Wednesday, August 19, 2015

La esperanza verdadera busca solamente el Reino de Dios… ( San Serafín de Sarov )



Si un hombre no tiene preocupaciones acerca de si mismo por causa del amor a Dios y el hacer buenas obras, sabiendo que Dios cuida de él, esta es una esperanza sabia y verdadera. Pero si un hombre se ocupa solamente de si mismo, y busca a Dios en oración solamente cuando la desgracia que no puede controlar cae sobre él, y entonces comienza a confiar en Dios, tal esperanza es vana y falsa. La esperanza verdadera busca solamente el Reino de Dios…el corazón, no puede tener paz hasta que obtenga tal esperanza. Esta esperanza pacifica al corazón y produce gozo dentro de ella.

San Serafín de Sarov

EL Espíritu de la Fornicación - San Casiano el Romano


Nuestra lucha es contra el espíritu de la fornicación y de la concupiscencia de la carne, que, desde la más temprana edad del hombre, empiezan a atormentarlo. Ésta es una gran lucha, ardua y doble, porque mientras los otros vicios declaran una guerra. al alma, solamente éste se presenta bajo una doble forma que acecha al alma y al cuerpo: por tanto la batalla es doble. El solo ayuno del cuerpo no es suficiente para adquirir la perfecta templanza y la verdadera castidad, si no hay también contricción del corazón, una perseverante oración a Dios, una asidua meditación de las Escrituras, una dura fatiga y trabajo manual: estas cosas tienen el poder de contrarrestar los impulsos inquietos del alma, apartándola de turbias fantasías. Sin embargo, lo que más beneficia es la humildad del alma, sin la cual no se puede salir ni de la fornicación ni de las otras pasiones.

Por lo tanto, es fundamental ser vigilantes y apartar nuestro corazón de los pensamientos sórdidos. Pues es del corazón, según la Palabra del Señor, de donde provienen los malos razonamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, y cosas de la calle. Y el ayuno nos ha sido prescrito, no solamente para tratar duramente al cuerpo, sino para ayudar a la sobriedad del intelecto, para que éste no se oscurezca por el exceso de alimento y no pierda su fuerza en la vigilancia de sus pensamientos. Debemos ser solícitos, pues, no sólo en el ayuno corporal, sino que debemos prestar atención a nuestros pensamientos y ejercer la meditación espiritual: sin todo esto, es imposible llegar a la cima de la verdadera castidad y pureza. Es pues necesario -como dice el Señor- que purifiquemos antes la parte interior del vaso y del plato, para que se torne puro también su exterior (Mt 23:26). Así es como, si nos preocupamos -como dice el Apóstol- por luchar según las reglas para recibir la corona, no presumamos de haber vencido al espíritu impuro de la fornicación con nuestra capacidad y ascesis: la ayuda de Dios nuestro Señor es invalorable. El hombre no cesa de estar en lucha con este espíritu, hasta que no cree en verdad que no es por su prisa ni por su fatiga, sino por la protección y la ayuda de Dios, que nos alejamos de este vicio y accedemos a la cima de la castidad. Se trata, de hecho de una cosa que supera a la naturaleza, y aquel que pisotea los estímulos de la carne y sus voluptuosidades, se sale de alguna manera de su cuerpo.

Por este motivo es imposible que el hombre vuele, por así decirlo, con alas propias hacia ese excelso y celeste premio de santidad, y se torne en imitador de los ángeles, a menos que la gracia de Dios lo eleve de la tierra y del fango. Los hombres, atados a la carne, con ninguna otra virtud imitan mejor a los ángeles, seres espirituales, que con la virtud de la templanza. Se debe a ella que, mientras aún están y viven sobre la Tierra, los hombres tienen su Ciudadanía en los Cielos, como dice el Apóstol.

La demostración de la perfecta posesión de esta virtud ocurre cuando el alma, durante el sueño, no atiende a alguna imagen de turbia fantasía. En efecto, aunque este tipo de actitud no es considerada como pecado, es síntoma de que el alma se encuentra enferma y no se ha alejado de la pasión. Y por esto debemos creer que las turbias fantasías que nos aquejan durante el sueño, denotan el descuido precedente y la enfermedad que está en nosotros; porque la enfermedad escondida en las zonas recónditas de nuestra alma, se torna manifiesta al sobrevenir el flujo durante el relajamiento del sueño. Y así es como el médico de nuestras almas ha colocado el fármaco en las zonas más recónditas de la misma: porque conocía las causas de la dolencia. Nos dice: El que mira a una mujer para desearla, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón (Mt 5:28). Y con esto no está corrigiendo los ojos curiosos y malvados, sino más bien al alma que está adentro y que usa malamente sus ojos, recibidos de Dios para el bien. También por este motivo el sabio proverbio no nos dice que pongamos toda nuestra vigilancia en custodiar nuestros ojos, sino que dice: pon toda tu vigilancia en custodiar tu corazón (Pr 4:23), aplicando a éste el cuidado de la vigilancia, pues es el corazón el que se servirá luego de los ojos para lo que realmente desea.

Custodiaremos, pues, así nuestro corazón, cuando, por ejemplo, se forma en nuestra mente la imagen de una mujer, producida por la astucia diabólica, aunque se trate de nuestra madre, o de una hermana o de cualquier otra mujer pía, ahuyentémosla de nuestro corazón enseguida, para que no suceda que, si nos entretenemos mucho en tal memoria, el Seductor que nos empuja hacia el mal, a partir de estas imágenes, haga a posteriori resbalar y precipitar nuestra mente en pensamientos turbios y perniciosos. El mandamiento mismo que Dios había dado al primer hombre ordenaba cuidarse de la cabeza de la serpiente, es decir, de la primera aparición de los pensamientos peligrosos, mediante los cuales trata de meterse dentro de nuestras almas. Si acogemos su cabeza, es decir, el primer estímulo del pensamiento, terminaremos por aceptar el resto del cuerpo de la serpiente, esto es, daremos nuestro consentimiento al placer. Y después de esto, el llevará nuestra mente a realizar la acción ilícita.

Nos conviene, sin embargo, como está escrito, matar cada mañana todos los pecadores de la tierra (Sal 100:8), es decir, discernir con la luz del conocimiento y destruir los pensamientos pecadores en la tierra de nuestro corazón, como enseña el Señor, y cuando los hijos de Babilonia, es decir, los malos pensamientos, son aún niños, hay que abatirlos y deshacerlos contra la piedra que es Cristo. Porque si, gracias a nuestra indulgencia, se convierten en adultos, no podrán ser vencidos sin grandes gemidos y fatiga.

Y además de lo dicho por las Sagradas Escrituras, es bueno recordar lo dicho por los santos Padres. Nos dice san Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia: "Aunque no conozca mujer, no soy virgen. A tal punto sabía que el don de la virginidad no se consigue mediante la simple abstención corporal de la mujer, sino por la santidad y pureza del alma que suele actuar en el temor de Dios. Y los santos Padres dicen también que no podemos adquirir perfectamente la virtud de la castidad, si antes no poseemos en nuestro corazón la verdadera humildad, ni nos hacemos dignos del verdadero conocimiento hasta tanto la pasión de la fornicación no sea arrinconada en un lugar recóndito de nuestra alma.

Para demostrar la obra de la templanza, recordaremos alguna expresión alusiva dicha por el Apóstol, y con esto terminaremos nuestro discurso: Buscad la paz con todo, sin la cual nadie verá al Señor (Hb 12:14). Y es claro que habla de esto cuando agrega: Ningún fornicador o contaminado como Esaú (Hb 12:16), etc. Justamente porque la obra de la santificación es celestial y angélica, combate a los pesados ataques de los adversarios. Y por esto debemos ejercitarnos no solamente en la continencia del cuerpo, si no también en la contrición de nuestro corazón y en continuas postraciones con gemidos: de este modo apagaremos, con el rocío de la presencia del Espíritu Santo, las brasas de nuestra carne, que el rey de Babilonia enciende cada día, excitando nuestra concupiscencia.

Además de todo esto, el arma más poderosa que nos ha sido dada para la batalla es la vigilia según Dios. Así como la custodia durante el día prepara la santidad de la noche. así la vigilia nocturna según Dios, predispone el alma a la pureza durante el día.

San Casiano el Romano

Acatistos de la Pasion de nuestro Señor Jesucristo


Contaquio 1, tono 8:

Soberano Dueño y Señor del cielo y de la tierra, viéndote suspendido en la Cruz, Rey Inmortal, se turbo la creación entera, se amedrentó el cielo y los cimientos de la tierra temblaron. Mas, nosotros, aunque indignos, te ofrecemos esta acción de gracias por tu pasión por causa nuestra. Y con el ladrón te clamamos: Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Icos 1:

Tú que perfeccionaste el coro angelical, no tomaste la naturaleza de los ángeles para ti, S siendo Dios verdadero, te hiciste hombre por nosotros, y por tu vivificador cuerpo y sangre vivificaste al hombre, muerto desde antaño en el pecado. Por eso agradecidos por tu gran amor clamamos a ti: Jesús Dios mío amor de todos los siglos, que a nosotros los mortales de la tierra revelaste tu voluntad; Jesús misericordia inconmensurable, que descendiste al hombre caldo; Jesús revestido de nuestra carne, y que por tu muerte destruiste el dominio de la muerte; Jesús que nos deificas por tus Divinos Misterios; Jesús que redimiste al mundo entero por tus sufrimientos en la Cruz; Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 2:

Viéndote en Getsemani, agonizando en oración hasta sudar sangre, se acercó un ángel y te fortalecía, cuando como carga pesada nuestros pecados pesaron sobre ti. Habiendo levantado al caído Adán sobre tus hombros, lo presentaste al Padre, arrodillándote y suplicando. Y a causa de esto, con fe y amor, te canto: Aleluya.

Icos 2:

Los Judíos no comprendieron el inefable significado de tus sufrimientos voluntarios. Y cuando dijiste: Yo Soy a los que te buscaban de noche con lámparas, aunque se cayeron al suelo, después te ligaron y te llevaron al tribunal. Los que pasamos por el mismo camino, caemos ante ti y con amor clamamos: Jesús, Luz del mundo, odiado por el mal del mundo; Jesús, que moras en luz inaccesible, apresado por el reino de las tinieblas; Jesús, Inmortal Hijo de Dios, traicionado hasta la muerte por el hijo de perdición; Jesús en quien no hay engaño, besado con disimulo por el traidor; Jesús, que te das libremente a todos, vendido por unas monedas de plata;

Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 3:

Por el poder de tu Divinidad predijiste a tu discípulo su triple negación. Mas, después, aunque te había negado con un juramento, cuando te vio, su Señor y Dueño, en la corte del sumo sacerdote, se derritió su corazón y salió y lloró amargante. Mírame también, Señor, y tócame en mi duro corazón a fin de que con mis lágrimas lave mis pecados, alabándote con: Aleluya.

Icos 3:

Como Sumo Sacerdote eterno, dotado de veras de potestad según el orden de Melquísedec, estabas ante Caifás, el sumo sacerdote transgresor, Tú que eres Dueño y Señor de todo, que recibiste suplicio de tus siervos, recibe de nosotros estas preces: Jesús, inapreciable, comprado por un precio, poséeme en tu eterna heredad; Jesús, apetecido de todos, de Pedro rechazado por miedo, no me rechaces a mí, pecador; Jesús Cordero inocente, golpeado a crueles azotes, rescátame de mis enemigos; Jesús Sumo Sacerdote, que por tu sangre has entrado en el Sanctasanctorum, purifícame de mis manchas carnales; Jesús aherrojado, que tienes poder de ligar y desatar, absuelve mis graves iniquidades; Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 4:

La tempestad de Cristicidio enfurecida, los judíos, escuchando la voz del padre de la mentira y del asesino de antaño, Satanás, te rechazaron, el Recto Camino, la Verdad y la Vida. Mas te confesamos, Cristo Potencia de Dios, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la razón, te clamamos: Aleluya.

Icos 4:

Al oír tus humildes palabras, Pilatos te entregó a la crucifixión, como si merecieras la muerte, aunque mismo atestó no hallarte falta alguna. Luego lavóse las manos, mas su corazón le manchó. Maravillándonos del misterio de tus sufrimientos voluntarios, compungidos te clamamos: Jesús, Hijo de Dios e Hijo de la virgen, torturado por los hijos de la maldad; Jesús, mofado y desnudado, que das belleza a los lirios del campo y vistes el cielo de nubes; Jesus lleno de heridas, que con cinco panes llenaste a los cinco mil; Jesús, Rey de todo, que en vez de un tributo de amor y gratitud, recibiste crueles suplicios; Jesús, que por nosotros fuiste herido todo un día, cura las heridas de nuestras almas. Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 5:

Fuiste ataviado de tu Divina Sangre, Tú que te cubres de luz como de vestidura. Yo sé, en verdad, yo sé con el profeta por qué tus vestiduras son de escarlata. Soy yo, Señor, que te herí con mis pecados. A ti, pues, que por mí fuiste herido, te clamo con gratitud: Aleluya.

Icos 5:

En el espíritu viéndote cubierto de deshonra y de heridas, el divinamente inspirado Isaías clamo aterrado, "Lo hemos visto y no tiene ni forma ni belleza." Y nosotros viéndote en la Cruz con fe y temor exclamamos: Jesus sufriendo deshonra, que has coronado al hombre de gloria y honor; Jesus a quien no pueden contemplar los ángeles, abofetado; Jesús, golpeado en la cabeza con una caña, inclina mi cabeza en humildad; Jesús cuyos claros ojos fueron obscurecidos con tu sangre, aparta mis ojos para que no vean la vanidad; Jesús que de pies a cabeza no tenías parte ilesa, hazme enteramente sano e ileso; Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 6:

Pilatos resultó abogado de tu mansedumbre cuando declaró a la multitud que no habla en ti nada digno de la muerte, mas los judíos, como fieras sanguinarias, rechinaron los dientes y clamaron, ¡Crucifícale, crucifícale¡ Nosotros, honrando tus purísimas heridas, clamamos: Aleluya.

Icos 6:

Brillaste como espectáculo y maravilla a los ángeles y a los hombres, y aún a Pilatos, que de ti dijo, "He aquí el hombre." Venid, pues, adoremos a Cristo, ultrajado por causa nuestra, clamando: Jesús, Creador y Juez de todo, juzgado y torturado por tus criaturas; Jesús, Dador de sabiduría, que ni siquiera diste contestación a los impíos; Jesús, Sanador de los que estamos heridos por el pecado, concédeme el sanativo de la penitencia; Jesús, Pastor acometido, ahuyenta a los demonios que me tientan; Jesús, que tuviste tu cuerpo en aflicción, aflige mi corazón de temor de ti; Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 7:

Deseando librar al hombre de las obras del Enemigo, te humillaste ante tus enemigos, Jesús, y como cordero que no abre su boca, fuiste llevado al matadero, todo cubierto de heridas para curar a todos los hombres, que claman: Aleluya.

Icos 7:

Revelando paciencia maravillosa, cuando con la sentencia del injusto juez, los soldados te vituperaron, y con crueles heridas, afligieron tu purísimo cuerpo, de modo que estaba purpúreo de sangre de pies a cabeza. Por eso, con lágrimas te clamamos: Jesús, que amas a los hombres, coronado de espinas por los hombres; Jesús, sin pasión en tu Divinidad, sufriendo la pasión, para que de la pasión seamos librados; Jesús, salvador mío, sálvame que merezco todo tormento; Jesús, abandonado de todos, mi time fundamento, fortaléceme a mí;Jesús, injuriado de todos, mi felicidad, hazme feliz; Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 8:

Maravilloso y extraño fue cuando Moisés y Elías te aparecieron en el Monte Tabor y hablaron de tu muerte, que ibas a sufrir en Jerusalén. Habiendo visto allí tu gloria y aquí nuestra salvación, te clamamos: Aleluya.

Icos 8:

Perseguido dondequiera por los judíos a causa de la gran multitud de nuestros pecados, sufriste el escándalo y el tormento. Hay quien te acusa de rebeldía contra César, quien te acusa como a reo, y quien clama: "Quita, quita, crucifícale." A ti, Señor, condenado de todos y llevado a la crucifixión, del fondo de nuestra alma, decimos: Jesús, injustamente condenado, Juez nuestro, no nos condenes de acuerdo con nuestras hazañas Jesús agotado en el camino bajo la Cruz, mi fortaleza, en la hora de mí tristeza y aflicción, no te alejes de mí; Jesús, que pediste ayuda al Padre, mi firme contendedor, fortaléceme en mis enfermedades; Jesús, que aceptaste las deshonras, Gloria mía, no me prives de tu gloria; Jesús, imagen de, la brillantísima hipóstasis del Padre, transforma mi impura y sombría vida; Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 9:

Confundióse la naturaleza entera al verte pendiente de la Cruz; el Sol de los cielos encondió sus rayos, tembló la tierra, el velo del templo se rompió por medio, las piedras se partieron, salieron los muertos del infierno. Mas nosotros adoramos tus purísimas plantas y cantamos: Aleluya.

Icos 9:

Elocuentes oradores, aunque declamen mucho, no saben rendirte debida gratitud por tu Divina Pasión, Tú que amas a los hombres. Mas nuestra alma y nuestro cuerpo, nuestro corazón y todos nuestros miembros, compungidos, te claman: Jesús, clavado a la Cruz, empala y destruye la cédula de nuestros pecados; Jesús, que extiendes tus manos desde la Cruz a todos, acércame a mí, que estoy extraviado; Jesús, Entrada de los corderos, tu costado traspasado, condúceme por tus heridas a la cámara nupcial; Jesús, crucificado en la carne, crucifica mi carne con sus pasiones y sus vicios; Jesús, que finaste en la agonía, concede que no conozca mi corazón nada aparte de tí crucificado; Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 10:

Deseando salvar al mundo, sanaste a los ciegos, a los cojos, a los leprosos, a los sordos, y a los mudos, y echaste fuera demonios. Mas los necios judíos, respirando malicia y turbados por envidia, te suspendieron en la Cruz, sin saber cantarte: Aleluya.

Icos 10:

Jesús, Rey de todos los siglos, que sufriste en cada miembro por mi incontinencia, para hacerme enteramente puro, dándonos el ejemplo en todo para que siguiéramos tus pasos, clamando: Jesús, Amor insondable, que no acusaste de pecadores a los que te crucificaron; Jesús, que oraste con ardiente lamento y lágrimas en el huerto, enséñanos a orar; Jesús que en ti mismo eres el cumplimiento de toda la profecía, cumple el deseo de nuestro corazón de ser buenos; Jesús que encomendaste tu espíritu en manos del Padre, a la hora de mi muerte recibe mi espíritu; Jesús que no prohibiste que partieran tus vestiduras, suavemente parte mi alma de mi cuerpo; Jesús Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas a tu reino.

Contaquio 11:

Tu inmaculada Madre te ofreció cánticos de ternura, diciendo, "Aunque sufres en la Cruz, yo sé de Ti desde el vientre que fuiste engendrado del Padre antes del lucero, porque veo que la creación entera sufre contigo." Tú rindes tu espíritu al Padre; recibe asimismo mi espíritu y no me abandones, porque te clamo: Aleluya.

Icos 11:

Como vela radiante estuvo la inmaculada Virgen junto a la Cruz, ardiendo de amor y agobiada de dolor maternal por ti, el verdadero Sol de la justicia que estaba en la tumba; juntamente con las de ella, acepta estas oraciones de nuestro corazón: Jesús elevado en el Madero, para elevarnos al Padre, a nosotros los caídos; Jesus que diste a la Siempre-Vírgen como Madre al castísimo Apóstol, para enseñarnos la virginidad y la pureza; Jesus que confiaste a la que te dio a luz a tu discípulo divino, Dios Verbo, encomiéndanos a todos a su protección maternal; Jesus Conquistador del mundo y del infierno, conquista la infidelidad, el orgullo de vida y la lujuria de los ojos que reside dentro de nosotros; Jesus Destruidor del reino de la muerte, líbrame de la muerte eterna; Jesus Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 12:

Concédeme tu gracia, Jesus Dios mío> recíbeme como recibiste a José y a Nicodemo, para que te pueda ofrecer mi alma como mortaja limpia y ungir tu purísimo cuerpo con la fragancia de la virtud, y guardarte en mi corazón como en un sepulcro, clamando: Aleluya.

Icos 12:

Alabando tu voluntaria crucifixión, adoramos tu Pasión, Cristo. Creemos con el centurión que eres verdaderamente el Hijo de Dios, que vendrás sobre las nubes con grande gloria y potencia; no nos avergüences que estamos redimidos por tu Sangre, clamando: Jesús, paciente, por la lamentación de tu madre Virgen, rescátanos del llanto eterno; Jesús, abandonado de todos, no me abandones a la hora de mi muerte; Jesús, cuyos pies fueron tocados por Magdalena, recíbeme como a quien quiere seguir tus pasos; Jesús, no me condenes con el Traidor y con tus crucificadores; Jesús, condúceme al Paraíso con el buen Ladrón sabio; Jesús, Hijo de Dios, acuérdate de nosotros cuando vengas en tu reino.

Contaquio 13:

Jesucristo, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, acepta esta corta acción de gracias ofrecida a ti del fondo de nuestra alma, y cúranos por tus salubres sufrimientos de toda enfermedad de cuerpo y alma. Ampáranos por tu Cruz, de enemigos visibles e invisibles, y al fin de nuestra vida, no nos abandones, porque tu muerte nos libró de la muerte eterna, para que te clamemos para siempre: Aleluya, Aleluya, Aleluya.



Repítanse Icos 1 y Contaquio 1.

Oracion al

Señor Jesus Crucificado

Señor Jesucristo crucificado, Creador del cielo y de la tierra, Salvador del mundo, he aquí que yo que soy indigno, y de todos el más pecaminoso, habiendo doblado humildemente la rodilla de mi corazón ante la gloria de tu majestad, alabo tu Cruz y tu Pasión, y te ofrezco gracias, Rey de todo, porque quisiste sufrir como hombre toda opresión, calamidad, desventura y tortura, para ser nuestro compañero en el sufrimiento, nuestro auxilio, el Salvador de todos en la tristeza, necesidad y adversidad. Yo sé, omnipotente Dueño, que todo esto no te fue necesario, mas, por la salvación de la raza humana, sufriste la Cruz, y sufriendo, nos redimiste a todos de las crueles obras del Enemigo ¿Cómo te pagaré, tú que amas a los hombres, todo lo que has sufrido por causa mía, siendo yo pecador? No sé yo, pues el alma y el cuerpo, y toda bondad nos vienen de ti, y todo lo mío es tuyo; yo soy tuyo. Confiando tan solamente en tu infinita Compasión, bondadoso Señor, alabo tu inefable paciencia, magnífico tu indecible humillación, glorifico tu inconmensurable misericordia, alabo tu purísima Pasión, y con amor abrazo tus heridas, clamando: Ten misericordia de mí pecador, y concede que tu Santa Cruz no sea vana en mi, que participando aquí con fe de tus sufrimientos, sea yo digno de contemplar igualmente la gloria de tu reino celestial. Amén.