El hombre siempre ha estado fascinado por temas existenciales, la vida, la muerte, el origen del mundo, y sus descubrimientos en otros campos del conocimiento le han otorgado la confianza de asumir que estos misterios también cederán al poder de su inteligencia. Tal orgullo de mente, sin embargo, sólo puede alejarlo de la verdad que, según la enseñanza ortodoxa, es la fuente y fundamento del verdadero conocimiento. ¿Cómo es adquirido este conocimiento? Aquí, tenemos parte de un largo ensayo compuesto por el renombrado teólogo serbio de bienaventurada memoria, el archimandrita San Justin Popovich (+1979), en la que se destilan los escritos de San Isaac el Sirio sobre la teología ortodoxa del conocimiento. Brevemente explica que, debido a su comprensión, el hombre se oscureció por el pecado, confraternizando con el mal, y se hizo incapaz de adquirir el verdadero conocimiento. El hombre puede alcanzar este conocimiento sólo cuando su alma (sede de la comprensión) es sanada. Esto se hace posible por medio de las virtudes, y la principal virtud en este proceso de recuperación es la fe. “Por la fe, la mente, que dispersada previamente por las pasiones, se concentra, se libera de la sensualidad, y es dotada de paz y humildad de pensamiento. Por la ascesis de la fe el hombre conquista el egoísmo, camina más allá de los límites de sí mismo, y entra en una nueva y trascendente realidad que también trasciende la subjetividad”. En secciones separadas, San Justin discute sobre la oración, la humildad, el amor y la gracia, todos compañeros necesarios de la fe, antes de conducir al lector a “El misterio del conocimiento”, que se reproduce a continuación con algunas abreviaciones.
Según la enseñanza de San Isaac el Sirio, hay dos clases de conocimiento: el que precede a la fe y el que nace de la fe. El primero es el conocimiento natural y envuelve el discernimiento del bien y del mal. El segundo es el conocimiento espiritual y concierne a la “percepción de los misterios”, “la percepción de lo que está oculto”, la “contemplación de lo invisible”.
Hay también dos clases de fe: la primera llega escuchando y es confirmada y probada por la segunda, “la fe de la contemplación”, “la fe que está basada en lo que ha sido visto”. Para adquirir el conocimiento espiritual el hombre debe liberarse del conocimiento natural. Este es el trabajo de la fe. Es por la ascesis de la fe por la que esta llega al hombre que “desconoce el poder”, que lo hace capaz del conocimiento espiritual. Si un hombre se permite caer en las redes del conocimiento natural, es más difícil para él liberarse de ella que liberarse de los grilletes de hierro, y su vida es vivida “contra el filo de la espada”.
Cuando un hombre comienza a seguir el camino de la fe, debe dejar a un lado completamente sus viejos métodos de conocimiento, pues la fe tiene sus propios métodos. Así, el conocimiento natural cesa y el conocimiento espiritual toma su lugar. El conocimiento natural es contrario a la fe, pues la fe, y todo lo que viene de la fe, es “la destrucción de las leyes del conocimiento”, aunque no del espiritual, sino del natural.
La primera característica del conocimiento natural es su enfoque mediante el examen y la experimentación. Esto es en sí mismo “un signo incertidumbre acerca de la verdad”. La fe, por el contrario, sigue un camino puro y siempre de pensamiento que está muy lejos de cualquier engaño o examen metódico. Estos dos caminos conducen a direcciones opuestas. La morada de la fe está en “los pensamientos inocentes y la simpleza de corazón”, pues es dicho: “con sencillez de corazón, temiendo al Señor” (Colosenses 3:22), y: “En verdad, os digo, si no volviereis a ser como los niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). El conocimiento natural se opone a la sencillez del corazón y a la simplicidad del pensamiento. Este conocimiento sólo funciona dentro de los límites de la naturaleza, “pero la fe tiene su propio camino más allá de la naturaleza”.
Cuanto más se aplica un hombre a la vía del conocimiento natural, más asediado es por el temor y menos puede liberarse de él. Pero si sigue a la fe, se libera inmediatamente y “como hijo de Dios, tiene el poder de hacer uso gratuito de todas las cosas”. “El hombre que ama esta fe actúa como Dios en el uso de todas las cosas creadas”, pues por la fe es dado el poder “para ser como Dios haciendo una nueva creación”. Así se escribió esto: “Pero Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso hace” (Job 23:13). A menudo, la fe puede “traer las cosas de la nada”, mientras que el conocimiento no puede hacer nada “sin la ayuda de la materia”. El conocimiento no tiene poder sobre la naturaleza, pero la fe tiene dicho poder. Armados con la fe, los hombres han entrado en el fuego y apagado las llamas, sin ser tocadas por ellas. Otros han andado sobre las aguas como por tierra firme. Todas estas cosas están “más allá de la naturaleza”; van contra los modos del conocimiento natural y revelan la vanidad de tales modos. La fe “se mueve por encima de la naturaleza”. Los caminos del conocimiento natural gobiernan el mundo desde hace más de 5000 años, y el hombre ha sido incapaz de “levantar la mirada de la tierra y entender el poder de su Creador” hasta que “nuestra fe se alzó y nos liberó de las sombras de las obras de este mundo” y de una mente fragmentada. El que tiene fe “no carecerá de nada” y, cuando no tenga nada, “lo poseerá todo por la fe”, como está escrito: “Y todo lo que pidiereis con fe, en la oración, lo obtendréis” (Mateo 21:22); y también: “No os inquietéis por cosa alguna” (Filipenses 4:6).
Las leyes naturales no existen para la fe. San Isaac enfatiza esto muy ferozmente: “Todo esto es posible para el que cree” (Marcos 9:23), pues con Dios nada es imposible. Ir más allá de los límites de la naturaleza y entrar en el reino de lo sobrenatural es considerado ser contra natura, como algo irracional e imposible. Sin embargo, este conocimiento natural, según San Isaac, no es una falta. No ha de ser rechazado. Es solo que la fe es más grande de lo que parece. Este conocimiento es sólo condenado en la medida que, por los diferentes medios que utiliza, se vuelve contra la fe. Pero cuando este conocimiento “se une a la fe, se vuelve uno con ella, revistiéndose en sus ardientes pensamientos”, cuando “adquieren las alas de la impasibilidad”, y entonces, usando otros medios que no sean los naturales, se eleva de la tierra “hasta el reino de su Creador”, a lo sobrenatural. Este conocimiento es, entonces, cubierto por la fe y recibe el poder de “elevarse a las alturas”, para percibir lo que está más allá de toda percepción y “para ver el resplandor que es incomprensible a la mente y al conocimiento de los seres creados”. El conocimiento es el nivel del que el hombre se alza a la altura de la fe. Cuando alcanza esta altura, ya no tiene necesidad de nada, pues está escrito: “Porque sólo en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando llegue lo perfecto, entonces lo parcial se acabará” (1ª Corintios 13:9-10). La fe nos revela ahora la verdad de la perfección, como si estuviera ante nuestros ojos. Es por la fe que conocemos lo que está más allá de nuestro alcance, por la fe, y no por la investigación y el poder del conocimiento.
Hay tres formas espirituales en las que el conocimiento aumenta y disminuye, y por las cuales se transforma y cambia. Estas son el cuerpo, el alma y el espíritu. En el nivel más bajo, el conocimiento “sigue los deseos de la carne”, relacionándose con la riquezas, la vanagloria, el vestido, el descanso del cuerpo y con la búsqueda de la sabiduría racional. Este conocimiento inventa las artes y las ciencias y todo lo que adorna el cuerpo en este mundo visible. Pero en todo esto, tal conocimiento es contrario a la fe. Se le conoce como “mero conocimiento”, pues está privado de todo pensamiento de lo divino, y por su carácter carnal, trae a la mente una debilidad irracional, porque en él, la mente es vencida por el cuerpo y centra toda su preocupación en las cosas de este mundo”. Está inflado y lleno de orgullo, porque refiere todo lo bueno para sí y no para Dios. Así lo dice el apóstol: “Pero la ciencia infla” (1ª Corintios 8:1).
La fe presenta una nueva vía de pensamiento, por la cual se realiza toda la obra de conocer al hombre creyente. Esta nueva vía de pensamiento es la humildad. Por la humildad, la inteligencia es sanada y completada. El hombre humilde es la fuente de los misterios de la nueva edad.
Se dice obviamente de este conocimiento, que no está unido con la fe y la esperanza en Dios, y tampoco con el verdadero conocimiento. El verdadero conocimiento espiritual, unido a la humildad, trae la perfección al alma de los que lo adquieren, como se ve en Moisés, David, Isaías, Pedro, Pablo, y todos los que, sin las limitaciones de la naturaleza humana, fueron considerados dignos de este perfecto conocimiento.
http://cristoesortodoxo.com/2013/11/12/el-misterio-del-conocimiento/
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