¡Deteneos todos los universos, todos los mundos existentes y todos los seres! ¡Abajo todos los corazones, todas las mentes, todas las vidas, todas las inmortalidades, todas las eternidades! Ya que todo esto, sin Cristo, para mí es un infierno; un infierno al lado de otro. Todo esto son incontables e interminables infiernos en altura, profundiad y anchura.
La vida sin Cristo, la muerte sin Cristo, la verdad sin Cristo, el Sol sin Cristo y el Universo sin Él, todo es un terrible sinsentido, un martirio insoportable, un sufrimiento infructuoso, un infierno!
¡No quiero ni la vida, ni la muerte sin Tí, dulce Señor! No quiero ni la verdad, ni la justícia, ni el paraíso, ni la eternidad.¡No, no! ¡A Tí sólo quiero, que Tú estés en todo, por encima de todo y todos!…La verdad, si no está Cristo, no me hace falta, es sólo un infierno.
Lo mismo son el infierno y la justícia, o el amor, o el bien, o la felicidad o incluso el mismo Dios, si Cristo no está, son un infierno. No quiero ni la verdad sin Cristo, ni la justícia sin Cristo, ni el amor sin Cristo, ni a Dios sin Cristo.
¡No quiero nada de esto de ningún modo! Aceptaré cualquier tipo de muerte. Matadme del modo que queráis, pero sin Cristo no quiero nada. Ni a mí mismo, ni al mismo Dios, ni cualquier otra cosa en medio de estas dos no quiero, ¡no quiero, no quiero!
(San Justin Popovic, “Hombre y Dios-hombre” Ediciones Astir-Papadimitríou Atenas 1970, página 184)
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