Monday, September 7, 2020

Las causas y consecuencias del ateísmo - Obispo Alejandro (Mileant)


Son considerados ateos quienes no creen en la existencia del ser supremo, denominado Dios. Unos no creen en Dios, porque nadie les habló de El y ellos no llegaron a pensar en Dios. Otros, aunque en principio no niegan la existencia de Dios, de hecho, viven de manera como si El y Sus leyes no existieran para ellos; lo que permite considerarlos ateos prácticos. Por último, hay quienes por principio niegan la existencia de Dios y tratan de justificar su falta de fe, recurriendo a argumentos científicos o filosóficos. A estos se les debe incluir en la categoría de los ateos conscientes. Desde el punto de vista teórico, el ateísmo de principio suele convertirse en actitud verdaderamente hostil con respecto a la fe en Dios, pues se impone mediante la violencia, como sucede en los países comunistas.


El ateísmo teórico, de hecho, no es más que la antireligión, pues el también se basa en la fe. La religión tiene por fundamento la convicción de que existe Dios; el ateísmo, la convicción de que El no existe. De veras, si Dios es un espíritu, cómo podrá ser demostrado con aparatos materiales que no existe. Esto equivaldría a tratar de negar la existencia del campo magnético de la Tierra valiéndose de un barómetro. El ateísmo reemplaza la fe en Dios por la fe en la autoexistencia de la materia y de las leyes de la naturaleza.

El ateísmo, como fenómeno masivo, surgió en los últimos doscientos años. El es producto del siempre mayor distanciamiento del hombre de la naturaleza; lo que se produjo cuando parte considerable de la población inició el proceso migratorio del campo a los centros urbanos. La sicología nos enseña que es propio del ser humano tratar de discernir el origen y la finalidad de su existencia. Al reflexionar sobre las cuestiones básicas del ser, el hombre llega a la fe en el Creador del Universo. A su vez, la naturaleza ayuda a que el hombre acuda a Dios, pues ella con su hermosura, majestuosidad, armonía y racionalidad hace recordar en todo momento al Señor, su Omnipotencia y bondad. Antes, la gente se hallaba más próxima a la naturaleza, y encontrarse con un ateo era un fenómeno rarísimo. Es notorio que la idea del ser supremo viene difundiéndose entre la gente de todos los niveles de desarrollo desde tiempos prehistóricos. "Fíjense en la faz de la tierra, decía Plutarco (1 siglo a.C.) y ustedes verán ciudades sin fortalezas, sin ciencias, sin jerarquías, verán a gente sin viviendas permanentes, sin concepto alguno de las bellas artes, mas no hallarán una sola comunidad humana sin fe en la Divinidad." Este testimonio sigue en vigor hasta el presente, en particular cuando se trata de gente estrechamente relacionada con la naturaleza, aunque sus conceptos sobre Dios puedan ser imperfectos, ingenuos y hasta infantiles.

Más ha de tomarse en consideración que en la actualidad la vida del hombre urbano transcurre en las condiciones cotidianas, circulación, ruido de las máquinas, junglas de cemento, humo y crímenes. Ese tipo de vida no puede infundirle al hombre sentimientos nobles, sublimes sino todo lo contrario, deforma y traumatiza sus cualidades espirituales. Por eso, no debe sorprendernos que tanto el ateísmo como diversas enfermedades síquicas se desarrollan generalmente en la población de las grandes urbes.

A la divulgación del ateísmo contribuye el sistema educacional laico o directamente antirreligioso, utilizado en la mayoría de establecimientos educacionales contemporáneos, que brillan por su ausencia el catequismo, pero prospera la antireligión. Con frecuencia, en manuales y conferencias, se crítica el relato bíblico sobre la aparición del mundo y del hombre. En lugar de enriquecer y ampliar la información facilitada por la Biblia, los descubrimientos científicos se contraponen a las evidentes verdades Divinas, creando así un conflicto artificial entre la fe y la ciencia. A veces los docentes y los profesores abiertamente se ríen de los principios de la fe y la moral. Son sumamente raros los jóvenes de ambos sexos, que disponen de una formación lo suficientemente sólida para ver en los ataques antirreligiosos de los profesores no datos científicos objetivos, sino la opinión sumamente particular de gente adversa a la religión. Los padres y amigos de los estudiantes deben tener una gran preparación y conocimientos para salvar en ellos la fe en Dios.

Es obvio que el pecado enturbia la mente y embota la conciencia, por eso no puede dejar de contribuir al debilitamiento de la fe en el Señor y a que el individuo lleve una vida licenciosa. Suele suceder que jóvenes educados en familias religiosas y ellos mismos sumamente devotos en la infancia, se dejan seducir por placeres pecaminosos y en definitiva se ven involucrados en pasiones carnales. Pasados varios años el pecaminoso modo de vida deja muy poco en ellos de la inocencia, la timidez y la cordialidad que les eran inherentes. Ellos se forman, insolentes, coléricos, desvergonzados. Junto con estos defectos surgen en ellos dudas respecto a la religión, que pueden trasformarse en desinencia, si ellos a tiempo no recapacitan y vuelven arrepentidos al amparo de Dios.

Una de las consecuencias del ateísmo es la desesperación. En la mayoría de los casos, el ateo no toma conciencia de ello, más al penetrar en su subconsciente ella, en definitiva, determina su modo de vida. Al no haber Dios, no hay vida futura, no hay recompensa por los esfuerzos y obras de bien. Por eso el ateo se apresura, mientras vive, a disfrutar de cuantos bienes le ofrece la vida. Al no haber Dios, resalta que las leyes morales son sumamente condicionales, por lo que la diferencia existente entre el mal y el bien es determinada por el propio individuo. Por supuesto, las leyes estatales, la vergüenza, el temor, o consideraciones de tipo práctico pueden reprimir, en cierto modo, las aspiraciones a cosechar placeres y bienes vitales sin escatimar medios, más por eso la esencia del ateo, su concepción del mundo no cambia. Las fieras y los insectos pueden ser crueles con sus víctimas, pero no hay ser más peligroso y más cruel que el hombre cuando carece de la orientación moral superior. Ese hombre puede hacer mal no sólo por conveniencia propia, sino incluso por el antojo de un placer perverso. El es capaz de agraviar al prójimo a título de venganza, simplemente, por sentirse desdichado. Y es desdichado porque no tiene futuro. Por eso, precisamente, en ninguna otra parte se cometen tantos crímenes absurdos y crueles como en los países donde impera el ateísmo.

¿Cómo puede el hombre asumir la fe en Dios o reforzar la fe en Su existencia? En la filosofía y la apologética existen las así llamadas "demostraciones" de la existencia de Dios. Dichas pruebas dicen, que el reconocimiento de la existencia de Dios es la consecuencia lógica de la observación de la estructura ordenada que presenta la naturaleza, de las propiedades espirituales del hombre y de los hechos históricos. La enumeración y el exámen de dichas pruebas requeriría demasiado espacio. Por eso, nos limitamos a decir aquí que no existe prueba aparente del génesis de Dios que pueda demostrar mejor y de modo más persuasivo su existencia que la experiencia espiritual interna del hombre. Pues Dios es un Ser espiritual y por tanto a El no se Le puede conocer mediante métodos científicos habituales. Sin embargo el alma, creada a Su imagen y a Su semejanza, puede entrar en contacto directo con El. Cuando el hombre se esfuerza en disipar las tinieblas de la vanidad en que transcurre su vida, y se dirige con toda su alma hacia la Luz Divina, que nos rodea por todos los lados, entonces, y sólo entonces, él ve y oye a Dios. Este sentimiento personal de Dios no puede ser demostrado o explicado a otra gente, pues pertenece al ámbito de la experiencia interna. Quien no disponga de esa experiencia interna, no entenderá de que se trata.

Esta experiencia personal de contacto con la Gracia Divina resulta para el hombre la prueba más convincente de Su existencia. Mas esta experiencia obliga al hombre a cambiar el aspecto, moral de su vida, a aprender a sacrificarse para obedecer a la Voluntad Suprema. Y son muchos los que temen de molestar su conciencia, no quieren cambiar su pecaminoso modo de vida y por eso no se esfuerzan para entrar en contacto con la Luz Divina. En cambio aquellos hombres que comunican con esa Luz, hallan en ella la fuente de sus fuerzas espirituales, la paz y la alegría superior.

Obispo Alejandro (Mileant) 
 
Catecismo Ortodoxo
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