Bienaventurado el que cuida del mendigo y pobre, en el día malo lo librará el Señor. El Señor lo conserve y felicite en la tierra y no lo entregue en manos de su enemigo. El Señor le ayudará sobre el lecho de su dolor, todo su estrado has vuelto y cuidado en su enfermedad. Yo dije: “Señor, apiádate de mí, sana mi alma, que he pecado contra Ti”.
Mis enemigos hablaron mal de mí: “¿Cuándo morirá y perecerá su nombre?”. Y si entraba para verme, hablaba mal, su corazón juntó iniquidad dentro de sí. Salía fuera y hablaba lo mismo, contra mí. Susurraban todos mis enemigos contra mí, planeaban males para mí, palabra malvada dispusieron contra mí: “¿Acaso el que duerme se levantará?”.
Pues es el hombre de mi paz, en el cual esperé, el que comía mi pan, quien engrandeció sobre mí su engaño. Pero Tú, Señor, apiádate de mí y resucítame y les retribuiré. En esto conocí que me has querido: en que no se ha de alegrar mi enemigo sobre mí. Pero a mí, por mi inocencia, me acogiste y por siempre me afianzaste ante Ti. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, por los siglos de los siglos! ¡Amén! ¡Amén!
Catecismo Ortodoxo
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