Oh Señor Jesús Cristo, Tú que eres el verdadero Sumo Sacerdote y Obispo de nuestras almas, y que en el altar de la Cruz te ofreciste a Dios el Padre para ser un sacrificio puro y sin mancha por nosotros, miserables pecadores, y que igualmente nos has dado a comer Tu carne y a beber Tu Sangre, y que estableciste este Misterio por el poder del Espíritu Santo, diciendo: Haced esto en memoria de Mí.
Te suplico por Tu misma preciosa Sangre, el rescate de nuestra salvación.
Te suplico por ese maravilloso e inefable amor que nos concedes a nosotros (miserables e indignos pecadores), lavándonos y purificándonos de todos nuestros pecados en Tu propia Sangre.
Enseña a Tu indigno siervo, a quien entre tus muchas misericordias has concedido compartir los beneficios de Tu Sacerdocio (Y esto, no por mis méritos, sino sólo por Tu abundante misericordia).
Enséñame, te lo suplico, por tu Espíritu Santo, a acercarme a tan gran Misterio, como es digno y justo, con reverencia y honor, y en toda piedad y santo temor.
Disponme por Tu gracia a creer y entender siempre, a sentir y sostener con firmeza, a hablar y a pensar, con relación a este santo Misterio para que Te sea agradable y provechoso para mi alma.
Que Tu Espíritu Santo entre en mi corazón, para que sin pronunciar palabra ni sonido pueda hablar allí toda Tu verdad, y que Él mismo, oculto bajo el velo de la santidad, sobrepase el entendimiento del hombre.
Por Tu gran misericordia, concédeme tomar parte en este santo Misterio con pureza de corazón e integridad de mente.
Líbrame con la atenta e infalible guardia de Tus benditos ángeles, para que por su poderosa protección, los enemigos de la bondad puedan ser desterrados de allí.
Por el poder de este gran Misterio y por la mano de ese santo ángel a quien me has enviado, aleja de mí y de todos tus siervos el espíritu de un duro corazón, el espíritu de orgullo y vanagloria, el espíritu de envidia y blasfemia, el espíritu de fornicación e inmundicia, el espíritu de duda e infidelidad. Confunde a los que nos persiguen y destruye a los que se apresuran a destruirnos.
Oh Rey de las vírgenes, amante de la castidad y la pureza, vierte sobre mí el rocío celestial de Tu bendición, extingue en mi carne cualquier resto ardiente de deseo lujurioso, para que pueda permanecer en continua castidad, tanto de cuerpo como de alma.
Mortifica en mis miembros todas las motivaciones de la carne, todas las afecciones desordenadas, todos los deseos de concupiscencia. Y concédeme verdadera y permanente castidad, y todos los dones que Te sean agradables. Concédeme así ofrecerte este Sacrificio de Alabanza y Acción de gracias con pureza de cuerpo y limpieza de corazón.
¡Pues quién puede entender qué dolor de corazón y qué fuente de lágrimas son necesarios!
¡Qué reverencia y temor, qué castidad corporal y pureza de corazón es requerido!
Y sin embargo sólo así debemos acercarnos a servir en este divino y celestial Sacrificio. Pues en él, Tu Carne es comida verdaderamente y Tu sangre es bebida verdaderamente. Aquí, las cosas de abajo y las de encima, las terrenales y las celestiales, son hechas una sola. Aquí, siempre están presentes tus santos ángeles. Aquí, en un maravilloso e inefable orden Te has constituido a la vez como Sacrificio y Sacerdote.
¡Quién puede ser digno de ofrecer este Sacrificio menos Tú, Todopoderoso Dios, que dignamente obras lo que haces! Yo sé, oh Señor, y conozco con seguridad, y a Tu bondad lo confieso, que no soy digno de acercarme a tan gran Misterio, a causa de mis graves pecados y de mi gran negligencia. Pero sé, y verdaderamente creo con todo mi corazón, y confieso con mi boca, que Tú puedes hacerme digno de realizarlo, pues sólo Tú puedes justificar y santificar a los pecadores.
Oh Dios mío, te suplico, por Tu poder Todopoderoso, que me concedas a mí, pecador, tomar parte dignamente en este Sacrificio. Y que con él me concedas temor y temblor, pureza de corazón y un torrente de lágrimas, regocijo espiritual y regocijo celestial. Concede que mi alma pueda sentir Tu bendita Presencia, y la guardia de Tus santos ángeles alrededor mío.
Pues yo, oh Señor, teniendo devoto recuerdo de Tu santa pasión, me acerco a Tu altar. Aunque pecador, me acerco al Sacrificio que Tú has instituido, y que nos has mandado ofrecerte en Tu memoria y para nuestra salvación.
Te suplico, Dios Todopoderoso, que lo recibas para beneficio de Tu santa Iglesia, y por el pueblo que rescataste con Tu propia Sangre.
Y puesto que Tú concedes disponer Tu Sacerdocio sobre los hombres pecadores, y puesto que concedes a cada sacerdote como mediador entre Ti y Tu pueblo, te suplico que donde no encuentres el testimonio de las buenas obras en ellos, no quites aún el oficio y ministerio que has depositado en su cargo, para que el Precio de su Redención, por el que has concedido ofrecerte una perfecta Oblación y Santificación, no se pierda a causa de ninguna indignidad nuestra.
Y además, oh Señor, elevo ante Ti (si te dignas mirarnos favorablemente por eso):
Las tribulaciones de los pueblos y los peligros de las naciones,
El gemido de los presos y las tristezas de los huérfanos,
Las necesidades de los que viajan,
Las carencias de los enfermos,
La depresión de los cansados,
La debilidad de los ancianos,
Las aspiraciones de los jóvenes,
Las resoluciones de las doncellas,
Y los lamentos de las viudas.
Pues Tú, oh Señor, tienes misericordia de todos los hombres y no aborreces nada de lo que creaste.
Recuerda cuán frágil es nuestra naturaleza, pues Tú eres nuestro Padre, Tú eres nuestro Dios. No te enojes con nosotros a pesar de que lo merecemos, y no alejes Tu misericordia de nosotros. Pues no presentamos nuestras súplicas ante Ti porque seamos justos, sino porque Tú eres compasivo.
Aleja de nosotros nuestras iniquidades, y en Tu misericordia enciende en nosotros el fuego de Tu Espíritu Santo.
Quita nuestro corazón de piedra, y concédenos un corazón de carne, para que podamos amarte, quererte, deleitarnos en Ti, seguirte y regocijarte.
Te suplicamos, oh Señor, que por tu misericordia muestres la luz de Tu rostro sobre Tu siervos que realizan este sagrado oficio, en honor a Tu Nombre. Y para que sus súplicas no sean en vano, ni sus peticiones no queden sin efecto, pon en sus mentes oraciones que Te sean agradables de escuchar y cumplir.
También te rogamos, oh Señor, Padre santo, por las almas de los fieles que han partido de este mundo; que este confortable Sacramento pueda ser su salvación, salud, regocijo y alivio. Oh Señor mi Dios, concédeles en este día un festín en abundancia en Ti, el Pan Vivo, que hiciste descender del cielo y concede la vida al mundo.
Concédeles comer Tu Carne, santa y bendita, que es el Cordero inmaculado que quita los pecados del mundo; incluso la Carne que tomaste del vientre, santo y glorioso, de la bendita Virgen María, por la operación del Espíritu Santo. Concédeles beber de esta fuente de amor que fluía de Tu sagrado costado, atravesado por la lanza del soldado para que siendo aliviados y santificados, restaurados y confortados, puedan regocijarse dándote alabanzas y gloria.
Te suplico, oh Señor, que por tu misericordia envíes sobre el pan que va a serte ofrecido, la plenitud de Tu bendición y los poderes santificadores de Tu Divinidad. Haz descender también, oh Señor, la invisible e incomprensible majestad de Tu Espíritu Santo, como lo enviaste una vez sobre el mismo sacrificio de nuestros padres y ancestros, para que pueda hacer realmente de nuestras oblaciones Tu Cuerpo y Tu Sangre.
Y puesto que soy tan indigno, enséñame a acercarme a este santo Misterio con pureza de corazón y con un piadoso dolor por mis pecados, con reverencia y asombro. Por eso, acepta con amor y gentileza este Sacrificio de mis manos para la salvación de los hombres, tanto vivos como difuntos.
También te suplico, oh Señor, que por este mismo sagrado Misterio de Tu Cuerpo y Sangre, que es entregado diariamente en Tu santa Iglesia como alimento y bebida, seamos lavados y santificados, y hechos partícipes de Tu Todopoderosa Divinidad; concédeme tus santas virtudes, para que siendo revestido con ellas, pueda acercarme a Tu altar con una buena conciencia, para que este sacramento celestial pueda serme vida y salvación.
Pues Tú, que siempre eres santo y bendito, has dicho: “El Pan que yo os doy es mi Carne para la vida del mundo: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo. El que coma de este Pan, vivirá para siempre”.
Oh Pan de dulzura, concede la salud a mi gusto, para que pueda percibir las delicias de Tu amor. Líbrame de lo mundano para que sólo pueda encontrar la dulzura en Ti.
¡Oh Pan de pura blancura, que contiene todas las delicias y todos los sabores agradables! ¡Oh Tú, que siempre nos revitalizas y nunca escaseas! Concede que mi corazón pueda alimentarse de Ti, y que la profundidad de mi alma pueda llenarse con la dulzura de Tu sabor. Los ángeles se alimentan en Ti con abundancia. Concédeme que yo, un peregrino y un forastero, pueda alimentarme de Ti en la medida que pueda. Y así, concede que no fracase en mi viaje, con tal provisión que me espera.
¡Oh Pan santo, puro y vivo, que bajó del cielo y dio la vida al mundo!
Ven a mi corazón, y purifícame de toda contaminación, tanto de la carne como del espíritu.
Entra en mi persona, y sana y límpiame por dentro y por fuera.
Sé la protección y la salud permanente de mi cuerpo y de mi alma.
Aleja de mi todos los enemigos que me acechan.
Concédeme que pueda alzarme a la presencia de Tu poder.
Concédeme que siendo defendido en todo por Ti, pueda andar en el camino recto hacia Tu Reino.
Pues allí ya no te contemplaremos como en un misterio igual que en este tiempo presente, sino que te veremos frente a frente, cuando entregues el reino a Dios el Padre, y Dios sea todo en todos.
Y en aquel día me satisfarás con maravillosa plenitud, para que ya no tenga más hambre ni sed por siempre, oh Jesús, que con el mismo Dios el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, en el mundo sin fin.
Amén.
Te suplico por Tu misma preciosa Sangre, el rescate de nuestra salvación.
Te suplico por ese maravilloso e inefable amor que nos concedes a nosotros (miserables e indignos pecadores), lavándonos y purificándonos de todos nuestros pecados en Tu propia Sangre.
Enseña a Tu indigno siervo, a quien entre tus muchas misericordias has concedido compartir los beneficios de Tu Sacerdocio (Y esto, no por mis méritos, sino sólo por Tu abundante misericordia).
Enséñame, te lo suplico, por tu Espíritu Santo, a acercarme a tan gran Misterio, como es digno y justo, con reverencia y honor, y en toda piedad y santo temor.
Disponme por Tu gracia a creer y entender siempre, a sentir y sostener con firmeza, a hablar y a pensar, con relación a este santo Misterio para que Te sea agradable y provechoso para mi alma.
Que Tu Espíritu Santo entre en mi corazón, para que sin pronunciar palabra ni sonido pueda hablar allí toda Tu verdad, y que Él mismo, oculto bajo el velo de la santidad, sobrepase el entendimiento del hombre.
Por Tu gran misericordia, concédeme tomar parte en este santo Misterio con pureza de corazón e integridad de mente.
Líbrame con la atenta e infalible guardia de Tus benditos ángeles, para que por su poderosa protección, los enemigos de la bondad puedan ser desterrados de allí.
Por el poder de este gran Misterio y por la mano de ese santo ángel a quien me has enviado, aleja de mí y de todos tus siervos el espíritu de un duro corazón, el espíritu de orgullo y vanagloria, el espíritu de envidia y blasfemia, el espíritu de fornicación e inmundicia, el espíritu de duda e infidelidad. Confunde a los que nos persiguen y destruye a los que se apresuran a destruirnos.
Oh Rey de las vírgenes, amante de la castidad y la pureza, vierte sobre mí el rocío celestial de Tu bendición, extingue en mi carne cualquier resto ardiente de deseo lujurioso, para que pueda permanecer en continua castidad, tanto de cuerpo como de alma.
Mortifica en mis miembros todas las motivaciones de la carne, todas las afecciones desordenadas, todos los deseos de concupiscencia. Y concédeme verdadera y permanente castidad, y todos los dones que Te sean agradables. Concédeme así ofrecerte este Sacrificio de Alabanza y Acción de gracias con pureza de cuerpo y limpieza de corazón.
¡Pues quién puede entender qué dolor de corazón y qué fuente de lágrimas son necesarios!
¡Qué reverencia y temor, qué castidad corporal y pureza de corazón es requerido!
Y sin embargo sólo así debemos acercarnos a servir en este divino y celestial Sacrificio. Pues en él, Tu Carne es comida verdaderamente y Tu sangre es bebida verdaderamente. Aquí, las cosas de abajo y las de encima, las terrenales y las celestiales, son hechas una sola. Aquí, siempre están presentes tus santos ángeles. Aquí, en un maravilloso e inefable orden Te has constituido a la vez como Sacrificio y Sacerdote.
¡Quién puede ser digno de ofrecer este Sacrificio menos Tú, Todopoderoso Dios, que dignamente obras lo que haces! Yo sé, oh Señor, y conozco con seguridad, y a Tu bondad lo confieso, que no soy digno de acercarme a tan gran Misterio, a causa de mis graves pecados y de mi gran negligencia. Pero sé, y verdaderamente creo con todo mi corazón, y confieso con mi boca, que Tú puedes hacerme digno de realizarlo, pues sólo Tú puedes justificar y santificar a los pecadores.
Oh Dios mío, te suplico, por Tu poder Todopoderoso, que me concedas a mí, pecador, tomar parte dignamente en este Sacrificio. Y que con él me concedas temor y temblor, pureza de corazón y un torrente de lágrimas, regocijo espiritual y regocijo celestial. Concede que mi alma pueda sentir Tu bendita Presencia, y la guardia de Tus santos ángeles alrededor mío.
Pues yo, oh Señor, teniendo devoto recuerdo de Tu santa pasión, me acerco a Tu altar. Aunque pecador, me acerco al Sacrificio que Tú has instituido, y que nos has mandado ofrecerte en Tu memoria y para nuestra salvación.
Te suplico, Dios Todopoderoso, que lo recibas para beneficio de Tu santa Iglesia, y por el pueblo que rescataste con Tu propia Sangre.
Y puesto que Tú concedes disponer Tu Sacerdocio sobre los hombres pecadores, y puesto que concedes a cada sacerdote como mediador entre Ti y Tu pueblo, te suplico que donde no encuentres el testimonio de las buenas obras en ellos, no quites aún el oficio y ministerio que has depositado en su cargo, para que el Precio de su Redención, por el que has concedido ofrecerte una perfecta Oblación y Santificación, no se pierda a causa de ninguna indignidad nuestra.
Y además, oh Señor, elevo ante Ti (si te dignas mirarnos favorablemente por eso):
Las tribulaciones de los pueblos y los peligros de las naciones,
El gemido de los presos y las tristezas de los huérfanos,
Las necesidades de los que viajan,
Las carencias de los enfermos,
La depresión de los cansados,
La debilidad de los ancianos,
Las aspiraciones de los jóvenes,
Las resoluciones de las doncellas,
Y los lamentos de las viudas.
Pues Tú, oh Señor, tienes misericordia de todos los hombres y no aborreces nada de lo que creaste.
Recuerda cuán frágil es nuestra naturaleza, pues Tú eres nuestro Padre, Tú eres nuestro Dios. No te enojes con nosotros a pesar de que lo merecemos, y no alejes Tu misericordia de nosotros. Pues no presentamos nuestras súplicas ante Ti porque seamos justos, sino porque Tú eres compasivo.
Aleja de nosotros nuestras iniquidades, y en Tu misericordia enciende en nosotros el fuego de Tu Espíritu Santo.
Quita nuestro corazón de piedra, y concédenos un corazón de carne, para que podamos amarte, quererte, deleitarnos en Ti, seguirte y regocijarte.
Te suplicamos, oh Señor, que por tu misericordia muestres la luz de Tu rostro sobre Tu siervos que realizan este sagrado oficio, en honor a Tu Nombre. Y para que sus súplicas no sean en vano, ni sus peticiones no queden sin efecto, pon en sus mentes oraciones que Te sean agradables de escuchar y cumplir.
También te rogamos, oh Señor, Padre santo, por las almas de los fieles que han partido de este mundo; que este confortable Sacramento pueda ser su salvación, salud, regocijo y alivio. Oh Señor mi Dios, concédeles en este día un festín en abundancia en Ti, el Pan Vivo, que hiciste descender del cielo y concede la vida al mundo.
Concédeles comer Tu Carne, santa y bendita, que es el Cordero inmaculado que quita los pecados del mundo; incluso la Carne que tomaste del vientre, santo y glorioso, de la bendita Virgen María, por la operación del Espíritu Santo. Concédeles beber de esta fuente de amor que fluía de Tu sagrado costado, atravesado por la lanza del soldado para que siendo aliviados y santificados, restaurados y confortados, puedan regocijarse dándote alabanzas y gloria.
Te suplico, oh Señor, que por tu misericordia envíes sobre el pan que va a serte ofrecido, la plenitud de Tu bendición y los poderes santificadores de Tu Divinidad. Haz descender también, oh Señor, la invisible e incomprensible majestad de Tu Espíritu Santo, como lo enviaste una vez sobre el mismo sacrificio de nuestros padres y ancestros, para que pueda hacer realmente de nuestras oblaciones Tu Cuerpo y Tu Sangre.
Y puesto que soy tan indigno, enséñame a acercarme a este santo Misterio con pureza de corazón y con un piadoso dolor por mis pecados, con reverencia y asombro. Por eso, acepta con amor y gentileza este Sacrificio de mis manos para la salvación de los hombres, tanto vivos como difuntos.
También te suplico, oh Señor, que por este mismo sagrado Misterio de Tu Cuerpo y Sangre, que es entregado diariamente en Tu santa Iglesia como alimento y bebida, seamos lavados y santificados, y hechos partícipes de Tu Todopoderosa Divinidad; concédeme tus santas virtudes, para que siendo revestido con ellas, pueda acercarme a Tu altar con una buena conciencia, para que este sacramento celestial pueda serme vida y salvación.
Pues Tú, que siempre eres santo y bendito, has dicho: “El Pan que yo os doy es mi Carne para la vida del mundo: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo. El que coma de este Pan, vivirá para siempre”.
Oh Pan de dulzura, concede la salud a mi gusto, para que pueda percibir las delicias de Tu amor. Líbrame de lo mundano para que sólo pueda encontrar la dulzura en Ti.
¡Oh Pan de pura blancura, que contiene todas las delicias y todos los sabores agradables! ¡Oh Tú, que siempre nos revitalizas y nunca escaseas! Concede que mi corazón pueda alimentarse de Ti, y que la profundidad de mi alma pueda llenarse con la dulzura de Tu sabor. Los ángeles se alimentan en Ti con abundancia. Concédeme que yo, un peregrino y un forastero, pueda alimentarme de Ti en la medida que pueda. Y así, concede que no fracase en mi viaje, con tal provisión que me espera.
¡Oh Pan santo, puro y vivo, que bajó del cielo y dio la vida al mundo!
Ven a mi corazón, y purifícame de toda contaminación, tanto de la carne como del espíritu.
Entra en mi persona, y sana y límpiame por dentro y por fuera.
Sé la protección y la salud permanente de mi cuerpo y de mi alma.
Aleja de mi todos los enemigos que me acechan.
Concédeme que pueda alzarme a la presencia de Tu poder.
Concédeme que siendo defendido en todo por Ti, pueda andar en el camino recto hacia Tu Reino.
Pues allí ya no te contemplaremos como en un misterio igual que en este tiempo presente, sino que te veremos frente a frente, cuando entregues el reino a Dios el Padre, y Dios sea todo en todos.
Y en aquel día me satisfarás con maravillosa plenitud, para que ya no tenga más hambre ni sed por siempre, oh Jesús, que con el mismo Dios el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, en el mundo sin fin.
Amén.
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