Saturday, August 29, 2015

La obediencia en esta relación padre-hijo tiene un papel muy importante. ( San Paisios )


La obediencia supone que el hijo espiritual, después de haberse elegido un pedagogo en quien cree incondicionalmente y en quien ve lo que busca, no sólo atiende a cada palabra de éste, sino que también hace el caso al tono de su voz y procura, a través de todo en que se minifiesta la personalidad de este starets y su experiencia espiritual, hacerla suya y sobrepasar a sí mismo, rebasar los límites de la medida que hubiera podido alcanzar con sus propios esfuerzos.

La obediencia es ante todo el don de atender. Atender aplicando no sólo el oído, sino también la inteligencia, todo el ser, abriendo el corazón y contemplando piadosamente el misterio espiritual de otro hombre. Y el padre espiritual, si es que puede serlo para uno, debe mostrar una profunda piedad por lo que en uno obra el Espíritu Santo. El padre espiritual debe ser capaz de ver en el hombre la inalienable belleza de la imagen de Dios. A veces esto puede costar esfuerzos, atenciones serias y actitud piadosa hacia aquel que acude a él. Si es incluso un hombre deteriorado por el pecado, el padre espiritual debe ver en él un icono damnificado por las condiciones de vida, por la negligencia o por el sacrilegio de los hombres; debe ver en él un icono y admirar lo que de este icono queda. Y sólo por eso, sólo por la divina belleza que tiene, debe trabajar para eliminar cuanto deforma esta imagen de Dios. Pero si el director espiritual no es capaz de ver en el hombre esta belleza celestial, ver que empieza a materializar ya su vocación de hacerse Hombre Dios según la imagen de Cristo, no puede dirigirlo. Por eso al hombre no lo construyen, no lo hacen, sino que le ayudan a crecer a medida de su propia vocación.

Aquí cabe aclarar un poco más la acepción del vocablo "obediencia". Por lo general hablamos de la obediencia como de la supeditación, la sujeción y muy a menudo incluso del avasallamiento al confesor, al que completamente en vano y en perjuicio del sacerdote mismo hemos llamado "padre espiritual" o "starets". Entretanto, la verdadera obediencia que consiste en prestar la atención con todas las fuerzas del alma compromete por igual tanto al director espiritual como al dirigido. El director espiritual debe atender con toda su experiencia, con todo su ser, con todas sus oraciones ,y más aún, con toda la acción que realiza en él la gracia del Espíritu Santo lo que este último obra en la persona que se le ha confiado al director espiritual.

Este debe seguir los caminos del Espíritu Santo en esta persona, debe venerar lo que Dios obra, sin procurar educarla según su propia imagen o tal como cree que debe desarrollarse, y no convertirla en víctima de su dirección espiritual. Se necesita la mansedumbre por ambas partes. Esperamos la mansedumbre por parte del hijo espiritual, pero ¡cuánta mansedumbre debe tener el director espiritual para no irrumpir jamás en el dominio sagrado, para tratar el alma humana tal como fue ordenado a Moisés tratar la tierra alrededor de la zarza ardiendo! En potencia o en realidad cada hombre es ya esta zarza y cuanto lo rodea es una tierra santa que el director espiritual puede pisar sólo habiendo desatado el calzado. Debe sentirse como el publicano que está a la puerta del templo, mira en el templo y sabe que es un dominio del Dios vivo, que es un lugar santo, y él tiene derecho a entrar únicamente si el mismísimo Dios se lo manda y le sugiere qué hacer y qué decir.

Una de las tareas del padre espiritual consiste en educar al hombre en la libertad espiritual, en la regia libertad de los hijos de Dios. No debe mantenerlo en el infantilismo toda vida, haciéndolo acudir a él por cualquier bagatela, sino que debe enseñarle a que él mismo oiga lo que el Espíritu Santo reza con verbos inefables en su corazón. Pensemos en lo que significa la "humildad". "Humildad" es la conformidad, quiere decir, que el hombre se ha conformado con la voluntad de Dios, entregándosele sin reserva, con plenitud y alegría y diciendo: "Señor, haz lo que quieras conmigo". Y en consecuencia se ha conformado también con todas las circunstancias de su propia vida. Todo -lo bueno y lo terrible- es don concedido por Dios. Dios nos ha llamado a ser sus mensajeros en la tierra y nos envía adonde están las tinieblas para que seamos luz, adonde está la desesperanza para que seamos esperanza, adonde la alegría se ha extinguido para que seamos alegría, etcétera. Y nuestro puesto no está sólo donde existe serenidad -en el templo, cuando se celebra la liturgia y donde estamos protegidos por la presencia de Dios-, sino también allí donde nos encontramos solos como presencia de Cristo en la oscuridad del mundo deformado.

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