“¡Alégrate con alegría grande, hija de Sión! ¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey; Él es justo y trae salvación, viene humilde, montado en un asno, en un borrico, hijo de asna” (Zacarías 9:9).
El profeta de Dios anunció esta profecía unos cuatrocientos años antes del acontecimiento que conmemoramos y celebramos hoy. Habiendo completado su predicación en la tierra, el Señor Jesús Cristo hizo Su entrada triunfante en la ciudad real de Jerusalén, en la ciudad donde se adoraba al Dios verdadero, una ciudad en muchas formas divina. El Señor hizo su entrada como Rey y vencedor, para terminar su servicio por medio de un decisivo estruendo: destruyendo la muerte por su muerte, eliminando la maldición de la raza humana tomando sobre Sí mismo esta maldición. Hizo su entrada en la ciudad real montado en un borrico, “sobre el cual nadie ha montado todavía” (Lucas 19:30), para restaurar a la humanidad la dignidad real con la que nuestros antepasados estuvieron revestidos, para restaurar esta dignidad ascendiendo a la cruz. El asno indómito fue domesticado a lomos del maravilloso Jinete. Los apóstoles pusieron sus vestiduras sobre el borrico; grandes multitudes de personas corrieron al encuentro del Señor y caminaron frente a Él, cantando en su éxtasis: “Hosanna al Hijo de David: bendito [el Rey (Lucas 19:38] que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas” (Mateo 21:9). El Señor es proclamado Rey en nombre de Dios, a Su señal, no accidentalmente, y no por la voluntad humana consciente. En el transcurso de cuatro días, los mismos que aquel día lo proclamaron Rey, clamarán: “¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!”... ¡No tenemos otro rey que el César!” (Juan 19:15).
¿Cuál es el significado de la cabalgadura del Señor hacia Jerusalén en un asno bravío? Según la explicación de los santos padres, esto tiene un profundo significado profético. El Señor, que lo ve todo, vio acercarse la gran apostasía final de los judíos y su alejamiento de Dios. Anunció esta apostasía incluso antes, cuando se dio la ley a los israelitas en el monte Sinaí, por medio de los labios del inspirado Legislador. “Prevaricaron”, dijo Moisés del futuro pecado de los judíos contra el Dios-Hombre, como si estuviera hablando de algo ya hecho. “Prevaricaron contra Él, los que por sus inmundicias ya no sois hijos suyos, una generación depravada y perversa. ¡Así retribuís al Señor, oh pueblo necio e insensato! (Deuteronomio 32:5-6). “Pues es gente sin inteligencia, y no hay en ellos
entendimiento. ¡Oh si fueran sabios para entenderlo y comprender lo que les espera!” (Deuteronomio 32:28-29). “Porque su vid es de la vid de Sodoma y de las campiñas de Gomorra” (Deuteronomio 32:32). Mientras que por el contrario: “Regocijaos, oh cielos, con Él (el Hijo de Dios), y que todos los ángeles de Dios lo adoren. Regocijaos, oh gentiles, con su pueblo, y que los hijos de Dios se fortalezcan en Él” (Deuteronomio 32:43, Septuaginta). La entrada en Jerusalén sobre un asno bravío es una repetición de la profecía de Moisés, no en palabras, sino en un símbolo. Moisés previó que los gentiles se regocijarían en el Señor, y que los judíos serían rechazados. Aquí, el asno bravío “sobre el cual nadie ha montado todavía” (Lucas 19:30), es una imagen de los gentiles. Las vestiduras de los apóstoles son las enseñanzas de Cristo, por las que instruirían a los gentiles, y el Señor sentado espiritualmente sobre los gentiles, manifestándoseles como Dios. Él los condujo a Jerusalén, al seno de la Iglesia, a la ciudad eterna de Dios no hecha por mano de hombres, a la ciudad de salvación y bienaventuranza. Los judíos rechazados también estaban presentes allí. Con sus labios clamaban: “El rey de Israel”, pero con sus almas, su Sanedrín ya había resuelto matar al Salvador.
He aquí otro significado del borrico bravío. Es una imagen de toda persona conducida por deseos irracionales, privada de libertad espiritual, apegada a las pasiones y hábitos de la vida carnal. La enseñanza de Cristo pierde el asno de su apego; esto es, a causa del cumplimiento de su pecaminosa y carnal voluntad. Entonces, los apóstoles condujeron el asno a Cristo, poniendo sus vestiduras sobre él. El Señor se sienta sobre Él y hace Su entrada sobre él en Jerusalén. Esto significa que la persona que ha abandonado su vida pecaminosa es conducida a los Evangelios, y es revestida como de las vestiduras apostólicas, en el más detallado y refinado conocimiento de Cristo y Sus mandamientos. Entonces, el Señor se sienta sobre él apareciéndose espiritualmente y permaneciendo espiritualmente en él, ya que Su buena voluntad era prometer: “El que tiene mis mandamientos y los conserva, ese es el que me ama, y quien me ama, será amado de mi Padre, y Yo también lo amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). “Y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada” (Juan 14:23). La venida del Señor está acompañada por una paz que no pueden sobrepasar las palabras o la comprensión, una paz que está llena de gracia, y digna del que la concede, el Señor. Esta paz no puede ser comparada con el resto natural del hombre caído, que puede sentir descanso y placer por las delicias carnales, y que puede considerar su propia insensibilidad y su propia muerte eterna como un descanso. El Señor se sentó sobre las cualidades naturales de la persona que se ha sometido a Él y ha asimilado sus enseñanzas santísimas; y Él conduce así a esta
persona a la ciudad espiritual de Dios, la ciudad de paz, a la Jerusalén creada por Dios y no por el hombre.
El alma que sostiene al Señor es recibida por el Espíritu Santo, que ofrece a esa alma el gozo espiritual que es incorruptible y eterno. “Alégrate con alegría grande, hija de Sión”, la hija de la Santa Iglesia, porque sólo perteneces a Dios. “¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey; Él es justo y trae salvación, viene humilde, montado en un asno, en un borrico, hijo de asna” (Zacarías 9:9). Habéis sentido la paz llena de gracia de Cristo, y os convertís en una hija de esta paz; habéis sido renovados con la juventud espiritual y habéis conocido el reino de Cristo por experiencia propia. Las pasiones son domesticadas en vosotros por el poder de la gracia del Jinete que os dirige; vuestras cualidades naturales no pueden romper sus leyes naturales, no pueden ir más allá de sus límites y ser transformadas en pasiones incontrolables! Tomando todos vuestros pensamientos, sentimientos y obras del Señor, podéis y debéis proclamar el “Nombre”del Señor a vuestro “hermano”, y honrarle en “medio de la congregación (la Iglesia)” (Salmos 21:22). Como un nacido del Espíritu Santo y una hija del Espíritu, sois capaces de contemplar la procesión espiritual de vuestro Rey, sois capaces de contemplar la justicia de vuestro Rey. Él es el manso y humilde de corazón (Mateo 11:29), y el que “guía en justicia a los humildes y amaestra a los dóciles en sus vías” (Salmos 24:9). Nuestro Dios es un Espíritu que no es comparable a ningún espíritu creado, ya que es, en todos los aspectos, infinitamente diferente de todas las criaturas. Los santos espíritus creados son Sus tronos y carruajes. Él está sentado y cabalga sobre los querubines. Él está sentado y cabalga sobre las benditas almas humanas que se han sometido a Él y han presentado todas sus cualidades naturales a Él como un ardiente ofrecimiento. El Rey cabalga a lomos de tales almas, y entra en la ciudad santa de Dios, conduciendo a ella también a todas las santas almas. ¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito el Rey de Israel que viene!. Amén.
San Ignacio Brianchaninov
Catecismo Ortodoxo
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