Thursday, October 6, 2016

Parábolas Evangélicas



El Significado de las Parábolas Evangélicas.
Nuestro Señor Jesucristo predicaba la enseñanza evangélica en forma de relatos parabólicos, tomando ejemplos de la naturaleza o de la vida cotidiana. Estos relatos recibieron el nombre de "parábolas." Aunque las parábolas eran conocidas también en los tiempos del Antiguo Testamento, por medio de los labios del Dios - Hombre, se perfeccionaron en el Nuevo Testamento.
En primer lugar, la razón por la cual el Salvador exponía Su enseñanza en forma de relatos alegóricos, fue que el Señor hablaba sobre la profundidad de las verdades espirituales las cuales no eran muy bien comprendidas por los oyentes, mientras que un relato vivido y concreto tomado de la vida cotidiana se recordará por muchos años. La persona que desea entenderlo puede pensar en su sentido y apreciar la sabiduría que se encuentra en él. En segundo lugar, hay gente que no puede entender plenamente la enseñanza de Cristo y por esta razón puede interpretarla y propagarla de una manera errónea. Las parábolas conservan el verdadero sentido de la enseñanza del Señor. En tercer lugar, las parábolas tienen cierta prioridad sobre las directas enseñanzas, no solo ellas contienen en sí toda la ley Celestial, pero indican su aplicabilidad en la vida privada así como en la vida social. A pesar de que han pasado muchos siglos, las parábolas de Jesucristo siguen siendo admirables, porque en ellas se conservó un sentido claro y bello. Las parábolas representan el vivido testimonio de una íntima unión que existe entre el mundo espiritual y físico, en otras palabras: la causa interior manifestada en la vida exterior.
En el Evangelio existen másde treinta parábolas. Las últimas se dividen en tres grupos de acuerdo a los diferentes períodos de la misión de Cristo. Al primer grupo pertenecen las parábolas pronunciadas por Jesucristo muy pronto después del Sermón de la Montaña, o sea, entre la segunda y tercer Pascua. En ellas se habla sobre las condiciones en las cuales se propaga y fortalece el Reino de Dios, o sea, la Iglesia dentro de la gente. A estas corresponden las parábolas sobre el Sembrador, la Cizaña, la Semilla que crece invisiblemente, la Semilla de la mostaza, la perla Preciosa y otras. Sobre ellas hablaremos en el primer capítulo.
Las parábolas del segundo grupo pertenecen al final del tercer año de la misión del Señor. En estas parábolas el Señor habla sobre la infinita misericordia de Dios con respecto a aquellos que se arrepienten de sus pecados, exponiéndoles diferentes reglas morales. A estas corresponden las parábolas sobre la Oveja perdida, el Hijo pródigo, los Dos deudores, el Buen samaritano, el Rico insensato, el Edificador de la torre, el Juez injusto y otros. Sobre estas parábolas se habla en el segundo y tercer capítulo.
En las últimas parábolas (tercer período), pronunciadas poco antes de su muerte en la cruz, el Señor habla sobre la Gracia de Dios y las responsabilidades de la gente con respecto a Él, y en adición las siguientes predicciones: sobre los hebreos sin fe que serán castigados, sobre Su segunda venida, el Juicio final, los Fieles que serán premiados y sobre la vida eterna. En este último grupo están incluidas las parábolas sobre la Higuera sin frutos, los Malvados obreros de la viña, la Fiesta de bodas, los Talentos, las Diez vírgenes, los Labradores que recibieron igual pago que los demás. Estas parábolas se encuentran en el cuarto capítulo.
Parábolas sobre el Reino de Dios
En las parábolas pertenecientes al primer grupo, nuestro Señor Jesucristo nos ofrece la Enseñanza Espiritual en cuanto a la propagación en el mundo del Reino de Dios o el Reino Celestial. Bajo estos nombres se debe entender la Iglesia de Cristo en la tierra la cual se componía al principio de doce Apóstoles y los discípulos más cercanos a Cristo. Después de que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, en el día de la Pentecostés, continuó la dispersión de la palabra del Señor por medio de los apóstoles en otros paises. Debido a su esencia espiritual, la Iglesia de Cristo no se limita por territorios, grupos étnicos, cultura, idiomas, etc. La Gracia de Dios entra y vive en las almas de la gente, iluminando sus mentes y conciencias, dirigiendo las voluntades de los mismos, hacia el bien. Aquella gente que se hizo miembro de la Iglesia de Cristo, se llama en las parábolas "hijos del Reino," contrario a los infieles y pecadores que no se arrepienten, llamados "hijos del tentador." Sobre las condiciones en cuanto a la propagación y fortalecimiento del Reino de Dios en la gente, se recuenta en las parábolas del Sembrador, la Cizaña, del Crecimiento de la semilla, la Semilla de la mostaza, la Levadura y del Tesoro guardado en el campo.
La Parábola Sobre el Sembrador.
De acuerdo a su período, esta parábola fue la primera que pronunció el Salvador. En ella se habla sobre las diferentes formas en que la gente recibe la palabra Celestial (la semilla), y como esta palabra influye a los mismos de acuerdo al anhelo espiritual de esa persona. Esta parábola está escrita por el evangelista Mateo en la siguiente forma:
"He aquí el que sembraba salió a sembrar. Y sembrando, parte de la simiente cayó junto al camino; y vinieron las aves, y la comieron. Y parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y nació luego, porque no tenía profundidad de tierra: Mas en saliendo el sol, se quemó; y secóse, porque no tenía raíz. Y parte cayó en espinas; y las espinas crecieron, y la ahogaron. Y parte cayó en buena tierra, y dió fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta. Quien tiene oídos para oír, oiga" (Mat. 13:4-9).
En esta parábola, la palabra camino significa aquella gente que se encuentra en un estado de decadencia moral y la palabra de Dios no puede introducirse en sus corazones: cuando esta palabra cae sobre la superficie de sus conciencias, rápidamente se esfuma de sus memorias sin haberlos interesado y sin haber estimulado en sus almas, sentimientos espirituales más elevados. El suelo pedregal significa la gente de sentimientos inestables, cuyos buenos impulsos no son profundos, así como la capa fina de tierra que cubre la superficie de la piedra. Esta clase de gente por más que en un momento de su vida se hubiera interesado en la verdad evangélica como en algo interesante y nuevo, igual no hubiese sido capaz de sacrificar por esta verdad sus intereses personales, cambiar sus costumbres de la vida y comenzar firmemente a batallar con las tendencias malas. Ya en las primeras pruebas estas personas se desaniman y caen en la tentación. Hablando sobre el suelo espinoso, Jesucristo tenía en cuenta aquellos que están totalmente envueltos en las preocupaciones cotidianas, gente que está interesada únicamente en enriquecerse, y ama los placeres. El ajetreo diario, la carrera por los bienes fantasmagóricos, como la planta espinosa, extingue en ellos todo lo bueno y santo. Finalmente, la gente con un corazón sensible para el bien, siempre está lista para cambiar la vida de acuerdo a la enseñanza de Cristo, asemejándose a la tierra fértil. Habiendo escuchado la palabra de Dios, ellos con firmeza deciden seguirlo y por medio de sus acciones ofrecer buenos frutos, algunos cien, otros en sesenta o treinta veces, cada uno de acuerdo a su capacidad, fuerza y entusiasmo.
Termina el Señor esta parábola con las famosas palabras: "Quien tiene oídos para oír, oiga." Concluyendo la parábola con estas palabras, el Señor llama a la puerta del corazón de cada persona para que ella con atención analice su alma y por medio de este análisis se conozca mejor: ¿Acaso no se asemeja su alma a la tierra infructuosa que está cubierta con plantas espinosas, o sea, los deseos pecaminosos? Si así fuese, no hay que desesperarse! Sabemos que la tierra que no es buena para el sembrado, no debe necesariamente permanecer en una condición irremediable e infructuosa. Sacrificándose diligentemente, el agricultor puede hacer la tierra fértil. De la misma manera, nosotros podemos y debemos remediarnos con el ayuno, arrepentimiento, oración y acciones buenas, para que de una gente espiritualmente perezosa y pecadora, nos convirtamos en gente fiel y virtuosa.
La Iglesia de Jesucristo es un reino espiritual, pero aquí en la tierra tiene una forma física ya que se compone de gente que vive en cuerpos. Lamentablemente no toda la gente recibe la fe cristiana por convicción interna y con el deseo de seguir en todo la voluntad de Dios. Muchos se convierten en cristianos debido a ciertas circunstancias, por ejemplo: siguiendo el ejemplo general, subconscientemente o por haber sido bautizado en la infancia por sus padres. Otros aunque tomaron el camino hacia la salvación con un sincero deseo de seguir a Dios, eventualmente se debilitaron y comenzaron a someterse a sus precedentes pecados y vicios. Por esta causa existen miembros en la Iglesia de Jesucristo (y no en poca cantidad) de una conducta bastante baja, permitiéndose diferentes acciones censurables. Lógicamente que ellos provocan reproches y dejan caer una sombra sobre toda la Iglesia de Jesucristo a la cual ellos pertenecen de una manera formal.
En la parábola sobre la cizaña, el Señor habla sobre la triste realidad de que en esta vida pasajera, dentro de los fieles y devotos miembros del Reino de Dios, se infiltran los miembros infieles, a quienes como contraste con los hijos del Reino, el Señor llama "hijos del tentador." Esta parábola se describe en el Evangelio en la siguiente forma:
"Otra parábola les propuso, diciendo: El reino de los cielos es semejante al hombre que siembra buena simiente en su campo: Mas durmiendo los hombres, vino su enemigo, y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y como la hierba salió é hizo fruto, entonces apareció también la cizaña. Y llegándose los siervos del padre de la familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? ¿de dónde, pues, tiene cizaña? Y él les dijo: Un hombre enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la cojamos? Y él dijo: No; porque cogiendo la cizaña, no arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Coged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; mas recoged el trigo en mi alfolí" (Mat. 13:24-30).
En esta parábola bajo el termino "cizaña" se debe entender las tentaciones de la vida en la Iglesia, como la gente que practica una vida anticristiana. La historia de la Iglesia está llena de eventos que de ninguna forma pueden ser obra de la mano de Dios, por ejemplo: las herejías, discordias y cismas, persecuciones religiosas, intrigas, problemas en las parroquias, acciones en la gente que llevan a la tentación, incluyendo aquellas personas que muchas veces ocupan cargos administrativos. Una persona de sentimientos superficiales o lejana de la vida espiritual, observando estos problemas, no vacila en reprochar la Iglesia y la enseñanza de Jesucristo.
En esta parábola el Señor nos indica al diablo como al verdadero origen y causa de todas las acciones oscuras. Si tuviéramos ojos espirituales, hubiéramos visto que existen seres malvados muy reales que se llaman diablos, los cuales conscientemente, con insistencia y astucia usando las debilidades de la gente nos empujan a cometer maldades. De acuerdo a esta parábola, nosotros no somos inocentes porque muchas veces servimos como instrumento para esta malvada e invisible fuerza: "Mientras la gente dormía, vino el enemigo y sembró la cizaña," o sea, si la gente no tiene cuidado, puede ser influida por el diablo.
¿Porqué Dios no destruye la gente que comete maldades? Porque como esta escrito en la parábola, "arrancando la cizaña, podemos dañar el trigo," o sea, castigando a los pecadores, podemos dañar simultáneamente a los hijos del Reino, significando a los miembros virtuosos de la Iglesia. En esta vida la relación entre la gente es tan entrelazada, como las raíces de las plantas que crecen juntas en el campo. La gente está relacionada entre sí con ataduras familiares y sociales y depende una de la otra. Así, por ejemplo, un padre indigno, alcohólico o perverso, se preocupa para educar a sus buenos hijos; el bienestar de los trabajadores honestos puede encontrarse en las manos de una persona avara; el gobernante ateo puede ser muy inteligente y útil como legislador para los ciudadanos. Si Dios castigaría a los pecadores sin diferenciarlos, violaría toda la estructura de la vida e inevitablemente los virtuosos también sufrirían, más que nada, la gente que no tiene la suficiente capacidad para adaptarse a la vida. Sucede a veces que un miembro de la Iglesia sigue un camino erróneo y después de experimentar diferentes trastornos, recapacita y toma el verdadero camino, en otras palabras, de la cizaña se convierte en trigo. Existen muchos casos en la historia de la humanidad, cuando ocurren cambios drásticos en la vida del individuo. Por ejemplo: el rey Manases, el apóstol Paulo, el gran príncipe ruso Vladimiro al cual la iglesia igualó con los apóstoles, y muchos otros. Debemos recordar que en esta vida la gente no está condenada a los sufrimientos eternos, a todos se les facilita la posibilidad de arrepentirse y salvar sus almas. Unicamente cuando termina el plazo de la vida terrenal, comienza el día de la cosecha, llevando a cabo el resultado de su pasado.
La parábola sobre la cizaña nos enseña a estar en vela, o sea, ser atento con respecto a la condición espiritual de nuestra alma, no fiarse de nuestra virtuosidad, para que el diablo no se aproveche de nuestra despreocupación y llegara a sembrar en nosotros, deseos pecaminosos. Al mismo tiempo, la parábola de la cizaña nos enseña a ser comprensivos con respecto a la vida de la Iglesia, sabiendo que en esta vida temporal los eventos negativos son también ineludibles. Así, como la cizaña no tiene nada en común con el trigo, de la misma forma es el mundo espiritual del Reino de Dios con el mal. Pero a pesar de esto, el mal también puede manifestarse a veces dentro de la Iglesia. No todos, que se encuentran en la lista de los feligreses de una parroquia y llevan el nombre de cristianos, pertenecen realmente a la Iglesia de Jesucristo.
El Reino de Dios no es únicamente una enseñanza en la cual los fieles creen, sino, contiene en sí una fuerza de Gracia, capaz de transformar todo el mundo espiritual de la persona. Sobre esta fuerza interna que pertenece al Reino de Dios, el Señor explica en la próxima parábola
Sobre la Semilla que Crece Invisiblemente

Escrita por el Evangelista Marco, en su Cuarto Capítulo:

"Así es el Reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga; y cuando el fruto esta maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado" (26-29).
Como la planta que nació de la semilla, se somete a diferentes estados de crecimiento y desarrollo, de la misma forma es la persona que aceptó la enseñanza de Jesucristo. Luego, una vez bautizada, por medio de la intervención de la gracia de Dios, gradualmente se renueva interiormente y crece. Al principio del camino espiritual, tenemos la impresión que nosotros estamos llenos de impulsos buenos, los cuales a primera vista parecen ser fructuosos, pero al mismo tiempo, en el hecho son inmaduros, como los brotes jóvenes de una planta. El Señor no subyuga la voluntad de la persona con Su fuerza todopoderosa, pero le da tiempo para que ella pueda enriquecerse por medio de la fuerza de Gracia, fortaleciéndose en la virtud. Unicamente una persona espiritualmente madura es capaz de ofrecerle a Dios el fruto perfecto por medio de las acciones buenas. Cuando Dios ve que la persona se estableció espiritualmente y maduró, la lleva de este mundo, lo que significa en la parábola: "la cosecha."
Siguiendo el precepto de esta parábola sobre la semilla que crece invisiblemente, debemos aprender a ser tolerables con respecto a las imperfecciones de la gente con la cual nos contactamos, debido a que todos nosotros nos encontramos en el proceso de desarrollo espiritual. Algunos consiguen la madurez espiritual antes que otros. La siguiente parábola sobre la semilla de la mostaza, completa la precedente y habla sobre la manifestación de la fuerza de la gracia en la gente.
La Semilla de la Mostaza.
"Otra parábola les referió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas" (Mat. 13:31-32).
En el Oriente la planta de la mostaza llega a tamaños muy grandes (más de veinte pies), su semilla es tan pequeña, que los hebreos en los tiempos de Jesucristo tenían un dicho: "Pequeño como la semilla de la mostaza." Esta comparación del Reino de Dios con la semilla de la mostaza se comprobó en la práctica sobre la velocidad con la cual se propagó la Iglesia en los paises paganos. Para el resto del mundo la Iglesia era una organización religiosa imperceptible, representada por un pequeño grupo de pescadores galileos de poca preparación intelectual. Luego, se extendió durante dos siglos por todos los países de aquellas regiones - de la Escita salvaje, hasta la calurosa Africa. Y de la lejana Britaña, hasta la misteriosa India. La gente de diferentes razas, lenguas y culturas, recibía en la Iglesia la salvación del mundo espiritual, igual que los pájaros que durante la tempestad encuentran refugio entre las ramas de un enorme ombú.
Sobre la transfiguración de la gracia en la persona, mencionada en la parábola sobre la semilla que crece invisiblemente, se habla también en la siguiente parábola en breve forma.
La levadura.
"El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado" (Mat. 13:33).
"Tres medidas de harina" simboliza tres fuerzas espirituales: mente, voluntad y sentimiento, los cuales son transformados por medio de la gracia de Dios. La gracia ilumina la mente abriéndole las verdades espirituales, fortalece la voluntad para las acciones buenas, da paz y purifica los sentimientos, introduciendo en la persona una luz de alegría. Nada en la tierra se puede comparar con la gracia de Dios: lo terrestre alimenta y fortalece el cuerpo, pero la gracia de Dios alimenta y fortalece el alma inmortal de la persona. Esta es justamente la razón por la cual la persona debe apreciar la gracia de Dios sobre todas las cosas y estar siempre preparada de sacrificar todo por ella, como el Señor nos explica en la próxima parábola:
El Tesoro Escondido en el Campo.
Esta parábola habla sobre la inspiración y la alegría, la cual la persona debe experimentar cuando su corazón roza con la gracia de Dios. Siendo reconfortado y alumbrado por Su gracia, la persona ve claramente en sí todo el vacío y toda la pobreza de las cosas materiales.
"El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ellos va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo" (Mat. 13:44).
La gracia de Dios es un verdadero tesoro, y si este tesoro se compara con los bienes materiales, los últimos son realmente pobres o "basura," como se expresó San Paulo. Sin embargo, así como es imposible para la persona recibir el tesoro sin haber antes vendido sus bienes y con el dinero ganado comprar aquel campo donde este tesoro está escondido, de la misma manera no es posible recibir la gracia de Dios, hasta que la persona no tome la decisión de sacrificar todos sus bienes materiales. Por la gracia que se ofrece por medio de la Iglesia, la persona debe sacrificar todo lo que posee: sus ideas preconcebidas, el tiempo libre y la tranquilidad, los éxitos de la vida y los placeres. De acuerdo a la parábola, el que encontró el tesoro, lo guardó para que otros no se los roben. De la misma forma debe obrar el miembro de la Iglesia que recibió la gracia de Dios, se debe guardar con cuidado sin enorgullecerse por tenerla, para que por causa del orgullo, no perderla.
Como podemos ver en el primer grupo de estas parábolas evangélicas, el Señor nos da una enseñanza completa y armoniosa sobre las condiciones internas y externas en cuanto a la distribución del Reino bendito de Dios entre la gente. En la parábola sobre el sembrador se habla de la necesidad de purificar o liberar nuestros corazones de las atracciones mundanas, para hacerlos susceptibles a la palabra del Evangelio. En la parábola sobra la cizaña, el Señor nos previene de esa invisible y malvada fuerza, la cual conscientemente y con mucha astucia siembra las tentaciones dentro de la gente. En las siguientes tres parábolas se manifiesta la enseñanza sobre la fuerza de la gracia que funciona en la Iglesia, o sea: la transfiguración del alma sucede en una forma gradual y muchas veces invisiblemente (sobre la semilla invisible), la gracia de Dios contiene en sí una fuerza incalculable (sobre la semilla de la mostaza y la levadura), esta fuerza de gracia es lo más valioso que la persona desea recibir (el tesoro escondido en el campo). Esta enseñanza sobre la gracia de Dios, se completa por el Señor en las últimas parábolas sobre los talentos y sobre las diez vírgenes. Sobre estas parábolas se hablará más abajo (en los capítulos 3 y 4).
Parábolas Sobre la Misericordia de Dios
Muchas parábolas evangélicas que fueron escuchadas por nosotros en nuestra infancia, siempre se recuerdan muy bien debido a que ellas representan ejemplos de la vida muy claros y vividos. Esta era la razón por la cual nuestro Señor Jesucristo presentaba en esta forma de relatos parabólicos ciertas verdades religiosas, para que la gente pueda recordar estas verdades con facilidad y retenerlas en la consciencia. Es suficiente mencionar el nombre de una parábola, para que en la mente de la persona inmediatamente aparezca la imagen evangélica. Lógico, que a veces todo termina en esta imagen, porque nosotros entendemos muchas cosas sobre el cristianismo, pero no las cumplimos. El cristiano debe esforzar su voluntad para sentir el significado vital de la verdad y la importancia de seguirla y esta verdad se iluminará para él como una nueva y cálida luz.
Después de una interrupción bastante larga, y pocos meses antes de Sus sufrimientos en la cruz, el Señor Jesucristo nos abrió Sus nuevas parábolas. Condicionalmente estas parábolas forman un segundo grupo. En estas parabolas el Señor nos abrió Su infinita misericordia para la salvación de todos los pecadores, además nos dejó varias lecciones muy vívidas para los que siguen Sus consejos, como debemos querernos unos a los otros. Hagamos una revista de este segundo grupo deliberando las siguientes tres parábolas: la oveja extraviada, el hijo pródigo, el fariseo y el publicano, en las cuales se ilustra la misericordia de Dios con respecto a los que se arrepienten de sus pecados. Debemos estudiar estas parábolas en relación con aquella gran tragedia a causa del pecado original que se manifestó en las enfermedades, sufrimientos y muerte.
El pecado profanó y deformó muchos aspectos de la vida del hombre desde los tiempos más antiguos e inmemoriales. Numerosos sacrificios en el Antiguo Testamento, juntamente con los ritos de ablución creaban una esperanza que la gente podría recibir el perdón de los pecados. Pero esta esperanza se basaba en la espera de la venida del Redentor, el Cual debería liberar la gente del pecado y devolverles la bienaventuranza en la unión con Dios que ellos habían perdido (Isaias, capít. 53).
La Oveja Extraviada.
Esta parábola claramente ilustra el cambio hacia el bien y la salvación de la gente tan largamente esperada, cuando el Buen Pastor, Unigénito Hijo de Dios, viene al mundo, para encontrar y salvar Su oveja extraviada - o sea, a la humanidad inundada en los pecados. La parábola sobre la oveja extraviada, así como las otras dos siguientes parábolas, fueron pronunciadas en respuesta a las protestas de los judíos escribas llenos de maldad, que acusaban a Cristo por Su compasión hacia los pecadores muy conocidos. Y Se llegaban a él todos los publicanos y pecadores a oírle. Y murmuraban los Fariseos y los escribas, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Y él les propuso esta parábola, diciendo:
"¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió, hasta que la halle? Y hallada, la pone sobre sus hombros gozoso; Y viniendo a casa, junta a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo, que así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento" (Luc. 15:1-7).
Los orgullosos y engreídos escribas judíos esperaban que el Mesías vendría para establecer un reino glorioso y poderoso y ellos asumirían con él el poder. Ellos no comprendían que el Mesías antes que nada es el Pastor Celestial y no un gobernador terrenal. Él vino al mundo para salvar y devolver el Reino de Dios para todos aquellos que se consideraban perdidos. En esta parábola podemos notar que el pastor no castigó a la oveja y no la corrió a su rebaño debido a su culpabilidad, sino, compasivamente la tomó sobre sus hombros y la trajo a su lugar. Este ejemplo simboliza la salvación de la humanidad por medio de los sufrimientos y muerte de Jesucristo en la cruz, tomando y purificando nuestros pecados. Desde ese momento la fuerza redentora, por medio de Sus sufrimientos, otorgó la posibilidad de renovarnos moralmente, devolviéndonos la virtud y la bienaventurada comunión con Dios que habíamos perdido.
El hijo Pródigo.
Esta parábola complementa la precedente debido a su segundo aspecto el cual consiste en la salvación del hombre que vuelve voluntariamente hacia su Padre Celestial. En la primer parábola se habla sobre el Salvador que busca al pecador para ayudarle y en la segunda parábola, sobre el esfuerzo de la persona necesario para la unión con Dios.
"Un hombre tenía dos hijos; Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me pertenece: y les repartió la hacienda. Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió lejos a una provincia apartada; y allí desperdició su hacienda viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una grande hambre en aquella provincia, y comenzóle a faltar. Y fue y se llegó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase los puercos. Y deseaba henchir su vientre de las algarrobas que comían los puercos; mas nadie se las daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y como aun estuviese lejos, viólo su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y echóse sobre su cuello, y besóle. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo, y contra tí, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Mas el padre dijo a sus siervos: Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y zapatos en sus pies. Y traed el becerro grueso, y matadlo, y comamos, y hagamos fiesta: Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse" (Luc. 15:11-24).
En esta parábola se ofrecen ciertas características de la vida terrenal del pecador. Estando aferrado por mucho tiempo a los placeres terrenales recapacita después de muchos errores y caídas, o sea, comienza a reconocer todo el vacío y las impurezas de su vida y arrepintiéndose toma una firme decisión de volver a Dios. Esta parábola es muy vital del punto de vista psicológico. El hijo pródigo pudo realmente apreciar la felicidad de estar reunido devuelta con su padre después de que él sufrió al máximo la separación con él. De la misma forma muchos comienzan a apreciar la relación con Dios en el momento que ellos llegan profundamente a sentir por dentro sus imperfecciones y sus vidas sin ningún objetivo. De este punto de vista, esta parábola verdaderamente muestra el lado positivo de la vida de las penas y disoluciones. El hijo pródigo seguramente nunca hubiese vuelto en sí, si no fuera por la pobreza y el hambre que despertaron en él la conciencia.
En esta parábola se habla en una forma alegórica sobre el amor de Dios con respecto a la gente, en el ejemplo del padre que sufre y sale a la calle todos los días con la esperanza de ver a su hijo volver. Las dos parábolas ya presentadas sobre la Oveja Extraviada y el Hijo Pródigo, hablan de lo importante que es para Dios la salvación del hombre. Al final de la parábola sobre el hijo pródigo (no descrita aquí) se cuenta sobre el hijo mayor que se encuentra descontento con respecto a su padre por haber perdonado al hermano menor. Jesucristo, asemeja al hermano mayor a los envidiosos escribas judíos. Por un lado ellos detestaban profundamente a los publicanos, fornicadores y otros pecadores sin querer tener con ellos ningún tipo de relación, y por otro lado, ellos protestaban de que Jesucristo hablaba con los pecadores tratando de ayudarlos a encaminarse. Esta misericordia de Cristo con respecto a los pecadores los enfurecía.
El Publicano y el Fariseo.
Esta parábola completa las dos primeras sobre la misericordia de Dios porque muestra cómo el reconocimiento humilde de los pecados de una persona es más importante para Dios, que las falsas virtudes de los orgullosos.
"Y dijo también a unos que confiaban de sí como justos, y menospreciaban a los otros, esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: el uno Fariseo, el otro publicano. El Fariseo, en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, sé propició a mí pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado" (Luc. 18:9-14).
Evidentemente, el fariseo no hacía ningún mal a nadie, o sea, no era una persona mala. Sin embargo, en vez de ayudar a la gente con las buenas acciones, él cumplía con diferentes ritos religiosos y costumbres de muy poca importancia no exigidas por las leyes del Antiguo Testamento. Cumpliendo con estos ritos, él tenía una opinión muy buena de sí mismo. "Acusando a todo el mundo, él se justificaba" (Palabras de San Juan Crisóstomo). Gente con esta psicología no es capaz de hacer una evaluación espiritual de si misma, o sea, arrepentirse y comenzar una verdadera vida virtuosa. La esencia moral en esta persona está muerta. Nuestro Señor Jesucristo muchas veces reprendía abiertamente la falsedad de los escribas judíos y fariseos. Sin embargo, en esta parábola nuestro Señor se limita únicamente con una reprensión: "volvió el publicano a su casa justificado, antes que el otro (el fariseo)," o sea: el arrepentimiento sincero del publicano fue recibido por Dios.
Según el significado de estas parábolas, la persona es un ser espiritualmente caído, constantemente peca y no tiene nada para alabarse delante de Dios. Entregando su vida a Dios y con un profundo arrepentimiento, la persona debe volver al Padre Celestial, para que con Su gracia esta persona sea guiada por el camino correcto, de la misma forma que la oveja extraviada. La última se entregó a la protección y salvación del buen pastor.
Las siguientes parábolas nos enseñan a ser misericordiosos, así, como es Dios con nosotros, perdonar y querer a nuestro prójimo, sean o no, cercanos a nosotros.
Parábolas Sobre las Acciones Buenas y las Virtudes.
Únicamente por Su bondad creó Dios el universo y la gente, otorgándole la vida y una libre voluntad, adornándola de Su manera Celestial para todos sean partícipes de Su beatitud. Dios no rechazó la gente por caer en el pecado, sino, por Su benevolencia e infinita misericordia, la sacó de este precipicio y le devolvió la vida eterna por medio de Su Hijo Unigénito. Teniendo como ejemplo al Creador y Salvador como el perfecto amor hacia nosotros, debemos perdonar y querer a nuestros prójimos, porque todos nosotros somos hermanos en Cristo!
En las siguientes cuatro parábolas: los Dos Deudores, el Buen Samaritano, el Rico y Lázaros y el Mayordomo, nuestro Señor Jesucristo nos enseña cómo debemos manifestar nuestro amor al prójimo. De acuerdo a estas parábolas, las acciones de misericordia pueden ser diferentes. A estas acciones pertenecen todas las cosas buenas que hacemos para el prójimo: perdonar a los que nos ofenden, ayudar a los que sufren, consolar a los apenados, dar un buen consejo, una oración por el prójimo y muchas otras cosas. Las buenas acciones no se pueden juzgar únicamente por un indicio, o sea, cuales de ellas son más importantes para Dios. Las acciones buenas reciben su evaluación no por su cantidad, sino, por su contenido o esencia espiritual, por la profundidad del amor y la fuerza de voluntad con la cual la persona las lleva a cabo. El acto primordial de misericordia, es el perdón de las ofensas. El último no es muy fácil de cumplir. En esta parábola el Señor nos enseña a perdonar al prójimo.
El Perdón de las Ofensas.
Parábola Sobre los Dos Deudores.
Esta parábola fue pronunciada por nuestro Señor en respuesta a San Pedro: cuántas veces debemos perdonar al prójimo? El apóstol Pedro creía que era suficiente perdonar hasta siete veces. Pero Jesucristo le respondió que debemos perdonar "siete veces setenta," o sea, debemos perdonar siempre, ilimitadamente. En explicación Él dijo la siguiente parábola:
"Por lo cual, el reino de los cielos es semejante a un hombre rey, que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Mas a éste, no pudiendo pagar, mandó su señor venderle, y a su mujer e hijos, con todo lo que tenía, y que se le pagase. Entonces aquel siervo, postrado, le adoraba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor, movido a misericordia de aquel siervo, le soltó y le perdonó la deuda. Y saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y trabando de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso; sino fue, y le echó en la cárcel hasta que pagase la deuda. Y viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y viniendo, declararon a su señor todo lo que había pasado. Entonces llamándole su señor, le dice: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste: ¿No te convenía también a tí tener misericordia de tu consiervo, como también yo tuve misericordia de tí? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáreis de vuestros corazones cada uno a su hermano sus ofensas" (Mat. 18:23-35).
En esta parábola, el Señor condicionalmente se asemeja al rey al cual su siervo le debía cierta cantidad de dinero. La persona es un insolvente deudor delante de Dios, no sólo por sus pecados, sino, por la ausencia de las acciones buenas, las cuales la persona podría hacer, pero no las hace. Estas acciones imperfectas también son deudas de la gente. Así es como nosotros pedimos en la oración: "Perdona nuestras deudas," y no sólo los pecados! Al final de la vida, cuando nosotros tenemos que darle a Dios una respuesta por todas nuestras acciones, se descubre que todos nosotros somos deudores insolventes de Él. En la parábola sobre los dos deudores se habla de que nosotros podemos contar con la misericordia de Dios únicamente con la condición de que nosotros de todo corazón perdonemos a nuestros ofensores. Por esta razón nosotros debemos recordar diariamente: "Perdona nuestras deudas, así, como nosotros perdonamos a nuestros deudores."
De acuerdo a esta parábola, las ofensas que recibimos de nuestros prójimos comparándolas con nuestras deudas delante de Dios son tan míseras, como unas pocas monedas comparadas con una enorme cantidad de dinero. Debemos mencionar que el sentimiento de ofensa es muy individual. Una persona quizás no presta ninguna atención a una mala palabra o acción de parte de otra persona hacía ella, pero otra persona por esta palabra o acción puede sufrir toda la vida. Del punto de vista espiritual, el sentimiento de ofensa nace por el herido amor propio y el orgullo escondido. Cuanto más amor propio tiene la persona, más se ofenderá. Si no batallamos inmediatamente con este sentimiento de ofensa, con el tiempo se volverá en rencor y venganza. El rencor, según San Juan Clímaco "es el óxido del alma, el gusano de la mente, el oprobio de la oración, extrañamiento del amor...pecado incesable." Con el rencor es muy difícil de batallar. "Acordándote de los sufrimientos de Jesucristo," escribe San Juan Clímaco, "curarás el rencor y lo derrotarás con la apacibilidad." "Si después de un prolongado sacrificio" - escribe San Juan, - "tú no puedes eliminar estas espinas, entonces por lo menos, arrepiéntete y sé humilde aunque sea únicamente de una forma verbal delante de aquella persona que tú odias, para que tú, estando avergonzado por tu falsedad tan prolongada delante de él, puedas finalmente llegar a quererlo."
Es muy importante saber que la oración por nuestros ofensores nos ayuda a superar los sentimientos malos con respecto a ellos. Si tuviéramos la posibilidad de ver la enorme cantidad de deudas por las cuales debemos responder delante de Dios, con prisa y muy contentos perdonaríamos a todos, hasta los enemigos más grandes, para que con esto, adquiramos la misericordia de Dios. Lamentablemente, el reconocimiento de nuestros pecados y culpa delante de Dios no llega por sí solo, pero requiere un constante y severo análisis de nuestra consciencia basada en la enseñanza evangélica. Aquel que trata de perdonar al prójimo, recibe de Dios como recompensa por su empeño, el verdadero don cristiano de querer, denominado por los santos padres, "como el rey de las virtudes." Sobre las acciones del amor cristiano se hablará en las parábolas del siguiente capítulo.
Sobre las Acciones Buenas,  Parábola del buen Samaritano.
Esta parábola fue pronunciada por Jesucristo como respuesta a la pregunta que le hizo un judío escriba: "quién es mi prójimo?" El escriba conocía el mandamiento del Antiguo Testamento, donde se exigía querer al prójimo. Pero debido a que él no cumplía este mandamiento, quiso justificarse con la excusa de que él no sabía a quién se debía considerar como un prójimo. El Señor como respuesta contó una parábola, presentando como ejemplo al buen samaritano. El significado de la parábola consiste en que no se debe deliberar quién es ajeno y quién no lo es, sino, esforzarse para poder acercarse a todos aquellos quienes necesitan nuestra ayuda.
"Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; é hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Y aconteció, que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, se pasó de un lado. Y asimismo un Levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, se pasó de un lado. Mas un Samaritano que transitaba, viniendo cerca de él, y viéndole, fué movido a misericordia; Y llegándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su cabalgadura, llevóle al mesón, y cuidó de él. Y otro día al partir, sacó dos denarios, y diólos al huésped, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que de más gastares, yo cuando vuelva te lo pagaré. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fué el prójimo de aquél que cayó en manos de los ladrones? Y él dijo: El que usó con él de misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo" (Luc. 10:30-37).
Por temor de ofrecer ayuda a una persona extranjera, el sacerdote judío y el levita ignoraron a su compatriota que se encontraba en una situación muy penosa. El samaritano sin pensar dos veces si la persona que se encontraba delante de él extendida sobre el suelo era o no uno de los suyos, le prestó ayuda, y con este acto humano, le salvó la vida. La bondad del buen samaritano se manifestó también en que no solo él le salvó la vida, sino, se preocupó de esta víctima asumiendo también los gastos y las preocupaciones relacionadas con su cura.
En el ejemplo del buen samaritano, el Señor nos enseña a no limitarnos únicamente en desear el bien o expresar simpatía a nuestros prójimos, sino, a quererlos "con los hechos." No es aquella persona la que quiere al prójimo estando sentado en su casa y planeando en tener una organización altruista, sino, aquella que no mezquina su tiempo, fuerza, dinero y ayuda a la gente con los hechos. Para ayudar al prójimo no es necesario en componer todo un programa de ayuda humanitaria, por lo general estos planes no siempre se realizan. La vida en sí nos ofrece la posibilidad de manifestar nuestro amor hacia la gente, por ejemplo: visitar a un enfermo, consolar a una persona apenada, ayudar a un enfermo a ver a su doctor, formalizar para alguien un documento, hacer una donación para los pobres, tomar parte en las actividades de la iglesia o actividades filantrópicas, dar un buen consejo, prevenir una discordia, etc. Muchas de estas actividades parecen ser a veces insignificantes, pero en el trayecto de la vida estas buenas y pequeñas acciones se acumulan formando un depósito espiritual enorme. Las acciones buenas se pueden igualar a un depósito bancario donde diariamente depositamos pequeñas sumas de dinero en una cuenta de ahorro. En el cielo, como dijo el Salvador, estas buenas acciones formarán todo un tesoro, el cual la polilla no destruirá, y donde los ladrones no cavan ni roban.
El Salvador por Su sabiduría permite que la gente viva en diferentes condiciones materiales: algunos en gran abundancia, otros en escasez y hasta hambre. En la mayoría de los casos la gente gana su bienestar por medio de grandes sacrificios, insistencia y talento. Sin embargo, no se puede negar que muchas veces el estado social y material de la gente depende también por razones exteriores, favorables o desfavorables, que no dependen de su voluntad. Una persona muy capaz y laboriosa puede estar viviendo en condiciones muy pobres, al mismo tiempo que un holgazán puede estar disfrutando de la vida, nada más porque el destino le sonríó. Estas condiciones parecen ser injustas si las observamos únicamente del punto de vista de una existencia terrenal. Pero si, llegáremos a otra conclusión, si miraremos esto del punto de vista de la vida eterna que espera al justo en el cielo.
En las parábolas sobre el Mayordomo Injusto y el Rico y Lázaro, en la cuales se habla sobre la razón porque Dios permite la "injusta" distribución de los bienes materiales entre la gente, el Señor Jesucristo en breve forma nos explica este misterio. Basado en esto, nosotros podemos llegar a apreciar la enorme sabiduría que posee el Señor para dirigir esta injusticia que Él usa como método de salvación para la gente: a los ricos - por medio de las acciones de misericordia, a los pobres y a los que sufren - por medio de la paciencia. Enlucidos por estas dos parábolas, nosotros podemos entender qué insignificantes son realmente los sufrimientos y las riquezas aquí en la tierra en el momento que nosotros las comparamos con la eterna bienaventuranza o con los sufrimientos eternos.
Parábola del Mayordomo Infiel.
En la primer parábola se da el ejemplo de una consecutiva y examinada beneficencia. La primer impresión que tenemos después de haber leído la parábola es que el dueño elogió al mayordomo por su acción deshonesta. Sin embargo, el Señor nos contó esta parábola con la intensión de obligarnos a pensar sobre su sentido profundo. Encontrándose en un estado de desesperación, el mayordomo encontró una solución genial, por un lado consiguiendo para él protectores, y por el otro asegurando su futuro.
"Y dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico, el cual tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo de tí? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo dentro de sí: ¿Qué haré? que mi señor me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, tengo vergüenza. Yo sé lo que haré para que cuando fuere quitado de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu obligación, y siéntate presto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él dijo: Cien coros de trigo. Y él le dijo: Toma tu obligación, y escribe ochenta. Y alabó el señor al mayordomo malo por haber hecho discretamente; porque los hijos de este siglo son en su generación más sagaces que los hijos de la luz. Y yo os digo: Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltáreis, os reciban en las moradas eternas" (Luc. 16:1-9).
Por medio de las palabras "el dueño rico" en esta parábola se debe entender a Dios, y las palabras "el mayordomo gastador," al ser humano que despreocupadamente malgasta sus talentos otorgados a él por Dios. El tesoro otorgado por el Señor a la gente así como la salud, el tiempo y las facultades para las buenas acciones, son malgastados por la gente (o por el mayordomo en la parábola), en cosas innecesarias y hasta malas. Pero llegará el momento cuando todos nosotros deberemos como al mayordomo en el Evangelio, rendir cuentas delante de Dios por los bienes materiales y las buenas oportunidades que Él nos confíó. El mayordomo infiel, sabiendo que será alejado de las obligaciones de la casa, con anticipación preparó su futuro. Su ingenio y facultades para un próspero futuro, es un ejemplo digno de imitar.
Cuando la persona aparece en frente de Dios para el juicio, descubre que la ansiedad por los bienes materiales no era la que tenía sentido en la vida, sino, las acciones buenas llevadas a cabo. Los bienes materiales, según la parábola, por sí solos "son una riqueza inverosímil," porque aquel que está atado a estas riquezas, se convierte en una persona avara e insensible. Las riquezas materiales muchas veces se convierten en un ídolo al cual la gente sirve con devoción. En la mayoría de los casos, la gente tiene más esperanza en las riquezas materiales, que en Dios. Esta es la razón por la cual el Señor nombró las riquezas terrenales "mamón del engaño." Mamón se llamaba un ídolo antiguo sirio, el protector de las riquezas.
Hablemos ahora sobre nuestros sentimientos personales con respecto a los bienes materiales. Muchas de las cosas que poseemos, las consideramos como una propiedad personal y las usamos únicamente para nuestro beneficio y antojo. Pero todos los bienes materiales prácticamente pertenecen a Dios. Él es el Dueño de todas las cosas y nosotros somos únicamente poseedores temporales de estos bienes, o como dice la parábola, "administradores." Por esta razón, compartir con los necesitados los bienes ajenos, o sea los bienes de Dios, no es una violación de la ley, sino, al contrario, así como en el caso del mayordomo en el Evangelio, es nuestra obligación y el sentido de esto se encuentra en la conclusión de la parábola: "Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas." Esto significa que las personas que hemos ayudado aquí en la tierra, en el otro mundo serán nuestros defensores y protectores.
En la parábola del mayordomo infiel, el Señor nos enseña a manifestar nuestra ingeniosidad y constancia en las acciones misericordiosas. Pero así como el Señor dijo en esta parábola: "porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz," o sea, muchas veces la gente religiosa no tiene suficiente perspicacia e ingeniosidad como la gente que no es religiosa en la organización de los deberes cotidianos.
En cuanto a la extrema falta del sentido común en el uso de los bienes materiales, el Señor pronunció la siguiente parábola como ejemplo:
El Rico y Lázaro.
En este caso, por la providencia de Dios el rico vivía en muy buenas condiciones y podía sin ningún sacrificio ayudar al pobre que se encontraba tendido en el suelo al lado del portón de su casa. Estando sumergido enteramente en sí mismo y en las fiestas diarias, el rico fue totalmente indiferente con respecto a los sufrimientos del pobre.
"Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual estaba echado a la puerta de él, lleno de llagas, y deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Y aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham: y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vió a Abraham de lejos, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque soy atormentado en esta llama. Y díjole Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de todo esto, una grande sima está constituída entre nosotros y vosotros, que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Y dijo: Ruégote pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre; porque tengo cinco hermanos para que les testifique, porque no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dice: A Moisés y a los profetas tienen: óiganlos. El entonces dijo: No, padre Abraham: mas si alguno fuere a ellos de los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos" (Luc. 16:19-31).
Recordarse de la hermosa recompensa que obtuvo Lázaro en el otro mundo, anima a los pobres y a los que sufren. Por las enfermedades, pobreza y la falta de fuerzas físicas, Lázaro no podía ayudar o hacer buenas obras para los demás. Pero nada más que por resistir pacientemente los sufrimientos y por no quejarse de su destino, él recibió la bienaventuranza en el cielo. La razón por la cual se menciona en esta parábola a Abraham, significa que el rico no fue condenado por sus riquezas, sino, por falta de compasión por los necesitados. Abraham, al contrario, siendo una persona muy rica, al mismo tiempo era piadoso con todos.
Algunos preguntan: no sería injusto y cruel condenar eternamente al rico, ya que sus gozos materiales eran temporales. Para responder a esta pregunta, se debe entender que la futura bienaventuranza o sufrimientos no se deben mirar únicamente desde el punto de vista como un lugar de permanencia en el paraíso o el infierno. En primer lugar el paraíso o el infierno son condiciones espirituales. Según el Señor, el Reino de los Cielos se encuentra dentro de nosotros mismos igual que el infierno comienza dentro del alma del pecador. Cuando en la persona habita la gracia de Dios, entonces en su alma habita el paraíso. Cuando las pasiones y los remordimientos de conciencia agobian a la persona, entonces ella sufre como los pecadores que se encuentran en el infierno. Recordemos los sufrimientos "del Caballero Mezquino" en el poema del escritor ruso Pushkin: "La conciencia es como una bestia que con sus zarpas rasguña el corazón; la conciencia es como aquel visitante que nadie invitó, como un interlocutor molesto y un vicioso prestamista." Los sufrimientos de los pecadores serán especialmente intolerables en el otro mundo por la razón de que no existirá más la posibilidad de satisfacer los vicios o por medio del arrepentimiento aliviar los descargos de conciencia. Por esta razón los sufrimientos de los pecadores serán eternos.
En la parábola del rico y Lázaro, se entreabre la cortina del más allá y se ofrece la oportunidad de entender nuestra existencia aquí en la tierra en una perspectiva basada en la eternidad. Enlucidos por esta parábola, nosotros vemos que los bienes terrenales no son la felicidad, sino, mejor dicho, representan ser una prueba de nuestra habilidad en cuanto a querer o ayudar a nuestros prójimos. "Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles" dice el Señor en su parábola precedente, "Quién os confiará lo verdadero?" O sea, si nosotros no supimos administrar correctamente los bienes ilusorios del presente, entonces nosotros no somos dignos de recibir de Dios el verdadero tesoro designado para nosotros en la vida eterna. Por esta razón tratemos de recordar que los bienes materiales pertenecen únicamente a Dios. Y con ellos, Él nos somete a las pruebas.
Sobre las Virtudes.
La siguiente parábola sobre el rico insensato, igual que en la parábola precedente sobre el rico y Lázaro, otra vez se habla sobre daño espiritual que causa al hombre el aferramiento a las riquezas terrenales. Pero si en las dos precedentes parábolas sobre el mayordomo infiel y el rico y Lázaro se hablaba especialmente de las buenas acciones, en las siguientes parábolas se hablará más que nada, sobe el esfuerzo interno que debe hacer el hombre para el desarrollo de las buenas cualidades espirituales.
El Rico Insensato.
"Y refirióles una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había llevado mucho; Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿qué haré, porque no tengo donde juntar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis bienes; Y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate. Y díjole Dios: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has previsto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios" (Luc. 12:16-21).
Esta parábola fue pronunciada con la intención de prevenir a la gente de no acumular los bienes terrenales, "porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee," o sea, al hombre no se le agregará más años de vida por la simple razón de que él es rico. La muerte es temible especialmente para aquellos, los que nunca piensan en ella y no se preparan para recibirla: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma." Las palabras "rico en Dios," significan las riquezas espirituales. Más detallada es la descripción sobre las riquezas espirituales en la parábola de los talentos y las diez minas.
Parábola Sobre los Talentos.
En los tiempos de la vida terrenal del Salvador, el talento representaba ser una suma grande de dinero, igualada a sesenta minas. Una mina se igualaba a cien denarios. Un simple trabajador ganaba un denarios por día. En la parábola la palabra "talento" significa la unidad de todos los bienes que Dios otorgó al hombre, materiales y espirituales. Los talentos materiales son: las riquezas terrenales, las condiciones favorables en la vida de una persona, lugares destacados en la sociedad, buena salud, etc. Los talentos espirituales es - tener una mente lucida, buena memoria, diferentes cualidades en el arte y trabajos manuales, elocuencia, firmeza, sensibilidad, tacto, compasión y muchas otras cualidades engendradas en nosotros por el Salvador. Aparte de esto, para tener éxito en el bien, El Señor nos ofrece para nuestra ayuda la gracia espiritual que se manifiesta en diferentes talentos. Sobre estos talentos habla el apóstol Paulo en su primera epístola a los Corintios: "Empero hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Empero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho. Porque a la verdad, a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; A otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; A otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía; y a otro, discreción de espíritus; y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (1 Cor. 12:4-11).
"Porque el reino de los cielos es como un hombre que partiéndose lejos llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes. Y a éste dió cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno: a cada uno conforme a su facultad; y luego se partió lejos. Y el que había recibido cinco talentos se fue, y granjeó con ellos, e hizo otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también él otros dos. Mas el que había recibido uno, fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Y después de mucho tiempo, vino el señor de aquellos siervos, e hizo cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco talentos he ganado sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor. Y llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; he aquí otros dos talentos he ganado sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor. Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste; Y tuve miedo, y fui, y escondí tu talento en la tierra: he aquí tienes lo que es tuyo. Y respondiendo su señor, le dijo: Malo y negligente siervo, sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí; Por tanto te convenía dar mi dinero a los banqueros, y viniendo yo, hubiera recibido lo que es mío con usura. Quitadle pues el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque a cualquiera que tuviere, le será dado, y tendrá más; y al que no tuviere, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mat. 25:14-30).
De acuerdo a esta parábola debemos concluir que Dios no exige del hombre acciones que excedan sus fuerzas o habilidades. Sin embargo, esta persona asume la responsabilidad sobre aquellos talentos que le fueron otorgados. La gente debe acrecentar los talentos para el beneficio de la Iglesia, prójimos, etc. Es muy importante desarrollar en sí las buenas cualidades. En realidad existe una unión muy cercana entre las acciones y el estado espiritual del alma. Cuanto más buenas acciones hace la persona, más se enriquece espiritualmente y se perfecciona en las virtudes. Lo que es exterior e interior, es indivisible.
La parábola sobre las minas de oro es muy parecida a la parábola sobre los talentos, consecuentemente la omitiremos. En las dos parábolas donde se habla sobre el amor propio en la gente y la pereza para el cumplimiento de las buenas acciones, está representada en el ejemplo del esclavo malvado que enterró las riquezas de su amo. El esclavo no debía acusar a su amo de ser cruel, porque en realidad, con respecto al esclavo, el amo exigía mucho menos que de los demás. "Dar mi dinero a los banqueros" se entiende como una indicación a la persona, de que por falta de iniciativa propia y habilidad en cuanto a las buenas acciones, la persona debe por lo menos tratar de ayudar a otros a realizarlas. En realidad no existe aquella persona que no tenga alguna habilidad o talento. Creer en Dios, rezar por los demás y por sí mismo, es posible para todos. La oración es un acto tan santo y útil, que puede reemplazar tranquilamente cualquier obra buena.
"Porque a cualquiera que tuviere, le será dado, y tendrá más; y al que no tuviere, aun lo que tiene le será quitado." Aquí se habla principalmente sobre la retribución en el otro mundo: el que se enriquecía espiritualmente en este mundo, recibirá aun más en la otra vida, pero el perezoso perderá lo poco que poseía. Hasta cierto punto la justicia de estas palabras pronunciadas se comprueba diariamente. La gente que no desarrolla sus habilidades, eventualmente las perderán. Así como en una vida satisfecha y ociosa, la persona se entorpece mentalmente, su voluntad se atrofia, se endurecen los sentimientos y todo su cuerpo incluyendo el alma se debilitan, esta persona deja de ser hábil y se convierte en un zángano.
Si nosotros podemos concentrarnos más profundamente en el sentido de las parábolas sobre el Rico Insensato y los Talentos, podremos comprender el crimen que cometemos y cómo nos robamos nosotros mismos cuando inactivamente o innecesariamente malgastamos el tiempo y fuerzas otorgadas a nosotros por Dios. Por esta razón es necesario que nosotros enfoquemos nuestra mente de tal forma, para que cada minuto de nuestra vida sea usado para hacer el bien de los demás, dirigir nuestros pensamientos y deseos hacia la gloria de Dios. Servir a Dios es una necesidad para nosotros y un gran honor.
Las siguientes parábolas hablan sobre dos virtudes que tienen un sentido muy importante en la vida del ser humano.
La Sensatez y la Oración.
Unicamente el entusiasmo no es suficiente para tener éxito en las acciones buenas, también debemos guiarnos con circunspección. La sensatez nos da la posibilidad de concentrar nuestras fuerzas para aquellas acciones que concuerdan más con nuestras fuerzas y habilidades. La sensatez también nos ayuda a elegir aquellas acciones que nos darán mejores resultados. El nivel más alto de la sensatez es la sabiduría. La última contiene en sí el conocimiento, experiencia y clarividencia en la esencia espiritual de los hechos.
La falta de sensatez en nuestras acciones o palabras pronunciadas con buena intención, puede llevar a un mal resultado. Con respecto a este tema San Antonio el Ermita dijo las siguientes palabras: "Muchas de las virtudes son muy bellas, pero a veces ocasionan daño por la falta de experiencia o demasiado entusiasmo en su cumplimiento...El razonamiento es una virtud muy buena que enseña y guía la persona hacia el camino derecho sin tendencias depravadas. Si nosotros seguimos el camino derecho, no seremos tentados por nuestros enemigos, a la derecha por una devoción exagerada y a la izquierda por la pereza y despreocupación. El razonamiento es el ojo del alma y su lucidez...Por medio del razonamiento la persona analiza sus deseos, palabras y acciones y también elude a todos aquellos que se alejan de Dios" (Libro "Filocalia"). Sobre la sensatez el Señor habla en las dos siguientes parábolas:
Sobre el Constructor de la Torre y Sobre el Rey.
"Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no 

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