“Todos los pecados nos han humillado y nos han sometido al diablo para que veamos nuestra servidumbre. Mas cuantos se conocen a sí mismos y a su estado, estos vencen al maligno que los ha desviado”
Había un hombre solitario, un gran hesicasta, en el desierto de Alejandría, cuyo nombre era Hilarión. Tenía casi cien años. Oró a Dios durante mucho tiempo: “Señor, enséñame cómo engaña el diablo a los hombres, para que yo, cuando venga la gente aquí les diga: ‘Buenos hombres, mirad cómo debéis protegeros, de esta manera…’. ¿Cuál es la forma y el método para desviar a los hombres del camino recto y hacerlos siervos del pecado conduciéndolos al infierno? ¿Cómo obtiene el maligno más almas para el infierno que los ángeles de la guarda para el reino de los cielos?” Este padre solitario rezó durante un año, dos y tres y Dios no le contestaba.
Una noche, mientras oraba, siendo plena noche, la luna brillaba fuera como si fuera de día. La puerta se abrió y entró el ángel del Señor. Era un joven muy hermoso, con una corona de oro sobre la cabeza y sobre la frente. Tenía un bastón de oro en la mano y una vestidura resplandeciente.
Así, le preguntó: “¿Padre, que es lo que reza?”
“Siendo sincero, ruego al Salvador que me enseñe cómo engaña el diablo a los hombres y se los lleva al infierno”.
Mira padre: coge la Santa Cruz en tu mano, coge tu bastón, hazte la señal de la cruz, sal de la celda, vete hasta el monte más cercano y cuando llegues allí sitúate al lado de un árbol. Pero no te asustes de lo que veas y oigas esta noche en el monte. Escríbelo para que quede para las generaciones venideras, para que sepan cómo engaña el diablo a la gente. No te asustes, porque verás cosas espantosas”.
Y el ángel desapareció.
El monje obedeció el mandato de protegerse con la Santa Cruz, y supo que la llamada era de Dios. Mientras iba de camino iba recitando de memorias oraciones y llegó así al monte. Había allí un gran silencio. Aquella noche no había ningún viento. Solo se veía la luna y las estrellas. El anciano fue al lado de un árbol y se quedó observando.
De repente vio cómo en medio del monte apareció una sede, un trono imperial. Resplandecía como la llama del fuego y al verlo se maravillo. Después vio llegar al demonio y este se sentó en el trono.
Tenía los hombros semejantes a un yunque. Su piel era oscura, y su bello como el pelo de un oso. Tenía pezuñas fuertes y cuatro pares de cuernos, además de una cola de unos 70 metros. Sus ojos eran como dos luceros, mientras que de su boca salía una llama de fuego enorme. Tenía ceñida una corona hecha solo de serpientes y sujetaba con la mano un bastón con forma de dragón.
Cuando el anciano lo vio se santiguó con la Santa Cruz. Satanás se sentó en aquel trono y dio tres palmadas. Cuando terminó de darlas, el aire se llenó de tropas diabólicas. Aparecieron millones de destacamentos, regimientos y batallones de diablos. Estaban situados por encima del monte, cubierto hasta el cielo. Al lado del diablo habían grandes generales, con tres pares de cuernos, con la espalda ancha, como de unos tres metros, como nunca antes había visto.
Cuando el monje vio toda esta armada infernal, y tantos diablos juntos, recordó la palabra del ángel que le había dicho: “No temas”, por lo cual se armó con la Santa Cruz y esperó atento.
Se reunían demonios como la arena del mar, y en todos lados se veían tropas de diablos. Así, puesto en pie Satanás, dijo:
-Atendedme diablos. Os he reunido aquí, a media noche, porque quiero probaros. Tenéis que darme una prueba importante. ¿Sabéis por qué os he llamado?
Y dijo uno: -¡No lo sabemos, amo!
– Mirad porqué os he llamado aquí. Que cada uno de vosotros me diga: ¿quién de entre vosotros sabe la mejor forma para engañar a la gente y llevarla a mi reino? Que cada uno me enseñe cómo engaña y cómo entorpece al hombre y lo conduce al castigo eterno y a nuestro reino. ¿Cuál es el método, cuál es vuestra destreza?, pues vuestra labor en el mundo es la de engañar a las almas. Quiero ver cuán astutos sois engañando a las almas de las personas.
El que me asombre, el que me diga el mejor consejo para engañar al hombre como yo pienso, le entregaré durante tres minutos el reino del infierno, lo pondré tres minutos en mi lugar y lo convertiré en un gran general por encima de los demás.
Todos temblaban, estaban terriblemente atemorizados. Esperaban y temblaban ante él en el aire y en tierra. Así, salió un demonio escuálido con una pequeña barba, y con dos pequeños cuernos como los del corzo del bosque. Sus ojos estaban desencajados y su nariz colgaba como una serpiente.
-¡Salve, oh Oscuridad!
-¿Cómo te llamas, esclavo?
-Agiutza me llamo
-Agiutza, ¿cómo engañas tú a la gente y la conduces al infierno?
-Oh Oscuridad, yo le digo a la gente: “Buen hombre, acude a la iglesia, al monasterio, ayuna, pero no te lleves mal con el diablo. Acudid a las bodas con su música, acudid a los bailes, a las tabernas, ved la televisión, fumad, haced de todo. Sois personas, y tenéis que vivir la vida. Obedeced a Dios pero no rompáis vuestra relación con el diablo.
Con este método he engañado a muchos. Les hago ver que no tengo otra intención. Los ángeles del paraíso tienen poder de Dios para hacer que los hombres sólo quieran obrar rectamente. Nosotros tenemos el poder de concederles hacer sólo malas acciones. Pero no podemos obligarlos, porque Dios le ha dado poder al hombre para dominarse a sí mismo. No podemos obligarlos a pecar, pero son ignorantes y escuchan los pensamientos que les ofrecemos. Y así he engañado a muchos. Cuando salen de la iglesia, muchos acuden a las tabernas. Allí se reúnen con sus parientes y amigos.
Deposito estos pensamientos en los hombres y creen que son sus pensamientos: “Voy a tomar una cerveza, voy a beber aguardiente”. Uno coge un cigarro, y viene un músico a cantarle algo. “¡Salud, compadre. Bebe y ten suerte!”. Por ese motivo el hombre tropieza, y no le ha servido de nada el que por la mañana fuera a la iglesia, ya que por la tarde ha vuelto ha nuestro servicio. Así hago con cada uno.
Satanás le preguntó:
-¿Has engañado a muchos?
-¡Salve, oh Oscuridad, he engañado a muchos!
-Has engañado a los más negligentes pero no has hecho ninguna hazaña.
-¿Por qué, oh Oscuridad?
-Tú le dices al hombre que vaya a la iglesia, que acuda a las tabernas, que vaya a fiestas, que vaya a los santos lugares, que lea y que rece, y que se entregue a distracciones prohibidas, pero Cristo le dice en el Evangelio: “¡Nadie puede servir a dos señores. Pues acudirá a uno e ignorará al otro. Escuchará a uno y al otro lo desobedecerá”. Tú lo has estimulado, pero el hombre no se ha separado espiritualmente; se desvía a veces, y después de un tiempo viene el ángel y le llama la atención: “Oh hombre, no puedes andar por dos caminos; o bien sigues al diablo o bien a Dios”. El hombre tiene miedo de que Dios lo desampare. Me quedo con él porque no hay salvación yendo por dos caminos”. Se tambalea, pero… luego ya no acude a la taberna, acude al sacerdote y se confiesa. No has ganado mucho, no has hecho gran cosa. ¿Te ha sucedido como digo?
-Sí que me ha sucedido.
¡Has visto! Te he dicho que has engañado a los que son más ignorantes que tú. Que sepas que no has dado buena respuesta.
Y llamó a un demonio de grandes espaldas, que medía unos tres o cuatro metros, y que tenía cuatro pares de cuernos, y le dijo: ‘Llévatelo a la espalda”. Llamó a otro con un látigo de fuego y le dijo: ‘Azótalo fuerte, y envíalo al infierno’. El infierno es un abismo de fuego negro, miles de millones de veces más caliente que el fuego de la tierra. Lo azotó severamente y lo envió allí. ¡Lo azotó en ved de agradecerle el prestarse a la prueba! Al demonio no le gustó su sugerencia. Buscaba algo mejor. Así, los demás temblaron todavía más.
-Que salga otro y que me diga cómo engaña.
Salió uno con el bello canoso, con dos pares de cuernos, horrible igual que el anterior, con orejas de asno, con las piernas dobladas, con rabo… Salió delante de él y le dijo:
-¡Salve, oh Oscuridad!
-¿Cómo te llamas, anciano?
-Me llamo Scarabutza
-Explícame, Scarabutza, ¿cómo engañas a los hombres?
-Mirad cómo, oh alteza. Yo le digo al hombre: ¡Oh hombre, no existe Dios, no existe el diablo, no hay ángeles, ni infierno ni paraíso, no hay castigo eterno, ni gloria eterna. Todo eso está en el mundo! Si tienes qué comer y qué beber, y tienes mucho dinero, si la gente te honra, si tienes casa, y tienes riquezas, he ahí el paraíso. Y si no tienes nada de eso, ahí tienes el infierno. Pues eso es todo lo que hay en el mundo.
– ¿Y te han escuchado muchos?
– Muchísimos.
– Eres más estúpido que el primero, pues has engañado a los más ignorantes que tú. Yo sé que has engañado, pero a los más ignorantes, porque los que conocen las Santas Escrituras, a esos no los puedes engañar. Porque las Escrituras le dicen al hombre que hay Dios, que hay diablo, que existen los ángeles, que existe el infierno y el paraíso, que existe el castigo eterno y la gloria eterna, que hay castigo para el pecado y hay recompensa por las buenas obras en el cielo. ¿Qué les dices tú? Cuando la Escritura lo dice, y también los profetas y los apóstoles, ¿puedes tú engañar al hombre y decirle tus mentiras de que no hay Dios ni diablo? Las Escrituras están llenas de este tipo de enseñanzas y los que las leen no te creen.
Y aún más. Cuando Dios creó al hombre, puso en su alma y en su cuerpo la percepción divina. Por muy pagano que sea alguien, siente un poder invisible en su alma y también lo siente en la conciencia. Esta le reprime cuando obra el mal, y le regocija cuando obra el bien. Y la voz de la conciencia no es un reflejo de la materia, porque es de naturaleza invisible. La conciencia es la voz de Dios en el hombre y cuando acaba de equivocarse le amonesta diciendo: ¿Por qué has obrado así? Puede que nadie le amoneste. Puede que nadie lo viera cuando hiciera el pecado. En cualquier situación en la que se equivoque, este juez impuesto por Dios primeramente en Adán, llamado conciencia, le reprende enseguida.
Si el pecado es grave, a veces le reprime tan fuertemente, que conduce al hombre a la desesperación. Se cumplen entonces las palabras del salmista, es decir, se debilita su esperanza como la tela de araña y con la fuerte reprimenda con la que asedia el alma, casi pierde la esperanza.
La conciencia se mancha en gran medida con los numerosos pecados, y reprime tan fuertemente al hombre, que puede convertirse en un gran tormento. A causa de la conciencia no puede comer, ni tampoco dormir. No tiene paz y no puede rezar. La conciencia corroe y desgasta como la carcoma en la madera. “¿Por qué has obrado así, porque has encolerizado a Dios con semejante pecado?”.
Así que de nada sirve que le digas que no hay Dios, porque la conciencia le dice y la Escritura le confirma. Tú dices que enseñas al hombre que no hay Dios ni diablo, que no hay ángeles, ni tampoco infierno, que no hay paraíso. Pero la conciencia le dice que sí y la Escritura está llena de testimonios donde puede ver que existe Dios, que hay ángeles, castigo eterno y gloria eterna.
Y Satanás dijo al que le informaba, y que presumía de que con este consejo engañaba a mucha gente: “Pero tú eres ignorante, y no aportas mucho para el reino del infierno. No reportas muchos beneficios. No has obrado muy bien Scarabutza. Que se lo lleve el demonio de grandes espaldas, que lo azote hasta la saciedad. Entregadlo al infierno, pues es ignorante, y así, no ha obtenido almas suficientes para mi reino. ¡Que acuda otro ante mi presencia!.
Así, a este segundo diablo que salió a exponer sus obras delante de Satanás, le sucedió igual que al primero, que enseñaba al hombre a ir a la iglesia, a las tabernas, y que aceptara a Dios y al diablo. En vez de alabarlo y ponerlo como gobernador de las tropas diabólicas, lo castigó y lo avergonzó, enviándolo al fondo del infierno por ignorante, y por no saber engañar a la gente. ¡Engaña, pero engaña a pocos y muy pocas almas son conducidas al infierno!.
Satanás, sentado en el trono, esperó a que saliera otro a exponer sus argumentos, y dijo:
-Si el tercero que salga me sorprende y me cuenta un plan para obtener almas para el reino del infierno, mejor que los anteriores, entonces le pondré al frente de muchas tropas diabólicas y le pondré en mi lugar durante tres minutos.
Después de decir esto, ninguno de entre los innumerables diablos quiso salir, porque temían obtener el mismo resultado que los otros dos, pues en vez de alabanzas, obtuvieron castigo y los envió a lo más hondo del infierno. Se produjo un gran silencio entre los millones de demonios que había en el bosque de aquel monte.
Incluso así, después de un tiempo salió un anciano jorobado, con tres pares de cuernos, una nariz doblada, una pata de pato y otra de caballo.
Tenía la marca del infierno en su frente, y una cola muy larga. Saliendo, se puso delante de Satanás, que estaba sentado en medio de monte y le dijo:
-¡Salve, oh Oscuridad!
Satanás le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Sarsaila.
-Te veo viejo y jorobado. Me parece a mí que tú sabes algún truco para engañar a las almas y llevarlas a mi reino.
-Su Oscuridad no sabe lo que yo sé.
-Veamos anciano. Me parece que eres un gran maestro engañando a las almas.
-Ciertamente sí. Tengo experiencia porque he envejecido luchando con las almas de la gente durante miles de años, por lo cual, he conducido muchas almas al infierno. Así como en el invierno caen los copos de nieve, así hago bajar las almas al infierno cada día.
-¿Cómo has conseguido traer tantas almas a mi reino?
-El hombre cree que yo soy ignorante como Agiutza, que le dice: “Acude a la iglesia, ve a la taberna”, o como el otro que le insinúa: “No hay Dios ni tampoco diablo”. La percepción de Dios está sembrada en la conciencia del hombre. Yo le digo: “Oh hombre, Dios existe y también los ángeles. Existe el castigo eterno para el pecado, y la gloria eterna para las buenas obras, pero todavía hay tiempo. No seas necio. ¿Quieres empezar desde hoy a hacer buenas obras?. Si es niño le digo: “Deja eso para cuando seas mayor”. Si es joven, le digo: “Vamos amigo, ahora tienes que vivir. Vive tu juventud, cásate, pásalo bien en este mundo”. Si viene el ángel y le dice: “reza”, yo le digo: “No pierdas tu juventud para nada, pues la vida hay que vivirla. Después de casarte y procurarte un hogar, podrás hacer buenas obras. Ahora come, bebe, diviértete, haz cosas perversas porque para eso eres joven. Dios te perdonará, porque Él conoce la impotencia del hombre. El arrepentimiento lo puedes dejar para el año que viene, para más adelante”. Enseño al hombre a retrasar el arrepentimiento de hoy para mañana, y el de mañana, para el día siguiente. Cuando ve a un pobre, el ángel le dice: “dale limosna”, pero yo le digo: “no le des nada porque este no es pobre. ¿Le darás todo tu dinero a los holgazanes? Ya les darás cuando tengas en abundancia. ¿Qué limosna quieres dar ahora? Detente. Déjalo para cuando venga un pobre de verdad. Entonces harás limosna”. Y así, el pobre ya no acude más a él.
El ángel le dice: “Haz penitencia, deja el pecado”, pero yo le digo: “Harás penitencia cuando te aproximes a la muerte. ¿Quieres hacer ahora penitencia para que la gente se burle de ti? ¿Quieres que digan que has enloquecido como las ancianas? ¿Quieres rezar? ¿Quieres perder demasiadas horas rezando a Dios? Ahora tienes trabajo. Debes criar a tus hijos, construir una casa, preparar la dote para tus hijas, casarlas. Tienes mucho trabajo. Así, lo enloquezco con las preocupaciones de la vida y le digo: “Déjalo para otro momento”. Y si viene el ángel y le dice: “Confiesa, oh hombre, deja el pecado, deja el adulterio, deja la embriaguez, abandona el tabaco, aleja de ti las injurias”, pero yo le digo: “Hazlo más adelante, cuando esté cercana la muerte. Entonces, confiésate a un sacerdote, te dará la absolución y ya está. La Escritura dice que debes ser bueno al final, haciendo el bien en los últimos momentos, pero hasta entonces puedes disfrutar tu vida”. Cuando el ángel le dice: “Oh hombre, reza una letanía por los difuntos”, yo le digo: “No seas necio. Ahora tienes que vestir a tus hijos, tienes que casarlos, y tienes todo lo demás”.
El ángel viene y le dice: “Oh hombre, guarda los grandes ayunos del año, los miércoles y los viernes”, pero yo le digo: “no hagas eso, o perderás tu salud. Tienes que trabajar, obtener riquezas, debes criar a tus hijos. Cuando te jubiles, entonces ayunarás”. Ya sean hombres o mujeres, pues todos tienen costumbre de fumar, les dice el ángel: “Hermanos, abandonad el tabaco, pues enfermaréis, pues el humo os intoxica. Enfermaréis a vuestros hijos, gastaréis dinero para nada, ¿no veis que es caro?, pero yo les digo: “Oh hombre, te has gastado dinero en esta cajetilla de tabaco y no debes tirarlo. Te has gastado tu dinero en él y debes terminarlo”.
Así mismo, el ángel le dice al borracho: “Oh hombre, abandona la taberna, vete a tu casa, pues allí te esperan tu mujer y tus hijos”, pero yo le digo: “Mas tarde dejarás la bebida, pero ahora te encuentras con tu consuegro y te invitará a beber. Por eso no debes perder la ocasión”.
Por la mañana, el ángel de la guarda le susurra: “Oh Hombre, levántate media hora antes y lee las oraciones de la mañana y también tendrás tiempo para rezar el Akacisto a la Theotokos. Eres joven y puedes hacer muchas postraciones, y también te puede quedar tiempo para hacer algún catisma del salterio”, pero yo voy y le susurro por el otro lado: “¿Sabes lo dulce que es el sueño por la mañana? Duerme cinco minutos más y luego te levantarás”. Así, se da media vuelta y cuando se levanta, dice: “Es tardísimo. Debo ir a trabajar, debo llevar a mis hijos a la escuela, tengo que dar de comer a los animales de mi corral”. Aun así, le digo: “No pasa nada, déjalo para cuando vuelvas de trabajar, y así tendrás más tiempo”. Y cuando vuelve, el ángel le dice de nuevo: “Oh hombre, no has rezado por la mañana. Reza al menos ahora media hora”, mas yo voy y le susurro: “Oh hombre, ahora tienes hambre, y debes recobrar las fuerzas”. Luego, después de comer le digo: “Con el estómago lleno no puedes rezar porque estás cansado. Descansa ahora y luego rezarás”. Cuando ha descansado y se despierta dice: “Es muy tarde. Tengo que lavar, tengo que limpiar la casa, pues viene la mujer y los hijos. Tengo que reparar el coche, tengo muchas obligaciones”. Y yo le digo: “No pasa nada. Déjalo y ya rezarás por la noche”.
Cuando llega la noche y termina el trabajo, viene de nuevo el ángel y le dice: “Oh hombre, no has rezado en todo el día, por lo menos reza una hora o dos, o lee un libro piadoso”, pero yo, Sarsaila, voy y le digo: “Oh hombre, ahora rezarás, pero mira la televisión un poco, no sea que te pierdas algo importante y puede que aprendas algo útil”. Y si la pone en marcha le susurro: “Ah, la película, el partido de fútbol, el concierto…”. “Veamos si hay algo bueno en la televisión y luego hago mis oraciones”. Y pasa media hora, una hora, dos, tres, cuatro, cinco… y llega la media noche. “¿Qué hora es? ¡Madre mía, son las doce! Pues a esta hora solamente rezan los monjes en los monasterios. Lo dejaré para cuando me despierte por la mañana”. Y cuando llega la mañana empiezo desde el principio.
Cuando es un día festivo, viene de repente el ángel y le dice: “Oh hombre, hoy es fiesta, ve a la iglesia como todo buen cristiano”, pero yo voy y le susurro: “Pobre de ti, toda la semana has trabajado, has aprendido, estás cansado, quédate y descansa, mira la tele, arregla el coche. ¿No sabes qué hay en la iglesia? Pues hay mucha gente, tienes que estar de pie, y en tu casa descansas en tu sillón. Ahí puedes fumar, tomarte un café, y podrás ir a la iglesia el domingo siguiente, el domingo de Pascua, el día de Navidad. Déjalo ahora, porque ya has ido suficiente”.
De este modo me escuchan todos y las buenas obras las aplazan para el día siguiente. La Santa Escritura enseña de otra forma. El Espíritu Santo alienta a la gente diciendo: “Si escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones”. La voz de Dios en el hombres es la conciencia que lo reprende por el pecado y le dice: “¡Oh hombre, aléjate del pecado. Deja de robar, deja de cometer adulterio, abandona la injuria, no cedas a la embriaguez, abandona el tabaco, no cometas malas acciones, ni odies, ni envidies, ni te pelees”.
Dios le reprende y le aliente para hoy, y yo le digo: “Hoy no. Mañana. Hazlo mañana, cuando seas anciano”. Y le dice así: “Dame el día de hoy, y llévate el de mañana”. Y yo obro así, pues el pecado es así con el hombre, como si se cogiera un gran clavo y un martillo y se empezara a clavarlo en una madera de roble seca. Si se le pega un golpe, dos, tres, se puede sacar el clavo fácilmente. Pero si se clava hasta la mitad es más difícil, y si se clava entero, se ha de partir la madera para sacarlo. Lo mismo sucede con el pecado. Se clava en la naturaleza por la costumbre. Y después de acostumbrar al pecador con la pereza y el pecado, entonces espero a un lado y me divierto con él. No necesito hacer nada más. El hombre se acostumbra al pecado y entra en su naturaleza, y así, la costumbre se convierte en su segunda naturaleza. Él sólo acude al pecado, y yo me regocijo, pero, aún así, me cuesta hasta que lo enseño a retrasar las buenas acciones de hoy para mañana, y de mañana, al día siguiente. Del mismo modo, hasta la vejez, hasta el momento de su muerte. Y su retraso se acostumbra por su pecado. Y si el hombre no deja hoy el pecado, si es reciente, cuanto más envejece, más difícil le será librarse de él. ¿Has visto en el cobre el óxido verde? Si limpias el cobre cada día brillará como el oro. Pero si lo dejas tiempo, surge el óxido verde y no se puede limpiar con nada, si no se funde. Así sucede con el alma cuando envejece en el pecado. Si hoy no ha dejado el pecado, que no piense que mañana o al día siguiente le será más fácil dejarlo. Porque a medida que el tiempo va pasando, el pecado envejece, se introduce en la naturaleza; la costumbre se convierte en su segunda naturaleza y el hombre pecará, quiera o no, y con gran dificultad se separará del pecado una vez haya envejecido en él.
La costumbre, según las leyes canónicas de la Iglesia, es el décimo escalón del pecado, siendo el siguiente y penúltimo, el de la desesperación. Y cuando veo que el hombre se ha acostumbrado al pecado, durante un año, dos, diez, los que hagan falta, entonces es mío para siempre. Así consigo engañarlo, pues miles de millones retrasan la penitencia de hoy para mañana y todos llegan a someterse al pecado; pues así, el pecado que no han abandonado hoy, mañana puede arraigarse y cada vez es más difícil abandonarlo. Y cuando el hombre quiere abandonar el pecado, el pecado se alza en su contra y le dice: “¿Cómo eres tan necio, oh hombre? ¿Has vivido siempre conmigo, y ahora quieres abandonarme? ¿Qué te sucede? ¡Ahora debes vivir como te he enseñado y según tienes ya por costumbre”.
Así, oh Oscuridad, este es mi consejo y mi arte, y tengo más tropas en el infierno y miles y miles de aprendices, a quienes he enseñado así, y los envío a la tierra a que susurren al hombre: “Oh hombre, para las buenas obras tienes tiempo. Mañana, al día siguiente, el año que viene, en tu vejez”. Y así, aún tengo éxito. Vaya al infierno, oh Oscuridad, y vea cuántos han descendido allí por este consejo.
Entonces Satanás se levantó de su trono y aplaudió:
-Este consejo de Sarsaila es el mejor. ¡Atended todos, pues este es el mejor! Enseña al hombre a retrasar las buenas obras al día siguiente y a cometer primero el pecado. Pues así se acostumbra primero a pecar y las buenas obras ya no las realiza. Así pues, observad…”
Bajó Satanás del trono e hizo subir a Sarsaila, le puso la corona de serpientes y dijo:
-Atended, oh multitud, cantémosle todos porque ha presentado el mejor consejo: el hacer que el hombre retrase sus buenas obras de hoy para mañana. Cantémosle todos “Larga vida”.
Y todos comenzaron a cantar. Así, retumbaron las montañas. Satanás se quitó la corona y le dijo:
-Bravo, anciano Sarsaila, pues nos has dado un buen consejo. Acudid, multitud de diablos, con el consejo de Sarsaila, para aportar el mayor número posible de almas a mi reino, para que sufran con nosotros por los siglos de los siglos. Si alguien os dice: “Hay Dios”, decidle: “Sí, lo hay, pero deja la buena obra para mañana, o para el día siguiente, o para tu vejez. ¿Quieres confesar hoy mismo? ¿Quieres comulgar hoy? ¿Quieres dar limosna también hoy? ¿No ves que aún tienes tiempo? Déjalo para mañana”. Y si les enseñáis así, os escucharán, se acostumbrarán al pecado y vendrán todos al infierno.
El monje, después de ver y escuchar todo esto, vio cómo Satanás daba tres palmadas y el aire se apagó como una chispa y ya no se vio nada más, ni tampoco se escuchó nada. Se quedó asombrado por lo escuchado, y de cómo prepara el demonio a sus discípulos y a la multitud de diablos del infierno para enseñar a la gente a retrasar la penitencia.
Entonces vino el ángel del Señor y le dijo: “¿Has visto, padre? ¡Has rezado durante tantos años para que Dios te enseñe cómo engaña el diablo a los hombres y cómo los conduce al reino del infierno! ¡Lo has visto con tus propios ojos y lo has escuchado con tus propios oídos! ¡Has visto cómo les dice: “Acudid al monasterio, pero al salir acudid también a la taberna. Otros le dicen que no hay Dios, pero el mejor consejo es el de Sarsaila. Es mejor que retrase las buenas acciones para mañana y que cometa pecados.
Ve a tu celda, coge un cuaderno, toma tu pluma y escribe todo lo que has visto y oído para que quede como testimonio para las generaciones futuras esta trampa del demonio. Pero todos han de saber que el mejor engaño que emplean los demonios para obtener almas para el infierno, es hacer que los hombres retrasen sus buenas acciones para el día siguiente, de la juventud a la vejez, hasta el lecho de muerte, y así poder llevarlos a todos al infierno.
Y así escribió este consejo de los demonios para obtener almas. Yo era un niño de 13 o 14 años cuando leí esto. Y lo recuerdo desde entonces y aún vuelve a mis oídos. Así lo dispuso Dios para que recordéis que, cuando el pensamiento nos enseña a no abandonar el pecado, y a retrasar las buenas obras para el día siguiente, o para cualquier otro momento, esto es obra de Sarsaila.
“¿Has visto el óxido verde en el cobre”?, preguntó San Efrén. El cobre, cuando se oxida, no se puede limpiar, lo mismo que el pecado cuando envejece en el hombre. Cuanto más envejece, cuanto más nos somete, más nos lleva a la perdición temporal y luego a la perdición eterna.
Mas si veis que el ángel dice: “Oh hombre, ve a confesar”, entonces acudid. Si decís que iréis en otro momento, en ese mismo instante os ha engañado Sarsaila. Cuando veáis que la conciencia os dice: “Di todos los pecados desde la infancia, no sea que te mueras y que te quedes sin poder confesar”, y luego viene otro pensamiento, y os dice: “No lo hagas aún, espera”, aquel es el consejo de Sarsaila. Si la conciencia te dice: “Oh hombre, abandona el tabaco, no robes, no bebas, o cualquier otra cosa”, y os viene otro pensamiento, y os dice: “Ay, tengo que vivir la vida, puedo beber un poco, puedo fumar un cigarro”, este es el consejo de Sarsaila. Cuando el ángel os diga: “Levántate a media noche y recita el padre nuestro al menos siete veces y haz siete postraciones”, y luego te viene a la mente esto: “Justo ahora cuando el sueño es más dulce, no lo haré. Lo haré por la mañana, o al día siguiente”, esto es obra de Sarsaila. Así, estemos atentos: cuando aprendamos a retrasar las buenas obras, eso será la obra de Sarsaila, con la cual nos conducirá al infierno.
Cómo nos acostumbramos a trabajar las buenas acciones
Consejos de Abba Zósimo
Alguien viene para aprender un oficio. Al principio hace esfuerzos, estropea el material y muchas veces lo tira, pero no deja de trabajar y comienza de nuevo. Y aunque muchas veces lo estropea, no abandona el trabajo, mostrando al oficial su buena voluntad. y si acaso se hubiera enfadado con algo y lo deja, nunca aprenderá aquel oficio, pero si tiene paciencia y se cansa trabajando, no huirá, aunque sea corregido y amonestado muchas veces, pues con la ayuda de Dios se acostumbrará y lo hará todo sin esfuerzo y con gozo.
Igual sucede con las cosas espirituales. Si alguien quiere hacer buenas obras, no piense que lo hará desde el primer instante, porque es imposible. Es necesario comenzar. Y aunque muchas obras las hará mal, que no abandone por dejadez, porque así no terminará nada, sino que comience de nuevo, así como el que quiere aprender un oficio. Y si soporta muchas veces sin ablandarse, entonces Dios verá su buena voluntad y su esfuerzo, y le concederá obrar sin repulsión, como ya he expuesto. Pues todo se basa en eso: cuando caiga, que no reduzca su lucha espiritual, sino que empiece de nuevo.
De este modo es la obra de los que quieren trabajar las buenas acciones. Toda buena obra necesita esfuerzo y mucho tiempo. Querer y amar el esfuerzo está en nuestra voluntad, pero necesitamos la ayuda de Dios, porque si Dios no ayuda a nuestra buena voluntad, en vano serán nuestros esfuerzos; igual que el labrador que trabaja la tierra y la siembra, pero si Dios no concede la lluvia a su siembra, de nada sirve su esfuerzo.
Así mismo, la oración y nuestro esfuerzo necesitan la ayuda de Dios para que aportemos nuestro beneficio. Si nos ablandamos en la oración y nos enfadamos alejándonos del esfuerzo, ¿cómo verá Dios nuestra obra, si no aportamos nada con esfuerzo? Pues del mismo modo, tampoco recibiremos nada.
Pero Dios ve nuestra buena voluntad y según la medida de esta, nos otorga sus preciosos dones.
Padre Cleopa Ilie
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