Wednesday, September 23, 2015

Confesión de fe contra el ecumenismo

          

Aquellos de nosotros que, por la gracia de Dios, hemos crecido con los dogmas de la piedad y que seguimos en todo a la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, creemos que:

El único camino para la salvación de la humanidad es la fe en la Santa Trinidad, la obra y la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, y su continuidad en Su Cuerpo, la Santa Iglesia. Cristo es la única y verdadera Luz; no hay ninguna otra luz que nos ilumina, ni otro nombre que pueda salvarnos: “Y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos”. Todas las otras creencias, todas las religiones que ignoran y no confiesan a Cristo “venido en la carne”, son creaciones humanas y obras del maligno, que no conducen al verdadero conocimiento de Dios y al nuevo nacimiento por el divino Bautismo, sino que, por el contrario, desvían a los hombres y los conducen a la perdición. Como cristianos que creemos en la Santa Trinidad, no tenemos el mismo Dios de las otras religiones, ni siquiera el de las llamadas religiones monoteístas, Judaísmo e Islam, que no creen en la Santa Trinidad.

Durante dos mil años, la única Iglesia que Cristo fundó y que el Espíritu Santo ha guiado, ha permanecido estable y firme en la Verdad salvífica que fue enseñada por Cristo y por los Santos Apóstoles, y preservada por los Santos Padres. No se ha desviado por las crueles persecuciones de los judíos, inicialmente, o por los idólatras, durante los tres primeros siglos. Ha proveído abundantemente un ejército de mártires y ha salido victoriosa, lo cual demuestra su origen divino. Como maravillosamente expresó sobre ella San Juan Crisóstomo: “Nada es más fuerte que la Iglesia… si luchas contra un hombre, puedes ser conquistador o ser conquistado, pero si luchas contra la Iglesia, no te es posible vencer, pues Dios es el más fuerte de todos”.

Siguiendo el cese de las persecuciones y el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos externos (en otras palabras, los judíos y los idólatras) los enemigos internos de la Iglesia comenzaron a multiplicarse y fortalecerse. Empezaron a aparecer una gran variedad de herejías, que trataron de destruir y adulterar la fe una vez entregada, de forma que los fieles fueran confundidos, y su confianza en la verdad del Evangelio y las tradiciones fuera debilitada. Describiendo, en líneas generales, el estado de los asuntos eclesiásticos que fue creado por el dominio de más de cuarenta años, incluso administrativamente, por la herejía de Arrio, San Basilio el Grande dice: “Los dogmas de los Padres se han ignorado por completo, las tradiciones apostólicas se han marchitado, las invenciones de los jóvenes son observadas en las iglesias; ahora la gente sigue la “lógica cortante” de no teologizar; se da superioridad a la sabiduría del mundo, dejando de lado la jactancia en la Cruz. Los pastores son expulsados, y en su lugar se han puesto crueles lobos, dispersando el rebaño de Cristo”.

Lo que sucedió a causa de los enemigos externos (las religiones), también pasó a causa de los internos (las herejías). La Iglesia, a través de sus grandes e iluminados Santos Padres, demarcó y señaló los límites (perixarakose) de la fe Ortodoxa con decisiones mediante los sínodos locales y ecuménicos en casos de dudosas y específicas enseñanzas, pero también con el acuerdo de todos los Padres (Consensus Patrum), sobre todas las cuestiones de la Fe. Nos encontramos en un terreno seguro cuando seguimos a los Santos Padres y no nos salimos de los límites que han establecido. Las expresiones “según nuestros Santos Padres”, y, “no traspasando los límites que nuestros Padres han establecido”, son señales de un constante avance espiritual y un límite de seguridad para (permanecer en) la fe ortodoxa y el modo de vivir.

Consecuentemente, las posiciones básicas de nuestra confesión son las siguientes:

1. Mantenemos, inamovible y sin alteración, todo lo que los sínodos y los Padres han establecido. Aceptamos todo lo que aceptan y condenamos todo lo que condenan; y evitamos toda comunicación con aquellos que innovan en materia de fe. Ni añadimos, ni quitamos, ni alteramos ninguna enseñanza. Incluso en la era apostólica, el portador de Dios San Ignacio de Antioquia, en su carta a San Policarpo de Esmirna escribía: “Cualquiera que diga algo en contra de lo que ha sido decretado, incluso si es digno de confianza, incluso si ayuna, incluso si vive en virginidad, incluso si hace señales y profetiza, se aparece a vosotros como un lobo con piel de cordero, aspirando a la corrupción de las ovejas”. San Juan Crisóstomo, interpretando las palabras del apóstol Pablo: “Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema” (Gálatas 1:9), observa que el apóstol “no dijo si debían proclamar algo contrario o si debían anularlo todo, sino que incluso, si debían predicar hasta la más pequeña enseñanza que hubiera sido entregada a vosotros, incluso si debieran simplemente ocasionarla, sean anatema”. Al anunciar sus decisiones contra los iconoclastas al clero de Constantinopla, el 7º Concilio Ecuménico dictó: “Hemos seguido la tradición de la Iglesia Católica, no aflojando (en materia de fe) ni haciendo ningún añadido superfluo, sino que, habiendo sido enseñados por la forma apostólica, mantenemos las tradiciones que hemos recibido, aceptando y respetando todo lo que la Santa Iglesia Católica recibió desde los primeros años, escrito y no escrito… pues el verdadero y directo juicio de la Iglesia no permite ninguna concesión para las innovaciones en ella, o para intentar la eliminación cualquier enseñanza. Nosotros, por lo tanto, siguiendo las leyes de nuestros padres, habiendo recibido la Gracia por el único Espíritu Santo, hemos salvaguardado debidamente sin ninguna innovación y reducción todas las enseñanzas de la Iglesia”.

Junto con los Santos Padres y los Concilios, también rechazamos y anatematizamos todas las herejías que aparecieron durante el transcurso histórico de la Iglesia. De las antiguas herejías que han sobrevivido hasta este día, condenamos el arrianismo (aun vivo, en los pseudo Testigos de Jehová) y el monofisismo, la forma extrema de Eutiquio y la más moderada de Severo y Dióscoro, según las decisiones del 4º Concilio Ecuménico de Calcedonia y la enseñanza cristológica de los grandes Santos Padres y Maestros tales como San Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, San Focio el Grande y los himnos de nuestra adoración.

2. Proclamamos que el catolicismo romano es un vientre de herejías y falacias. La enseñanza del “Filioque”, esto es, la procedencia del Espíritu Santo “y del Hijo”, es contraria a todo lo que Cristo mismo enseñó sobre el Espíritu Santo. El conjunto entero de los Padres, conjuntamente en concilios e individualmente, ven el catolicismo romano como una herejía porque, a parte del Filioque, produce una hueste de otras falacias, tales como la primacía y la infalibilidad del Papa, el pan sin levadura (ácimo), el fuego del purgatorio, la Inmaculada concepción de la Theotokos, la Gracia creada, la compra de absolución (indulgencias)… se ha alterado casi la totalidad de la enseñanza y la práctica correspondiente al Bautismo, la Crismación, la Divina Eucaristía y los otros Sacramentos, y ha convertido a la Iglesia en un estado secular.

Contemporáneamente el catolicismo romano se ha desviado más allá de los latinos medievales de la enseñanza de la Iglesia, en la medida en la que ya no cuenta con una continuación de la antigua Iglesia de Occidente. Se ha introducido un enjambre de nuevas exageraciones en su “Mariología”, tales como la enseñanza de que la Theotokos es una redentora paralela (corredentora) del género humano. Se ha reforzado el “movimiento carismático” de los grupos pentecostales (supuestamente centrados en el Espíritu). Se han adoptado prácticas religiosas del Este y métodos de oración y meditación. Se han introducido innovaciones adicionales en la adoración divina, tales como los bailes y los instrumentos musicales. Se ha acortado y esencialmente arruinado la Divina Liturgia. Con respecto al ecumenismo, se han sentado las bases para una unificación de todas las religiones (panthriskeia) con su concilio Vaticano Segundo, reconociendo “vida espiritual” en la gente de otras religiones. El minimalismo dogmático ha conducido ha una disminución de los requerimientos morales, a causa del vínculo entre dogma y moralidad, lo que convierte en fracasos morales de los principales clérigos y en un incremento de las desviaciones morales tales como la homosexualidad y la pedofilia entre los clérigos. Con el continuo apoyo del “uniatismo”, esa caricatura de Ortodoxia con la que victimiza y proselitiza a los fieles, el Vaticano está saboteando el dialogo y está contradiciendo sus supuestas sinceras intenciones para la unión.

Generalmente hablando, tras el concilio Vaticano Segundo, ha habido un cambio radical en el catolicismo y un giro hacia el protestantismo, e incluso una adopción de varios movimientos “espirituales” de la “Nueva era”.

Según San Simeón de Tesalónica, el mistagogo, el “papismo” causó más daño a la Iglesia que todas las herejías y cismas juntos. Nosotros, los ortodoxos, estamos en comunión con los pre-cismáticos papas y conmemoramos a muchos papas como santos. Sin embargo, los papas post-cismáticos han caído todos en la herejía; han cesado de ser sucesores del trono de Roma; ya no tienen sucesión apostólica, porque ya no tienen la fe de los apóstoles y de los Padres. Es por esta razón por la que, como afirma San Simeón, con cada uno de esos papas, “no solo no tenemos comunión, sino que también los llamamos herejes”. A causa de su blasfemia contra el Espíritu Santo con su enseñanza del Filioque, perdieron la presencia del Espíritu Santo y por lo tanto todos ellos están privados de la Gracia. Ninguno de sus Misterios (Sacramentos) es válido, según San Simeón: “Por lo tanto los innovadores blasfeman y están lejos del Espíritu, por blasfemar contra el Espíritu Santo, y así todo en ellos está sin gracia, en la medida en que han violado y han degradado la Gracia del Espíritu… que es por lo que el Espíritu Santo no está en ellos, y no hay nada espiritual en ellos, puesto que todo en ellos es nuevo y está alterado y es contrario a la divina tradición”.

3. Las mismas cosas se aplican a un grado aún mayor en el protestantismo que, como descendencia del papismo, ha heredado muchas herejías, aun cuando también ha añadido muchas más. Ha rechazado la Tradición, aceptando solamente la Santa Escritura (Sola Scriptura), que se malinterpreta; ha abolido el sacerdocio como único Misterio (Sacramento), así como la veneración a los Santos y a los santos iconos; ha dejado sin honor, y en muchos casos, ha menospreciado la persona de la Santísima Theotokos (Madre de Dios); ha descartado el monaquismo; de entre los Santos Misterios, acepta solo el Bautismo y la Divina Eucaristía, que han entendido en una forma que se desvía marcadamente de la enseñanza y la práctica de la Iglesia; enseña cosas tales como la absoluta predestinación (calvinismo) y la justificación sólo por la fe. Por otra parte, su sector más “progresista” ha introducido el sacerdocio para las mujeres y el matrimonio entre homosexuales, a los cuales incluso los aceptan en los rangos del sacerdocio. Pero, por encima de todo, carecen de una eclesiología adecuada, puesto que la comprensión ortodoxa de la naturaleza de la Iglesia no existe entre ellos.

4. El único modo en que nuestra comunión con los herejes pueda ser restablecido es si ellos renuncian a su engaño (plani) y se arrepienten, para que pueda haber una verdadera unión y paz: una unión con la Verdad, y no con el engaño y la herejía. Para la incorporación de los herejes en la Iglesia, la precisión canónica (akriveia) requiere que sean aceptados por el Bautismo. Su “bautismo” previo, llevado a cabo fuera de la Iglesia (sin la triple inmersión y emersión de alguien siendo bautizado en agua santificada por la oración particular) no es de ninguna forma un bautismo. Cualquier intento de Bautismo fuera de la Iglesia carece de la gracia del Espíritu Santo (que no permanece en los cismas y herejías), y como tal, no se tiene nada en común que nos una, como señala San Basilio el Grande: “aquellos que han apostatado de la Iglesia ya no tienen la gracia del Espíritu Santo, pues cesó de ser impartida cuando la continuidad fue truncada… los que se separaron se convirtieron en laicos, y, puesto que ya no son capaces de conferir sobre otros esta gracia del Espíritu Santo de la que ellos mismos han caído, ya no tienen autoridad para bautizar ni para ordenar”.

Esto es por lo que el nuevo intento de los ecumenistas de hacer avanzar la idea de que tenemos un bautismo común con los herejes está infundado. En esta inexistente unida bautismal quieren basar la unidad de la Iglesia, que supuestamente existe en cualquier parte en la que pueda existir un bautismo. Sin embargo, alguien entra en la Iglesia y se convierte en miembro, no con ningún bautismo, sino solo con el “único bautismo”, ese bautismo llevado a cabo uniformemente, oficiado por sacerdotes que han recibido el sacerdocio de la Iglesia.

5. Mientras los heterodoxos que continúen permaneciendo en sus errores, no tendremos ninguna comunicación con ellos, especialmente en oraciones comunes. Todos aquellos santos cánones que tratan sobre el tema de la oración común son unánimes prohibiendo no solo el oficio común y la oración común en el templo de Dios, sino incluso cualquier oración ordinaria en privado. La estricta postura de la Iglesia con relación a los heterodoxos surge del verdadero y sincero amor concerniente a su salvación, y de su protección pastoral para que los fieles no sean arrastrados a la herejía. Cualquiera que ama, revela la verdad y no deja a los otros en la falsedad; de otro modo, cualquier amor y acuerdo con él solo sería falso. Sería algo así como una buena guerra y una mala paz: “… pues una guerra digna de elogio es superior a una paz que separa de Dios”, dice San Gregorio el Teólogo. Y San Juan Crisóstomo recomienda: “Si vierais infringida la devoción, no prefiráis la unidad de pensamiento a la verdad, sino estad firmes hasta la muerte… no traicionando en nada a la verdad”. Y en otra parte recomienda con énfasis: “No aceptéis ningún dogma falso con el pretexto del amor”. Esta postura de los Padres fue también aceptada por el gran defensor y confesor de la fe ortodoxa contra los latinos, San Marcos de Éfeso, quien concluyó en su Confesión de Fe en Florencia con las siguientes palabras: “Todos los maestros de la Iglesia, todos los concilios y toda la divina Escritura nos exhortan a evitar a los herejes, y a abstenernos de cualquier comunión con ellos. Por lo tanto, ¿debo yo hacer caso omiso de ellos, y seguir a aquellos que bajo el pretexto de una paz prefabricada luchan por la unión? ¿Y debo seguir a aquellos que han tergiversado el sagrado y divino Símbolo de la fe (Credo) y han introducido al Hijo como la segunda procedencia del Espíritu Santo? (…). Que nunca nos suceda esto, oh benevolente Consolador (Paráclito), y que nunca me aparte por mis propios dudosos pensamientos, sino que, siguiendo Tu enseñanza y a los benditos hombres que fueron inspirados por Ti, pueda ser agregado a mis padres, testificando, al menos su devoción.”

6. Hasta principios del siglo XX, la Iglesia ha mantenido firme e inmutablemente una postura despectiva y condenatoria hacia todas las herejías, como formuló claramente el Synodicon de la Ortodoxia que es recitado el Domingo de la Ortodoxia. Las herejías y los herejes son anatematizados, uno tras otro; más allá, para garantizar que ningún hereje quede fuera del anatema, hay un anatema general al final del texto: “Que todos los herejes sean anatemas”.

Desafortunadamente, esta postura uniforme, constante y firme de la Iglesia hasta principios del siglo XX ha empezado a ser progresivamente abandonada, siguiendo la encíclica que fue promulgada por el Patriarcado Ecuménico en 1920, “A las Iglesias de Cristo en todo lugar”, que por primera vez llamó a las herejías como “iglesias”, que no están distanciadas de la Iglesia, sino que son familiares y están relacionadas con ella. Recomendaba que “el amor entre las Iglesias debía ser reavivado y reforzado, y ya no debían considerarse unas a otras como extrañas y ajenas, sino como parientes, siendo una parte de la familia de Cristo y “miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Dios en Cristo”.

El camino está ahora abierto para la adopción, la formación y el desarrollo de la herejía del ecumenismo en el ámbito de la Iglesia Ortodoxa, y esta “pan-herejía”, inicialmente de inspiración protestante, ahora con la aceptación papal, adopta y legaliza todas las herejías como “iglesias” y ataca el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Este nuevo dogma sobre la Iglesia, esta nueva eclesiología, es ahora desarrollada, enseñada e impuesta por patriarcas y obispos. Según la nueva enseñanza, no puede exigir para sí exclusivamente la designación de Iglesia Católica y verdadera. En cambio, cada una de ellas es una pieza, un parte y no la Iglesia completa; todas justan componen la Iglesia.

Todos los límites establecidos por los Padres han caído, ya no hay línea divisoria entre la herejía y la Iglesia, entre la verdad y el engaño. Ahora también las herejías son “iglesias”; de hecho muchas de ellas, como la papista, son ahora vistas como “iglesias hermanas” a quien Dios ha confiado, juntamente con nosotros, el cuidado de la salvación de la humanidad.

La Gracia del Espíritu Santo también existe ahora en las herejías, y por lo tanto sus bautismos son (igual que todos los otros misterios) considerados válidos. Todos los que han sido bautizados en un grupo hereje son ahora considerados miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Las condenaciones y anatemas de los concilios ya no son válidos y deberían ser eliminados de los libros litúrgicos. Estamos ahora alojados en el “Consejo Mundial de Iglesias” y traicionando esencialmente (con nuestra membresía) nuestra auto protección eclesial. Hemos eliminado el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, el dogma de “un solo Señor, una Fe, un bautismo” .

7. Este sincretismo inter-cristiano se ha expandido ahora hacia el sincretismo interreligioso, que equipara todas las religiones con la única sabiduría y reverencia a Dios y a Cristo como modo de vida, todas ellas reveladas de lo alto por Cristo. Consecuentemente, el dogma de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica no está en relación solo con las varias herejías que están siendo atacadas, sino también el dogma único y fundacional de la revelación y la salvación de la humanidad por Cristo en relación a las religiones del mundo. Es el peor engaño, la mayor herejía de todos los tiempos.

8. Creemos y confesamos que la salvación solo es posible en Cristo. Las religiones del mundo, y también las varias herejías, no conducen al hombre a la salvación. La Iglesia Ortodoxa no es más que la verdadera Iglesia, es la única Iglesia. Ha permanecido fiel al Evangelio, a los concilios y a los Padres, y consecuentemente sólo ella representa a la verdadera Iglesia católica de Cristo. Según el bienaventurado Justin Popovitch, ecumenismo es el nombre común para las pseudo iglesias de la Europa Occidental; su nombre común es “pan-herejía” .

Esta pan-herejía ha sido aceptada por muchos patriarcas ortodoxos, arzobispos, obispos, sacerdotes, monjes y laicos. La enseñan al “descubierto”, la aplican y la llevan a la práctica, comulgando con los herejes de cualquier manera posible, con oraciones comunes, con intercambio de visitas, con colaboraciones pastorales, situándose así, esencialmente, fuera de la Iglesia . Nuestra postura, según las decisiones canónicas de los concilios y según el ejemplo de los Santos, es obvia. Cada uno debe asumir ahora sus responsabilidades.

9. Existen también, por supuesto, responsabilidades colectivas, y sobre todo en la conciencia ecuménica de nuestros jerarcas y teólogos, con respecto al pueblo ortodoxo (pleroma) y a sus rebaños individuales. A ellos, declaramos con temor de Dios y con amor que esta postura suya y su participación en actividades ecuménicas son condenables en todos los aspectos, puesto que:

a) Impugnan activamente nuestra Tradición Ortodoxa-Patrística de la Fe.

b) Están sembrado la duda en los corazones de sus rebaños y desestabilizando a muchos, conduciéndolos a la división y al cisma, y

c) Están conduciendo a una parte del rebaño al engaño, y así, al desastre espiritual.

Nosotros, por lo tanto, declaramos que, por las mencionadas razones, los que se esfuerzan en esta irresponsabilidad ecuménica, sea cual sea el rango que puedan tener en el cuerpo de la Iglesia, contradicen la tradición de nuestros santos y, por lo tanto, se oponen a ellos. Por esta razón, su postura debe ser condenada y rechazada por la totalidad de la Jerarquía y los Fieles.

                      Catecismo Ortodoxo

              http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

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