Charla
dada por el Protopresbítero Theodoros Zisis, profesor emérito de la Facultad de
Theología de la Universidad Aristotélica de Tesalónica, en la Conferencia de la
Metrópolis del Pireo.
Sobre
el tema “Primacía, Sinodicalidad y Unidad de la Iglesia”
Paz
y Amistad, 28 Abril 2010
Una
de las principales marcas del siglo pasado, el XX, era el intento del
mundo cristiano de restablecer la unidad. Después de que el papismo se apartara
de la Iglesia al comienzo del segundo milenio (1054) y posteriormente la
subsecuente brecha de los protestantes con el papismo en el siglo 16, Este y
Oeste fueron profundamente divididos, y Occidente fue aún más dividido dentro
de sí mismo. Sin embargo, la Iglesia no perdió nunca ni su unidad ni su
catolicidad, su integridad: la herejía y el cisma pueden herir y dejar marca en
el cuerpo de la Iglesia pero no dividirla, al igual que un árbol no se dice que
está dividido porque alguien corte una de sus ramas. Desde este punto de vista,
los términos empleados a menudo, “la Iglesia indivisa” de los primeros diez
siglos y “la unión de las iglesias” son incorrectos. La Iglesia está
siempre indivisa, ya sea después del cisma de 1054 o cualquier otro cisma. Por
otra parte, no hay muchas iglesias a las que deba traerse a la unidad puesto
que sólo existe “una, santa, católica y apostólica Iglesia”, cuya vida continúa
indivisa e ininterrumpida en la Iglesia Ortodoxa Oriental. Aquellos cristianos
heterodoxos de Oriente y Occidente que se han separado, y que han caído en la
herejía o el cisma, no pueden llamarse iglesias; en su lugar deben buscar la
unión con La Iglesia denunciando la herejía y el engaño. La unidad no se logra
por “la unión de las iglesias, sino más bien a través de “la unión con la Iglesia”.
Tras
el cisma, a lo largo de todo el segundo milenio, se hicieron muchos intentos
para lograr la unidad, en particular, a través de la convocatoria de grandes
sínodos dirigidos a la unidad como los de Lyon (1274) y Ferreira-Florencia
(1438-1439). Aunque la unión entre los ortodoxos y los papistas se aceptó
oficialmente en la tarde de éstas y la casi totalidad de los obispos ortodoxos
de asistencia firmaron los términos, con la excepción de San Marcos de Éfeso y
algunos otros, quedó sin aplicación: no más que una sencilla hoja de
papel. Estos concilios no pretendían llegar a la verdadera paz cristiana y a la
unidad, unidad en la verdad; no fundamentaron en el verdadero modelo de
unidad que se encuentra en la enseñanza de Cristo, los Apóstoles y los santos.
Más bien, como Unía, que se basaban en recién inventados y, falsos modelos de
unidad que servían para motivos ulteriores; otros motivos egoístas,
autocráticos, divisores y malévolos. Estos no sólo no ayudaron a la causa de la
unidad, sino que ampliaron el abismo y provocaron nuevas divisiones. Los
miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo theológico entre
ortodoxos y católicos romanos llegaron a esta conclusión por unanimidad en la
sexta sesión plenaria de la Asamblea General de la Comisión que tuvo lugar en
Freising, Alemania, en junio de 1990. El texto que firmaron dice lo siguiente: “Unia
como método, donde quiera que se aplicó, no tuvo éxito en su objetivo de lograr
el acercamiento entre las iglesias. Contrariamente, trajo nuevas divisiones. La
situación que se creó se convirtió en la causa de conflictos y juicios que han
dejado huella en la memoria colectiva y la conciencia de las dos
iglesias. Así, por razones eclesiológicas existe una convicción de que se deben
buscar firmemente otros métodos”. ( 6c)
Textos
papales y patriarcales, estudios producidos por theólogos e incluso el diálogo
teológico en sí crean la impresión quimérica de que el supuesto nuevo modelo de
unidad buscado es el modelo eclesiológico de “Iglesias hermanas”. En relación a
esto el texto de Freising mencionado anteriormente escribe: “Ahora que
nuestras iglesias se han unido en el fundamento eclesiológico de comunión entre
iglesias hermanas, sería un asunto grave el destruir el excelente labor hacia
la unidad de las Iglesias logrado a través del Diálogo por volver al método de
Unia”. ( 6d) Este modelo sí se aplica al hablar de las relaciones entre las
iglesias autocéfalas locales de la Iglesia Ortodoxa, donde la conciliaridad,
tanto a nivel local como internacional, impide que alguien pueda afirmar la
jurisdicción universal no sólo sobre los otros patriarcas, sino también en los
concilios ecuménicos . El Vaticano, por su parte, no acepta, ni va a aceptar,
la igualdad de los primados, o incluso de los obispos, ni la suprema autoridad
de los concilios ecuménicos. Tal es evidente a partir de las decisiones del
Concilio Vaticano II, así como de sus declaraciones y acciones contemporáneas,
como la abolición del antiguo título del Papa como “Patriarca de Occidente” lo
que limita su jurisdicción de forma muy local. Es por eso que el Vaticano
II nos está engañando con el modelo las Iglesias hermanas. En realidad se trata
de una nueva Unia; una Unia que es más amplia y elástica, que tiene la
diversidad sin límites en materia de fe y de vida, siempre que el primado del
Papa sea reconocido.
Fundamentalmente,
este es el modelo adoptado por la versión anterior de Unía, que permite a los
cristianos en unión con Roma mantener sus propios ritos litúrgicos, iconos
sagrados, vestiduras sacerdotales y otros usos y costumbres, en algunos casos
ni siquiera exigiendo unidad en la fe. Viendo que el primer modelo de unidad
que utiliza el papismo, el de latinización, no produjo resultados desde hace
mucho tiempo (ya sean los aplicados con violencia, como lo fueron las Cruzadas,
como por medio del proselitismo personal), los jesuitas inventaron el método
engañoso de “Unía” como el medio más eficaz para lograr la unión con Roma. Lo
hicieron a pesar de que la “Unía” no es ni un medio santo ni real de unión;
pero para los jesuitas “el fin justifica los medios”. De acuerdo con la ética
cristiana, sin embargo, tanto el medio como el final deben ser santos. La
unidad de fe y el culto no pueden ser sacrificados con el fin de asegurar la
unidad bajo el Papa, cuya sede es en sí misma falsa y contraria al Evangelio ya
que subvierte el modelo apostólico de administración dado por Dios, el
sinodal, para implementar la monarquía absoluta del Papa. La verdadera unidad
se logra a través de la unidad de la fe, el culto y la administración: este es
el modelo de unidad en la antigua Iglesia, que la Iglesia Católica Ortodoxa ha
mantenido invariablemente. El método de la Unía introduce una falsa unidad, una
unidad sólo de nombre, porque aparte del hecho de que la permisión ilimitada de
diversidad en la fe y la adoración, se basa en una eclesiología herética, ya
que anula el sistema sinodal de administración de la Iglesia, que es una
institución divina, con el primado del Papa, que es una institución humana. En
la Iglesia, la diversidad sólo está permitida en cuestiones secundarias de la
tradición y la práctica local, siempre que no intervenga en los fundamentos de
la fe, el culto y la administración.
Los
que en nuestros días se adhieren y promueven la verdadera unidad, unidad en la
fe, el culto y la administración, están preocupados por lo que se ha trazado y
preparado para nosotros desde arriba (la alta jerarquía) en el diálogo
teológico, sin el conocimiento de las personas. Allí, en el Diálogo, tal
como se expresa en el texto Ravenna (que también fue discutido en octubre de
2009 en Chipre) los papistas tentaron a los ortodoxos en la discusión de la
hipotética ‘primacía’ universal del Papa, sin la cual ninguna propuesta de
unión puede ser aceptada por el luciferino papismo.
Tenemos
una nueva Unía a nuestras puertas; a causa de esto, el co-presidente del Comité
del Diálogo Mixto, el Cardenal Casper, expresó su satisfacción por el hecho de
que los ortodoxos discutieran la primacía universal del Papa en alguna forma
por primera vez en siglos. Hemos sido engañados por el Vaticano: no puede haber
unión con los papistas sin el primado del Papa. Para que sea de otro modo
tendrían que convocar un “concilio ecuménico” para cambiar su eclesiología,
para cambiar la Constitución dogmática sobre la Iglesia preparada en el
Vaticano II. Incluso si los teólogos católicos que participan en el Diálogo
fueran convencidos por los ortodoxos y firmaran un texto rechazando cualquier
forma de primacía papal, aceptando que el Papa, junto con los otros patriarcas,
son sólo primeros en honor, y aceptando que por encima de todo está la
autoridad de los Concilios Ecuménicos, este texto sería rechazado
inmediatamente por Roma. Se haría desaparecer, como si nunca hubiera producido.
Esto es precisamente lo que ocurrió con el texto Freising de 1990, que condenó
la Unía. Roma lo rechazó, la Unía desapareció y Roma nos atrajo a la
composición de un nuevo texto sobre la Unía en Balamand, Líbano en 1993. Allí,
una delegación ortodoxa reducida (sin representación de seis iglesias
autocéfalas) exoneraron la Unía junto con los teólogos papistas a fin de estar
en consonancia con el Concilio Vaticano II, que alaba la Unía, para que pudiera
seguir siendo un modelo de unidad con los ortodoxos como por los textos de Ravenna
y Chipre. Roma, por lo tanto, acepta sólo lo que está en consonancia con sus
propias innovaciones y rechaza lo que viene del Evangelio y la Iglesia. ¿Puede
esta fachada, esta caricatura de diálogo considerarse un diálogo? ¿Es aceptable
para nosotros participar en un aparente, falso e insincero diálogo; un
diálogo cuyo resultado ya se conoce, es decir, el rechazo de todo lo que no
esté de acuerdo con el dogma papal?
Desde
la dormición del Arzobispo Seraphim, la postura de nuestro liderazgo eclesiástico
sobre estas cuestiones ha sido decepcionante. Incluso hemos llegado al punto de
que muchos de nosotros estamos considerando la posibilidad de invocar la 15º
canon del primer-segundo Concilio (llamado por San Focio en el
861), que permite el cese de la conmemoración de los obispos
que no están defendiendo la ortodoxia, justo como ya se hizo en 1970, cuando el
Metropolita Agustín de Florina, el siempre memorable Metropolita Pablo de
Paramythia y Ambrosio de Elevtheropolus, y casi todos los monasterios
del Monte Athos cesaron de conmemorar al Patriarca Atenágoras.
Aunque
las nubes del Ecumenismo y el filo-papismo son todavía espesas, el horizonte ha
comenzado de nuevo a abrirse, hay corrientes de luz; hay decisión de la
Jerarquía de la Iglesia de Grecia del pasado mes de octubre (esta conferencia
fue dada en 2010) de proporcionar directrices para sus representantes en el
diálogo teológico en las discusiones de «primacía» del Papa, volviendo a la
senda de los Santos Padres; también disponemos de su fuerte voz, su acción
incansable e incesante, Su Eminencia [se dirige al Metropolita Serafín de
Pireo]. Su audacia y franqueza sobre una serie de asuntos de fe y vida nos
sorprende. Ya se ha colocado a la cabeza de la lucha anti-papal y
anti-ecuménica y las conferencias de hoy (momento en el que se dieron lugar),
que tienen lugar bajo su patrocinio lo prueban; hay entre sus compañeros
obispos, algunos que firmaron la Confesión de Fe contra el ecumenismo junto con
usted, y hay otros obispos que no firmaron pero que están de acuerdo (con
la confesión de fe); seis Hagioritas y una serie de monasterios, masculinos y
femeninos, ya han firmado; cientos de abades, hieromonjes, clérigos casados,
monjes y miles de laicos han firmado y seguirán firmando y que, superando todas
las expectativas, han inundado este gran auditorio esta noche.
Esperamos
y creemos que no seremos llevados a una nueva Unía, en el reconocimiento de la
primacía universal del Papa en cualquier de sus formas. Si, sin embargo,
poderosos e influyentes, nuevos Beccuses[1], Bessariones[2] e Isidoros[3], imponen este desarrollo, todos nosotros,
con la ayuda de Dios y las oraciones de la Santísima Theotokos y todos los
santos que han luchado y confesado la fe, volveremos a anularlo y asegurarnos
de que no se aplique.
Notas
del traductor al español.
[1]
Patriarca Juan Bekkos XI o Beccus 1275-1282, quien encarnó la política de unión
de las iglesias Griega y Latina.
[2]
Basilio Besarión 1403-1472, también conocido como cardenal Besarión, era un
metropolita de Constantinopla que encabezó a los unionistas en el concilio de
Florencia, terminó siendo cardenal papista y nombrado Patriarca latino de
Constantinopla por el Papa Pio II.
[3]
probablemente se refiera a un compilador anónimo que se escondía bajo el nombre
de un obispo ficticio llamado Isidoro Mercator, siglo IX. Éste es erróneamente
relacionado con San Isidoro de Sevilla. En sus compilaciones introdujo falsos
decretos sobre muchos temas papales y que produjeron una gran preocupación
entre los ortodoxos, sobre todo en lo que concierne a la Trinidad, las
relaciones entre el Padre y el Hijo, la inviolabilidad de los bienes
eclesiásticos, algunos aspectos de la liturgia y de los sacramentos, la
eucaristía y el bautismo.
Protopresbítero
Theodoros Zisis
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