Más puro es el corazón, más se ensancha y más lugar tiene para amar a otros. Mientras más pecador es, más pequeño se hace y ama menos. Porque se limita a amarse a sí mismo, y ese amor es falso. Amamos objetos indignos del alma inmortal, como el oro, la plata, el adulterio, etc.
Nuestra vida es amor. Y donde hay amor, hay Dios, y donde hay Dios, allí está todo el bien. "Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su Justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mt. 6:33).
La persona que no ordena su vida según la lógica, mas procede por la ley suprema - la Ley del Amor - está siempre en la razón. Porque todas las otras leyes son nada frente al amor, que no sólo dirige los corazones sino que "mueve al sol y las estrellas" (Dante). Aquél que guarda esta Ley en sí, vivirá.
San Juan de Kronstadt
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