vida en Cristo, en nombre de la Santísima Trinidad. Se piensa esto porque todos los “signos”, como se refieren a los milagros en el Evangelio de San Juan, tratan de temas sacramentales que involucran agua, vino y pan. Así, cada uno de los domingos después del Domingo de Santo Tomás, con la excepción del Tercero, es dedicado a la memoria de uno de estos “signos”.