La Iglesia Ortodoxa no está de acuerdo con el dogma católico escrito en el año 1854 sobre la inmaculada concepción de la Virgen María, significando que Ella, cuando nació, fue protegida del pecado original. Si este fuese el caso, Ella estaría separada del género humano y ya no podría ser Aquella por medio de la cual el Señor recibió la esencia humana. Pero la Iglesia Ortodoxa considera que la "Inmaculada" no tenía pecados personales. La relación de la Virgen María con Su Hijo no finaliza únicamente con el nacimiento del Señor, sino continúa en la misma medida en la cual indivisiblemente se unieron en Él las dos esencias, Dios y Hombre. Debido a Su gran humildad, la Virgen María queda aislada durante el tiempo de la misión de Jesucristo en la tierra, y sale de este aislamiento en el momento cuando presenció los sufrimientos de Su Hijo en la Cruz sobre el Gólgota. Por medio de los sufrimientos maternales, juntamente con Su Hijo, Ella siguió el camino al calvario y compartió con Él Su calvario. Ella fue la primer copartícipe de Su resurrección. La Virgen María es el punto real e invisible sobre el cual se concentra la Iglesia apostólica. Habiendo experimentado la muerte natural, en Su Asunción Ella no quedó presa del proceso de descomposición del cuerpo, sino, según la fe de la Iglesia, Ella fue resucitada por Su Hijo y permanece en Su glorioso cuerpo a la diestra de Él como la Reina del Cielo.
Un lugar muy importante en la Iglesia ortodoxa ocupa la veneración de los santos. Los santos representan a los protectores y oradores en el Cielo por nosotros, y por esta razón son los miembros activos de la Iglesia que lucha aquí en la tierra. La presencia de la gracia de los santos en la Iglesia por medio de los iconos y sus reliquias como una nube nos rodean por la gloria de Dios por medio de sus oraciones. Este hecho no nos separa de Dios, sino nos une y acerca más a Él. Ellos no son intercesores entre Dios y la gente, sino oradores que rezan con nosotros, nuestros amigos, y ayudantes en nuestro servicio a Cristo y de nuestra unión con Él. Los fundamentos dogmáticos para la veneración de los santos justamente consisten en esta relación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y los que se salvan en la Iglesia reciben la fuerza y vida en Cristo, se adoran y se convierten en "dioses por la Gracia." Aunque el destino de la persona se decidirá en el Juicio Final, sin embargo, en el juicio preliminar, inmediatamente después de la muerte, es evidente la predestinación de la gloria y corona de la santidad de esta persona, pues el juicio es únicamente la manifestación de su condición espiritual. "La vida eterna" en Dios comienza aquí, en la Tierra, sobre las olas del tiempo y su profundidad es la eternidad, pero cuando la persona abandona este mundo se convierte en la definición del principio de la existencia.
La ortodoxia explica que la razón de la glorificación de los santos no se debe a que los santos tengan ciertos méritos delante de Dios y que por medio de ellos tengan ciertos derechos de recibir de Dios una gratificación, que ellos podrían compartir con los que no la tienen. La causa es que los santos, por medio de sus sacrificios de fe y amor, llegaron a realizar en sí la semejanza de Dios y con esto manifestaron, por medio de la fuerza de Dios, una personalidad mediante la cual ellos atraen la gracia de Dios. Jesucristo participa en la purificación del corazón de la persona por medio del sacrificio del alma y del cuerpo de la última, siendo ésta su salvación: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14:23). Sobre el camino de la salvación la gente es transformada de cantidad en cualidad, o sea que para ellos se define el destino eterno. Detrás de este umbral se prepara su salvación, decisivamente y auto-definida, comienza el crecimiento de la gracia para cada persona de acuerdo a su imagen personal y la condición de su espiritualidad. La santidad es tan diversa como las individualidades de la persona. El sacrificio de la santidad siempre contiene en sí un carácter de creación individual.
La santidad, antes que nada, es una salida de una condición incierta hacia la victoria, por medio de la cual se liberan las fuerzas para una activa oración de amor. Los santos nos pueden ayudar, no por fuerza de sus méritos, sino a fuerza del recibimiento por ellos de la libertad espiritual en el amor, conseguida por medio del sacrificio. Esta libertad espiritual les otorga la fuerza de poder representarnos delante de Dios por medio de la oración y, así mismo, en el amor activo hacia la gente. Igual que a los ángeles, Dios otorga a los santos la posibilidad de manifestar Su voluntad en la vida de la gente por medio de una ayuda invisible. Ellos son como las manos de Dios por medio de las cuales Dios cumple Su voluntad. También por esta razón a los santos se les da la posibilidad de manifestar las acciones de amor, no en calidad de sacrificio para la salvación de ellos (debido a que la salvación de los santos ya fue realizada), sino realmente para la salvación de sus hermanos aquí en la tierra. La medida de la fuerza de esta intervención activa está de acuerdo a la medida del espíritu y el tamaño del sacrificio: "pues una estrella es diferente de otra en gloria" (1 Cor. 15:41).
¿Cómo conoce la Iglesia el misterio del juicio de Dios con respecto a aquellos santos que ella canoniza y cómo se realiza la canonización de los santos? La respuesta a esta pregunta está en las evidencias de las testificaciones de los diferentes signos manifestados de diversas formas (como los milagros, las reliquias que no se descomponen y más que nada la gracia perceptible por medio de la ayuda hacía nosotros). Las autoridades de la Iglesia, por medio del acto de la canonización, únicamente testifican esta evidencia. La decisión yace sobre la conciencia del concilio de la Iglesia que legaliza la veneración de los santos. La canonización puede ser regional o general. En la Iglesia Ortodoxa, para este acto, no se estableció como en la Iglesia Católica una forma tan terminada en cuanto al proceso de canonización sino, más bien, se realiza por medio de un acto que yace sobre las autoridades de toda la Iglesia en general o local. No se acaba la santidad en la Iglesia, pues ella conoce a sus santos elegidos durante todo el tiempo de su existencia. Uno de los santos más grandes de la Iglesia de nuestros tiempos es San Serafín de Sarov. También tenemos una inmensa cantidad de mártires por la fe cristiana que sufrieron y fueron asesinados durante la persecución de la fe en Rusia, comenzando el año 1917. La historia de la humanidad no recuerda semejante horror. Ellos, con su sangre, glorifican a Dios, pero la santidad de ellos todavía permanece en secreto y la canonización de muchos mártires se decidirá en el futuro. Al mismo tiempo, el futuro manifestará nuevas imágenes de santidad, de acuerdo a su época, y creemos que con el aura se coronará la santidad y creatividad de la humanidad, en nombre de Jesucristo.
Aparte de venerar a los santos, igualmente se veneran sus restos, sus santas reliquias. A veces sucede que el cuerpo del santo no se descompone, y esto se considera como un signo de su santidad; sin embargo, esto no es una regla general y no es necesaria para su canonización. Pero a pesar de esto, si los restos de los santos quedaron intactos (no en todos los casos) ellos se veneran de una forma especial; muchas veces pequeñas partes de sus reliquias se colocan sobre el antimins, sobre el cual se celebra la liturgia (en memoria de la Iglesia de los primeros siglos, cuando se celebraba la misa sobre las reliquias de los mártires). La veneración dogmática de los restos (igual que los iconos de los santos) se basa sobre la fe en la existencia de una relación del Espíritu Santo con estos restos físicos muy especial, esta relación no se destruye por la muerte. La última limita sus fuerzas con respecto a los santos, los cuales con sus almas no abandonan totalmente sus restos y están unidos con ellos por medio de una presencia de gracia muy peculiar hasta la partícula más pequeña. La reliquia es un cuerpo que de una forma anticipada a la resurrección general de la humanidad, es glorificado, aunque, de igual manera que los demás, está en espera de ésta glorificación general de todos aquellos que la merecen. La reliquia es semejante a la condición del cuerpo del Señor cuando Él se encontraba todavía en la tumba, abandonado por el alma, pero sin ser abandonado por Su Espíritu Celestial, esperando su resurrección.
Los santos en su totalidad, encabezados por la Madre de Dios y San Juan Bautista, son participes de la Gloria de Dios con respecto a la creación del hombre, en ellos se justifica la Sabiduría. Esta idea está expresada en un versículo en el servicio a los santos: "DIOS está en la reunión de los dioses; En medio de los dioses juzga" (Salmos 82:1). "Divino es Dios a Sus santos, Dios de Israel." A la eterna gloria de Dios en la creación corresponde también la gloria del mundo animal, "la muchedumbre de los dioses" es la victoria de la creación.
Pero la gloria de Su creación no sólo consiste en el hombre, sino también en el mundo de los ángeles, no sólo los seres de la "tierra" sino también los del "cielo." La fe Ortodoxa confiesa la enseñanza sobre los ángeles y los venera de una manera similar como a los santos. Igual que los santos, los ángeles son los oradores e intercesores del género humano, y nosotros nos dirigimos a ellos con la oración. Pero este acercamiento no aleja la distinción que existe entre el mundo de las fuerzas incorpóreas y el género humano. Los ángeles representan una forma muy peculiar de la creación, la cual igualmente está en contacto con la humanidad, y le es muy cercana. Igual que la gente, los ángeles llevan en sí la imagen de Dios. Su plenitud es inherente únicamente al hombre debido a que él posee un cuerpo, siendo de esta forma parte del mundo físico, el cual él posee por las reglas establecidas por Dios. Los ángeles, siendo seres incorpóreos, no poseen su propio mundo, pero debido a la ausencia de una naturaleza propia, ellos son compensados mediante la cercanía a Dios y vida con Él.
En la religión ortodoxa existe la costumbre de otorgar un nombre a la persona durante el bautismo en honor de algún santo. Estos santos se llaman "ángeles," o sea, es como un ángel con respecto al bautizado. El día del santo, se llama también, día del ángel. Este uso de la palabra indica que el santo y el ángel guardián están cerca uno del otro en el sentido que sirven juntos a esta persona. Debido a esta razón, los dos se llaman ángeles (pero no se unen). En caso de un cambio del estado espiritual, como si representando un nuevo nacimiento, se cambia el nombre, justamente durante la tonsura al monacato, y la persona se entrega a un nuevo santo.
La veneración de los santos ángeles y los santos en la Iglesia Ortodoxa, crean una atmósfera de una familia espiritual llena de un profundo amor y paz, sin poder estar separada del amor hacia Cristo y Su Cuerpo: la Iglesia.
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