Friday, August 21, 2015

La pobreza evangélica ( San Basilio el Grande )


Según las palabras del Señor, no es conveniente ser rico, sino pobre: no juntar riquezas en la tierra sino en el cielo. Indiferente y sana actitud hacia la riqueza es servirse de ella conforme a los mandamientos: esto para nosotros es útil en muchos casos, ante todo para purificar el alma de los pecados.

Nuestra mayor suerte no es pues, la abundancia en cosas temporales, sino que nosotros somos llamados a coparticipar en los verdaderos y eternos bienes.

Los ascetas primeramente acumulan los bienes del reino prometido, porque con todas sus virtudes, con su forma de vida y su unión, ellos representan fielmente el reflejo de la forma de vida en el cielo, ellos viven sin nada propio, no tienen nada propio, todo es en común.

Por cosa propia no se tenga en consideración: ni vestido, ni cosas de la cocina, ni alguna otra necesaria para la vida. Sean pues todas estas cosas al servicio de la necesidad. Tener algo como propietario, contradice a las afirmaciones de los Hechos de los Apóstoles, donde está escrito: "En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas" (Hch. 4:32). Pues, cuando llama a algo suyo, se aleja de la Iglesia de Dios y del amor de Cristo quien nos enseñó con la palabra y con el ejemplo a dar su vida por sus amigos (Jn. 15:13). Pues, cuando la vida hay que dar por los demás, entonces, cuanto más las cosas presentes.

San Basilio el Grande

Extractos de los prólogos de Ochrid sobre la muerte y la vida futura ( San Andrés el loco en Cristo )



Dos visiones de San Andrés el loco en Cristo

Una visión de San Andrés el Loco en Cristo: San Andrés, caminando un día por las calles de Constantinopla, vio un gran y espléndido funeral. Un hombre rico había muerto, y su cortejo era magnífico. Pero cuando miró más de cerca, Andrés vio una multitud de pequeños hombres negros brincando alegremente alrededor del cadáver, uno sonriendo como una prostituta, otro ladrando como un perro, un tercero gruñendo como un cerdo, un cuarto cubierto de algo asqueroso por todo el cuerpo. Y se burlaban de los que cantaban mientras decían: “¡Estáis cantando sobre un perro!” Andrés, maravillado, se preguntaba lo que este hombre había hecho. Volviéndose, vio a un hermoso joven llorando de pie detrás de una pared. “Por el bien del Dios de los cielos y de la tierra, dime la razón de tus lágrimas”, dijo Andrés. El joven entonces le dijo que él había sido el ángel guardián del que había muerto, pero que el hombre, por sus pecados, había ofendido grandemente a Dios, ignorando el consejo de su ángel y entregándose por completo a los demonios negros. El ángel dijo también que este hombre fue un gran e impenitente pecador: un mentiroso, una persona que odiaba a los hombres, un avaro, derramador de sangre y un hombre depravado que había conducido a trescientas almas a la inmoralidad. Fue vanamente honrado por el Emperador y respetado por el pueblo. Y vanamente se realizó este funeral pues la muerte le sorprendió sin arrepentirse; la cosecha se recogió sin avisar.

Otra visión de San Andrés el Loco en Cristo: San Pablo no fue el único en ser arrebatado al paraíso y en escuchar “palabras inefables” (II Cor 12:04.). Más de ochocientos cincuenta años después de San Pablo, esto le sucedió a San Andrés. Una noche de invierno, San Andrés yacía entre los perros en un muladar, con el fin de calentar su cuerpo congelado. Un ángel se le apareció y le llevo al paraíso (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, el propio San Andrés fue incapaz de explicarlo) y lo mantuvo durante dos semanas en el mundo celestial, llevándole hasta el tercer cielo. “Me vi vestido con brillantes ropas como de un rayo, con una corona de flores en la cabeza y ceñido con un cinturón real, y me regocijé grandemente de esta belleza; y estaba maravillado en mi mente y en mi corazón por la hermosura del Paraíso de Dios, y caminé por el paraíso con gran alegría.”

Después de eso, San Andrés escribe sobre cómo vio a Cristo el Señor: “Y cuando una mano llameante descorrió la cortina, vi a mi Señor como el profeta Isaías lo vio en otro tiempo, sentado sobre un trono, alto y sublime, y rodeado de serafines. Iba vestido con una vestimenta de color rojo púrpura, Su rostro resplandecía y sus ojos se posaron en mí con gran bondad. Al verlo, me postré ante Él, adorando el magnífico trono de Su gloria. No tengo palabras para describir la alegría que se apoderó de mí al ver Su rostro; y ahora, al recordar esta visión, me lleno de un gozo inexplicable. Y oí a mi Creador misericordioso decirme tres palabras con sus dulcísimos y puros labios, que tanto endulzaron e inflamaron mi corazón con amor por Él que me derretí como cera de tal calidez espiritual.“ Cuando San Andrés preguntó, después de esto, si sería posible ver a la Santísima Madre de Dios, se le dijo que de momento no estaba en el cielo, ya que había descendido a la tierra para ser de ayuda a los pobres y necesitados.

Los Prólogos de Ochrid, vol. 4 Lazarica Press, Birmingham, 1986, pp 15, 18-19.

Sobre la eficacia de las oraciones por los difuntos

El amor es todopoderoso. Puede, entre otras cosas, suavizar la sentencia sobre las almas de los pecadores que han partido. La Iglesia Ortodoxa enfatiza deliberadamente esto, y se esfuerza por ofrecer oraciones y limosnas por los difuntos. Más rica en toda experiencia espiritual, la Iglesia Ortodoxa sabe que las oraciones y limosnas por los difuntos, les ayuda en el otro mundo. Santa Athanasia la Abadesa (12 de abril) encargó a sus monjas que preparasen una mesa para los pobres y necesitados durante cuarenta días después de su muerte. Las monjas lo cumplieron tan sólo durante diez días, y luego dejaron de hacerlo. La santa entonces se apareció, acompañada por dos ángeles, y le dijo a las monjas: “¿Por qué no habéis cumplido mis instrucciones? Sabed que por las limosnas y oraciones del sacerdote por las almas de los difuntos durante los cuarenta días, se invoca la misericordia de Dios. Si las almas de los que han partido son pecadoras, recibirán a través estás limosnas, el perdón de Dios de sus pecados; y si son almas sin pecado, entonces serán eficaces para el perdón de aquellos que hacen la limosna». Ella está aquí, por supuesto, pensando en limosnas y oraciones hechas con un gran amor por las almas de los difuntos. Estas limosnas y oraciones son realmente de ayuda.

Ibid., Vol. 3, p. 15.

El poder del arrepentimiento para salvar un alma


PARA EXAMEN

¿Puede un pecador, en el espacio de diez días, realizar un arrepentimiento completo de su pecado? Por la gracia inconmensurable de Dios, puede. En la época del emperador Mauricio, había un bandido muy conocido en la región alrededor de Constantinopla, tanto en el campo como en la propia capital, que inspiraba temor y temblor. Entonces, el propio Emperador le envió una cruz, como promesa de que no le castigaría si se entregase. El bandido tomó la cruz, y, efectivamente, se entregó. Al llegar a Constantinopla, se postró a los pies del emperador y le pidió perdón. El emperador mantuvo su palabra, tuvo misericordia de él y le dejó ir libre. Inmediatamente después de eso, el bandido cayó gravemente enfermo y sintió que la muerte se acercaba. Comenzó a arrepentirse amargamente de todos sus pecados, e imploró a Dios con lágrimas que le perdonara como el Emperador lo había hecho. Derramó muchas lágrimas en su oración, de tal forma que el pañuelo con el que se secaba las lágrimas se empapó completamente, y tras diez días de oración y llanto murió. La noche de su muerte, el médico que lo había estado asistiendo tuvo una extraña visión en un sueño: cuando el bandido en la cama exhaló su último suspiro, una serie de pequeños hombrecillos de color negro se reunieron en torno a él, y seguidamente comenzaron a florecer trozos de papel en los que estaban escritos sus pecados, y a continuación aparecieron dos gloriosos ángeles. Se colocó en medio una balanza; y seguidamente los hombrecillos negros alegremente pusieron todos los pedazos de papel en ella, y el lado de la balanza donde estaban ellos se cargó mientras que el otro estaba vacío. “¿Qué podemos poner?” “preguntaron los ángeles entre sí.” Vamos a buscar algo bueno en su vida”. Luego apareció en la mano de uno de los ángeles el pañuelo empapado con las lágrimas del arrepentimiento. Los ángeles rápidamente lo colocaron en su lado de la balanza, y de golpe sobrepaso al otro lado con todos sus papeles. Entonces, los pequeños hombrecillos negros huyeron, gritando en agonía; sin embargo los ángeles tomaron el alma del hombre y la llevaron al Paraíso, glorificando el amor de Dios por la humanidad.

Ibid., Vol. 4, pp 81-82.

Un ejemplo de cómo las almas pueden ser recompensadas ​​o castigadas

Tanto el castigo y como la recompensa están en manos de Dios. Pero, como esta vida terrenal no es más que una sombra de la verdadera vida en el cielo, así también el castigo y la recompensa aquí en la tierra no son más que una sombra del verdadero y eterno castigo o recompensa. Los mayores perseguidores del santo jerarca de Dios Crisóstomo fueron Teófilo, Patriarca de Alejandría y la emperatriz Eudoxia. Tras la muerte de Crisóstomo en el martirio, cayó un duro castigo sobre ellos. Teófilo se volvió loco, y la emperatriz Eudoxia fue expulsada de la corte por el emperador Arcadio. Eudoxia pronto cayó enferma de una enfermedad incurable; se abrieron llagas por todo su cuerpo y salían gusanos de sus heridas. Salía un hedor tan fuerte de sus llagas que la gente en la calle apenas podía pasar delante de su casa. Los médicos usaron los perfumes con las fragancias más fuertes y poderosas, también usaron ungüentos e inciensos en un intento de mitigar el hedor de la afligida Emperatriz, pero sin éxito alguno, y finalmente murió en la inmundicia y la agonía. Pero la mano de Dios fue aún más pesada sobre ella después de su muerte. El ataúd que contenía su cuerpo se sacudió día y noche durante treinta largos años, hasta que el Emperador Teodosio traslado las reliquias de Crisóstomo a Constantinopla. Pero, ¿y qué le pasó a Crisóstomo después de su muerte? Fue recompensado con una recompensa que sólo Dios puede dar. Adeltius, el obispo árabe que recibió en su casa en Cucusa a Crisóstomo cuando fue exiliado, oró a Dios después de la muerte del santo para que le revelase donde estaba el alma de Crisóstomo. Una vez, cuando estaba en oración, fue como sacado de sí mismo, y vio a un joven bañado en la luz, que lo llevó al cielo y le mostró el rango de los jerarcas, pastores y maestros de la Iglesia, nombrando a cada uno de ellos. Pero no vieron allí a Juan (Crisóstomo). Entonces el ángel de Dios le llevó a la salida del Paraíso, y Adeltius estaba muy abatido. Cuando el ángel le preguntó la causa de su tristeza, Adeltius respondió que estaba muy angustiado por no haber visto a su maestro, Juan Crisóstomo, entre los jerarcas. El ángel le respondió: «Ningún hombre que se encuentre aún en la carne puede verle, porque se encuentra junto al trono de Dios, con la angélica compañía de los querubines y serafines.

Ibid., Vol. 4, pp 193-194.

Una apariencia de un monje a sus hermanos

La Iglesia Ortodoxa posee un tesoro inagotable en la evidencia de la vida después de la muerte. Por tomar un ejemplo entre muchos; uno que al mismo tiempo testifica que el espíritu del hombre vive después de la muerte corporal y que la obediencia voluntaria trae la bienaventurada inmortalidad: cuando San Teodosio el Grande fundó un monasterio, tenía al principio sólo siete monjes. Para establecerlos bien en el recuerdo de la muerte, les ordenó cavar una tumba. Cuando la tumba estaba lista, Teodosio se puso sobre ella, reunió a los siete y les dijo: ‘Bueno, hijos míos; ¡la tumba ya está lista! ¿Hay entre vosotros alguien que está listo para morir, para ser enterrado en esta tumba? “Uno de ellos, un sacerdote llamado Basilio, cayó de rodillas y suplicó para que Teodosio le diera la bendición para morir. Teodosio ordenó que se celebrasen servicios fúnebres en su memoria al tercer, noveno y cuadragésimo día, como es costumbre por los difuntos. Cuando se terminó el cuadragésimo memorial , Basilio, que se encontraba plena salud, se acostó y murió. Y fue enterrado en la nueva tumba que habían hecho. En el cuadragésimo día después de su entierro, Basilio se apareció por la mañana entre sus hermanos en la iglesia y cantó con ellos. Al principio sólo Teodosio le vio, pero rezó a Dios para que abriera los ojos de los demás. Entonces todos los hermanos miraron y vieron Basilio entre ellos. Uno de los hermanos, Letius, extendió los brazos con alegría, con la intención de abrazar a Basilio, pero éste desapareció. La voz de Basil se escuchó: “Sed salvos, mis padres y hermanos, sed salvos!


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