Thursday, October 6, 2016
Parábolas Evangélicas
El Significado de las Parábolas Evangélicas.
Nuestro Señor Jesucristo predicaba la enseñanza evangélica en
forma de relatos parabólicos, tomando ejemplos de la naturaleza o de la vida
cotidiana. Estos relatos recibieron el nombre de "parábolas." Aunque
las parábolas eran conocidas también en los tiempos del Antiguo Testamento, por
medio de los labios del Dios - Hombre, se perfeccionaron en el Nuevo
Testamento.
En
primer lugar, la razón por la cual el Salvador exponía Su enseñanza en forma de
relatos alegóricos, fue que el Señor hablaba sobre la profundidad de las
verdades espirituales las cuales no eran muy bien comprendidas por los oyentes,
mientras que un relato vivido y concreto tomado de la vida cotidiana se
recordará por muchos años. La persona que desea entenderlo puede pensar en su
sentido y apreciar la sabiduría que se encuentra en él. En segundo lugar, hay
gente que no puede entender plenamente la enseñanza de Cristo y por esta razón
puede interpretarla y propagarla de una manera errónea. Las parábolas conservan
el verdadero sentido de la enseñanza del Señor. En tercer lugar, las parábolas
tienen cierta prioridad sobre las directas enseñanzas, no solo ellas contienen
en sí toda la ley Celestial, pero indican su aplicabilidad en la vida
privada así como en la vida social. A pesar de que han pasado muchos siglos,
las parábolas de Jesucristo siguen siendo admirables, porque en ellas se
conservó un sentido claro y bello. Las parábolas representan el vivido
testimonio de una íntima unión que existe entre el mundo espiritual y físico,
en otras palabras: la causa interior manifestada en la vida exterior.
En
el Evangelio existen másde treinta parábolas. Las últimas se dividen en tres
grupos de acuerdo a los diferentes períodos de la misión de Cristo. Al primer
grupo pertenecen las parábolas pronunciadas por Jesucristo muy pronto después
del Sermón de la Montaña, o sea, entre la segunda y tercer Pascua. En ellas se
habla sobre las condiciones en las cuales se propaga y fortalece el Reino de
Dios, o sea, la Iglesia dentro de la gente. A estas corresponden las parábolas
sobre el Sembrador, la Cizaña, la Semilla que crece invisiblemente, la Semilla
de la mostaza, la perla Preciosa y otras. Sobre ellas hablaremos en el primer
capítulo.
Las
parábolas del segundo grupo pertenecen al final del tercer año de la misión del
Señor. En estas parábolas el Señor habla sobre la infinita misericordia de Dios
con respecto a aquellos que se arrepienten de sus pecados, exponiéndoles
diferentes reglas morales. A estas corresponden las parábolas sobre la Oveja
perdida, el Hijo pródigo, los Dos deudores, el Buen samaritano, el Rico
insensato, el Edificador de la torre, el Juez injusto y otros. Sobre estas
parábolas se habla en el segundo y tercer capítulo.
En
las últimas parábolas (tercer período), pronunciadas poco antes de su muerte en
la cruz, el Señor habla sobre la Gracia de Dios y las responsabilidades de la
gente con respecto a Él, y en adición las siguientes predicciones: sobre los
hebreos sin fe que serán castigados, sobre Su segunda venida, el Juicio final,
los Fieles que serán premiados y sobre la vida eterna. En este último grupo
están incluidas las parábolas sobre la Higuera sin frutos, los Malvados obreros
de la viña, la Fiesta de bodas, los Talentos, las Diez vírgenes, los Labradores
que recibieron igual pago que los demás. Estas parábolas se encuentran en el
cuarto capítulo.
Parábolas sobre el Reino de Dios
En las parábolas pertenecientes al primer grupo, nuestro
Señor Jesucristo nos ofrece la Enseñanza Espiritual en cuanto a la propagación
en el mundo del Reino de Dios o el Reino Celestial. Bajo estos nombres se
debe entender la Iglesia de Cristo en la tierra la cual se componía al
principio de doce Apóstoles y los discípulos más cercanos a Cristo. Después de
que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, en el día de la
Pentecostés, continuó la dispersión de la palabra del Señor por medio de los
apóstoles en otros paises. Debido a su esencia espiritual, la Iglesia de Cristo
no se limita por territorios, grupos étnicos, cultura, idiomas, etc. La Gracia
de Dios entra y vive en las almas de la gente, iluminando sus mentes y
conciencias, dirigiendo las voluntades de los mismos, hacia el bien. Aquella
gente que se hizo miembro de la Iglesia de Cristo, se llama en las parábolas
"hijos del Reino," contrario a los infieles y pecadores que no se
arrepienten, llamados "hijos del tentador." Sobre las condiciones en
cuanto a la propagación y fortalecimiento del Reino de Dios en la gente, se
recuenta en las parábolas del Sembrador, la Cizaña, del Crecimiento de la
semilla, la Semilla de la mostaza, la Levadura y del Tesoro guardado en el
campo.
De
acuerdo a su período, esta parábola fue la primera que pronunció el Salvador.
En ella se habla sobre las diferentes formas en que la gente recibe la palabra
Celestial (la semilla), y como esta palabra influye a los mismos de acuerdo al
anhelo espiritual de esa persona. Esta parábola está escrita por el evangelista
Mateo en la siguiente forma:
"He aquí el que sembraba salió a sembrar. Y sembrando,
parte de la simiente cayó junto al camino; y vinieron las aves, y la comieron.
Y parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y nació luego, porque
no tenía profundidad de tierra: Mas en saliendo el sol, se quemó; y secóse,
porque no tenía raíz. Y parte cayó en espinas; y las espinas crecieron, y la
ahogaron. Y parte cayó en buena tierra, y dió fruto, cuál a ciento, cuál a
sesenta, y cuál a treinta. Quien tiene oídos para oír, oiga" (Mat. 13:4-9).
En
esta parábola, la palabra camino significa aquella gente que se
encuentra en un estado de decadencia moral y la palabra de Dios no puede
introducirse en sus corazones: cuando esta palabra cae sobre la superficie de
sus conciencias, rápidamente se esfuma de sus memorias sin haberlos interesado
y sin haber estimulado en sus almas, sentimientos espirituales más elevados. El
suelo pedregal significa la gente de sentimientos inestables, cuyos
buenos impulsos no son profundos, así como la capa fina de tierra que cubre la
superficie de la piedra. Esta clase de gente por más que en un momento de su
vida se hubiera interesado en la verdad evangélica como en algo interesante y
nuevo, igual no hubiese sido capaz de sacrificar por esta verdad sus intereses
personales, cambiar sus costumbres de la vida y comenzar firmemente a batallar
con las tendencias malas. Ya en las primeras pruebas estas personas se
desaniman y caen en la tentación. Hablando sobre el suelo espinoso,
Jesucristo tenía en cuenta aquellos que están totalmente envueltos en las
preocupaciones cotidianas, gente que está interesada únicamente en
enriquecerse, y ama los placeres. El ajetreo diario, la carrera por los bienes
fantasmagóricos, como la planta espinosa, extingue en ellos todo lo bueno y
santo. Finalmente, la gente con un corazón sensible para el bien, siempre está
lista para cambiar la vida de acuerdo a la enseñanza de Cristo, asemejándose a
la tierra fértil. Habiendo escuchado la palabra de Dios, ellos con
firmeza deciden seguirlo y por medio de sus acciones ofrecer buenos frutos,
algunos cien, otros en sesenta o treinta veces, cada uno de acuerdo a su
capacidad, fuerza y entusiasmo.
Termina
el Señor esta parábola con las famosas palabras: "Quien tiene oídos
para oír, oiga." Concluyendo la parábola con estas palabras, el Señor
llama a la puerta del corazón de cada persona para que ella con atención analice
su alma y por medio de este análisis se conozca mejor: ¿Acaso no se asemeja
su alma a la tierra infructuosa que está cubierta con plantas espinosas, o sea,
los deseos pecaminosos? Si así fuese, no hay que desesperarse! Sabemos que la
tierra que no es buena para el sembrado, no debe necesariamente permanecer en
una condición irremediable e infructuosa. Sacrificándose diligentemente, el
agricultor puede hacer la tierra fértil. De la misma manera, nosotros podemos y
debemos remediarnos con el ayuno, arrepentimiento, oración y acciones buenas,
para que de una gente espiritualmente perezosa y pecadora, nos convirtamos en
gente fiel y virtuosa.
La
Iglesia de Jesucristo es un reino espiritual, pero aquí en la tierra tiene una
forma física ya que se compone de gente que vive en cuerpos. Lamentablemente no
toda la gente recibe la fe cristiana por convicción interna y con el deseo de
seguir en todo la voluntad de Dios. Muchos se convierten en cristianos debido a
ciertas circunstancias, por ejemplo: siguiendo el ejemplo general,
subconscientemente o por haber sido bautizado en la infancia por sus padres.
Otros aunque tomaron el camino hacia la salvación con un sincero deseo de
seguir a Dios, eventualmente se debilitaron y comenzaron a someterse a sus
precedentes pecados y vicios. Por esta causa existen miembros en la Iglesia de
Jesucristo (y no en poca cantidad) de una conducta bastante baja, permitiéndose
diferentes acciones censurables. Lógicamente que ellos provocan reproches y
dejan caer una sombra sobre toda la Iglesia de Jesucristo a la cual ellos
pertenecen de una manera formal.
En
la parábola sobre la cizaña, el Señor habla sobre la triste realidad de que en
esta vida pasajera, dentro de los fieles y devotos miembros del Reino de Dios,
se infiltran los miembros infieles, a quienes como contraste con los hijos del
Reino, el Señor llama "hijos del tentador." Esta parábola se describe
en el Evangelio en la siguiente forma:
"Otra parábola les propuso, diciendo: El reino de los
cielos es semejante al hombre que siembra buena simiente en su campo: Mas
durmiendo los hombres, vino su enemigo, y sembró cizaña entre el trigo, y se
fue. Y como la hierba salió é hizo fruto, entonces apareció también la cizaña.
Y llegándose los siervos del padre de la familia, le dijeron: Señor, ¿no
sembraste buena simiente en tu campo? ¿de dónde, pues, tiene cizaña? Y él les
dijo: Un hombre enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres,
pues, que vayamos y la cojamos? Y él dijo: No; porque cogiendo la cizaña, no
arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro
hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Coged primero
la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; mas recoged el trigo en mi
alfolí" (Mat. 13:24-30).
En
esta parábola bajo el termino "cizaña" se debe entender las
tentaciones de la vida en la Iglesia, como la gente que practica una vida
anticristiana. La historia de la Iglesia está llena de eventos que de ninguna
forma pueden ser obra de la mano de Dios, por ejemplo: las herejías, discordias
y cismas, persecuciones religiosas, intrigas, problemas en las parroquias,
acciones en la gente que llevan a la tentación, incluyendo aquellas personas
que muchas veces ocupan cargos administrativos. Una persona de sentimientos
superficiales o lejana de la vida espiritual, observando estos problemas, no
vacila en reprochar la Iglesia y la enseñanza de Jesucristo.
En
esta parábola el Señor nos indica al diablo como al verdadero origen y causa de
todas las acciones oscuras. Si tuviéramos ojos espirituales, hubiéramos visto
que existen seres malvados muy reales que se llaman diablos, los cuales
conscientemente, con insistencia y astucia usando las debilidades de la gente
nos empujan a cometer maldades. De acuerdo a esta parábola, nosotros no somos
inocentes porque muchas veces servimos como instrumento para esta malvada e
invisible fuerza: "Mientras la gente dormía, vino el enemigo y sembró
la cizaña," o sea, si la gente no tiene cuidado, puede ser influida
por el diablo.
¿Porqué Dios no destruye la gente que comete maldades? Porque
como esta escrito en la parábola, "arrancando la cizaña, podemos dañar el
trigo," o sea, castigando a los pecadores, podemos dañar simultáneamente a
los hijos del Reino, significando a los miembros virtuosos de la Iglesia. En
esta vida la relación entre la gente es tan entrelazada, como las raíces de las
plantas que crecen juntas en el campo. La gente está relacionada entre sí con
ataduras familiares y sociales y depende una de la otra. Así, por ejemplo, un
padre indigno, alcohólico o perverso, se preocupa para educar a sus buenos
hijos; el bienestar de los trabajadores honestos puede encontrarse en las manos
de una persona avara; el gobernante ateo puede ser muy inteligente y útil como
legislador para los ciudadanos. Si Dios castigaría a los pecadores sin
diferenciarlos, violaría toda la estructura de la vida e inevitablemente los
virtuosos también sufrirían, más que nada, la gente que no tiene la suficiente
capacidad para adaptarse a la vida. Sucede a veces que un miembro de la Iglesia
sigue un camino erróneo y después de experimentar diferentes trastornos,
recapacita y toma el verdadero camino, en otras palabras, de la cizaña se
convierte en trigo. Existen muchos casos en la historia de la humanidad, cuando
ocurren cambios drásticos en la vida del individuo. Por ejemplo: el rey
Manases, el apóstol Paulo, el gran príncipe ruso Vladimiro al cual la iglesia
igualó con los apóstoles, y muchos otros. Debemos recordar que en esta vida la
gente no está condenada a los sufrimientos eternos, a todos se les facilita la
posibilidad de arrepentirse y salvar sus almas. Unicamente cuando termina el
plazo de la vida terrenal, comienza el día de la cosecha, llevando a cabo el
resultado de su pasado.
La
parábola sobre la cizaña nos enseña a estar en vela, o sea, ser atento
con respecto a la condición espiritual de nuestra alma, no fiarse de nuestra
virtuosidad, para que el diablo no se aproveche de nuestra despreocupación y
llegara a sembrar en nosotros, deseos pecaminosos. Al mismo tiempo, la parábola
de la cizaña nos enseña a ser comprensivos con respecto a la vida de la
Iglesia, sabiendo que en esta vida temporal los eventos negativos son también
ineludibles. Así, como la cizaña no tiene nada en común con el trigo, de la
misma forma es el mundo espiritual del Reino de Dios con el mal. Pero a pesar
de esto, el mal también puede manifestarse a veces dentro de la Iglesia. No
todos, que se encuentran en la lista de los feligreses de una parroquia y
llevan el nombre de cristianos, pertenecen realmente a la Iglesia de
Jesucristo.
El
Reino de Dios no es únicamente una enseñanza en la cual los fieles creen, sino,
contiene en sí una fuerza de Gracia, capaz de transformar todo el mundo
espiritual de la persona. Sobre esta fuerza interna que pertenece al Reino de
Dios, el Señor explica en la próxima parábola
Escrita por el Evangelista Marco, en su Cuarto Capítulo:
"Así es el Reino de Dios, como cuando un hombre echa
semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla
brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra,
primero hierba, luego espiga; y cuando el fruto esta maduro, en seguida se mete
la hoz, porque la siega ha llegado" (26-29).
Como
la planta que nació de la semilla, se somete a diferentes estados de
crecimiento y desarrollo, de la misma forma es la persona que aceptó la
enseñanza de Jesucristo. Luego, una vez bautizada, por medio de la intervención
de la gracia de Dios, gradualmente se renueva interiormente y crece. Al
principio del camino espiritual, tenemos la impresión que nosotros estamos
llenos de impulsos buenos, los cuales a primera vista parecen ser fructuosos,
pero al mismo tiempo, en el hecho son inmaduros, como los brotes jóvenes de una
planta. El Señor no subyuga la voluntad de la persona con Su fuerza
todopoderosa, pero le da tiempo para que ella pueda enriquecerse por medio de
la fuerza de Gracia, fortaleciéndose en la virtud. Unicamente una persona
espiritualmente madura es capaz de ofrecerle a Dios el fruto perfecto por medio
de las acciones buenas. Cuando Dios ve que la persona se estableció
espiritualmente y maduró, la lleva de este mundo, lo que significa en la
parábola: "la cosecha."
Siguiendo
el precepto de esta parábola sobre la semilla que crece invisiblemente, debemos
aprender a ser tolerables con respecto a las imperfecciones de la gente
con la cual nos contactamos, debido a que todos nosotros nos encontramos en el
proceso de desarrollo espiritual. Algunos consiguen la madurez espiritual antes
que otros. La siguiente parábola sobre la semilla de la mostaza, completa la
precedente y habla sobre la manifestación de la fuerza de la gracia en la
gente.
"Otra parábola les referió, diciendo: El reino de los
cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su
campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando
ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que
vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas" (Mat. 13:31-32).
En
el Oriente la planta de la mostaza llega a tamaños muy grandes (más de veinte
pies), su semilla es tan pequeña, que los hebreos en los tiempos de Jesucristo
tenían un dicho: "Pequeño como la semilla de la mostaza." Esta
comparación del Reino de Dios con la semilla de la mostaza se comprobó en la
práctica sobre la velocidad con la cual se propagó la Iglesia en los paises
paganos. Para el resto del mundo la Iglesia era una organización religiosa
imperceptible, representada por un pequeño grupo de pescadores galileos de poca
preparación intelectual. Luego, se extendió durante dos siglos por todos los
países de aquellas regiones - de la Escita salvaje, hasta la calurosa Africa. Y
de la lejana Britaña, hasta la misteriosa India. La gente de diferentes razas,
lenguas y culturas, recibía en la Iglesia la salvación del mundo espiritual,
igual que los pájaros que durante la tempestad encuentran refugio entre las
ramas de un enorme ombú.
Sobre
la transfiguración de la gracia
en la persona, mencionada en la parábola sobre la semilla que crece
invisiblemente, se habla también en la siguiente parábola en breve forma.
"El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que
tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue
leudado" (Mat. 13:33).
"Tres
medidas de harina" simboliza tres fuerzas espirituales: mente, voluntad y
sentimiento, los cuales son transformados por medio de la gracia de Dios. La
gracia ilumina la mente abriéndole las verdades espirituales, fortalece la
voluntad para las acciones buenas, da paz y purifica los sentimientos,
introduciendo en la persona una luz de alegría. Nada en la tierra se puede
comparar con la gracia de Dios: lo terrestre alimenta y fortalece el cuerpo,
pero la gracia de Dios alimenta y fortalece el alma inmortal de la persona.
Esta es justamente la razón por la cual la persona debe apreciar la gracia de Dios
sobre todas las cosas y estar siempre preparada de sacrificar todo por ella,
como el Señor nos explica en la próxima parábola:
Esta
parábola habla sobre la inspiración y la alegría, la cual la persona
debe experimentar cuando su corazón roza con la gracia de Dios. Siendo
reconfortado y alumbrado por Su gracia, la persona ve claramente en sí todo el
vacío y toda la pobreza de las cosas materiales.
"El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro
escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso
por ellos va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo" (Mat. 13:44).
La
gracia de Dios es un verdadero tesoro, y si este tesoro se compara con
los bienes materiales, los últimos son realmente pobres o "basura,"
como se expresó San Paulo. Sin embargo, así como es imposible para la persona
recibir el tesoro sin haber antes vendido sus bienes y con el dinero ganado
comprar aquel campo donde este tesoro está escondido, de la misma manera no es
posible recibir la gracia de Dios, hasta que la persona no tome la decisión de
sacrificar todos sus bienes materiales. Por la gracia que se ofrece por medio
de la Iglesia, la persona debe sacrificar todo lo que posee: sus ideas
preconcebidas, el tiempo libre y la tranquilidad, los éxitos de la vida y los
placeres. De acuerdo a la parábola, el que encontró el tesoro, lo guardó para
que otros no se los roben. De la misma forma debe obrar el miembro de la
Iglesia que recibió la gracia de Dios, se debe guardar con cuidado sin
enorgullecerse por tenerla, para que por causa del orgullo, no perderla.
Como
podemos ver en el primer grupo de estas parábolas evangélicas, el Señor nos da
una enseñanza completa y armoniosa sobre las condiciones internas y externas en
cuanto a la distribución del Reino bendito de Dios entre la gente. En la
parábola sobre el sembrador se habla de la necesidad de purificar o liberar
nuestros corazones de las atracciones mundanas, para hacerlos susceptibles a la
palabra del Evangelio. En la parábola sobra la cizaña, el Señor nos previene de
esa invisible y malvada fuerza, la cual conscientemente y con mucha astucia
siembra las tentaciones dentro de la gente. En las siguientes tres parábolas se
manifiesta la enseñanza sobre la fuerza de la gracia que funciona en la
Iglesia, o sea: la transfiguración del alma sucede en una forma gradual y
muchas veces invisiblemente (sobre la semilla invisible), la gracia de Dios
contiene en sí una fuerza incalculable (sobre la semilla de la mostaza y la
levadura), esta fuerza de gracia es lo más valioso que la persona desea recibir
(el tesoro escondido en el campo). Esta
enseñanza sobre la gracia de Dios, se completa por el Señor en las últimas
parábolas sobre los talentos y sobre las diez vírgenes. Sobre estas parábolas
se hablará más abajo (en los capítulos 3 y 4).
Muchas parábolas evangélicas que fueron escuchadas por
nosotros en nuestra infancia, siempre se recuerdan muy bien debido a que ellas
representan ejemplos de la vida muy claros y vividos. Esta era la razón por la
cual nuestro Señor Jesucristo presentaba en esta forma de relatos parabólicos
ciertas verdades religiosas, para que la gente pueda recordar estas verdades
con facilidad y retenerlas en la consciencia. Es suficiente mencionar el nombre
de una parábola, para que en la mente de la persona inmediatamente aparezca la
imagen evangélica. Lógico, que a veces todo termina en esta imagen, porque
nosotros entendemos muchas cosas sobre el cristianismo, pero no las cumplimos.
El cristiano debe esforzar su voluntad para sentir el significado vital de la
verdad y la importancia de seguirla y esta verdad se iluminará para él como una
nueva y cálida luz.
Después
de una interrupción bastante larga, y pocos meses antes de Sus sufrimientos en
la cruz, el Señor Jesucristo nos abrió Sus nuevas parábolas. Condicionalmente
estas parábolas forman un segundo grupo. En estas parabolas el Señor nos abrió
Su infinita misericordia para la salvación de todos los pecadores, además nos
dejó varias lecciones muy vívidas para los que siguen Sus consejos, como
debemos querernos unos a los otros. Hagamos una revista de este segundo grupo
deliberando las siguientes tres parábolas: la oveja extraviada, el hijo
pródigo, el fariseo y el publicano, en las cuales se ilustra la misericordia de
Dios con respecto a los que se arrepienten de sus pecados. Debemos estudiar
estas parábolas en relación con aquella gran tragedia a causa del pecado
original que se manifestó en las enfermedades, sufrimientos y muerte.
El
pecado profanó y deformó muchos aspectos de la vida del hombre desde los
tiempos más antiguos e inmemoriales. Numerosos sacrificios en el Antiguo
Testamento, juntamente con los ritos de ablución creaban una esperanza que la
gente podría recibir el perdón de los pecados. Pero esta esperanza se basaba en
la espera de la venida del Redentor, el Cual debería liberar la gente del
pecado y devolverles la bienaventuranza en la unión con Dios que ellos habían
perdido (Isaias, capít. 53).
Esta
parábola claramente ilustra el cambio hacia el bien y la salvación de la gente
tan largamente esperada, cuando el Buen Pastor, Unigénito Hijo de Dios, viene
al mundo, para encontrar y salvar Su oveja extraviada - o sea, a la humanidad
inundada en los pecados. La parábola sobre la oveja extraviada, así como las
otras dos siguientes parábolas, fueron pronunciadas en respuesta a las
protestas de los judíos escribas llenos de maldad, que acusaban a Cristo por Su
compasión hacia los pecadores muy conocidos. Y Se llegaban a él todos los
publicanos y pecadores a oírle. Y murmuraban los Fariseos y los escribas,
diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Y él les propuso esta
parábola, diciendo:
"¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si
perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la
que se perdió, hasta que la halle? Y hallada, la pone sobre sus hombros gozoso;
Y viniendo a casa, junta a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Dadme el
parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo, que así
habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentimiento" (Luc. 15:1-7).
Los
orgullosos y engreídos escribas judíos esperaban que el Mesías vendría para
establecer un reino glorioso y poderoso y ellos asumirían con él el poder.
Ellos no comprendían que el Mesías antes que nada es el Pastor Celestial y no
un gobernador terrenal. Él vino al mundo para salvar y devolver el Reino de
Dios para todos aquellos que se consideraban perdidos. En esta parábola podemos
notar que el pastor no castigó a la oveja y no la corrió a su rebaño debido a
su culpabilidad, sino, compasivamente la tomó sobre sus hombros y la
trajo a su lugar. Este ejemplo simboliza la salvación de la humanidad por medio
de los sufrimientos y muerte de Jesucristo en la cruz, tomando y
purificando nuestros pecados. Desde ese momento la fuerza redentora, por medio
de Sus sufrimientos, otorgó la posibilidad de renovarnos moralmente, devolviéndonos
la virtud y la bienaventurada comunión con Dios que habíamos perdido.
Esta
parábola complementa la precedente debido a su segundo aspecto el cual consiste
en la salvación del hombre que vuelve voluntariamente hacia su Padre
Celestial. En la primer parábola se habla sobre el Salvador que busca al
pecador para ayudarle y en la segunda parábola, sobre el esfuerzo de la persona
necesario para la unión con Dios.
"Un hombre tenía dos hijos; Y el menor de ellos dijo a
su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me pertenece: y les repartió
la hacienda. Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió
lejos a una provincia apartada; y allí desperdició su hacienda viviendo
perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una grande hambre en
aquella provincia, y comenzóle a faltar. Y fue y se llegó a uno de los
ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que
apacentase los puercos. Y deseaba henchir su vientre de las algarrobas que
comían los puercos; mas nadie se las daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos
jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de
hambre! Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti; Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de
tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y como aun estuviese lejos,
viólo su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y echóse sobre su
cuello, y besóle. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo, y contra
tí, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Mas el padre dijo a sus siervos:
Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y zapatos
en sus pies. Y traed el becerro grueso, y matadlo, y comamos, y hagamos fiesta:
Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado. Y
comenzaron a regocijarse" (Luc. 15:11-24).
En
esta parábola se ofrecen ciertas características de la vida terrenal del
pecador. Estando aferrado por mucho tiempo a los placeres terrenales recapacita
después de muchos errores y caídas, o sea, comienza a reconocer todo el vacío y
las impurezas de su vida y arrepintiéndose toma una firme decisión de volver a
Dios. Esta parábola es muy vital del punto de vista psicológico. El hijo pródigo
pudo realmente apreciar la felicidad de estar reunido devuelta con su padre
después de que él sufrió al máximo la separación con él. De la misma forma
muchos comienzan a apreciar la relación con Dios en el momento que ellos llegan
profundamente a sentir por dentro sus imperfecciones y sus vidas sin ningún
objetivo. De este punto de vista, esta parábola verdaderamente muestra el lado
positivo de la vida de las penas y disoluciones. El hijo pródigo
seguramente nunca hubiese vuelto en sí, si no fuera por la pobreza y el hambre
que despertaron en él la conciencia.
En
esta parábola se habla en una forma alegórica sobre el amor de Dios con
respecto a la gente, en el ejemplo del padre que sufre y sale a la calle todos
los días con la esperanza de ver a su hijo volver. Las dos parábolas ya
presentadas sobre la Oveja Extraviada y el Hijo Pródigo, hablan de lo
importante que es para Dios la salvación del hombre. Al final de la parábola
sobre el hijo pródigo (no descrita aquí) se cuenta sobre el hijo mayor que se encuentra
descontento con respecto a su padre por haber perdonado al hermano menor.
Jesucristo, asemeja al hermano mayor a los envidiosos escribas judíos. Por un
lado ellos detestaban profundamente a los publicanos, fornicadores y otros
pecadores sin querer tener con ellos ningún tipo de relación, y por otro lado,
ellos protestaban de que Jesucristo hablaba con los pecadores tratando de
ayudarlos a encaminarse. Esta misericordia de Cristo con respecto a los
pecadores los enfurecía.
Esta
parábola completa las dos primeras sobre la misericordia de Dios porque muestra
cómo el reconocimiento humilde de los pecados de una persona es más
importante para Dios, que las falsas virtudes de los orgullosos.
"Y dijo también a unos que confiaban de sí como justos,
y menospreciaban a los otros, esta parábola: Dos hombres subieron al templo a
orar: el uno Fariseo, el otro publicano. El Fariseo, en pie, oraba consigo de
esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones,
injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; Ayuno dos veces a la semana,
doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano estando lejos no quería ni
aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, sé
propició a mí pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes
que el otro; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se
humilla, será ensalzado" (Luc. 18:9-14).
Evidentemente,
el fariseo no hacía ningún mal a nadie, o sea, no era una persona mala. Sin
embargo, en vez de ayudar a la gente con las buenas acciones, él cumplía con
diferentes ritos religiosos y costumbres de muy poca importancia no exigidas
por las leyes del Antiguo Testamento. Cumpliendo con estos ritos, él tenía una
opinión muy buena de sí mismo. "Acusando a todo el mundo, él se
justificaba" (Palabras de San Juan
Crisóstomo). Gente con esta psicología no es capaz de hacer una
evaluación espiritual de si misma, o sea, arrepentirse y comenzar una verdadera
vida virtuosa. La esencia moral en esta persona está muerta. Nuestro
Señor Jesucristo muchas veces reprendía abiertamente la falsedad de los
escribas judíos y fariseos. Sin embargo, en esta parábola nuestro Señor se
limita únicamente con una reprensión: "volvió el publicano a su casa
justificado, antes que el otro (el fariseo)," o sea: el arrepentimiento sincero del publicano
fue recibido por Dios.
Según
el significado de estas parábolas, la persona es un ser espiritualmente
caído, constantemente peca y no tiene nada para alabarse delante de Dios.
Entregando su vida a Dios y con un profundo arrepentimiento, la persona debe
volver al Padre Celestial, para que con Su gracia esta persona sea guiada por
el camino correcto, de la misma forma que la oveja extraviada. La última se
entregó a la protección y salvación del buen pastor.
Las
siguientes parábolas nos enseñan a ser misericordiosos, así, como es Dios con
nosotros, perdonar y querer a nuestro prójimo, sean o no, cercanos a nosotros.
Únicamente por Su bondad creó Dios el universo y la gente,
otorgándole la vida y una libre voluntad, adornándola de Su manera Celestial
para todos sean partícipes de Su beatitud. Dios no rechazó la gente por caer en
el pecado, sino, por Su benevolencia e infinita misericordia, la sacó de este
precipicio y le devolvió la vida eterna por medio de Su Hijo Unigénito.
Teniendo como ejemplo al Creador y Salvador como el perfecto amor hacia
nosotros, debemos perdonar y querer a nuestros prójimos, porque todos nosotros
somos hermanos en Cristo!
En
las siguientes cuatro parábolas: los Dos Deudores, el Buen Samaritano, el Rico
y Lázaros y el Mayordomo, nuestro Señor Jesucristo nos enseña cómo debemos
manifestar nuestro amor al prójimo. De acuerdo a estas parábolas, las acciones
de misericordia pueden ser diferentes. A estas acciones pertenecen todas las
cosas buenas que hacemos para el prójimo: perdonar a los que nos ofenden,
ayudar a los que sufren, consolar a los apenados, dar un buen consejo, una
oración por el prójimo y muchas otras cosas. Las buenas acciones no se pueden
juzgar únicamente por un indicio, o sea, cuales de ellas son más importantes
para Dios. Las acciones buenas reciben su evaluación no por su cantidad, sino,
por su contenido o esencia espiritual, por la profundidad del amor y la fuerza
de voluntad con la cual la persona las lleva a cabo. El acto primordial de
misericordia, es el perdón de las ofensas. El último no es muy fácil de
cumplir. En esta parábola el Señor nos enseña a perdonar al prójimo.
El Perdón de las Ofensas.
Parábola Sobre los Dos Deudores.
Esta
parábola fue pronunciada por nuestro Señor en respuesta a San Pedro: cuántas
veces debemos perdonar al prójimo? El apóstol Pedro creía que era suficiente
perdonar hasta siete veces. Pero Jesucristo le respondió que debemos perdonar
"siete veces setenta," o sea, debemos perdonar siempre,
ilimitadamente. En explicación Él dijo la siguiente parábola:
"Por lo cual, el reino de los cielos es semejante a un
hombre rey, que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer
cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Mas a éste, no
pudiendo pagar, mandó su señor venderle, y a su mujer e hijos, con todo lo que
tenía, y que se le pagase. Entonces aquel siervo, postrado, le adoraba, diciendo:
Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor, movido a
misericordia de aquel siervo, le soltó y le perdonó la deuda. Y saliendo aquel
siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y trabando
de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que debes. Entonces su consiervo,
postrándose a sus pies, le rogaba, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo
pagaré todo. Mas él no quiso; sino fue, y le echó en la cárcel hasta que pagase
la deuda. Y viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y
viniendo, declararon a su señor todo lo que había pasado. Entonces llamándole
su señor, le dice: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me
rogaste: ¿No te convenía también a tí tener misericordia de tu consiervo, como
también yo tuve misericordia de tí? Entonces su señor, enojado, le entregó a
los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también hará con
vosotros mi Padre celestial, si no perdonáreis de vuestros corazones cada uno a
su hermano sus ofensas" (Mat. 18:23-35).
En
esta parábola, el Señor condicionalmente se asemeja al rey al cual su siervo le
debía cierta cantidad de dinero. La persona es un insolvente deudor
delante de Dios, no sólo por sus pecados, sino, por la ausencia de las acciones
buenas, las cuales la persona podría hacer, pero no las hace. Estas acciones
imperfectas también son deudas de la gente. Así es como nosotros pedimos en la
oración: "Perdona nuestras deudas," y no sólo los pecados! Al final de la vida,
cuando nosotros tenemos que darle a Dios una respuesta por todas nuestras
acciones, se descubre que todos nosotros somos deudores insolventes de Él. En
la parábola sobre los dos deudores se habla de que nosotros podemos contar con
la misericordia de Dios únicamente con la condición de que nosotros de todo
corazón perdonemos a nuestros ofensores. Por esta razón nosotros debemos
recordar diariamente: "Perdona nuestras deudas, así, como nosotros
perdonamos a nuestros deudores."
De
acuerdo a esta parábola, las ofensas que recibimos de nuestros prójimos
comparándolas con nuestras deudas delante de Dios son tan míseras, como
unas pocas monedas comparadas con una enorme cantidad de dinero. Debemos
mencionar que el sentimiento de ofensa es muy individual. Una persona quizás no
presta ninguna atención a una mala palabra o acción de parte de otra persona
hacía ella, pero otra persona por esta palabra o acción puede sufrir toda la
vida. Del punto de vista espiritual, el sentimiento de ofensa nace por el
herido amor propio y el orgullo escondido. Cuanto más amor propio tiene
la persona, más se ofenderá. Si no batallamos inmediatamente con este
sentimiento de ofensa, con el tiempo se volverá en rencor y venganza. El
rencor, según San Juan Clímaco "es el óxido del alma, el gusano de la mente,
el oprobio de la oración, extrañamiento del amor...pecado incesable." Con
el rencor es muy difícil de batallar. "Acordándote de los sufrimientos de
Jesucristo," escribe San Juan Clímaco, "curarás el rencor y lo
derrotarás con la apacibilidad." "Si después de un prolongado
sacrificio" - escribe San Juan, - "tú no puedes eliminar estas
espinas, entonces por lo menos, arrepiéntete y sé humilde aunque sea únicamente
de una forma verbal delante de aquella persona que tú odias, para que tú,
estando avergonzado por tu falsedad tan prolongada delante de él, puedas
finalmente llegar a quererlo."
Es
muy importante saber que la oración por nuestros ofensores nos ayuda a
superar los sentimientos malos con respecto a ellos. Si tuviéramos la
posibilidad de ver la enorme cantidad de deudas por las cuales debemos
responder delante de Dios, con prisa y muy contentos perdonaríamos a todos,
hasta los enemigos más grandes, para que con esto, adquiramos la misericordia
de Dios. Lamentablemente, el reconocimiento de nuestros pecados y culpa delante
de Dios no llega por sí solo, pero requiere un constante y severo análisis de
nuestra consciencia basada en la enseñanza evangélica. Aquel que trata de
perdonar al prójimo, recibe de Dios como recompensa por su empeño, el verdadero
don cristiano de querer, denominado por los santos padres, "como el rey de
las virtudes." Sobre las acciones del amor cristiano se hablará en las
parábolas del siguiente capítulo.
Esta
parábola fue pronunciada por Jesucristo como respuesta a la pregunta que le
hizo un judío escriba: "quién es mi prójimo?" El escriba conocía el
mandamiento del Antiguo Testamento, donde se exigía querer al prójimo. Pero
debido a que él no cumplía este mandamiento, quiso justificarse con la excusa
de que él no sabía a quién se debía considerar como un prójimo. El Señor como
respuesta contó una parábola, presentando como ejemplo al buen samaritano. El
significado de la parábola consiste en que no se debe deliberar quién es ajeno
y quién no lo es, sino, esforzarse para poder acercarse a todos aquellos
quienes necesitan nuestra ayuda.
"Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en
manos de ladrones, los cuales le despojaron; é hiriéndole, se fueron, dejándole
medio muerto. Y aconteció, que descendió un sacerdote por aquel camino, y
viéndole, se pasó de un lado. Y asimismo un Levita, llegando cerca de aquel
lugar, y viéndole, se pasó de un lado. Mas un Samaritano que transitaba,
viniendo cerca de él, y viéndole, fué movido a misericordia; Y llegándose,
vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su cabalgadura,
llevóle al mesón, y cuidó de él. Y otro día al partir, sacó dos denarios, y
diólos al huésped, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que de más gastares, yo cuando
vuelva te lo pagaré. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fué el prójimo
de aquél que cayó en manos de los ladrones? Y él dijo: El que usó con él de
misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo" (Luc. 10:30-37).
Por
temor de ofrecer ayuda a una persona extranjera, el sacerdote judío y el levita
ignoraron a su compatriota que se encontraba en una situación muy penosa. El
samaritano sin pensar dos veces si la persona que se encontraba delante de él
extendida sobre el suelo era o no uno de los suyos, le prestó ayuda, y con este
acto humano, le salvó la vida. La bondad del buen samaritano se manifestó
también en que no solo él le salvó la vida, sino, se preocupó de esta víctima
asumiendo también los gastos y las preocupaciones relacionadas con su cura.
En
el ejemplo del buen samaritano, el Señor nos enseña a no limitarnos únicamente
en desear el bien o expresar simpatía a nuestros prójimos, sino, a quererlos
"con los hechos." No es aquella persona la que quiere al prójimo
estando sentado en su casa y planeando en tener una organización altruista,
sino, aquella que no mezquina su tiempo, fuerza, dinero y ayuda a la gente con
los hechos. Para ayudar al prójimo no es necesario en componer todo un programa
de ayuda humanitaria, por lo general estos planes no siempre se realizan. La
vida en sí nos ofrece la posibilidad de manifestar nuestro amor hacia la gente,
por ejemplo: visitar a un enfermo, consolar a una persona apenada, ayudar a un
enfermo a ver a su doctor, formalizar para alguien un documento, hacer una
donación para los pobres, tomar parte en las actividades de la iglesia o
actividades filantrópicas, dar un buen consejo, prevenir una discordia, etc.
Muchas de estas actividades parecen ser a veces insignificantes, pero en el
trayecto de la vida estas buenas y pequeñas acciones se acumulan formando un
depósito espiritual enorme. Las acciones buenas se pueden igualar a un depósito
bancario donde diariamente depositamos pequeñas sumas de dinero en una cuenta
de ahorro. En el cielo, como dijo el Salvador, estas buenas acciones formarán
todo un tesoro, el cual la polilla no destruirá, y donde los ladrones no cavan
ni roban.
El
Salvador por Su sabiduría permite que la gente viva en diferentes condiciones
materiales: algunos en gran abundancia, otros en escasez y hasta hambre. En la
mayoría de los casos la gente gana su bienestar por medio de grandes
sacrificios, insistencia y talento. Sin embargo, no se puede negar que muchas
veces el estado social y material de la gente depende también por razones exteriores,
favorables o desfavorables, que no dependen de su voluntad. Una persona muy
capaz y laboriosa puede estar viviendo en condiciones muy pobres, al mismo
tiempo que un holgazán puede estar disfrutando de la vida, nada más porque el
destino le sonríó. Estas condiciones parecen ser injustas si las observamos
únicamente del punto de vista de una existencia terrenal. Pero si, llegáremos a
otra conclusión, si miraremos esto del punto de vista de la vida eterna que
espera al justo en el cielo.
En
las parábolas sobre el Mayordomo Injusto y el Rico y Lázaro, en la cuales se
habla sobre la razón porque Dios permite la "injusta" distribución de
los bienes materiales entre la gente, el Señor Jesucristo en breve forma nos
explica este misterio. Basado en esto, nosotros podemos llegar a apreciar la
enorme sabiduría que posee el Señor para dirigir esta injusticia que Él usa
como método de salvación para la gente: a los ricos - por medio de las acciones
de misericordia, a los pobres y a los que sufren - por medio de la paciencia.
Enlucidos por estas dos parábolas, nosotros podemos entender qué
insignificantes son realmente los sufrimientos y las riquezas aquí en la tierra
en el momento que nosotros las comparamos con la eterna bienaventuranza o con
los sufrimientos eternos.
En
la primer parábola se da el ejemplo de una consecutiva y examinada
beneficencia. La primer impresión que tenemos después de haber leído la
parábola es que el dueño elogió al mayordomo por su acción deshonesta. Sin
embargo, el Señor nos contó esta parábola con la intensión de obligarnos a
pensar sobre su sentido profundo. Encontrándose en un estado de desesperación,
el mayordomo encontró una solución genial, por un lado consiguiendo para él
protectores, y por el otro asegurando su futuro.
"Y dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico,
el cual tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de
sus bienes. Y le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo de tí? Da cuenta de tu
mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo
dentro de sí: ¿Qué haré? que mi señor me quita la mayordomía. Cavar, no puedo;
mendigar, tengo vergüenza. Yo sé lo que haré para que cuando fuere quitado de
la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores
de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi
señor? Y él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu
obligación, y siéntate presto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú,
cuánto debes? Y él dijo: Cien coros de trigo. Y él le dijo: Toma tu obligación,
y escribe ochenta. Y alabó el señor al mayordomo malo por haber hecho
discretamente; porque los hijos de este siglo son en su generación más sagaces
que los hijos de la luz. Y yo os digo: Haceos amigos de las riquezas de maldad,
para que cuando faltáreis, os reciban en las moradas eternas" (Luc. 16:1-9).
Por
medio de las palabras "el dueño rico" en esta parábola se debe
entender a Dios, y las palabras "el mayordomo gastador," al ser
humano que despreocupadamente malgasta sus talentos otorgados a él por Dios. El
tesoro otorgado por el Señor a la gente así como la salud, el tiempo y las
facultades para las buenas acciones, son malgastados por la gente (o por
el mayordomo en la parábola), en cosas innecesarias y hasta malas. Pero llegará
el momento cuando todos nosotros deberemos como al mayordomo en el Evangelio,
rendir cuentas delante de Dios por los bienes materiales y las buenas
oportunidades que Él nos confíó. El mayordomo infiel, sabiendo que será alejado
de las obligaciones de la casa, con anticipación preparó su futuro. Su
ingenio y facultades para un próspero futuro, es un ejemplo digno de imitar.
Cuando
la persona aparece en frente de Dios para el juicio, descubre que la ansiedad
por los bienes materiales no era la que tenía sentido en la vida, sino, las
acciones buenas llevadas a cabo. Los bienes materiales, según la parábola, por
sí solos "son una riqueza inverosímil," porque aquel que está atado a
estas riquezas, se convierte en una persona avara e insensible. Las riquezas
materiales muchas veces se convierten en un ídolo al cual la gente sirve con
devoción. En la mayoría de los casos, la gente tiene más esperanza en las
riquezas materiales, que en Dios. Esta es la razón por la cual el Señor nombró
las riquezas terrenales "mamón del engaño." Mamón se llamaba un ídolo
antiguo sirio, el protector de las riquezas.
Hablemos
ahora sobre nuestros sentimientos personales con respecto a los bienes
materiales. Muchas de las cosas que poseemos, las consideramos como una
propiedad personal y las usamos únicamente para nuestro beneficio y antojo.
Pero todos los bienes materiales prácticamente pertenecen a Dios. Él es el
Dueño de todas las cosas y nosotros somos únicamente poseedores temporales
de estos bienes, o como dice la parábola, "administradores." Por esta
razón, compartir con los necesitados los bienes ajenos, o sea los bienes de
Dios, no es una violación de la ley, sino, al contrario, así como en el caso
del mayordomo en el Evangelio, es nuestra obligación y el sentido de esto se
encuentra en la conclusión de la parábola: "Ganad amigos por medio de
las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas
eternas." Esto significa que las personas que hemos ayudado aquí en la
tierra, en el otro mundo serán nuestros defensores y protectores.
En
la parábola del mayordomo infiel, el Señor nos enseña a manifestar nuestra
ingeniosidad y constancia en las acciones misericordiosas. Pero así como el
Señor dijo en esta parábola: "porque los hijos de este siglo son más
sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz," o
sea, muchas veces la gente religiosa no tiene suficiente perspicacia e
ingeniosidad como la gente que no es religiosa en la organización de los
deberes cotidianos.
En
cuanto a la extrema falta del sentido común en el uso de los bienes materiales,
el Señor pronunció la siguiente parábola como ejemplo:
En
este caso, por la providencia de Dios el rico vivía en muy buenas
condiciones y podía sin ningún sacrificio ayudar al pobre que se encontraba
tendido en el suelo al lado del portón de su casa. Estando sumergido
enteramente en sí mismo y en las fiestas diarias, el rico fue totalmente
indiferente con respecto a los sufrimientos del pobre.
"Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de
lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo
llamado Lázaro, el cual estaba echado a la puerta de él, lleno de llagas, y
deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los
perros venían y le lamían las llagas. Y aconteció que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham: y murió también el rico, y fue
sepultado. Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vió a
Abraham de lejos, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre
Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo
en agua, y refresque mi lengua; porque soy atormentado en esta llama. Y díjole
Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también
males; mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de todo
esto, una grande sima está constituída entre nosotros y vosotros, que los que
quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Y dijo:
Ruégote pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre; porque tengo cinco
hermanos para que les testifique, porque no vengan ellos también a este lugar
de tormento. Y Abraham le dice: A Moisés y a los profetas tienen: óiganlos. El
entonces dijo: No, padre Abraham: mas si alguno fuere a ellos de los muertos,
se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas,
tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos" (Luc. 16:19-31).
Recordarse
de la hermosa recompensa que obtuvo Lázaro en el otro mundo, anima a los pobres
y a los que sufren. Por las enfermedades, pobreza y la falta de fuerzas
físicas, Lázaro no podía ayudar o hacer buenas obras para los demás. Pero nada
más que por resistir pacientemente los sufrimientos y por no quejarse de su
destino, él recibió la bienaventuranza en el cielo. La razón por la cual se
menciona en esta parábola a Abraham, significa que el rico no fue condenado por
sus riquezas, sino, por falta de compasión por los necesitados. Abraham, al
contrario, siendo una persona muy rica, al mismo tiempo era piadoso con todos.
Algunos
preguntan: no sería injusto y cruel condenar eternamente al rico, ya que sus
gozos materiales eran temporales. Para responder a esta pregunta, se debe entender
que la futura bienaventuranza o sufrimientos no se deben mirar únicamente desde
el punto de vista como un lugar de permanencia en el paraíso o el infierno. En
primer lugar el paraíso o el infierno son condiciones espirituales.
Según el Señor, el Reino de los Cielos se encuentra dentro de nosotros
mismos igual que el infierno comienza dentro del alma del pecador. Cuando en la
persona habita la gracia de Dios, entonces en su alma habita el paraíso. Cuando
las pasiones y los remordimientos de conciencia agobian a la persona, entonces
ella sufre como los pecadores que se encuentran en el infierno. Recordemos los
sufrimientos "del Caballero Mezquino" en el poema del escritor ruso
Pushkin: "La conciencia es como una bestia que con sus zarpas rasguña el
corazón; la conciencia es como aquel visitante que nadie invitó, como un
interlocutor molesto y un vicioso prestamista." Los sufrimientos de los
pecadores serán especialmente intolerables en el otro mundo por la razón de que
no existirá más la posibilidad de satisfacer los vicios o por medio del
arrepentimiento aliviar los descargos de conciencia. Por esta razón los
sufrimientos de los pecadores serán eternos.
En
la parábola del rico y Lázaro, se entreabre la cortina del más allá y se ofrece
la oportunidad de entender nuestra existencia aquí en la tierra en una
perspectiva basada en la eternidad. Enlucidos por esta parábola, nosotros vemos
que los bienes terrenales no son la felicidad, sino, mejor dicho, representan
ser una prueba de nuestra habilidad en cuanto a querer o ayudar a nuestros
prójimos. "Pues si en las riquezas
injustas no fuisteis fieles" dice
el Señor en su parábola precedente, "Quién os confiará lo
verdadero?" O sea, si nosotros no supimos administrar correctamente
los bienes ilusorios del presente, entonces nosotros no somos dignos de recibir
de Dios el verdadero tesoro designado para nosotros en la vida eterna. Por esta
razón tratemos de recordar que los bienes materiales pertenecen únicamente a
Dios. Y con ellos, Él nos somete a las pruebas.
Sobre las Virtudes.
La
siguiente parábola sobre el rico insensato, igual que en la parábola precedente
sobre el rico y Lázaro, otra vez se habla sobre daño espiritual que causa al
hombre el aferramiento a las riquezas terrenales. Pero si en las dos precedentes
parábolas sobre el mayordomo infiel y el rico y Lázaro se hablaba especialmente
de las buenas acciones, en las siguientes parábolas se hablará más que nada,
sobe el esfuerzo interno que debe hacer el hombre para el desarrollo de las
buenas cualidades espirituales.
"Y refirióles una parábola, diciendo: La heredad de un
hombre rico había llevado mucho; Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿qué
haré, porque no tengo donde juntar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis
alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis
bienes; Y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos
años; repósate, come, bebe, huélgate. Y díjole Dios: Necio, esta noche vienen a
pedirte tu alma; y lo que has previsto, ¿de quién será? Así es el que hace para
sí tesoro, y no es rico para con Dios" (Luc.
12:16-21).
Esta
parábola fue pronunciada con la intención de prevenir a la gente de no
acumular los bienes terrenales, "porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee," o sea, al hombre no se le
agregará más años de vida por la simple razón de que él es rico. La muerte es
temible especialmente para aquellos, los que nunca piensan en ella y no se
preparan para recibirla: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma." Las
palabras "rico en Dios," significan las riquezas espirituales.
Más detallada es la descripción sobre las riquezas espirituales en la parábola
de los talentos y las diez minas.
En
los tiempos de la vida terrenal del Salvador, el talento representaba ser una
suma grande de dinero, igualada a sesenta minas. Una mina se igualaba a cien
denarios. Un simple trabajador ganaba un denarios por día. En la parábola la
palabra "talento" significa la unidad de todos los bienes que Dios
otorgó al hombre, materiales y espirituales. Los talentos materiales
son: las riquezas terrenales, las condiciones favorables en la vida de una
persona, lugares destacados en la sociedad, buena salud, etc. Los talentos espirituales
es - tener una mente lucida, buena memoria, diferentes cualidades en el arte y
trabajos manuales, elocuencia, firmeza, sensibilidad, tacto, compasión y muchas
otras cualidades engendradas en nosotros por el Salvador. Aparte de esto, para
tener éxito en el bien, El Señor nos ofrece para nuestra ayuda la gracia
espiritual que se manifiesta en diferentes talentos. Sobre estos talentos
habla el apóstol Paulo en su primera epístola a los Corintios: "Empero hay
repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de
ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el
mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Empero a cada uno le es
dada manifestación del Espíritu para provecho. Porque a la verdad, a éste es dada
por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo
Espíritu; A otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el
mismo Espíritu; A otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía; y a otro,
discreción de espíritus; y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación
de lenguas. Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo
particularmente a cada uno como quiere" (1
Cor. 12:4-11).
"Porque el reino de los cielos es como un hombre que
partiéndose lejos llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes. Y a éste dió
cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno: a cada uno conforme a su
facultad; y luego se partió lejos. Y el que había recibido cinco talentos se
fue, y granjeó con ellos, e hizo otros cinco talentos. Asimismo el que había
recibido dos, ganó también él otros dos. Mas el que había recibido uno, fue y
cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Y después de mucho tiempo,
vino el señor de aquellos siervos, e hizo cuentas con ellos. Y llegando el que
había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor,
cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco talentos he ganado sobre
ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor. Y llegando también el que
había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; he aquí
otros dos talentos he ganado sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y
fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu
señor. Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te
conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no
esparciste; Y tuve miedo, y fui, y escondí tu talento en la tierra: he aquí
tienes lo que es tuyo. Y respondiendo su señor, le dijo: Malo y negligente
siervo, sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí; Por
tanto te convenía dar mi dinero a los banqueros, y viniendo yo, hubiera recibido
lo que es mío con usura. Quitadle pues el talento, y dadlo al que tiene diez
talentos. Porque a cualquiera que tuviere, le será dado, y tendrá más; y al que
no tuviere, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las
tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mat. 25:14-30).
De
acuerdo a esta parábola debemos concluir que Dios no exige del hombre acciones
que excedan sus fuerzas o habilidades. Sin embargo, esta persona asume la responsabilidad
sobre aquellos talentos que le fueron otorgados. La gente debe acrecentar
los talentos para el beneficio de la Iglesia, prójimos, etc. Es muy importante
desarrollar en sí las buenas cualidades. En realidad existe una unión muy
cercana entre las acciones y el estado espiritual del alma. Cuanto más buenas
acciones hace la persona, más se enriquece espiritualmente y se perfecciona en
las virtudes. Lo que es exterior e interior, es indivisible.
La
parábola sobre las minas de oro es muy parecida a la parábola sobre los talentos,
consecuentemente la omitiremos. En las dos parábolas donde se habla sobre el
amor propio en la gente y la pereza para el cumplimiento de las buenas
acciones, está representada en el ejemplo del esclavo malvado que enterró las
riquezas de su amo. El esclavo no debía acusar a su amo de ser cruel, porque en
realidad, con respecto al esclavo, el amo exigía mucho menos que de los demás.
"Dar mi dinero a los banqueros" se entiende como una indicación a la
persona, de que por falta de iniciativa propia y habilidad en cuanto a las
buenas acciones, la persona debe por lo menos tratar de ayudar a otros a
realizarlas. En realidad no existe aquella persona que no tenga alguna
habilidad o talento. Creer en Dios, rezar por los demás y por sí mismo, es
posible para todos. La oración es un acto tan santo y útil, que puede
reemplazar tranquilamente cualquier obra buena.
"Porque
a cualquiera que tuviere, le será dado, y tendrá más; y al que no tuviere, aun
lo que tiene le será quitado."
Aquí se habla principalmente sobre la retribución en el otro mundo: el que se
enriquecía espiritualmente en este mundo, recibirá aun más en la otra vida,
pero el perezoso perderá lo poco que poseía. Hasta cierto punto la justicia de
estas palabras pronunciadas se comprueba diariamente. La gente que no
desarrolla sus habilidades, eventualmente las perderán. Así como en una
vida satisfecha y ociosa, la persona se entorpece mentalmente, su voluntad se
atrofia, se endurecen los sentimientos y todo su cuerpo incluyendo el alma se
debilitan, esta persona deja de ser hábil y se convierte en un zángano.
Si
nosotros podemos concentrarnos más profundamente en el sentido de las parábolas
sobre el Rico Insensato y los Talentos, podremos comprender el crimen que
cometemos y cómo nos robamos nosotros mismos cuando inactivamente o
innecesariamente malgastamos el tiempo y fuerzas otorgadas a nosotros por Dios.
Por esta razón es necesario que nosotros enfoquemos nuestra mente de tal forma,
para que cada minuto de nuestra vida sea usado para hacer el bien de los demás,
dirigir nuestros pensamientos y deseos hacia la gloria de Dios. Servir a Dios
es una necesidad para nosotros y un gran honor.
Las
siguientes parábolas hablan sobre dos virtudes que tienen un sentido muy
importante en la vida del ser humano.
La Sensatez y la Oración.
Unicamente
el entusiasmo no es suficiente para tener éxito en las acciones buenas, también
debemos guiarnos con circunspección. La sensatez nos da la posibilidad
de concentrar nuestras fuerzas para aquellas acciones que concuerdan más
con nuestras fuerzas y habilidades. La sensatez también nos ayuda a elegir
aquellas acciones que nos darán mejores resultados. El nivel más alto de la
sensatez es la sabiduría. La última contiene en sí el conocimiento,
experiencia y clarividencia en la esencia espiritual de los hechos.
La
falta de sensatez en nuestras acciones o palabras pronunciadas con buena
intención, puede llevar a un mal resultado. Con respecto a este tema San
Antonio el Ermita dijo las siguientes palabras: "Muchas de las virtudes
son muy bellas, pero a veces ocasionan daño por la falta de experiencia o
demasiado entusiasmo en su cumplimiento...El razonamiento es una virtud muy
buena que enseña y guía la persona hacia el camino derecho sin tendencias
depravadas. Si nosotros seguimos el camino derecho, no seremos tentados por
nuestros enemigos, a la derecha por una devoción exagerada y a la izquierda por
la pereza y despreocupación. El razonamiento es el ojo del alma y su
lucidez...Por medio del razonamiento la persona analiza sus deseos, palabras y
acciones y también elude a todos aquellos que se alejan de Dios" (Libro "Filocalia"). Sobre la sensatez
el Señor habla en las dos siguientes parábolas:
"Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una
torre, no
Catecismo Ortodoxo
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