Wednesday, September 23, 2015

El valle de la sombra de la muerte... ( Protopresbítero Jorge Florovsky )



¡Huesos secos! ¡Oíd la Palabra del Señor! (Ezeq. 37)

La maravillosa visión le fue revelada al Profeta. De la mano de Dios el profeta Ezequiel fue llevado al valle de la muerte, al valle de la desesperación, del desierto muerto. Nada allí tenía dentro de sí el aliento de la vida.

Alrededor había solo huesos secos, huesos "extremadamente" secos y nada mas. Y eso era todo lo que había quedado de lo que alguna vez había sido vivo. La vida se había ido. Y al profeta le fue formulada una pregunta: "¿Vivirán estos huesos?" (Ezeq. 37:3). "¿Puede acaso la vida volver de nuevo?" La respuesta para cualquiera hubiera sido evidente — no. La vida nunca vuelve para atrás. Lo que muere una vez — ya ha muerto para siempre. El polvo y la ceniza no pueden ser fuente de vida. "Porque de cierto morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse" (2 Samuel 14:14). La muerte — es el inevitable final, la completa destrucción de todas las esperanzas, inclinaciones y tendencias de los hombres. La muerte es la consecuencia del pecado, es el resultado de la caída de los primeros padres. La muerte no es creada por Dios. La muerte no tenía lugar en el Divino Plan de la constitución del mundo. Morir no era normal, era antinatural para el hombre. Hasta la muerte física, o sea la separación del alma y del cuerpo, era un antinatural alejamiento del Creador. La muerte humana — esto es "la paga del pecado" (Rom. 6:23).

Para la mayoría de los cristianos contemporáneos tal comprensión bíblica de la muerte está perdida u olvidada. La muerte se recibe mas bien como la liberación del alma inmortal de la insoportable esclavitud al cuerpo. Sin embargo, esta actitud hacia la muerte, que hoy en día está tan ampliamente extendida, es completamente extraña al espíritu de las Sagradas Escrituras. En realidad — este es el punto de vista de los antiguos griegos (los helenos), es el punto de vista de los paganos.

La muerte — no es liberación, sino catástrofe. "¡Lloro y gimo, cuando mentalmente abarco la muerte y veo como yace en las tumbas nuestra humana hermosura, creada a semejanza de Dios, deformada, deshonrada, desfigurada! ¡O, maravilloso misterio, qué es lo que sucede sobre nosotros! ¿Cómo nos entregamos a la corrupción? ¿Cómo nos sacudimos por la muerte?" (San Juan Damasceno, en el rito de la sepultura, traducción S. Aberintsev, M 1994). El hombre muerto ya no es un hombre en el sentido completo de esta palabra, porque el hombre — no es un espíritu incorpóreo. El cuerpo y el alma integran y conservan un ente único e indiviso, ellos pertenecen el uno al otro. Su separación es la deformación del ser humano. El alma "desencarnada" — es solo espíritu. El cuerpo sin alma — es solo un cuerpo muerto. "Porque en la muerte no hay memoria de Ti, en la tumba ¿quien te alabará?" (Sal. 6:5) Y mas adelante: "¿Acaso manifestarás Tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro Tu misericordia, o Tu verdad — en el lugar de la corrupción? ¿Serán reconocidas en las tinieblas Tus maravillas, y Tu justicia — en la tierra del olvido?" (Sal. 88:10-12). Y el autor de los salmos estaba absolutamente seguro, cuando decía, que los muertos "fueron arrebatados de Tus manos" (Sal. 88:5).

La muerte es desesperanza. De esta manera, la única respuesta desde el punto de vista del hombre sería: "No, los huesos secos no vivirán." Pero la respuesta Divina fue directamente opuesta a esta respuesta humana. Y no era simplemente una respuesta en las palabras, sino el poderoso accionar de Dios. Pues también todo sucede por la Palabra de Dios: "Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió" (Sal. 32:9). Y nuevamente el Señor responde con acción. Él envía Su Luminoso Espíritu y renueva la faz de la tierra. El Espíritu de Dios — es el Dador de vida. El profeta testificó la maravillosa transfiguración. Por la fuerza de Dios los huesos secos nuevamente fueron unidos entre sí, recibiendo forma, nuevamente fueron cubiertos por carne viva y el aliento de la vida volvió a los cuerpos. Y he aquí, ellos se levantaron llenos de fuerza, y se formó "un ejército grande en extremo" (Ezeq. 37:10). La vida volvió, la muerte fue vencida.

La explicación de esta visión se deduce de ella misma. Los huesos secos — estos son "La casa de Israel," el pueblo elegido por Dios. Por sus pecados, por su traición a Dios, su "apostasía," Israel estaba muerto. Él cayó en un pozo, que había cavado para sí mismo, fue herido y rechazado. Él perdió su gloria. Israel, amado y prohijado por Dios, — era pueblo voluntarioso, amotinado y obstinado, pero a pesar de eso era el pueblo elegido. Y el Señor desde el valle de la sombra de la muerte lo conduce hacia reverdecientes prados, lo extrae de los dominios de la muerte, lo eleva desde la profundidad, lo levanta del pozo y lo limpia del barro maloliente.

Y he aquí que la profecía se ha cumplido. La liberación largamente esperada llegó. El Prometido Libertador, el Redentor, el Mesías llegó en el tiempo preparado y su nombre era Jesús, "porque Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mat. 1:21). Él es el que es — "Luz para revelación a los gentiles, y gloria de Tu pueblo Israel" (Luc. 2:32). Y de pronto sucede algo incomprensible, algo que es simplemente paradoja. Él no fue reconocido ni "recibido" por Su propio pueblo, fue rechazado, a Él lo infamaron, Lo condenaron y lo entregaron a una muerte ignominiosa, como si fuera un falso profeta que seduce al pueblo, como a un engañador. Todo esto sucedió, porque el proyecto Divino sobre la venida del Salvador era directamente opuesta a como ellos se lo figuraban carnalmente. En lugar de un Rey Conquistador, al que tanto esperaban los judíos, vino Jesús desde Nazaret, "manso y humilde de corazón" (Mat. 11:29). Rey del Cielo, el mismo Dios de dioses, Rey de Gloria — venido a la tierra en la forma de un siervo. Y Él vino no para que le sirvieran, sino para servir y pacificar a todos los "trabajadores y sobrecargados."

En lugar de afirmar Su gente en el derecho de libertad y independencia política exterior, Él les otorgaba, a ellos y a toda la demás gente, la salvación. Él les daba el Precepto de la Vida Eterna. En lugar de la liberación carnal y política, Él trajo la liberación del pecado y de la muerte, regaló el perdón de los pecados y la Vida Eterna. El vino a los suyos y los suyos no lo "recibieron." Él fue entregado a una muerte deshonrosa, y "fue contado con los pecadores" (Isaías 53:12). En el misterio de la Cruz la Misma Vida, la Vida Divina fue entregada a la muerte por los hombres. Y nuevamente actúa el Señor. "A este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella" (Hechos 2:23-24, palabras del apóstol Pedro). De nuevo la vida destruyó los lazos de la muerte. Cristo resucitó. Él salió de su sepulcro, como un Novio de su palacio. Y junto con Él resucitó toda la humanidad, cada persona sin excepción. Él — es el primogénito de los muertos y detrás de Él siguen todos los demás, cada uno en su orden correspondiente (ver 1 Cor. 15:20-23)."Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom. 5:21). La profecía de Ezequiel es leída por la Iglesia Ortodoxa en los solemnes oficios matutinos durante el Sábado de Gloria, cuando todos los creyentes son convocados hacia el Sepulcro del Señor, desde el cual ahora se derrama generosamente la Vida sobre toda la creación.

En las hermosas oraciones y cantos, consagrados a este día (entre los que están las "Alabanzas" — una de las más valiosas creaciones de la poesía de la Iglesia) así se describe y se glorifica este gran Sacramento: La vida fue encerrada en el sepulcro y la Vida resplandeció desde el Sepulcro. "El que habita en los altos ahora se encuentra entre los muertos y misteriosamente es aceptado por el sepulcro"(Canon en la misa del Sábado Santo, cántico 8, irmos). Los fieles son llamados a contemplar y prosternarse ante el Sacramento de la tumba, Vida-mantenedora y Vida-portadora. Pero la antigua profecía aun ahora todavía queda como profecía, o, mas bien dicho, profecía y testimonio. Si, la vida resplandeció desde el sepulcro, pero la plenitud de la vida todavía está por delante. Todo el mundo, todos los hombres, hasta los redimidos por Cristo, aun la misma Iglesia todavía están en el valle de la muerte.

El nuevo Israel, el nuevo Pueblo Elegido de Dios, nuevemente se asemeja a los huesos secos. ¡Qué poca vida verdadera hay en cualquiera de nosotros! El camino en la vida de cada persona todavía ahora continúa siendo trágico y no sin peligro, y todos nosotros de nuevo terminamos encontrándonos en el valle de la muerte. Cada persona, que, aunque sea una vez, tuvo la oportunidad de contemplar las ruinas de alguna ciudad, que otrora fue floreciente, percibe con penetrante agudeza la terrible fuerza de la muerte y la destrucción. El hombre todavía ahora permanece portador del terrible contagio de la muerte y el sufrimiento. Y parece que hasta es posible esperar algo peor, por cuanto es que la raíz de la muerte — es el pecado. Y no hay nada sorprendente, en el hecho de que ahora de distintos lados se percibe cada vez mas agudamente toda la gravedad del pecado. El viejo dicho de beato Agustín cada vez encuentra nuevos ecos en las almas de las personas: Nondum considerasti quati рonderis sin рecctum. ("Tu nunca comprenderás todo el peso del pecado").

Si, el dominio de la muerte fue destruido, ¡Cristo verdaderamente resucitó! El Rey de Vida, Quien murió, reina para toda la eternidad. El Espíritu divino, el Consolador, el Dador de vida fue enviado a la tierra, para sellar el triunfo de Cristo, y este Espíritu permanece en la Iglesia desde el día del Pentecostés. El don de la vida se entrega a la gente inmutablemente, generosamente, sin mezquindad. El don de la vida se nos da a nosotros, pero no siempre es "recibido" con presteza, porque para participar de la vida es necesario vencer todos los deseos corporales, "dejar de lado todas las preocupaciones de la vida:" los apasionamientos, el orgullo, los prejuicios, las enemistades, el amor propio, la autosatisfacción... De otra manera es posible perder dentro de nosotros el Espíritu de Dios. Dios todo el tiempo golpea a las puertas del corazón del hombre y es el hombre mismo quien no le abre. Dios nunca "derriba la puerta" para entrar. Él respeta, dicho con las palabras de san Irineo de Lyon, "la antigua ley de la libertad del hombre," que Él mismo estableció. Realmente, no hay duda que sin Él, sin Cristo, el hombre no puede hacer nada.

Pero existe una cosa, que solo el hombre puede hacer: responder al llamado Divino y "recibir" a Cristo. Pero esto, de largo alcance se logra por cualquiera. Nosotros vivimos en un tiempo muy intranquilo y despiadado. El sentimiento, de que la humanidad está fuera de peligro se ha perdido hace mucho tiempo. Parece que nuestra civilización de muchos siglos, puede, de un momento para otro, derrumbarse y despedazarse en pequeños fragmentos. El sentido de todo movimiento también resultó incomprensible. Y de aquí, de este callejón sin salida no será encontrada la salida, hasta que no sea tomada una medida radical. Hasta que... En el lenguaje del cristianismo este "cuando" significa: hasta el momento que nosotros nos arrepentimos, hasta el momento que nosotros imploramos el don del arrepentimiento. La vida se da generosamente a todos, pero nosotros estamos muertos. "Convertios, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice el Señor; ¡convertios, pues, y vivireis!" (Ezeq. 18:30-32). Hay dos caminos. "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal... A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas..." (Deut. 30:15-19)

Elijamos la vida... Y nuevamente consagremos toda nuestra vida a Dios, "recibamos," reconozcámoslo a Él como nuestro único Señor y Soberano no solo en el espíritu del sometimiento formal, sino también en el espíritu del amor. Amarlo — significa servirlo, significa recibir Su voluntad como si fuera la nuestra propia, Sus metas y deseos como nuestras propias metas y deseos. "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre, os las he dado a conocer" (Juan 15:15). El Señor nos dejó la obra de Sus manos para que nosotros la sigamos y la completemos. Nosotros debemos penetrar en la misma esencia de Su acto redentor. Y se nos dan las fuerzas para hacer esto. Se nos da el poder de ser hijos de Dios. Pues ni siquiera al hijo pródigo le fue permitido perder su dignidad de hijo, no le fue permitido ser uno de los asalariados. Y nosotros, aun mas que eso, — somos miembros de Cristo en la Iglesia, la cual es Su Cuerpo. Por el Espíritu Santo nosotros recibimos dentro nuestro Su vida. Y por eso debemos acercarnos mas el uno al otro, debemos toda la vida tender hacia aquella unidad, acerca de la que pensaba el Salvador en las últimas horas antes de los Sufrimientos y la Cruz: que todos nosotros seamos unidos en la fe y el amor, únicos en Él.

El mundo todavía esta dividido. ¡Cuanta contienda y división hay hasta entre aquellos, que se llaman a sí mismos Cristianos! Permanecer en relaciones pacíficas con todos — esto es a lo que debemos tender nosotros. El destino del hombre no se decide en los campos de batalla ni en las discusiones de los políticos. El destino del hombre se decide en su corazón. ¿Estará acaso el corazón cerrado hasta en aquel momento, en el cual el Padre Celestial golpea a su puerta, o el hombre abrirá con presteza al llamado del Divino amor? Hasta en nuestros tenebrosos días quedan indicios de esperanza. Ahora no solo es "oscuro en el medio de un claro día," ahora es el tiempo, cuando el sol alumbra claramente en la misma profundidad. La tendencia hacia la unidad crece.

Pero la verdadera unidad solo puede ser conseguida solo en la misma Verdad, en la plenitud de la Verdad: "Apacigua las discordias entre las iglesias, calma la rebelión de los paganos, destruye pronto las herejías por la fuerza de tu Espíritu Santo" (Oración del Sacerdote en la liturgia de San Basilio el Grande). La vida se nos dona generosamente. Debemos estar muy atentos para no pasar de largo el día de nuestra salvación, como el antiguo Israel pasó de largo en su día. "¡Cuantas veces quise juntar a tus hijos, como el ave guarda a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!" (Mat. 23:37). Elegiremos pues la vida en el conocimiento del Padre y su Hijo Unigénito, nuestro Señor, en la fuerza del Espíritu Santo. Y la gloria de la Cruz y la Resurrección se presentará en nuestra propia vida. Y la gloriosa antigua profecía se cumplirá de nuevo... "He aquí Yo abro vuestros sepulcros, pueblo Mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel... Y sabréis que Yo, el Señor hable — y lo hice, dice el Señor" (Ezeq. 37:12-14).


                                Catecismo Ortodoxo 

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